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Inmaculada Concepción y Medalla Milagrosa

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Inmaculada Concepcion

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Para los devotos y miembros de la Asociación de la Virgen de la Medalla Milagrosa, la Fiesta de la Inmaculada es como su fiesta propia, pues su nombre, origen y mensaje son los mismos. Anticipados en 28 años, ya que las apariciones de la Virgen de la Medalla Milagrosa fueron en 1830. Por eso, cuando las autoridades de Lourdes le preguntan a Santa Bernardette, quién es y cómo es la Señora que se le aparece, la vidente, que llevaba en su cuello la medalla, respondió con naturalidad: es como la Señora de la Medalla Milagrosa. Digamos que la Virgen se apareció en Lourdes simplemente para ratificar lo que había dicho a Catalina Labouré en París, 1830; y para agradecer lo que la iglesia había hecho 4 años antes (1954), al proclamar el dogma de la Inmaculada Concepción.
La Inmaculada Concepción es mucho más que un mero privilegio de María, un dogma o una devoción, la más entrañable del Pueblo de Dios, que siempre llamó Purísima a María: ¡Ave María Purísima! Como hecho de fe, la Inmaculada Concepción de María tiene que ver y mucho con su misterio de Madre de Dios (Theotocos). Sencillamente, Dios la exoneró del pecado original haciéndola inmaculada desde su concepción, porque la había escogido para ser la Madre de su Hijo. Este honor exigía el otro. Como hecho biológico, la Inmaculada Concepción tiene que ver y mucho con la defensa de la vida humana desde el primer instante de su concepción. En efecto, porque Ella fue mujer e inmaculada desde el instante mismo de la Concepción, la iglesia defiende que la vida humana lo es ya en el primer instante de su concepción; y no un par de días o de semanas o de meses después. Es por ello que se opone a toda clase de abortos.
Como hecho histórico y eclesial, la Inmaculada Concepción tiene que ver y mucho con los milagros que hicieron que su medalla fuera llamada Medalla Milagrosa. En efecto, fue como prueba de que lo que decía era cierto, que derramó gracias y favores a manos llenas, verdaderos milagros de toda clase y de conversiones como las sonadas del obispo Domingo Dufor de Prat (París, 1837) y del judío Alfonso Ratisbona (Roma, 1842). Cuando se analiza cómo el Papa Beato Pío IX llegó a proclamar el Dogma de la Inmaculada Concepción (1854), aparecen con claridad estas dos cosas:
1. que la Virgen Madre decidió intervenir personal y terminantemente para zanjar discusiones y ser definitivamente reconocida por la Iglesia como La Inmaculada; y
2. que escogió para hacerlo la difusión de la Medalla que mandó acuñar a Santa Catalina, pidiendo que todos la llevaran consigo y la invocaran con confianza como la “sin pecado concebida”.
Se sabe que, hacia 1830, había en la Iglesia una corriente, llamada “maculista”, minoritaria, pero fuerte, que se oponía a la promulgación del dogma. Esta corriente sostenía que ningún ser humano, a excepción de Jesucristo (que es también Dios), podía ser exonerada de la ley universal del pecado original… Fue cuando la Santísima Virgen escogió aparecerse a Santa Catalina Labouré (París, 1830), para decir a “los maculistas” y a todo el mundo, que ella había sido “concebida sin pecado”… Hoy todos los historiadores reconocen la decisiva influencia que tuvo la Medalla Milagrosa en la Proclamación del Dogma de la Inmaculada Concepción de María.

Primer domingo de Adviento

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Adviento

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Que Jesús está por venir, es con mucho la cosa más importante que nos dice el evangelio de hoy (Mt 24, 37-44), lo que, además, nos llena de alegría y anima nuestra esperanza. Jesús está por venir de tres formas distintas, y espera de nosotros que, para cualquiera de ellas, estemos vigilantes y que nos preparemos debidamente. Sólo así su llegada será para nosotros un encuentro feliz y una fuente de bendiciones. Llega ante todo en la Navidad, ya a menos de un mes y para cuya llegada empezamos a prepararnos desde hoy, inicio del Adviento. Llega en los grandes y los pequeños acontecimiento de la vida. Grandes como cuando sobrevino el Diluvio, en tiempos de Noé, que el mismo Jesús menciona (Mt 24, 37); o pequeños y de cada día, como cuando se nos cruza un pobre en el camino, que representa a Jesús. Y llegará al final de los tiempos, cuando se haga presente como Señor de vivos y muertos…
A veces y por el modo escatológico en que Jesús se expresa, como en el evangelio de hoy, algunos se alarman y se amedrantan. Ciertamente no sabemos la fecha en que ha de llegar ni ha querido revelárnosla, pero sí sabemos que ha de venir. Y que por lo tanto debemos estar vigilantes. Que no nos pase como en la primera Navidad, cuando vino por vez primera. Vino como un amable y divino niño, pero ni los suyos se dieron cuenta y no lo recibieron (Jn 1, 11). Sabemos que Jesús no quiere asustarnos ni sorprendernos, sólo que estemos sobreaviso y en espera activa. Como el administrador solícito y fiel, que cierra el capítulo (Lc 24, 45-47): su Señor lo pondrá al frente de todo lo que tiene.
Más aún, le servirá Él mismo, si sabe olvidarse de sí por los demás y si sabe hacer de su vida un servicio a Dios y al prójimo (Jn 12, 25-26). La pequeña gran parábola del grano de trigo que muere, es muy aleccionadora en relación con lo que Jesús quiere decirnos. Aunque no lo parezca, ese grano de trigo es cada uno de nosotros, que va germinando y creciendo, hasta que cae en tierra (figura de la muerte). Entonces rompe, brota un tallo y da una espiga, con abundante trigo nuevo o… sin grano (Jn 12, 24). En la vida actuamos muchas veces como si a Dios le diera igual lo bueno que lo malo, como si Él nunca hubiera de venir… La gente come, bebe y se casa… Dos hombres estarán trabajando en el campo o dos mujeres moliendo… Pero el destino de la gente y de las personas, que Jesús pone como ejemplo, será muy distinto. Llegó el diluvió y se los llevó a todos (menos a Noé y su gente) y, en el caso de las personas, una será llevada (a la gloria) y la otra dejada (en la muerte).
La venida de Jesús y el tiempo de Adviento que iniciamos, es una invitación a vivir en la esperanza y a transmitir signos de esperanza. Es decir, a ilusionarnos por algo grande, a tener confianza en conseguirlo, a actuar con firmeza y constancia…, que son los componentes principales de la esperanza. Con Jesús que viene podemos construir un mundo mejor para todos.
AusangatePastor entre pastores
Por Richard Webb- Diario El Comercio
El sacerdote jesuita José María García escribió Ausangate. En el libro comparte su vida de labor pastoral entre las comunidades de Quispicanchis, en Cusco. La narración descubre las costumbres y creencias de un mundo exótico para el citadino.
Impresiona la precariedad de la vida que describe. Una mujer da a luz anticipadamente, en las alturas. El padre envuelve al bebe, sin ropa y sangriento, en un poncho, y camina llevándolo dos horas al pueblo. Pero al llegar ya no hay nadie en la posta. Busca al párroco, pero éste ha salido. Finalmente consigue carro y lo llevan a Cusco, donde el bebe muere al llegar, de frío y hambre. Era el día de Navidad.
La inseguridad es grande, en parte por los abigeos, pero también por la crueldad del mundo oficial. El robo es constante, nadie los defiende, y cuando ellos mismos lo hacen, son castigados. Un día atrapan in fraganti a ladrones de ganado. La comunidad los enjuicia y ejecuta en el acto. Por ese hecho, la comunidad entera es acusada, y cumple la condena solidariamente, haciendo turnos en la cárcel. Otra vez un ladrón se lleva ocho lienzos de la iglesia, el tesoro venerado de la comunidad. Cuando reportan el incidente a las autoridades terminan ellos mismos acusados y arrestados. Pasan tres años entre cárcel y juicios que llegan hasta la Corte Suprema, con un costo inmenso para sus extenuadas vidas. Es la época del Gobierno Revolucionario de Velasco.
Al aislamiento se suma la pobreza y el frío. El autor se impresiona con una comunidad de pastores, más remota que otras, donde cuesta tres horas caminar de un extremo al otro. Quizás la pobreza del lugar los protegió de las haciendas, y el autor sospecha que esa independencia explicaría la personalidad abierta y confiada de la gente. “Cuando conversan te miran a los ojos, y no como en otros lugares, que cuando hablan miran al suelo o mueven la cabeza por todos lados”. Otra comunidad sí es ex-hacienda, pero el aislamiento extremo ha producido un fuerte individualismo. Los funcionarios de la reforma agraria los presionan para convertirse en comunidad registrada o en cooperativa, pero el autor es testigo de cómo logran evadir la presión con mañosas maniobras.
Hacia el final del relato, el autor destaca los cambios ocurridos desde su llegada en los años setenta. En 1996 observa cómo la gente ya no camina, por la abundancia de carros y caminos, a pesar de un viejo catequista de su parroquia que convencía a la comunidad para oponerse a la carretera, pues traería a ladrones y a las malas costumbres. El personal de la posta médica, que casi nunca llegaba, hoy visita y vacuna, y todos tienen luz y teléfono. Asistiendo a una fiesta, donde cantan “hapy verdi”, advierte que es como estar en Comas o Miraflores, que los mundos se han acercado, y pregunta, ¿será algo bueno o malo?
Pero el testimonio del autor es más reflexión que reportaje. Cada día su vida es una lucha para comprender y para acercarse a un mundo desconocido. Al final, lo que va descubriendo es más la esencial hermandad humana que las circunstanciales diferencias en las formas de vida.
Bolivia CAM5Mensaje final del IV Congreso Americano Misionero (CAM4-COMLA)
Bendito sea Dios, Padre amoroso y misericordioso, que ha salido de sí mismo a comunicarse a los seres humanos y quiere que todos los hombres se salven y lleguen al conocimiento de la verdad (Cf. 1 Tm 2,4) y que ha creado al ser humano con un anhelo último de conocer esta verdad y llegar a la plenitud de su vida (Cf. Ad Gentes 8).
Gracias, Padre de todos los pueblos por reunir los diversos países y culturas que componen nuestra América en este IV Congreso Americano Misionero realizado en Maracaibo del 26 al 30 de noviembre de 2013. El lema ha sido: “América Misionera comparte tu fe” y el tema “Discípulos Misioneros de Jesucristo desde América en un mundo secularizado y pluricultural”. Culturas indígenas, campesinas, afroamericanas, urbanas, suburbanas, mestizas y migrantes se congregaron para compartir experiencias y diseñar caminos de evangelización inculturada e intercultural. 
Alabado sea Jesucristo, Hijo de Dios hecho hombre, enviado del Padre, que anunció el Reino de Dios con palabras y gestos y que, una vez resucitado, envió a sus discípulos a continuar su misión. Él nos sigue enviando a todos –ordenados y laicos, consagrados y familias, niños, jóvenes y adultos- a anunciar la Buena Noticia de su Reino de hermandad y justicia y a hacer discípulos de todos los pueblos.
Glorificado sea el Espíritu Santo enviado por Jesús. Él, protagonista de la Evangelización, nos impulsa a continuar con valentía y creatividad la misión de Jesús en diversos tiempos, situaciones y culturas.
Damos gracias a Dios Padre, Hijo y Espíritu Santo por estos días de convivencia, reflexión, oración y propuestas de acción para y desde las iglesias particulares de nuestra América. Cinco Ponencias, 22 Foros, celebraciones litúrgicas y diversos testimonios misioneros constituyeron un nuevo impulso para continuar avanzando en nuestra tarea evangelizadora hacia dentro (Inter Gentes) y hacia afuera (Ad gentes). Los foros se organizaron alrededor de cinco ejes temáticos: Discipulado, Conversión, Secularización, Pluriculturalidad y Misión Ad Gentes.
Bendito seas por el Santo Padre Francisco, primer papa latinoamericano, quien nos ha enviado un cálido mensaje en el que se alegra por la trascendencia de un Congreso que contribuirá a dar un nuevo impulso a la Misión Continental promovida por Aparecida. Bendecimos al Señor por la Exhortación Apostólica Evangelii Gaudium (La alegría del Evangelio) en la que el papa nos invita a iniciar una nueva etapa evangelizadora marcada por la alegría que nace y renace del encuentro con Jesús.
Gracias Señor por la presencia del Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los pueblos y Delegado extraordinario del Santo Padre. Él hizo presente entre nosotros la persona del papa Francisco y su nuevo estilo de Iglesia recordándonos que la Misión Ad Gentes es tarea de toda la Iglesia. 
Enséñanos Señor a mirar este mundo cambiante, plural y complejo con esperanza y amor, con profundidad y profetismo. Ayúdanos a encontrar en la Palabra de Dios, centro de la vida y de la misión de la Iglesia, respuesta a un mundo individualista que parece vivir sin sentido. Jesús es Palabra de Dios encarnada. La Palabra de Dios es una Palabra informativa y performativa que comunica un proyecto de valores revelado en Jesús y de manera eficaz y poderosa nos hace ver con los ojos de Jesús y nos capacita para transformar el mundo.
Haz Señor que nos percatemos que la misión hace la Iglesia, que ella es un desafío teológico-espiritual y que ella se origina en las entrañas de la comunidad trinitaria que, por amor, sale de sí misma a relacionarse con la humanidad. La fe en la encarnación implica entrar en las culturas. La fe en la resurrección lleva a evangelizar desde adentro a las culturas. Pentecostés hace posible el encuentro igualitario y enriquecedor de diversas culturas. Haz que nuestras iglesias vivan una comunión al servicio de la misión y sean misioneras, proféticas y liberadoras. Que la Iglesia que peregrina en América sea una Iglesia que se ponga en camino, una Iglesia dialogal, que opte por los pobres, testimonial y en permanente conversión de personas y estructuras. En esta Iglesia misionera la vida religiosa consagrada se concibe como una misión mística, simbólica y profética. Ella es misionera Ad Gentes por naturaleza (Ad Gentes 2)
Espíritu de Jesús danos valentía y creatividad para realizar en nuestras comunidades las orientaciones pastorales asumidas en este Congreso Americano Misionero:
A nivel de discipulado misionero: nos proponemos agradecer y expresar lo mejor que nos pudo acontecer en la vida, el haber encontrado a Jesucristo haciéndonos discípulos misioneros y renovando el compromiso y el gozo de hacerlo conocer.
A nivel de Conversión: Conversión eclesial a todos los niveles, desde la escucha de la Palabra que nos lleve a una comunión eclesial que promueva una pastoral profética que denuncie la injusticia;
A nivel de Secularización: desarrollar un cambio de actitud y mentalidad en todas las estructuras humanas; una nueva mirada de las relaciones: evangelización con rostro humano, incluyendo diálogo y respeto con los gobernantes y sociedades para abogar e incidir por el desarrollo humano, por el campo y la ciudad en todo el ámbito de la vida política, económica, social, cultural y ecológica. Priorizando la formación en todas las estructuras eclesiales y sociales para emprender ese espíritu del nuevo misionar. 
A nivel de Pluriculturalidad: Promover la interculturalidad a través de un acercamiento respetuoso a la diversidad, que iluminada con el evangelio nos lleve a promover acciones pastorales liberadoras, descolonizadoras, con enfoque de derecho y pertinencia cultural, revitalizando mediante la liturgia inculturada la formación de agentes pastorales y el compromiso apostólico con la realidad social, política, económica y cultural el anuncio del evangelio en comunidades excluidas, empobrecidas y marginadas. Para que nuestros pueblos indígenas, afros y culturalmente emergentes tengan vida y vida en abundancia.
A nivel de Misión Ad Gentes: las Conferencias Episcopales en el trascurso de 5 años asuman un lugar de Misión y envíen religiosas, religiosos, sacerdotes y laicos. Para ello deben promover la formación sobre la Misión universal para todos los corresponsables pastorales, a través de itinerarios de formación. Esto también requerirá la creación de estructuras económicas que permitan enviar y recibir misioneros.
Que la Virgen de Guadalupe, San Juan Diego, Santa Teresita del Niño Jesús, San Francisco Javier iluminen la nueva etapa evangelizadora a la que nos invita el Papa Francisco: América Misionera, comparte tu fe.
Congregación para la Educación Católica

