Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Estamos en el día más importante del año, Pascua de Resurrección. Y ¡aleluya!, palabra hebrea que significa Gloria a Dios, es el grito de júbilo que nos sale incesante del corazón, porque Jesús ha resucitado.
Alguien que estaba muerto -¡y qué muerte!- y enterrado de tres días, resucitó. Es la noticia más grande e impactante de la historia: un hombre, llamado Jesús, resucitó por sí mismo de entre los muertos…
Para nosotros, la Resurrección del Señor es lo que da sentido y validez a nuestra fe, pues seríamos los hombres más infelices si Cristo no hubiese resucitado, como observa San Pablo (1 Cor 15, 19). Es también lo que anima y empuja nuestro empeño de hacer realidad en esta vida, aquí abajo y ahora, lo que esperamos obtener en el más allá (paz, felicidad, libertad, amor…). Lo lograremos en la medida de nuestro empeño y sacrificio, pues no hay resurrección sin muerte ni victoria sin lucha.
Por mi parte, al felicitarles a ustedes por la Resurrección del Señor, que es garantía y anticipo de la nuestra, les invito a vivir un vida renovada, llena de optimismo, con la mirada puesta en los valores del evangelio y “de arriba”, donde Cristo está sentado a la derecha de Dios (Col 3,1-4), y con el compromiso de transformarnos y de transformar el mundo.
Celebrar la Semana Santa con sentido pascual
Por Luis Fernando Crespo Tarrero- Teólogo PUCP
Cada año los cristianos celebramos la Pascua, acontecimiento fundante de la vida cristiana. En la liturgia hacemos “memoria” de la muerte y resurrección del Señor. Popularmente nos referimos a ella con el nombre de “Semana Santa”. Si bien para algunos significa unos días de vacaciones al final del verano, o para otros la participación en algunas tradiciones religiosas heredadas de los mayores, conviene recordar su sentido auténticamente cristiano.
La Pascua –la judía y la cristiana- significa acontecimiento de salvación y de liberación inserto en la historia de los seres humanos. La celebración cristiana de la Semana Santa no debería, por tanto, agotarse en las celebraciones litúrgicas sino, ser fuente de renovación de la fuerza liberadora de la Pascua de Jesucristo en las condiciones de nuestro presente.
La celebración del Jueves Santo, doble memoria de la Cena –eucaristía y lavado de los pies-, resume toda la vida de Jesús en gesto de entrega y de servicio. Gran lección para comprender la identidad y misión del mismo Jesús y para que tanto sus discípulos de entonces como los de hoy entendamos la nuestra.
El Viernes Santo es día de contemplación del amor del Padre en la entrega del Hijo hasta la muerte. La cruz fue la consecuencia histórica de la fidelidad de Jesús al proyecto de salvación y de fraternidad –el Reino de Dios- en una humanidad donde primó el egoísmo y la insensibilidad ante el sufrimiento injusto. Es igualmente un día para revisar silenciosamente ante la cruz de Jesús la calidad y radicalidad de nuestra entrega y de nuestros compromisos por la vida plena de nuestros hermanos.
La Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección celebran el desenlace del drama. La gran nueva noticia –evangelio- en adelante será: Jesús “está vivo” y en la vida de Dios. Dios, resucitándolo de entre los muertos “ha constituido a este Jesús al que ustedes crucificaron Cristo y Señor” (Hechos 2,36) e “Hijo de Dios” (Romanos1,4). Se trata del mismo Jesús de Nazaret. Todo lo que Jesús fue, dijo y realizó continúa vivo en el misterio de Dios y de esta manera en medio de nosotros. Como en el relato de la aparición a los caminantes de Emaús (Lucas 24,13-35) también para nosotros el Resucitado se hace presente en la acogida del desconocido, en la Palabra proclamada y en el sacramento del pan compartido. Creer en Jesús, el Cristo Resucitado, significa caminar con él, asumir su proyecto y estilo de vida, hacer presente creativamente todo lo que El hizo y dijo, en nuestro quehacer cotidiano.
Celebrar la Semana Santa, inmersos y conscientes de los desafíos que nuestra realidad plantea, supone hacer, siguiendo a Jesús en su vida, muerte y resurrección, un proceso de conversión “pascual”, pasar de criterios, actitudes y comportamientos que generan olvido y muerte de los insignificantes de nuestra sociedad –y eso significa rechazo del amor de Dios- a opciones, proyectos y prácticas, que como discípulos de Jesús nos coloquen al servicio de una vida plena para todos.