Archivo de la categoría: Espiritualidad

Camino a Emaús

[Visto: 587 veces]

Emaus

¡Experiencia de Jesús Resucitado!

Evangelio según San Lucas, capítulo 24, versículos del 13 al 35
Los discípulos de Emaús

13. Y he aquí que, en aquel mismo día, dos de ellos se dirigían a una aldea, llamada Emaús, a ciento sesenta estadios de Jerusalén. 
14. E iban comentando entre sí todos estos acontecimientos. 
15. Y sucedió que, mientras ellos platicaban y discutían, Jesús mismo se acercó y se puso a caminar con ellos. 
16. Pero sus ojos estaban deslumbrados para que no lo conociesen. 
17. Y les dijo: “¿Qué palabras son éstas que tratáis entre vosotros andando?” 
18. Y se detuvieron con los rostros entristecidos. Uno, llamado Cleofás, le respondió: “Eres Tú el único peregrino, que estando en Jerusalén, no sabes lo que ha sucedido en ella en estos días?” 
19. Les dijo: “¿Qué cosas?” Y ellos: “Lo de Jesús el Nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y palabra delante de Dios y de todo el pueblo, 
20. y cómo lo entregaron nuestros sumos sacerdotes y nuestros magistrados para ser condenado a muerte, y lo crucificaron. 
21. Nosotros, a la verdad, esperábamos que fuera Él, aquel que habría de librar a Israel. Pero, con todo, ya es el tercer día desde que sucedieron estas cosas. 
22. Y todavía más, algunas mujeres de los nuestros, nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro, 
23. y no habiendo encontrado su cuerpo se volvieron, diciendo también que ellas habían tenido una visión de ángeles, los que dicen que Él está vivo. 
24. Algunos de los que están con nosotros han ido al sepulcro, y han encontrado las cosas como las mujeres habían dicho; pero a Él no lo han visto”. 
25. Entonces les dijo: “¡Oh hombres sin inteligencia y tardos de corazón para creer todo lo que han dicho los profetas! 
26. ¿No era necesario que el Cristo sufriese así para entrar en su gloria?” 
27. Y comenzando por Moisés, y por todos los profetas, les hizo hermenéutica de lo que en todas las Escrituras había acerca de Él. 
28. Se aproximaron a la aldea a donde iban, y Él hizo ademán de ir más lejos. 
29. Pero ellos le hicieron fuerza, diciendo: “Quédate con nosotros, porque es tarde, y ya ha declinado el día”. Y entró para quedarse con ellos. 
30. Y estando con ellos a la mesa, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y les dio. 
31. Entonces los ojos de ellos fueron abiertos y lo reconocieron; mas Él desapareció de su vista. 
32. Y se dijeron uno a otro: “¿No es verdad que nuestro corazón estaba ardiendo dentro de nosotros, mientras nos hablaba en el camino, mientras nos abría las Escrituras?” 
Jesús se aparece a los once
33. Y levantándose en aquella misma hora, se volvieron a Jerusalén y encontraron reunidos a los Once y a los demás, 
34. los cuales dijeron: “Realmente resucitó el Señor y se ha aparecido a Simón”. 
35. Y ellos contaron lo que les había pasado en el camino, y cómo se hizo conocer de ellos en la fracción del pan.

Sigue leyendo

San Juan Pablo II y San Juan XXIII

[Visto: 1231 veces]

San Juan Pablo II y San Juan XXIII

Por Papa Francisco
En el centro de este domingo, con el que se termina la octava de pascua, y que Juan Pablo II quiso dedicar a la Divina Misericordia, están las llagas gloriosas de Cristo resucitado.
Él ya las enseñó la primera vez que se apareció a los apóstoles la misma tarde del primer día de la semana, el día de la resurrección. Pero Tomás aquella tarde, lo hemos escuchado, no estaba; y, cuando los demás le dijeron que habían visto al Señor, respondió que, mientras no viera y tocara aquellas llagas, no lo creería. Ocho días después, Jesús se apareció de nuevo en el cenáculo, en medio de los discípulos, y Tomás también estaba; se dirigió a él y lo invitó a tocar sus llagas. Y entonces, aquel hombre sincero, aquel hombre acostumbrado a comprobar personalmente las cosas, se arrodilló delante de Jesús y dijo: «Señor mío y Dios mío».
Las llagas de Jesús son un escándalo para la fe, pero son también la comprobación de la fe. Por eso, en el cuerpo de Cristo resucitado las llagas no desaparecen, permanecen, porque aquellas llagas son el signo permanente del amor de Dios por nosotros, y son indispensables para creer en Dios. No para creer que Dios existe, sino para creer que Dios es amor, misericordia, fidelidad. San Pedro, citando a Isaías, escribe a los cristianos: «Sus heridas nos han curado».
Juan XXIII y Juan Pablo II tuvieron el valor de mirar las heridas de Jesús, de tocar sus manos llagadas y su costado traspasado. No se avergonzaron de la carne de Cristo, no se escandalizaron de él, de su cruz; no se avergonzaron de la carne del hermano, porque en cada persona que sufría veían a Jesús. Fueron dos hombres valerosos, llenos de la parresia del Espíritu Santo, y dieron testimonio ante la Iglesia y el mundo de la bondad de Dios, de su misericordia.
Fueron sacerdotes, obispos y papas del siglo XX. Conocieron sus tragedias, pero no se abrumaron. En ellos, Dios fue más fuerte; fue más fuerte la fe en Jesucristo Redentor del hombre y Señor de la historia; en ellos fue más fuerte la misericordia de Dios que se manifiesta en estas cinco llagas; más fuerte la cercanía materna de María.
En estos dos hombres contemplativos de las llagas de Cristo y testigos de su misericordia había «una esperanza viva», junto a un «gozo inefable y radiante». La esperanza y el gozo que Cristo resucitado da a sus discípulos, y de los que nada ni nadie les podrá privar. La esperanza y el gozo pascual, purificados en el crisol de la humillación, del vaciamiento, de la cercanía a los pecadores hasta el extremo, hasta la náusea a causa de la amargura de aquel cáliz. Ésta es la esperanza y el gozo que los dos papas santos recibieron como un don del Señor resucitado, y que a su vez dieron abundantemente al Pueblo de Dios, recibiendo de él un reconocimiento eterno.
Esta esperanza y esta alegría se respiraba en la primera comunidad de los creyentes, en Jerusalén, como se nos narra en los Hechos de los Apóstoles, que hemos escuchado en la segunda lectura. Es una comunidad en la que se vive la esencia del Evangelio, esto es, el amor, la misericordia, con simplicidad y fraternidad.
Y ésta es la imagen de la Iglesia que el Concilio Vaticano II tuvo ante sí. Juan XXIII y Juan Pablo II colaboraron con el Espíritu Santo para restaurar y actualizar la Iglesia según su fisionomía originaria, la fisionomía que le dieron los santos a lo largo de los siglos. No olvidemos que son precisamente los santos quienes llevan adelante y hacen crecer la Iglesia. En la convocatoria del Concilio, san Juan XXIII demostró una delicada docilidad al Espíritu Santo, se dejó conducir y fue para la Iglesia un pastor, un guía-guiado, guidada por el Espíritu Santo. Éste fue su gran servicio a la Iglesia y por eso me gusta pensar en él como el Papa de la docilidad al Espíritu.
En este servicio al Pueblo de Dios, Juan Pablo II fue el Papa de la familia. Él mismo, una vez, dijo que así le habría gustado ser recordado, como el Papa de la familia. Me gusta subrayarlo ahora que estamos viviendo un camino sinodal sobre la familia y con las familias, un camino que él, desde el Cielo, ciertamente acompaña y sostiene.
Que estos dos nuevos santos pastores del Pueblo de Dios intercedan por la Iglesia, para que, durante estos dos años de camino sinodal, sea dócil al Espíritu Santo en el servicio pastoral a la familia. Que ambos nos enseñen a no escandalizarnos de las llagas de Cristo, a adentrarnos en el misterio de la misericordia divina que siempre espera, siempre perdona, porque siempre ama.

