Sociedad para las Misiones Extranjeras de París

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350 años de misiones en Asia
Por Agencia Fides
Introducción
El 8 de junio de 1685 el Papa Alejandro VII acogía las peticiones de un grupo de jóvenes sacerdotes franceses inflamados por el ideal misionero y nombraba a algunos de ellos Obispos en el territorio del Tonkin y de la Conchinchina (norte y sur del actual Vietnam). En 350 años, más de 4,300 sacerdotes franceses afrontarán un viaje lleno de incógnitas, favoreciendo un encuentro entre la cultura europea y la asiática e implantando sobre sólidas bases las futuras Iglesias autóctonas del Continente.
Premisas históricas
En el siglo XV, el descubrimiento de América y la apertura de rutas marítimas más numerosas y estables hacia la India y el extremo Oriente, implicaron directamente también a la Iglesia. Junto a Madrid y Lisboa, Roma se convierte en un centro neurálgico al que llegan noticias, datos, informes de países apenas descubiertos. Su estatus de capital mundial –si bien la catolicidad, en Europa, fue duramente golpeada por el cisma protestante, y de allí a poco, por las “guerras de religión”- fue asegurado por la actividad misionera que conoció un impulso sin igual. Agustinos, Franciscanos, Barnabitas, Dominicos, Mercedarios, y Jesuitas traspasaron las fronteras europeas abrazando la causa de la evangelización, no sin impedimentos y sufrimientos. El mayor impedimento se debió al hecho de que ninguna Bula o Breve pontificio tiene valor en tierras de misión sin la aprobación del Monarca local o de su Consejo.
Los Papas, a partir de San Pio V (1566-1572), buscan asegurar a las misiones la máxima independencia de las Monarquías y la mejor comunicación posible con Roma. El nacimiento de la Congregación de Propaganda Fide (1622) entra dentro de esta estrategia y Francisco Ingoli, primer Secretario del dicasterio, redacta en aquellos años tres memoriales (1625, 1628, 1644) indicando las líneas maestras para superar los Patronatos regios, mejor formación lingüística y cultural de los misioneros, e incentivar la creación de Iglesias locales con un clero autóctono. Estos tres puntos estarán en la base de todo el movimiento misionero sucesivo.
El informe del Padre de Rhodes
En la mitad del S. XVI en el Extremo Oriente vivían poquísimos Obispos: uno en Goa, tres en India y dos en Malaca y Macao. Estas sedes pertenecen a Portugal, y el clero que depende de ellas es, en gran parte, portugués. Un jesuita de Avignon que ha vivido muchos años en el Tonkin y en la Conchinchina, padre Alexandre de Rhodes, decidió dar a conocer esta situación a la Curia romana.
Hacia 1650, el Padre de Rhodes pidió al Papa Inocencio X que fueran nombrados obispos para Tonkin y la Conchinchina. Según el religioso, tales sedes corren el riesgo de ser anuladas a causa de las persecuciones, como ya había sucedido en el caso de Japón. Él presenta un informe escrito a los Cardenales de Propaganda Fide, en la cual habla de 300,000 fieles “expuestos a todos los abusos”, sugiriendo finalmente el envío de 300 sacerdotes europeos. “Es necesario –escribe- que la Santa Sede, por iniciativa propia, de pastores a esas regiones orientales donde los cristianos se multiplican de manera maravillosa, para evitar que estos mueran sin haber recibido los sacramentos”. El sueño del Padre de Rhodes es promover una jerarquía católica y la integración de sacerdotes seculares, posiblemente autóctonos, más allá de la intensa actividad de las Órdenes religiosas. Él cree que los sacerdotes seculares pueden tener un papel insustituible para el futuro de las comunidades cristianas ya implantadas. El corolario de esta estrategia será la fundación de seminarios y el envío de Obispos desvinculados del patronazgo español y portugués, puestos directamente bajo la autoridad de la Santa Sede.
Los Cardenales se mostraron prudentes, pero la propuesta encontró un gran apoyo en Inocencio X. El Papa propone el episcopado al Padre de Rhodes (pero este lo rechaza) y le confía el encargo de buscar Obispos y sacerdotes para el extremo Oriente. Después de haber intentado inútilmente en Italia y en Suiza, el jesuita partió en 1653 para Francia, y en París entró en contacto con un grupo de eclesiásticos y laicos, la Pía Asociación de los Buenos Amigos (Association des Bons Amis). Entusiasmado por la propuesta por la propuesta, el grupo se mostró enseguida disponible a partir para Asia y el 7 de marzo, el Padre de Rhodes comunica la noticia al Nuncio pontificio en París. Él embarcó al año siguiente para Asia, con la certeza de que los voluntarios parisinos se le unirían en breve, a los que nunca más volverá a ver. Además de los insuficientes recursos financieros que retardaron la expedición, se levantó una fuerte oposición desde Portugal, que reivindica los privilegios concedidos por los Papas precedentes, aunque su influencia en Asia se había reducido notablemente a favor de los ingleses y holandeses. Después de la partida del Padre de Rhodes, el interés por la expedición no disminuyó y muchos exponentes del episcopado y clero francés –entre los que se encontraba San Vicente de Paul- enviaron a Propaganda Fide súplicas para la designación de Obispos para el Tonkin y la Conchinchina. La duquesa de Aiguillon, sobrina del Cardenal Richelieu, promete una renta para el mantenimiento de dos o tres Obispos.
Los orígenes de la Sociedad para las Misiones Extranjeras
En 1657 cinco jóvenes pertenecientes a la Asociación de los Buenos Amigos, entre los que se encontraba François Pallu, decidieron ir a Roma, donde fueron favorablemente acogidos por el Cardenal Alberizzi, Secretario de Propaganda Fide y obtuvieron audiencia con el Papa Alejandro VII, quien confirmó la necesidad de una expedición. El 29 de julio de 1658 el Papa aprobó la elección de tres nuevos Vicarios: François Pallu fue nombrado Vicario Apostólico del Tonkin, con el encargo de administrar las provincias del sur de China y de Laos; Pierre Lambert de la Motte llega a ser Vicario Apostólico de la Conchinchina y administrador del sureste de China; algunos meses más tarde, Ignace Cotolendi fue elegido como Vicario Apostólico de Nankin (China septentrional) y administrador de cinco provincias chinas. Estos obispos son considerados los fundadores de la Sociedad para las Misiones Extranjeras de París (un cuarto obispo designado, Mons. François de Laval Montmorency, fue enviado a Canadá y fundará las Misiones Extranjeras de Canadá, que pronto se independizan de las francesas).
Antes de ponerse en viaje los Vicarios reciben detalladas instrucciones de Propaganda Fide (1659). Los Obispos deberán adaptarse a las costumbres del país evitando inmiscuirse en los asuntos políticos y dedicarse exclusivamente a las funciones pastorales, favoreciendo el nacimiento de un clero autóctono numeroso y preparado, la “principal razón –afirman las Instrucciones- por la que la Sagrada Congregación os ha enviado a aquellas regiones revestidos del Episcopado”.
El respeto de las costumbres locales deber ser completo: “No pongáis ningún argumento –disponen también las Instrucciones- para convencer a aquellos pueblos a cambiar sus ritos y sus costumbres a menos que sean evidentemente contrarios a la religión y a la moral. No hay medio más potente para alejarse de un pueblo y ser objeto de su odio que introducir cambios en las costumbres propias de una nación y sobre todo, aquellas que se remontan al recuerdo de los antepasados”.
