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¡Es el Señor!

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Evangelio según San Juan 21,1-19.
Jesús se apareció otra vez a los discípulos a orillas del mar de Tiberíades. Sucedió así: estaban juntos Simón Pedro, Tomás, llamado el Mellizo, Natanael, el de Caná de Galilea, los hijos de Zebedeo y otros dos discípulos.
Simón Pedro les dijo: “Voy a pescar“. Ellos le respondieron: “Vamos también nosotros“. Salieron y subieron a la barca. Pero esa noche no pescaron nada.
Al amanecer, Jesús estaba en la orilla, aunque los discípulos no sabían que era él. Jesús les dijo: “Muchachos, ¿tienen algo para comer?“. Ellos respondieron: “No“.
El les dijo: “Tiren la red a la derecha de la barca y encontrarán“. Ellos la tiraron y se llenó tanto de peces que no podían arrastrarla.
El discípulo al que Jesús amaba dijo a Pedro: “¡Es el Señor!“. Cuando Simón Pedro oyó que era el Señor, se ciñó la túnica, que era lo único que llevaba puesto, y se tiró al agua.
Los otros discípulos fueron en la barca, arrastrando la red con los peces, porque estaban sólo a unos cien metros de la orilla.
Al bajar a tierra vieron que había fuego preparado, un pescado sobre las brasas y pan.
Jesús les dijo: “Traigan algunos de los pescados que acaban de sacar“.
Simón Pedro subió a la barca y sacó la red a tierra, llena de peces grandes: eran ciento cincuenta y tres y, a pesar de ser tantos, la red no se rompió.
Jesús les dijo: “Vengan a comer“. Ninguno de los discípulos se atrevía a preguntarle: “¿Quién eres?“, porque sabían que era el Señor.
Jesús se acercó, tomó el pan y se lo dio, e hizo lo mismo con el pescado. Esta fue la tercera vez que Jesús resucitado se apareció a sus discípulos.
Después de comer, Jesús dijo a Simón Pedro: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas más que estos?“. El le respondió: “Sí, Señor, tú sabes que te quiero“. Jesús le dijo: “Apacienta mis corderos“.
Le volvió a decir por segunda vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me amas?“. El le respondió: “Sí, Señor, sabes que te quiero“. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas“.
Le preguntó por tercera vez: “Simón, hijo de Juan, ¿me quieres?“. Pedro se entristeció de que por tercera vez le preguntara si lo quería, y le dijo: “Señor, tú lo sabes todo; sabes que te quiero“. Jesús le dijo: “Apacienta mis ovejas. Te aseguro que cuando eras joven, tú mismo te vestías e ibas a donde querías. Pero cuando seas viejo, extenderás tus brazos, y otro te atará y te llevará a donde no quieras“.
De esta manera, indicaba con qué muerte Pedro debía glorificar a Dios. Y después de hablar así, le dijo: “Sígueme“.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

En Agosto de 2016 me convertí en “persona especial” (=ciudadano mayor) en las Bermudas. Con esa tarjeta, puedo viajar gratis en los autobuses y transbordadores de las Bermudas. En ocasiones, envejecer tiene algunas ventajas y se tienen consideraciones especiales. De hecho, en un restaurante al que solía ir en Canadá me daban un descuento para mayores cuando sólo tenía cincuenta años. Mis canas confunden a la gente con la edad real de uno. Envejecer pronto fue una herencia de mi madre.
Pensé en esto cuando llegué al final del evangelio de hoy (Juan 21:1-19). Hay muchas cosas en el evangelio de hoy, con la aparición de la resurrección de Jesús, y la pesca milagrosa. Sin embargo, lo que más me llamó la atención fue la persona de Pedro, las preguntas de Jesús a él, y el mandato de Jesús a Pedro. Algunos estudiosos de las Escrituras creen que las tres preguntas de Jesús a Pedro sobre si le amaba pueden ser un reflejo de las tres negaciones de Jesús por parte de Pedro, como Jesús había predicho. Estoy seguro de que con cada pregunta Pedro se sentía más frustrado porque Jesús no le tomaba la palabra de que le amaba.
Las palabras de Jesús a Pedro que más me conmovieron fueron: “cuando envejezcas, extenderás tus manos, y otro te vestirá y te llevará a donde no quieres ir“. No creo que Jesús le esté hablando a Pedro de la edad cronológica, sino que se está refiriendo a la madurez espiritual. Jesús está diciendo que cuando somos jóvenes somos autosuficientes y hacemos las cosas por nosotros mismos como queremos, para bien o para mal. Sin embargo, cuando somos mayores podemos necesitar ayuda, incluso para cosas tan sencillas como vestirnos y cuidarnos. Esa imagen de “extender las manos” es, para mí, un símbolo de la confianza en Dios que nos llega cuando hemos superado los altibajos de la vida espiritual. A medida que maduramos espiritualmente, descubrimos que Dios tiene la respuesta, que la revelación de Dios es verdadera. En nuestra juventud espiritual podemos luchar contra esto, queriendo hacer nuestra voluntad por encima de todo, hasta desobedecer y desafiar a Dios. En esa etapa no estamos preparados para ser “guiados“, sino que pensamos que sabemos más. La imagen de ser conducidos “a donde no queremos ir” habla también de esa experiencia adquirida de dejarnos guiar por el Señor, y de llevarnos a hacer cosas que quizá no nos atraigan naturalmente, pero que forman parte de la voluntad de Dios para nosotros y para los demás. Tal vez la pesca milagrosa anterior ayudó a convencer a Pedro de que siguiendo la voluntad de Dios, las instrucciones de Jesús, todo podía ser posible. Incluso a pesar de su negación de Jesús en la noche anterior a su muerte, Dios podía elegirlo para “apacentar las ovejas“. A Pedro se le había asignado un papel de responsabilidad y liderazgo entre los discípulos de Jesús, las ovejas del rebaño de Jesús, el Señor resucitado.
Nuestra Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles (5:27-32, 40b-41) muestra la valentía y la determinación de Pedro y de los primeros discípulos a la hora de compartir la Buena Noticia con los demás. Aunque fueron detenidos y llevados ante el Sanedrín, el tribunal judío, se mantuvieron firmes en su decisión de continuar el ministerio de Jesús y darlo a conocer. Pedro dice al Sanedrín que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres“. De hecho, estaba “extendiendo sus manos” y yendo a lugares “donde no quería ir“. Lo haría por el reino de Dios.
En nuestra Segunda Lectura del Apocalipsis (5:11-14) se revela la gloria de Dios. Jesús es este “Cordero inmolado” y ha sido resucitado para gloria de Dios Padre. Este es quien nos llama, quien nos ha salvado y nos da abundantes gracias.
Este es el momento de mi homilía en el que me pregunto: “¿Y qué?“, ¿qué importancia o sentido tiene esto en mi vida?
Lo que más me atrajo en este evangelio, y me habló, fue lo de hacerse “viejo” espiritualmente, ser maduro espiritualmente y seguir los impulsos y la llamada de Dios. No hay que ser viejo ni tener canas para alcanzar esta madurez. El primer paso, creo, es ser consciente de nuestra necesidad de la guía de Dios. Nuestras experiencias pasadas nos llevan a menudo a esto. No somos autosuficientes, y no siempre sabemos hacia dónde vamos cuando empezamos. Los altibajos de la vida nos ayudan a aprender que necesitamos ayuda -ya sea humana o divina- para seguir fielmente a Jesús y hacer la voluntad de Dios. En esos momentos podemos decir a menudo -como hizo Pedro- “¡Es el Señor!“. Es el Señor quien nos conduce y guía. Esto me hace recordar algo que una de mis antiguas alumnas en Bolivia puso en facebook. Ella escribió “En la escuela aprendemos las lecciones y luego hacemos el examen. En la vida nos dan la prueba y luego aprendemos las lecciones“. ¡Cuánta verdad! Esta toma de conciencia de nuestra necesidad de Dios nos ayuda a “extender las manos” a Jesús y pedir su ayuda. Cuando miramos hacia atrás a las lecciones que hemos aprendido, podemos ver cómo Jesús tomó esas manos extendidas y nos condujo con gracia a conocer, amar y servir a Dios. Podemos ver cómo, quizás a menudo, también hemos sido “llevados a donde preferiríamos no ir“. Respondiendo a la llamada de Dios, y dependiendo de su gracia, nos hemos encontrado en situaciones que no habríamos elegido, y con personas que no habríamos elegido, y para decir y hacer cosas que no habríamos elegido. Tal vez fuimos llamados a dar un consejo, o un consuelo, o a dar un ejemplo a alguien. Por nuestra cuenta, reconocemos que no habríamos tenido la sabiduría o el valor -como Pedro y los pescadores que pasaron toda la noche pescando sin pescar nada- para hacer lo que Dios quería. Pero entonces Dios intervino y a la luz de Cristo encontramos la sabiduría y el valor, las palabras y las acciones que dieron testimonio de Jesús y del reino de Dios. No nos llegó por arte de magia, sino “extendiendo las manos” y aprendiendo a confiar en Jesús, y a tener confianza en que siendo fieles a él haremos la voluntad de Dios.
Una vez que hemos aprendido a confiar en Dios, y a ser guiados por la gracia de Dios, entonces nosotros -como Pedro- recibimos la responsabilidad de cuidar “las ovejas“. Entonces ya no podemos pretender ser “sólo” un seguidor, un discípulo, sino que debemos asumir la responsabilidad espiritual no sólo de nosotros mismos, sino de los demás: en nuestras familias, en nuestro trabajo y en nuestra escuela. Jesús nos pregunta si le amamos, y quiere que respondamos como Pedro, y que recibamos el mismo mandato: “Apacienta mis ovejas“, “Cuida mis ovejas“. Jesús, el Señor, nos ha dado la sagrada confianza de guiarnos y orientarnos unos a otros para seguir al Señor y vivir en los caminos del Señor. Entonces, cuando veamos y experimentemos el fruto de esta acción del Espíritu, podremos decir con Pedro “¡Es el Señor!

Palembang: ordenaron 8 sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús

Por Mathias Hariyadi- Asia News.
A pesar de las medidas de contención de la pandemia, que siguen vigentes en Indonesia, la ceremonia se pudo desarrollarse con normalidad. El arzobispo Yohanes Harun Yuwono administró el sacramento del sacerdocio. Otras ordenaciones de diáconos y sacerdotes en Malang y Merauke.El 27 de abril en la ciudad de Palembang, Sumatra del Sur, fueron ordenados 8 sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús. Aunque en Indonesia todavía están vigentes algunas medidas para contener la pandemia, la ceremonia se pudo desarrollar con normalidad en la iglesia parroquial de San Pedro.
El arzobispo de Palembang Monseñor Yohanes Harun Yuwono impartió el sacramento del sacerdocio a los 8 diáconos: Methodius Darmuat Abdi Buana que será enviado a la Fundación Dehon con sede en Yakarta; Agustinus Tri Winarno, enviado a la parroquia de Biak de la diócesis de Timika en Papúa; Yosafat Hengki Sanjaya, quien será el nuevo párroco de Trinity en Palembang; Finsentius Ari Setiono director del Orfanato de Santa María en Pasang Surut; Albertus Bayu Christanto asignado a estudiar derecho canónico en Roma; Fransiskus Suseno, que hizo su diaconado en Biak y también será enviado a Timika, Papua, como párroco local; Martinus Joko Widiatmoko, que será párroco en la provincia de Riau.
Quiero expresar mi gratitud a las familias de los sacerdotes recién ordenados por permitir voluntariamente que sus hijos sirvan al Señor en la Iglesia”, dijo el padre Suparman, responsable de la provincia indonesia de los sacerdotes del Sagrado Corazón de Jesús.
Vuestra vocación religiosa debe ser siempre enriquecida por el amor de Cristo a los seres humanos”, añadió luego dirigiéndose a los jóvenes sacerdotes.
Debido a las restricciones por la pandemia, a la ceremonia asistieron solo unas pocas decenas de religiosos, algunos familiares y el obispo emérito de Palembang Monseñor Aloysius Sudarso.
El obispo de Malang, en la provincia de Java Oriental, Monseñor Henricus Pidyarto Gunawan, ordenó como diáconos a 14 seminaristas de la diócesis local y de otras congregaciones religiosas.
El próximo 5 de mayo el arzobispo de Semarang Monseñor Robertus Rubiyatmoko ordenará a tres jesuitas y un diocesano de la arquidiócesis de Merauke, Papúa. Esta ordenación tendrá lugar en Yogyakarta, Java Central.