Plaza de San Pedro en Roma

Santos de la Iglesia

Con la lectura de la fórmula propia del rito de canonización, esta mañana el Papa Francisco declaró santos a San Juan Pablo II y San Juan XXIII, en una ceremonia histórica y sin precedentes en la que están reunidos cuatro Pontífices, con la participación del Sumo Pontífice Emérito Benedicto XVI.
En una Plaza de San Pedro totalmente abarrotada desde las primeras horas de la mañana, el Santo Padre preside la Misa en la que ya se han rezado las letanías de los santos y en la que el coro y la multitud han entonado los himnos dedicados a ambos.
Luego el Papa Francisco ha escuchado el pedido del Prefecto de la Congregación para las Causas de los Santos, Cardenal Angelo Amato, quien, de acuerdo al rito de la canonización, solicitó tres veces que se declare santos a Juan Pablo II y a Juan XXIII.
Tras escuchar la “tertia petitio”, Francisco pronunció la fórmula de la canonización con la que Juan Pablo II y Juan XXIII han sido declarados santos en este Domingo de la Misericordia, la misma ocasión en la que en el año 2005 falleció el Papa polaco.
Esta es la fórmula que leyó el Papa para declarar santos a San Juan Pablo II y San Juan XXIII:
“Por honor de la Santísima Trinidad,
exaltación de la fe católica
y el incremento de la vida cristiana,
por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo
y de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, y nuestra
luego de una adecuada deliberación
y tras frecuente oración pidiendo la asistencia divina
y habiendo recibido el consejo de muchos de nuestros hermanos obispos
declaramos y definimos Santos a los Beatos Juan XXIII
y Juan Pablo II
y los inscribimos en el libro de los santos
y establecemos que en toda la Iglesia ambos sean devotamente honrados
En el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”.
Fuente: ACI Prensa.

No recojamos las piedras que nos arrojan

[Visto: 1129 veces]