En noviembre de 1660 tuvo lugar la partida de Monseñor de la Motte (acompañado de dos misioneros, entre los que se encontraba François Deydier). Dos años después, se reunió en Siam (la actual Thailandia) con Monseñor Pallu, mientras Monseñor Cotolendi murió en un viaje en la costa oriental de la India. Siam era en esa época un oasis de paz, la libertad religiosa era total, la corte bien dispuesta hacia los europeos, con tráfico marítimo establecido y regular tanto hacia Tonkin y la Conchinchina como hacia Europa. Un lugar ideal que servirá pronto de base, también gracias a la construcción de un seminario en Juthia para permitir a los misioneros aprender las lenguas de los países donde eran enviados (otro seminario será destinado a la formación del clero local).
En 1663 otro seminario, querido por François Pallu y Pierre Lambert de la Motte, se abrió en París, en la Rue du Bac. En las cartas firmadas en julio, Luis XIV lo llama “Seminario para la conversión de los infieles en los países extranjeros”. El mismo apelativo fue usado en el acto de confirmación del abate de St. Germain des Prés, el 27 de octubre, y aparece en las cartas de confirmación acordadas por el Legado Pontificio, el Cardenal Chigi.
El año siguiente los primeros misioneros formados en rue du Bac llegaron a la Conchinchina y entre ellos estaba Louis Chevreuil, que en 1666 fue nombrado Provicario para Camboya y encargado de la evangelización del país. Mientras tanto, continua su viaje hacia Tonkin, y François Deydier es el primero en llegar. La estancia de los misioneros en el país es difícil y marcada por la precariedad. Raramente autorizada, la religión católica encontrará periodos de persecución alternados con otros de tolerancia. No obstante estas dificultades los misioneros continúan llegando y a finales del siglo XVII las Misiones Extranjeras serán nueve en Tonkin y doce en la Conchinchina.
Consolidación en el continente
De 1700 a 1750 había en Asia 57 misioneros, y 108 en la segunda mitad del siglo. La disolución de la Compañía de Jesús ha creado un vacío y el MEP, sigla con la que se conoce a las Misiones Extranjeras de París, en 1773 es elegido por la Santa Sede para suceder a los jesuitas en la evangelización del sur de la India. Monseñor Pierre Brigot, Superior de la misión, tiene que arreglárselas con la escasez de medios y la crisis de los viajes misioneros. A pesar de las dificultades, algunos Obispos juegan un papel fundamental para la evangelización de Asia. Entre estos se encuentran Monseñor Louis Néez –que estuvo 42 años al frente de la Iglesia del Tonkin-, Monseñor Louis Champion de Cicé, Obispo de Siam –fue determinante para el desarrollo del Colegio de Juthia-, y Monseñor Pierre Pigneaux, Vicario Apostólico de la Conchinchina durante 29 años.
Durante la Revolución Francesa, el seminario de rue du Bac fue transformado primero en cuartel y después vendido. Será rescatado por sus antiguos directores y abierto de nuevo en 1805, pero no podrá recuperar todas sus funciones originarias hasta la caída del imperio napoleónico y a las ordenanzas de 1823 que le reconoce nuevamente la existencia legal.
Algunos datos reflejan el crecimiento de las misiones en el arco de 40 años. En 1822, la Sociedad cuenta con 6 Obispos y 27 sacerdotes, y está encargada de 5 misiones: 1 en India, 3 en Indochina y una en China. Los sacerdotes nativos son 135 y los seminaristas 250, distribuidos en 9 estructuras. Se estima que los cristianos asiáticos eran entonces no más de 300,000. En 1860 los Obispos eran 21, los sacerdotes 250 (y los nativos 300), encuadrados en 22 misiones. Creció igualmente el número de seminaristas, 400, y de seminarios, 11. Se estima que había unos 550,000 cristianos. Este desarrollo fue acompañado de un crecimiento general de la actividad misionera en Asia, donde muchos institutos religiosos se afincan por vez primera (Hermanas de San Pablo de Chartres en Vietnam y Japón, Hermanas del Buen Pastor en India y Birmania, Carmelitas en Vietnam, etc.)
En 1886 la evolución es todavía vigorosa y solo el seminario di rue di Bac cuenta con 200 seminaristas. La Sociedad dirige 25 misiones. Después de Siam, el Tonkin, la Conchinchina y algunas regiones del sur de la India y de China, se añadieron Corea y Japón (1831, por encargo de Propaganda Fide), la Manchuria (1838), Malasia (1841), el Tibet y Assam (1846), otras provincias de China (1848) y Birmania (1855).
Son los años de viajes llenos de valentía y de Obispos celosos, como Monseñor Clément Bonnand que atravesaba la India sobre una carreta tirada por bueyes para visitar las misiones, Monseñor Pierre Retord, apodado el “Obispo de mancha”, muerto en una cabaña perdida en los bosques del Tonkin, o Mons. Claude Petitjean, primer Vicario Apostólico de Japón, que tiene los primeros contactos con los descendientes de los cristianos japonés del siglo XVI. Otros Obispos se distinguen por los estudios sobre las culturas locales, como Mons. Jean-Baptiste Pallegoix que redactó un célebre diccionario siamés-latín-francés-inglés. A partir de 1822, la prensa misionera, entre la que se encuentra los Anales de la Propagación de la Fe, habla con profusión sobre las Misiones Extranjeras de París y muchos sacerdotes envían cartas edificantes desde Asia.
Los sucesivos hechos del siglo XIX deben ser leídos también bajo la óptica de un testimonio pleno, no raramente unido al sacrificio de la vida. Los misioneros asesinados son 88, algunos a causa de persecuciones explícitamente anticristianas. En los años 1984, 1988 y 2000, el Papa Juan Pablo II canonizará sucesivamente 20 mártires de la Sociedad (10 en Corea, 10 en Vietnam, y tres beatos en China).
Corea
Los misioneros de rue di Bac habían llegado a Corea en 1836, aunque los efectivos disponibles eran todavía pocos. Gregorio XVI había nombrado a Monseñor Laurent Imbert primer Vicario Apostólico de Corea. Este misionero se había ofrecido como voluntario y tuvo que afrontar un viaje extenuante a través de China, que duró tres años y que realizó casi siempre a pie. Considerado un loco por sus mismos compañeros, Monseñor Imbert era exhausto cerca de la frontera con Corea. Otros dos voluntarios, los padres Pierre Maubant y Jacques Chastan, habían llegado dos años antes al país. Como para todas las misiones asiáticas, el objetivo principal era el de favorecer el nacimiento de clero autóctono y en el periodo de un año, tres jóvenes coreanos fueron ya enviados a China para recibir la preparación al sacerdocio. Cuando las autoridades coreanas conocieron estos hechos, se desencadenó una represión contra los cristianos. Los dos misioneros se entregaron para detener la masacre y fueron decapitados en 1839.
Dos de los tres seminaristas coreanos, residían mientras tanto en Macao, sede de un Centro de las Misiones Extranjeras que hacía de vínculo de unión entre las diversas comunidades. Monseñor Jean Ferreol, mandado desde Roma como Obispo coadjutor de Corea, ordenó diáconos a los dos jóvenes y encargó a uno de ellos, Andrés Kim, organizar el regreso a Corea. Aunque las posibilidades de éxito eran pocas, Andrés Kim consiguió comprar una barca, reclutó una pequeña tripulación y zarpó para China, equipado de una pequeña brújula. Llegó sano y salvo a las costas de Shanghái y poco después fue ordenado sacerdote. Era el primer sacerdote coreano, pero apenas un año después, a los 25 de edad, fue condenado a muerte tras ser apresado por la policía china.