Por Andrea Tornielli- Vatican Insider 
Procede poco a poco el cambio en la Curia romana. Ayer, Francisco confirmó en su puesto al Prefecto de la Congregación para la Educación Católica, el polaco Zenon Grocholewski, y a su secretario, monseñor Angelo Vincenzo Zani.
Al mismo tiempo, el Papa nombró nuevos miembros en el dicasterio: son los cardenales Béchara Boutros Raï, patriarca de Antioquía de los maronitas, Odilo Pedro Scherer, arzobispo de São Paulo; John Njue, arzobispo de Nairobi; Timothy Michael Dolan, arzobispo de Nueva York; John Tong Hon, obispo de Hong Kong; Luis Antonio G. Tagle, arzobispo de Manila; Kurt Koch, Presidente del Pontificio Consejo para la Promoción de la Unidad de los Cristianos. Además fueron nombrados los arzobispos Beniamino Stella, Prefecto de la Congregación para el Clero; Ricardo Ezzati Andrello, arzobispo de Santiago de Chile; Marek Jędraszewski, arzobispo de Łódź; y Jorge Carlos Patrón Wong, secretario para los Seminarios de la Congregación para el Clero.
Francisco también confirmó como miembros del dicasterio que se encarga de las universidades católicas a los cardenales Antonio María Rouco Varela (Madrid), Christoph Schönborn (Viena), Audrys Juozas Bačkis (emérito de Vilnius), Óscar Andrés Rodríguez Maradiaga (Tegucigalpa), José da Cruz Policarpo (emérito di Lisboa), Peter Kodwo Appiah Turkson (Presidente de Justicia y Paz), Josip Bozanić (Zagreb), Péter Erdő (Budapest), Marc Ouellet (Prefecto de los Obispos), Jean-Pierre Ricard (Bordeaux), Oswald Gracias (Mumbai), Laurent Monsengwo Pasinya (Kinshasa), Reinhard Marx (Mónaco de Baviera), Thomas Christopher Collins (Toronto), Willem Jacobus Eijk (Utrecht), Leonardo Sandri (Prefecto para las Iglesias Orientales), Gianfranco Ravasi (Presidente del Pontificio Consejo de la Cultura), Fernando Filoni (Prefecto de “Propaganda Fide”), João Braz de Aviz (Prefecto de los religiosos), Edwin Frederick O’Brien (de la Orden del Santo Sepulcro). Además, también fueron confirmados los obispos Alfredo Horacio Zecca (Tucumán), Gerhard Ludwig Müller (Prefecto de la doctrina de la fe), Charles Morerod (Losanna).
Esto es lo que indica el comunicado de la Sala de Prensa de la Santa Sede. Al revisar la composición de los miembros del dicasterio antes de estos nombramientos, se ve que salieron por motivos de edad los cardenales Godfried Danneels (emérito de Bruselas), Juan Sandoval Íñiguez (emérito de Guadalajara) y Raffaele Farina (Bibliotecario emérito). Otro de los no confirmados fue el cardenal Dionigi Tettamanzi, emérito de Milán, que cumplirá ochenta años en marzo del año próximo.
También salieron los cardenales Mauro Piacenza (que pasó a la Penitenciaría), William Joseph Levada (Prefecto emérito de la doctrina), Rainer Maria Woelki (Berlín), Giuseppe Betori (Florencia) y Stanislaw Dziwisz (Cracovia).
Al ojear la lista, se ve que dejaron el conjunto de los miembros del dicasterio cuatro italianos (Farina, Tettamanzi, Betori y Piacenza) y que solo entró uno, monseñor Stella. En cambio, los alemanes pasaron de dos a uno. Y se confirma la presencia internacional.
Iglesia Católica en China
Por Llorenç AlcinaRoselló
Para presentar su realidad sintéticamente, conviene recordar su historia. La Iglesia comienza su presencia con las misiones cristianas; es una realidad a partir de 618, por tanto en el primer milenio. La capital del imperio chino estaba entonces en la actual ciudad de Xian, desde donde se extendía la influencia cultural china. El modelo estático y central de entonces, se ha perpetuado hasta el siglo XXI, en la centralidad política.
¿De dónde procedían los misioneros? De la Iglesia de Persia, que nunca estuvo dentro de los límites del Imperio Romano, pues el Imperio Persa era poderoso y no permitía a los obispos relacionarse con Roma ni acudir a los Concilios. Pero esta Iglesia tuvo enorme expansión en Asia, desde la India a China y otros lugares, tal vez 300 diócesis. Que tantos quedaron destrozadas por los musulmanes. Sabemos que el año 635 un monje persa, Aloben, presentó al Emperador Taizong, la Biblia, que fue estudiada por sus sabios, después de ser traducida, dando el imperial decreto a la llamada “Religión Luminosa”, para que tuviera libertad de acción en China. Aloben fue el primer Obispo de esta Iglesia China naciente. Los iconos se dieron a conocer junto a la Biblia. Se construyó un monasterio en la capital, desde donde irradiaría la misión.
Más aún, uno de los testimonios que quedan de esta etapa, es la estela en piedra, erigida en el año 781, con el Credo en Chino. Fue obra del sacerdote Jungjing. Se guarda cuidadosamente en un museo. Estos cristianos, en Occidente eran llamados nestorianos, por haber acogido al Patriarca Nestorio de Constantinopla, al ser depuesto por el Concilio de Efeso, aunque no ocupó cargo alguno, pero influyó su teología. La “estela de Xian”, así llamada, es una referencia cristiana hasta nuestros días. Estos cristianos estuvieron presentes en diversos lugares, pero las prohibiciones, con cambios imperiales se sucedieron, con todo persistieron y a la llegada del franciscano menor, ya en Pekín, nueva capital imperial, Juan de Montecorvino, enviado por el Papa Nicolás IV. franciscano, con un grupo de misioneros, para establecer relaciones con el Emperador, y así poder evangelizar, pudo encontrarse con grupos diversos de cristianos nestorianos, que con frecuencia entraron en la Iglesia Católica. Montecorvino salió hacia la India en 1289, tardó seis años en llegar a Pekín. Llevó cartas para el Emperador, pero también, era ya un gesto ecuménico de entonces, con una carta para el Patriarca de la Iglesia Persa, Mar Yahballaha, pidiendo protección para los franciscanos. En 1306 Montecorvino, escribe al Papa indicando que ya ha bautizado miles de chinos, traducido el Nuevo Testamento y la Liturgia al chino, lengua que con audacia usa. Tiene ya templos construidos y pide un grupo numeroso de misioneros. También traducirá el Antiguo Testamento. Entre los misioneros siete franciscanos han sido ordenados obispos, y ellos ordenarán a Montecorvino, como nuevo Arzobispo de Pekín, el primero. Era hacia 1308, y es el Papa Clemente V, quien lanza esta misión renovada. El sucesor de Montecorvino, será en 1342, Juan Marignolli. Acaba el siglo con una gran persecución. Cuando comience la segunda etapa del cristianismo en China, con la llega de los jesuitas y en especial del Padre Mateo Ricci, figura excepcional por su cultura, por medio de la cual penetrará, no sin enormes dificultades, en los círculos intelectuales de la corte imperial en Pekín, desde 1601.
Mateo Ricci había encontrado en algunas regiones por las que pasó, comunidades cristianas de las bautizadas por Juan de Montecorvino, que se transmitieron la fe. Ahora Ricci y sus compañeros iniciarán un nuevo tipo de misión desde la cultura, tan apreciada por la corte imperial, y todo lo que Ricci aporta, desde las matemáticas, astronomía, etc. Se le permitirá tener una capilla y residencia propia, en pocos años tendrá ya una comunidad de 300 bautizados, algunos funcionarios imperiales.
Al mismo tiempo, por autorizaciones en parte obtenidas por Ricci, otras órdenes han entrado en China: dominicos, franciscanos y agustinos, especialmente. Pero no tienen la óptica de diálogo fe y cultura de Ricci, predicando directamente, y a veces sin valorar la cultura milenaria de la China.
Un primer mártir, será el dominico castellano San Francisco Fernández de Capillas, dominico decapitado en 1648, tras larga prisión; será el primero de una enorme lista que llega hasta nuestros días. Juan Pablo II, canonizó a 120 de ellos, muchos laicos y hasta familias con hijos.
Esta etapa iniciada por el Siervo de Dios Mateo Ricci, de quien hace poco tiempo se ha inaugurado, por parte del Estado Chino, un museo sobre su vida, escritos, objetos personales, etc., y que su sepulcro ha sido celosamente guardado junto a la Universidad de Pekín, con otros jesuitas, es el símbolo de estos largos siglos para anunciar a Jesucristo; darán fruto y lo dan en la clandestinidad o en las comunidades católicas que optan por registrarse, por ello las llaman “Iglesia Oficial”, aunque Benedicto XVI, en su carta orientadora del catolicismo chino de 2007, indica que hay una sóla Iglesia, y que se debe tender a un testimonio público común, aunque ello lleve consigo enormes dificultades, por el deseo impositivo del gobierno comunista de controlar todo hecho religioso, y más cuando el catolicismo tiene una base universal, presidida por el Obispo de Roma.
Una tercera etapa, sería la de los siglos XIX y XX, unidos por el esfuerzo de inculturizar la Iglesia; petición urgida por el Papa Benedicto XV en 1919, encontrado su realización en el primer Concilio Nacional de la Iglesia en China en 1924, en Shangai, bajo el impulso del delegado apostólico Monseñor Constantini, que como pocos comprendió a los chinos, y la consagración por Pío XI de los primeros seis obispos chinos, con la excepción de uno ordenado en 1685, el Obispo Luo Wenzao. En 1674, el Papa Clemente X, lo había nombrado administrador apostólico de Nankín y un inmenso territorio; pero los portugueses que desde 1557 desde Maccao intentaban controlar a la Iglesia China, evitaron otras ordenaciones episcopales.
Pero el siglo XIX fue desastroso para la Iglesia, por las dominaciones de zonas chinas por parte de Inglaterra, Francia y Alemania, especialmente. A los católicos se les vería como sujetos a estas potencias europeas, a pesar que eran víctimas de las mismas. Comenzando el siglo XX, hay un resurgir que con la caída del Imperio y la instauración de la República de China en 1912, todo comenzará a moverse en una dirección de recuperar el sentido de la nacionalidad china. Los jesuitas abrirán algunas universidades y la misma Iglesia China también. El Padre Paúl Lebbe, belga, lanza el programa de total inmersión china, desde 1920. Una vitalidad para ser “Iglesia China para los chinos”, rehace el conjunto, y el Papa Pío XII en 1939, cambia la estructura de la Iglesia, constituida por misiones dependientes de diversas órdenes y congregaciones religiosas y los vicariatos apostólicos, dependiendo directamente de la Santa Sede, formando la estructura eclesial china con cerca de 150 archidiócesis y diócesis y colocando en Pekín, al primer Cardenal chino el Arzobispo Tien, obispo en un vicariato apostólico; pertenecía a la Sociedad del Verbo Divino, gran evangelizadora de muchas diócesis actuales.
Pero el triunfo en 1949 del general Mao Zedong, llevó a la Iglesia a ver expulsados todos los misioneros de muchos países, incautadas sus instituciones, encarcelados obispos, sacerdotes y fieles chinos, haciéndose un general silencio de muerte y martirio. El Obispo de Shangai, Kong Ping Miei, será el símbolo de tanto terror; pasará 30 años en la cárcel, será el primer cardenal nombrado por el Papa Juan Pablo II, pero “in pectore”, en secreto, hasta que doce años después pudo hacerse público, al ser liberado, ya muy anciano. Su figura es la referencia a la represión permanente de la Iglesia en China, pero que Pablo VI, al celebrar la Eucaristía en Hong-kong, entonces colonia inglesa, la alentó con vigor a no tener miedo, pues sus mártires la sostienen y la Palabra de Dios también. Precisamente el 29 de este septiembre de 2012, será beatificado el franciscano Padre Allegra, que fundó en el mismo Hong-kong el Instituto Bíblico Franciscano, y que bajo su dirección consiguió la traducción total de la Biblia al Chino, y es la difundida actualmente en toda China. El Padre Allegra falleció en 1976, y como su lejano hermano en San Francisco el arzobispo Montecorvino de Pekín, completa un recorrido al servicio del pueblo Chino, pues Montecorvino, tradujo los textos bíblicos, con menos ayuda que ahora.
Todo lleva a esperar que María Auxiliadora, en su fiesta anual del 24 de mayo, que Benedicto XVI ha declarado día universal de oración por la Iglesia en China, posibilitará que el control, encarcelamiento y malos tratos de los católicos se terminen, para poder evangelizar con brío esperanzado.