Cardenal Capovilla
El recuerdo del ex-secretario ahora cardenal: le dije a Wojtyla que abría ventanas que provocaban algunas preocupaciones. Conferencia conjunta con los secretarios de Juan Pablo II y Juan XXIII.
Por Iacopo Scaramuzzi- Vatican Insider
La «última gran palabra» de Juan XXIII fue el simple mensaje evangélico «amémonos los unos a los otros». Lo indicó Loris Capovilla, de 98 años y que fue el secretario particular de Angelo Roncalli, a través de una conexión de video con la conferencia organizada por la Sala de prensa de la Santa Sede, en la que también participó el secretario de Juan Pablo II, el cardenal Stanislaw Dziwisz, a pocos días de la doble canonización del próximo domingo. En los últimos días de Papa Roncalli «pedí perdón al Papa: no fui el hombre que merecía, le dije, la sinceridad y la fidelidad, eso sí, pero… él me dijo, con sus manos en las mías: “Loris, no te preocupes, lo que importa es que hicimos nuestro servicio según la voluntad del Señor, que no nos detuvimos a recoger las piedras que a veces, por aquí y por allá, nos arrojaron; hemos callado, perdonado, amado”». Por ello el deseo para toda la humanidad: «amemonos los unos a los otros, todo el mundo», para un «nuevo orden» de paz, verdad, amor.
«Este viejo sacerdote, Loris Capovilla, que les habla desde la casa de Papa Juan, está conmovido, confundido e intimidado», dijo el neopurpurado, que, al principio un poco perplejo frente a todo el equipo tecnológico instalado en su casa en Sotto il Monte, después se desenvolvió con confianza ante la telecámara y el micrófono.
«A menudo vienen aquí multitudes de niños y niñas, y vienen a la casa de Papa Juan, es un santo, y no lo dicen hoy a la vigilia de la canonización, sino desde hace muchos años; a veces hay también niños y niñas musulmanes, y yo hablo con ellos sobre el corazón del papá, o, si prefieren, del abuelo. Pregunto: ¿sabes a qué edad murió Papa Juan? Te lo digo yo: tenía 81 años y seis meses. Pero tengo que decirles una cosa: no vi morir a un hombre viejo de 81 años, vi morir a un niño, porque tenía los ojos espléndidos como los tuyos, y una sonrisa en los labios que era como la tuya, expresaba una bondad que sube desde lo profundo del corazón». Capovilla citó a Georges Bernanos, según quien «los santos son los que nunca han salido de la infancia, pero esta condición la han ido madurando poco a poco según la medida de la vocación recibida y de la misión que se les encomendó». Un concepto que Capovilla aplica tanto a Juan XXIII como a Juan Pablo II, «ante cuyo altar me arrodillo con todos sus hermanos e hijos de Polonia y del mundo entero».
El cardenal Capovilla narró la anécdota de un encuentro con Papa Juan Pablo II, en Castel Gandolfo, durante su primer año de Pontificado, «cuando me llamó para concordar el primer peregrinaje al santuario mariano de Loreto, de donde era delegado. Me dijo: “Capovilla, decida usted como le parezca la organización de la visita, pero dígame solamente una cosa, hábleme de Papa Juan”. El señor cardenal Stanislaw tal vez se acuerda. En Castel Gandolfo, el Papa me recibió en la capilla, me dijo palabras extraordinarias. Usted estará contento de encontrarse en esta casa, me dijo. Yo deseaba que me interrogara, y le dije: «Santidad, tengo muchos recuerdos y emociones, y también aprendí a sufrir en esta casa. ¿Cómo?, me preguntó. Hablamos mucho sobre las salidas del Papa por las calles de Roma, del anuncio del Concilio, de la “Pacem in Terris”, de ciertas audiencias y de ciertas ventanas abiertas, que provocaban algunas preocupaciones…», dijo el secretario de Roncalli, que después subrayó su absoluto respeto «hacia todos los que ayudaron a Papa Juan y a los Papas que han venido después». Capovilla después leyó un texto de don Giuseppe De Luca: «Es fácil amar a los pobres, y no tan fácil amar la pobreza; es fácil amar a los santos, y no tan fácil amar la santidad; es fácil entregarse a obras de asistencia, sobre todo con el dinero de otros, y no es tan fácil sufrir sonriendo y consolando a los que están a nuestro alrededor; es fácil narrar peripecias de penitentes, y no tan fácil hacer penitencia que sea tal y no un expediente devocional; es fácil despreciar los honores en la conversación, y no tan fácil aceptar el deshonor inmerecido; es fácil, en una palabra, decirse cristianos, y no tan fácil serlo».
El cardenal Stanislaw Dziwisz, por su parte, subrayó que la santidad de Juan Pablo II se encuentra en la profundidad de su oración y en su amor por el sufrimiento, y volvió a proponer algunos episodios conocidos de la vida de Karol Wojtyla, desde el  abrazo a un chico enfermo de Sida, hasta el momento del atentado en la Plaza San Pedro (el 13 de mayo de 1981), cuando, antes de conocer la identidad de su agresor, Alí Agca, el Papa lo había perdonado y rezaba por él en la ambulancia que lo llevaba al hospital.

Sigue leyendo

Testigos de Jesucristo Resucitado

[Visto: 1737 veces]

Tumba vacia

Queridos hermanos:
Me hago presente entre ustedes para desearles una FELIZ PASCUA DE RESURRECCIÓN. Ahora bien, esta felicitación lleva consigo implícita una llamada al compromiso y a la responsabilidad. No podemos permitir que la muerte de Cristo haya sido inútil. Somos nosotros, sus seguidores, los responsables de darle sentido.
En el mes de abril hemos comenzado en el Vicariato Apostólico de Iquitos un nuevo Plan Pastoral centrado en la MISIÓN Cristiana. La meta es redescubrir nuestro bautismo para convertirnos en testigos, discípulos, misioneros de Cristo en medio de nuestro mundo actual. Pero, ¿cuál es el origen de esta misión a la que somos llamados? No es otro que el Espíritu de Cristo Resucitado que nos impulsa a dar testimonio de nuestra fe. Nos viene bien la celebración de la Semana Santa al comienzo de nuestro año pastoral. Vivir bien, con profundidad, el Misterio Pascual, como ocurrió a los primeros discípulos, nos permitirá llenarnos del Espíritu del Señor que nos acompañará durante todo el año dando sentido a nuestra misión. Este Misterio central de nuestra vida cristiana, la muerte y resurrección de Cristo, es el centro de nuestra fe y el núcleo central, el kerygma, del anuncio cristiano.Por eso, les animo a vivir con intensidad, con profundidad cristiana, esta Semana Santa. Vamos a acompañar a Jesús, el Cristo de nuestra fe, en los misterios más dolorosos, pero también más gloriosos de su existencia. Como Hijo de Dios, aceptó su voluntad y entregó la vida por nuestra salvación. Nadie se la quitó, Él la entregó voluntariamente para cumplir la voluntad del Padre. El amor a Dios y el amor al prójimo constituyeron la fuerza necesaria para permanecer fiel hasta la muerte y una muerte de Cruz, como cualquier malhechor de su época.