En los años sucesivos otros misioneros consiguieron entrar secretamente en Corea (en total en el siglo XIX fueron enviados 32 misioneros de rue du Bac) y fue además organizado un seminario clandestino. Después de la aparente calma, una nueva persecución recayó sobre los cristianos en 1866. Fue la más terrible y se estima que produjo unas 10.000 víctimas. Entre los 103 mártires canonizados en Seúl en 1984 por Juan Pablo II figuran, además de Andrés Kim, 55 laicos, 48 laicas y 10 sacerdotes de las Misiones Extranjeras (3 Obispos, entre los que estaba Laurent Imbert y 7 sacerdotes).
Harán falta 10 años para que otro misionero entre en Corea. El Padre Félix Ridel, nombrado Vicario Apostólico, fue arrestado 4 meses después de su llegada y expulsado. Mientras tanto un tratado con Francia había introducido una cláusula sobre la libertad religiosa. A finales del siglo, Corea era un país tolerante y abierto a los nuevos tráficos mundiales. La Iglesia contaba con cerca de 20.000 fieles y doce sacerdotes de las Misiones Extranjeras –entre ellos el Vicario Apostólico- pero ningún sacerdote coreano. Comenzaba desde ese momento un nuevo desafío para el nacimiento de una Iglesia autóctona y radicada en la cultura del pueblo coreano.
Vietnam
En Vietnam la actividad de la Sociedad para las Misiones Extranjeras fue decisiva para la difusión del cristianismo. Aquí el mismo Padre de Rhodes había permanecido más veces en el centro y en norte del país ambicionado por dos señores rivales, y se estimaba en cien mil el número de cristianos. Después de él, el Padre Louis Chevreuil, Vicario de Monseñor Lambert de la Motte, había penetrado en 1664 y fue expulsado al año siguiente. Desde entonces se alternaban periodos de tolerancia y periodos de persecución.
En el siglo XIX las mayores represiones se verificaron bajo el reinado de Minh Mang (1820-1840), que optó por una política de rechazo del cristianismo, oficializada con un edicto en 1833 que prohibía toda actividad misionera y obligaba a los cristianos a abjurar de su fe a favor de las tradiciones religiosas de Vietnam. El primer sacerdote arrestado fui el Padre Pierre Tuy, decapitado en 1833. En el mismo año, el Padre Gagelin, Provicario de la Conchinchina, después de haberse entregado voluntariamente, fue condenado a muerte por estrangulamiento.
Dos años después el Padre Joseph Marchand fue arrestado y encadenado en Hue, para ser condenado después a morir con el terrible suplicio de las 100 llagas. Otros misioneros condenados a muerte fueron Monseñor Pierre Borie Dumoulin y el Padre François Jaccard (1838).
Bajo el reino de Tu Duc (1848-1883) el Estado permaneció fiel a las tradiciones de Confucio y entre 1848 y 1860 fueron proclamados seis edictos de persecución. Estas precauciones demuestran el desarrollo del cristianismo a pesar de las restricciones vigentes. Las incursiones coloniales francesas en la zona provocaron un recrudecimiento y entre 1857 y 1862 fueron asesinados 115 sacerdotes vietnamitas, o sea, un tercio de todo el clero autóctono. Los conventos fueron destruidos, las religiosas dispersadas y muchos cristianos notables encarcelados. Otros cinco sacerdotes de las Misiones Extranjeras sufrieron el martirio. El 19 de junio de 1988, el Papa Juan Pablo II canonizó a 117 mártires de Vietnam, entre los que figuran los diez sacerdotes del MEP.
En los años 80 del siglo XIX, una serie de revueltas antifrancesas golpeó duramente a los cristianos y otros nueve misioneros fueron asesinados, frecuentemente junto a las comunidades que ellos dirigían. En 1886, Francia conquistó el país y desde entonces comenzó un periodo de paz que durará hasta los años 40 del siglo XX y a las expulsiones decretadas por la República Popular de Vietnam, en el norte del país. Las Misiones Extranjeras continuaron su apostolado en el Sur, aunque las guerras habían causado muchos daños. La reunificación del país y la libertad controlada no pudieron impedir al crecimiento de una Iglesia que cuenta con seis millones de católicos y 26 diócesis.
China
El jesuita Matteo Ricci había abierto a los misioneros cristianos un camino hacia China. Desde entonces muchos otros religiosos habían seguido sus huellas, y también la Sociedad para las Misiones Extranjeras de París, desde el primer cenáculo de los Buenos Amigos, programó expediciones para China. François Pallu fue el primero en entrar en China en 1683 después de haber hecho tres veces la vuelta al mundo, pasando por las misiones portuguesas y españolas gracias al reconocimiento de sus credenciales como Vicario Apostólico nombrado por el Papa. Él apoyará la elección como obispo del sacerdote chino Gregorio Lou, a la que se oponían desde hacía tiempo los dominicos españoles, y que finalmente se realizó en 1685, pocos meses después de la muerte de Monseñor Pallu.
Mientras en 1692 los Jesuitas obtuvieron del Emperador un edicto de tolerancia que autoriza oficialmente la práctica del cristianismo, los Vicarios Apostólicos de las Misiones Extranjeras nombrados por Roma descubren dificultades en las prácticas de confucianismo que practican los neoconversos. A finales del siglo Monseñor Lambert de la Motte y Monseñor Maigrot de Crissey dirigen algunas investigaciones sobre la incompatibilidad de los ritos tradicionales con la fe cristiana. En 1706 un edicto imperial ordena que todos los misioneros estén provistos de un “piao” (documento), una autorización para predicar la fe cristiana aceptando no oponerse a los ritos tradicionales. En respuesta, el Papa Clemente XI publica la Bula Ex illa Die (1715) que impone a los misioneros la oposición a los ritos chinos. Los Vicarios Apostólicos y el Legado Papal pertenecientes a las Misiones Extranjeras se muestran cercanos a esta posición.
Todos los misioneros, imposibilitados a sellar el “piao”, son obligados a dejar el país y el futuro de las comunidades cristianas se confía en las manos de los sacerdotes chinos. Mientras, los sucesores del Emperador Kangxi serán cada vez más hostiles al cristianismo hasta declararlo “culto perverso”, algunos Vicarios impulsarán sin descanso la vía de los sacerdotes autóctonos, demostrándose de hecho permisivos hacia las liturgias “heterodoxas”. Es el caso, por ejemplo, de Monseñor Artus de Lionne, que consiguió ordenar cuatro sacerdotes en su Vicariato o de Jean Basset, autor de una traducción de la Biblia en chino y de una memoria en la que pide a Propaganda Fide una liturgia en lengua china.
Entre los seminaristas de Jean Basset está André Li, un joven ordenado a los 33 años y que entró a formar parte de las Misiones Extranjeras, a quien le fue confiado en 1726 un viaje a Sichuan. En Sichuan la población tolera cada vez menos el ejemplo de vida de los cristianos, que se oponen a la práctica de los matrimonios entre niños y a las prácticas adivinatorias. Además, el rechazo del culto de los antepasados es considerado escandaloso. Los cristianos son denunciados a los magistrados locales y castigados con un número impresionante de golpes con varas. El Padre Li administra como un verdadero párroco la comunidad de Sichuan y cada año envía un informe detallado de toda su actividad al Procurador de las Misiones Extranjeras residente en Macao. En 1764 es nombrado Vicario Apostólico y dedicará sus últimos años de vida a la formación de los seminaristas locales.