Rey del Universo

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Cristo Rey

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Jesucristo es Rey -(y sacerdote y profeta, roles que desde el bautismo también compartimos nosotros)- y su fiesta la celebramos hoy, último domingo del año litúrgico 2013. Puesta intencionalmente por la iglesia entre un año que termina y otro que comienza, la Fiesta de Cristo Rey quiere significar que es el centro de la historia: todo va a Él y todo viene de Él. Él purifica y valida el año 2013, que se va, y bendice y hará fructificar el 2014, que se viene. Cristo Rey se presenta así como el Señor del Tiempo, el Alfa y la Omega. Le acompaña, por voluntad suya, su querida madre María, a quien Jesús coronó como Reina y Señora del Universo. Es lo que celebramos en nuestra parroquia, que en su fiesta aniversario, festeja a Cristo Rey y a María Reina, bajo su advocación de Virgen de la Medalla Milagrosa.
La imagen y figura de Cristo Rey ha originado en la historia diferentes reacciones, y las seguirá originando. Está, ante todo, la que nos presenta el evangelio de hoy (Lc 23, 35-43), de indiferencia, burla, provocación e insulto. Jesús guarda silencio, porque no saben lo que hacen. Significativamente hablará sólo cuando el buen ladrón Dimas le pida que se acuerde de él en su reino: hoy estarás conmigo en el paraíso, le responde. Otra reacción extrema, aunque contraria, es la que convierte a Cristo Rey en grito de guerra, cuando la falta de libertad religiosa y la violencia se hacen persecución contra los cristianos. “¡Viva Cristo Rey!” fue, no hace mucho, el santo y seña y el grito de guerra de los cristeros (Guerra Cristera  o Cristiada, México,19261929). Digamos que la reacción correcta es la que celebra a Cristo Rey por la clase de Rey que fue y es y por la clase de Reino y de Reinado que llevó y lleva a cabo.
Él se sabía Rey  -por derecho, conquista y descendencia davídica-  y así lo dijo (Jn 18,37) y así fue escrito en el INRI de la cruz pese a todo y a todos (Jn 19, 19-22).  Le costó la vida ir a contracorriente y hacer entender que un rey y aún más el Rey esperado y ungido (el Mesías), había venido a este mundo a servir y no a ser servido, y que tenía que ser humilde, afable y amigo de los pobres. De un rey tan humano (Hijo del Hombre, ser humano, se llamaba Él), ¿qué clase de reino y de reinado podía esperarse? La iglesia es quien mejor lo ha entendido y descrito: un reino de la verdad y la vida, de la santidad y la gracia, de la justicia, el amor y la paz. Más no se puede decir en tan poco. Pero sí completar con lo que dice en otro Prefacio de la Misa: un pueblo nuevo, cuya forma de estado es la libertad y cuya ley es el precepto del amor
Lo grande y maravilloso para nosotros es que, desde el bautismo, somos reyes con el Rey y reyes en su Reino, no sólo servidores y ciudadanos. Y tenemos una misión concreta y envidiable: la de hacerle reinar en este mundo instaurando en Cristo todas las cosas  (leyes, estructuras, trabajos, hombres y mujeres, gozos y esperanzas…), para que Él reine efectivamente en todo. El Reino de Dios ya es, pero todavía no. Por eso pedimos que venga a nosotros Su Reino y trabajamos por hacer realidad aquí abajo lo que allí ya es: comunión en el amor, paz y libertad, dicha y gloria para siempre. La tarea es de todos, pero especialmente de los laicos a quienes corresponde vivir, trabajar y santificarse  en el mundo.

Año de la fe

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Fe

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Estamos a dos semanas del final del Año Litúrgico (el 1º.12 será el 1º domingo de Adviento) y la Palabra de Dios (Lc 21, 5-19), nos hace ver ese final como el término de todo, cuando habrá destrucción, guerra y muerte. Un final apocalíptico. Aunque yendo a la intención de Jesús y leyendo entrelíneas no lo parezca tanto, pues nos abre a la esperanza, a Jesucristo Juez de vivos y muertos, y a un mundo nuevo, inédito y maravilloso, regalo de Dios para los suyos. Lo que en definitiva cuenta no es lo que está pasando sino lo que se nos viene. Como en el final del año civil en el que lo que cuenta no es el año viejo que termina sino el año nuevo que llega, lleno de expectativas.
La destrucción del templo de Jerusalem, que Jesús profetiza, les cayó a los apóstoles como un rayo. Era la más increíble noticia que podían imaginar y escuchar. No sólo porque el templo era considerado como una de las 7 maravillas del mundo antiguo sino también y sobre todo, porque era el alma de su historia y la sede de su Dios. Destruir el templo era dejarlos sin piso, era destruirlo todo, incluido el mundo, pues los judíos no concebían el mundo sin su templo. Por eso, a la destrucción del templo, anunciada por Jesús, ellos añadieron por su cuenta que era inminente el final del mundo. La profecía de Jesús sobre la destrucción del templo se cumplió 40 años después, el 9 de agosto del 70 dC., cuando los soldados romanos lo incendiaron y destruyeron la ciudad. Recuerden que una de las acusaciones contra Jesús en su juicio fue la de que había dicho que  iba a destruir el templo (Mc 14,58).
El final del mundo y las señales que lo precederán, la vuelta de Jesús y el juicio final, etc. son, en lo humano, como un psicosocial que inquieta a todos, en especial cuando se dan situaciones críticas. Fue así en tiempos de la primera comunidad cristiana. Y lo es en cualquier momento, cuando a algún falso profeta se le ocurre anunciarlo. Recuerden cuánto se habló del fin del mundo en el año 2012, no obstante lo dicho por Jesús (Mt 24,36). Todo esto pertenece al género literario apocalíptico-escatológico  -a la futurología, decimos hoy-, y hay que entenderlo desde su cabalística. Lo que a nosotros nos interesa es ver todo eso como señal y aviso, por ejemplo, de que aún lo más bello y consistente es pasajero. De que no hay que dejarse engañar por las apariencias ni por las personas. De que una especial providencia cuida de los que son de Jesús. De que hay que vivir siempre en vigilante espera, seguros de que con nuestra constancia salvaremos nuestras vidas.
A mi entender hay unos versos de Santa Teresa de Jesús que de modo maravilloso resumen y refuerzan todo lo dicho. Sobre todo que brotan de la experiencia de una mujer, andariega y mística, que supo vivir en el mundo sin ser del mundo, como pide el Señor (Jn 17, 11. 16). Vale la pena memorizar estos versos y rezarlos. Dicen así: Nada te turbe, / nada te espante, / todo se pasa, / Dios no se muda;/ la paciencia todo lo alcanza;/ quien a Dios tiene / nada le falta / Sólo Dios basta”.
PREPARÁNDONOS PARA LA FIESTA DE LA MILAGROSA
La cercanía de la Fiesta Patronal de la Parroquia, nos invita a prepararnos para que el acontecimiento no nos tome de sorpresa sino que se convierta en una bendición. Vengan a este altar, dijo la Virgen a su vidente Santa Catalina, y recibirán toda clase de gracias. Este lapso hasta el 27, es un buen tiempo para ir acercándonos al altar del Señor. Para conocer, amar, imitar y comprometernos con la Santísima Virgen María, y para ponernos con ella al servicio de Jesús y del prójimo. Como en las Bodas de Cana, pero ahora dirigiéndose a nosotros, la Madre le dirá al Hijo, no tienen… -(¡nos faltan tantas cosas!)- , y Jesús nos hará el milagro de darnos lo que tanto necesitamos.
Preparémonos reflexionando y orando estos dos puntos: 1. Qué es lo principal que la Señora de la Medalla vino a decirnos a través de sus apariciones; y 2. Qué es lo principal que quiere y espera de nosotros.
En relación con el punto 1, no me cabe la menor duda que lo principal que vino a decirnos es que nos ama mucho. Que nos ama con un amor inmenso, solícito, tierno, hermoso, gratuito. En una palabra, con el amor sumado de todas las madres del mundo y aún más. ¿Vemos así a la Señora de la Medalla, como a una madre amorosa, que nos quiere a cada uno lo indecible y como somos? Me temo que a fuerza de hablar de sus apariciones, de sus asociaciones, de los milagros que hace y nos ha hecho, de cómo tenemos que llevar la medalla, etc., nos olvidamos de cuánto y cómo nos quiere, de cuánto y cómo se nos ha dado. Por amor rompió el silencio en que se había envuelto y bajó del cielo en 1830. Por amor nos hizo el regalo de su retrato, en la forma de una medalla, para que sintamos su cariño (y le correspondamos con un beso de amor).
Podríamos continuar con una larga lista de las cosas que por amor ha hecho en favor nuestro, pero, mejor, veamos un poco el punto 2. Qué es lo principal que la Señora de la Medalla quiere y espera de nosotros. Sin duda y por lo que acabo de decir, lo principal que quiere y espera de nosotros es que la amemos. Con un amor grande, filial y lleno de confianza, ilusionado y agradecido. Quizá nuestra devoción a la Señora de la Medalla Milagrosa es algo superficial e inmediatista: rezar su novena, llevar y difundir la medalla, recibir la capillita domiciliaria, etc. Quizás a nuestra devoción le faltan corazón y alma,
Como en nuestro trato con Jesús, necesitamos de un cambio en nuestro trato con María. Un cambio de mentalidad y de actitudes. Que la veamos ante todo como nuestra Madre. Está bien y le agrada que le recemos y le demos flores, cantos, limosnas para los pobres, etc., pero nada le interesa ni le agrada tanto como nuestra persona y corazón. Es esto lo que la Señora espera de nosotros: que nos demos a nosotros mismos, que nos pongamos como niños en sus manos. ¿¡Cómo podríamos llegar a un encuentro vivo, personal, transformador y transformante con María?! Algo así como una experiencia religiosa, que nos lleve a estar a gusto con la Madre, a sentir como ella, a mirar con sus ojos y amar con su corazón. A hacer las cosas que sabes que le agradan, a preguntarnos frecuentemente ¿qué diría o qué haría en mi lugar la Virgen Milagrosa? Y esforzarnos por decir y hacer lo que Ella diría y haría. Entonces hasta Dios nos sonreirá y bendecirá.