Resucitado

Vamos a celebrar su entrada triunfal en Jerusalén en el Domingo de Ramos. Estamos felices y contentos, como los hebreos, de que el Señor venga a nuestra ciudad, a nuestra iglesia y a nuestras vidas. Por eso le aclamamos con los Ramos. Pero, ¡qué poco durará la dicha en el Pueblo de Dios! Tras unos días de meditación y oración cristiana personal y comunitaria, llegaremos al Jueves Santo para recordar y revivir en nuestras vidas la enseñanza del Amor. Esta es la gran enseñanza de Jesús, su gran testamento, su mandamiento nuevo. La antigua Ley ha sido tamizada por la Ley del Amor. En la Misa Crismal, el protagonismo lo cobran los sacerdotes como continuadores de la obra de Cristo, Sumo y Eterno Sacerdote. No se puede entender el sacerdocio sin esa capacidad de entrega y amor a la Iglesia como Pueblo de Dios y esposa de Cristo. En la noche, reviviremos la Última Cena de Jesús con los Apóstoles. El lavatorio de los pies nos recuerda una exigencia y consecuencia del amor: el sacrificio y la humildad. El Viernes Santo constituye un día triste para los cristianos. Celebramos la Muerte de Jesús en la Cruz. El Rey de los judíos, el Nazareno, muere casi abandonado en el Calvario. Tan sólo sus seguidores más íntimos, con María a la cabeza, permanecen al pie de la cruz.  Muchas veces nosotros también sentimos el miedo en nuestras vidas; tememos ser crucificados por los demás y acabamos abandonando al Maestro dejándolo sólo ante el sufrimiento. El Sábado Santo acompañamos a María en su soledad y dolor. Ella nos enseña a dar un sentido al dolor desde la fe y a permanecer fieles. El silencio, la meditación, la oración silenciosa, son los protagonistas de esta jornada que nos lleva al Domingo de Resurrección. Nosotros los cristianos, la comenzamos a celebrar la víspera, en la gran Vigilia Pascual. Sus grandes cuatro ritos (Fuego, Palabra, Agua y Eucaristía) nos hacen redescubrir lo más importante de nuestra Historia de la Salvación. En ella quemamos nuestro hombre viejo para renacer a una vida nueva en el espíritu de Cristo Resucitado. Esta es la Pascua de Resurrección, es el paso de Dios por nuestras vidas que nos libera de todas nuestras esclavitudes y pecados y nos impulsa a vivir renovados y a dar testimonio de nuestra fe.
Queridos hermanos, como Obispo y Pastor tanto del Vicariato de Iquitos como del de San José del Amazonas, les invito una vez más a vivir plenamente esta semana de gracia y salvación. Les invito y animo a participar de cuantas actividades han sido programadas en las diversas parroquias. No se trata de recordar lo que pasó hace más de dos mil años. Se trata de actuar, de hacer presente el amor de Cristo en nuestras vidas y en nuestra sociedad. Hace escasos días nuestras calles se han visto salpicadas de protestas frente a la corrupción y el modo de actuar de nuestros políticos. La Iglesia ofrece un camino de paz y reconciliación, conscientes de que la verdadera renovación comienza por uno mismo. Hagamos nuestro el mensaje de Cristo, vivamos desde el amor, la entrega, la generosidad y el sacrificio. Esto nos llevará sin duda tanto a la renovación personal, como a una nueva sociedad, la civilización del amor -que diría el ya casi santo Juan Pablo II-. Sólo desde la conversión personal podremos ser testigos y discípulos del Señor dando frutos abundantes.
Que el Señor les bendiga. A todos un saludo de hermano y una felicitación de Padre: ¡FELIZ PASCUA DE RESURECCIÓN A TODOS”.
+ Monseñor MIGUEL OLAORTUA LASPRA OSA
Vicario Apostólico de Iquitos y Administrador
Apostólico de San José del Amazonas

La cruz de Cristo

[Visto: 1448 veces]

Sabana Santa

Las 7 palabras de Cristo en la cruz
Por Juan García Inza- Religión en Libertad.
Y Jesús, levantando su mirada amorosa hacia el Padre, dice:
Primera Palabra: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has desamparado? (Mt. 27,46; Mc. 15,34)
Son palabras del Salmo 22. Y encierran un profundo misterio. Parece que Cristo se queja al Padre por haberlo dejado solo. Le ha retirado el consuelo cuando más lo necesita. ¿Por qué el Padre permite este desamparo? Esta escena y esta expresión nos invitan a pensar que Cristo está pagando por los pecados de la humanidad. Y uno de los graves pecados de los hombres es la soledad y abandono que viven muchos hermanos  nuestros, a consecuencia del egoísmo y desinterés de los demás. El dolor más fuerte que podemos padecer no es el físico, aunque sea tremendo. El dolor más agudo es la soledad, el verte desamparado, menospreciado, marginado, abandonado, ignorado… Muchos están solos porque damos un rodeo para evitarnos incomodidades. Tenemos muchas cosas que hacer. No es bueno que el hombre esté solo (Génesis)… Hay del solo… Cristo en este momento está redimiendo el pecado que origina la soledad, y nos invita a mirar al otro como lo que es: imagen y semejanza de Dios. ¡Mírame que, soy un hombre!

Londres

Segunda Palabra: Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. (Lc. 23,34)
Gran amor el de Cristo. Lo han machacado con saña y odio. Está colgado en la Cruz, y derramando a chorros su sangre. Es todo un dolor. Y su palabra no es de queja contra nadie, sino de perdón para todos. Esa es la caridad cristiana: Amaos unos a otros como yo os he amado…No saben lo que hacen. Es posible que sea verdad. Los hombres de aquel tiempo no sabían que estaban dando muerte al hombre Dios. Los hombres de nuestra época también son ignorantes. No es posible que crean en Dios y blasfemen contra El. No se entiende que muchos cristianos hagamos sufrir a Dios cada vez que le negamos, le abandonamos, le cerramos la puerta de nuestro corazón… A la hora de juzgar a los otros Cristo nos dice: El que esté libre de pecado que tire la primera piedra. Todos tienen derecho al perdón. Y tú tienes que pedir perdón. Hay que ser humildes, y rogar al Padre que nos perdone.

Paris

Tercera Palabra: Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc. 23,43)
Junto a Cristo habían crucificado a otros dos que eran malhechores.  Tradicionalmente se les llama el bueno y el mal ladrón. Uno de ellos empieza a increparlo, y a blasfemar. Suele ocurrir cuando no sabemos sufrir con paciencia, y le echamos la culpa de todo a Dios. El señor había dicho: Bienaventurados los sufridos porque ellos heredarán la tierra. Pero nos duele mucho el sufrimiento, sobre todo por lo que tiene de humillación. El dolor nos vence con facilidad, por eso le tenemos tanto miedo. Y cuando perdemos la esperanza la pagamos con Dios, y con los demás. San Josemaría Escrivá le decía a una enferma incurable que sufría mucho: “Repite conmigo: santificado sea el dolor, alabado sea el dolor que me pone cerca de la Cruz de Cristo”. Para el llamado mal ladrón el dolor le sirvió de desesperación y condena. Para el llamado buen ladrón el arrepentimiento y  la cruz le sirvió para ganar el cielo.