En 1815, mientras se desarrolla una violenta persecución declarada por el Emperador Jiaqing, el Padre Agustín Zhao es apaleado y muere en la cárcel. En el mismo año, el Obispo francés Monseñor Dufresse es decapitado. Ambos serán beatificados por León XIII en 1900 y canonizados en Roma en el 2000 por Juan Pablo II (Agustín Zhao el primero en la lista de los 120 mártires de China). Junto con ellos, otros tres sacerdotes chinos son asesinados.
En el siglo XIX, además de Sichuan, otra provincia duramente golpeado por las persecuciones es Guizhou, donde los cristianos son frecuentemente asociados a las sectas subversivas, en particular a la secta del Loto Blanco que aprovecha el descontento de la población ante el régimen en el gobierno. Al comienzo de siglo los cristianos de Guizhou son solamente unos pocos cientos, convertidos por los catequistas y sacerdotes chinos venidos de Sichuan.
Pierre Wu Guosheng es un simple posadero en Longping y ha trasmitido la fe a muchos viajeros (el número total de conversos es de, al menos, ciento veinte). En 1812 fue arrestado y condenado a ser estrangulado. Pronto muchos cristianos de la región cuentan haber obtenido milagros por su intercesión y su tumba se hace objeto de devoción entre los peregrinos, que ponen en las cercanías pequeñas cruces.
Joseph Zhang Dapeng es también muy venerado por los cristianos de Guizhou. Era un destacado afiliado a una secta cercana al Loto Blanco, y al entrar en contacto con los cristianos, se interesó por el catecismo, hasta que recibió el bautismo en Guiyang convirtiéndose en uno de los mayores catequistas de la región. Durante la persecución de 1812 huyó del país, pero encontró por el camino a Monseñor Dufresse (que será martirizado tres años más tarde): “Querido hijo –le dijo- ¿por qué huyes cuando tus hermanos están en peligro?”. Joseph se confiesa, recibe la comunión y regresa a Guiyang para continuar su apostolado. Hasta 1815 convirtió otros nueve habitantes, pero es traicionado y entregado a las autoridades que lo perseguían. El 12 de marzo de 1815 es estrangulado en una horca en forma de T.
El mismo suplicio le tocó al campesino Pierre Liu Wenyuan en 1834. Pierre se había convertido al cristianismo a los 40 años y fue arrestado y condenado al exilio –tatuaron en su mejilla la frase “Religión perversa del Señor del Cielo”. En la frontera siberiana fue hecho esclavo de una maestra manchú que lo trataba como a una bestia de carga. Liberado en 1830, fue nuevamente arrestado cuatro años después por haber socorrido a los prisioneros y después condenado a muerte tras meses de sufrimiento en la prisión.
En 1839, también Joachim Hao Kaizhi – bautizado por consentimiento de Zhang Dapeng- fue enviado a morir por estrangulamiento después de estar durante 35 años en el punto de mira de las autoridades chinas y también él marcado con el tatuaje de “perverso culto católico”.
Pierre Wu, Joseph Zhang, Pierre Liu y Joachim Hao son los mártires que la Iglesia en Guizhou recuerda como sus fundadores. Beatificados por León XIII el 27 de mayo de 1900, fueron canonizados por Juan Pablo II el uno de octubre del 2000.
La Sala de los Mártires
En 1843, el cuerpo del Padre Pierre Borie, asesinado en Vietnam, fue transportado secretamente a París y colocado en el primer piso del Seminario de rue du Bac para ser dignamente sepultado y honrado. Otras reliquias de misioneros asesinados se fueron añadiendo sucesivamente y depositadas en la cripta. Desde 2002 un nuevo lugar, llamado Sala de los Mártires, debajo de la cripta, acoge los restos de los venerados misioneros de rue du Bac. La Sala acoge también pinturas, objetos personales y documentos y está concebida para permitir al visitante conocer los datos históricos y favorecer un clima de recogimiento.
Los sacerdotes del MEP canonizados: Laurent Imbert, Jacques Chastan, Pierre Maubant, Simon Berneux, Nicolas Daveluy, Pierre Aumaître, Martin Huin, Bernard Beaulieu, Pierre Dorie, Just de Bretenières (mártires de Corea); François Gagelin, François Jaccard, Etienne Cuenot, Joseph Marchand, Pierre Dumoulin-Borie, Jean Charles Cornay, Augustin Schoeffler, Pierre Néron, Jean Louis Bonnard, Théophane Vénard (mártires de Vietnam).
Los sacerdotes del MEP beatificados: Gabriel Taurin Dufresse, Auguste Chapdelaine, Jean-Pierre Néel (mártires de China); Urbain Lefebvre, Jean-Martin Moyë.
Las obras socioasistenciales
Desde el comienzo de las actividades educativas y sanitarias han tenido un papel importante en el apostolado de la Sociedad para las Misiones Extranjeras. En el siglo XIX, estas obras experimentaron un gran desarrollo y una mayor diversificación, también como consecuencia del crecimiento de las comunidades cristianas confiadas a los sacerdotes franceses.
El impulso lo dio el Papa Gregorio XVI junto con la Congregación de Propaganda Fide, quien en una serie de intervenciones reconocía la necesidad de fundar “obras de misericordia y de caridad cristiana” en las misiones. En particular, se sugería en la instrucción Neminem Profecto del 23 de noviembre de 1845, “cuidar con el máximo celo la instrucción religiosa y civil de los niños, la educación de las niñas”. Bajo tales auspicios se multiplicaron en Europa las obras de beneficencia para la ayuda económica de las actividades sociales en las misiones. La más importante es la Obra de la Propagación de la Fe, fundada en Lyón en 1822.
También la presencia colonial europea aseguró, aunque en menor grado, una serie de subsidios para las iniciativas de la Sociedad, que sin embargo experimentaron una andadura alterna, a causa de los vaivenes políticos europeos (por ejemplo, las ayudas francesas a Indochina cesaron con la llegada de la III República).
La Sociedad para las Misiones Extranjeras dirigía en Asia cinco Vicariatos Apostólicos y durante el pontificado de Gregorio XVI recibió en custodia otras siete jurisdicciones apostólicas, territorialmente menos vastas y por tanto, más fáciles de administrar. El número de las misiones crecerá, como se ha visto, durante todo el siglo. En lo que respecta a la educación, los Vicarios Apostólicos hicieron construir institutos escolásticos y orfanatos, donde los niños recibían una sólida instrucción. Un esfuerzo particular supuso la educación de las niñas, cristianas y no cristianas, que en algunos países asume las dimensiones de un reto a la cerrazón cultural y a la desigualdad. En la India no existe ninguna estructura educativa para las niñas fuera de los muros de sus casas, y el objetivo de los misioneros es el de favorecer, a través de las escuelas, una evolución pacífica de la mentalidad dominante. La enseñanza se desarrolla sobre todo por Congregaciones religiosas provenientes de Francia. No faltan tampoco religiosos locales, como los Amantes de la Cruz, fundados por Monseñor Lambert de la Motte (en 1893 dirigen en Tonkin y la Conchinchina 36 escuelas para un total de 1388 estudiantes) o la Congregación de Santa Ana, fundada por el Vicario Apostólico Monseñor Charbonnaux, constituida por religiosas de la India con el carisma específico de la enseñanza.