Concilio Vaticano II

Grandes retornos: Romano Amerio y las variaciones de la Iglesia católica
¿Los cambios de la edad del Concilio han hecho mella o no en la esencia del catolicismo? “L’Osservatore Romano” informa que el gran pensador suizo está en alza. Y el arzobispo Agostino Marchetto destruye las tesis de sus adversarios: la “escuela de Bolonia”, fundada por Dossetti y Alberigo.
Por Sandro Magister
Entre las novedades de “L’Osservatore Romano” dirigido ahora por el profesor Giovanni Maria Vian hay un referida a un pensador de excepcional relevancia en la cultura católica del siglo XX: el suizo Romano Amerio, muerto en Lugano el 1997 a los 92 años de edad. 
En el 1985, cuando Amerio publicó su obra maestra titulada “Iota unum. Estudio de las variaciones de la Iglesia católica en el siglo XX”, el diario de la Santa Sede descartó la reseña del libro que fue encargada al entonces prefecto de la Biblioteca Ambrosiana, monseñor Angelo Paredi. La reseña fue considerada demasiado favorable y “L’Osservatore” escogió quedarse callado. También las autoridades vaticanas se pusieron de acuerdo en el intolerante silencio sobre el libro y su autor. 
Hoy “L’Osservatore Romano” ha tomado la opción contraria. Ha decidido no callar más sobre Amerio sino hablar de él. Y de hablar bien sobre él. 
La ocasión ha sido un congreso sobre Amerio promovido el 9 de noviembre en Ancona por el Centro de Estudios Oriente Occidente, diez años después de la muerte del gran pensador suizo. 
La interrogante de fondo puesta por Amerio en “Iota unum” -y en su continuación “Stat Veritas” publicado póstumamente en 1997- es el siguiente: 
“Toda la cuestión sobre el presente estado de la Iglesia se encierra en estos términos: ¿está preservada la esencia del catolicismo? ¿Las variaciones introducidas lo hacen perdurar en medio del variar de las circunstancias o lo hacen convertirse en otra cosa? […] Todo nuestro libro es una recolección de pruebas de tal cambio”. 
Amerio fue proscrito como emblema de la “reacción anticonciliar”, pero en realidad la cuestión propuesta por él con rigor filológico y filosófico, con rara libertad de espíritu y al mismo tiempo con integra obediencia a la Iglesia es cuestión que no se deja aprisionar ni remover. 
El punto de no retorno fue el discurso de Benedicto XVI a la curia romana, el 22 de diciembre del 2005, centrado precisamente sobre la correcta interpretación de las “variaciones” de la Iglesia antes y después del Concilio Vaticano II. 
Después de ese importante discurso, ya no era perdonable seguir callando sobre Amerio. Una primera señal de la readmisión del pensador suizo en el “agorà” pública de la Iglesia fue, el pasado abril, una reseña positiva de “La Civiltà Cattolica” -la revista de los jesuitas de Roma impresa con la revisión previa de las autoridades vaticanas- a un libro de su discípulo Enrico Maria Radaellli: “Romano Amerio. De la verdad y del amor”. 
Pero ahora es “L’Osservatore Romano” quien rompe definitivamente el silencio. El sábado 10 de noviembre el diario del Papa, aparte de informar del congreso de Ancona, publicó las conclusiones de uno de los relatores y admiradores de Amerio, el arzobispo Agostino Marchetto, con el título: “Para una recta interpretación del Concilio Vaticano II”. 
No es lo único. En un comentario firmado por Raffaele Alessandrini, “L’Osservatore Romano” ha admirado en Amerio la crítica visionaria contra el “proceso de secularización en acto también dentro del mundo cristiano” y contra los “riesgos del relativismo que se difunde rápidamente”: critica motivada en nombre del “primado de la verdad sobre el amor”, un baluarte del pensamiento de Amerio cuyo trastorno -escribe Alessandrini- se revela cada vez más como un “sutil engaño”, una confusión que hace iguales a todas las religiones, peor, “un ataque a Cristo, Verbo de Dios hecho hombre, el Logos”. En fin: “sólo la verdad hace libres, no lo contrario”. Incluso un católico lejano a Amerio como don Lorenzo Milani -sigue Alessandrini- compartía con él el “primado de la verdad sobre el amor”, había entendido que sobre este “orden” se funda la fidelidad de la Iglesia a su esencia originaria. 
En el congreso de Ancona discutieron sobre Amerio diferentes estudiosos, desde varios ángulos: su discípulo y editor de las obras Radaelli, los filósofos metafísicos Matteo D’Amico y Dario Sacchi, de la Universidad Católica de Milán, monseñor Antonio Livi de la Pontificia Universidad Lateranense, Pietro De Marco de la Universidad de Florencia, el Padre Pietro Cantoni ex miembro de la Fraternidad de San Pío X y docente en el Estudio Teológico de la diócesis de Toscana. 
El único que en su ponencia no citó a Amerio por su nombre fue el arzobispo Agostino Marchetto, por treinta años en la diplomacia pontificia y hoy secretario del pontificio consejo para la pastoral de los inmigrantes e itinerantes. Pero como historiador de la Iglesia, Marchetto es autor de reseñas muy críticas de la exaltación del Concilio Vaticano II como “ruptura y nuevo inicio” hecha por la “escuela de Bolonia” fundada por Giuseppe Dossetti y Giuseppe Alberigo: exaltación a las antípodas del análisis de Amerio sobre la Iglesia católica del siglo XX. 
A continuación se reproduce el texto completo de la ponencia de monseñor Marchetto en el congreso de Ancona sobre Romano Amerio, en gran parte dirigida a demoler la interpretación de Alberigo y sus seguidores. 
Pero la polémica no terminará aquí. En el próximo número de “Cristianismo en la historia”, su revista oficial, los estudiosos de la “escuela de Bolonia” volverán a defender su propia interpretación del Concilio Vaticano II. 
Por anticipaciones filtradas por Joseph A. Komonchak y Alberto Melloni, se adivina que buscarán jalar de su parte a Benedicto XVI, de quien recuerdan la promesa de dejar “su documentación conciliar al instituto de Bolonia”. 
Optarán en cambio nuevos caminos contra Marchetto y el cardenal Camillo Ruini. A este último no le perdonan el haber apoyado en público las críticas del primero a la “Historia del Vaticano II” dirigida por Alberigo. Llegando a decir: 
“La interpretación del Concilio como ruptura y nuevo inicio esta terminando. Hoy es una interpretación muy débil y sin asidero real en el cuerpo de la Iglesia. Es tiempo que la historiografía produzca una nueva reconstrucción del Vaticano II que sea también finalmente, una historia de verdad” 
Aquella verdad a la cual el primado de Romano Amerio ha dedicado toda su vida de estudioso y de católico.
Lecturas hermenéuticas del Concilio Ecuménico Vaticano II 
Por Agostino Marchetto 
Comenzaré recordando -como premisa- la importancia vital del vínculo profundo entre teología, historia de la Iglesia y derecho. Sobre esa línea he trabajado en los últimos treinta y cinco años, como se evidencia también en mi libro “Iglesia y papado en la historia y en el derecho. 25 años de estudios críticos” (Editrice Vaticana, Ciudad del Vaticano 2002). 
Agrego la consideración fundamental sobre la importancia y sobre el valor doctrinal, espiritual y pastoral del Concilio Ecuménico Vaticano II: es “ícono” del catolicismo, constitucionalmente, comunión también con el pasado, con los origines, identidad en evolución, fidelidad en la renovación. De aquí la necesidad de una correcta exégesis del mismo, de una hermenéutica veraz, es decir de una interpretación fundada y respetuosa de lo que un Concilio Ecuménico es. 
El Vaticano II fue “magno”. Sólo los actos oficiales se recogen en 62 gruesos tomos, que forman la base segura para la justa recepción y una correcta hermenéutica. Pero muchos han comenzado a tejer su propia tela interpretativa incluso antes de la publicación de las actas, indispensables, referentes a los órganos directivos conciliares, o sea basándose en escritos particulares (diarios personales), en periódicos de la época y crónicas, a veces ilustres. Pienso en la del Padre Caprile, por ejemplo. 
Aquí ya nace la cuestión de su tamiz, de la crítica cruzada, ya que por una simple lectura aparecen discrepancias y variedad de atribuciones y “méritos” (de ciertas posiciones al final “vencedoras”), conocimientos parciales respecto a complejidad de cosas sinodales (tela de reglamentos, “presiones”, movimientos, “batallas” contra el “conservadorismo”, o la curia, o en defensa de la tradición o de la vanguardia, magisterio del Magisterio, o interpretación de dirección pastoral-ecuménica de Juan XXIII). 
Con esto no se rechaza naturalmente el aporte de los diarios, como ha hecho por ejemplo E. Mahieu para los conciliares de Congar. Ellos dan, entre otras cosas, sabor, y constituyen “ingredientes” para el todo, pero deben ser sometidos a las actas oficiales sin deslizarse hacia una historia de fragmentos, una crónica o un enciclopedismo, con dispersión, disensión, vivisección o desolladura del mismo Concilio. Recordamos aquí los diarios de Chenu, Edelby, Charue -y los inventarios de las cartas Suenens y De Smedt-, Congar, Prignon, Betti y Philipps, en espera del de Felici. Mencionamos además los libros de S. Schmidt sobre Bea, B. Lai -para Siri- y Ratzinger -con dos “recuerdos” sobre la finalidad del Concilio y sus “fuentes” de la Revelación-, además de -todavía hablando de recuerdos- del cardenal Suenens. Para todo ello véase mi libro “El Concilio Ecuménico Vaticano II. Contrapunto para su historia”, Libreria Editrice Vaticana, 2005, pp. 407. 
La problemática subyacente al uso de diarios está, por muchos motivos, ligada al compromiso por disminuir la importancia de los documentos conciliares finales (¡el “espíritu” del Concilio! Pero en cambio es el espíritu de este corpus), síntesis de Tradición y renovación (es decir aggiornamento), para hacer prevalecer una búsqueda “codiciada” antes, que nos ha parecido ideológica desde el inicio. Ella se fija sólo en los aspectos innovadores, en la discontinuidad respecto a la Tradición. El testimonio más sobresaliente lo encontramos en el volumen “El evento y la decisiones. Estudio de las dinámicas del Concilio Vaticano II”, editado por María Teresa Fattori y Alberto Melloni. 
Apostar por la discontinuidad es también fruto de la actual tendencia historiográfica general que (después y contra Braduel y Le Annales) privilegia, en la interpretación histórica “del evento”, entendido como discontinuidad y cambio traumático. Ahora bien, en la Iglesia si “evento” no es un hecho tan importante, sino una ruptura, una novedad absoluta, el nacer “in casu” casi de una nueva Iglesia, una revolución copernicana, el pasaje a otro como catolicismo -perdiendo sus características inconfundibles- dicha perspectiva no podrá y deberá ser aceptada precisamente por su especificidad católica. En el citado volumen, en consecuencia, se critican las “hermenéuticas” conciliares de hombres no ciertamente “cerradas” o contrarias al Vaticano II, como Jedin, Kasper, Ratzinger y el mismo Poulat. Así resulta que esa fue una posición extrema, de ultranza (opuesta al “consenso”, en el seno de la mayoría conciliar (había además una extremidad en la minoría, que después se manifestará con el cisma de Monseñor Lefebvre), logró, después del Concilio, casi monopolizar hasta ahora la interpretación, rechazando todo proceder diferente, quizá vituperándolo quizá de anticonciliar (ver G. Dossetti, “El Vaticano II. Fragmentos de una reflexión”). 
Es pues necesario volver a llamar la atención (en singular, mientras muchos las separan) de Juan XXIII y de Pablo VI en lo que se refiere al Concilio. Después de una ligera sorpresa inicial (“un embrollo”), Montini en efecto se adhirió con todo el corazón al compromiso conciliar, o sea al aggiornamento. Basta pensar en su carta al cardenal Cicognani para dar unidad a la reflexión sobre la Iglesia ad intra y la Iglesia ad extra. Naturalmente, para ambos era un aggiornamento pastoral, en fidelidad al “depositum”. Para ilustrar esto cito en mi artículo: “Tradición y renovación se abrazaron: el Concilio Vaticano II”, en “Revista de la Diócesis de Vicenza”, 1999 / n.9, pp. 1232-1245, y en “Bailamme”, n. 26 / 4, Junio-Diciembre 2000, pp. 51-64). Estos son sus subtítulos: problemática subyacente, la intención del Papa Juan XXIII y el significado de T(t)radición; la intención de Pablo VI; un ejemplo de abrazo: colegialidad y primado; el diálogo y el consenso, en Concilio, para alcanzar el abrazo entre renovación y Tradición. 
Citaré aquí solamente un pasaje, en el que Pablo VI espera que “no estaría pues en lo cierto que pensase que el Concilio Vaticano II representase una separación, una ruptura o una liberalización de las enseñanzas de la Iglesia, o autorice o promueva un conformismos a la mentalidad de nuestro tiempo, en lo que este tiene de efímero y de negativo” (“Enseñanzas de Pablo VI”, vol. IV, 1996, p. 699). 
Con este telón de fondo se puede afrontar la situación hermenéutica de los años 90, remitiendo, a quien le interese completar y profundizar, a mi volumen sobre el Concilio. 
De todos modos, inmediatamente decimos que para nosotros no es buena tal situación ya que presenta un desequilibrio, una interpretación, una casi monocorde, es decir no en el sentido de aquel abrazo del que hemos hablado antes. 
El “grupo de Bolonia” 
De hecho aquel grupo de estudiosos de Bolonia -llamémoslo así- guiado por el profesor G. Alberigo, y bien potenciado por una escuadra de afilados autores (también de Lovaina, y no sólo), que se encuentran fundamentalmente en una extensa línea de pensamiento, han llegado, con riqueza de medios, operaciones industriales y amplitud de amistades, a monopolizar e imponer una interpretación -según nosotros- descentrada, gracias especialmente a la publicación de una “Historia del Concilio Vaticano II”, editada por Peeters/Il Mulino, en cinco volúmenes, ya todos publicados en lengua italiana y en vías de conclusión en francés, inglés, español, alemán, portugués, ruso y japonés. La gravedad de las consecuentes situaciones podrá ser revelada por la lectura de mis presentaciones de los volúmenes de las obras en mi ya citada investigación (pp. 93-165). Para ser concreto leo algunas criticas a las “Conclusiones y en las primeras experiencias de recepción” confiadas a G. Alberigo en el V volumen. El autor retoma sus puntos de vista de siempre, muchas veces criticados por nosotros. Me refiero a la contraposición entre Juan XXIII y Pablo VI, a la cuestión de la “modernidad” (¿qué significa?) y al pasaje, indebido, de esta a la “humanidad”. Nos referimos al desplazamiento del centro de gravedad conciliar de la asamblea (y sus Acta Synodalia) a las comisiones (y a los diarios personales), a la tendencia a considerar “nuevos” esquemas que ellos no son, al juicio de asamblea conciliar “acéfala”, a la visión de parte sobre la libertad religiosa. 