Jerusalem

Cuarta Palabra: Padre, en tus manos pongo mi espíritu (Lc. 23,46)
Hay que bautizar de nuevo la muerte. Todos tenemos que morir, pero no de cualquier manera. Los animales mueren y ya está, no tienen alma que salvar. Pero los hombres estamos destinados a la eternidad, y esta meta hay que conquistarla. El dolor es un medio, pero este no vale nada sin la gracia. Bienaventurados los limpios de corazón, por que ellos verán a Dios. Nos debe preocupar siempre la limpieza del alma, pero muy especialmente en el momento de entregarla a Dios.
Cuando llega la enfermedad, propia o ajena, ponemos todos los medios para dominarla. Médicos, hospitales, medicinas, etc. Que no le falte de nada al enfermo…Pero suele haber un fallo, un descuido…Avisamos a quien haga falta menos al sacerdote. Parece que Dios no tiene nada que hacer, o pretendemos que haga lo que queremos sin poner los medios que el nos ha dejado.
Debemos poner siempre nuestro espíritu, y el de los demás, en las manos del Padre Dios. Es donde mejor está. Sentiremos una profunda paz.

Taitacha de los temblores

Quinta Palabra: Mujer ahí tienes a tu hijo…Hijo, ahí tienes a tu Madre (Jn. 19, 26-27)
Jesucristo está repartiendo lo mejor que tiene. Unas horas antes, en el cenáculo nos dio su cuerpo y su sangre. En esos momentos de la despedida nos dejó el mandamiento del amor, y un ejemplo de humildad lavando los pies de los Apóstoles. Ahora, minutos antes de espirar, nos deja a su Madre.
Estaba ella al pié de la Cruz junto a San Juan, el discípulo amado. Mirando a ambos con ternura dice: Mujer, ahí tienes a tu hijo, ahí tienes quien te cuide, quien te ame con ternura en la tierra, como yo te he amado. Y maría abraza a Juan, y tal vez lo besa con amor de madre. Ella es nombrada desde la cruz como nuestra protectora. En esos momentos Jesús le encarga la custodia de todos nosotros. Y María desempeñaría bien su oficio maternal acogiendo en sus brazos a los hombres de todos los siglos. En todos los lugares, María, Madre del Amor Hermoso, está pendiente de sus hijos todos los días del año. Sabéis muy bien vosotros lo que os quiere la Virgen. ¿Lo notáis?

Huancavelica

Sexta Palabra: Tengo sed  (Jn. 19,28)
La pasión sufrida  hasta el momento había sido muy dura. El cuerpo de Cristo había perdido mucha sangre. Sus carnes estaban rotas. La fiebre debía ser alta, y el cansancio enorme. Los que hemos subido la calle de la amargura en Jerusalén, comprobamos lo empinada que es la cuesta. Y en aquellos tiempos polvorienta y abrupta, y con un peso considerable sobre los hombros.
Jesucristo tenía sed de verdad, enorme sed. Sus labios estaban agrietados y su lengua seca. Todo el cuerpo se estremece ante la falta de agua. Y lo dice claramente, como lo dirían seguramente los otros ajusticiados. Como lo dicen millones de personas en el mundo que tienen posibilidad de llevarse un baso de agua limpia a los labios. Es un sufrimiento añadido al desprecio, a los insultos, al odio, al ensañamiento por hacer el bien.
Y junto a esa sed física se une la sed moral. El sufrimiento espiritual que produce la carencia de afectos, de comprensión, de apoyo humano. El mundo desprecia la salvación. No quiere acoger la luz que se le ofrece. Han preferido las tinieblas. No sufren la evidencia de la verdad. Incluso los suyos lo han dejado solo. Al pie de la Cruz le acompañan muy pocas personas: María y otras mujeres, y Juan, el discípulo amado. A Jesucristo se le reseca el alma ante tal desamor y olvido. Y hoy nos sigue diciendo a nosotros: Tengo sed de amigos, de correspondencia a la gracia, de fidelidad, de compañía… Muchas horas pasa Cristo solo en los sagrarios del mundo. Son una mayoría los católicos que no acepta la invitación de asistir a Misa cada domingo. Bastantes desprecian su perdón, no acudiendo al sacramento de la Penitencia. Numerosos los que le dejan con la Palabra en la boca cuando nos habla. Escasos los que hacen oración. ¿No habéis podido velar conmigo una hora?
Cuando gritamos tantas veces agua para todos, ¿nos acordamos de que Cristo también padece sed hoy?

Cajamarca

Séptima Palabra: Todo está cumplido (Jn. 19,30)
Llegamos al final de dolorosa Pasión. El Señor ya no tiene más que decir. Todo estaba anunciado, y todo estaba cumplido. Dijo que daría su vida por nosotros y la dio hasta la última gota de sangre, que saldría de su corazón abierto. Todo está hecho. Lección impresionante de cumplimiento del deber. Esta es la fidelidad divina a las promesas que hace a los hombres. Y así debe ser nuestra vida cristiana.
Estamos aquí porque un día fuimos acogidos por el Señor, y gracias a El hemos mantenido la amistad que nos brindó. El secreto de la eficacia de nuestras obras es la constancia, el cumplimiento del deber. Tenemos que ser siempre hombres y mujeres de palabra, de últimas piedras, de personalidad madura… En nuestros compromisos humanos y cristianos hay que llegar hasta el final. No dejes nada sin hacer hasta que puedas decir todo está cumplido.
Al llegar al final de esta meditación de la muerte de Cristo en la Cruz, debemos darle al señor las gracias por todo lo que hizo y sigue haciendo por nosotros. Lo felicitamos por su entrega sin condiciones. Y le pedimos que los cristianos de esta nuestra presente etapa histórica, sepamos abrazarnos a la cruz del nuestro deber, y no parar hasta llegar a la cima de nuestra entrega. Hoy nos necesita Cristo. Hoy la Iglesia cuenta seriamente con nosotros. ¿Para qué? Para defender la dignidad del ser humano, la vida desde sus inicios hasta el final natural, la familia, la libertad de espíritu, la educación de los niños y jóvenes, la paz entre todos.  No defraudes nunca al que lo dio todo por ti.