A causa de la miseria los orfanatos recogen de la calle un altísimo número de niños abandonados próximos a la muerte, a veces adoptados por familias cristianas. La formación profesional está asegurada en el campo agrícola y, en los centros urbanos, las profesiones artesanales (el trabajo de la madera, del latón y del zinc, de las telas). Las chicas aprenden jardinería, cocina y la fabricación de cera (en la Conchinchina occidental está muy difundido el arte de los tapices). A fines del siglo XIX se cuentan en Asia poco menos de tres mil escuelas y orfanatos, para un total de más de 76,000 asistidos.
Los centros para las ayudas a la población, frecuentemente afectadas por catástrofes naturales (terremotos e inundaciones) y epidemias, son otra forma de apostolado. Se fundan dispensarios, al comienzo simples cabañas de madera y lata, que después se mejoran hasta llegar a ser hospitales para cristianos y no cristianos. El dispensario de Tindivanam, en la India, dirigido por tres hermanas de San José de Cluny, acoge una media de 120 enfermos al día en 1898. En los años 1877 y 1878 la misión de Maissour sufrió una grave carestía que provocó más de un millón de muertos. Con la vuelta a la normalidad fueron fundadas granjas para la formación de más de mil jóvenes. Los misioneros fueron llamados también por las autoridades del gobierno para ayuda de las poblaciones coloniales, que eran con frecuencia víctimas del tifus y del cólera. Una enfermedad difundida en toda Asia es la lepra y cada centro misionero tiene su leprosería. En el de Pondichéry, fundado en 1826, los enfermos colaboran, en todo cuanto pueden, con los voluntarios.
Todas las obras promovidas por los Vicarios Apostólicos tienen a muchas congregaciones francesas en primera fila, entre las que están las hermanas de San Pablo de Chartres (en la Conchinchina), las hermanas de San José de Cluny (en la misión de Coimbatore), las Franciscanas Misioneras de María (en el hospital de Setchoan), las hermanas del Niño Jesús (en Japón). Animadas por los Obispos, estas religiosas diversifican sus actividades, mientras que las Congregaciones autóctonas, que en un primer momento estaban al lado de las europeas, asumirán la gestión completa de las actividades sociales en el S. XX. La aportación del MEP debe ser encuadrada en un contexto más amplio, en particular el papel de los misioneros en animar y sostener las iniciativas de las Iglesias locales se mostró como decisivo cuando el dinamismo misionero de Europa sufrió la contradicción.
La prensa al servicio de la evangelización
Para difundir los textos de la fe, los misioneros habían recorrido en un primer momento el camino de las copias a mano, pero tal sistema estaba lleno de inconvenientes. Todavía hacia la mitad del siglo XIX en el Tíbet, las obras del Padre Renou, copiadas a mano, se habían hecho inservibles después de 25 años a causa de los múltiples errores. Los misioneros si habían dirigido ya hacia la xilografía, que permitía imprimir sobre tablas de madera hasta diez mil caracteres, pero el proceso era largo y las placas voluminosas y, sobre todo, faltaba mano de obra cualificada. Para poner remedio a esta situación se pensó en implantar tipografía según el modelo europeo y de inaugurar una nueva tecnología: la litografía. El proceso se adaptaba mucho mejor a las escrituras asiáticas, porque la copia se efectuaba sobre piedra y no se tallaba sobre la madera.
La Sociedad para las Misiones Extranjeras fue pionera en la difusión de esta técnica (inventada en Europa en 1796). En 1823, el Padre Jaccard llevó una prensa litográfica al emperador de la Conchinchina Minh-mang, que quedo tan impresionado que la compró. En estos años, también los misioneros protestantes estaban difundiendo la litografía, con los mismos problemas por la falta de medios y de mano de obra.
Los esfuerzos más grandes fueron destinados a la tipografía, aunque fuera especialmente complicado reproducir los sistemas de ideogramas como caracteres individuales de prensa. Sin embargo, los caracteres móviles presentaban una gran flexibilidad para la corrección de los errores y al final, se mostraron como una inversión que merecía la pena. Las experiencias tipográficas de las Misiones Externas fueron todavía más precoces respecto a otras técnicas. En 1802, en la Conchinchina, el Padre Jourdain abrió una tipografía en caracteres europeos y camboyanos, y el mismo año Monseñor Longer hizo imprimir su catecismo en caracteres móviles tonkineses. En la segunda mitad del XIX, las Misiones Extranjeras gozaban de una red de tipografías en toda Asia y en 1870 casi todos los Vicariatos Apostólicos tenían una, frecuentemente unida a los seminarios y a los orfanatos. Como en Europa, las imprentas publicaban sobre todo obras clásicas y libros para las escuelas. La mano de obra era casi siempre de obreros cristianos, pero en el caso de China fue necesaria ayuda externa para la composición de los caracteres móviles.
Los costos fueron enormes. Se calcula que la gestión de las tipografías (incluyendo el pago de los salarios) absorbía un sexto del presupuesto disponible para la Conchinchina (1843) y un séptimo del de Maissur (1858). Tales desembolsos son justificados por las tiradas extraordinariamente altas de los libros publicados. El Padre Libois calculaba que ciento veinte mil volúmenes fueron impresos en su tipografía de Hong Kong después de 1842, es decir, unos seis mil volúmenes por año. Muchas otras imprentas diseminadas por Asia gozaban de tiradas semejantes, incluso mayores.
A partir de 1870 la red tipográfica conoció una modernización general, también gracias a que se podían localizar más fácilmente los caracteres chinos. Las misiones de Japón, de Corea, de Birmania y de Se-tchoan pudieron beneficiarse también de las innovaciones provenientes de Europa. Una nueva generación de misioneros consagró su apostolado a la prensa hasta el punto que en 1905, se llegó a la publicación del primer periódico: La Verité.
En 1894 existían 11 tipografías pertenecientes a las Misiones Extranjeras y la tipografía general de Nazaret, en Hong Kong, era la más grande y ambiciosa, insertada en un complejo único que comprendía la residencia y la capilla monumental de los misioneros. Fundada en 1885 por el Padre Rousseille, producía libros en diversas lenguas. Tenemos porcentajes precisos de 1934: chino (28%), latín (17.4), francés (11.9), y después inglés, tibetano, malayo, coreano, japonés, etc. Desde 1885 a 1934 salieron 358 ediciones del catecismo y de varios libros de oraciones, 400 de espiritualidad, 164 de pastoral y derecho canónico, 127 de apologética, con una media anual de 29 ediciones y 62,000 ejemplares.
El estudio de las lenguas
Ya a partir del siglo XVI se hicieron diccionarios francés-siamés y francés-camboyano, hasta llegar a un total de más de sesenta obras lexicográficas entre 1680 y 1996, que incluyen 60 lenguas asiáticas estudiadas y traducidas.
El impacto de los misioneros con nuevos idiomas no fue siempre fácil, incluso en muchos casos constituida el impedimento emotivo más fuerte. Los pioneros fueron por eso fundamentales. Un caso extraordinario fue el del Padre Renou en el Tíbet que, habiendo encontrado alojamiento en un monasterio a finales del siglo XVII, transcribió al chino un texto que le había sido dado por un lama tibetano, para traducirlo después también al latín. Después elaboró un diccionario tibetano-francés-italiano.
En el acercamiento a las nuevas lenguas, los misioneros estaban animados por un motivo sobre todo apostólico. Desde su llegada, tradujeron a las lenguas locales los textos esenciales de la vida cristiana: doctrina, sacramentos, moral. Fueron también autores de adaptaciones originales. Aunque los sacramentos se celebraban en latín, era necesario explicar la liturgia a los fieles y permitirles asociarse con oraciones y cantos en lengua popular. Gracias a los misioneros muchas lenguas minoritarias han sobrevivido y han desarrollado una fecunda relación con el cristianismo. Jean Basset (1662-1707) fue uno de los primeros traductores del Nuevo Testamento en chino. Su manuscrito se conserva todavía en los archivos de la biblioteca Casanatense de Roma.