Señor aumenta nuestra fe

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Evangelio según San Juan 20,19-31.
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!“.
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes“.
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan“.
Tomás, uno de los Doce, de sobrenombre el Mellizo, no estaba con ellos cuando llegó Jesús.
Los otros discípulos le dijeron: “¡Hemos visto al Señor!“. El les respondió: “Si no veo la marca de los clavos en sus manos, si no pongo el dedo en el lugar de los clavos y la mano en su costado, no lo creeré“.
Ocho días más tarde, estaban de nuevo los discípulos reunidos en la casa, y estaba con ellos Tomás. Entonces apareció Jesús, estando cerradas las puertas, se puso en medio de ellos y les dijo: “¡La paz esté con ustedes!“.
Luego dijo a Tomás: “Trae aquí tu dedo: aquí están mis manos. Acerca tu mano: Métela en mi costado. En adelante no seas incrédulo, sino hombre de fe“.
Tomas respondió: “¡Señor mío y Dios mío!“.
Jesús le dijo: “Ahora crees, porque me has visto. ¡Felices los que creen sin haber visto!“.
Jesús realizó además muchos otros signos en presencia de sus discípulos, que no se encuentran relatados en este Libro.
Estos han sido escritos para que ustedes crean que Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios, y creyendo, tengan Vida en su Nombre.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hace muchos años existían obras de arte tridimensionales coloridas, llamadas estereogramas, que solía ver todos los sábados en el periódico de La Paz. Al principio se parecen a parches de colores, con patrones definitivamente, pero nada que muestre un forma real o figuras. Debo haber mirado cientos de ellos, y nunca vi nada. Lo movería más cerca, más lejos, trataría de cruzar mis ojos para verlo. Me sentí tonto tratando de descifrarlos. Finalmente un día lo hice bien y pude ver las figuras tridimensionales en la página: ovejas, pájaros, o payasos, una multitud de imágenes. Después de eso no pude evitar ver las imágenes cada vez que miré las páginas.
Pensé en esto cuando leí por primera vez el evangelio (Juan 20:19-31). Tomás no estaba presente con los discípulos cuando Jesús se les apareció, y no podía creer en ellos. Quería verlo por sí mismo. Quería verlo con sus propios ojos, y tocar las manos y el lado de Jesús. Fue casi como si él estableciera las condiciones en las que creería. Si Jesús no se revelara como lo instruyó, no creería el testimonio de los demás. Imagina, que había conocido a estos discípulos durante tres años, y sin embargo no aceptaba su testimonio de que Jesús había resucitado y se les había aparecido.
Y finalmente Jesús se les aparece cuando Tomás está presente, y la petición de Tomás se cumple. Él estiró sus manos y tocó a Jesús. Finalmente, Tomás creyó. A veces podemos ser como Tomás. En nuestra condición humana también podemos poner condiciones para que Jesús cumpla con el fin de creer en él, o que existe, o que nos ama. Queremos que se adapte a nuestra forma de pensar y actuar, que haga nuestra voluntad. Desafortunadamente, a veces nunca es suficiente, y creamos un nuevo aro para que salte a través para satisfacernos. Y así negociamos con Dios. “Si haces esto, entonces sabré que existes”. “Si me muestras esto, entonces creeré“. “Si respondes a mi oración mientras dirijo, entonces creeré en ti“.
En nuestra primera lectura, de los Hechos de los Apóstoles (5:12-16) escuchamos las maravillas que Dios estaba haciendo a través de los apóstoles, trayendo sanidad y nueva vida a quienes los buscaron. Junto con la curación de sus cuerpos y mentes, escucharon las buenas noticias para sanar sus espíritus y unirlos con Cristo. Dios puede y seguirá haciendo maravillas a través de nosotros, si creemos, testimonio de nuestra fe, y buscamos llevar sanidad, perdón, reconciliación y misericordia a los demás.
En nuestra segunda lectura, del libro del Apocalipsis (1:9-11a, 12-13, 17-19), Juan comparte cómo el Señor resucitado se le apareció en su gloria. John estaba adecuadamente dispuesto a la revelación de Dios. Oyó su llamado, lo reconoció como divino, y escuchó – y vio (en su visión). Una vez más, sólo porque estaba en unión con Cristo podía ser un instrumento de la buena noticia de Dios, amor y misericordia. Nosotros también estamos llamados a ser instrumentos, en lugar de obstáculos, para esta obra de Dios que él quiere hacer en y a través de nosotros.
Con demasiada frecuencia no reconocemos a Jesús entre nosotros. Como cuando intenté ver esas figuras de tres dimensiones en la obra de arte, estaban ahí, pero no pude verlas. A veces es porque no permitimos que Dios sea Dios. Queremos imponer nuestra idea de cómo Dios debe actuar sobre él. Sólo cuando cumpla nuestras peticiones podemos creerle.
Algunas de las maneras en que Dios se revela ante nosotros están en nuestra oración, en su Palabra, en los Sacramentos, y en nuestro compartir en la vida de la Comunidad. Una vez más, requiere que seamos adecuadamente dispuestos -abiertos y receptivos- para “ver“, “tocar” y experimentar a Jesús como lo hicieron Tomás y los otros apóstoles en Jerusalén.
La verdadera oración no es sólo hablar con Dios, o darle las condiciones por las que vamos a creer en él. La verdadera oración también implica escuchar a Dios, estar en sintonía con sus caminos y con su voluntad. En nuestra oración Dios nos toca en la profundidad de nuestro ser, llamándonos a entrar en una relación más profunda con él.
En la Palabra de Dios recibimos la revelación de Dios -como lo hizo Juan en la Segunda Lectura- para conocer a Dios y sus caminos. La Sagrada Escritura es vital para nuestro conocimiento y comprensión de Jesús, descubriendo por nosotros mismos lo que Dios ha revelado. En la Palabra, Dios nos toca en lo profundo de nuestro ser, iluminándonos para conocerlo, amarlo y servirle.
En los Sacramentos, especialmente la Eucaristía, podemos ser como Tomás y tocar al Señor, y permitir que nos toque. Los sacramentos nos animan y nos dan fuerza para nuestro viaje terrenal. El viaje es largo, y el camino a veces difícil, así que necesitamos los sacramentos para reforzarnos para el viaje.
Nuestra vida en la comunidad parroquial es a menudo subestimada. Tenemos una influencia los unos en los otros, y en la comunidad parroquial -en nuestra oración, estudio, compartir y servicio- nos guiamos y guiamos unos a otros hacia un mayor discipulado y una mayor administración. Nos necesitamos unos a otros en este viaje, y Jesús nos toca de muchas maneras a través de la vida y testimonio de quienes nos acompañan.
En este Segundo Domingo de Pascua el dudoso Tomás nos brinda la oportunidad de fortalecernos para reconocer a Jesús en medio de nosotros, para tocarlo y permitir que nos toque. Esto nos ayudará a creer, y a hacer eco de sus palabras, “Mi Señor y mi Dios“.

Divina Misericordia

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“Tu misericordia, oh Dios, no tiene límites, y es infinito el tesoro de tu bondad…” (Oración después del himno “Te Deum”) y “Oh Dios, que manifiestas especialmente tu poder con el perdón y la misericordia…” (Oración colecta del domingo XXVI del tiempo ordinario), canta humilde y fielmente la santa Madre Iglesia. En efecto, la inmensa condescendencia de Dios, tanto hacia el género humano en su conjunto como hacia cada una de las personas, resplandece de modo especial cuando el mismo Dios todopoderoso perdona los pecados y los defectos morales, y readmite paternalmente a los culpables a su amistad, que merecidamente habían perdido.
Así, los fieles son impulsados a conmemorar con íntimo afecto del alma los misterios del perdón divino y a celebrarlos con fervor, y comprenden claramente la suma conveniencia, más aún, el deber que el pueblo de Dios tiene de alabar, con formas particulares de oración, la Misericordia divina, obteniendo al mismo tiempo, después de realizar con espíritu de gratitud las obras exigidas y de cumplir las debidas condiciones, los beneficios espirituales derivados del tesoro de la Iglesia. “El misterio pascual es el culmen de esta revelación y actuación de la misericordia, que es capaz de justificar al hombre, de restablecer la justicia en el sentido del orden salvífico querido por Dios desde el principio para el hombre y, mediante el hombre, en el mundo” (Dives in misericordia, 7).
La Misericordia divina realmente sabe perdonar incluso los pecados más graves, pero al hacerlo impulsa a los fieles a sentir un dolor sobrenatural, no meramente psicológico, de sus propios pecados, de forma que, siempre con la ayuda de la gracia divina, hagan un firme propósito de no volver a pecar. Esas disposiciones del alma consiguen efectivamente el perdón de los pecados mortales cuando el fiel recibe con fruto el sacramento de la penitencia o se arrepiente de los mismos mediante un acto de caridad perfecta y de dolor perfecto, con el propósito de acudir cuanto antes al mismo sacramento de la penitencia. En efecto, nuestro Señor Jesucristo, en la parábola del hijo pródigo, nos enseña que el pecador debe confesar su miseria ante Dios, diciendo:  “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de llamarme hijo tuyo” (Lc 15, 18-19), percibiendo que ello es obra de Dios:  “Estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado” (Lc 15, 32).
Por eso, con próvida solicitud pastoral, el Sumo Pontífice Juan Pablo II, para imprimir en el alma de los fieles estos preceptos y enseñanzas de la fe cristiana, impulsado por la dulce consideración del Padre de las misericordias, ha querido que el segundo domingo de Pascua se dedique a recordar con especial devoción estos dones de la gracia, atribuyendo a ese domingo la denominación de “Domingo de la Misericordia divina” (cf. Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos, decreto Misericors et miserator, 5 de mayo de 2000).
El evangelio del segundo domingo de Pascua narra las maravillas realizadas por nuestro Señor Jesucristo el día mismo de la Resurrección en la primera aparición pública:  “Al atardecer de aquel día, el primero de la semana, estando cerradas, por miedo a los judíos, las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo:  “La paz con vosotros“. Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron de ver al Señor. Jesús les dijo otra vez:  “La paz con vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío“. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo:  “Recibid el Espíritu Santo. A quienes perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos” (Jn 20, 19-23).
Para hacer que los fieles vivan con intensa piedad esta celebración, el mismo Sumo Pontífice ha establecido que el citado domingo se enriquezca con la indulgencia plenaria, como se indicará más abajo, para que los fieles reciban con más abundancia el don de la consolación del Espíritu Santo, y cultiven así una creciente caridad hacia Dios y hacia el prójimo, y, una vez obtenido de Dios el perdón de sus pecados, ellos a su vez perdonen generosamente a sus hermanos.
De esta forma, los fieles vivirán con más perfección el espíritu del Evangelio, acogiendo en sí la renovación ilustrada e introducida por el concilio ecuménico Vaticano II:  “Los cristianos, recordando la palabra del Señor “En esto conocerán que sois mis discípulos, si os amáis unos a otros” (Jn 13, 35), nada pueden desear más ardientemente que servir cada vez más generosa y eficazmente a los hombres del mundo actual. (…) Quiere el Padre que en todos los hombres reconozcamos y amemos eficazmente a Cristo, nuestro hermano, tanto de palabra como de obra” (Gaudium et spes, 93).
Por eso, el Sumo Pontífice, animado por un ardiente deseo de fomentar al máximo en el pueblo cristiano estos sentimientos de piedad hacia la Misericordia divina, por los abundantísimos frutos espirituales que de ello pueden esperarse, en la audiencia concedida el día 13 de junio de 2002 a los infrascritos responsables de la Penitenciaría apostólica, se ha dignado otorgar indulgencias en los términos siguientes:
Se concede la indulgencia plenaria, con las condiciones habituales (confesión sacramental, comunión eucarística y oración por las intenciones del Sumo Pontífice) al fiel que, en el domingo segundo de Pascua, llamado de la Misericordia divina, en cualquier iglesia u oratorio, con espíritu totalmente alejado del afecto a todo pecado, incluso venial, participe en actos de piedad realizados en honor de la Misericordia divina, o al menos rece, en presencia del santísimo sacramento de la Eucaristía, públicamente expuesto o conservado en el Sagrario, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, “Jesús misericordioso, confío en ti“).
Se concede la indulgencia parcial al fiel que, al menos con corazón contrito, eleve al Señor Jesús misericordioso una de las invocaciones piadosas legítimamente aprobadas.
Además, los navegantes, que cumplen su deber en la inmensa extensión del mar; los innumerables hermanos a quienes los desastres de la guerra, las vicisitudes políticas, la inclemencia de los lugares y otras causas parecidas han alejado de su patria; los enfermos y quienes les asisten, y todos los que por justa causa no pueden abandonar su casa o desempeñan una actividad impostergable en beneficio de la comunidad, podrán conseguir la indulgencia plenaria en el domingo de la Misericordia divina si con total rechazo de cualquier pecado, como se ha dicho antes, y con la intención de cumplir, en cuanto sea posible, las tres condiciones habituales, rezan, frente a una piadosa imagen de nuestro Señor Jesús misericordioso, el Padrenuestro y el Credo, añadiendo una invocación piadosa al Señor Jesús misericordioso (por ejemplo, “Jesús misericordioso, confío en ti“).
Si ni siquiera eso se pudiera hacer, en ese mismo día podrán obtener la indulgencia plenaria los que se unan con la intención a los que realizan del modo ordinario la obra prescrita para la indulgencia y ofrecen a Dios misericordioso una oración y a la vez los sufrimientos de su enfermedad y las molestias de su vida, teniendo también ellos el propósito de cumplir, en cuanto les sea posible, las tres condiciones prescritas para lucrar la indulgencia plenaria.
Los sacerdotes que desempeñan el ministerio pastoral, sobre todo los párrocos, informen oportunamente a sus fieles acerca de esta saludable disposición de la Iglesia, préstense con espíritu pronto y generoso a escuchar sus confesiones, y en el domingo de la Misericordia divina, después de la celebración de la santa misa o de las vísperas, o durante un acto de piedad en honor de la Misericordia divina, dirijan, con la dignidad propia del rito, el rezo de las oraciones antes indicadas; por último, dado que son “Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia” (Mt 5, 7), al impartir la catequesis impulsen a los fieles a hacer con la mayor frecuencia posible obras de caridad o de misericordia, siguiendo el ejemplo y el mandato de Jesucristo, como se indica en la segunda concesión general del “Enchiridion Indulgentiarum“.
Este decreto tiene vigor perpetuo. No obstante cualquier disposición contraria.
Dado en Roma, en la sede de la Penitenciaría apostólica, el 29 de junio de 2002, en la solemnidad de San Pedro y San Pablo, apóstoles.
Luigi DE MAGISTRIS, Arzobispo titular de Nova Pro-penitenciario mayor
Gianfranco GIROTTI, OFM conv. Regente