Domingo de Ramos 2014

[Visto: 1176 veces]

Domingo de Ramos 2014

Por José-Román Flecha Andrés- Ecclesia Digital
Celebramos hoy el Domingo de Ramos. En la primera lectura, se proclama uno de los cantos del Siervo del Señor, que nos van a acompañar en estos días. “El Señor Dios me ha abierto el oído; y yo no me he rebelado ni me he echado atrás”. Esta figura del siervo profeta que escucha la palabra de Dios es el anticipo del Mesías Jesús, que, según san Pablo, “se humilló a sí mismo y se hizo obediente hasta la muerte, hasta la muerte en la cruz”.La bendición y la procesión de los ramos nos introduce en el ambiente de la Semana Santa. Como los peregrinos que se acercaban a Jerusalén también nosotros  cantamos: “¡Viva el Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Viva el Altísimo!” Que él traiga la salvación a nuestra vida.
Llevamos a casa uno de los ramos bendecidos en este domingo. Y nos comprometemos a mirarlo con fe, para recibir cada día al Señor que viene hasta nosotros.
EL PAPEL DE PILATO
Pero en el evangelio se lee siempre la pasión de Jesús. En el relato según san Mateo encontramos algunos rasgos exclusivos de este evangelista. Por ejemplo, estos tres:

• Sólo en él dice Jesús que podría acudir al Padre, quien pondría a su disposición legiones de ángeles.
• Sólo en él se narra la muerte de Judas y el destino de los dineros que había percibido por la traición.
• Y sólo en él se anota que en el momento de la muerte de Jesús la tierra tembló, se abrieron los sepulcros y muchos resucitaron.
Por otra parte, vemos que el relato de la pasión de Jesús según san Mateo trata con respeto a Pilato y el poder que representa. He aquí otros tres ejemplos:
• La mujer de Pilato interviene a favor de Jesús, al que reconoce como inocente.
• El procurador se lava las manos y parece descargar toda responsabilidad sobre los dirigentes de los judíos.
• Y por fin, Pilato permite poner guardia frente al sepulcro de Jesús.
Y LA VOZ DEL PUEBLO
Para este relato evangélico, el bien de la paz y la vivencia del mensaje de Jesús obligan a suavizar los recuerdos de aquellos momentos tan dolorosos. Entonces y ahora la evangelización está por encima y al margen de la revancha y del reproche.
Hoy contemplamos a Jesús, sumido en el silencio frente a Pilato, mientras el pueblo le desafía gritando:
• “Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Podemos aplicarnos esta proposición, conscientes como somos de que nuestras rebeliones contra el proyecto de Dios han hecho correr la sangre de su Hijo y la de muchos otros hijos de Dios.
• “Su sangre caiga sobre nosotros y sobre nuestros hijos”. Por otra parte, tendríamos que repetir con humildad y confianza este deseo, aparentemente blasfemo, puesto que sólo la sangre de Cristo puede salvarnos de nuestros pecados individuales y estructurales.
– Señor Jesús, que derramaste tu sangre por nosotros, ayúdanos a vivir en gratitud, ofreciendo lo mejor de nuestra vida por nuestros hermanos, que son también los tuyos. Amén.

Ciento veinte mártires de Persia

[Visto: 1421 veces]

Martirio

Se ignoran los nombres de estos mártires, pero según la tradición, en el reinado de Sapor II de Persia, más de cien cristianos fueron martirizados el mismo día, en Seleucia de Tesifonte. Entre ellos, había nueve vírgenes consagradas a Dios; el resto eran sacerdotes, diáconos y monjes.
Como todos se negaron a adorar al sol, fueron encarcelados durante seis meses en tenebrosas prisiones.
Una rica y piadosa mujer, llamada Yaznadocta les ayudó, enviándoles alimentos. Yaznadocta se las arregló para averiguar la fecha en que los mártires iban a ser juzgados. La víspera, organizó un banquete en su honor, fue a visitarles en la prisión y regaló a cada uno un vestido de fiesta.
A la mañana siguiente, volvió muy temprano y les anunció que iban a comparecer ante el juez y que aún tenían tiempo de implorar la gracia de Dios para tener el valor de dar su sangre por tan gloriosa causa. El juez prometió nuevamente la libertad si adoraban al sol, pero ellos contestaron que estaban dispuestos a dar la vida por Dios. Fueron condenados a morir decapitados y Yaznadocta consiguió los cadáveres y los quemó para evitar que fuesen profanados.

Primera Lectura: Ezequiel 37,12-14
“Os infundiré, mi espíritu, y viviréis”
Así dice el Señor: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os haré salir de vuestros sepulcros, pueblo mío, y os traeré a la tierra de Israel. Y, cuando abra vuestros sepulcros y os saque de vuestros sepulcros, pueblo mío, sabréis que soy el Señor. Os infundiré mi espíritu, y viviréis; os colocaré en vuestra tierra y sabréis que yo, el Señor, lo digo y lo hago.” Oráculo del Señor.
Salmo Responsorial: 129
“Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.”
Desde lo hondo a ti grito, Señor;/ Señor, escucha mi voz;/ estén tus oídos atentos/ a la voz de mi súplica. R.
Si llevas cuentas de los delitos, Señor,/ ¿quién podrá resistir?/ Pero de ti procede el perdón,/ así infundes respeto. R.
Mi alma espera en el Señor,/ espera en su palabra;/ mi alma guarda al Señor,/ más que el centinela la aurora./ Aguarde Israel al Señor,/ como el centinela la aurora. R.
Porque del Señor viene la misericordia,/ la redención copiosa;/ y él redimirá a Israel/ de todos sus delitos. R.
Segunda Lectura: Romanos 8,8-11
“El espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros”Hermanos: Los que viven sujetos a la carne no pueden agradar a Dios.Pero vosotros no estáis sujetos a la carne, sino al espíritu, ya que el Espíritu de Dios habita en vosotros. El que no tiene el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pues bien, si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justificación obtenida. Si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús vivificará también vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.