Frecuentemente los más prolíficos autores de obras cristianas fueron también excepcionales lingüistas. Los diccionarios y las gramáticas eran parte del plan de estudio del seminario y por eso, incluían nociones extralingüísticas como la geografía, la organización política, la historia y la cronología de los príncipes reinantes. La amplitud de estos volúmenes era considerable. El diccionario coreano, por ejemplo, tenía más de 600 páginas. Gracias a publicaciones como éstas, la fama de los misioneros lingüistas se difundió pronto en Francia y los orientalistas se quedaron casi siempre admirados por las obras que les enviaban desde las misiones. En la mitad del s. XVIII, Monseñor Thomine-Deszmazures, Vicario Apostólico del Tíbet, envió a la Biblioteca Imperial de París un ejemplar en caracteres lolo. Uno de los directores respondió con una carta para pedir alguna información y, si era posible, una traducción: “Somos estudiosos del Oriente –escribía- y estamos encantados con su obra, pero no tenemos ninguna clave que pueda revelarnos la comprensión de semejantes caracteres, del todo desconocidos”.
Todo esto subraya el servicio prestado al avance de los estudios lingüísticos. Algunas obras redactadas por los misioneros se convirtieron en clásicos válidos todavía hoy, como el diccionario vietnamita de Monseñor Tabert, el tibetano del P. Dupuis y el thai de Mons. Pallegoix.
También botánicos y antropólogos
El primer sacerdote de la Sociedad para las Misiones Extranjeras que realizó observaciones botánicas en Asia fue el Padre Paul Perny, en 1848. En aquellos años una Instrucción de la Congregación de Propaganda Fide había invitado a los misioneros a “recoger todo aquello que pueda contribuir a hacer conocer la historia natural de cada país, en particular la botánica, la mineralogía y la zoología”.
Se estima que el Herbario del Museo Nacional de Historia Natural, hoy uno de los más ricos del mundo, ha recibido durante años más de cien mil ejemplares de los misioneros de la Sociedad. Un cierto número de plantas (más de mil) han servido para describir y clasificar por primera vez especies vegetales asiáticas, lo que supone una notable contribución en la historia de esta disciplina. El misionero sin duda más activo y profesional fue el Padre Delavay, que según estudios actuales ha enviado a finales del XIX cerca de 33,000 especies al Herbario. Los paquetes eran transportados a París por otros misioneros que se dirigían allí, mientras las especies de pequeño volumen, junto con las semillas, se enviaban por correo ordinario. La introducción en Europa de especies exóticas se puede remontar a estas expediciones. Decenas de variedades hortícolas están directamente vinculadas a las Misiones Extranjeras y algunas plantas llevan actualmente el nombre de los misioneros que las han descubierto.
Además de las motivaciones científicas, muchos sacerdotes fueron movidos por una finalidad pastoral. El Museo aseguraba una suma de dinero como compensación por el envío de los ejemplares raros, y esta cantidad era útil para las necesidades de las misiones y se distribuía entre los parroquianos que habían contribuido a la investigación.
En sus viajes, los misioneros han conocido numerosos lugares de relevancia geológica (yacimientos de minerales preciosos y incluso de petróleo), o fenómenos particulares que estaban rodeados de la veneración de la población. Por ejemplo, en Vietnam, el Padre Cadière observó rocas estriadas en rojo que eran consideradas sagradas, otros consiguieron las piedras utilizadas para esos ritos mágicos, junto con muchos otros objetos prehistóricos y fósiles. No raramente, los sacerdotes tomaban apuntes sobre los usos de los hombres que encontraban, aunque desgraciadamente sus observaciones nos han llegado sólo en mínima parte, también por causa de las persecuciones.
El MEP del siglo XIX hasta hoy- El nuevo Estatuto
Antes de la reforma del derecho canónico (1917), la Sociedad para las Misiones Extranjeras estaba formada por dos instituciones distintas, las Misiones y el Seminario (con un superior propio) y existía una Constitución común a todos los sacerdotes. El Seminario y las otras instituciones estaban regidos por un reglamento particular mientras que para las Misiones servían las directrices de la Santa Sede y los directorios particulares de los Vicariatos, además de los Consejos a los Misioneros escritos por Monseñor Pallu. Desde mediados del XVIII, sin embargo, comenzó a verse la necesidad de un reglamento general para el Instituto.
Una intervención de Propaganda Fide en 1920 definió las Misiones Extranjeras como una “Sociedad de hombres y mujeres que viven en común sin votos” (con la reforma del derecho canónico de 1983 tal tipología se ha redefinido como “Sociedad de vida apostólica”, regida por los cánones 731-746 del código). En 1921, en Hong Kong, la primera Asamblea General discutió el nuevo reglamento y eligió el primer Superior junto con sus asistentes. La Sociedad se consagró además al Sagrado Corazón de Jesús.
Clero y Obispos autóctonos
La formación de un Episcopado local era el sueño de Monseñor François Pallu y hacía parte de las instrucciones dadas por Propaganda Fide en 1659, aunque el nombramiento de los Obispos estaba estrictamente reservado a Roma y se ponía como condición el conocimiento del latín y su uso en la liturgia.
En 1674 –a propuesta de Monseñor Pallu- se realizó el primer nombramiento de un Obispo autóctono, el dominico chino Gregorio Luo, elegido Vicario Apostólico de Nankin y administrador de Corea. Por humildad y realismo, el religioso esperó diez años antes de aceptar la consagración episcopal, que tuvo lugar el 8 de abril de 1685. En el S. XVII el chino Andrè Li, un misionero formado en el Colegio General de Siam, fue informado por un director de París, el Padre Kerhervé, que había sido elegido para el cargo de Vicario Apostólico de Se-tchoan, pero sin resultado.
En el siglo XVIII las injerencias coloniales hicieron todavía más complicado el nombramiento de los Obispos del lugar. La presencia de de los franceses en Indochina, cuna de las misiones provenientes de París, favorecía el comienzo de muchas obras socio-asistenciales, pero solo los Obispos franceses estarían en grado de asegurar un vínculo con las asociaciones benéficas europeas y por tanto, una gestión adecuada de los flujos financieros.
Mientras en 1919, la Carta Apostólica Maximum Illud de Benedicto XV ofrecía una nueva perspectiva de la Evangelización, desvinculando las misiones del colonialismo y poniendo en primer plano las Iglesias locales, Monseñor De Guébriant, Vicario Apostólico en China de las Misiones Extranjeras, apoyaba el nombramiento ya necesario de un cierto número de Obispos chinos. Finalmente, en 1926 seis Obispos, todos originarios de China, fueron consagrados por Pio XI con una ceremonia solemne. En 1930 otros dos Obispos fueron consagrados en Se-tchoan y nombrados Vicarios de dos territorios dirigidos hasta entonces por las Misiones Extranjeras. Así los Anales de las Sociedad comentaban el evento: “La jornada (…) quedará, para la historia de la Iglesia de Se-tchoan y de la Sociedad para las Misiones Extranjeras, como una fecha inolvidable. El grano sembrado y regado con el sudor y la sangre de tantas generaciones de sacerdotes viene ahora a florecer”. A la llegada de la República popular proclamada por Mao (1949) el episcopado francés de las Misiones Extranjeras dirigía todavía 14 diócesis, pero será rápidamente reemplazado por exponentes de la Asociación Patriótica.