Queremos ahora referirnos a la inspiración reductiva del Synodus Epsicoporum; a la “disparidad entre las varias actas aprobaban: su grado de elaboración y de correspondencia con las líneas de fondo del Vaticano II es vistosamente desigual” (nos preguntamos: ¿quién juzga al respecto?); a la desvaloración de los votos de los Padres, al envilecimiento del código de derecho canónico, y al contrario, al amor por la “ley provisional”. Otrosí me refiero, con acento crítico, a la referencia a la “semana negra” -que negra no es, sino que fue la de la aclaración-; a la “Nota Explicativa Praevia” (con la que habría querido preconstruir “una norma hermenéutica”); a la pretendida “larga espera” trascurrida desde las decisiones conciliares a su puesta en acto, que habría justificado “espontaneidades tumultuosas”; a la reforma de la curia “en una óptica eclesiológica neo-centralizadora y por tanto incoherente precisamente con el Vaticano II”. Queremos referirnos también al “silencio conciliar” (el concilio se quedó mudo: ¿es de verdad así?) sobre algunos argumentos (fines del matrimonio, procreación responsable y celibato sacerdotal); al “trauma suscitado en todo el mundo cristiano por la encíclica “Humanae vitae”; a la necesidad de un nuevo criterio de interpretación para el Vaticano II; a la reiterada defensa de la canonización conciliar del Papa Juan; a la devaluación de los textos conciliares respecto al evento, y a la crítica a sus ediciones típicas, y por su intermedio, a las Acta Synodalia editadas por Mons. Carbone. 
Pero la gran cuestión (“¿transición de época?”), que recibe respuesta afirmativa, está puesta en el capítulo siguiente del mismo Alberigo, siempre en el volumen V de la “Historia”. En él el pensamiento del autor es un poco menos drástico y más limado en la expresión, en algún caso, de cuanto fuese en precedencia (ver por ejemplo la justa afirmación “no han existido un concilio de las mayoría y un concilio de minorías, menos aún un concilio de vencedores y vencidos. El Vaticano II es el resultado de todos los factores que concursaron en él). Con gusto tomamos acción también nosotros, después de tanto escribir, en los volúmenes anteriores, contra una minoría “anticonciliar”. 
Sin embargo, también en este último capítulo, Alberigo continua exponiendo su conocidos puntos de vista, para nosotros ampliamente criticables ya que están impugnados de evidente ideología. Dejamos varias cuestiones, incluso importantes, y consideramos que el autor propone el Vaticano II “ante todo como evento” y después también como “corpus de sus decisiones”. Va aquí nuestra oposición a esa prioridad. Si después se entiende “evento” como lo ve hoy la historiografía profana, que hemos ya considerado, es decir en el sentido de ruptura respecto al pasado, no podemos aceptar tal calificativo (véase nuestra nota sobre “El evento y las decisiones” en A.H. C., 1998, pp. 161-142, y en “Apollinaris”, 1998, pp. 326-337). 
El evento se presenta después, justamente, con vínculo al aggiornamento” pero pasado a través del filtro de Chenu, y a la “pastoralidad”, pero también aquí con un ulterior recurso al tal teólogo y la mención de una contrariedad a su “actitud de investigar” por parte del finado Monseñor Macarrone. 
Pastoral y aggiornamento, para Alberigo, habría puesto “conjuntamente las premisas par la superación de la hegemonía de la teología, entendida como aislamiento de la dimensión doctrinal de la fe y su conceptualización abstracta, como también la del juridismo”, con afirmaciones muy graves: “La fe y la iglesia no parecen más coextensivas con la doctrina, la cual no constituye ni siquiera la dimensión más importante de ella. La adhesión a la doctrina, es sobre todo a una única formulación doctrinal, no puede más ser el criterio último para discernir la pertenencia a la Unam Sanctam” 
De todos modos, precisamente el tema del ecumenismo, Alberigo vuelve a sostener que los observadores acatólicos “habían sido sustancialmente miembros, aunque sea sui generis (informales) del concilio” durante el cual hubo una “communicatio in sacris”, aunque sea imperfecta. El autor continua diciendo: “En este modo apareció – aunque sea en filigrana – en el Vaticano II un concepción pastoral-sacramental del cristianismo y de la Iglesia, que tiende a sustituir una anterior concepción doctrinal-disciplinar”. ¿A sustituir? Pregunto sorprendido. 
Sigue el capítulo “Fisonomía de la Iglesia y diálogo con el mundo”, con iniciales equívocos de términos y diferenciación, sobre el tema, entre el Papa Juan y Pablo VI. El autor nota la diversidad entre los dos Papas además respecto al Vaticano I: “Así, el Papa Pablo ha insistido sobre la construcción jerárquica hasta introducir la posibilidad de una comunión jerárquica. Se deriva una dificultad de plena sintonía con la eclesiología de la mayoría conciliar, que había preferido no retomar el calificativo de la Iglesia como cuerpo místico, dificultad culminada en la Nota Explicativa Praevia al tercer capítulo de Lumen Gentium”. ¡Cuántos saltos mortales, incluso seguidos, para diferenciar a los dos Papas! 
Otro punto que quema es el que se ilustra bajo el título “El Vaticano II y la tradición”. A este propósito, para el autor, en la comparación entre textos preparatorios y finales hay “sustancia de continuidad”, pero también “discontinuidad respecto al catolicismo de los siglos de la cristiandad medieval y del periodo post tridentino. No emergen novedades sustanciales, pero un esfuerzo por reponer la antigua fe en términos comprensibles al hombre contemporáneo”. Sin embargo, inmediatamente después, reaparece la distinción entre Iglesia y Reino de Dios (en modo tal que no se considera que en ella está el germen y el inicio). Poniéndose así “las premisas par una superación del eclesiocentrismo, y por ello, para una relativización de la misma eclesiología, y para volver a centrar la reflexión cristiana” 
El Profesor Alberigo introduce por tanto la visión de un “paralelismo de las fuerzas: Episcopado-Papa-curia-opinión pública”. Hay pues indulgencia por un cierto psicologismo (temor, cansancio, apatía, marginalización), usado por conferencias episcopales continentales, que no existen, creación de analogías sin fundamento (con lobby parlamentario, con las “naciones” de los concilios tardo-medievales), reclamo (que valía para todos, y no sólo para el Coetus de los tradicionalistas) de las amonestaciones de Pablo VI contra las organizaciones de grupos dentro del Concilio y del “test de los celos que ha frenado casi todas las comisiones”. 
El tratamiento que Alberigo reserva a la curia es también el de siempre. Hubo una “hegemonía” suya en la fase previa a la preparatoria y en la preparatoria”. Fue “un polo de toda la vida del Vaticano II, un polo que tenía una propia visión de la Iglesia, de la que era celosa”, y aquí están los nombres del cardenal Ottaviani, de Monseñor Felici, de los Secretarios de Estado, que “tuvieron un imponente influjo sobre el concilio, tanto directamente como condicionando al Papa”. Y no se da cuenta Alberigo que especialmente los Secretarios de Estado son los más cercanos colaboradores del mismo Papa, su longa manus. “La máxima incidencia – continúa el autor – del condicionamiento curial se tuvo ante todo en el peso que los esquemas preparatorios han ejercitado hasta el final sobre los trabajos conciliares”. Hay aquí una persistencia en el error: los esquemas no eran curiales. 
Alberigo retoma, a continuación, sus pensamientos conocidos sobre el “primer plano de la acción del Espíritu y no del Papa o de la Iglesia y de su universo doctrinal” por lo que se refiere al Concilio, sobre la doctrina social de la Iglesia, sobre un Concilio “guiado”, sobre el método y sobre el debate con las ciencias “profanas” y con la reflexión teológica de matriz protestante sobre la “aceptación de la historia”. Se habla de una “relación orgánica entre historia y salvación”, superándose “la dicotomía entre historia profana e historia sacra. […] Así la historia es reconocida como lugar teológico”. Presenta otros pensamientos conocidos acerca del uso riguroso del método histórico-crítico y lo recargado del Vaticano II por un “cierto número de decretos de inspiración pre-conciliar”, aunque concede que el Concilio “en su conjunto ha superado las expectativas”. 
Nuestra presentación crítica se refiere también a lo que se afirma como “novedad” de este Concilio si, más allá de lo que se dice de las diversidades legítimas respecto a los anteriores, se quiere significar que los criterios de lo “pastoral” y del “aggiornamento” eran “desde hace tiempo poco comunes – más aún, raros – al catolicismo”, restándole peso el autor, al mismo tiempo, al aspecto jurídico (las decisiones conciliares serían “orientadoras y no preceptivas”) 
Siempre en relación al tema institucional, el autor espera también, erróneamente, una “inversión de la prioridad” […] consistente en el abandono de la referencia a las instituciones eclesiásticas, a su autoridad y a su eficiencia como el centro y la medida de la fe y de la Iglesia”. Es una afirmación grave y desequilibrada si se piensa también que, anteriormente, Alberigo había afirmado: “La hegemonía del sistema institucional sobre la vida cristiana había tocado el ápice con la calificación dogmática del primado y de la infalibilidad magisterial del obispo de Roma. […] En cambio son la fe, la comunión y la disponibilidad al servicio las que hacen la Iglesia; son estos valores guía sobre los cuales se mide lo inadecuado al evangelio de la estructura y de los comportamientos de las instituciones”. ¿Pero por qué oponer así las cosas? Me pregunto. 
De allí se saca la conclusión que “la recepción del Vaticano II – y quizá su misma comprensión – sean todavía inciertos y estén en estado embrionario”. No seríamos tan radicales y en todo caso Alberigo no debería especialmente citar como fundamento a su posición el Sínodo extraordinario del 1985, que se opuso a hermenéuticas como la suya. ¿Y cómo puede por lo demás el autor condenar un presunto aplanamiento eclesial sobre las instituciones seculares cuando continuamente él propone una democratización de la Iglesia? ¿Podía el Concilio hacer más? Se pregunta él finalmente. “La pregunta es incomoda y la respuesta es pobre”, pero Alberigo la da, revelando sus desilusiones. Sin embargo, el Vaticano II -no ecuménico “strictu (¡sic!) sensu”. ¿Por qué?- “ha dejado una iglesia católica bien distinta de aquella en cuyo seno se había abierto”. A estas alturas el autor llama “a consulta” a Jedin, Rahner, Chenu, Pesch, Vilanova y Dossetti para introducirnos a la “tercera época de la historia de la Iglesia” (según Pesch, que me encuentra muy crítico), y definir el evento Concilio Vaticano II como “cambio de época” y “transición de época”. En efecto “por un lado él constituye punto de llegada y de conclusión del periodo postridentino y controversial, y -quizá- de los largos siglos constantinianos; por otro lado es anticipación y punto de partida de un nuevo ciclo histórico”. 
¿Y nosotros qué diremos al respecto? Ante todo, repetiremos que no aceptamos la perspectiva de arrancar evento y decisiones conciliares, y después precisaremos una vez más que ello, para nosotros, es un gran acontecimiento, no una ruptura, una revolución, la creación casi de una nueva Iglesia, la abjuración del grande Concilio tridentino y del Vaticano I, o de cualquier otro Concilio ecuménico precedente. Si hubo un vuelco, pero utilizando una imagen de las calles, no se trata de una vuelta en “U”. En resumen, ha habido un “aggiornamento”, y el término explica bien el evento, la copresencia de “nova et vetera”, de fidelidad y apertura, como demuestran, por lo demás, los textos aprobados en el Concilio, todos los textos. 
El evento, pues, es un sínodo ecuménico (ver, de M. Deneken, “L’engagement oecuménique de Jean XXIII”, en Revue des Sciences Religiesuse”, 2001, pp. 82-86), por lo que no se debe considerar prejuicio analizarlo como tal, a partir de lo que él es para la fe católica, aunque con una característica propia, que no puede contradecir lo que otros Concilios ecuménicos han definido. Es un evento de unidad, de consenso. La Iglesia siempre fue amiga de la humanidad, aunque naturalmente ello no significa amistad con la modernidad tout court, además ¿qué sentido tendría? Alberigo se inclina a pensar que “los elementos de continuidad con la tradición conciliar son considerables, pero también los de novedad son relevantes, y quizá más”. Nosotros no hacemos caso de cantidades, sino de calidad, de evolución fiel, no de revolución subversiva. Y será la historia la que nos diga si el Vaticano II será considerado una “transición de época”, un “vuelco de época”. No nos queda sino esperar y obrar, mientras, todos, por una justa, verdadera, auténtica “recepción” de este Concilio, no sólo en sus novedades, sino también en su continuidad con al gran Tradición cristiana, eclesial, católica. Si me he ocupado mucho del Profesor Alberigo, es porque encuentro allí la raíz de tanta hermenéutica equivocada
Por continuidad de desarrollo del tema, recordaré también aquí el volumen “II Concilio inédito. Fuentes del Vaticano II”, edición cuidada por M. Fagioli y G. Turbante, con dos citaciones significativas. La primera concierne a la “organización del archivo y la publicación oficial de las actas [que] parecen querer poner también prejuicios significativos sobre la autenticidad de las de las posibles interpretaciones del concilio mismo. En efecto, Pablo VI mostró siempre una preocupación y una viva inquietud por las consecuencias que las interpretaciones parciales (¡sic!) de los documentos podrían haber llevado en la disciplina eclesiástica, temiendo que en el proceso de recepción pudiesen prevalecer tendencias radicales y que se pudieran crear serios fenómenos de pérdida de cohesión en la compaginación eclesial”. Y ¿no es una preocupación legítima para un Papa? Los autores lo reconocen sólo en parte ya que “el control de la documentación disponible […] termina por hacer definitiva una imaginación precisa del concilio que a la luz de otras fuentes resulta, en resumen, parcial”. ¿En qué sentido?, nos permitimos preguntar. Ciertamente es la fecha de los documentos oficiales, que dejan abierta las investigaciones de otros aportes (“fuentes diferentes”), pero no en grado de ir en contra de lo que resulta “ex actis et probatis”.La segunda citación, se refiere a una noticia importante en la “Historia del Concilio Vaticano II” dirigida por Alberigo, y es el hecho que “los estudios conducidos hasta ahora han utilizado una parte relativamente reducida de esta masa documentaria”. En una nota se agrega: “Las fuentes poco a poco recogidas por el equipo de colaboradores de la ‘Historia del Concilio’ han sido normalmente puestas a disposición común. Lo que no quita que cada uno de los colaboradores de la ‘Historia’ las haya utilizado más o menos ampliamente, según la propia discreción, recurriendo también a fuentes ulteriores y de diverso tipo”. Es bueno que se sepa, ya que ello confirma nuestro juicio acerca de las opciones “ad usum delphini” de las fuentes. Es una de las grandes debilidades de la ‘Historia’ en palabra, en la que se muestra difícil y forzada la combinación con las fuentes oficiales. 
