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Factor religioso como fenómeno humano

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Arzobispo Muller

¿La conversión de Gustavo Gutiérrez?

Por Andrés Beltramo Álvarez- Vatican Insider Diario La Stampa de Milán
Gustavo Gutiérrez Merino es considerado el “padre” de la teología de la liberación, una corriente de pensamiento que ha dividido al catolicismo latinoamericano en los últimos 40 años. El gesto del Papa de concelebrar con él una misa privada en el Vaticano ha despertado nuevamente la polémica. Pero nadie sabe realmente qué piensa Francisco sobre los escritos del religioso peruano.
El encuentro entre Bergoglio y Gutiérrez tuvo lugar el pasado 11 de septiembre. Pasó totalmente desapercibida. La sala de prensa de la Santa Sede sólo se limitó a confirmarlo, pero no ofreció mayores detalles. Además no existen testimonios gráficos ni visuales del mismo, entre otras cosas porque los miércoles las misas matutinas del Papa en la capilla de la residencia de Santa Marta no se registran.
La reunión fue gestionada por el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Gerhard Ludwig Müller, amigo personal del teólogo. A él se deben, entre otras cosas, la publicación en las últimas semanas de varios artículos sobre la teología de la liberación y una entrevista a Gustavo Gutiérrez en el diario del Vaticano, “L’Osservatore Romano”.
Aunque todo parece indicar que el Papa no estaba informado de esas publicaciones, que fueron inmediatamente consideradas como una “rehabilitación” de la teología liberacionista, las mismas no impidieron que la conversación haya tenido lugar. De todas maneras un encuentro así no debe sorprender. Ya Benedicto XVI había recibido al teólogo crítico Hans Kung y eso no cambió la postura de la Iglesia sobre él y sus propuestas.
Este acercamiento vaticano con Gutiérrez ha encendido las alarmas en varios países de América Latina. Diversos obispos han escrito a Roma para expresar su extrañeza y desconcierto. Síntoma de que el malestar con las propuestas de la liberación permanece.
Es cierto. En las décadas de los 80 y 90 muchos prelados utilizaron la diatriba en torno a esta teología para construir, artificialmente, prolíficas carreras eclesiásticas. En una época de fuerte polarización, bastaba a un sacerdote trabajar con los pobres para ser tachado de comunista. El caso de Marcial Maciel es un ejemplo emblemático. El inmoral fundador de los Legionarios de Cristo logró concentrar poder haciendo circular expedientes reservados y etiquetando obispos.
Pero, de la misma manera, la influencia de los teólogos liberacionistas provocó no pocas contraposiciones. Muchos de ellos incurrieron en graves errores doctrinales y abrieron la puerta a la penetración de grupos guerrilleros en la Iglesia.
Nadie puede olvidar cómo en 1979 grupos sandinistas montaron una operación secreta para modificar el documento conclusivo de la Conferencia del Episcopado Latinoamericano (Celam) realizado ese año en Puebla. Y cómo la maniobra se cebó cuando fue desenmascarada en la prensa.
Esta penetración marxista provocó que la Congregación para la Doctrina de la Fe editase dos notas aclaratorias, una en 1984 y la otra en 1986. Con ellas quedó en claro la existencia de errores doctrinales en una mala lectura de la teología de la liberación.
Errores que ya fueron reconocidos por el mismo Gustavo Gutiérrez, en una conferencia ante directivos del Consejo Episcopal Latinoamericano pronunciada en 1996, entre los cuales se encontraba Joseph Ratzinger.
Un buen número de análisis y de propuestas enunciadas en años recientes (por la teología de la liberación) han perdido vigencia, numerosas discusiones y precisiones de ese tiempo no responden plenamente a los retos actuales. Ignorar estos cambios significaría encerrarse en el pasado, vivir de nostalgias y condenarse a vivir de espaldas a las personas de hoy“, dijo entonces.
Esas palabras parecían estar más cerca de una “conversión” de Gutiérrez y fueron pronunciadas un año después que la Congregación para la Doctrina de la Fe había pedido al teólogo un artículo que corrigiese algunos de los pasajes de su pensamiento. Ese texto finalmente se publicó en 2004 bajo el título “La Koinonia eclesial”.
Otro pasaje sorprendente que incluyó al teólogo peruano lo reveló hace unos días Clelia Luro, compañera sentimental del obispo argentino Jerónimo Podestá. En una carta pública la mujer reclamó al teólogo peruano el haber impedido a Podestá asistir a una conferencia suya por ser un sacerdote casado. Y lamentó que haya también marginado, en otra ocasión, al liberacionista brasileño Leonardo Boff.
“Si Dios quiere hoy con Francisco que está rescatando la Iglesia Pueblo de Dios, las sanciones terminarán, pertenecen al pasado y a los espíritus clericales que irán desapareciendo para llegar a ser ¡Uno para que el mundo crea!”, concluyó Luro.
Por todas estas señales en Latinoamérica muchos se preguntan si se asiste a una verdadera “conversión” doctrinal de Gutiérrez o simplemente a un cambio de actitud, sin haber modificado realmente aquellos errores del pasado. El debate de hoy deja en claro que la polémica en torno a la teología de la liberación no es un capítulo cerrado.

Arzobispo Müller habla de la teología de la liberación

El Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Monseñor Gerhard Müller, habló sobre la teología de la liberación y expresó sus opiniones sobre esta corriente teológica de la Iglesia Católica.
En diálogo con ACI Prensa tras la reunión sostenida a pedido suyo entre el Papa Francisco y el Padre Gustavo Gutiérrez, Monseñor Müller dijo que “el Padre Gutiérrez nunca fue criticado por la Congregación, porque él es el padre de la teología de la liberación, no tiene nada que ver con el marxismo”.
La teología del Padre Gutiérrez, dijo el Arzobispo, “no es una mezcla de teología con marxismo, tiene que ver con la salvación, la teología de la liberación es una teología católica, no es una ideología, sino una teología para hablar del amor de Dios a todos, si tanta gente está viviendo bajo el nivel de dignidad humana. Eso no puede ser, Dios nos ha dado a todas las personas la necesidad del pan diario. Esto es para todas las personas”.
No necesitamos el marxismo. No hace falta Karl Marx o estos así llamados filósofos de los años 1800, porque todos estos valores son dados en el Evangelio, en todo el Nuevo Testamento. Dios nos ha liberado y nos ha hecho libres”, dijo el Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Mons. Müller indicó que ha conversado con el Papa Francisco sobre Gustavo Gutiérrez, pues “no puedo hacer algunas iniciativas sin previa información al Santo Padre”.
“El Santo Padre sabe algunas discusiones entre diferentes a las que hay en la teología de la liberación, pero queremos superar algunas tensiones en la Iglesia, si es posible, sobre la base de la doctrina de la Iglesia, y queremos expulsar a algunas personas que tienen diferentes vínculos teológicos”.
El Prelado dijo que “es posible cierto pluralismo en la teología, pero todos estamos unidos por la misma base, la misma doctrina de la Iglesia. En el pasado hemos tenido diferentes corrientes, Scotto… Santo Tomás de Aquino fue un tipo diferente de teología, por ello tenemos cierta pluralidad de estilos religiosos, enlaces teológicos, pero todos están juntos en la orientación a la misma Revelación, a la misma idea, a la misma doctrina de la Iglesia”.
“Algunos teólogos de la liberación que fueron criticados por el Magisterio, muchos no fueron criticados por estos aspectos, sino algunos de ellos fueron criticados porque negaron o criticaron la existencia del sacerdocio y otros importantes puntos y elementos de la doctrina católica”.
Monseñor Müller aseguró que “en la persona de Gustavo Gutiérrez, esto debe ser clarificado, pero Gustavo Gutiérrez, puedo decir que en muchos de sus cartas y libros es un teólogo católico, porque acepta todas las condiciones y todos los contenidos de la doctrina católica”.
“No es solo eso sino que está comprometido también en el trabajo con la gente pobre en Lima, y en el desarrollo, no es solo trabajo social junto a la espiritualidad cristiana, sino que es un pensamiento teológico espiritual profundo sobre Dios, sobre este Dios que dio su vida por todos nosotros”.
De acuerdo al vaticanista Sandro Magister, durante el encuentro con los sacerdotes de la diócesis de Roma (Italia), el 16 de septiembre, el Papa Francisco tomó distancia del Arzobispo Müller en el tema de la teología de la liberación.
“En la formulación de una de las cinco preguntas planteadas al Papa y al hablar de la centralidad de los pobres en la pastoral, un sacerdote hizo referencia, en positivo, a la teología de la liberación y a la posición comprensiva ante esta teología, del Arzobispo Gerhard Müller”, relata Magister.
Pero, “al oír el nombre del Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el Papa Francisco no dejó que termine la pregunta y dijo: ‘esto lo piensa Müller, esto es lo que piensa él’”, escribió el vaticanista italiano.
Fuente: ACI Prensa.

Linchamiento mediático

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Ladaria

Secreto pontificio
El obispo emérito de Chimbote, Luis Bambarén, señaló que Gabino Miranda Melgarejo (53), ha sido destituido de su cargo de obispo auxiliar de Ayacucho por el Vaticano.
En el programa Buenas Noches de Augusto Álvarez Rodrich, Bambarén confirmó la información difundida por el presidente de la Corte Interamericana de Derechos Humanos, Diego García Sayán.
El Arzobispado ha retirado de su página web el nombre y la foto de Miranda Melgarejo, quien también dejó el sacerdocio.
La Primera Fiscalía Penal de Huamanga, a cargo del titular Garry Chávez Valdivia, abrió de oficio una investigación.
Cabe señalar que hasta momento no se han escuchado declaraciones de testigos ni se ha efectuado una denuncia formal contra Miranda.
El presidente de la Corte Superior de Justicia de Ayacucho, Rolando Changaray Segura, señaló que en dicho distrito judicial no existe ninguna denuncia por pedofilia contra el obispo auxiliar de Ayacucho, monseñor Gabino Miranda Melgarejo.
“A mí no me consta, pero a través de los medios (de comunicación) me enteré que hay un problema y el Ministerio Público ya estaría formalizando denuncia. No me gustaría anticipar criterios. Después de la investigación de la Fiscalía pasará al Poder Judicial”, declaró el titular de justicia de Ayacucho.
“Es una exageración, los medios de comunicación tienen que tomar las cosas con bastante prudencia y cautela a fin de no perjudicar derechos y la dignidad de las personas (…) si ha ocurrido es competencia del Ministerio Público y se comienza con una investigación preliminar y esto tiene su proceso”, sentenció.
“Era muy solidario y ayudaba a mucha gente de su parroquia. Cuando las instituciones lo invitaban para bendecir obras, siempre asistía”, relató el secretario del Arzobispado de Ayacucho, el sacerdote Percy Quispe Misaico.
El ex sacerdote Gabino Miranda virtualmente ha desaparecido. Nadie sabe cómo ubicarlo.
“Se fue de Ayacucho la primera semana de agosto. Suponíamos que su viaje era para intervenirse quirúrgicamente por un mal que lo aqueja. Como se demoraba, pensamos que se estaba tomando su año sabático por haber cumplido 25 años de servicio”, narró el sacerdote Percy Quispe.
“Hasta que el 15 de agosto, el arzobispo de Ayacucho, monseñor Salvador Piñeiro, nos comunicó que Gabino Miranda ya no era obispo ni sacerdote. Seguidamente, retiramos la fotografía de Gabino Miranda de la página web del Arzobispado de Ayacucho, por orden de monseñor Piñeiro”, manifestó Quispe.
CADENA PERPETUA
El abogado penalista Mario Amoretti, en diálogo con Correo, explicó que de comprobarse las acusaciones de pedofilia en contra del ex obispo auxiliar de Ayacucho, Gabino Miranda, podría recibir una condena de hasta cadena perpetua.
Recordó que el Art. 173 del Código Penal dice: “El que tiene acceso carnal por vía vaginal, anal o bucal o realiza otros actos análogos introduciendo objetos o partes del cuerpo por alguna de las dos primeras vías, con un menor de edad, será reprimido con la pena de cadena perpetua, si la víctima tiene menos de 10 años”.
La norma señala también que si el o la agraviada (o) tiene entre 10 y 14 años, la condena será no menor de 30 años ni mayor de 35. Si la víctima tiene entre 14 y 18 años, la pena será no menor de 25 ni mayor de 30 años.
Amoretti también fue claro en recordar que en el Código Penal se establece que si el “agente tuviere cualquier posición, cargo o vínculo familiar que le dé particular autoridad sobre la víctima o le impulse a depositar en él su confianza, la pena para los sucesos previstos en los incisos 2 y 3, será de cadena perpetua”.
“Este delito es de suma gravedad”, puntualizó al señalar que considerando que en Ayacucho se está aplicando el Nuevo Código Procesal Penal, en 4 meses ya se puede obtener una sentencia contra el acusado.
Agregó que al existir una denuncia pública, la fiscalía debería abrir investigación de oficio y comenzar a verificar quiénes son los agraviados, tomarles su manifestación, un examen médico legal, para posteriormente pedir la detención del involucrado, en caso se compruebe el delito.
PENAS 
Por su parte, el abogado penalista, Luis Roy Freyre, sostuvo que en estos casos la pena puede variar entre los 15 años y la cadena perpetua.
“La pena podría ir dentro de un rango de 15 años hasta incluso la cadena perpetua. Depende también de la edad de la parte agraviada. Si se trata de un menor de 6 años la pena es de cadena perpetua. Si tiene 12 años sería de 30 años de privación de la libertad”, señaló.
El penalista consideró que en este caso constituye un agravante que la persona que cometió el delito sea un sacerdote debido no solo a su investidura.
“Eso agrava la situación porque es una persona ilustrada, con conocimientos, que sabe perfectamente la gravedad de lo que está haciendo y en consecuencia la sanción sería el máximo de la pena privativa de la libertad”, consideró.
Sin embargo, Roy Freyre manifestó que los casos de violaciones a menores de edad son difíciles de probar y que dependerá en gran medida de la manifestación del menor.
Señaló que ahora la ley ya no plantea la confrontación entre la víctima y el agresor y solo se requiere el testimonio del menor “siempre y cuando sea una declaración coherente constante y no contradictoria”.
REACCIONES 
Conocida la noticia, la ministra de la Mujer Ana Jara, se pronunció y saludó que la Iglesia Católica haya destituido al obispo.
Además adelantó que pedirá al Ministerio Público un informe sobre la denuncia para tomar acciones en el caso.
Más adelante, deploró que un miembro “manche el trabajo que realiza la Iglesia católica”. Dijo que nadie que abuse de un niño puede quedar impune.
Fuente: Panorama, Diarios El Comercio, La República, Perú21, Correo, Altavoz y Radio Programas del Perú.
Arzobispado Metropolitano de Ayacucho
NOTA DE PRENSA
Comunicamos a la opinión pública, en referencia a las informaciones aparecidas en algunos medios de comunicación, sobre las causas que motivaron la dimisión del ex obispo Auxiliar de Ayacucho Gabino Miranda Melgarejo, que encontrándose fuera del Perú nuestro Pastor Monseñor Salvador Piñeiro García-Calderón,  por compromisos pactados con antelación, nos pide informarles que a su retorno absolverá las consultas que los distintos medios de comunicación nos han hecho llegar.
Ayacucho, 20 de setiembre del 2013
Nota de la Oficina de prensa del Opus Dei
Ante las preguntas recibidas en esta Oficina, informamos que Gabino Miranda no ha estado nunca incardinado en el clero de la Prelatura del Opus Dei. Por decisión propia, durante unos años, recibía asistencia espiritual de la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, de la que formaba parte desde 1989 y durante ese tiempo nadie tuvo sospechas sobre su comportamiento.
El interesado niega cualquier delito con menores; esta Oficina carece de más información sobre su situación. Como sucede con cualquier obispo, los órganos competentes son su diócesis y la Santa Sede.
Ante cualquier delito con menores, si fuera el caso no cabría otra reacción que manifestar sentimientos de profunda solidaridad y cercanía con las personas afectadas y sus familiares, que tienen que ser los primeros destinatarios de oraciones, justicia y ayuda por parte de todos.