En los otros países, los primeros nombramientos siguieron poco después de la consagración de los primeros Obispos chinos. Monseñor Nguyen Ba Tong fue consagrado en 1933 en Japón, cuyas diócesis estaban totalmente ocupadas por el episcopado de las Misiones. “Por primera vez, sobre un punto de nuestro territorio –comentan los Anales- el sueño que nuestra Sociedad se había propuesto siempre se ha hecho realidad”.
En los 40 primeros años del siglo XX se registra al mismo tiempo un crecimiento en el número de sacerdotes autóctonos en toda Asia, que pasa de 600 a 3,800. El fenómeno había comenzado lentamente en la mitad del siglo XIX.
La Sociedad para las Misiones Extranjeras ha realizado finalmente el sueño de sus fundadores, a varios siglos de distancia y con una historia de sacrificios y de éxitos a las espaldas, pero la situación política del continente está cambiando radicalmente. En la vigilia de la difusión del comunismo la Sociedad controlaba todavía 50 diócesis en 10 países y está comprometida en las actividades sociales con escuelas y orfanatos, y en diversas obras sanitarias. En pocos años, los misioneros serán expulsados o tendrán qua afrontar pruebas durísimas en los países que habían evangelizado con más intensidad: China, Birmania, Vietnam, Camboya, Laos. No faltarán los mártires, que llegan a ser 103.
La descolonización acelera la indigenización del clero y del episcopado en el norte de Vietnam, mientras que en el sur el proceso tiene lugar de manera más progresiva, acompañado en ambos casos de la permanencia de los misioneros en el territorio. En Camboya, en cambio, la Sociedad continúa hoy dirigiendo los últimos Vicariatos Apostólicos a causa del exterminio de la Jerarquía local en los años 70. En el 2000, Monseñor Susairaj Antonisamy, sacerdote indio formado en rue du Bac, se instaló como Prefecto Apostólico de Kompong Cham. Monseñor Antonisamy es una figura nueva que sella la internacionalización de la Sociedad verificada en los últimos veinte años.
Siguiendo el lema de la encíclica Redemptoris Missio
La presencia de los sacerdotes del MEP en contextos eclesiales ya evolucionados respecto al pasado, ha favorecido en los años 70-80 el interés de los jóvenes asiáticos por una vocación sacerdotal sobre el modelo de rue du Bac. Las peticiones han creado un fuerte debate interno por la diferente perspectiva de una vocación sacerdotal autóctona en clave misionera. A petición de la Sociedad, Propaganda Fide ha sugerido una continuidad fundamental con la historia del Instituto –tradicionalmente compuesto por clero francés y con una precisa identidad nacional- manteniendo al mismo tiempo como positiva la posibilidad de una sensibilización misionera para las Iglesias locales.
El debate ha pasado, por tanto, a la fórmula concreta que debe adoptarse: la incorporación al MEP de sacerdotes asiáticos, la asociación, el envío de sacerdotes Fidei donum por las Iglesias locales- en Europa no menos que en Francia- o la fundación de Sociedades Misioneras locales afiliadas a París.
A partir de 1986, se ha tomado la decisión de realizar una evolución por etapas hacia el cambio. En la Asamblea General de 1992 a las “opciones débiles” se prefirió un cambio más fuerte y rápido. El feedback misionero mostrado a las Iglesias particulares se ve como una “tendencia que muestra el valor y la actualidad de la vocación misionera, no solamente por la actividad misionera ad gentes según la propia tradición, sino también por la animación misionera tanto en las Iglesias de antigua cristiandad como en las más jóvenes”. En esta afirmación el dinamismo encauzado por las “jóvenes Iglesias” asiáticas habría representado solo un trazo del orden misionero. La Sociedad de hecho, habría conseguido la meta de una animación misionera en las Iglesias antiguas y en las más jóvenes, así como lo indica la Encíclica Redemptoris Missio (número 66).
Terminado el periodo de las fundaciones, la Sociedad afronta hoy el apostolado del servicio, como subraya el articulo 2 de las Constituciones: “al servicio de la misión con y en las Iglesias particulares”. El seminario parisino de rue de Bac, reorganizado como centro de acogida para seminaristas provenientes de Asia, es el eje del Instituto, que consta con 280 miembros euroasiáticos. Junto a los países tradicionales, dos nuevas misiones se han abierto en Madagascar (África) y en Nueva Caledonia (Oceanía).
Un nuevo apostolado en Europa se dirige a la acogida de los emigrantes y de los refugiados. Han sido creados además organismos que se ocupan de los enfermos del SIDA, de las madres en dificultad y de los impedidos. El Centro Pallu está destinado en cambio a la preparación cultural de profesionales y trabajadores que parten para Asia.
La dirección de dos agencias de información sobre las Iglesias de Asia, Èglises d’Asie e BEMOI, ofrece al panorama de los medios franceses una información segura y de calidad, a menudo utilizada también por los otros informadores. A esto se añade la difusión de programas de formación audiovisuales, la organización de conferencias, la dirección de una biblioteca asiática y la apertura al público de preciosos archivos de la Sociedad. Algunos miembros organizan viajes para dar a conocer la realidad de las Iglesias asiáticas y de las misiones.
El Voluntariado de Misiones Extranjeras ofrece además a los jóvenes católicos franceses la posibilidad de ir con los sacerdotes y ponerse al servicio de los misioneros durante un periodo de tiempo que va de unos meses hasta dos años. Gracias a la red de personas conocidas en el territorio, la Sociedad les busca un trabajo y los acompaña durante el periodo de su “stage”. El voluntariado se está revelando como una profunda escuela de vida para los jóvenes católicos.
El “Servicio Estudiante”
La asistencia al clero local continúa hoy a través de el “Servicio Estudiante”, pensado para poner al día la intuición originaria de los Obispos François Pallu y Lambert de la Motte acogiendo a los estudiantes asiáticos en el seminario de rue du Bac. El servicio es la evolución natural de la práctica de acogida desarrollada durante siglos por las Misiones Extranjeras, también gracias a cooperación con un cierto número de diócesis del continente. De este modo el MEP ha consolidado los vínculos históricos con las Iglesias de Asia, encontrando nuevos medios para continuar el servicio a la misión.
A partir de los años 90 se ha registrado un incremento en la llegada de sacerdotes estudiantes, pasando de 10 en 1995 a 63 en 1998 (provenientes de Vietnam, India, Corea, China, Birmania, Indonesia). La demanda ha aumentado hasta llegar a 100 estudiantes en el bienio 2005-2006.
En colaboración con el Instituto Católico de París, el servicio dirige un secretariado para el intercambio de información y la redacción de un dossier para cada estudiante, buscando coordinar las peticiones de estudio.
Un programa preciso de acogida ha sido puesto en práctica para cada estudiante. Un tutor favorece la inserción y el aprendizaje de la lengua francesa mientras el responsable del Servicio sigue el desarrollo de los estudios. Periódicamente se organizan retiros, reuniones para cada grupo lingüístico, peregrinaciones a Tierra Santa.
Entrevista al Padre Jean-Baptiste Etcharren, Superior General de la Sociedad para las Misiones Extranjeras de París
“La Sociedad para las Misiones Extranjeras de París, MEP expresa hoy su acción de gracias por todo lo que ha realizado en estos 350 años. Algunos frutos son mensurables (por ejemplo las diócesis establecidas, los sacerdotes formados, el desarrollo numérico de las Iglesias, el número de congregaciones religiosas, seminarios, lugares de culto), otros no lo son, como la fecundidad del don de sí mismo en el silencio o en la persecución. Un cierto número de sacerdotes de las Misiones Extranjeras han muerto mártires al lado de los cristianos y de los sacerdotes locales. La Iglesia ha canonizado ya a 23, muertos por su fe en China, Corea y Vietnam.