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hace muchos años, había unas coloridas obras de arte tridimensionales, llamadas estereogramas, que solía ver cada sábado en el periódico. Al principio sólo parecían manchas de colores, con dibujos sin duda, pero nada que mostrara una forma o figura real. Debo haber mirado un centenar de ellos, y nunca vi nada. Lo acercaba, lo alejaba, intentaba cruzar los ojos para verlo. Me sentía tonto tratando de descifrarlos. Finalmente, un día acerté y pude ver las figuras tridimensionales de cada página: en una oveja, y en otra pájaros, o payasos, una multitud de imágenes. Después de eso, no pude evitar ver las imágenes cada vez que miraba las páginas, y no podía entender cómo los demás no podían verlas.
Pensé en esto cuando leí por primera vez el evangelio (Juan 20:19-31). Tomás no estaba presente con los discípulos cuando Jesús se les apareció, y no podía creerles. Quería ver por sí mismo. Quería ver con sus propios ojos y tocar las manos y el costado de Jesús. Era casi como si pusiera condiciones para creer. Si Jesús no se revelaba como él le había indicado, no creería el testimonio de los demás. Imagínese que conocía a esos discípulos desde hacía tres años y, sin embargo, no aceptaba su testimonio de que Jesús había resucitado y se les había aparecido.
Finalmente, Jesús se les aparece cuando Tomás está presente, y la petición de Tomás se cumple. Extendió la mano y tocó a Jesús. Finalmente, Tomás creyó. A veces podemos ser como Tomás. En nuestra condición humana, también podemos poner condiciones a Jesús para creer en él, o que existe, o que nos ama. Queremos que se ajuste a nuestra forma de pensar y actuar, que haga nuestra voluntad. Desgraciadamente, a veces nunca es suficiente, y creamos un nuevo aro por el que Él tiene que pasar para satisfacernos. Y así, negociamos con Dios. “Si haces esto, entonces sabré que existes”. “Si me muestras esto, entonces creeré”. “Si respondes a mi oración como te lo ordeno, entonces creeré en ti”.
La presencia de Jesús resucitado ante los discípulos era significativa para ellos. Le habían abandonado en su hora de necesidad. Esto debió hacerles sentir tristes, avergonzados y como traidores al Señor que habían seguido y proclamado. La presencia de Jesús con ellos les reveló su corazón de amor y misericordia. No hubo reproches, críticas o regaños, sólo “La paz esté con vosotros”. Este es el corazón de misericordia que Jesús nos revela: la Divina Misericordia. Recuerdo que hace muchos años un grupo me pidió que hablara sobre la misericordia. Investigué un poco y recuerdo haber encontrado muchos datos interesantes. La virtud de la misericordia se menciona diecisiete veces en el Antiguo Testamento, ocho veces en los Evangelios y once veces en las Cartas de Pablo, Santiago y Pedro del Nuevo Testamento. Es una virtud siempre atribuida a Dios, como parte de su naturaleza.
Me gusta hacer una distinción entre perdón y misericordia. Para mí, el perdón se pide y se da. Es como si dos más dos fueran cuatro. Es una consecuencia lógica de la humildad y la contrición del penitente. Sin embargo, la misericordia es mucho más grande que el perdón, porque se nos da más allá de lo que merecemos. Es como si dos más dos fueran cinco. No es lógico. No tiene sentido. Un ejemplo excelente de misericordia lo vemos en la parábola del Hijo Pródigo (Lucas 15:11-32). El hijo descarriado entró en razón y decidió volver a casa. Había preparado su discurso: “Padre, he pecado contra Dios y contra ti. Ya no merezco ser llamado tu hijo. Acógeme como uno de tus jornaleros”. El padre escuchó estas palabras, y lógicamente diría, dos más dos son cuatro, eres admitido de nuevo como siervo. Pero, el corazón del padre sólo conoce la misericordia, y dos y dos fueron cinco. No es lógico, no tiene “sentido”. Aunque muchos puedan pensar que el hijo es indigno, y el padre tonto, así es como funciona el corazón de Dios. Su amor se desborda, más allá del perdón, hacia la misericordia, un verdadero acto de amor, el corazón de Dios. Esa es la misericordia divina. Esa es la misericordia que Dios nos regala, y esa es la misericordia que estamos llamados a celebrar hoy y a compartir siempre.
En nuestra Primera Lectura, de los Hechos de los Apóstoles (5:12-16) escuchamos las maravillas que Dios hacía a través de los apóstoles, trayendo curación y nueva vida a quienes los buscaban. Junto con la curación de sus cuerpos y mentes, escucharon la Buena Nueva para sanar sus espíritus y llevarlos a la unión con Cristo. La misericordia de Dios se refleja en esa bendición de nueva vida. Dios puede y seguirá haciendo maravillas a través de nosotros, si creemos, damos testimonio de nuestra fe y procuramos llevar la curación, el perdón, la reconciliación y la misericordia a los demás.
En nuestra Segunda Lectura, del Libro del Apocalipsis (1:9-11a, 12-13, 17-19), Juan cuenta cómo se le apareció el Señor resucitado en su gloria. Juan estaba bien dispuesto a la revelación de Dios. Oyó su llamada, la reconoció como divina, escuchó y vió (en su visión). Una vez más, sólo porque estaba en unión con Cristo pudo ser un instrumento de la Buena Nueva, el amor y la misericordia de Dios. Nosotros también estamos llamados a ser instrumentos, en lugar de obstáculos, para esta obra de Dios que Él quiere hacer en y a través de nosotros.
Con demasiada frecuencia, no reconocemos a Jesús en medio de nosotros. Como cuando intenté ver esas figuras tridimensionales en la obra de arte, estaban allí, pero no podía verlas. Algunos de los discípulos no reconocieron al principio a Jesús resucitado -María Magdalena en el huerto, y los discípulos en Emaús- y no se dieron cuenta del gran amor y la misericordia que les tenía. A veces es porque no permitimos que Dios sea Dios. Queremos imponerle nuestra idea de cómo debe actuar Dios. Con esa actitud, sólo cuando Él cumple nuestras peticiones podemos creerle.
En nuestra condición humana, a menudo no reconocemos la misericordia de Dios que se nos ha dado, las veces que el amor de Dios fue tan abundante que fuimos limpiados y hechos de nuevo, que nuestra herida fue curada. Si no comprendemos lo mucho que somos amados, y lo mucho que la misericordia de Dios ha sido nuestro regalo, que no podemos compartirlo fácilmente con los demás. Nos mantendremos en la mentalidad de que dos más dos es igual a cuatro, y no reflejaremos la verdadera naturaleza de Dios y su misericordia que nos ha revelado en la Sagrada Escritura, a través de los Padres de la Iglesia y el Magisterio, y en las revelaciones a Santa Faustina.
Algunas de las formas en las que Dios se nos revela, y en las que experimentamos y compartimos su Divina Misericordia, son en nuestra oración, en su Palabra, en los Sacramentos y en nuestra participación en la vida de la Comunidad. Una vez más, requiere que estemos debidamente dispuestos -abiertos y receptivos- para “oír”, “ver”, “tocar” y experimentar a Jesús como lo hicieron Tomás y los demás apóstoles en Jerusalén.
La verdadera oración no es sólo hablar con Dios, o darle las condiciones por las que creeremos en Él. La verdadera oración implica también escuchar a Dios, estar en sintonía con sus caminos y su voluntad. En nuestra oración, Dios nos toca en lo más profundo de nuestro ser, llamándonos a entrar en una relación más profunda con Él.
En la Palabra de Dios, recibimos la revelación de Dios -como hizo Juan en la segunda lectura- para conocer a Dios y sus caminos. La Sagrada Escritura es vital para nuestro conocimiento y comprensión de Jesús, descubriendo por nosotros mismos lo que Dios ha revelado. En la Palabra, Dios nos toca en lo más profundo de nuestro ser, iluminándonos para conocerlo, amarlo y servirlo.
En los Sacramentos, especialmente en la Eucaristía, podemos ser como Tomás y tocar al Señor, y dejar que Él nos toque. Los Sacramentos nos animan y nos dan fuerza para nuestro viaje terrenal. El viaje es largo, y el camino a veces difícil, por lo que necesitamos los Sacramentos para reforzarnos en el viaje.
A menudo se subestima nuestra vida en la Comunidad Parroquial. Nos influimos unos a otros, y en la Comunidad Parroquial -en nuestra oración, estudio, intercambio y servicio- nos conducimos y guiamos unos a otros hacia un mayor discipulado y una mayor corresponsabilidad. Nos necesitamos unos a otros en este viaje, y Jesús nos toca de muchas maneras a través de la vida y el testimonio de los que nos acompañan).
En este Segundo Domingo de Pascua, en este Domingo de la Divina Misericordia, el Tomás dubitativo nos da la oportunidad de fortalecernos para reconocer a Jesús en medio de nosotros, para tocarlo y permitir que nos toque. Esto nos ayudará a creer y a hacernos eco de las palabras de Tomás: “Señor mío y Dios mío”. La revelación de la misericordia de Dios a Tomás y a los discípulos, y a nosotros, ha de celebrarse hoy y todos los días, y alabar a Dios por esta revelación del amor divino y de la misericordia divina en Jesucristo, su Hijo.

Domingo de Resurrección 2022

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Evangelio según San Juan 20,1-9.
El primer día de la semana, de madrugada, cuando todavía estaba oscuro, María Magdalena fue al sepulcro y vio que la piedra había sido sacada.
Corrió al encuentro de Simón Pedro y del otro discípulo al que Jesús amaba, y les dijo: “Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto“.
Pedro y el otro discípulo salieron y fueron al sepulcro.
Corrían los dos juntos, pero el otro discípulo corrió más rápidamente que Pedro y llegó antes.
Asomándose al sepulcro, vio las vendas en el suelo, aunque no entró.
Después llegó Simón Pedro, que lo seguía, y entró en el sepulcro: vio las vendas en el suelo, y también el sudario que había cubierto su cabeza; este no estaba con las vendas, sino enrollado en un lugar aparte.
Luego entró el otro discípulo, que había llegado antes al sepulcro: él también vio y creyó.
Todavía no habían comprendido que, según la Escritura, él debía resucitar de entre los muertos.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