Lazaro

Evangelio: Juan 11,1-45
“Yo soy la resurrección y la vida”
En aquel tiempo, [un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana, había caído enfermo. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.]
Las hermanas mandaron recado a Jesús, diciendo: “Señor, tu amigo está enfermo.” Jesús, al oírlo, dijo: “Esta enfermedad no acabará en la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella.” Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo, se quedó todavía dos días en donde estaba. Sólo entonces dice a sus discípulos: “Vamos otra vez a Judea.”
[Los discípulos le replican: “Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver allí?” Jesús contestó: “¿No tiene el día doce horas? Si uno camina de día, no tropieza, porque ve la luz de este mundo; pero si camina de noche, tropieza, porque le falta la luz. Dicho esto, añadió: “Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo.” Entonces le dijeron sus discípulos: “Señor, si duerme, se salvará.” Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natural. Entonces Jesús les replicó claramente: “Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su casa.” Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: “Vamos también nosotros y muramos con él.”]
Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania distaba poco de Jerusalén: unos tres kilómetros; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María, para darles el pésame por su hermano.] Cuando Marta se enteró de que llegaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedaba en casa. Y dijo Marta a Jesús: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá.” Jesús le dijo: “Tu hermano resucitará.” Marta respondió: “Sé que resucitará en la resurrección del último día.” Jesús le dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” Ella le contestó: “Sí, Señor: yo creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo.”
[Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: “El Maestro está ahí y te llama.” Apenas lo oyó, se levantó y salió adonde estaba él; porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: “Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano.”]
Jesús, [viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban,] sollozó y, muy conmovido, preguntó: “¿Donde lo habéis enterrado?” Le contestaron: “Señor, ven a verlo.” Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: “¡Cómo lo quería!” Pero algunos dijeron: “Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que muriera éste?” Jesús, sollozando de nuevo, llega al sepulcro. Era una cavidad cubierta con una losa. Dice Jesús: “Quitad la losa.” Marta, la hermana del muerto, le dice: “Señor, ya huele mal, porque lleva cuatro días.” Jesús le dice: “¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?” Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: “Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado.” Y dicho esto, gritó con voz potente: “Lázaro, ven afuera.” El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: “Desatadlo y dejadlo andar.”
Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.
Fuente: ACI Prensa.

El ciego y la luz

[Visto: 1755 veces]

Cristales de la fe

Por José-Román Flecha Andrés
Alégrate
En medio de la aparente oscuridad de este tiempo cuaresmal, esa invitación es un anticipo de la luz y de la alegría pascual. Este domingo central de la cuaresma invita a los catecúmenos a preparase para el bautismo que recibirán en la Pascua. Y a todos nosotros nos exhorta a agradecer el don de la fe.
En la primera lectura se recuerda que el profeta Samuel ungió con aceite a David para hacerle rey (1 Sam 16). Hay en el texto una frase importante  que se coloca en los labios del mismo Dios: “Dios no ve como los hombres, que ven la apariencia: el Señor ve el corazón”. Ese es el don más precioso de la fe: ver las cosas como las ve Dios.
SALIVA Y TIERRA
También el evangelio de hoy se refiere a la posibilidad de “ver” (Jn 9).  Para curar al ciego de nacimiento, Jesús escupe en la tierra, hace un poco de lodo con la saliva y con él unge los ojos del ciego. Y lo envía a lavarse en el estanque de Siloé, es decir, “El Enviado”. Jesús unta los ojos ciegos con el polvo que habitualmente los ciega.
• Así comenta San Agustín este gesto: “Jesús comenzó por mezclar su saliva con la tierra, para ungir los ojos  del que había nacido ciego. También nosotros nacimos de Adán ciegos y tenemos necesidad de que Cristo nos ilumine. Él hizo una mezcla de saliva y tierra. El verbo se hizo carne y habitó entre nosotros. Así que mezcló su saliva con la tierra (…) Nosotros somos iluminados si es que tenemos el colirio de la fe”.
• Y así escribe San Juan de Ávila: “Tuvo tanta fe el ciego que luego fue para allá con tanta fe que no le estorbaron los que de él reían, como lo veían ir así, los ojos llenos de lodo, ni los que murmuraban porque iba a donde le mandó Jesucristo”.
Como el ciego de nacimiento, también nosotros necesitamos que Jesús nos envíe a lavar nuestros ojos en las aguas de “El Enviado”. Sólo él nos hará ver con claridad.
EL ENVIADO
Este magnífico relato es todo un resumen del encuentro con Jesús, del proceso catequético y de la fidelidad a la fe. En medio, sobresale el mandato que Jesús dirige al ciego: “Ve al estanque de Siloé y lávate”.   Esas palabras se dirigen también a nosotros.
• “Ve al estanque de Siloé y lávate”. Nacimos del agua y del Espíritu. Es preciso recordar cada día el lavatorio original de nuestro bautismo y recobrar el frescor que brotaba de las aguas que nos dieron nueva vida.
• “Ve al estanque de Siloé y lávate”. Sólo al contacto con el Mesías Jesús y gracias a la escucha y aceptación de su evangelio puede aclararse nuestra mirada para descubrir su misterio y nuestra dignidad.
• “Ve al estanque de Siloé y lávate”. Necesitamos purificarnos de nuestros prejuicios, de imágenes inútiles y nocivas, de un espectáculo diario que nos fascina y nos encandila, nos “divierte” y nos aliena.
– Señor Jesús, tú has abierto nuestros ojos a tu luz. Ayúdanos a aceptarte como el Mesías de Dios, a superar las tentaciones que nos acechan y a creer en ti con sinceridad y coherencia. Amén.