Entrevista al Papa Francisco

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Papa Francisco

Este jueves 19 de septiembre, 16 revistas jesuitas en todo el mundo publicaron una extensa entrevista hecha en el mes de agosto al Papa Francisco por el Padre Antonio Spadaro SJ, director de la revista La Civiltá Cattolica –una publicación jesuita que es revisada por la Secretaría de Estado del Vaticano– cuyo contenido ha sido manipulado por diversos medios de comunicación intentando presentar al Santo Padre como opuesto a la lucha pro-vida y pro-familia, concretamente en los temas del aborto y la homosexualidad.
En la entrevista publicada en español por la revista Razón y Fe, los dichos del Papa sobre estos temas aparecen bajo el subtítulo “¿Es la Iglesia un hospital de campaña?”, en el que el Santo Padre explica que hoy lo importante es “curar heridas”, acercándose a las personas con verdadera misericordia.
“En lugar de ser solamente una Iglesia que acoge y recibe, manteniendo sus puertas abiertas, busquemos más bien ser una Iglesia que encuentra caminos nuevos, capaz de salir de sí misma yendo hacia el que no la frecuenta, hacia el que se marchó de ella, hacia el indiferente. El que abandonó la Iglesia a veces lo hizo por razones que, si se entienden y valoran bien, pueden ser el inicio de un retorno. Pero es necesario tener audacia y valor”, dice el Papa en la entrevista con el Padre Spadaro.
Ante la pregunta sobre cómo debe ser la pastoral con los divorciados vueltos a casar o con los homosexuales, el Papa Francisco señala que “tenemos que anunciar el Evangelio en todas partes, predicando la buena noticia del Reino y curando, también con nuestra predicación, todo tipo de herida y cualquier enfermedad. En Buenos Aires recibía cartas de personas homosexuales que son verdaderos ‘heridos sociales’, porque me dicen que sienten que la Iglesia siempre les ha condenado. Pero la Iglesia no quiere hacer eso”.
“Durante el vuelo en que regresaba de Río de Janeiro dije que si una persona homosexual tiene buena voluntad y busca a Dios, yo no soy quién para juzgarla. Al decir esto he dicho lo que dice el Catecismo. La religión tiene derecho de expresar sus propias opiniones al servicio de las personas, pero Dios en la creación nos ha hecho libres: no es posible una injerencia espiritual en la vida personal”.
El Papa recuerda luego que “una vez una persona, para provocarme, me preguntó si yo aprobaba la homosexualidad. Yo entonces le respondí con otra pregunta: ‘Dime, Dios, cuando mira a una persona homosexual, ¿aprueba su existencia con afecto o la rechaza y la condena?’. Hay que tener siempre en cuenta a la persona. Y aquí entramos en el misterio del ser humano. En esta vida Dios acompaña a las personas y es nuestro deber acompañarlas a partir de su condición. Hay que acompañar con misericordia. Cuando sucede así, el Espíritu Santo inspira al sacerdote la palabra oportuna”.
“Esta es la grandeza de la confesión: que se evalúa caso a caso, que se puede discernir qué es lo mejor para una persona que busca a Dios y su gracia. El confesionario no es una sala de tortura, sino aquel lugar de misericordia en el que el Señor nos empuja a hacer lo mejor que podamos. Estoy pensando en la situación de una mujer que tiene a sus espaldas el fracaso de un matrimonio en el que se dio también un aborto. Después de aquello esta mujer se ha vuelto a casar y ahora vive en paz con cinco hijos. El aborto le pesa enormemente y está sinceramente arrepentida. Le encantaría retomar la vida cristiana. ¿Qué hace el confesor?”.
El Santo Padre afirma luego que “no podemos seguir insistiendo solo en cuestiones referentes al aborto, al matrimonio homosexual o al uso de anticonceptivos. Es imposible. Yo he hablado mucho de estas cuestiones y he recibido reproches por ello. Pero si se habla de estas cosas hay que hacerlo en un contexto. Por lo demás, ya conocemos la opinión de la Iglesia y yo soy hijo de la Iglesia, pero no es necesario estar hablando de estas cosas sin cesar”.
“Las enseñanzas de la Iglesia, sean dogmáticas o morales, no son todas equivalentes. Una pastoral misionera no se obsesiona por transmitir de modo desestructurado un conjunto de doctrinas para imponerlas insistentemente. El anuncio misionero se concentra en lo esencial, en lo necesario, que, por otra parte es lo que más apasiona y atrae, es lo que hace arder el corazón, como a los discípulos de Emaús“, prosigue.
“Tenemos, por tanto, que encontrar un nuevo equilibrio, porque de otra manera el edificio moral de la Iglesia corre peligro de caer como un castillo de naipes, de perder la frescura y el perfume del Evangelio. La propuesta evangélica debe ser más sencilla, más profunda e irradiante. Solo de esta propuesta surgen luego las consecuencias morales”.
El Papa resalta asimismo que dice esto “pensando también en la predicación y en los contenidos de nuestra predicación. Una buena homilía, una verdadera homilía, debe comenzar con el primer anuncio, con el anuncio de la salvación. No hay nada más sólido, profundo y seguro que este anuncio. Después vendrá una catequesis. Después se podrá extraer alguna consecuencia moral. Pero el anuncio del amor salvífico de Dios es previo a la obligación moral y religiosa. Hoy parece a veces que prevalece el orden inverso”.
“La homilía es la piedra de toque si se quiere medir la capacidad de encuentro de un pastor con su pueblo, porque el que predica tiene que reconocer el corazón de su comunidad para buscar dónde permanece vivo y ardiente el deseo de Dios. Por eso el mensaje evangélico no puede quedar reducido a algunos aspectos que, aun siendo importantes, no manifiestan ellos solos el corazón de la enseñanza de Jesús”, subraya.
Fuente: ACI/EWTN Noticias
http://razonyfe.org/images/stories/Entrevista_al_papa_Francisco.pdf

Aumentan las conversiones en Georgia

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Monasterio Georgia

Por Raffaele Guerra- Vatican Insider
Tal vez es un dato único en el mundo: en 1991 el 75% de los ayarios, minoría étnica de la Georgia sud-occidental, era musulmán. Hoy, según los documentos oficiales de la actual República de Ayaria, el 75% pertenece a la metrópolis de Batumi de la Iglesia Ortodoxa gregoriana. Se trata de una inesperada conversión. La islamisación de los ayarios comenzó en 1614, año de la conquista otomana.
En cuanto a la dinámica del regreso masivo de los ayarios al cristianismo ortodoxo ya había hablado al respecto el metropolita Dimitri, encargado de la provincia eclesiástica de Batumi (capital de la República caucásica), en una entrevista de fines de 2012. El metropolita Dimitri indicó que la conversión de casi todo un pueblo se dio bajo sus ojos: «En 1991», declaró, «cinco mil personas, entre musulmanes y ateos, se conviertieron a la Ortodoxia. El mismo año abrimos una escuela superior de estudios teológicos en la ciudad de Khulo: fue la primera escuela religiosa que abrió en la URSS».
Hoy muchos párrocos provienen de familias islámicas. Basta pensar que el rector del seminario de Batumi es el nieto de un mullah que se formó en Estambul.
La Ayaria confina al sur con Turquía y, según algunos artículos que hab aparecido recientemente en la prensa local, los turcos sostienen iniciativas para incrementar la presencia islámica en la región.
Los periódicos ayarios indicaron que llegaron a su región algunos discípulos del conocido predicador otomano Süleyman Hilmi Tunahan, original de una aldea que hoy se encuentra en territorio búlgaro y que desarrolló sus actividades en Estambul hasta 1959.  Por lo demás, en Ayaria hay  pequeños enclaves islámicos, sobre todo entre las localidades del interior. Justamente en la población de Khulo hay una mezquita y una madrasa (escuela coránica), y los ancianos todavía hablan el turco.
La convivencia, por ahora, parece pacífica, a pesar de que la conversión al cristianismo de muchos musulmanes se haya convertido en una especie de tabú entre el resto de la minoría islámica georgiana, que va desde los chechenos en la frontera con Chechenia y Dagestan hasta los chiítas de la Georgia oriental, hacia Azerbayán.
Hay que reconocer que el estado georgiano no favorece el islam, es más el cristianismo ortodoxo está incluido en un marco en el que todavía está vigente la religión del estado. Justamente al final de agosto, en el distrito de Adiguéni, en la Georgia sud-occidental, se verificó el caso del “minarete de la discordia”, como lo llamó la prensa local.
Las autoridades civiles demolieron un minarete porque no se había pagado el impuesto necesario de los materiales de construcción. Todos los musulmanes que protestaron en contra de la demolición fueron arrestados.
La razón de la conversión, según el metropolita Dimitri de Batumi: los ayarios fueron convertidos por la fuerza al islam por los otomanos, pero, en fondo, siguieron siendo cristianos. Continuaron, hasta época reciente, usando la cruz, aunque en secreto, mantuvieron la costumbre de decorar los huevos para la Pascua (típica tradición popular del oriente cristiano) y también los íconos en sus casas. Además hay que añadir el fermento religioso que se vivió durante los últimos años de la URSS y después de la caída en 1991. Ícono de este fenómeno fue la conversión pública del presidente Eduard Shevardnadze, ex ministro del Exterior soviético que se convirtió en uno de los hijos espirituales del Patriarca georgiano Ilía II.
Claro, a la Iglesia ortodoxa Gregoriana no le falta el activismo, e incluso ha vuelto a caer en algunas polémicas en la frontera con Armenia. Hace pocos días, el padre Hakob Sahakyan, párroco armenio de la ciudad de Akhaltsikhe, declaró a los medios locales que la Iglesia georgiana está organizando peregrinajes y ceremonias religiosas en las dos antiguas capillas “gemelas” de la localidad de Damala, que pertenece a un complejo monástico de los siglos X y XI, considerado patrimonio artístico de los armenios que viven en Georgia. Por ahora, la cuestión no ha degenerado: llegó al Ministerio armenio de la Cultura, que nombró a una comisión de especialistas para ocuparse del asunto.
La nueva controversia con los armenios indica que hay un estado que profesa oficialmente el cristianismo ortodoxo, que destina consistentes recursos a la Iglesia de estado y que, a pesar de englobar a las minorías religiosas, mantiene la prioridad entre las confesiones cristianas con respecto a las demás religiones. Incluso las relaciones con la Iglesia católica, que representa al 2% de la población georgiana, viven a menudo situaciones poco claras.
Se trata seguramente de una deliberada y consciente política religiosa, pero también de una cuestión de seguridad interna y de fronteras. Tiene que ver sobre todo con el islam y Chechenia, en la que desde hace tiempo va tomando forma el radicalismo islámico, como se puede ver con las iniciativas improvisadas de algunos individuos, como los terroristas que llevaron a cabo el atentado en el maratón de Boston en abril de este año.