En septiembre de 1996, comencé un programa sabático en la Universidad Jesuita de Toronto, Ontario. Fue un programa de ocho meses de renovación teológica y pastoral para sacerdotes, hermanas, hermanos y laicos. La mayoría de nosotros éramos católicos, pero había unos pocos presbiterianos y anglicanos. La mayoría de nosotros éramos canadienses, pero había británicos, estadounidenses, coreanos y nigerianos. Durante la primera semana, planearon un viaje en autobús a las cataratas del Niágara. Viví los primeros treinta y dos años de mi vida en una hora y media de las cataratas del Niágara, y probablemente había estado allí treinta veces. Sin embargo, para muchos de mis compañeros de clase fue la primera vez que veían las majestuosas y poderosas cataratas. Fue tan interesante ver sus reacciones. Acabo de dar la vista y la experiencia por sentadas, pero la única forma en que puedo describir su reacción fue “admiraciòn y asombro“. Estaban hipnotizados por la maravillosa vista, el rugiente agua en movimiento rápido, las formaciones rocosas, la niebla y el arco iris. Habiendo estado allí tan a menudo, había perdido esa sensación de asombro y asombro.
Cuando vinimos a misa hoy, sabíamos que Jesús había resucitado de entre los muertos. Fue tan sorpresa para nosotros. Y, así que tal vez, en nuestra condición humana, no tenemos el sentido de ‘asombro’ que los primeros discípulos tuvieron en la tumba vacía. Estoy seguro de que su reacción fue de shock, y sorpresa, y entonces, para aquellos que encontraron la piedra rodó lejos, la tumba vacía, y (en el evangelio de Marcos) un joven vestido de blanco -obviamente y ángel- de alegría cuando el ángel dijo: “No se asusten: ustedes buscan a Jesús de Nazaret, el que fue crucificado. Ha resucitado, no está aquí“. Qué reacción debió haber tenido en los discípulos, que llegaron a la tumba tristes y derrotados a la muerte de su Maestro. Ellos no habían entendido cuando Jesús habló de “resucitar de entre los muertos“, o que su cuerpo era el “templo… reconstruido en tres días“. Ahora su tristeza se convirtió en alegría, y su decepción en en entusiasmo. ¡Jesucristo había resucitado de entre los muertos! ¡Dios había hecho lo imposible y lo improbable!
Mientras reflexionaba sobre esta idea de “asombro“, me pregunté a mí mismo “¿Cómo puedo, casi dos mil años después experimentar asombro y asombrarme ante la resurrección de Jesús de entre los muertos, cuando no me sorprendió hoy?
Mi reflejo me llevó a darme cuenta de que este “admiración y asombro” es mío aquí, hoy, si me encuentro con el Jesús resucitado. No sólo el Jesús de la historia, que murió y resucitó hace miles de años, sino Jesús vivo y activo aquí y ahora. Este encuentro se hace realidad para mí si durante la temporada de Cuaresma crecí en unión más estrecha con Jesús a través de mi oración, mi ayuno y mis actos de caridad.
En nuestros esfuerzos por aumentar el tiempo con el Señor en oración, para leer las Escrituras, para venir ante el Santísimo Sacramento en adoración, y para participar fielmente en la Eucaristía con más frecuencia, sentimos una nueva intimidad con nuestro Señor, sabiendo y amándolo más, y deseando hacerlo Sírvele más.
En nuestro ayuno, demostramos la fuerza y el poder de la voluntad sobre el cuerpo, liberándonos de alimentos y bebidas, o de hábitos y actividades. Experimentamos la gracia de Dios en este esfuerzo.
En nuestros actos de caridad, nos abrimos más a las necesidades de los demás por nuestra conciencia y nuestra generosidad. Tal vez nos sentimos más “como Cristo“, con este renovado espíritu de amor cristiano.
La resurrección no puede permanecer para nosotros sólo un momento en el tiempo, una fecha cada año en el calendario. La resurrección de Jesucristo necesita impregnar nuestras vidas, nuestro ser. Nuestro ‘admiración y asombro‘ seguirá siendo una realidad para nosotros al reconocer y experimentar la presencia del Señor resucitado con nosotros.
¿Cómo experimentamos y vivimos la resurrección de Jesús aquí y ahora? Antes que nada, ayuda a reflexionar sobre nuestras vidas y las pequeñas “resurrecciones” que hemos experimentado: los momentos de miedo, desesperanza y desánimo cuando pensábamos que las cosas nunca podrían cambiar, nunca mejorar. ¡Pero lo hicieron! ¡Dios nos sorprendió! Y, en retrospectiva, podemos ver cómo Dios trabajó para traernos a la resurrección y a una nueva vida. Tuvimos un cambio de actitud, un cambio de prioridades y un cambio de vida. Ese es el poder de la resurrección, y es nuestro si nos unimos profundamente con Jesucristo, fuente de nuestra esperanza y salvación. Estas pequeñas ‘resurrecciones’ nos llevan a experimentar el ‘asombro y asombro‘ del Jesús resucitado.
Segundo, debemos estar preparados –en el presente y el futuro– para las sorpresas de Dios, para experimentar el “asombro y la maravilla“. Podemos acercarnos a una persona, una situación u una ocasión –en casa, en la escuela o en el trabajo– y pensar que sabemos cómo funcionará. Podemos decirnos a nosotros mismos, ‘Nunca van a cambiar‘, ‘No hay manera de que esto funcione‘, ‘Esto no tiene esperanza‘. Si estamos cerrados a la gracia de Dios y su poder para sorprendernos –en nosotros mismos o en otros– somos obstáculos (en lugar de instrumentos) de la voluntad de Dios. Qué gran responsabilidad tenemos ante Dios y unos contra otros: ser instrumentos de Dios. Si somos gente de esperanza, Dios puede trabajar en y a través de nosotros, y se hará su voluntad. Todos buscamos una segunda oportunidad o una centésima oportunidad. Así que, debemos dar a otros ese regalo de esperanza en sí mismos, y del amor y misericordia de Dios para ellos. Podemos cambiar. Podemos ser renovados y transformados en Cristo. Pero, debemos estar alertas a los caminos de Dios y cómo él se revelará, tal vez no como esperamos o queremos, sino como lo dicta su sabiduría. Estos casos nos llevan a compartir el ‘asombro‘ del Jesús resucitado con otros, para que puedan reconocer su presencia y ser renovados en su amor.
Mientras viajamos a través de la temporada de Pascua, escucharemos los evangelios de las apariciones de la resurrección, fortaleciendo a los discípulos hasta que los deje en la gloriosa ascensión. Una vez más, Jesús nos sorprenderá continuamente en estas apariciones, sus palabras y acciones.
También durante la temporada de Pascua, nuestra primera lectura cada día será de los Hechos de los Apóstoles en los que veremos a los discípulos y apóstoles viviendo la misión de Jesús. Su ‘asombro y asombro‘ ante la resurrección de Jesús les llevó a actuar, a compartir la vida y la enseñanza de Jesús. Con la venida del Espíritu Santo han sido animados y habilitados para ser los mensajeros de Dios, compartiendo la buena noticia de Jesús que les ha sido transmitida. ¡Su palabra es vida! Ellos también harán cosas grandes y maravillosas que revelarán el poder y la presencia de Jesús, sorprendiendo a sí mismos y a otros con el ‘asombro y maravilla’ del Señor resucitado.
Aquí y ahora, somos esos discípulos. Nuestras vidas son los “hechos” de nuestra vida apostólica como seguidores de Jesús, como personas salvadas por el sufrimiento, la muerte y la resurrección del Señor. No demos por sentado ese poder y la presencia de Dios en lo que decimos y hacemos, pero redescubramos cada día esa ‘admiración y asombro‘ de conocer, amar y servir al Señor resucitado.

Viernes Santo 2022

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Evangelio según San Juan 18,1-40.19,1-42.
Jesús fue con sus discípulos al otro lado del torrente Cedrón. Había en ese lugar una huerta y allí entró con ellos.
Judas, el traidor, también conocía el lugar porque Jesús y sus discípulos se reunían allí con frecuencia.
Entonces Judas, al frente de un destacamento de soldados y de los guardias designados por los sumos sacerdotes y los fariseos, llegó allí con faroles, antorchas y armas.
Jesús, sabiendo todo lo que le iba a suceder, se adelantó y les preguntó: “¿A quién buscan?“.
Le respondieron: “A Jesús, el Nazareno“. El les dijo: “Soy yo“. Judas, el que lo entregaba, estaba con ellos.
Cuando Jesús les dijo: “Soy yo“, ellos retrocedieron y cayeron en tierra. Les preguntó nuevamente: “¿A quién buscan?“. Le dijeron: “A Jesús, el Nazareno“. Jesús repitió: “Ya les dije que soy yo. Si es a mí a quien buscan, dejen que estos se vayan“. Así debía cumplirse la palabra que él había dicho: “No he perdido a ninguno de los que me confiaste“.
Entonces Simón Pedro, que llevaba una espada, la sacó e hirió al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. El servidor se llamaba Malco. Jesús dijo a Simón Pedro: “Envaina tu espada. ¿ Acaso no beberé el cáliz que me ha dado el Padre?“.
El destacamento de soldados, con el tribuno y los guardias judíos, se apoderaron de Jesús y lo ataron. Lo llevaron primero ante Anás, porque era suegro de Caifás, Sumo Sacerdote aquel año. Caifás era el que había aconsejado a los judíos: “Es preferible que un solo hombre muera por el pueblo“.
Entre tanto, Simón Pedro, acompañado de otro discípulo, seguía a Jesús. Este discípulo, que era conocido del Sumo Sacerdote, entró con Jesús en el patio del Pontífice,
mientras Pedro permanecía afuera, en la puerta. El otro discípulo, el que era conocido del Sumo Sacerdote, salió, habló a la portera e hizo entrar a Pedro.
La portera dijo entonces a Pedro: “¿No eres tú también uno de los discípulos de ese hombre?“. El le respondió: “No lo soy“.
Los servidores y los guardias se calentaban junto al fuego, que habían encendido porque hacía frío. Pedro también estaba con ellos, junto al fuego.
El Sumo Sacerdote interrogó a Jesús acerca de sus discípulos y de su enseñanza. Jesús le respondió: “He hablado abiertamente al mundo; siempre enseñé en la sinagoga y en el Templo, donde se reúnen todos los judíos, y no he dicho nada en secreto. ¿Por qué me interrogas a mí? Pregunta a los que me han oído qué les enseñé. Ellos saben bien lo que he dicho“.
Apenas Jesús dijo esto, uno de los guardias allí presentes le dio una bofetada, diciéndole: “¿Así respondes al Sumo Sacerdote?“. Jesús le respondió: “Si he hablado mal, muestra en qué ha sido; pero si he hablado bien, ¿por qué me pegas?“.
Entonces Anás lo envió atado ante el Sumo Sacerdote Caifás.
Simón Pedro permanecía junto al fuego. Los que estaban con él le dijeron: “¿No eres tú también uno de sus discípulos?“. El lo negó y dijo: “No lo soy“.
Uno de los servidores del Sumo Sacerdote, pariente de aquel al que Pedro había cortado la oreja, insistió: “¿Acaso no te vi con él en la huerta?“. Pedro volvió a negarlo, y en seguida cantó el gallo.
Desde la casa de Caifás llevaron a Jesús al pretorio. Era de madrugada. Pero ellos no entraron en el pretorio, para no contaminarse y poder así participar en la comida de Pascua.
Pilato salió a donde estaban ellos y les preguntó: “¿Qué acusación traen contra este hombre?“. Ellos respondieron: Si no fuera un malhechor, no te lo hubiéramos entregado“.
Pilato les dijo: “Tómenlo y júzguenlo ustedes mismos, según la Ley que tienen“. Los judíos le dijeron: “A nosotros no nos está permitido dar muerte a nadie“.
Así debía cumplirse lo que había dicho Jesús cuando indicó cómo iba a morir.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?“.
Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?“.
Pilato replicó: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?“.
Jesús respondió: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí“.
Pilato le dijo: “¿Entonces tú eres rey?“. Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz“.
Pilato le preguntó: “¿Qué es la verdad?”. Al decir esto, salió nuevamente a donde estaban los judíos y les dijo: “Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo.
Y ya que ustedes tienen la costumbre de que ponga en libertad a alguien, en ocasión de la Pascua, ¿quieren que suelte al rey de los judíos?”.
Ellos comenzaron a gritar, diciendo: “¡A él no, a Barrabás!”. Barrabás era un bandido.
Pilato mandó entonces azotar a Jesús.
Los soldados tejieron una corona de espinas y se la pusieron sobre la cabeza. Lo revistieron con un manto rojo, y acercándose, le decían: “¡Salud, rey de los judíos!”, y lo abofeteaban.
Pilato volvió a salir y les dijo: “Miren, lo traigo afuera para que sepan que no encuentro en él ningún motivo de condena”.
Jesús salió, llevando la corona de espinas y el manto rojo. Pilato les dijo: “¡Aquí tienen al hombre!”.
Cuando los sumos sacerdotes y los guardias lo vieron, gritaron: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo: “Tómenlo ustedes y crucifíquenlo. Yo no encuentro en él ningún motivo para condenarlo”.
Los judíos respondieron: “Nosotros tenemos una Ley, y según esa Ley debe morir porque él pretende ser Hijo de Dios”.
Al oír estas palabras, Pilato se alarmó más todavía.
Volvió a entrar en el pretorio y preguntó a Jesús: “¿De dónde eres tú?”. Pero Jesús no le respondió nada.
Pilato le dijo: “¿No quieres hablarme? ¿No sabes que tengo autoridad para soltarte y también para crucificarte?”.
Jesús le respondió: “Tú no tendrías sobre mí ninguna autoridad, si no la hubieras recibido de lo alto. Por eso, el que me ha entregado a ti ha cometido un pecado más grave”.
Desde ese momento, Pilato trataba de ponerlo en libertad. Pero los judíos gritaban: “Si lo sueltas, no eres amigo del César, porque el que se hace rey se opone al César”.
Al oír esto, Pilato sacó afuera a Jesús y lo hizo sentar sobre un estrado, en el lugar llamado “el Empedrado”, en hebreo, “Gábata”.
Era el día de la Preparación de la Pascua, alrededor del mediodía. Pilato dijo a los judíos: “Aquí tienen a su rey”.
Ellos vociferaban: “¡Que muera! ¡Que muera! ¡Crucifícalo!”. Pilato les dijo: “¿Voy a crucificar a su rey?”. Los sumos sacerdotes respondieron: “No tenemos otro rey que el César”.
Entonces Pilato se lo entregó para que lo crucificaran, y ellos se lo llevaron.
Jesús, cargando sobre sí la cruz, salió de la ciudad para dirigirse al lugar llamado “del Cráneo”, en hebreo “Gólgota”.
Allí lo crucificaron; y con él a otros dos, uno a cada lado y Jesús en el medio.
Pilato redactó una inscripción que decía: “Jesús el Nazareno, rey de los judíos”, y la hizo poner sobre la cruz.
Muchos judíos leyeron esta inscripción, porque el lugar donde Jesús fue crucificado quedaba cerca de la ciudad y la inscripción estaba en hebreo, latín y griego.
Los sumos sacerdotes de los judíos dijeron a Pilato: “No escribas: ‘El rey de los judíos’, sino: ‘Este ha dicho: Yo soy el rey de los judíos’.
Pilato respondió: “Lo escrito, escrito está”.
Después que los soldados crucificaron a Jesús, tomaron sus vestiduras y las dividieron en cuatro partes, una para cada uno. Tomaron también la túnica, y como no tenía costura, porque estaba hecha de una sola pieza de arriba abajo, se dijeron entre sí: “No la rompamos. Vamos a sortearla, para ver a quién le toca”. Así se cumplió la Escritura que dice: Se repartieron mis vestiduras y sortearon mi túnica. Esto fue lo que hicieron los soldados.
Junto a la cruz de Jesús, estaba su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Cleofás, y María Magdalena.
Al ver a la madre y cerca de ella al discípulo a quien él amaba, Jesús le dijo: “Mujer, aquí tienes a tu hijo”.
Luego dijo al discípulo: “Aquí tienes a tu madre”. Y desde aquel momento, el discípulo la recibió en su casa.
Después, sabiendo que ya todo estaba cumplido, y para que la Escritura se cumpliera hasta el final, Jesús dijo: Tengo sed.
Había allí un recipiente lleno de vinagre; empaparon en él una esponja, la ataron a una rama de hisopo y se la acercaron a la boca.
Después de beber el vinagre, dijo Jesús: “Todo se ha cumplido”. E inclinando la cabeza, entregó su espíritu.
Era el día de la Preparación de la Pascua. Los judíos pidieron a Pilato que hiciera quebrar las piernas de los crucificados y mandara retirar sus cuerpos, para que no quedaran en la cruz durante el sábado, porque ese sábado era muy solemne.
Los soldados fueron y quebraron las piernas a los dos que habían sido crucificados con Jesús.
Cuando llegaron a él, al ver que ya estaba muerto, no le quebraron las piernas,
sino que uno de los soldados le atravesó el costado con la lanza, y en seguida brotó sangre y agua.
El que vio esto lo atestigua: su testimonio es verdadero y él sabe que dice la verdad, para que también ustedes crean.
Esto sucedió para que se cumpliera la Escritura que dice: No le quebrarán ninguno de sus huesos.
Y otro pasaje de la Escritura, dice: Verán al que ellos mismos traspasaron.
Después de esto, José de Arimatea, que era discípulo de Jesús -pero secretamente, por temor a los judíos- pidió autorización a Pilato para retirar el cuerpo de Jesús. Pilato se la concedió, y él fue a retirarlo.
Fue también Nicodemo, el mismo que anteriormente había ido a verlo de noche, y trajo una mezcla de mirra y áloe, que pesaba unos treinta kilos.
Tomaron entonces el cuerpo de Jesús y lo envolvieron con vendas, agregándole la mezcla de perfumes, según la costumbre de sepultar que tienen los judíos.
En el lugar donde lo crucificaron había una huerta y en ella, una tumba nueva, en la que todavía nadie había sido sepultado.
Como era para los judíos el día de la Preparación y el sepulcro estaba cerca, pusieron allí a Jesús.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Recuerdo, cuando era pequeño, una pequeña rutina que mi padre y yo solíamos pasar. Él me preguntaría, “¿Me amas? Después de que yo respondiera “Sí” él preguntaría “¿Cuánto? Entonces él levantaba los dedos de cada mano, a una corta distancia separada y preguntaba: “¿Tanto? ” Yo sacudiría mi cabeza “No”. Entonces él ampliaría la brecha entre los dedos y preguntaría, “¿Tanto? ” Otra vez diría “No”. Entonces él ampliaría la brecha aún más y preguntaría: “¿Esto es mucho? Después de mi último “No”, él preguntaría, “¿entonces cuánto? ”, y abría mis brazos lo más lejos que pudiera.
A veces, cuando miro la cruz de Jesús pienso en ese gesto: Jesús nos dice que nos ama tanto (con los brazos completamente extendidos). El sacrificio de su vida es un punto de inflexión en la historia de la humanidad. Este sufrimiento y la muerte trajeron nuestra salvación. La nueva vida que esperamos en la resurrección es el fruto de ese sacrificio en la cruz. Este era el plan de Dios, y Jesús lo cumplió fielmente.
Hoy hemos escuchado la lectura dramática de la Pasión del evangelio de San Juan (18:1 – 19:42). Dios nos amó tanto que envió a su Hijo al mundo, y Jesús nos amó tanto, que dio su vida por nosotros. Solo podemos empezar a imaginar la tragedia y el horror de una crucifixión. Cuando miramos nuestras Estaciones de la Cruz o muchas representaciones del evento, no nos impactan en la realidad de las últimas horas de la vida de nuestro Salvador. Hace unos años la película, ‘La Pasión de Cristo’, mostró brutalmente ese sufrimiento y la muerte. No sé ustedes, pero me dio mucho sobre lo que reflexionar y seguir desarrollando mi comprensión de la crucifixión y la muerte, y darme cuenta aún más de cuánto nos aman.
Sabemos que el Viernes Santo no es el final. Sabemos que el sábado y el domingo estaremos celebrando una realidad muy diferente: la resurrección de nuestro Señor de entre los muertos. Usemos estos días para prepararnos para esa nueva vida del Cristo resucitado al darnos cuenta de cuánto Dios nos ama, el precio que Jesús pagó por nuestros pecados, y cómo podemos conocer más plenamente, amar y servir a nuestro Dios como fieles seguidores de Jesús.