Encuentro de Jesús con la samaritana

[Visto: 1888 veces]

Samaritana
Por el Papa Francisco
El Evangelio de hoy nos presenta el encuentro de Jesús con la mujer samaritana, sucedido en Sicar, junto a un antiguo pozo donde la mujer iba cada día, para sacar agua. Aquel día se encontró a Jesús, sentado, “fatigado por el viaje” (Juan 4, 6).
Ella inmediatamente le dice, “dame de beber” (v 7, 7). De este modo supera las barreras de hostilidad, que existían entre judíos y samaritanos y rompe los esquemas del prejuicio en frente a las mujeres. El simple pedido de Jesús es el inicio de un dialogo sincero, mediante el cual Él, con gran delicadeza, entra en el mundo interior de una persona a la cual, según los esquemas sociales, no tendría ni si quiera que haberle dirigido la palabra.
Jesús la pone frente a su realidad, no juzgándola sino haciéndola sentir considerada reconocida, y suscitando asé en ella el deseo de ir más allá de la rutina cotidiana.
Aquella de Jesús era una sed no tanto de agua, sino de encontrar un alma sedienta. Jesús tenía necesidad de encontrar a la samaritana para abrirle el corazón: le pide de beber para poner en evidencia la sed que había en ella misma. La mujer queda tocada por este encuentro: dirige a Jesús aquellas preguntas profundas que todos tenemos dentro, pero que muchas veces ignoramos.
¡También nosotros tenemos tantas preguntas para hacer, pero no encontramos el coraje de dirigirlas a Jesús! La Cuaresma es el tiempo oportuno para mirarse adentro, para ser surgir nuestros deseos espirituales más verdaderos y pedir la ayuda del Señor en la oración. El ejemplo de la samaritana nos invita a expresarnos así, “dame de esa agua así no tendré más sed”.
El evangelio dice que los discípulos quedaron maravillados de que su maestro hablara con esa mujer. Pero el Señor es más grande que los prejuicios por eso no tiene temor de detenerse con la samaritana: la misericordia es más grande que el prejuicio. El resultado de aquel encuentro junto al pozo fue que la mujer fue transformada: “dejó su cántaro” (v 28) y corre a la ciudad a contar su experiencia extraordinaria.
Había ido a buscar agua del pozo, y ha encontrado otra agua, el agua viva de la misericordia que salta hasta la vida eterna. ¡Ha encontrado el agua que buscaba desde siempre!, corre al pueblo, aquel pueblo que la juzgaba y la rechazaba, y anuncia que ha encontrado al Mesías: uno que le ha cambiado la vida.
En este evangelio encontramos también nosotros el estímulo para “dejar nuestro cántaro”, símbolo de todo lo que aparentemente es importante pero que pierde valor frente al “amor de Dios”, que “ha estado derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado” (Rm 5,5). Estamos llamados a redescubrir la importancia y el sentido de nuestra vida cristiana, iniciada en el bautismo y como la samaritana, ha de dar testimonio a nuestros hermanos, de la alegría del encuentro con Jesús y las maravillas que su amor, realiza en nuestra existencia.

Sigue leyendo

Dios está en su Hijo

[Visto: 588 veces]

Transfiguracion

Por José-Román Flecha Andrés- Revista Ecclesia
Muchos nos preguntan dónde está Dios. A muchos de nuestros contemporáneos les resulta difícil encontrarlo, tal vez porque tienen una falsa imagen de Dios. Lo consideran o como un enemigo del hombre o como un apoyo para la inmovilidad y el acomodo.
Pero Dios está vivo y nos invita a vivir.  Dios estaba en la voz que llamó a Abrahán y le invitó a salir de su tierra y de la casa de su padre (Gen 12,1-14). En su exhortación “La alegría del Evangelio”, el Papa Francisco nos repite que, al igual que Abrahán, la Iglesia es una comunidad “en salida”, un pueblo itinerante (nn. 22-24)
Dios estaba en la zarza, desde la que llamó a Moisés para convertirlo en liberador de su pueblo. Dios estaba en la nube que guiaba al pueblo de Israel por el desierto hasta la patria de la libertad. Y, finalmente, Dios está en su Hijo Jesús. Y en aquellos que le siguen con sincero y humilde corazón.
EL ROSTRO Y LA PRESENCIA 
Hoy contemplamos el cuadro de la Transfiguración de Jesús, pintado por Rafael, que se conserva en la Pinacoteca Vaticana. En él se refleja la dialéctica entre el monte y el valle. En el monte Jesús se encuentra con la luminosa realidad de Dios. Al bajar del monte se encuentra con la dolorida realidad de lo humano. He ahí la imagen de nuestra vida de creyentes. La contemplación no puede alejarnos de la acción.
Según el evangelio que hoy se proclama (Mt 17, 1-9), la transfiguración de Jesús nos anuncia el misterio de su muerte y su resurrección.
Los tres discípulos más cercanos subieron con Jesús a lo alto de una montaña. Allí vieron que su rostro resplandecía como el sol y sus vestidos se volvían blancos como la nieve. Lo envolvía la nube que había significado la presencia de Dios en medio de su pueblo. Moisés y Elías lo flanqueaban como dando testimonio de su honda verdad. Ellos habían descubierto a Dios en el monte santo. Y junto a ellos, se revelaba ahora en su Hijo predilecto.
LA VOZ DEL CIELO
En el relato de la Transfiguración de Jesús se recoge la voz que desciende de la nube, es decir, desde el ámbito de lo divino: “Este es mi Hijo, el amado, el elegido: escuchadlo”.
•“Este es mi Hijo”. Dios no es un objeto lejano. No es una idea ni un anhelo insatisfecho. Se presenta con los rasgos familiares de quien reconoce a Jesús como hijo.
• “El amado”. Los seres humanos han temido muchas veces a los dioses. Los dioses falsos tienen boca pero no hablan. El Dios de Jesús siente y ama.
• “El elegido”. Por el hecho de reconocer a Dios como Dios, el hombre no pierde su categoría y su dignidad. Jesús no fue menos humano por saberse elegido por Dios.
• “Escuchadlo”. Jesús no se ha engañado ni ha engañado a los suyos. Dios está con él, lo apoya y garantiza su misión y la verdad de su mensaje.
El Concilio Vaticano II nos dice que, mediante la escucha de la Palabra de Dios y la oración,  el tiempo cuaresmal prepara a los fieles a celebrar el misterio pascual (SC 109). Hay que leer los evangelios y escuchar la Palabra del Señor.
– Señor Jesús, tú nos revelas el amor de un Dios al que nos atrevemos a llamar Padre. Te agradecemos esa conciencia de ser Hijo y mensajero de la verdad de Dios. Que tu palabra oriente nuestra vida. Amén.