Esto lo piensa Müller

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bertone

Due battute del papa contro Müller e Bertone
Di Sandro Magister http://chiesa.espresso.repubblica.it/
È durato più di due ore l’incontro tra papa Francesco e i preti della sua diocesi di Roma, nella basilica di San Giovanni in Laterano, la mattina di lunedì 16 settembre.
L’incontro era a porte chiuse. E un resoconto parziale di ciò che il papa ha detto è stato fornito qualche ora dopo da “L’Osservatore Romano” e dalla Radio Vaticana.
Ma in nessuno dei due resoconti sono comparse due battute dette dal papa su due alti ecclesiastici.
La prima è stata seria e tagliente. La seconda ironica.
Nel formulare una delle cinque domande rivolte al papa e nel parlare della centralità dei poveri nella pastorale, un sacerdote ha fatto riferimento, in positivo, alla teologia della liberazione e alle posizioni comprensive, nei confronti di questa teologia, dell’arcivescovo Gerhard Ludwig Müller.
Ma all’udire il nome del prefetto della congregazione per la dottrina della fede papa Francesco non ha fatto finire la domanda e ha detto: “Questo lo pensa Müller, questo è ciò che pensa lui”.
La seconda battuta è stata una frecciata contro il cardinale segretario di Stato uscente, Tarcisio Bertone.
Papa Francesco ha sorriso, quando un sacerdote ha ironizzato su quelli che si mettono in testa che la Chiesa sia “una, santa, cattolica e salesiana”. E ha rincarato: “Una, santa, cattolica e salesiana, come dice il cardinale Bertone”.
Sandro MagisterHecha la paz entre Müller y Gutiérrez. Pero Francisco no está de acuerdo
El prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el fundador de la teología de la liberación intentan cerrar veinte años de polémicas. Pero uno de los críticos más severos de esta corriente teológica ha sido precisamente el actual Papa. 
Por Sandro Magister
El próximo domingo, en la basílica de Santa Bárbara, en Mantua, Gerhard Ludwig Müller – el prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe – y el teólogo peruano Gustavo Gutiérrez presentarán juntos la edición italiana de un libro escrito por ambos, a cuatro manos, dedicado a la teología de la liberación, en venta desde el lunes 9 de setiembre en todas las librerías:
G. Gutiérrez, G.L. Müller, “Dalla parte dei poveri. Teologia della liberazione, teologia della Chiesa”, Edizioni Messaggero-EMI, Padova, 2013, pp. 192, euro 15,00.
El libro fue publicado en el año 2004 en Alemania, sin que suscitara una emoción especial, pero esta reimpresión italiana ha sido saludada por algunos como un viraje histórico, como si fuese la firma de un tratado de paz entre la teología de la liberación y el magisterio de la Iglesia.
Gutiérrez es considerado uno de los padres de la teología de la liberación y Müller fue su alumno y admirador. Tan cierto es esto que cuando Benedicto XVI lo llamó en el 2012 para presidir la Congregación para la Doctrina de la Fe muchos manifestaron su sorpresa.
En efecto, se deben precisamente a Joseph Ratzinger, cuando era el prefecto de Congregación, las dos “instrucciones” concatenadas de 1984 y de 1986, con las que la Iglesia de Juan Pablo II sometió la teología de la liberación a una crítica muy severa, motivada “por la certeza que las graves desviaciones ideológicas denunciadas terminan ineludiblemente por traicionar la causa de los pobres“.
Pero evidentemente Ratzinger consideraba aceptable la lectura que Müller hacía de las posiciones de Gutiérrez, ya que no sólo lo ha hecho prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, sino que le ha confiado también el cuidado de la edición completa de sus obras teológicas, que en alemán ya ha llegado casi a la mitad de la impresión.
El juicio positivo de Müller sobre la teología de la liberación –leída a través del lente de Gutiérrez– se lo puede captar desde las primeras líneas de la página del libro reproducidas más abajo: El movimiento eclesial y teológico de América Latina, conocido como ‘teología de la liberación’ y que luego del Vaticano II encontró resonancia mundial, debe contarse, a mi juicio, entre las corrientes más significativas de la teología católica del siglo XX“.
Más adelante él sostiene:
“Sólo por medio de la teología de la liberación la teología católica ha podido emanciparse del dilema dualista del más acá y del más allá, de la felicidad terrenal y la salvación ultraterrena”.
La frase del papa Francisco: “Sueño con una Iglesia pobre y para los pobres” ha sido asumida por muchos como la coronación de esta absolución de la teología de la liberación.
Pero sería ingenuo considerar cerrada la controversia.
El mismo Jorge Mario Bergoglio no ha ocultado jamás su desacuerdo con aspectos esenciales de esta teología.
Sus teólogos de referencia no han sido jamás Gutiérrez, ni Leonardo Boff, ni Jon Sobrino, sino el argentino Juan Carlos Scannone, quien elaboró una teología, no de la liberación sino “del pueblo”, centrada sobre la cultura y la religiosidad de la gente común, en primer lugar de los pobres, con su espiritualidad tradicional y su sensibilidad por la justicia.
En el año 2005 – es decir, cuando ya había salido a la venta en Alemania el libro de Müller y Gutiérrez – el entonces arzobispo de Buenos Aires escribió: Con el derrumbe del imperio totalitario del ‘socialismo real’, esas corrientes [de pensamiento] quedaron sumidas en el desconcierto, incapaces de un replanteamiento y de una nueva creatividad. Sobrevivientes por inercia, aunque haya todavía hoy quienes las propongan anacrónicamente” 
A juicio de Clodovis, el hermano de Leonardo Boff, el acontecimiento que signó el adiós de la Iglesia Católica latinoamericana a lo que quedaba de la teología de la liberación fue la Conferencia continental de Aparecida, en el año 2007, inaugurada por Benedicto XVI en persona y con su protagonista el cardenal Bergoglio.
Clodovis Boff maduró justamente en ese período su “conversión”. De exponente de punta de la teología de la liberación se convirtió en uno de sus críticos más incisivos.
En el 2008 hizo ruido la polémica entre los dos hermanos. A juicio de Clodovis, el error “fatal” en el que cae la teología de la liberación es colocar al pobre como “primer principio operativo de la teología”, sustituyendo a Dios y a Jesucristo.
Con esta consecuencia: La ‘pastoral de la liberación’ se convierte en un brazo entre tantos de la lucha política. La Iglesia se asimila a una ONG y así se vacía también físicamente, ya que pierde operadores, militantes y fieles. Los ‘de afuera’ experimentan escasa atracción por una ‘Iglesia de la liberación’, porque para la militancia disponen ya de diversas ONGs, mientras que para la experiencia religiosa tienen necesidad de mucho más que una simple liberación social“.
El peligro que la Iglesia se reduzca a una ONG es una señal de alarma que el papa Francia lanza repetidamente.
Sería engañoso olvidarlo, al llevar a cabo hoy la relectura del libro de Müller y Gutiérrez.
A continuación anticipamos una página, con la firma del prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
“ENTRE LAS CORRIENTES MÁS SIGNIFICATIVAS DE LA TEOLOGÍA CATÓLICA”
Por Gerhard Ludwig Müller
El movimiento eclesial y teológico de América Latina, conocido como “teología de la liberación” y que luego del Vaticano II encontró resonancia mundial, debe contarse, a mi juicio, entre las corrientes más significativas de la teología católica del siglo XX. 
Si es verdad que el Concilio Vaticano II fue el acontecimiento que más ha signado la historia de la Iglesia en el siglo pasado, entonces es posible subdividir la historia de la teología en dos fases: una fase preparatoria, que comienza aproximadamente al final de la primera guerra mundial, y una fase de elaboración y puesta en práctica, que echa raíces inmediatamente después del Concilio, a partir de 1965.
Para la época que parte desde 1920 se mencionan todos esos movimientos de renovación – como, por ejemplo el movimiento bíblico-litúrgico, los grandes reclamos de la doctrina social de la Iglesia y una renovada comprensión de lo que es la Iglesia – que condujeron al Concilio, dándole la impronta decisiva, y que luego, por medio de los documentos conciliares, fueron integrados a la tradición universal de la Iglesia.
Se mencionan posteriormente los diversos movimientos inspirados por el Concilio, los cuales –asumiendo sus impulsos y sus indicaciones– intentaron ponerlos en práctica respecto a los grandes desafíos del mundo moderno. En este contexto se llega a dar la máxima importancia a la teología de la liberación en el ámbito de las dos constituciones conciliares “Lumen gentium” y “Gaudium et spes“.
Si quisiéramos entender cuál es el cambio que tuvo lugar realmente en el Concilio, debemos prestar atención no sólo a algunas de sus afirmaciones, sino también tomar en consideración las nuevas categorías adoptadas para expresar el origen y la misión de la Iglesia en el mundo de hoy.
En este sentido, la divina revelación es entendida no como información sobre las realidades sobrenaturales a las cuales se debe prestar externamente obediencia, sobre la base de la autoridad de Dios, para ser premiados por esto luego de la muerte con la felicidad ultra-terrena. Revelación es más que nada la auto-comunicación del Dios trinitario en la encarnación del Hijo y en la efusión definitiva del Espíritu Santo, para que Dios mismo pueda ser conocido y recibido como verdad y vida de todo hombre y como fin propio de la historia humana.
Por eso la Iglesia no es una de esas comunidades religiosas que practican más o menos fielmente los ideales de sus fundadores y son evaluadas en base a ese ethos de felicidad de la humanidad de molde iluminista que el hodierno paradigma del pluralismo religioso exalta como “soteropraxis”.
La Iglesia es más que nada, en Jesucristo, signo e instrumento de la voluntad salvífica universal de Dios respecto a todos los hombres. La Iglesia, como “communio” de los creyentes, está al servicio de la humanidad con la palabra de Dios, con la ofrenda sacramental de su salvación vivificante y con la demostración del ser-para-los-otros de Cristo en la diaconía a favor de los pobres, de los desheredados y de aquéllos a quienes se les niega dignidad y justicia.
De importancia decisiva, en el Concilio, son las categorías filosófico-antropológicas de persona, de diálogo y de comunicación. El significado y el peso dado a aquél a quien Dios se comunica está precisamente en su ser persona y, más precisamente, en su ser persona inserto corporal y materialmente en el espacio de la historia, de la sociedad y de la cultura.
En consecuencia, sin que la Iglesia promueva alguna pretensión totalitaria sobre la sociedad –porque ella adquiere su identidad por medio de la fe en Cristo y se distingue claramente de otras orientaciones de fe y de otras religiones– se deduce sin embargo que ella –y con ella toda comunidad eclesial y todo individuo cristiano–, justamente a partir de la fe, debe asumir su propia responsabilidad por la sociedad humana en su conjunto, comprometiéndose en los ámbitos del mundo del trabajo, de la economía internacional, de la justicia social e individual, de la paz en el mundo, etc. 