Jueves Santo 2022

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Evangelio según San Juan 13,1-15.
Antes de la fiesta de Pascua, sabiendo Jesús que había llegado la hora de pasar de este mundo al Padre, él, que había amado a los suyos que quedaban en el mundo, los amó hasta el fin.
Durante la Cena, cuando el demonio ya había inspirado a Judas Iscariote, hijo de Simón, el propósito de entregarlo, sabiendo Jesús que el Padre había puesto todo en sus manos y que él había venido de Dios y volvía a Dios, se levantó de la mesa, se sacó el manto y tomando una toalla se la ató a la cintura.
Luego echó agua en un recipiente y empezó a lavar los pies a los discípulos y a secárselos con la toalla que tenía en la cintura.
Cuando se acercó a Simón Pedro, este le dijo: “¿Tú, Señor, me vas a lavar los pies a mí?“.
Jesús le respondió: “No puedes comprender ahora lo que estoy haciendo, pero después lo comprenderás“.
No, le dijo Pedro, ¡tú jamás me lavarás los pies a mí!“. Jesús le respondió: “Si yo no te lavo, no podrás compartir mi suerte“.
Entonces, Señor, le dijo Simón Pedro, ¡no sólo los pies, sino también las manos y la cabeza!“.
Jesús le dijo: “El que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque está completamente limpio. Ustedes también están limpios, aunque no todos“.
El sabía quién lo iba a entregar, y por eso había dicho: “No todos ustedes están limpios“.
Después de haberles lavado los pies, se puso el manto, volvió a la mesa y les dijo: “¿comprenden lo que acabo de hacer con ustedes? Ustedes me llaman Maestro y Señor; y tienen razón, porque lo soy. Si yo, que soy el Señor y el Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros. Les he dado el ejemplo, para que hagan lo mismo que yo hice con ustedes“.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Tradicionalmente, una parte importante del día en la vida de una familia es la comida compartida. Hoy, por desgracia, parece que la comida diaria juntos se vuelve cada vez más difícil, ya que todo el mundo tiene horarios y compromisos que hacen difícil encontrar tiempo para el otro. Este es un comentario triste sobre la vida familiar hoy en día. Estoy seguro de que todos tenemos recuerdos felices de comidas especiales compartidas con seres queridos, tal vez un banquete de bodas, un cumpleaños o aniversario, una graduación u algún otro momento significativo en la vida de un individuo y una familia.
En este Jueves Santo celebramos la institución de la Eucaristía, y el Sacerdocio, por Jesucristo.
Esta noche nuestras lecturas de las Sagradas Escrituras hablan sobre comidas compartidas. Primero, en las Escrituras Hebreas (Éxodo 12:1-8, 11-14), escuchamos sobre la primera comida de Pascua. Una y otra vez Moisés había ido al Faraón con el mismo mensaje “Deja ir a mi gente”, pero Faraón no lo hizo. Entonces Dios envió una serie de plagas sobre los egipcios, terminando con la muerte del primogénito. Esos hogares con la sangre del cordero en el poste de la puerta se salvaron de esta tragedia. El ángel de la muerte “pasó” sus hogares. Hasta el día de hoy esta comida, junto con sus oraciones y canciones, hace que ese momento de liberación del pueblo elegido parezca como si fuera hoy.
Jesús tomó dos elementos de esa comida de Pascua -pan y vino- y los transformó en su cuerpo y sangre. San Pablo cuenta la última cena a los Corintios (1 Corintios 11:23-26). Ahora él es el cordero, y es su sangre la que es la fuente de nuestra liberación del poder de la muerte. Con su sangre hemos sido salvados. Jesús no deja duda, en la institución de la Eucaristía, de que Él nos está presente. Ese pan se convierte en su cuerpo, y ese vino se convierte en Su sangre. Él no dice “Esto representa mi cuerpo”, o “Esto es un símbolo de mi sangre”. ¡Lo es! Es por eso que el Cuerpo de Cristo que no se consume en la celebración en la mesa del Señor se guarda en el tabernáculo, porque sigue siendo el Cuerpo De Cristo.
En nuestra mesa en casa comemos, compartimos y celebramos. Sería muy triste si nuestra comida familiar se redujera a sólo comer. Es nuestra oportunidad para compartir: nuestro día, nuestras esperanzas, nuestros logros, nuestros miedos y nuestras decepciones. Es nuestro momento para celebrar que nos amamos unos a otros en nuestra familia, que estamos involucrados en la vida del otro y que estamos comprometidos el uno con el otro. Alrededor de la mesa del Señor, hacemos más que comernos el cuerpo y la sangre de Jesús. Compartimos nuestras oraciones, que reflejan nuestra gratitud y nuestras preocupaciones. Compartimos nuestra fe en la oración y el canto. También celebramos que somos una familia de fe, una comunidad, y que nosotros también –al igual que nuestra propia familia– somos importantes el uno para el otro. Nosotros juntos formamos el cuerpo de Cristo. Esta eucaristía es una importante fuente de gracia para nosotros. Aquí estamos alimentados y nutridos. Aquí es donde nos encontramos con Jesucristo, presente en su cuerpo y sangre.
El fruto de la vida de Dios que compartimos se hace evidente en el evangelio (Juan 13:1-5). Esa gracia produce virtud dentro de nosotros. Esa gracia nos mueve hacia el servicio: viviendo a semejanza de Jesús el Salvador. El lavado de los pies es significativo, porque era el trabajo en la casa del sirviente en la parte inferior del peldaño. Ese era el trabajo del chico nuevo, la función desagradable que todos estaban felices de dejar atrás. Pero Jesús eligió ese servicio humilde -al borde de ser humillante- para dar a los apóstoles una señal concreta de su amor y dar de sí mismo. ¡Su escándalo en este acto no sería nada comparado con su confusión y tristeza por lo que iba a ocurrir en las próximas veinticuatro horas! Ese servicio en la cruz superaría enormemente el lavado de los pies. De hecho, ¡Él vino a servir, no a ser servido! Este ejemplo de Jesús el Señor nos llama al servicio humilde de los otros. A veces puede significar hacer cosas mundanas, o cosas que preferiríamos no hacer, cosas que podemos sentir que están ‘por debajo’ de nosotros. Sin embargo, ese es el precio del servicio verdadero -inspirado por Jesús-, respondiendo a la necesidad de otros. Para servir necesitamos una sensibilidad para reconocer la necesidad de los demás. Cuando estamos en contacto con nuestras propias necesidades, y reconocemos cómo nuestras necesidades han sido satisfechas -por el Señor y por otros- podemos identificar más fácilmente y responder a las necesidades de los demás.
Hoy en día en la Iglesia hay un desarrollo creciente en la teología de la administración. Nuestro uso sabio y prudente de nuestro tiempo, talentos y tesoro, es una respuesta amorosa y generosa en gratitud a Dios por su amor y generosidad para con nosotros. Todo lo que tenemos y somos nos ha venido de Dios, y cuando usamos bien nuestro tiempo, talentos y tesoros, estamos haciendo la voluntad de Dios. A veces subestimamos la importancia de nuestra administración. Podemos sentir que no tenemos nada tan importante que compartir, que hay gente mejor preparada para servir. Jesús llama a cada uno de nosotros a servir, a nuestra manera y en nuestro propio lugar. Algunos pueden tener más talento que otros. Algunos pueden tener más confianza que otros. Algunos pueden tener más habilidades que otros. Pero, cada uno de nosotros tiene algo que dar, de nuestro tiempo, talentos y tesoros. En una familia cada persona tiene su papel que desempeñar en la construcción de la familia. En una comunidad parroquial cada persona tiene su parte para jugar en la construcción del pueblo de Dios. Como Jesús sirvió, estamos para servir. Recuerden, el lavado de los pies no fue un servicio glorificado ni honorable, ¡pero si fue servicio! A veces podemos sentir que nuestro servicio no es importante y que no nos echaremos de menos. Sin embargo, eso no es cierto, porque Dios quiere trabajar a través de cada uno de nosotros –como fieles administradores– para trabajar juntos por nuestra propia santificación y por la resurrección de la sociedad.
Esta noche celebramos la institución de la Eucaristía y la institución del Sacerdocio. Apreciemos esta comida sagrada -nuestra comida, compartir y celebrar- y experimentemos verdaderamente esa presencia divina del Señor cuando nos acercamos a encontrarlo en su cuerpo y sangre. Que su vida abundante en nosotros nos dé la gracia de servir, como Él sirvió, y de dar nuestras vidas generosamente en su nombre.