¿Qué significa celebrar 350 años de misiones en Asia?
“Significa ante todo hacer memoria, con reconocimiento, de todas las maravillas que el Señor ha realizado en Asia en tres siglos y medio, pero es también una invitación a participar hoy en el anuncio del Evangelio, en particular en Asia. En este año Jubilar, muchas diócesis de Francia nos han invitado a recordar con ellos a los misioneros enviados por sus comunidades en Asia. Las Misiones Extranjeras han contraído una deuda de gratitud ante la Iglesia de Francia, que ha donado un total de 4.300 sacerdotes. Hoy nosotros, reconociendo esta generosidad, pedimos que nos sea dado crédito de nuevo, una confianza renovada por parte de una Iglesia de la que conocemos las necesidades, pero con la que queremos continuar sirviendo al dinamismo misionero.
Hemos organizado una serie de iniciativas para el aniversario: una Misa solemne de acción de gracias en Notre-Dame de París el 8 de junio de 2008, el transporte de las reliquias de Santa Teresa del Niño Jesús (que siguió espiritualmente a un misionero del MEP, Adolphe Roulland) en la Capilla de las Misiones Extranjeras, una conferencia en el Instituto Católico de París, conciertos de música sacra, exposiciones en la sala de los Mártires, en la Cripta y en otros ambientes, donde el público ha podido conocer aspectos menos conocidos de nuestra actividad (los antiguos diccionarios y las Biblias en lenguas asiáticas, así como los objetos arqueológicos descubiertos por los misioneros). Además hemos inaugurado un jardín asiático en nuestro seminario de París, donde se puede admirar una variedad de plantas exóticas. Otras celebraciones han tenido lugar en Hong Kong, Penang y en Madagascar mientras para el 2009 están programas algunas en Bangkok, en el Seminario San Pedro de Bangalore (India) y en Vietnam”.
¿Cómo explica el éxito que ha tenido el MEP en Asia desde sus orígenes, a pesar de la precariedad de las comunicaciones con Europa, las persecuciones y las diferencias culturales?
“Precisamente por el hecho de que la Sociedad para las Misiones Extranjeras ha tenido la posibilidad de acoger y desarrollar una parte importante del dinamismo misionero de la Iglesia francesa. Si Francia ha podido donar los primeros Vicarios Apostólicos y ponerse después al servicio de la Iglesia Universal, lo debe a comunidades de cristianos fervientes no menos que a la generosidad de sus pastores. Desde el inicio de esta aventura los Obispos de Francia han estado en perfecta comunión con los grupos de fieles y de sacerdotes que buscaban organizarse para el envío de misioneros en Asia. Antes todavía de que Alexandre de Rhodes llegase a París en busca de candidatos, se había encontrado en Rouen con Monseñor De Maupas, Obispo de Puy, quien lo había acompañado con su carroza y seguidamente se habría puesto en marcha para recomendar el proyecto a los Superiores de la Compañía del Santísimo Sacramento. El Padre de Rhodes consideró este encuentro como un signo de la Providencia. Después de la recomendación de Monseñor De Maupas ante la Santa Sede, la Asamblea del Clero de Francia hizo todo para que el proyecto fuese aprobado. Desde entonces, la generosidad de la Iglesia francesa no será desmentida.
Una ayuda fundamental fue dada por la Congregación de Propaganda Fide, que en 1659 había redactado las Instrucciones a los Vicarios Apostólicos de los Reinos de Tonkin y Conchinchina, un texto de absoluta importancia que expresaba el papel central asumido por la Congregación para la actividad misionera de la Iglesia. Estas instrucciones inspiraron a su vez los Avisos a los Misioneros compuesto por los Vicarios Apostólicos como conclusión del primer Sínodo tenido en Ayuthaya, en Tailandia en 1665. El Santo Oficio los declaró “cumplimiento del espíritu apostólico” y Propaganda Fide los hizo imprimir a su costa. Seguidamente los Obispos de las Misiones Extranjeras han desarrollado siempre su apostolado con celo y fidelidad, prescindiendo de las dificultades o de los éxitos.
El puente creado por los primeros Vicarios Apostólicos del S. XVII ha llegado a ser hoy una realidad casi banal, por la frecuencia y la simplicidad de los viajes entre los dos continentes. En la mayor parte de Asia, la fe cristiana ha sido sometida a una dura prueba por las persecuciones, la injerencia de las naciones europeas, las guerras, los regímenes hostiles, sin contar las catástrofes naturales que ocurren también hoy. Pero este recorrido ha estado también rodeado por el testimonio de miles de mártires que, siguiendo el ejemplo de Cristo han sacrificado su vida y dado una prueba de su confianza en el amor del Padre.
Además debemos expresar nuestro agradecimiento por la acogida que los pueblos de Asia nos han dado. Si es verdad que el grano debe caer en tierra y morir para producir fruto, es también decisiva la calidad del terreno. Trescientos cincuenta años de vida misionera son también trescientos cincuenta años de amor recibido de los pueblos que nos han acogido. Ellos han plasmado nuestra personalidad y han dado un espíritu particular a toda la Sociedad. Por esto deseamos continuar viviendo y cooperando con estos pueblos, en sus Iglesias, en la comunión universal del anuncio del Evangelio”.
¿Qué servicios de cooperación ofrecen a las Iglesias locales?
“Desde casi 55 años estamos en Madagascar. Todo comenzó cuando algunos misioneros expulsados de China se dedicaron a las comunidades chinas que residían allí y hoy 9 miembros trabajan en cuatro diócesis diferentes. En Nueva Caledonia hay además algunos miembros expulsados de Vietnam en 1975. Desde 1992 hemos recibido la autorización de acoger en nuestra Sociedad a los seminaristas de Asia que reciben la aprobación de sus Obispos de origen. Ellos pueden elegir si ser miembros efectivos o solamente asociados por un tiempo determinado, pero nosotros privilegiamos la fundación de Sociedades Misioneras de las Iglesias locales. No obstante, cada año acogemos cerca de 120 sacerdotes estudiantes de Asia y de Madagascar que vienen a Francia para los estudios universitarios. Esta es hoy nuestra manera de participar en la formación de los sacerdotes diocesanos, permaneciendo así fieles a las prioridades que nos fueron asignadas en el momento de nuestra fundación. Actualmente tenemos en formación 15 seminaristas del MEP, enviados cada año de las diócesis de Francia. Además colaboran con nosotros cerca de 140 jóvenes voluntarios laicos, que después de una breve formación parten con nosotros en los distintos países de Asia y del Océano Índico”.

Puntuación: 5 / Votos: 97

Un pensamiento en “Sociedad para las Misiones Extranjeras de París

  1. Fondos para viajes Misioneros

    La Sociedad para las Misiones Extranjeras de París es una organización que ha desempeñado un papel crucial en la propagación del evangelio en diferentes partes del mundo. A través de este artículo, se exploran sus orígenes, objetivos y el impacto que ha tenido en la labor misionera global. Es evidente cómo su compromiso ha dejado una huella duradera en la historia del cristianismo y en la vida de las personas a las que han llegado. Gracias por compartir. Puede recaudar dinero para Viajes Misioneros en WhyDonate.

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