Papa Francisco recibe a Gustavo Gutiérrez OP

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Por JUAN VICENTE BOO
Tal y como se esperaba desde hace unos días, el Papa Francisco ha recibido en audiencia privada al dominico peruano Gustavo Gutiérrez, uno de los padres de la teología de la liberación, quien se encuentra desde hace algunos días en Italia presentando la edición italiana de un libro escrito a medias con el actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe.
Gustavo Gutiérrez, de 85 años, ha evitado caer en los errores de otras corrientes y autores dentro de la teología de la liberación a las que tuvieron que hacer frente durante décadas Juan Pablo II y su principal colaborador, el cardenal Joseph Ratzinger. Los aspectos más graves eran el uso del análisis marxista y la justificación de la violencia. A diferencia de otros autores, como el ex-franciscano brasileño Leonardo Boff, Gutiérrez no ha sufrido censuras del Vaticano.
El Vaticano se limitó a confirmar la audiencia privada, la primera al teólogo peruano, amigo desde hace mucho tiempo de un joven teólogo alemán que acudía a sus seminarios y que hacía trabajo pastoral con los pobres en Perú: el bávaro Gerhard Ludwig Müller, arzobispo de Múnich hasta su nombramiento como prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe por Benedicto XVI.
Müller, coautor junto con Gutiérrez del libro «De la parte de los pobres, teología de la liberación, teología de la Iglesia», ha explicado en muchas ocasiones que ni Juan Pablo II ni el cardenal Ratzinger condenaron «en bloque» la teología de la liberación sino sólo sus aspectos erróneos, dejando claro que contiene muchos elementos positivos como la opción preferencial por los pobres, que ahora es un rasgo del pontificado del Papa Francisco.
El pensamiento teológico de Jorge Bergoglio a lo largo de las últimas dos décadas comparte elementos de la «teología del pueblo» y otros de la «teología de la pobreza», dos corrientes de las muchas que se dan en la teología de la liberación.
Guía de la evangelización
Ambas están muy presentes en el documento final de la conferencia de los obispos latinoamericanos en Aparecida en el 2007, aprobado por Benedicto XVI, y que constituye la guía de la evangelización en el continente donde viven más de la mitad de los católicos del planeta.
Con el desplome de la Unión Soviética y la implosión intelectual del comunismo, el análisis marxista y la apología de la violencia fueron perdiendo peso no sólo en la teología de la liberación sino en la política de América Latina en general.
El fenómeno de los curas revolucionarios que predicaban la lucha armada y a veces participaban en ella como guerrilleros se fue desvaneciendo a medida que los interesados morían o envejecían.
La pasada semana, «L’Osservatore Romano» dedicó amplio espacio a comentar el libro de Gutiérrez y Müller, con varios análisis sobre los elementos positivos de la teología de la liberación. No se trataba de un cambio en la posición del Vaticano sino la constatación de que las «enfermedades de adolescencia» de esa corriente teológica se han vuelto marginales y han pasado en buena parte a la historia.
Fuente: EFE y www.abc.esIntervista a Gustavo Gutiérrez OP
Siamo stati liberati per restare liberi
«Credo che oggi la teologia della liberazione sia piena di risorse e non abbia perso di mordente, non fosse altro per il fatto che il tema della povertà è sempre lì, sempre più urgente. La povertà è un tema biblico, eterno».
Così dice Gustavo Gutiérrez -il teologo peruviano padre della teologia della liberazione, che con l’arcivescovo Ludwig Gerhard Müller, prefetto della Congregazione per la Dottrina della Fede, ha appena pubblicato Dalla parte dei poveri. Teologia della liberazione, teologia della Chiesa (Padova-Bologna, Edizioni Messaggero-Editrice Missionaria Italiana, 2013)- a Ugo Sartorio, che lo intervista sull’Osservatore Romano.

Un aspetto che ritorna spesso è, chiaramente, quello della povertà. «Bisogna chiarire – spiega Gutiérrez- che il termine povertà è complesso, poiché c’è la povertà reale, che riguarda la situazione di chi non conta niente, di chi è insignificante, per ragioni economiche ma anche per cultura, lingua, colore della pelle, o perché appartenente al mondo femminile che è tra i più penalizzati. Noi siamo chiari nell’affermare che la povertà non è mai una sola e soprattutto che non è mai buona».
Che cosa predica -gli chiede Sartorio- la Chiesa quando, partendo dal vangelo, chiede ai cristiani di essere poveri? «Dopo Medellín (1968) è stata fatta, dalla teologia della liberazione, una distinzione. C’è prima di tutto, lo ripeto, la povertà reale o materiale, io preferisco dire reale; poi la povertà spirituale, come diceva Hannah Arendt quella di chi non ha diritto di avere diritti; infine la povertà come solidarietà con i poveri e contro la povertà. La povertà spirituale è una metafora, nel senso che si prende la parola povertà, che appartiene a un preciso contesto semantico, e la si trasferisce in un altro. Povertà spirituale, espressione che è stata compresa nella storia in maniera strana e riduttiva, significa precisamente mettere la propria vita nelle mani di Dio, riconoscere la propria condizione di bisogno e piccolezza. Da ultima c’è la povertà come condivisione, di cui il vescovo Romero, da tutti conosciuto, è un grande esempio: egli non era certamente povero, nel senso di insignificante, ma è entrato in solidarietà con i poveri contro la povertà».
«La teologia della liberazione -conclude Gutiérrez- non è teologia della liberazione sociale, anche se la liberazione ha un aspetto sociale; c’è anche una liberazione personale, che riguarda la mentalità, e poi c’è la liberazione dal peccato. Questo insieme si chiama salvezza, che è quindi salvezza non soltanto dal peccato. Che la liberazione di Cristo non è unicamente questo lo dice la lettera ai Galati, al capitolo quinto, dove all’inizio leggiamo: “Cristo ci ha liberati perché restassimo liberi“, e non si tratta di un pleonasmo. La teologia della liberazione cerca la libertà delle persone, dell’umanità, libertà dall’ingiustizia, dalla mentalità sbagliata e infine dal peccato».
Fuente: www.osservatoreromano.va