Los volúmenes editados bajo la dirección del Profesor Alberigo han sido preparados también por sendas convenciones y coloquios realizados en varios lugares y terminados en publicaciones específicas, las cuales tienen su significado ya que reafirman las tendencias arriba delineadas. Quien lo desea podrá encontrar amplia representación en mi citado libro. Señalaré por lo demás, en particular, “A la veille du Concile Vatican II. Vota et réactions en Europe et dans le catholicisme oriental” (ed. por M. Lamberigts et Cl. Soetens, Leuven 1992), donde Alberigo (pero lo hace también en otras publicaciones) proporciona sus personales “criterios hermenéuticos” para una historia del Concilio Vaticano II, que yo critico fuertemente. Un encuentro de una cierta importancia ser realizó en Klingenthal (Strasburgo), en el 1999, que dio origen al volumen, en colaboración, de Mons. Doré y A. Melloni con el título “Rostros del final del Concilio”. El mismo recoge “Estudios de historia y teología sobre la conclusión del Vaticano II”.El pensamiento final es expuesto por Mons. Doré, empeñado fundamentalmente en un difícil esfuerzo de síntesis y de ensamblaje de lo que otros separan. También ha aparecido una reseña mía a este libro en “Apollinaris” LXXIV (2001), pp. 789 – 799. 
Investigación general sobre le Concilio y la relativa hermenéutica 
Es alrededor de 1995 que vuelve a comenzar la ardorosa empresa de investigaciones globales, con síntesis más bien “narrativas”, provisorias, y hechas un poco a prisa, del evento conciliar “as a whole”, en su conjunto. ¿Riesgos? Los autores siguen ligados a su visión conciliar de parte y es difícil la investigación verdaderamente científica con meta hermenéutica que requiere una cierta sedimentación en el tiempo (o sea tomar algo de distancia del evento), un trabajo largo y paciente de asimilación y revisión de las “crónicas” conciliares y de los servicios periodísticos de la momento (que hasta ahora ejercitan un gran y nefasto influjo), a la luz de las “Actas Conciliares” completadas recién en el 1999. 
Quedándonos en Italia, encontramos ante todo el volumen XXV/1 y 2 de la “Historia de la Iglesia” iniciada por Fliche-Martin, al cuidado editorial de M. Guasco, E. Guerriero y F. Traniello. Allí el desarrollo del Concilio Vaticano II fue confiado a R. Aubert, muy conocido historiador belga. En la relativa presentación (ver op. cit., pp. 177-196) observaba, ante todo, algún defecto semejante a los encontrados en el “grupo de Bolonia”, pero con una dirección más equilibrada. 
De todos modos la consideración final de Aubert, que coloca a Pablo VI “plenamente sobre la línea trazada por Juan XXIII”, dice mucho de su posición contraria respecto a la convicción de Alberigo y de cuentos se remiten a él, incluso entre los belgas. El capítulo VII ilustra las tesis sinodales, cuyo “mérito” teológico, para nosotros, debería ser puesto más en evidencia, también por la reseña esperada por todos, aparte de toda parcialidad. En efecto, a fuerza de subrayar aspectos carentes de los documentos conciliares, nos preguntamos si se deja suficiente espacio a la aceptación de aquel “magisterio doctrinal en una óptica pastoral” que fue característica del Vaticano II. Es una cuestión general y es dificultad de nuestros días, también si, bien entendido, “fuerza y autoridad de los documentos deben ser evaluados según el género literario, los criterios de compromiso y los temas tratados”. 
Siempre en argumento de aquella hermenéutica conciliar, que nos interesa aquí mayormente, nos preguntamos también si es justo afirmar – como lo hace Aubert – “el permanecer de numerosas ambigüedades en los textos, en los cuales afirmaciones tradicionales y propuestas innovadoras se encuentran frecuentemente superpuestas más que realmente integradas”. Y sigue: “Tal falta de coherencia produjo frecuentemente divergencias de interpretación, según se insistiese en modo unilateral más sobre ciertas parte que sobre otras. Bajo este aspecto un estudio histórico serenamente conducido puede permitir comprender mejor cuales fueron las intenciones profundas de la gran mayoría de la asamblea, más allá de las preocupaciones de aquel ‘consensus’ más amplio”. Sin embargo nosotros no consideramos que se pueda llegar a pueda llegar al pensamiento conciliar en cuanto tal, prescindiendo de la preocupación de aquel ‘consensus’ que fue precisamente la característica sinodal y que fue buscado no sólo por sí mismo, sino porque expresaba la fidelidad a la Tradición y el deseo de encarnación, de aggiornamento. Además solamente los textos definitivos aprobados por el Concilio, y promulgados por el Supremo Pastor, “hacen texto”, de otro modo cada uno los recibirá, como frecuentemente se hace, a su manera, como pretexto para el propio camino personal o para la propia preferencia teológica o “de escuela”. 
El citado historiador belga afronta el mismo argumento en una obra de a tres (R. Aubert, G. Fedalto, D. Quaglioni) titulada “Historia de los Concilios” (San Pablo, Cinisello Balsamo, 1995), y, más recientemente, de a dos, con N. Soetens, en el XIII vol. de la “Histoire du Christianisme” (titulada “Crise et Renouveau, de 1958 à nos jours”) publicado en el 2000, bajo la dirección de Jean-Marie Mayeur (hay también una traducción al italiano). En comparación con el esfuerzo anterior, en gran parte retomado, la colaboración con Soetens no parece que haya ayudado a Aubert. 
Un poco aparte de este autor, quizá en dirección positiva, pero no mucho, se sitúa Joseph Thomas, a quien se le confía el desarrollo del Vaticano II en el volumen colectivo “Los Concilios Ecumenicos”, editados por la Queriniana, a cuidado de Antonio Zani, en el 2001, en traducción italiana del fracés del 1989. El ensayo no me parece tampoco suficientemente calibrado y ecuánime. 
También Alberigo se cimentó en una empresa de síntesis, con la edición de una “Historia de los Concilios ecuménicos” de varios autores, editada en Brescia en 1990, reservándose para él el desarrollo de los Concilios Vaticanos. Al Vaticano II son dedicadas unas cincuenta páginas. Hicimos una nota y no hay nada que agregar a cuento hemos ampliamente observado más arriba. 
Además no podemos dejar de recordar, saliendo de Italia, porque es indicativo de una combinación teológica-sociológica, Vatikanum II und Modernisierung. Historische, theologische und soziologische Perspektiven”, (hrsg. F-X. Kaufmann, A. Zingerle, ed. F. Schoening, Paderborn, 1996). No soy sociólogo y por lo tanto no profundizo en juicio crítico en esa materia, pero muchas cosas también en este caso se deberían decir, al menos cuando se excede en interpretaciones unidimensionales y para nosotros arbitrarias sobre el Concilio mismo. Es el caso del profesor Klinger y, menos, del Pottmeyer, pero en otro contexto. A propósito de la sociología refutamos que ella sea “señora” de la teología y tomamos marcadamente distancia de su llamado “giro” sociológico. Nos parece justo y cosa consolidada. Por otra parte “montanismo” o “neomontanismo” (del que puede derivar -como allí se señala- un “ghetto”) con conceptos histórico-teológicos, sobre los que el historiador y el teólogo deben también decir alguna cosa, como en el caso, por ejemplo, de “hierocracia”. Con ello no queremos minusvalorar un “proyecto interdisciplinario” como fue la obra en mención, aun reconociéndole los riesgos subyacentes. 
Para una correcta interpretación del Concilio 
De frente a un esfuerzo tan amplio de hermenéutica -y podríamos habernos prolongado más-, aunque fundamentalmente unidimensional, en la línea interpretativa que encuentra el favor del público, podríamos sentirnos quizá un poco solos, teniendo una posición bien diferente, aunque consolados por cuando sucedió también por el Concilio de Trento, y pensamos en la exégesis de Sarpi, después finalmente superada. De todos modos estamos convencidos que la historia, los documentos, los futuros juicios “ex actis et probatis”, harán justicia hermenéutica, con el tiempo. Se requiere de paciencia mientras tanto, pero también trabajo, compromiso, medios. 
Sin embargo, la nueva fase ha aparecido -nos parece- en la última década, y recordamos aquí, como inicio, el volumen del finado Profesor L. Scheffczyk (creado después cardenal) titulado “La Iglesia. Aspectos de la crisis postconciliar y correcta interpretación del Vaticano II” (Jaca Book, Como, 1998, con presentación de Joseph Ratzinger), en la que se espera una recuperación del sentido “católico” de la realidad de la Iglesia, después de la crisis postconciliar en referencia a ello. El autor puso el dedo sobre la llaga de la actual hermenéutica, con estas precisas palabras: “Cada interprete o cada grupo aprehende solo lo que corresponde a sus preconceptos”, también a los de la “mayoría” (conciliar). 
De todos modos se escapa de esta plaga precisamente el que ha sido custodio y editor de las “Acta”, recogidas en el Archivo del Concilio Vaticano II, querido con extraordinaria y providente previsión por Pablo VI. Me refiero a Monseñor V. Carbone. No señalaré aquí sus varios estudios de aclaración, en temas claves de hermenéutica conciliar, sino solamente un volumen pequeño, sencillo de apariencia, sin embargo excepcionalmente importante, “El Concilio Vaticano II, preparación de la Iglesia para el Tercer Milenio”, Ciudad del Vaticano, 1998. La obra recoge los artículos publicados por el autor, acerca del magno concilio, en “L’Osservatore Romano”. 
Todavía en una línea positiva, siempre en el campo de las investigaciones conciliares globales, está la obra de A. Zambarbieri “Los Concilios del Vaticano” (San Pablo, Cinisello Balsamo, 1995). Se trata, más bien, para nosotros, de la mejor síntesis hasta ahora publicada, en lengua italiana, también por el sentido histórico que la inunda. Hay de todos modos, a veces, una cierta indulgencia por posiciones creadas por el remolino ideológico del “grupo de Bolonia”, mientras la laguna más grave se revela precisamente en la presentación de la “Nota Explicativa Praevia”. Pero es -lo repetimos con placer- buena investigación, con un rápido barrido de la bibliografía. El discurso es plano y los juicios calibrados, casi siempre, lejos del estilo periodístico, confiando a la guía segura del Padre Caprile, en hechos de crónica, y puntales referencias en concreto a las “Acta” a cuidado de Monseñor Carbone. 
Me parecería, en fin, injusto no citar aquí, en contexto positivo, los volúmenes titulados “Paolo VI y la relación Iglesia-mundo en el Concilio”, y “Pablo VI y los problemas eclesiológicos en el Concilio”, ambas publicaciones del Instituto Pablo VI de Brescia. Ellos concluyen la “trilogía” de coloquios internacionales de estudio precisamente sobre las intervenciones de Pablo VI en el Concilio, de gran importancia también para nosotros. 
Pero no podemos ir más allá porque entraríamos, con la bibliografía sobre el Papa Montini, en un campo muy vasto, también se ello concierne además su tarea conciliar y de exégesis postconciliar. Por lo demás, ni siquiera nos es permitido aquí afrontar el sector hermenéutico, por cuanto se refiere al primado pontificio y la relación primado-colegialidad, binomio eminentemente sinodal que ha dado entrada a varias interpretaciones y diferentes acentos. 
Por otra parte hago tres excepciones, para recordar, ante todo, la publicación de las “Actas” del importante simposio teológico desarrollado en el Vaticano en diciembre de 1996 sobre el primado del sucesor de Pedro y después un estudio completo sobre R. Tillard sobre “L’Eglise locale. Ecclesiologie de communion et catholicité”. Cito esa obra porque indica donde se puede agregar, en dirección de la “localidad”, aun partiendo del Vaticano II, en el péndulo del reloj teológico, quizá a balancear el exceso precedente de “universalidad” casi desencarnada. 
Pero siempre se trata de excesos. La tercera excepción se refiere a la obra de J. Pottmeyer “Le rôle de la papauté au troisième millénaire. Une relecture du Vatican I et du Vatican II”, publicada en París en el 2001, pero aparecida antes en lengua inglesa. A nosotros nos interesa especialmente por su exégesis del Vaticano II, de la que resulta un “primado (papal) de la comunión”. Al Papa le corresponde “representar y mantener la unidad de la comunión universal de la Iglesia”. Pero la parte de la opera que nosotros encontramos “progresista” precisamente a ultranza, con juicios bastante duros, es la última. 
No queremos terminar mi intervención sin referirme a tres acontecimientos positivos relativamente recientes, que hacen esperar un cambio de tono, en general, en la hermenéutica conciliar futura. Concluyo en tal modo no porque quiera respetar a toda costa el dicho “dulcis in fundo”, sino porque de verdad hay motivo. 
Me refiero a que hace no mucho tiempo nació un nuevo centro de investigaciones sobre el Concilio Vaticano II en la Universidad Lateranense. El mismo organizó el 2000 un interesante congreso internacional de estudio sobre “La Universidad del Laterano y la preparación del Concilio Vaticano II”, y a continuación ha repetido el esfuerzo científico con otro congreso sobre el tema “Juan XXIII y Pablo VI, los dos Papas del Concilio”. El título habla ya del interés de no poner como alternativas, en oposición, a los dos grandes pontífices. Es significativo, independientemente del desarrollo de las intervenciones en el congreso. 
Todavía más “dulce” fue para nosotros el congreso internacional sobre la actuación del Concilio Vaticano II, desarrollado en el Vaticano a fines del 2000, iniciado con ocasión del Gran Jubileo. Finalmente hemos encontrado atención a tantas de nuestras preocupaciones hermenéuticas. Bastará leer, para comprenderme, el discurso pontificio publicado por “L’Osservatore Romano” del 28-29 de febrero del 2000, pp. 6-7. Citaré de él sólo el siguiente pasaje: “La Iglesia desde siempre reconoce las reglas para una recta hermenéutica de los contenidos del dogma. Son reglas que se ponen dentro del tejido de la fe y no fuera de él. Leer el Concilio suponiendo que ello comporta una ruptura con el pasado, mientras en realidad ello se pone en la línea de la fe de siempre, lleva decisivamente al desvío. 
Ha sonado dulcísimo a nuestros oídos el discurso a la Curia Romana, el 22 de diciembre del 2005, del Papa Benedicto XVI, en el que indicaba la correcta hermenéutica conciliar, no de ruptura. Los aliento a leerlo con atención (ver “L’Osservatore Romano” del 23 de diciembre 2005, pp. 4-6). 
Ahora el Magisterio nos ha indicado claramente el correcto camino hermenéutico del Concilio Ecuménico Vaticano II. Les estamos profundamente agradecidos al Señor y al Papa. 