Domingo de Ramos 2022

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Evangelio según San Lucas 22,14-71.23,1-56.
Llegada la hora, Jesús se sentó a la mesa con los Apóstoles y les dijo: “He deseado ardientemente comer esta Pascua con ustedes antes de mi Pasión, porque les aseguro que ya no la comeré más hasta que llegue a su pleno cumplimiento en el Reino de Dios”.
Y tomando una copa, dio gracias y dijo: “Tomen y compártanla entre ustedes. Porque les aseguro que desde ahora no beberé más del fruto de la vid hasta que llegue el Reino de Dios”.
Luego tomó el pan, dio gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Esto es mi Cuerpo, que se entrega por ustedes. Hagan esto en memoria mía”.
Después de la cena hizo lo mismo con la copa, diciendo: “Esta copa es la Nueva Alianza sellada con mi Sangre, que se derrama por ustedes.
La mano del traidor está sobre la mesa, junto a mí. Porque el Hijo del hombre va por el camino que le ha sido señalado, pero ¡ay de aquel que lo va a entregar!”.
Entonces comenzaron a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el que iba a hacer eso. Y surgió una discusión sobre quién debía ser considerado como el más grande.
Jesús les dijo: “Los reyes de las naciones dominan sobre ellas, y los que ejercen el poder sobre el pueblo se hacen llamar bienhechores.
Pero entre ustedes no debe ser así. Al contrario, el que es más grande, que se comporte como el menor, y el que gobierna, como un servidor.
Porque, ¿quién es más grande, el que está a la mesa o el que sirve? ¿No es acaso el que está a la mesa? Y sin embargo, yo estoy entre ustedes como el que sirve.
Ustedes son los que han permanecido siempre conmigo en medio de mis pruebas.
Por eso yo les confiero la realeza, como mi Padre me la confirió a mí.
Y en mi Reino, ustedes comerán y beberán en mi mesa, y se sentarán sobre tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.
Simón, Simón, mira que Satanás ha pedido poder para zarandearlos como el trigo, pero yo he rogado por ti, para que no te falte la fe. Y tú, después que hayas vuelto, confirma a tus hermanos”.
“Señor, le dijo Pedro, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel y a la muerte”.
Pero Jesús replicó: “Yo te aseguro, Pedro, que hoy, antes que cante el gallo, habrás negado tres veces que me conoces”.
Después les dijo: “Cuando los envié sin bolsa, ni alforja, ni sandalia, ¿les faltó alguna cosa?”.
“Nada”, respondieron. El agregó: “Pero ahora el que tenga una bolsa, que la lleve; el que tenga una alforja, que la lleve también; y el que no tenga espada, que venda su manto para comprar una.
Porque les aseguro que debe cumplirse en mí esta palabra de la Escritura: Fue contado entre los malhechores. Ya llega a su fin todo lo que se refiere a mí”.
“Señor, le dijeron, aquí hay dos espadas”. El les respondió: “Basta”.
En seguida Jesús salió y fue como de costumbre al monte de los Olivos, seguido de sus discípulos.
Cuando llegaron, les dijo: “Oren, para no caer en la tentación”.
Después se alejó de ellos, más o menos a la distancia de un tiro de piedra, y puesto de rodillas, oraba: “Padre, si quieres, aleja de mí este cáliz. Pero que no se haga mi voluntad, sino la tuya”.
Entonces se le apareció un ángel del cielo que lo reconfortaba.
En medio de la angustia, él oraba más intensamente, y su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo.
Después de orar se levantó, fue hacia donde estaban sus discípulos y los encontró adormecidos por la tristeza.
Jesús les dijo: “¿Por qué están durmiendo? Levántense y oren para no caer en la tentación”.
Todavía estaba hablando, cuando llegó una multitud encabezada por el que se llamaba Judas, uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo.
Jesús le dijo: “Judas, ¿con un beso entregas al Hijo del hombre?”.
Los que estaban con Jesús, viendo lo que iba a suceder, le preguntaron: “Señor, ¿usamos la espada?”.
Y uno de ellos hirió con su espada al servidor del Sumo Sacerdote, cortándole la oreja derecha. Pero Jesús dijo: “Dejen, ya está”. Y tocándole la oreja, lo curó.
Después dijo a los sumos sacerdotes, a los jefes de la guardia del Templo y a los ancianos que habían venido a arrestarlo: “¿Soy acaso un ladrón para que vengan con espadas y palos? Todos los días estaba con ustedes en el Templo y no me arrestaron. Pero esta es la hora de ustedes y el poder de las tinieblas”.
Después de arrestarlo, lo condujeron a la casa del Sumo Sacerdote. Pedro lo seguía de lejos. Encendieron fuego en medio del patio, se sentaron alrededor de él y Pedro se sentó entre ellos.
Una sirvienta que lo vio junto al fuego, lo miró fijamente y dijo: “Este también estaba con él”. Pedro lo negó, diciendo: “Mujer, no lo conozco”.
Poco después, otro lo vio y dijo: “Tú también eres uno de aquellos”. Pero Pedro respondió: “No, hombre, no lo soy”.
Alrededor de una hora más tarde, otro insistió, diciendo: “No hay duda de que este hombre estaba con él; además, él también es galileo”.
“Hombre, dijo Pedro, no sé lo que dices”. En ese momento, cuando todavía estaba hablando, cantó el gallo.
El Señor, dándose vuelta, miró a Pedro. Este recordó las palabras que el Señor le había dicho: “Hoy, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces”.
Y saliendo afuera, lloró amargamente.
Los hombres que custodiaban a Jesús lo ultrajaban y lo golpeaban;
y tapándole el rostro, le decían: “Profetiza, ¿quién te golpeó?”.
Y proferían contra él toda clase de insultos.
Cuando amaneció, se reunió el Consejo de los ancianos del pueblo, junto con los sumos sacerdotes y los escribas. Llevaron a Jesús ante el tribunal y le dijeron: “Dinos si eres el Mesías”. El les dijo: “Si yo les respondo, ustedes no me creerán, y si los interrogo, no me responderán.
Pero en adelante, el Hijo del hombre se sentará a la derecha de Dios todopoderoso”.
Todos preguntaron: “¿Entonces eres el Hijo de Dios?”. Jesús respondió: “Tienen razón, yo lo soy”.
Ellos dijeron: “¿Acaso necesitamos otro testimonio? Nosotros mismos lo hemos oído de su propia boca”.
Después se levantó toda la asamblea y lo llevaron ante Pilato.
Y comenzaron a acusarlo, diciendo: “Hemos encontrado a este hombre incitando a nuestro pueblo a la rebelión, impidiéndole pagar los impuestos al Emperador y pretendiendo ser el rey Mesías”.
Pilato lo interrogó, diciendo: “¿Eres tú el rey de los judíos?”. “Tú lo dices”, le respondió Jesús.
Pilato dijo a los sumos sacerdotes y a la multitud: “No encuentro en este hombre ningún motivo de condena”.
Pero ellos insistían: “Subleva al pueblo con su enseñanza en toda la Judea. Comenzó en Galilea y ha llegado hasta aquí”.
Al oír esto, Pilato preguntó si ese hombre era galileo.
Y habiéndose asegurado de que pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió. En esos días, también Herodes se encontraba en Jerusalén.
Herodes se alegró mucho al ver a Jesús. Hacía tiempo que deseaba verlo, por lo que había oído decir de él, y esperaba que hiciera algún prodigio en su presencia.
Le hizo muchas preguntas, pero Jesús no le respondió nada.
Entre tanto, los sumos sacerdotes y los escribas estaban allí y lo acusaban con vehemencia.
Herodes y sus guardias, después de tratarlo con desprecio y ponerlo en ridículo, lo cubrieron con un magnífico manto y lo enviaron de nuevo a Pilato.
Y ese mismo día, Herodes y Pilato, que estaban enemistados, se hicieron amigos.
Pilato convocó a los sumos sacerdotes, a los jefes y al pueblo,
y les dijo: “Ustedes me han traído a este hombre, acusándolo de incitar al pueblo a la rebelión. Pero yo lo interrogué delante de ustedes y no encontré ningún motivo de condena en los cargos de que lo acusan; ni tampoco Herodes, ya que él lo ha devuelto a este tribunal. Como ven, este hombre no ha hecho nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.
Pero la multitud comenzó a gritar: “¡Qué muera este hombre! ¡Suéltanos a Barrabás!”.
A Barrabás lo habían encarcelado por una sedición que tuvo lugar en la ciudad y por homicidio.
Pilato volvió a dirigirles la palabra con la intención de poner en libertad a Jesús.
Pero ellos seguían gritando: “¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!”.
Por tercera vez les dijo: “¿Qué mal ha hecho este hombre? No encuentro en él nada que merezca la muerte. Después de darle un escarmiento, lo dejaré en libertad”.
Pero ellos insistían a gritos, reclamando que fuera crucificado, y el griterío se hacía cada vez más violento.
Al fin, Pilato resolvió acceder al pedido del pueblo.
Dejó en libertad al que ellos pedían, al que había sido encarcelado por sedición y homicidio, y a Jesús lo entregó al arbitrio de ellos.
Cuando lo llevaban, detuvieron a un tal Simón de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz, para que la llevara detrás de Jesús.
Lo seguían muchos del pueblo y un buen número de mujeres, que se golpeaban el pecho y se lamentaban por él.
Pero Jesús, volviéndose hacia ellas, les dijo: “¡Hijas de Jerusalén!, no lloren por mí; lloren más bien por ustedes y por sus hijos. Porque se acerca el tiempo en que se dirá: ¡Felices las estériles, felices los senos que no concibieron y los pechos que no amamantaron!
Entonces se dirá a las montañas: ¡Caigan sobre nosotros!, y a los cerros: ¡Sepúltennos!
Porque si así tratan a la leña verde, ¿qué será de la leña seca?”.
Con él llevaban también a otros dos malhechores, para ser ejecutados.
Cuando llegaron al lugar llamado “del Cráneo”, lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda.
Jesús decía: “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos.
El pueblo permanecía allí y miraba. Sus jefes, burlándose, decían: “Ha salvado a otros: ¡que se salve a sí mismo, si es el Mesías de Dios, el Elegido!”.
También los soldados se burlaban de él y, acercándose para ofrecerle vinagre,
le decían: “Si eres el rey de los judíos, ¡sálvate a ti mismo!”.
Sobre su cabeza había una inscripción: “Este es el rey de los judíos”.
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba, diciendo: “¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros”.
Pero el otro lo increpaba, diciéndole: “¿No tienes temor de Dios, tú que sufres la misma pena que él? Nosotros la sufrimos justamente, porque pagamos nuestras culpas, pero él no ha hecho nada malo”.
Y decía: “Jesús, acuérdate de mí cuando vengas a establecer tu Reino”.
El le respondió: “Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso”.
Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde.
El velo del Templo se rasgó por el medio.
Jesús, con un grito, exclamó: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”. Y diciendo esto, expiró.
Cuando el centurión vio lo que había pasado, alabó a Dios, exclamando: “Realmente este hombre era un justo”.
Y la multitud que se había reunido para contemplar el espectáculo, al ver lo sucedido, regresaba golpeándose el pecho.
Todos sus amigos y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea permanecían a distancia, contemplando lo sucedido.
Llegó entonces un miembro del Consejo, llamado José, hombre recto y justo,
que había disentido con las decisiones y actitudes de los demás. Era de Arimatea, ciudad de Judea, y esperaba el Reino de Dios.
Fue a ver a Pilato para pedirle el cuerpo de Jesús.
Después de bajarlo de la cruz, lo envolvió en una sábana y lo colocó en un sepulcro cavado en la roca, donde nadie había sido sepultado.
Era el día de la Preparación, y ya comenzaba el sábado.
Las mujeres que habían venido de Galilea con Jesús siguieron a José, observaron el sepulcro y vieron cómo había sido sepultado.
Después regresaron y prepararon los bálsamos y perfumes, pero el sábado observaron el descanso que prescribía la Ley.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

En Roma, Italia, me encuentro varias veces visitando un lugar ‘sagrado’ en particular. Es la heladería Della Palma cerca del Panteón. Deben tener más de ciento cincuenta tipos de helado, sin embargo, mi enfoque siempre está en las veinte (más o menos) variedades de chocolate. Cada vez que vaya, elegiré bolas de diferentes tipos de chocolate: con frutas, con nueces o cualquier otra característica que le dé un sabor único. Después de todo, somos libres de cambiar de opinión, de lo contrario no tendrían tantas opciones disponibles.
Siempre pienso en este aspecto de cambiar de opinión cuando escucho los dos evangelios de hoy, Domingo de Ramos. Este es el único día durante el año litúrgico que escuchamos dos evangelios. Son diametralmente opuestos. Primero escuchamos el evangelio de la entrada triunfal de Jesús en Jerusalén (Lucas 19,28-40), y luego la lectura de la Pasión (Lucas 22,14-23,56). En la primera la multitud está dando la bienvenida a Jesús a la ciudad santa, y cantando “¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!”, poniendo sus mantos en el camino delante de él, como una alfombra, mientras dan la bienvenida al gran maestro y hacedor de milagros de Galilea. Sin embargo, solo unos días después, la misma multitud grita: “¡Crucifícale! ¡Crucifícale!”. Obviamente, en solo unos pocos días, la gente había cambiado de opinión acerca de Jesús.
Durante estas últimas semanas de Cuaresma cada día las lecturas reflejan que hay más y más oposición a Jesús. Él ha sanado a la gente en el día de reposo. Ha llamado a Dios su Padre, incluso con el término cariñoso, “Abba” o Papá. Los funcionarios del templo, los fariseos, se preocupan cada vez más por la fama que está adquiriendo. Además, los está desafiando por no ‘practicar lo que predican’ y desviar a sus congregaciones. A las autoridades judías también les preocupaba políticamente que este Jesús y sus seguidores incitaran a un levantamiento que amenazara el delicado equilibrio que intentaban mantener con las autoridades romanas. Ya tenían líderes autorizados, y no había lugar para un Mesías autoproclamado. Esto podría traer la mano dura de Roma sobre ellos.
La mayoría de la gente en Jerusalén no lo conocía, como lo conocía la gente en Cafarnaúm y Nazaret. La mayoría de ellos solo habían oído hablar de él, de sus sabias palabras y de sus actos milagrosos. Cuando oyeron que entraba en su ciudad para la Pascua, se juntaron para darle la bienvenida, en caso de que los rumores fueran ciertos y él realmente fuera el Mesías. El Viernes Santo, con esta falta de conocimiento y experiencia personal de la mayoría sobre Jesús, sólo hacía falta que unos cuantos infiltrados estuvieran entre la multitud y los ‘incitaran’ con rumores, medias verdades, exageraciones y mentiras. La multitud era más de curiosos que de creyentes, y rápidamente podrían volverse en contra de Jesús.
En nuestra condición humana, tal vez podamos identificarnos con ambas multitudes, la del Domingo de Ramos y la del Viernes Santo. A veces nuestras palabras y acciones, y nuestras vidas, están dando alabanza y gloria a Jesús. Estamos llenos de gracia y le respondemos como fieles discípulos y mayordomos. Sin embargo, en otras ocasiones nuestras palabras y acciones, y nuestras vidas, niegan o traicionan nuestra relación con Jesús. En lugar de que la gracia actúe en nosotros, existe el pecado. Más que testimonio hay mal ejemplo. Y en lugar de discipulado y mayordomía, hay apatía o animosidad.
La elección que hacemos esta semana, al acompañar a Jesús el Jueves Santo: en la Misa de la Institución de la Eucaristía y del Sacerdocio -el Viernes Santo- en el Vía Crucis, y en la Liturgia de la Pasión y Muerte – y en la Vigilia Pascual y las Misas del Día de Pascua -celebrando la Resurrección- es mucho más importante que el sabor del helado de chocolate que nos ha llamado la atención. Estamos hablando y mostrando quiénes somos en relación con Jesucristo. Hagamos de esta semana una verdadera ‘Semana Santa’ al hacer tiempo para acompañar a Jesús y a nuestros hermanos y hermanas en Cristo en estas celebraciones de nuestra fe, solidificando y expresando que Jesús es en verdad nuestro Salvador, y que le pertenecemos.