Koinonía eclesial

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Gustavo Gutierrez

Por Gustavo Gutiérrez Merino OP
El año pasado se cumplieron veinticinco años de la realización de la Conferencia episcopal de Puebla. Un acontecimiento que marcó la vida de la Iglesia católica en el continente y que, visto en perspectiva, acrecienta su importancia pastoral y teológica. Especialmente en estos días en que comienza a planearse una nueva Conferencia episcopal latinoamericana cuyo tema será y en que el plan global del CELAM para el periodo 2003-2007 incluye el tema de la comunión en el contexto de un mundo globalizado.
COMUNIÓN Y PARTICIPACIÓN
En función de los retos que se presentan a la tarea evangelizadora en América Latina, y después de un largo proceso de consulta, se optó por una “línea conductora” (Puebla, Presentación) para entrar en el tema, sintetizada en dos términos: ‘comunión y participación’.
Con ellos Puebla buscaba precisar la identidad de la Iglesia en relación al anuncio del Reino, como lo sugería ya Paulo VI al decir: “pensamos que es obligatorio hoy para la Iglesia profundizar en la conciencia que debe tener de sí misma, del tesoro de verdad del que es heredera y depositaria y de la misión que debe cumplir en el mundo” (Ecclesiam Suam 18). Por su parte, Juan Pablo II, al subrayar la vigencia del Concilio en su carta Tertio millennio adveniente, señala que se trató de “un Concilio centrado en el misterio de Cristo y de su Iglesia, y al mismo tiempo abierto al mundo”; en él, continúa, “la Iglesia se planteó su propia identidad” (n. 19). Esa doble vertiente, el ser y el hacer de la Iglesia, es capital para comprender la eclesiología conciliar y la de las conferencias episcopales latinoamericanas. Ese es el punto.
Impulsada por el Espíritu y por los documentos conciliares se ha desarrollado en los últimos tiempos lo que se ha dado en llamar una eclesiología de comunión. En ese itinerario, el sínodo extraordinario de obispos, convocado a los veinte años de la clausura del Concilio (1985), constituye un jalón importante. Considera que “la eclesiología de comunión es una idea central y fundamental en los documentos conciliares” y recuerda que la “koinonía/comunión, fundada en la Sagrada Escritura, son tenidas en gran honor en la Iglesia antigua y en las Iglesias orientales hasta nuestros días” (II,C,1) .
La koinonía es una noción de rancio abolengo bíblico y de sólidas raíces en la tradición eclesial; ponerla sobre el tapete hace ver la actualidad y el interés de un tema que, desde hace mucho tiempo, acompaña el modo de entender la Iglesia. Diversos y valiosos trabajos lo recordaron ya desde mediados del siglo XIX , y del siglo XX, pero la eclesiología del Concilio le dio un nuevo vigor. Vaticano II destacó, como se sabe, el enfoque del Pueblo de Dios para hablar de la Iglesia (cf. LG cap. II); pero empleó también, en lugares centrales de sus reflexiones, la idea de la comunión, tomada en sus diferentes dimensiones.
No se trata, por lo tanto, de oponer una eclesiología de comunión a una eclesiología del Pueblo de Dios. Ambas tienen mucho que aportar. Es clásico, además, en teología, decir que la realidad eclesial, escatológica e histórica al mismo tiempo, no puede ser definida a través de una sola noción; estamos, en efecto, ante lo que el Concilio evoca como un misterio (cf. LG cap. I). Las distintas nociones e imágenes para hablar de la Iglesia son, por consiguiente, necesarias y complementarias. Es una perspectiva capital para toda reflexión en esta materia.
Pero, precisémoslo, lo complementario sólo se da bajo una condición: que cada una de ellas tenga en cuenta, a su modo y manera, las dos dimensiones básicas de la comunidad eclesial (trascendencia e historia o invisibilidad y visibilidad); es decir, que no se limite a afirmar sólo uno de esos aspectos, soslayando el otro, porque en ese caso no habría una auténtica complementariedad. Es una cuestión de acentos, no de llenar vacíos. Es verdad que los énfasis, cualesquiera que ellos sean, pueden correr el riesgo de ser interpretados unilateralmente –ha sucedido muchas veces–; pero es allí donde la diversidad de enfoques, en tanto respeta una realidad que se niega a ser encasillada, resulta fecunda y equilibrada.
Algunos años antes del surgimiento con fuerza de la eclesiología de comunión, Puebla presentó el tema de la comunión y la participación. Ambas palabras traducen bien el sentido de koinonía (tal vez la segunda más literalmente que la primera). Con esto no pretendemos que la conferencia sea portadora de una presentación sistemática del tema eclesial de la comunión, pero creemos que proporciona interesantes perspectivas al respecto en el contexto de la tarea evangelizadora de la Iglesia en América Latina. En estas páginas nos limitaremos a resaltar esos elementos. Tendremos en mente, además, la conferencia episcopal de Medellín, en cuya línea Puebla, en repetidas ocasiones, declara situarse; así como la asamblea de Santo Domingo, que lleva la impronta de Puebla. Para ese cometido nos serviremos, igualmente, de los tres sentidos que Y. Congar distingue en la rica noción bíblica de koinonía, central en la eclesiología de comunión: en la raíz se halla la comunión con las personas trinitarias, a ella se llega a través de la comunión con la vida, muerte y resurrección de Cristo, lo que se traduce, tercera nota, en la comunión fraterna .
Partiremos de un texto de Puebla que habla de “una Iglesia misionera”, “una Iglesia servidora” y “una Iglesia-sacramento de comunión” . Eco y profundización de una propuesta que Medellín expresa en una bella frase: “Que se presente cada vez más nítido en Latinoamérica el rostro de una Iglesia auténticamente pobre, misionera y pascual” (Juventud 15) . A fin de comprender el sentido de esta proposición, hay que situarla en el horizonte de una afirmación que hunde sus raíces en el mensaje conciliar: “La Iglesia es ante todo un misterio de comunión católica” (Medellín, Pastoral de conjunto 6; cf. Santo Domingo 37).
Por sucintas que sean estas consideraciones, esperamos que nos den la oportunidad de precisar algunos puntos que se derivan de las consideraciones eclesiológicas presentadas en los documentos mencionados y en la reflexión teológica latinoamericana. Ellas nos permitirán, además, contribuir a despejar ciertos malentendidos e interpretaciones unilaterales.
EL MISTERIO DE LA EVANGELIZACIÓN
La Iglesia “existe para evangelizar”, decía Pablo VI (Evangelii nuntiandi 14) . Anunciar el Reino es la vocación de la Iglesia y por consiguiente “su identidad más profunda” (ibid., cf. Santo Domingo 12), a eso alude Medellín cuando se refiere a una “Iglesia misionera” y reitera Puebla al hablar del “misterio de la evangelización” (n. 348). Expresiones que deben ser entendidas dentro del pleno y amplio sentido de la palabra misión recordada por Vaticano II y en cuya línea se ha situado la reflexión eclesiológica de estos años en América Latina. La misión de la Iglesia no es otra cosa que hablar de Dios, es lo que el mundo quiere oír y lo que, a veces, parecemos olvidar.
Efectivamente, las conferencias episcopales latinoamericanas, en continuidad con los enfoques conciliares, han ido perfilando, precisando y depurando un vasto proyecto evangelizador y liberador para América Latina. En esa elaboración ellas se han alimentado con nuevos textos del Magisterio universal de la Iglesia, así como con los logros, las dificultades y las posibilidades que vienen de la puesta en marcha de esas perspectivas.
La iniciativa de amor del Padre
En efecto, en uno de sus mejores textos teológicos, el primer capítulo del decreto Ad Gentes, el Concilio presenta la tarea de la Iglesia como una prolongación de las misiones del Hijo y del Espíritu: “La Iglesia peregrinante es misionera por su naturaleza, puesto que procede de la misión del Hijo y de la misión del Espíritu Santo según el designio de Dios Padre” (n. 2). La comunión entre las personas trinitarias es la fuente de la koinonía eclesial, de la vida trinitaria, brota la misión de la Iglesia. Por ello esta tarea no puede tener sino una dimensión universal.
Estamos convocados a ser “partícipes (koinonoi) de la naturaleza divina” (2 Pe 1,4). En el punto de origen, por consiguiente, de la comunión se encuentra el amor gratuito de Dios. Comunión con el Padre: “Si decimos que estamos en comunión con Él y caminamos en tinieblas, mentimos y no obramos la verdad” (1 Jn 1,6). Con el Hijo: “pues fiel es Dios, por quien han sido llamados a la comunión con su Hijo” (1Cor. 1,9; cf. 1 Jn.1,3). Y con el Espíritu: “La gracia del Señor Jesucristo, el amor de Dios y la comunión del Espíritu Santo sean con todos ustedes” (2 Cor. 13, 13; cf. Fil. 2,1).
A esa comunión estamos llamados, vocación que es una gracia, un don que ha de ser acogido. Respondemos positivamente a ese llamado cuando lo hacemos nuestro y “estamos en comunión unos con otros” (1 Jn 1,7). Comunicando la Buena Nueva del amor de Dios por toda persona creamos comunidad y anunciamos la comunión con el Dios trino. Juan en su primera carta, capital para este tema, liga los dos aspectos en un texto preciso, repitiendo el término koinonía: “Lo que hemos visto y oído, se lo anunciamos para que también ustedes estén en comunión con nosotros. Y nosotros estamos en comunión con el Padre y con su Hijo, Jesucristo” (1 Jn 1,3). Ese anuncio es la tarea propia de la Iglesia.
La misión de la Iglesia entronca con la vida trinitaria y con las misiones del Hijo y del Espíritu. Todo lo que se pueda decir de su cometido en medio de la historia humana deriva de la comunión trinitaria. Ese vínculo le da a la tarea eclesial su más profundo sentido y alcance; sólo una vez entendido esto se puede hablar de las diversas actividades misioneras de la Iglesia. La comunión con la Trinidad es, a la vez, el fundamento y la meta del anuncio del Evangelio. A través de esa proclamación “se manifiesta toda la Iglesia como un pueblo reunido por la unidad del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo” (LG 4).
Más adelante, el documento misionero precisa el sentido de lo que la Lumen Gentium llama el peregrinar histórico de la Iglesia, “pueblo mesiánico (…) germen (…) de salvación para todo el género humano” (n. 9). “Siendo así –dice Ad Gentes– que esta misión continúa, y desarrolla a lo largo de la historia la misión del mismo Cristo, que fue enviado a evangelizar a los pobres, la Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino de Cristo, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio, y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte, de la que salió victorioso por su resurrección” (n. 5). La perspectiva trinitaria diseñada por el Concilio es asumida por las conferencias episcopales latinoamericanas. Puebla lo dice en forma neta y concisa, en una feliz fórmula: “La evangelización da a conocer a Jesús como el Señor, que nos revela al Padre y nos comunica su Espíritu” (n. 352).
Todo esto significa que la Iglesia no nace de un simple deseo humano de asociación religiosa, en su punto de partida está la autocomunicación del Dios trino. La koinonía con la vida trinitaria da densidad y aliento a la misión evangelizadora de la Iglesia. Esa comunión, que es unidad en la diversidad, proporciona, además, el marco apropiado para la inculturación del evangelio en la enorme variedad cultural existente en la humanidad (cf. Santo Domingo).
La comunión desemboca en misión
La comunicación del evangelio es expresión de la voluntad de comunión, creadora por ende de comunidad. Los contenidos de estos tres términos (comunicación, comunión, comunidad) se entrecruzan y tejen el telón de fondo en el que se inscribe la misión de la Iglesia. De acuerdo con lo recordado líneas arriba sobre el papel fontanal de la vida trinitaria, Puebla afirma que “La evangelización es un llamado a la participación en la comunión trinitaria” (n. 218).
En otro lugar, en un importante texto sobre la libertad humana y la liberación integral (a propósito de Gal 5,1: “para la libertad, Cristo nos ha liberado”), se dice que hay que construir “una comunión y una participación que han de plasmarse en realidades definitivas, sobre tres planos inseparables: la relación del hombre con el mundo, como señor; con las personas, como hermano; y con Dios, como hijo” (n. 322). Tres aspectos que no deben confundirse, pero que están unidos estrechamente en la tarea evangelizadora. Por ello, un poco más lejos, después de indicar que el pecado es “la ruptura con Dios que envilece al hombre (n. 328)”, se precisa: “Tenemos que liberarnos de este pecado; del pecado, destructor de la dignidad humana. Nos liberamos por la participación en la vida nueva que nos trae Jesucristo y por la comunión con Él, en el misterio de su muerte y de su resurrección, a condición de que vivamos ese misterio en los tres planos ya expuestos, sin hacer exclusivo ninguno de ellos (n. 329)”.
Ese modo de enfocar las cosas evitará interpretaciones empobrecedores del mensaje evangélico y que deforman el sentido de la liberación en Jesucristo. El texto concluye con esa advertencia precisa: “Así no lo reduciremos ni al verticalismo de una desencarnada unión espiritual con Dios, ni a un simple personalismo existencial de lazos entre individuos o pequeños grupos, ni mucho menos al horizontalismo socio-económico-político” (n. 329) .
Medellín enfatiza la universalidad de la Iglesia, ella es “ante todo un misterio de comunión católica, pues en el seno de su comunidad visible, por el llamamiento de la Palabra de Dios y por la gracia de sus sacramentos, particularmente de la Eucaristía, todos los hombres pueden participar fraternalmente de la común dignidad de hijos de Dios”. Y así “compartir la responsabilidad y el trabajo para realizar la común misión de dar testimonio del Dios que los salvó y los hizo hermanos de Cristo” (Pastoral de conjunto 6).
Puebla retoma ese punto de vista al afirmar: “La Iglesia misionera tiene esta misión: predicar la conversión, liberar al hombre e impulsarlo hacia el misterio de comunión con la Trinidad y de comunión con todos los hermanos” (n. 563), “misterio escondido –dirá Pablo– desde siglos y generaciones, y revelado ahora” (Col 1,26). La creación de fraternidad es una exigencia del don de la filiación, dos dimensiones inseparables de la liberación total en Cristo, la comunión plena . Ambas nos hablan de la presencia del amor de Dios en nuestras vidas, que aleja y elimina las sombras del pecado, ellas forman el contenido de la evangelización. La fidelidad al testimonio de Jesús exige que no se mutile ninguna de sus notas centrales; pretender reducirlo a uno solo de los dos aspectos mencionados no es, ni siquiera, guardar uno en detrimento del otro, es perder los dos, quedarse con las manos vacías.
“Una Iglesia misionera” proclama el don de la filiación: “anuncia gozosamente al hombre de hoy que es hijo de Dios en Cristo”; y, por eso mismo, “se compromete en la liberación de todo el hombre y de todos los hombres (el servicio de la paz y de la justicia es un ministerio esencial de la Iglesia)” , como precisa Puebla. Por otra parte, la tarea misionera no es un cometido puramente personal, corresponde al conjunto de la comunidad eclesial porque “se inserta solidaria en la actividad apostólica de la Iglesia universal, en íntima comunión con el sucesor de Pedro”. Comunión coextensiva a una misión de la que nadie está exento: “Ser misionero y apóstol es condición del cristiano” (Puebla 1304).
Subrayemos una palabra importante en el texto que acabamos de citar: “gozosamnente”. Efectivamente, evangelizar es compartir la alegría que produce en nosotros sabernos amados gratuitamente por Dios. La misión de la Iglesia crea y manifiesta lo que Pablo llama, con precisión, “la koinonía en el evangelio” (Fil 1,5), comunión en el gozo que se vive participando en la tarea evangelizadora. Comprobarlo en el caso de los Filipenses es para el Apóstol motivo de acción de gracias a Dios (id. 1,1). El término koinonía expresa muy bien una idea clave de la antropología y la eclesiología de Puebla: comunión y participación . Una Iglesia misionera es una Iglesia “evangelizada y evangelizadora”, como decía Paulo VI (Evangelii nuntiandi 13).
UNA IGLESIA SERVIDORA
El servicio de la Iglesia es anunciar el evangelio. Un segundo sentido del término koinonía, en la Escritura y dentro de una unidad profunda, nos permite ahondar el asunto: con él se dice, también, la comunión con la vida, muerte y resurrección de Jesús, por medio de la cual, precisamente, alcanzamos la comunión con la vida trinitaria. En relación con ello se designa, asimismo, como koinonía el acto central de la comunidad eclesial: la celebración eucarística. Por ello “la primera tarea de la Iglesia es celebrar con alegría el don de la acción salvífica de Dios en la humanidad, realizada a través de la muerte y la resurrección de Cristo. Eso es la eucaristía: memorial y acción de gracias” . Memoria que es, ante todo, presentada confiadamente al amor permanente y gratuito del Padre que motiva la acción de gracias.
En ese orden de ideas, Puebla llama a la Iglesia “servidora”, en la medida en que “prolonga a través de los tiempos al Cristo-Siervo de Yahvé, por diversos ministerios y carismas” (n. 1203). La alusión al célebre pasaje de Isaías subraya el extremo al que llegó la entrega de Jesús en su anuncio del amor gratuito del Padre. En relación con el sentido, y las demandas, de ese testimonio, Medellín hablaba de una Iglesia pascual, recordando que la cruz es expresión de un amor que en el Resucitado vence la muerte y da vida.
Celebrar la gratuidad
La fracción del pan es a la vez punto de partida y punto de llegada de la comunidad cristiana. Como lo dice un viejo tema de resonancia patrística: la Iglesia hace la eucaristía y la eucaristía hace a la Iglesia. En ella se expresa la comunión profunda con el dolor humano, se reconoce, en la alegría, al Resucitado que da vida y levanta la esperanza de un pueblo convocado en “ecclesia” por los gestos y las palabras de Jesús. Citando el Concilio, Medellín recuerda que “no se edifica ninguna comunidad cristiana si ella no tiene por raíz y quicio la celebración de la Santísima Eucaristía” (Pastoral Popular 9).
En la celebración eucarística confluyen la memoria amorosa y gratuita de Dios, expresada en la vida, muerte y resurrección de Jesucristo, amor por todos y prioritario por los más insignificantes y olvidados; y la memoria, también, de los caminos que los creyentes deben tomar para anunciar la buena nueva y ser fieles al designio de vida de Dios y a la solidaridad con los demás. La eucaristía es una fiesta de reconciliación, acción de gracias y comunión fraterna. Ella significa la unidad de la Iglesia, “pues congrega al Pueblo de Dios, como familia que participa de una sola mesa donde la vida de Cristo, sacrificialmente entregada, se hace única vida de todos” (Puebla 246).