Santa Margarita de Escocia

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Santa Margarita de Escocia

Santa Margarita, nacida en Hungría y casada con Malcolm III, rey de Escocia, que dio a luz ocho hijos, fue sumamente solícita por el bien del reino y de la Iglesia, y a la oración y a los ayunos añadía la generosidad para con los pobres, dando así un óptimo ejemplo como esposa, madre y reina.
De estirpe regia y de santos
Por parte de padre emparenta con la realeza inglesa y por parte de madre con la de Hungría. Los santos son, por parte de padre, san Eduardo Confesor que era su bisabuelo y, por parte de madre, san Esteban, rey de Hungría.
Nació del matrimonio habido entre Eduardo y Agata, en Hungría, con fecha difícil de determinar. Su padre nunca llegó a reinar, porque al ser llamado por la nobleza inglesa para ello, resulta que el normando Guillermo el Conquistador invade sus tierras, se corona rey e impone el juramento de fidelidad; al poco tiempo murió Eduardo de muerte natural.
Pero esta situación fue la que hizo que Margarita llegara a ser reina de Escocia por casarse con el rey. Su madre había previsto y dispuesto que la familia regresara al continente al quedarse viuda tras la muerte de su esposo y, bien sea por necesidad de puerto a causa de tempestades, bien por la confianza en la buena acogida de la casa real escocesa, el caso es que atracaron en Escocia y allí se enamoró de Margarita el rey Malcom III y se casó con ella.
Es una mujer ejemplar en la corte, y con la gente paño de lágrimas. Se la conoce delicada en el cumplimiento de sus obligaciones de esposa; esmerada en la educación de los hijos, les dedica todo el tiempo que cada uno necesita; sabe estar en el sitio que como a reina le corresponde en el trato con la nobleza y asume responsabilidades cristianas que le llenan el día. Señalan sus hagiógrafos las continuas preocupaciones por los más necesitados: visita y consuela enfermos llegando a limpiar sus heridas y a besar sus llagas; ayuda habitualmente a familias pobres y numerosas; socorre a los indigentes con bienes propios y de palacio hasta vender sus joyas. Lee a diario los Libros Santos, los medita y lo que es mejor ¡se esfuerza por cumplir las enseñanzas de Jesús! De ellos saca las luces y las fuerzas. De hecho, su libro de rezos, un precioso códice decorado con primor —milagrosamente recuperado sin sufrir daño del lecho del río en que cayó— se conserva en la biblioteca bodleiana de Oxford (Inglaterra).
También se ocupó de restaurar iglesias y levantar templos, destacando la edificación de la abadía de Dunferline.
Puso también empeño en eliminar del reino los abusos que se cometían en materia religiosa y se esforzó en poner fin a las abundantes supersticiones; para ello, convocó concilios con la intención de que los obispos determinaran el modo práctico de exponer todo y sólo lo que manda la Iglesia y las enseñanzas de los Padres.
“Gracias, Dios mío, porque me das paciencia para soportar tantas desgracias juntas”. Esta fue su frase cuando le comunicaron la muerte de su esposo y de su hijo Eduardo en una acción bélica. Fue cuando marcharon a recuperar el castillo de Aluwick, en Northumberland, del que se había apoderado el usurpador Guillermo. Ella soportaba en aquellos momentos la larga y penosísima enfermedad que le llevó a la muerte el año 1093, en Edimburgo.
La reina Margarita es la patrona de Escocia, canonizada por el papa Inocencio IV en el año 1250. Pero no pueden venerarse sus reliquias por desconocerse el lugar donde reposan. Por la costumbre que tenían los antiguos de desarmar los esqueletos de los santos, su cráneo —que perteneció a María Estuardo— se perdió con la Revolución francesa, porque lo tenían los jesuitas en Douai y, desde luego, no salieron muy bien parados sus bienes. El cuerpo tampoco se pudo encontrar cuando lo pidió Gelliers, arzobispo de Edimburgo, a Pío XI, aunque se sabe que se trasladó a España por empeño de Felipe II quien mandó tallar un sepulcro en El Escorial para los restos de Margarita y de su esposo.
Fuente: Santopedia.

Dios de la vida

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Oracion

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Abundando en el evangelio (Lc 20, 27-38), hoy quiero hablarles de la Resurrección de los muertos, de nuestra propia resurrección un día. Admitamos que nos cuesta creer lo que no vemos ni imaginamos, pero que aún así, sí creemos lo que nos parece verosímil, como, por ejemplo, la existencia de extraterrestres inteligentes. O lo que nos parece históricamente comprobado, como la resurrección de Jesucristo. Es por todo esto que, cuando rezamos el Credo, los cristianos decimos creer en la Resurrección de los Muertos… No los hemos visto  -(salvo algunos privilegiados que como Santa Catalina Labouré vio a la Santísima Virgen María)-, ni nos imaginamos cómo son ahora, pero lo creemos, porque nos parece posible, dado el poder de Dios, y razonable, dada nuestra insaciable ansia de vida y la necesidad de que se haga justicia, cosas que no son satisfechas en esta vida.
Acabo de señalar algunas de las razones que tornan creíble la resurrección de los muertos. Para nosotros, los creyentes, la más poderosa es que Jesús resucitó. Y si Él resucitó, la resurrección es un hecho, incluso histórico, que anticipa y garantiza la resurrección de cuantos hayamos muerto en Cristo (1 Cor 15,11-23). Todo lo cual es más que consolador y debe llenarnos de esperanza y optimismo y hacernos llevar la cruz (enfermedades, trabajos, deberes…) con la seguridad de nuestra exaltación algún día (Jn 3, 14-15). Decididamente, así como en la vida de Jesús su resurrección fue lo más importante que le pasó, así también en nuestras vidas nuestra resurrección será lo más importante que nos pase. Los filósofos nos dicen que nacemos para morir y que empezamos a morir desde que nacemos. La fe nos dice mucho más: que empezamos a vivir en plenitud cuando morimos, según la parábola del grano de trigo (Jn 12, 24) y lo que Pablo nos dice sobre cómo será la resurrección de los muertos (1 Cor 15, 35-49)
En relación con la resurrección de los muertos (o de la carne, como llamaban los judíos a nuestro cuerpo), digamos, por si acaso, que no tiene nada que ver con la “vuelta a la vida” de los llamados “muertos clínicos” (revivir). Ustedes habrán leído/escuchado de muertos (sic), que relatan su regreso y sus experiencias del más allá, pero la resurrección de los muertos no tiene nada que ver con esto. Ni siquiera con los personajes que la Biblia presenta como revividos (Elías y Eliseo o las 3 resurrecciones que hizo Jesús). La resurrección es más que una vuelta a la vida humana terrenal. Es un renacer al más allá (Ap 21, 1-4) y a otro modo de vida (como la de ángeles) por la acción del Espíritu de Dios, que transformará toda nuestra persona.
No más funciones biológicas (comer, dormir, copular, etc.) ni más pasiones psicológicas (desear, emular, etc.). Pero sí cuanto tiene que ver con nuestro espíritu que contemplará a Dios y las cosas de Dios, incluido el gozo del reencuentro con los seres queridos. Desde luego que la Resurrección de los muertos no tiene nada que ver con la llamada reencarnación, según la cual el alma va pasando de encarnación en encarnación en cosas, animales y personas, purificándose, y cuyo concepto del hombre y de Dios, del premio y del castigo, es incompatible con el de los cristianos. ¡Vivamos ya como resucitados!

Zaqueo

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Iglesia celestial

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Zaqueo es un convertido que nos cae simpático. No suele pasar con los convertidos, pues por la seriedad con que se toman el cambio, por su radicalismo y rigidez, más bien se nos tornan inalcanzables, por no decir que “nos caen espesos”. No es el caso de Zaqueo cuyo relato según San Lucas (19, 1-10), leemos con una sonrisa franca y satisfechos del comienzo al final. Lamentablemente esto no nos arrastra a la conversión, pero ahí están los pasos que él dio, para cuando nosotros decidamos convertirnos al Señor. Los enumero: deseo de conocer a Jesús, búsqueda, encuentro, compromiso y seguimiento, que tendremos que dar nosotros, pero cada uno desde su yo y sus circunstancias. Como Zaqueo los dio desde las suyas, que fueron muy especiales.
Para empezar digamos que Zaqueo fue todo un personaje. Bajo de estatura, pero muy alto como jefe de publicanos y por su riqueza. Como jefe de publicanos, Zaqueo habrá estado encargado de recoger los impuestos y derechos de aduana en todo el Distrito, teniendo bajo su autoridad a decenas de publicanos locales tales como Leví  (el futuro evangelista Mateo), que tenía su pequeña oficina de impuestos en Cafarnaúm (Mc 2, 13-17). El sistema laxo (abusivo) de recolección de impuestos hacía que los más inescrupulosos llegaran a ser realmente ricos. Es lo que, aparte otras consideraciones, hacía que fueran francamente odiados y discriminados, como sin duda lo era Zaqueo.
¿Cuándo y por qué empezó Zaqueo a interesarse por Jesús? Le habría impresionado el caso de Leví, su dependiente, que había renunciado al negocio por seguirle. Luego estaban todas esas cosas que se decían de él, a quien acusaban de ser amigo de pecadores y de publicanos y de comer con ellos (Lc 5, 27-32) ¿Fue todo esto lo que le llevó a querer verlo tan de cerca que pudiera distinguir sus facciones? Al impedírselo la gente porque era bajo de estatura y por animosidad, se olvidó de su condición de oficial prominente y como un chiquillo se subió a un árbol por donde Jesús tenía que pasar. Lo que viene a continuación es simplemente encantador: siente que Jesús lo mira con simpatía y oye que le habla y que se invita a comer en su casa.
El posterior encuentro con Jesús es de antología. Por la oposición que encontró de parte de los fariseos y por la decisión que Zaqueo tomó e hizo pública, definiendo así su conversión. La más auténtica sin duda, porque tocó lo que más duele: su posición social, su trabajo y su dinero. En el primer aspecto de su declaración admite su pecado y está dispuesto a devolver aquí y ahora el cuádruple de lo que ha podido defraudar. En el segundo aspecto, va mucho más allá: doy la mitad de mis bienes a los pobres. No sabemos que Jesús le haya tomado la palabra y le haya pedido vender todos sus bienes y dárselos a los pobres. Lo probable es que haya aceptado su intención por la que, de algún modo, renunciaba a su condición de rico por el Reino de los cielos (Lc 18, 24-27).
San Martín de Porres
Por celebrar hoy la solemnidad de nuestro San Martín de Porres, las lecturas de este domingo 3 de noviembre son las del santo, que le caen como anillo al dedo. En especial el evangelio (Mt 11, 25-30), que contiene una oración, un testimonio y una invitación. Veamos ante todo la oración. Es muy breve. A Jesús, hombre y maestro de oración, le brotó espontáneamente, gozosamente. Como nos brota a nosotros un ¡viva! cuando estamos contentos. Padre, te doy gracias, exclamó Jesús, porque amas a los pobres y les revelas tu corazón, más que a “los sabios y entendidos”. ¡Qué bueno que te haya gustado así! Lo más importante de esta oración es su tono gozoso y el mensaje. Pero contiene también algunos de los elementos que hacen que una oración sea cristiana: va dirigida al Padre (a Dios como Padre), es encarnada (parte de la realidad), respira sencillez y confianza y busca hacer la voluntad de Dios. ¿Son así nuestras oraciones?
El testimonio que Jesús da de sí mismo muestra quién es Él y la conciencia que tiene de su persona. Él es el Hijo (del Padre Dios) y mantiene con el Padre una estrecha relación: 1º, conoce muy bien al Padre, que ha puesto todo en sus manos; y 2º, revela al Padre, lo da a conocer, a cuantos creen en el Hijo y le abren su corazón y le siguen llenos de confianza (Mt 26-27). Lo que más anhela Jesús es que todos conozcan y amen al Padre Dios, tanto que para lograrlo Él mismo se hace camino, el camino verdadero que lleva a la Vida (Jn 14, 6). Que Jesús es Hijo de Dios y Dios su Padre, es parte del misterio (de la Santísima Trinidad) que nos revela, y que los sencillos y los humildes acogen con mayor fe que “los sobrados” de este mundo.
La invitación que Jesús hace es fruto de la oración que elevó a su Padre pensando en los pobres. Vengan a mí, les dice y nos dice, cuantos, corporal y espiritualmente, están cansados y agobiados, y yo les aliviaré. La invitación es conmovedora y está llena de ternura y de compasión efectiva. Le sirve para continuar dando testimonio de Sí mismo, aunque ahora en el plano humano: soy manso y humilde de corazón. El aprendan de Mi nos presenta a Jesús como modelo de vida  -algo para lo que vino a este mundo-, pero al mismo tiempo inspirando confianza al mostrarse cercano y accesible. Admira y atrae la naturalidad con la que dice “aprendan de Mi”…En una sociedad necesitada de paradigmas, Jesús se presenta como tal. Ojalá tengamos el coraje de imitarlo y de proponerlo a los demás.
Lo que Jesús dice del yugo merece párrafo aparte. Sin duda los yugos que salían de la pequeña carpintería de José  -además de los taburetes y mesas-, tenían fama de ligeros y suaves. Jesús recuerda los comentarios y lo a gusto que se sentían las yuntas de bueyes con esos yugos al arar el campo. Y se le ocurre la comparación: mi yugo (sus enseñanzas) son como un yugo ligero y suave. Cárguenlo con confianza y sentirán que todo se les hace más llevadero. Hagamos la prueba y por nuestra parte seamos como cirineos que ayudan a llevar la cruz de los demás.