Cardenal Mindszenty

Por Ricardo Ruiz de la Serna- www.revistacentinela.es
Los comunistas húngaros lo odiaban. El cardenal Mindszenty (1892-1975) encarnaba todo lo que el régimen impuesto por Stalin en Budapest necesitaba destruir. La Iglesia católica había sido uno de los valladares más firmes frente a los movimientos revolucionarios antes de la II Guerra Mundial. Mindszenty provenía de una familia tradicional y conservadora -uno de sus antepasados había combatido contra los turcos- y era un patriota húngaro a la vieja usanza.
Se ordenó sacerdote en 1915. Desde 1919 hasta 1944, estuvo destinado como párroco y vicario en Zalaegerszeg, cerca de la frontera con Austria. Allí desarrolló una formidable labor de dinamización de la vida de la Iglesia. Participó en la vida pública. Impulsó la fundación de parroquias, casas parroquiales y escuelas. Animó la creación de una imprenta y un periódico diario. Apoyó las obras de caridad entre los pobres. En marzo de 1944 fue nombrado obispo de Vészprem. En octubre de aquel año, los fascistas húngaros del Partido de la Cruz Flechada lo detuvieron por proponer una paz por separado y la ruptura de la alianza con Alemania. En 1945, llamó a los católicos a votar contra los comunistas. Ese mismo año, el Papa lo nombró arzobispo de Esztergom y príncipe primado de Hungría. Predicaba a menudo contra el marxismo. En 1946, Mindszenty lamentó la proclamación oficial de la república. Pocos días más tarde, fue creado cardenal por el Papa Pío XII.
Levantamiento de Hungría, sede de la arquidiócesis: discurso del cardenal Mindszenty.
EN EL PUNTO DE MIRA
Los comunistas húngaros eran enemigos peligrosísimos. Fracasado el intento de República Soviética Húngara (1919) liderado por Béla Kun -que terminó sus días, por cierto, acusado de trotskista, torturado, juzgado y ejecutado en 1938 durante las purgas- los comunistas tuvieron que replegarse a la URSS y esperar tiempos más propicios para hacerse con el poder. En Hungría no lo tuvieron fácil. El régimen de Horthy, que gobernó el país entre 1920 y 1944, impidió con mano de hierro la actividad de los agentes de la Comintern y la infiltración comunista en las instituciones y la sociedad civil. Los comunistas húngaros, sin embargo, desempeñaron una labor muy efectiva exportando la revolución a otros países. Sin ir más lejos, Erno Gerö fue responsable del NKVD en Cataluña durante la Guerra Civil y Arthur Koestler desempeñó tareas de inteligencia para la Comintern en Sevilla bajo cobertura periodística. Koestler se apartó del comunismo. Gerö llegó a ser uno de los hombres más poderosos de Hungría como lugarteniente de Mátyás Rákosi, secretario general del Partido Comunista Húngaro. La gente como Gerö se la tenía jurada a Mindszenty.
El cardenal no se amilanó cuando los comunistas se hicieron con el poder en 1947 gracias a la intervención del Ejército Rojo. Una de las grandes batallas que libró contra el todopoderoso Rákosi fue la del sistema educativo. Como en todo sistema comunista -y, en general, en los regímenes totalitarios- el Estado trata de hacerse con el control del sistema educativo. En Hungría, la Iglesia católica sostenía una enorme red de escuelas parroquiales que el gobierno deseaba controlar. Mindszenty denunció la ilegalización de las órdenes religiosas y la política de confiscación de tierras. El Estado arrojó contra él todas las infamias y calumnias del repertorio habitual de la propaganda comunista. Lo acusaron, entre otras cosas, de reaccionario, fascista y filonazi. Finalmente, en 1948, lo detuvieron y lo encarcelaron. En prisión, lo torturaron golpeándolo con porras de goma. Gábor Péter, el jefe de la policía política -la terrible AVH- estaba presente en una sala contigua. No se trataba sólo de encerrarlo, sino de acabar con él destruyendo su reputación y haciéndolo odioso a los ojos de sus propios compatriotas.JUZGADO, CONDENADO Y LIBERADO
El juicio farsa al que lo sometieron condujo a una condena por traficar en el mercado negro, espionaje y traición. La sentencia fue cadena perpetua. Para tratar de destruir su imagen, el gobierno comunista publicó y difundió un dossier titulado “Documentos sobre el caso Mindszenty”. El Papa Pío XII excomulgó a todos los que habían participado en el proceso y denunció la condena en la carta “Acerrimo moerore”. Bastan unas pocas líneas para sintetizar cómo se persiguió a la Iglesia católica en la Hungría comunista: “la libertad de la Iglesia era cada vez más limitada y coartada de muchas formas […] se impedía el magisterio y el ministerio eclesiástico, el cual debe ejercerse no sólo en las iglesias, sino también en las manifestaciones públicas de fe, en la enseñanza básica y superior, en la prensa, con las peregrinaciones a los santuarios y con las asociaciones católicas […]”. El respaldo del Papa, lo absurdo de las acusaciones y la devoción de los fieles húngaros neutralizaron la operación para destruir al cardenal.
El gobierno surgido de la breve Revolución Húngara de 1956 -doce días en que Moscú vio resquebrajarse su dominio en Europa Central- lo liberó, pero la reacción soviética y el aplastamiento de los revolucionarios lo obligaron a refugiarse en la embajada de los Estados Unidos. Allí estuvo como asilado político quince años. Sólo pudo abandonarla en 1971 con el compromiso de exiliarse en Austria. En 1973, el Papa Pablo VI declaró oficialmente la sede de Esztergom vacante -Mindszenty ya había cumplido los 81 años- pero no nombró titular en vida del cardenal, que falleció en Viena a los 83 años. La editorial Palabra publicó sus “Memorias” en 2009.
El cardenal simboliza la persecución a la Iglesia católica en la Hungría comunista, pero también el uso de la propaganda y sus inevitables límites. Quizás por eso, los húngaros ven con cierto recelo las campañas de comunicación persuasiva, los informes, los relatores, las investigaciones y tantas otras acciones que ya empleaban los comunistas para acabar con sus oponentes.

Yo tampoco te condeno

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Evangelio según San Juan 8,1-11.
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?“.
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra“. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?“.
Ella le respondió: “Nadie, Señor“. “Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante“.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Hace algunos años, solía ver un programa de televisión llamado ‘Solo se vive dos veces‘. En cada episodio a una persona, en el momento de su muerte, se le dio la oportunidad de volver atrás en el tiempo y cambiar el curso de su vida. No volvieron como ellos mismos, sino como otra persona, para influenciarlos a tomar una decisión que podría y cambiaría su vida. Recuerdo un episodio particular en el que una mujer fue atropellada por un camión de basura, mientras estaba distraída cruzando la calle, ya que le acababan de decir que tenía cáncer de pulmón y que solo le quedaba poco tiempo de vida. Ella regresó en el tiempo como consejera de su escuela secundaria. Allí, ella –la consejera– se hizo a sí misma –la estudiante– suspendida del equipo de baloncesto por fumar. La madre del estudiante, también fumadora pesada, entró para decirle que se moría de cáncer de pulmón. En lugar de preocupar a sus hijos con la verdad, les dijo que estaba fuera unos días a un spa, cuando en realidad estaba en el hospital haciéndose quimioterapia. La consejera estaba sorprendida, ya que su madre nunca lo había revelado antes de su muerte. Ella los reunió a los dos -su madre y ella misma, cuando era una adolescente- y finalmente la madre le reveló a su hija que estaba muriendo de cáncer. A través de sus lágrimas, cada uno prometió no fumar nunca más. Entonces el episodio salta al futuro, y como la hija había dejado de fumar llegó a casa en el momento normal, sin tener que ir al médico (porque no tenía cáncer). Ella se sorprendió al enterarse, al regresar con su marido e hijos, de escuchar la voz de su madre, que vivía con ellos. Su vida -y la de su madre- había sido cambiada por ‘Solo se vive dos veces‘.
Desafortunadamente, en el mundo real, no podemos vivir dos veces. Sin embargo, la mujer adultera en el evangelio de hoy (Juan 8:1-11) llegó a ‘vivir dos veces‘. Jesús perdonó su pecado, que se había convertido en un pecado público. Las personas que la trajeron a Jesús solo estaban cumpliendo su ley judaica. Pero Jesús mostró un perdón y misericordia más allá de lo que esperaban, y más allá de los que practicaban. ¡Qué suerte tiene! Jesús no la condenó, sino que dijo: “Ve y de ahora en adelante no peques más“. ¡Ella tuvo su segunda oportunidad!
En nuestra primera lectura, del libro del Profeta Isaías (43:16-21), también hay buenas noticias. Dios revela, “¡Estoy haciendo algo nuevo!” La lectura narra el evento Éxodo, central para la identidad propia de las personas elegidas. Dios los había protegido y salvado contra los egipcios. Él los había llevado a través del desierto, dándoles de comer y beber. A pesar de sus dificultades (e incluso de su infidelidad al pacto), Dios reveló que él estaba con ellos. ¡Otra segunda oportunidad! Él prometió un nuevo Éxodo.
En la segunda lectura, de la carta de San Pablo a los Filipenses (3:8-14), San Pablo comparte con los filipenses la fuente de su fuerza y celo, la fuente de su nueva vida y gracia: Jesucristo. Él habla del “buen supremo de conocer a Cristo Jesús mi Señor“, y más tarde, “todo lo que quiero es conocer a Cristo, y el poder de su resurrección“. Él les dice -y nos dice- que todo lo que era tan importante para él en su vida, antes de conocer al Señor, ahora es “descubrimiento“. Él no mira hacia atrás -a su pasado como un perseguidor de los seguidores de Jesús- pero “se esfuerza hacia adelante hacia lo que está por delante… Continuando mi búsqueda hacia la meta, el premio del llamamiento de Dios, en Cristo Jesús“. Pablo había experimentado una nueva vida en Cristo, y creyó que la gracia de Dios podía trabajar igual en la vida de cualquiera que recurriera a Dios para pedir perdón. Podrían ser perdonados, como él había sido perdonado. Podrían ser instrumentos de la gracia de Dios, ya que él había sido hecho un instrumento de la gracia de dios. Podrían compartir la buena noticia de Jesucristo, tal como él había sido llamado a compartir la buena noticia. ¡Otra segunda oportunidad!
En nuestra condición humana, reconocemos que nosotros también tenemos pecador. Puede que nuestros pecados no se hayan hecho públicos como lo fue el pecado de la mujer adultera, pero reconocemos que hemos sido infieles a Dios. Especialmente durante esta temporada de Cuaresma, buscamos el perdón de Dios. Es natural que busquemos la seguridad y el alivio de que somos perdonados cuando expresamos nuestro dolor por nuestros pecados.
Pero, para mí, el evangelio también tiene otro mensaje. Jesús dice a la multitud reunida, lista para apedrear a la mujer adultera de acuerdo con la ley, “Deja que el que esté entre ustedes sin pecado sea el primero en arrojarle una piedra“. Nos dicen que los dejaron, empezando por los más viejos. Aceptando el propio pecado y buscando perdón, debemos perdonar a otros. En nuestra condición humana, es tan fácil señalar con el dedo a otra persona, juzgar y condenar a otros. Sin embargo, eso es lo último que queremos. Como hemos sido perdonados, estamos llamados a traer perdón, amor, reconciliación y nueva vida a los demás perdonándolos, y rezando para que ellos también –como la mujer en el evangelio– “ve… y no peques más“. Todos queremos una segunda oportunidad. Todos queremos vivir dos veces.
Dos semanas a partir de hoy, estaremos celebrando la Pascua, y la resurrección de Jesús. Nuestro tiempo se acaba, pero el llamado del Señor Jesús a la conversión y la reconciliación continúa. Él nos espera. Anhela que le busquemos y le pidamos perdón. Oremos para que estos últimos días de la temporada de Cuaresma sean días de gracia para nosotros, días de perdón y reconciliación, días de nueva vida y paz.