En tanto acción de gracias a Dios expresa la confianza de que es realizable, en Cristo, la comunión de vida que nos pide el Evangelio, a la que debemos aspirar y que aún no existe plenamente entre nosotros. Eso denota su dimensión escatológica, rasgo fundamental de la celebración eucarística. No es una evasión; da, más bien, un impulso que depura constantemente los compromisos que asumimos como seguidores de Jesús: es el reconocimiento de que no hay momento ni sector de la existencia humana que no esté concernido por el don del amor y de la vida del Cristo resucitado. Por eso, los cristianos deben “hacer de la celebración eucarística la expresión de su compromiso personal y comunitario con el Señor” (Santo Domingo 43).
La fraternidad, la comunión, que anuncia el Evangelio, lo hemos mencionado ya, tiene su raíz y su inspiración en la comunión con las personas trinitarias. Precisamente el nexo entre esas dos realidades es celebrado, vale decir, recordado y anunciado eficazmente en la eucaristía. Seguir el mandato del Señor, “Hagan esto en memoria mía”, es recordar su vida y su muerte y aceptar vivir bajo el signo de la cruz y en la esperanza de la resurrección.
El Reino de vida
El Hijo de Dios “se hizo carne y habitó entre nosotros” (Jn 1,14), vino a este mundo a anunciar el Reino de vida, expresión del amor del Padre, esa fue su misión. La llevó a cabo por medio de “obras y palabras intrínsicamente ligadas” (Dei Verbum 2), mostrando que “el Reino anunciado ya está presente, que Él es el signo eficaz de la nueva presencia de Dios en la historia” (Puebla 191).
Desde un comienzo, la proclamación del Reino, cuya “naturaleza (…) es la comunión de todos los seres humanos entre sí y con Dios” (Juan Pablo II, Rico in misericordia 15), encuentra resistencias y provoca hostilidades en un mundo en el que pesan gravemente el pecado y la muerte. Pero también halla acogida y levanta esperanzas. La Pascua es el paso definitivo hacia la vida. Dios nos llama a la “comunión con su Hijo Jesucristo, Señor nuestro” (1 Cor 1,9). Koinonía que asume un hondo sentido pascual, de tránsito del pecado a la gracia, de la muerte a la vida. Pablo habla de lo que experimenta en su fe y en su vida cuando declara que el conocimiento de Cristo le hace “sentir el poder de la resurrección y la comunión en sus padecimientos hasta hacerme semejante a él en su muerte” (Fil 3,10).
Es la fuerza de la vida que vence la muerte y nos hace reconocer que la última palabra de la existencia humana no es la muerte sino la vida, don del Señor. Acogerlo pasa por amar como Jesús amó, “ámense los unos a los otros como yo los he amado” (Jn 15,12). La comunión en sus padecimientos, ser “compañeros (koinonoi) en los sufrimientos” de Cristo (2 Cor 1,7), es el camino del servicio al Reino y hacia la vida plena, en la medida en que es expresión de amor, de entrega total. De un amor redentor que nos hace reconocernos a nosotros mismos como pecadores, pero que nos recuerda también que estamos llamados a la gracia del perdón y de la vida.
La vivencia de la Iglesia en América Latina es ilustrativa. La inmensa pobreza que se vive en el continente manifiesta condiciones de muerte temprana e injusta para una gran parte de su población. Cuando en Medellín se dice que ese estado de cosas constituye “una situación de pecado” (Paz 1), no se desconoce que la pobreza tenga entre sus causas factores de orden socio-económico, político y cultural; simplemente se señala con el dedo donde está la raíz de ella, la causa más importante: el egoísmo, el pecado, que cierra el corazón y la mano al hermano (cf. Deut 15, 4-11). Sólo el perdón de Dios libera del pecado.
En la Eucaristía hacemos memoria del testimonio pascual de Jesucristo. En ella no recordamos un hecho encerrado en los muros del pasado, hacemos presente la obra salvadora del Señor en el hoy de nuestras vidas. Celebrar la Eucaristía es entrar hoy en comunión con la vida, la muerte y la resurrección de Jesús. “El cáliz de bendición –dice Pablo– que bendecimos, ¿no es acaso comunión con la sangre de Cristo? Y el pan que partimos, ¿no es comunión con el cuerpo de Cristo?” (1 Cor 10,16). Comulgar en el cuerpo y la sangre de Cristo implica hacer nuestro el sentido redentor que dio a la donación de su vida y que el Padre ratificó resucitándolo.
Al mismo tiempo, el contexto eucarístico del versículo citado, así como un pasaje del siguiente capítulo de la misma epístola, hacen ver el lazo estrecho que Pablo establece entre Eucaristía y relación fraterna entre quienes participan en ella . Ese vínculo se halla ya en el hecho de que la Eucaristía fue instituida en el curso de una cena, la cena pascual. El pan y el vino, dones de Dios, al convertirse en el cuerpo y la sangre del Señor, significan su entrega de amor que redime a toda persona del pecado y la muerte. Por ello, la cena crea una comunidad, de hijos y hermanos, miembros de la familia de Dios, entre los que participan en ella, recuerda que la creación, que proporciona la materia de la Eucaristía, es una expresión del amor de Dios e invita a construir un mundo de paz y fraternidad. Como es sabido, el evangelio de Juan no nos trae el relato de la institución de la Eucaristía, allí donde esperábamos encontrarlo está el gesto servicial y fraterno del lavado de pies. El hecho es significativo.
Hace unos años, en Haití, Juan Pablo II se preguntaba por la razón de colocar ese gesto “en el lugar del relato de la institución de la Eucaristía”. Considera que el evangelista mismo nos da la clave al encuadrar la presentación del lavado de pies entre “una referencia al amor supremo de Jesús: ‘Los amó hasta el extremo’ (Jn 13.1) (…) y la exhortación a seguir el ejemplo que les acababa de dar: ‘Si yo, el Señor y Maestro, les he lavado los pies, ustedes también deben lavarse los pies unos a otros” (Jn 13,14)”. El Papa comenta: “Quien participa en la Eucaristía (…) está llamado a imitar su amor y a servir a su prójimo hasta lavarle los pies”, esto vale para la Iglesia entera: ella “debe comprometerse a fondo para el bien de los hermanos y hermanas, de todos, pero sobre todo de los más pobres”, precisamente porque ella “ha celebrado un Congreso eucarístico”, y añade inmediatamente: “La Eucaristía es el sacramento del amor y del servicio”.
Un servicio que puede resultar muy costoso, la mención de Cristo-Siervo de Yahvé que ya hemos hecho notar, revela la conciencia que se tiene acerca del camino de sufrimiento y hostilidad que la Iglesia deberá tomar en fidelidad a su servicio al Evangelio. Conociendo lo que ha ocurrido en América Latina en estas décadas, el texto de Puebla adquiere carne histórica, carne herida. Son muchos los cristianos (obispos, laicos, religiosas, sacerdotes) que han dado su vida por testimoniar el amor de Dios por toda persona y, de modo particular, por los más olvidados.
La Iglesia encuentra la cruz en su ruta. Pero la “sangre de los cristianos es como semilla” de una nueva vida y esperanza (Ad Gentes 5; cf. también n. 25). Juan Pablo II comprueba en su carta sobre el Jubileo el doloroso hecho de que “en nuestro siglo han vuelto los mártires con frecuencia desconocidos, casi militi ignoti, de la gran causa de Dios”. Pide por eso que las iglesias locales no pierdan “el recuerdo de quienes han sufrido el martirio” (Tertio millennio 37). Mucho nos queda por hacer en América Latina acerca de esta memoria. Se trata sin duda de una experiencia, una dolorosa experiencia que enriquece a toda la Iglesia y que da testimonio –para decirlo parafraseando a Pablo– de la sinceridad de la fe de quienes dieron sus vidas en diferentes lugares del mundo.
SACRAMENTO DE COMUNIÓN EN UN MUNDO DIVIDIDO
El Concilio insistió en la necesidad de la presencia de la Iglesia en el mundo. En América Latina ello significa dar un testimonio de comunión en una realidad compleja, en la cual hay valores humanos y religiosos de gran alcance, pero en la que se encuentra también “una historia marcada por los conflictos” (Puebla 1302) , conflictos de distintos tipos que dividen a las personas . La postura de la Iglesia supondrá, previamente, un necesario momento de análisis social y cultural para dibujar mejor el reto que esa realidad representa para una sana convivencia social y para su tarea evangelizadora. Pero su aporte propio será “promover la reconciliación y la unidad solidaria de nuestros pueblos” (ibíd.), en tanto “sacramento de comunión”. O, como dice el Concilio, “signo e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo el género humano” (LG 1).
El testimonio de pobreza
La pobreza espiritual, en tanto infancia espiritual, significa poner nuestras vidas en manos de Dios. Es, como lo dice Jesús, alimentarse de la voluntad del Padre (cf. Jn 4,34). A la vez, ella da al compromiso de una vida pobre y solidaria con los pobres e insignificantes de este mundo su sentido de amor y de fraternidad. La comunión en la fe en el Dios del Reino “opera por la caridad”, como dice San Pablo (Col 5,6). Escribiéndole a Filemón, Pablo le pide un trato fraterno para con Onésimo, de modo “que la comunión (koinonía) en la fe se haga eficiente mediante el conocimiento perfecto de todo el bien que hay en nosotros en orden a Cristo” (v. 6). La comunión en el don de la fe implica una traducción en gestos de amor y hermandad, propios de un discípulo de Jesús.
El seguimiento de Cristo es, en efecto, el fundamento del testimonio de pobreza que han de dar los cristianos en su anuncio del Reino. Vaticano II lo sostuvo en términos inolvidables: “Como Cristo cumplió la redención en la pobreza y en la persecución, así la Iglesia es llamada a seguir ese mismo camino para comunicar a los hombres los frutos de la salvación” (LG 8). De modo semejante, se dice en Ad Gentes: “La Iglesia debe caminar, por moción del Espíritu Santo, por el mismo camino de Cristo, es decir, por el camino de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la inmolación de sí mismo hasta la muerte” (n. 5).
Caminar en “el espíritu del Evangelio” exige, dicen los obispos en Medellín, “vivir una verdadera pobreza bíblica que se exprese en manifestaciones auténticas, signos claros para nuestros pueblos”; la razón última es –como en el Concilio– cristológica: “Sólo una pobreza así transparentará a Cristo, Salvador de los hombres” (Mensaje). La luz de Cristo ilumina, siguiendo la pauta de la Lumen gentium, el sentido del testimonio de pobreza al que la Iglesia y cada cristiano están convocados.
Jesucristo “fundó su Iglesia como signo de esa pobreza entre los hombres” (Medellín, Pobreza 7). En las condiciones actuales de América Latina, “la pobreza de tantos hermanos clama justicia, solidaridad, testimonio, compromiso, esfuerzo y superación para el cumplimiento pleno de la misión salvífica encomendada por Cristo” (ibid). Compromisos que deben estar orientados por la obra redentora de Cristo. Rechazar la pobreza inhumana presente en nuestro tiempo y asumir la solidaridad con los pobres es una manifestación del meollo del cometido de la Iglesia: “predica[r] y viv[ir] la pobreza espiritual, como actitud de infancia espiritual y apertura al Señor” (Pobreza 5). Solidaridad, dirá Juan Pablo II, que es “fruto de la comunión que se funda en el misterio de Dios uno y trino, y en el Hijo de Dios encarnado y muerto por todos” (La Iglesia en América 52).
Ese es el norte y no hay que perderlo de vista. En esta perspectiva, para un cristiano, el compromiso con los pobres no está motivado, en primer lugar, por razones de orden social –por importantes que ellas sean– sino por la fe en un Dios amor ante quien debemos reconocernos como hijas e hijos y por lo tanto como hermanos entre nosotros. Así entendido, el testimonio de pobreza resulta “un acto de amor y de liberación. Tiene un valor redentor”. Apunta a una liberación plena, a la que no escapa ninguna dimensión humana (cf. Medellín, Catequesis 6).
La koinonía implica una relación mutua, un dar y un recibir (cf. Fil 4,15 y Rom 15,27). Reciprocidad en cuanto a los valores evangélicos y que vale, asimismo, para los bienes materiales. Al respecto, es emblemático el texto de Hechos: “Todos los creyentes vivían unidos y tenían todo en común (koinos)” (2,44). En un pasaje en el que resuenan viejos textos proféticos, se dice en Hebreos: “Hacer el bien y la ayuda mutua (koinonía) son los sacrificios que agradan a Dios” (13,16). La comunión entre los fieles no es algo estático, es un dinamismo, implica permanentemente comunicación de bienes espirituales y de bienes materiales. En esa comunicación hay carismas y responsabilidades diferentes dentro de la Iglesia, pero a todos sus miembros incumbe la tarea de levantar el signo de unión de Dios y de la unidad de todo el género humano.
Puebla da decisivos e innovadores pasos para profundizar la cercanía y la solidaridad con los pobres de nuestro continente. Santo Domingo, por su parte, reflexionando sobre la nueva evangelización y la inculturación, ve en el ejemplo de Cristo una interpelación para “dar un testimonio auténtico de pobreza evangélica en nuestro estilo de vida y en nuestras estructuras eclesiales, tal cual como Él lo dio” (n. 178).
Acordarse de los pobres
Pablo, que tiene un rico uso del término, llama también koinonía a la colecta que promueve a favor de la Iglesia de Jerusalén (cf. 2 Cor 8,4 y Rom 15,26). No se trata de “una orden”, precisa Pablo, “pero ella deberá probar –dice a los destinatarios de la carta– la sinceridad de su caridad” (2 Cor 8,8).
La colecta está ligada a un momento y una decisión de la mayor importancia en la vida de la Iglesia naciente. Nos referimos al encuentro de Pablo con quienes eran “considerados como columnas” de la Iglesia (Santiago, Cefas y Juan). Ellos le extendieron a Pablo y a Bernabé “la mano de comunión (koinonía)” (Gal 2,9). Trazados los campos respectivos de su misión, sólo les dijeron que “se acordaran de los pobres” (v. 10). Pablo comenta: “Cosa que he procurado cumplir con todo esmero” (ibíd.). Si bien hay en este episodio una referencia precisa a los cristianos de Jerusalén, la sugerencia tiene al mismo tiempo un alcance mayor. Hacer memoria de las necesidades de los pobres forma parte del testimonio de comunión.
En esa óptica, en uno de los famosos sumarios del libro de los Hechos, que nos habla de la Iglesia primitiva, se dice que “la multitud de los creyentes no tenía sino un solo corazón y una sola alma” y, como consecuencia, “nadie llamaba suyos a sus bienes, sino que todo lo tenían en común”, de modo tal que “no había entre ellos ningún necesitado” (4.32 y 34). Son aspectos inseparables . Compartir es una manifestación de la caridad.
En el anuncio del Evangelio –dice Medellín– habrá que dar una “preferencia efectiva a los sectores más pobres y necesitados y a los segregados por cualquier causa” (Pobreza 9). Preferencia que debe entenderse no en oposición, sino en relación fecunda con la universalidad del amor de Dios. Nadie está marginado fuera de él. Esto hace a la Iglesia “humilde servidora de todos los hombres de nuestros pueblos” (id 8). En consecuencia, tanto excluir personas de ese servicio como simplemente afirmar su universalidad no corresponden a la totalidad del mensaje cristiano. El reto consiste en vivir al mismo tiempo la universalidad y la preferencia por el pobre, ambas expresan el amor de Dios; no es algo fácil, pero es lo que toca hacer si queremos ser fieles al Evangelio de Jesús.
Una Iglesia pobre debe ser una Iglesia solidaria y creadora de comunión en todos los niveles . Diferentes intervenciones de Juan Pablo II son claras al respecto. La Iglesia, dice en su encíclica Sobre el trabajo humano, está “vivamente comprometida” con la causa de aquellos que sufren degradación social “porque la considera como su misión, su servicio, como verificación de su fidelidad a Cristo para poder ser verdaderamente la Iglesia de los pobres” (n. 8). Está en cuestión la dignidad de los hijos de Dios, tema central en esta encíclica. Frente a una globalización que, en muchas circunstancias, divide y separa a las personas y a los pueblos en el mundo de hoy, el Papa ha llamado, varias veces, a una “globalización de la solidaridad” en la que la Iglesia tiene un importante papel que jugar.
Puebla reitera “con renovada esperanza en la fuerza vivificante del Espíritu, la posición de la II Conferencia general que hizo una clara y profética opción preferencial y solidaria por los pobres”, pero, al mismo tiempo, llama la atención sobre “las desviaciones e interpretaciones con que algunos desvirtuaron el espíritu de Medellín, el desconocimiento y aun la hostilidad de otros” (n. 1134). Saliendo, por eso, al paso de interpretaciones eventualmente simplificadoras, precisa el sentido de esa opción: su objetivo es “el anuncio de Cristo Salvador que los iluminará sobre su dignidad, los ayudará en sus esfuerzos de liberación de todas sus carencias y los llevará a la comunión con el Padre y los hermanos, mediante la vivencia de la pobreza evangélica” (n. 1153). Ella apunta a la comunión con Cristo (cf. Medellín, Paz 14; Puebla, Mensaje 3). Puebla sugiere, por esa razón, ver en los rostros de los pobres “los rasgos sufrientes de Cristo” (n. 31), texto que Santo Domingo retoma (cf. n. 179). El encuentro con el Señor es la meta y los medios para alcanzarla tienen que ser adecuados a ella.
La Iglesia está llamada a ser un “sacramento de comunión, que en una historia marcada por los conflictos, aporta energías irremplazables para promover la reconciliación y la unidad solidaria de nuestros pueblos” (Puebla 1302). Santo Domingo se refiere a la Iglesia como “sacramento de comunión evangelizadora” (n. 123). Sacramento de salvación, signo eficaz de comunión, portador de una Buena Nueva de filiación y fraternidad, de paz y justicia en medio, muchas veces, de situaciones contrarias a la voluntad de vida del Dios amor.
Ciertamente otros alcances tiene la eclesiología de comunión que mencionábamos al comienzo; entre ellos, la relación entre Iglesia universal e iglesias locales y la relación y el diálogo con otras confesiones cristianas, presentes, además, en varios de los textos del Magisterio que hemos citado. Pero, como lo indicamos, nuestra intención en estas páginas se limitaba, partiendo del tratamiento temprano dado al tema de la comunión por la Conferencia de Puebla, a considerar el asunto desde la noción bíblica de koinonía. Procuramos hacerlo en relación con la preocupación dominante en los documentos de dicha Conferencia: el anuncio del Evangelio en la realidad latinoamericana. De modo a no “olvidar que la primera forma de evangelización es el testimonio (cf. Redentoris missio, 42-43), es decir, la proclamación del mensaje de salvación mediante las obras y la coherencia de vida, llevando a cabo así su encarnación en la historia cotidiana de los hombres” (Juan Pablo II, Discurso inaugural, en Santo Domingo n. 29). Coherencia exigente que da fuerza y mordiente a la “nueva evangelización” de una Iglesia pobre, misionera, y pascual.