San Martin de Porres

Amigo de Jesucristo
San Martín de Porres Velázquez nació en Lima el 9 de diciembre de 1579 y falleció el 3 de noviembre de 1639. Fue un fraile peruano de la orden de los dominicos. Es el primer santo negro de América y es patrón universal de la paz. Conocido también como “el santo de la escoba” por ser representado con una escoba en la mano como símbolo de su humildad.
Martín fue seguidor de los modelos de santidad de Santo Domingo de Guzmán, San José, Santa Catalina de Siena y San Vicente Ferrer. Martín de Porres fue confidente de San Juan Macías, fraile dominico, con el cual forjó una entrañable amistad. Se sabe que también conoció a Santa Rosa de Lima, terciaria dominica, y que se trataron algunas veces, pero no se tienen detalles de estas entrevistas.
La personalidad carismática de Martín hizo que fuera buscado por personas de todos los estratos sociales, altos dignatarios de la Iglesia y del Gobierno, gente sencilla, ricos y pobres, todos tenían en Martín alivio a sus necesidades espirituales, físicas ó materiales. Su entera disposición y su ayuda incondicional al prójimo propició que fuera visto como un hombre santo.
Aunque él trataba de ocultarse, la fama de santo crecía día por día. Fueron varias las familias en Lima que recibieron ayuda de Martín de Porres de alguna forma u otra. También, muchos enfermos lo primero que pedían cuando se sentían graves era: “Que venga el santo hermano Martín”. Y él nunca negaba un favor a quien podía hacerlo.
Su festividad en el santoral católico se celebra el 3 de noviembre, fecha de su fallecimiento. En diversas ciudades del Perú se efectúan fiestas patronales en su nombre y procesiones de su imagen ese día, siendo la procesión principal la que parte de la Iglesia de Santo Domingo en Lima, lugar donde descansan sus restos mortales.
Fuente: Wikipedia.

Gratitud y compasión

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Por Antonio Elduayen Jiménez CM
En esta tercera parábola de Lucas sobre la oración (Lc 18, 9-14), Jesús nos habla de la importancia de la humildad en la oración y en la religiosidad. Es, junto con la caridad, su condición sine qua non… Para hacerlo se vale de dos personajes -un fariseo y un publicano-, que en su tiempo constituían los dos sectores mayoritarios de la población. Cargando las tintas, el evangelista los convierte en el anti retrato y el retrato, respectivamente, de la religión verdadera y de la oración genuina. De paso nos hace ver la estrecha conexión que existe entre religión y oración, tanta que podemos afirmar: dime cómo oras y te diré cómo es tu religión, es decir, la idea que tienes de Dios y la manera como te relacionas con Él.
Según los criterios entonces imperantes, los correctamente religiosos eran los fariseos, que se preciaban de ser escrupulosos cumplidores de la Ley y de hacer largas oraciones. En tanto que, para ellos y en general, los publicanos eran esencialmente pecadores. Curiosamente, por decir lo menos, en la parábola las cosas se voltean y los publicanos quedan como los religiosamente correctos, empezando por su manera de orar, mientras que los fariseos quedan como pecadores, cabalmente por su manera de orar. Dice Jesús: “el publicano volvió a su casa justificado; y el fariseo no. Porque todo el que se ensalza será humillado, mientras que el que se humilla será enaltecido” (Lc 18,14).
La frase de Jesús es más que una paradoja. Y más que una mera condenación del orgulloso o una exaltación del humilde. Entraña una inversión de valores, al poner la humildad (y no la grandeza) como criterio para juzgar a las personas y como condición indispensable de la oración genuina y de la verdadera religión. Es ya la hora de decir que por humildad entendemos aquí el reconocimiento sincero y explícito de la grandeza de Dios y de nuestra dependencia total de Él. Así como de nuestra debilidad radical y de la misericordia infinita de Dios, siempre dispuesta al perdón. Cuanto somos y tenemos es puro don Suyo, y lo que espera de nosotros es, por encima de todo, humildad y gratitud. Espera también compasión para con el prójimo.
Humildad en lo personal, gratitud para con Dios y compasión para con el prójimo, es lo que no tiene el fariseo de la parábola; ni se le ocurre que hagan falta. Dios debe estar orgulloso de él, y sentirse deudor suyo y premiarlo, pues es perfecto. No sólo cumple escrupulosamente la ley sino que se pasa. Por ejemplo, ayuna los lunes y jueves, y paga el diezmo de todo, no sólo de lo especificado en la ley. No tiene necesidad de pedir nada. A Dios gracias, tampoco es como el publicano que, atrás, se golpea el pecho y pide a gritos perdón… Al fariseo y a muchos de nosotros se nos  olvida que lo que Dios espera de nosotros no es la lista triunfal de nuestras buenas obras y sacrificios, sino nuestro corazón, contrito y humillado, y la compasión.
Pobres de ustedes, dice el Señor, que descuidan la justicia y el amor de Dios. Esto es lo que tienen que practicar, sin dejar de hacer lo otro (Lc 11,42).

Domingo mundial de las misiones

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DOMUND

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Sin fe no hay oración y sin oración no hay fe, es una de las enseñanzas de la parábola sobre el juez inicuo, que nos trae el evangelio de hoy (Lc 18, 1-8). Jesús la inventa para explicarnos que tenemos que orar siempre y sin desanimarnos. De paso nos hace ver, en un breve retrato costumbrista, que el problema de los malos jueces es muy viejo y se da cuando quien detenta el poder no teme a Dios ni el hombre le merece respeto alguno. ¿Se podrá hacer algo en un caso así? Sin duda. ¡Cuántos casos se resuelven cuando se denuncia y acusa repetidamente, insistentemente, a través de canales de resonancia pública (RTV y Redes sociales, especialmente) y con la no-violencia activa!
Lo importante es insistir, perseverar, no cansarse, pues uno tiende a dejar las cosas y abandonar sus justos reclamos, por cansancio y aburrimiento. Uno se cansa y aburre de tener que ir una y otra vez a las citaciones, de pasar de ventanilla en ventanilla (de Pilato a Herodes, y de Herodes a Pilato). Pero quien persevera, logra al fin su propósito. ¡Es lo que pasa con Dios y con quien le presenta su necesidad!, dice Jesús. Si hasta un juez injusto termina por hacer justicia, muy a pesar suyo, a quien persevera en la petición, cuánto más el Dios que es justo acogerá las oraciones perseverantes de quienes ama. El problema es que no somos perseverantes en nuestra oración, y quizá tampoco somos humildes y confiados, ni caritativos con el prójimo, condición esencial para que Dios nos escuche (Mt 5,23; Mc 11,25)  ni oramos juntos, en familia, que es la garantía de la eficacia de la oración (Mt 18, 19-20).
La fe es la otra cosa esencial que nos falta cuando nos ponemos a orar. Fe en que Dios nos escucha siempre y acoge  nuestra súplica. Fe en nosotros mismos, aun juzgándonos indignos de que Dios nos escuche. Fe en la bondad de la causa por la que oramos (salud, trabajo, etc.). De estas tres faltas de fe, pareciera que la más general y la que mejor explica nuestra poca perseverancia en la oración, es la primera. Nos cuesta creer que Dios escuche y acoja siempre nuestra oración cuando tantas veces le hemos rezado sin respuesta aparente,.. Y sin embargo es cierto. Nos escucha y acoge siempre, sólo que Su respuesta puede no ser tan inmediata ni tan igual que lo que esperamos… Por eso, no nos pongamos a orar como por si acaso a Dios se le ocurre atendernos. Sería una ofensa a Dios, que hace justicia sin tardar.
¿Por qué Dios, que es bueno y sabe lo que necesitamos antes de que se lo pidamos, nos pide orar y orar siempre? ¿Por qué no nos lo da antes de hablar o a las primeras de cambio? Justamente por eso, porque es nuestro Padre bueno, quien, como tal, quiere entrar en comunicación con sus hijos. Orar no es un toma y daca, como se dice. Dios no es una contestadora automática. Es nuestro padre-madre que desea pasar un rato con sus hijos. Sin prisas ni presiones. Pongámonos en su presencia y hablémosle (oremos) con amor y confianza, hasta que Él quiera. Él tiene su hora y sabrá cuándo darnos la bendición que esperamos. No nos cansemos de pedir y de esperar…

Consagración al Inmaculado Corazón de María

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Consagracion

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
¿Qué es para nosotros el agradecimiento? ¿Le damos mucha importancia? ¿Somos agradecidos? Son preguntas que hago motivado por el evangelio de hoy (Lc 17, 11-19), en el que Jesús sana a 10 leprosos, de los cuales sólo uno y éste extranjero, supo ser agradecido. Y los otros nueve ¿dónde están?, preguntó Jesús evidentemente decepcionado. Le llamó la atención el alto porcentaje de los desagradecidos (90/100 %) y no dio como válidas sus tácitas excusas: ser israelitas (de la familia, diríamos hoy), estar cumpliendo órdenes (del mismo Jesús) y tener necesidad urgente de contar con el certificado de salud (que daban los sacerdotes). Es decir, que el ser agradecidos y el mostrar agradecimiento están por encima de toda otra consideración.
Es lo que, por otra parte, enseña la Biblia. Como palabra, gesto, actitud y forma de vida, el agradecimiento traspasa las Escrituras y debiera traspasar toda nuestra vida. Dar gracias a Dios con himnos y cantos, ofrecerle sacrificios de acción de gracias (Lev 7,  Lc 22, 19-20=la Eucaristía), alabarle y contar sus maravillas (como Jesús, Jn 11,41), ser una alabanza permanente para Dios (tal María, Lc 1, 46), es lo que Dios espera del hombre, por ser su creador y redentor. Y es lo que, por diferentes motivos y en proporcional medida, el hombre debiera ser para el hombre. Dar gracias (sentir y mostrar agradecimiento) por los favores recibidos y darlas aunque las cosas se reciban como “debidas” (por venir de los padres y de los funcionarios), pues siempre habrá un detalle, una amable palabra, etc., que agradecer.
Añadamos que no basta con decir ¡gracias!, ¡muchas gracias!, como un cumplido o como muestra de buena educación o, aún peor como disimulo de despecho. El dar las gracias con sinceridad debiera llevar a estrechar lazos de unión y de amistad, a poner de relieve los valores del otro, a crear empatía y simpatía. Como solemos decir, agradecer no cuesta nada y, al contrario, atrae sobre quien agradece toda clase de favores y bendiciones. La sociedad y el mundo irían mucho mejor si la palabra atenta y amable, la sonrisa, el apretón de manos, el deseo de lo mejor para el otro, etc. brotasen más espontánea y frecuentemente de nuestros corazones. Hay que ser agradecidos con Dios, con la Iglesia, con las personas, con la vida (¡gracias a la vida que me ha dado tanto!) y con la naturaleza, No olvidemos que el agradecimiento es la memoria del corazón y la flor más bella del amor.
10 leprososTodo es gracia de Dios y, por nuestra parte, todo debiera ser gracias a Dios. Al respecto no me resisto a copiarles estos versos de un himno de la Iglesia, que les invito decir muchas veces: “Gracias, Señor, por la aurora;/gracias por el nuevo día;/gracias por la eucaristía/ y gracias por nuestra Señora./ Y gracias por cada hora/ de nuestro andar peregrino./ Gracias por el don divino/ de tu paz y de tu amor;/ la alegría y el dolor,/ al compartir tu camino./ Gloria al Padre, gloria al Hijo,/gloria al Espíritu Santo,/ por los siglos de los siglos, Amen”. Para terminar, permítanme recordarles que Jesús y la Iglesia han institucionalizado la acción de gracias en la Eucaristía. ¿Quieres ser hombre/mujer agradecido de verdad? Sé hombre/mujer eucarístico de verdad.
BeatificacionPapa pide imitar a los 522 mártires
El Papa Francisco ha pedido imitar a los mártires porque “siempre hay que morir un poco para salir de nosotros mismos, de nuestro egoísmo, de nuestro bienestar, de nuestras perezas” y ha animado a ser cristianos “con obras y no de palabras” y no ser “mediocres, barnizados, pero sin sustancia”.
En una alocución de tres minutos grabada en vídeo para la beatificación de 522 religiosos asesinados durante la Guerra Civil que se celebra hoy en Tarragona, el Pontífice ha puesto el ejemplo de estos mártires que imitaron a Jesucristo y ha insistido en la necesidad de “abrirnos a los demás, a los que más necesitan”.El Papa se ha dirigido en castellano a los más de 20.000 asistentes a la macrobeatificación de Tarragona para unirse “de corazón” a la celebración de la proclamación de los beatos mártires que son, según Francisco, “cristianos ganados por Cristo, discípulos que han aprendido bien el sentido de aquel amar hasta el extremo que llevó a Jesús a la cruz”.
“No existe el amor por entregas, el amor en porciones. El amor total; cuando se ama, se ama hasta el extremo”, ha dicho el obispo de Roma, que no ha pronunciado ninguna palabra en catalán ni ha hecho referencia a la polémica suscitada por la beatificación en algunos sectores que han reclamado a la Iglesia católica que pida perdón por su papel en el franquismo.
El Papa ha recordado que Jesucristo murió en la cruz sintiendo “el peso de la muerte y del pecado” y que “se confió enteramente al padre y ha perdonado”.
“Los mártires lo han imitado en el amor hasta el final”, ha añadido.
El Pontífice ha recordado lo que “dicen los santos padres: imitemos a los mártires, siempre hay que morir un poco para salir de nosotros mismos, de nuestros egoísmos, de nuestro bienestar, de nuestras perezas, de nuestras tristezas, y abrirnos a Dios, a los demás, especialmente a los que más necesitan”.
Ha implorado la intercesión de los mártires “para ser cristianos concretos, cristianos con obras y no de palabras, para no ser cristianos mediocres, cristianos barnizados de cristianismo pero sin sustancia; ellos no eran barnizados, fueron cristianos hasta el final”.
El Papa ha concluido su alocución haciendo un llamamiento a ser “fermento de esperanza y artífices de hermandad y solidaridad”.
Fuente: Agencia EFE.