San Charles de Foucauld

Por Juan Cadarso– www.religionenlibertad.com
La ciudad de Roma cuenta los días para vivir una jornada marcada para la historia. Cuando el próximo 15 de mayo, el Papa Francisco, mitrado y férula en mano, “ordene” que su nombre sea inscrito en el libro de los santos, la Iglesia contará con un nuevo modelo de santidad. Para mí, personalmente, uno de los más importantes del siglo XX. Dice de él Pablo d’Ors, en su obra El olvido de sí, que durante los años que vivió en el desierto, cuando preparaba la mesa para comer, ponía siempre dos platos, el suyo y otro para su compañero de “orden”. Este segundo, en cambio, permanecía vacío, ya que nunca consiguió en vida que nadie le acompañara en su carisma.
Charles de Foucauld siemp​re fue para mí un ejemplo al que aspirar. Como cuando coleccionaba cromos de pequeño, ha sido una de las piezas que más se hacían esperar en mi álbum de lo que es la santidad. Y es que siempre me han gustado los santos poco convencionales, raritos, que no tuvieran un recorrido vital muy previsible. Vizconde de cuna, explorador, juerguista… pero, sobre todo, lo más seductor en mi opinión, un auténtico fracasado. En una sociedad de cuentas de resultados y planes pastorales, se podría decir que tuvo una existencia bastante improductiva. No montó un colegio para huérfanos, ni un comedor social y, como Cristo en la cruz, murió asesinado como un auténtico pordiosero. Foucauld buscó sin descanso estar con los más pobres, pero iba a lograr algo mucho más grande, convertirse en uno de ellos.

Cartujos

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San Hugo de Grenoble: el santo que excomulgó a un emperador y a un antipapa

San Hugo nació en el año 1053, en Château-Neuf, Delfinado, diócesis francesa de Valence. Su padre, Odilón, se retiró en la vejez a la Cartuja, donde murió con más de cien años. Por otro lado, su madre, a pesar de querer también retirarse a un monasterio de monjas en su vejez, terminó teniendo que practicar la regla monástica en su propia casa. Ambos recibieron los últimos ritos de manos de su hijo.
Ordenación Sacerdotal y Episcopal
A la edad de 28 años fue nombrado canónigo en la ciudad de Valence, siendo invitado por su obispo a acompañarlo durante el Concilio de Avignon en 1080. En esa ocasión, los obispos le aconsejaron que Hugo fuera ordenado sacerdote y que asumiera la Diócesis de Grenoble.
A pesar de la oposición, impuesta por el propio Santo, que se consideraba indigno, acabó cediendo. Poco después, recibió la consagración episcopal en Roma, de manos del papa Gregorio VII, ya que Hugo se negó a ser consagrado obispo por el arzobispo de Viena, acusado de simonía.
Obispo de Grenoble: una diócesis en situación desastrosa
Al llegar a Grenoble, San Hugo se encontró con un pueblo indisciplinado e ignorante, un clero simonista, sacerdotes escandalosos, usurpadores laicos y usurpadores de bienes eclesiásticos. Era un campo enorme para su celo y trabajó con valentía para poner fin a tales escándalos.
Pero el fruto no estuvo a la altura de sus esfuerzos. Luego, después de dos años, dejó el obispado, retirándose al monasterio de La Chaise-Dieu, donde tomó el hábito de monje. En ese monasterio permaneció sólo un año, porque el Papa San Gregorio VII, sabiendo de su retiro, le ordenó regresar a su iglesia. Hugo obedeció.
El sueño de San Hugo y su lado predicador
No habían pasado tres años desde que había regresado a la diócesis cuando tuvo un sueño misterioso. Le parecía que Dios estaba construyendo una casa en el desierto de su diócesis y que siete estrellas le indicaban el camino. Todavía en el sueño, Hugo vio llegar a su presencia a siete hombres que buscaban un lugar adecuado para una vida solitaria: eran San Bruno y sus compañeros. San Hugo reconoció en ellos las siete estrellas y los condujo a la soledad de la Cartuja, la misma que había visto en un sueño. Era el año 1084 cuando se construyó allí el monasterio.
A pesar de las casi continuas dolencias del estómago y de la cabeza que lo aquejaron durante cuarenta años, no cesó de predicar la palabra de Dios al pueblo. Pero él no estaba en absoluto tratando de decir lo que podría ganarle el aplauso de los oyentes. Sólo pretendía instruirlos y conmoverlos, lo cual logró con éxito, pues después de sus sermones una gran cantidad de pecadores lo buscaban para confesarse. Algunos incluso confesaron públicamente sus pecados.
Excomunión del emperador Enrique V
Cuanto más santo se mostraba el obispo de Grenoble, más defendía a la Iglesia romana. En 1106, el emperador Enrique V trató violentamente de arrebatarle al Papa Pascual II un privilegio. Los obispos de la provincia de Viena, movidos por el santo colega de Grenoble, lo excomulgaron públicamente en un concilio.
Los años no han debilitado el vigor episcopal. Después de la elección del Papa Inocecio II y antes que sus nuncios llegasen a Francia para condenar el cisma del antipapa, el santo obispo de Grenoble se dirigió Puy em Velai, con otros obispos, no obstante las dolencias de su edad avanzada, 78 años.
Excomunión del antipapa Anacleto
Sabía con certeza que Pedro de Léon no había sido elegido Papa por sus méritos, sino por el prestigio y la violencia de su familia. Con sólo la justicia y el bien de la Iglesia en vista, lo excomulgó en ese concilio, con los otros obispos, como cismático. Y esta excomunión fue de gran peso, dada la autoridad de San Hugo.
La excomunión del antipapa Anacleto fue el último acto memorable del santo obispo de Grenoble. Las enfermedades aumentaron día a día y lo obligaron a guardar cama durante mucho tiempo antes de morir. Todos los días recitaba los salmos de memoria con los clérigos. San Hugo murió a la edad de casi 80 años, el 1 de abril de 1132. El Papa Inocencio II lo declaró santo dos años después de su muerte.
Fuente: GaudiumPress.com

Tú estas siempre conmigo

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Evangelio según San Lucas 15,1-3.11-32.
Todos los publicanos y pecadores se acercaban a Jesús para escucharlo.
Los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: “Este hombre recibe a los pecadores y come con ellos”. Jesús les dijo entonces esta parábola.
Jesús dijo también: “Un hombre tenía dos hijos. El menor de ellos dijo a su padre: ‘Padre, dame la parte de herencia que me corresponde’. Y el padre les repartió sus bienes.
Pocos días después, el hijo menor recogió todo lo que tenía y se fue a un país lejano, donde malgastó sus bienes en una vida licenciosa. Ya había gastado todo, cuando sobrevino mucha miseria en aquel país, y comenzó a sufrir privaciones.
Entonces se puso al servicio de uno de los habitantes de esa región, que lo envió a su campo para cuidar cerdos. El hubiera deseado calmar su hambre con las bellotas que comían los cerdos, pero nadie se las daba.
Entonces recapacitó y dijo: ‘¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, y yo estoy aquí muriéndome de hambre!
Ahora mismo iré a la casa de mi padre y le diré: Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros’.
Entonces partió y volvió a la casa de su padre. Cuando todavía estaba lejos, su padre lo vio y se conmovió profundamente; corrió a su encuentro, lo abrazó y lo besó.
El joven le dijo: ‘Padre, pequé contra el Cielo y contra ti; no merezco ser llamado hijo tuyo’.
Pero el padre dijo a sus servidores: ‘Traigan en seguida la mejor ropa y vístanlo, pónganle un anillo en el dedo y sandalias en los pies.
Traigan el ternero engordado y mátenlo. Comamos y festejemos, porque mi hijo estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y fue encontrado’. Y comenzó la fiesta.
El hijo mayor estaba en el campo. Al volver, ya cerca de la casa, oyó la música y los coros que acompañaban la danza. Y llamando a uno de los sirvientes, le preguntó que significaba eso.
El le respondió: ‘Tu hermano ha regresado, y tu padre hizo matar el ternero engordado, porque lo ha recobrado sano y salvo’.
El se enojó y no quiso entrar. Su padre salió para rogarle que entrara, pero él le respondió: ‘Hace tantos años que te sirvo sin haber desobedecido jamás ni una sola de tus órdenes, y nunca me diste un cabrito para hacer una fiesta con mis amigos.
¡Y ahora que ese hijo tuyo ha vuelto, después de haber gastado tus bienes con mujeres, haces matar para él el ternero engordado!’.
Pero el padre le dijo: ‘Hijo mío, tú estás siempre conmigo, y todo lo mío es tuyo. Es justo que haya fiesta y alegría, porque tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida, estaba perdido y ha sido encontrado’“.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

El famoso poeta británico, Francis Thompson, es más conocido por su poema clásico, “El sabueso del cielo“. En el poema, el poeta ha estado huyendo de Dios porque siente que Dios lo ha estado tratando mal. Cuando Dios finalmente atrapa al poeta, como un sabueso atrapa a una presa, Dios le dice: “Todo lo que tomé de ti lo hice, pero no lo tomé por tus daños, sino sólo para que lo busques en mis brazos. Todo lo que los errores de tu hijo se pierden, lo he guardado en casa. Levántate, agarra mi mano y ven”.*
Nuestro evangelio de hoy (Lucas 15:1-3, 11-32) me recuerda los peores y mejores momentos del hijo pródigo. Su peor momento fue la avaricia y el deseo de placer que lo llevaron a pedir su herencia mientras su padre todavía estaba vivo. Tal vez él también se sintió duro y pensó que se merecía algo mejor. Quería la buena vida ahora, y no estaba dispuesto a esperar y a ganar su herencia. Lleno de motivaciones tan erróneas (o “las fantasías del error de tu hijo” en el poema) se propuso vivir su fantasía, solo para encontrarse pronto indigente y solo. Después de todo, la “buena vida” no había sido tan buena. Sus mejores momentos llegaron cuando se dio cuenta de que pertenecía ‘en casa’ y que tenía un padre que lo amaba. A pesar del insulto y la falta de respeto hacia su padre, el hijo tenía cierta esperanza de que todavía había un lugar para él, incluso como sirviente. Comenzó su viaje a casa en penurias y pobreza, mientras que se fue con grandes sueños y riqueza. La reacción del padre cambia el foco de la parábola del ‘hijo pródigo’ a el ‘padre perdonador’. El padre está lleno de perdón y misericordia al recibir a su hijo de vuelta en su compañía, incluso como un hijo tesoro. De hecho, el padre ha “almacenado para él en casa”, e invita a su hijo a “agarrar la mano y venir”. Imágenes tan dramáticas en el poema que reflejan fácilmente la sorprendente (para algunos) reacción del padre hacia su hijo. De hecho, el Padre quería a su hijo, “en sus brazos”.
En nuestra Primera Lectura del Libro de Josué (5:9, 10-12) Dios expresa su amor por su pueblo elegido. Ha “rodado lejos de ellos la desgracia de Egipto”, y continúa guiándolos a la tierra prometida. A pesar de su pasada infidelidad al pacto les ha dado otra oportunidad. ¡Ellos son su gente!
Nuestra segunda lectura de la segunda carta de San Pablo a los Corintios (5:17-21) anuncia la buena noticia del perdón de Dios. Somos una nueva creación en Cristo, a través de nuestra reconciliación con Dios. Estamos llamados a ir un paso más allá, y a convertirnos en “embajadores para Cristo”, compartiendo el perdón y reconciliación con otros.
Esta parábola es tan conocida, probablemente la más conocida de todas ellas. En esta temporada de Cuaresma es un llamado a ‘volver a casa’ al Padre con nuestro “Padre, he pecado contra el cielo y delante de ti: ya no soy digno de ser llamado tu hijo”. El padre escuchó estas palabras, pero no respondió a ellas. Su amor era incondicional, y su perdón a su hijo era incondicional. Ciertamente, esto es lo que todos buscamos de Dios y de los otros: amor y perdón incondicional. Todos queremos una segunda oportunidad. Todos queremos ser “tomados” de la mano de Dios, y estar “en sus brazos”.
Con todas las “buenas noticias” de este evangelio, a menudo hay también una reacción negativa. Algunos gritan “No es justo”. Se identifican con el hijo fiel que se quedó y trabajó con su padre. Sentía que había sido tratado mal, el padre perdonando a su ‘inútil’ hijo (a quien no llama su ‘hermano’), después del dolor que le causó. Muchas veces me pregunto qué motivó a este hijo en su fidelidad al padre. Tal vez lo hizo por deber, sintiendo que tenía que ‘ganar’ y ‘ganarse’ el amor de su padre, o por miedo. No se dio cuenta de que el amor del padre era incondicional. Aunque a menudo se le refiere como el “buen hijo”, en relación con el hijo caprichoso/prodigo, no estoy seguro de lo “bueno” que era. Me imagino que si hubiera transgredido contra su padre, nunca se habría atrevido a mostrar su cara de nuevo, sintiéndose indigno de una segunda oportunidad, que no valía la pena. Me imagino también que con esta actitud sus amistades fueron pocas, sintiéndome siempre no lo suficientemente bien. Su amor habría sido condicional, y cualquiera que lo hubiera cruzado no habría tenido ninguna oportunidad de redención.
Esta Cuaresma el Señor nos persigue, como el sabueso en “El Sabueso del Cielo”. El Señor nos busca, no para advertirnos y castigarnos, sino para tomarnos en sus brazos y tranquilizarnos de que somos amados y perdonados. La parábola del hijo pródigo nos tranquiliza quién es nuestro Dios y cómo nos mira. El hijo caprichoso nos permite una oportunidad para reflexionar sobre nuestro propio capricho y cómo le fallamos al Padre, y cómo la humildad y el remordimiento nos pueden llevar a los brazos del Padre. El ‘buen hijo’ también nos brinda la oportunidad de reflexionar sobre lo bien que respondemos a la conversión, el perdón y la reconciliación de los demás, en particular de aquellos que creemos que no son dignos, y nos lleva a pensar y decir “no es justo”.
Abramosnos al amor incondicional y al perdón del Padre, y hagamos de esta temporada Cuaresma una de renovación y reconciliación para nosotros. ¡Él es justo!
*Esta historia introductoria está tomada de las Homilías del Domingo Ilustrated, Año C, Series II, por Mark Link, S.J. Tabor Publishing, Allen Texas. Página 30