Papa Francisco y el ‘padre’ de la teología de la liberación

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Papa Francisco

Según lo que ha anunciado el prefecto para la Doctrina de la fe, Müller, los dos latinoamericanos se reunirán dentro de poco.
Por Andrés Beltramo Álvarez-Vatican Insider
El Papa Francisco recibirá pronto a Gustavo Gutiérrez. Así lo anunció el amigo y más importante pupilo del “padre” de la teología de la liberación, Gerhard Ludwig Müller. El prefecto para la Doctrina de la Fe de la Santa Sede parece empeñado en lograr una “rehabilitación” definitiva para el teólogo sudamericano, tras décadas de polarización en torno a su figura y pensamiento.
Gutiérrez se encuentra en Italia, donde presentó el domingo pasado su libro “De la parte de los pobres. Teología de la liberación, teología de la Iglesia” (Ed. San Paolo-Emi) en la Basílica de Santa Bárbara de Mantova. El texto, escrito a cuatro manos con el propio Müller, fue publicado por primera vez en Alemania en el año 2004 y ahora salió a la venta en Italia.
Por ese motivo el diario del Vaticano, L’Osservatore Romano, dedicó al volumen varias páginas de su edición del 4 de septiembre. Reprodujo dos artículos de los autores y un comentario del franciscano Ugo Sartorio. Este último artículo sugirió que la llegada de Jorge Mario Bergoglio al papado debe marcar forzosamente un “rescate” de la teología de la liberación. Pero algunos de sus argumentos resultaron, cuanto menos, contradictorios.
“Con un Papa latinoamericano, la teología de la liberación no podía permanecer, por largo tiempo, en el cono de sombra en el cual ha sido relegada desde hace algunos años, al menos en Europa”, escribió Sartorio. Pero más abajo se contradijo, al recordar que el libro más importante de Gutiérrez, titulado “Teología de la liberación” y editado por primera vez en Lima (Perú) en 1971, para 1992 ya contaba con 10 ediciones.
No obstante la hostilidad de algunos sectores, incluso de la misma Curia Romana, en realidad el pensamiento del religioso peruano y la teología de la liberación han gozado de una gran atención, no sólo en América Latina sino también en Europa. El interés y el constante apoyo brindado por Müller son un ejemplo tangible.
En otro pasaje Sartorio (citando al padre Juan Carlos Scannone, jesuita y maestro de Bergoglio) sugiere que el Papa Francisco, “comparte” la corriente de la teología de la liberación argentina que “utiliza el método de ‘ver-actuar-juzgar’ y vincula la praxis histórica y la reflexión teológica, recurriendo a la mediación de las ciencias sociales y humanas”.
Pero, durante la conferencia de los obispos latinoamericanos en Aparecida (2007), el entonces arzobispo de Buenos Aires se mostró crítico con los límites de ese método. Una crítica que repitió en julio pasado, al reunirse con la comisión permanente del Consejo Episcopal Latinoamericano (Celam) en Brasil. En ese discurso advirtió sobre la tentación de “ideologizar el mensaje evangélico”.
Francisco puso como ejemplo a Aparecida y sostuvo: “En un momento (la cumbre de obispos) sufrió esta tentación bajo la forma de asepsia. Se utilizó, y está bien, el método de ‘ver, juzgar, actuar’ . La tentación estaría en optar por un ‘ver’ totalmente aséptico, un ‘ver’ neutro, lo cual es inviable. Siempre el ver está afectado por la mirada. No existe una hermenéutica aséptica. La pregunta era, entonces: ¿con qué mirada vamos a ver la realidad? Aparecida respondió: Con mirada de discípulo”.
Los esfuerzos del prefecto Müller por destacar la propuesta de Gutiérrez fueron interpretados como un intento por “rehabilitar” a su amigo. Es verdad que el religioso peruano nunca fue “condenado” por El Vaticano, pero sí es cierto que su pensamiento original provocó “ciertos abusos pastorales” producto de una “teología de la liberación mal entendida”, como lo constató la Congregación para la Doctrina de la Fe el 27 de octubre de 1995.
Roma pidió al autor corregir varios de los errores en sus obras con un artículo titulado “La Koinonía eclesial”, que se envió a Roma en 1998 pero se publicó en 2004. Con esa reproducción El Vaticano dio por terminado el caso. Así las cosas, hoy por hoy Gustavo Gutiérrez no necesita rehabilitación alguna. Aunque pareciera. Tal vez se trate de un intento por “lavarle la cara” y permitir que sea incluido en la Comisión Teológica Internacional, ese organismo de la Santa Sede que reúne a los teólogos más destacados del mundo.

Una apuesta por América Latina

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Una apuesta por America Latina

Resulta muy estimulante presentar este libro del Dr. Guzmán Carriquiry, Una apuesta por América Latina, que la Editorial Sudamericana tiene el mérito de publicar y proponer para la lectura y el estudio.
Considero el libro del Dr. Carriquiry la primera gran obra de conjunto,recapituladora, sintética y proyectual, sobre la realidad latinoamericana en la nueva fase histórica que se ha abierto hacia finales del siglo XX y que se está desplegando en la actualidad. En efecto, la vasta producción bibliográfica sobre América Latina (desde la “sociología comprometida” a la teoría de la dependencia, desde la teología de la liberación a cristianos para el socialismo, desde los tintes fuertes de literaturas de denuncia a los debates sobre estrategias revolucionarias) fue agotándose ya desde los años ochenta. Ofreció ciertamente dispares y significativos aportes, pero finalmente terminaron pesando más sus fuertes impregnaciones ideológicas, reductoras de la realidad. Sobre todo con el derrumbe del imperio totalitario del “socialismo real”, esas corrientes quedaron sumidas en el desconcierto, incapaces de un replanteamiento radical y de una nueva creatividad, sobrevivientes por inercias, aunque haya todavía hoy quienes las propongan anacrónicamente. Poco tiempo después el resurgido recetario neoliberal del capitalismo vencedor, alimentado por la utopía del mercado autorregulador, demostraba también todas sus contradicciones y limitaciones. La obra del Dr. Carriquiry intenta dar una renovada visión de conjunto, más allá de visiones ideológicas inadecuadas, incapaces de abrazar toda la realidad de nuestros pueblos y de responder a sus deseos, necesidades y esperanzas. El libro lleva bien, pues, el subtítulo de Memoria y destino históricos de un continente.
Ésta es una hora para educadores y constructores. No podemos seguir empantanados en el lamento, las letanías de denuncias, los círculos viciosos de resentimientos y crispaciones y la confrontación permanente. Este libro, de amplio respiro, vibra de pasión por la vida y el destino de los pueblos latinoamericanos, una pasión que alimenta la inteligencia serena para afrontar las cuestiones cruciales del presente, en camino hacia su próximo futuro. En las próximas dos décadas América Latina se jugará el protagonismo en las grandes batallas que se perfilan en el siglo XXI y su lugar en el nuevo orden mundial en ciernes. Carezco de la competencia política y técnica para entrar en la consideración de muchos problemas –no es ésa la tarea de un Pastor de la Iglesia–, pero en el libro se condensan con clarividencia, sabiduría y determinación los desafíos ineludibles para la educación y la construcción de un camino de esperanza.
Ante todo, se trata de recorrer las vías de la integración hacia la configuración de la Unión Sudamericana y la Patria Grande Latinoamericana. Solos, separados, contamos muy poco y no iremos a ninguna parte. Sería callejón sin salida que nos condenaría como segmentos marginales, empobrecidos y dependientes de los grandes poderes mundiales. “Es grave responsabilidad –afirmaba el Papa Juan Pablo II en el discurso de inauguración de la IV Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Santo Domingo (l2-X-1992)– favorecer el ya iniciado proceso de integración de unos pueblos a quienes la misma geografía, la fe cristiana, la lengua y la cultura han unido definitivamente en el camino de la historia.” Sobre esta vía maestra, y además por ser “extremo Occidente”, por católica, por región emergente y por constituir como una “clase media” entre las naciones en el orden mundial, América Latina puede y tiene que confrontarse, desde sus propios intereses e ideales, con las exigencias y retos de la globalización y los nuevos escenarios de la dramática convivencia mundial.
A la vez, América Latina necesita explorar, con buena dosis de realismo pragmático –impuesto también por la propia vulnerabilidad y escasos márgenes de maniobra– nuevos paradigmas de desarrollo que sean capaces de suscitar una gama programática de acciones: un crecimiento económico autosostenido, significativo y persistente; un combate contra la pobreza y por mayor equidad en una región que cuenta con el lamentable primado de las mayores desigualdades sociales en todo el planeta; una reforma del Estado y la política para que estén efectivamente al servicio del bien común. Todo ello está bien expuesto y desarrollado en el texto como hilos conductores. Sin embargo, Carriquiry advierte con lucidez los cuellos de botella en que se trancan las perspectivas meramente economicistas o las pujas y proyectos políticos auto referenciales. Nada de sólido y duradero podrá obtenerse si no viene forjado a través de una vasta tarea de educación, movilización y participación constructiva de los pueblos -o sea, de las personas y de las familias, de las más diversas comunidades y asociaciones, de una comunidad organizada que ponga en movimiento los mejores recursos de humanidad que vienen de nuestra tradición y que sumen las grandes convergencias populares y nacionales en torno a contenidos ideales y metas estratégicas para el bien común. Ello conlleva ampliar las perspectivas analíticas y proyectuales para abrazar todos los factores en juego en la realidad de esa “originalidad histórico-cultural, que llamamos América Latina”. Así lo escribían y proponían los obispos reunidos en la III Conferencia General del Episcopado Latinoamericano, en Puebla de los Ángeles (1979) esbozando ya, en forma entrelazada, una autoconciencia católica y latinoamericana, de la que el autor se nutre y a la que alimenta con aportes fundamentales de nuestra actualidad.
En el libro del Dr. Carriquiry veo el intento lúcido y “adelantado” de una inteligencia católica del desarrollo latinoamericano, reasumiendo, reformulando y relanzando la tradición de sus pueblos como hipótesis de construcción de su futuro. Sin embargo, el lector no se encontrará para nada con un libro “eclesiástico”. El texto sorprende por su capacidad sintética de abundantes lecturas e informaciones, está lleno de datos, desarrolla densos análisis económicos, políticos, culturales y religiosos; perspectivas históricas lo recorren desde el principio hasta el fin.  Está destinado al más amplio interés y abierto al debate público, más allá de confines estrechos y de etiquetas prejuiciadas. El Dr. Carriquiry sabe dar razón -¡y buenas razones!- de sus dichos. A la vez, ilustra una confianza en la potencia de la fe católica de nuestros pueblos tanto en clave de inteligencia y transformación de la realidad, como en respuesta a los anhelos de verdad, justicia y felicidad que laten en el corazón de los latinoamericanos y en la auténtica cultura de sus pueblos desde las huellas impresas por la evangelización. Aquí se da un germen de nueva creación en un mundo desgarrado.
Leyendo el libro con atención, no cabe duda de que el autor percibe en qué medida el destino de los pueblos latinoamericanos y el destino de la catolicidad estén íntimamente vinculados, al menos para este siglo XXI. La singularidad católica latinoamericana arraiga en su evangelización constituyente, se manifiesta aún en los muy altos porcentajes de bautizados, es tradición viva de sus pueblos, alimenta su sabiduría ante la vida, permea toda la realidad, y llega a constituir -al comienzo del tercer milenio- casi el 50% de los católicos de todo el mundo. Evidentes son sus muchas deficiencias y, por otro lado, es un patrimonio sujeto a fuerte agresión y erosión. Dilapidar este patrimonio constituiría una gravísima responsabilidad. Hay que “recomenzar desde Cristo”, como indica S. S. Juan Pablo II en la Carta Apostólica Novo Millennio  Ineunte. Estamos llamados a una “nueva evangelización” para que Cristo se haga más carne en la vida de las personas, de las familias y de los pueblos. Se desatará así su potencia de unidad, de caridad que alimenta toda auténtica solidaridad, de crecimiento en humanidad, de liberación y esperanza.
Los ingentes problemas y desafíos de la realidad latinoamericana no se pueden afrontar ni resolver reproponiendo viejas actitudes ideológicas tan anacrónicas como dañinas o propagando decadentes subproductos culturales del ultraliberalismo individualista y del hedonismo consumista de la sociedad del espectáculo. Llama la atención constatar cómo la solidez de la cultura de los pueblos americanos está amenazada y debilitada fundamentalmente por dos corrientes del pensamiento débil. Una, que podríamos llamar la concepción imperial de la globalización: se la concibe como una esfera perfecta, pulida. Todos los pueblos se fusionan en una uniformidad que anula la tensión entre las particularidades. Benson previó esto en su famosa novela El Señor del mundo. Esta globalización constituye el totalitarismo más peligroso de la posmodernidad. La verdadera globalización hay que concebirla no como una esfera sino como un poliedro: las facetas (la idiosincrasia de los pueblos) conservan su identidad y particularidad, pero se unen tensionadas armoniosamente buscando el bien común. La otra corriente amenazante es la que, en jerga cotidiana, podríamos llamar el “progresismo adolescente”: una suerte de entusiasmo por el progreso que se agota en las mediaciones, abortando la posibilidad de un progreso sensato y fundante relacionado con las raíces de los pueblos. Este “progresismo adolescente” configura el colonialismo cultural de los imperios y tiene relación con una concepción de la laicidad del Estado que más bien es laicismo militante. Estas dos posturas constituyen insidias antipopulares, antinacionales, anti latinoamericanas, aunque se disfracen a veces con máscaras “progresistas”. Si menguan las energías evangelizadoras, quienes pierden son nuestros pueblos. Y si nuestros pueblos quedan sumidos en ciclos periódicos de mera modernización, resabio de anacronismo ideológico y violencia, devienen cada vez más marginales porque pierden su identidad y, por ende, la catolicidad.
Quizá tenía que ser alguien corno el autor, que aúna su condición y pasión de rioplatense y merco sureño, de sudamericano y latinoamericano, junto con su vasta experiencia desde el centro de la catolicidad, en el Vaticano, quien pudiera ofrecer actualmente una visión a la vez realista, razonable y llena de esperanza, que invita a una renovada “apuesta por América Latina”. Me permito, pues, recomendar al más vasto público posible la lectura de esta obra original y valiosa, auténtico evento editorial.
Buenos Aires, 4 de abril de 2005
Solemnidad de la Anunciación
Cardenal Jorge Mario Bergoglio SJ
Imprecisiones mediáticas sobre la supuesta rehabilitación de la teología de la liberación
Factores que contribuyen al equívoco del libro publicado originariamente en el 2004. ¿Es posible una teología de la liberación católica?
Por Jorge Enrique Mújica- Zenit
La aparición de un libro en Italia, cuyo argumento central es la teología de la liberación («Dalla parte dei poveri. La teología della liberazione»), ha dado pie a algunos titulares más bien equívocos por parte de cierto sector de la prensa que se ocupa de cuestiones eclesiales (por ejemplo La Repubblica o La Stampa en Italia).
Dos factores han contribuido a las tergiversaciones sobre una supuesta rehabilitación o camino despejado para la teología de la liberación por parte del Vaticano: 1) el nombre de los autores firmantes (el actual prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe y el sacerdote dominico y «padre» de la teología de la liberación, Gustavo Gutiérrez) y 2) el presentarlo con una amplia reseña publicada en el periódico de la Santa Sede, L´Osservatore Romano. Todo esto en el contexto del pontificado de un Papa latinoamericano bajo el cual, según la misma reseña, «la teología de la liberación no podía quedarse por largo tiempo en la sombra». La realidad, sin embargo, es más bien distinta.
El libro reseñado fue originalmente publicado en 2004, en lengua alemana, cuando el arzobispo Gerhard Ludwin Müller todavía no había sido nombrado prefecto para la Congregación de la Doctrina de la Fe (fue nombrado el 2 de julio de 2012, es decir, ocho años después de la aparición del texto). El autor de la reseña publicada en L´Osservatore Romano lo presenta como un libro escrito a «cuatro manos» entre Müller y Gutiérrez. La realidad detrás de la expresión –que pudo haber sido más afortunada– no supone, sin embargo, que un autor asuma las ideas del otro. De hecho, la misma distribución del libro hace notar cómo las ideas expresadas (que al ser personales no son necesariamente las ideas del magisterio de la Iglesia, si bien tampoco parecen contraponerse) son más bien opiniones respecto a un tema que suscita algún interés entre algunos teólogos: de las 183 páginas del libro, 117 son de Gutiérrez y 76 del entonces obispo de Ratisbona, Alemania. O en otras palabras, que cada cual trató el argumento central según su propio pensar.
Comprensible también el esmero con que el autor de la reseña presenta la obra en italiano: se trata del director de Il Messaggero di Sant´Antonio, Ugo Sartorio, publicación vinculada a la editorial Edizioni Messaggero Padova, la cual es, junto a la Editrice Missionaria Italiana, coeditora de la traducción de la obra que ahora se presenta en Italia.
Sobre el tema central de la obra, a grandes rasgos puede decirse que trata disquisiciones acerca del estatuto epistemológico de la «teología de la liberación», una supuesta consonancia con el sentir de la Iglesia y algunos datos históricos. En este contexto, en algunos momentos se presenta y alude a pronunciamientos pontificios que mostrarían el «lado bueno» y la justificación para la existencia de la teología de la liberación. ¿Pero es posible una teología de la liberación auténticamente católica?
El Magisterio de la Iglesia ha sido muy claro en los dos pronunciamientos oficiales que sobre este particular ha emitido: la «Instrucción  Libertatis nuntius sobre algunos aspectos de la teología de la liberación» (Congregación para la Doctrina de la Fe, 6 de agosto de 1984) y la «Instrucción Libertatis conscientia sobre la libertad cristiana y liberación» (Congregación para la Doctrina de la Fe, 22 de marzo de 1986) y que sí son vinculantes para un católico.Sustancialmente se puede decir que ya en aquellos documentos se presenta una visión efectivamente católica de la misma teología de la liberación: la que entiende la libertad humana no como política y, en consecuencia, no abraza la ideología marxista, su lucha de clases, ni convierte la fe en política, sino que entiende la libertad humana como libertad del mayor de los males, el pecado, y a Cristo como liberador. O en palabras del documento del 86: «La liberación, en su primordial significación que es soteriológica, se prolonga de este modo en tarea liberadora y exigencia ética. En este contexto se sitúa la doctrina social de la Iglesia que ilumina la praxis a nivel de la sociedad».
Quizá bastaba releer la novedad que en 1984 y 1986 supusieron aquellos documentos para no presentar como novedoso algo que lo fue hace casi 30 años.

Vicariato de San Ramón

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León Buenaventura de Uriarte Bengoa

Por Adolfo Díez Bartolomé OFM- Real Academia de la Historia.
Uriarte, Buenaventura. Ceánuri (Vizcaya), 28.I.1891 – Lima (Perú), 21.I.1970. Franciscano (OFM), misionero, teólogo, obispo de Madaura, vicario apostólico de San Francisco Solano del Ucayali en 1940.
A los quince años viajó a Perú y profesó en 1908, siendo ordenado sacerdote el 15 de abril de 1917. Al año siguiente, fue elegido superior provincial de San Francisco Solano, cargo en el que fue reelegido en 1931 y 1937. Profesor de Teología, Hebreo y Sagradas Escrituras en Arequipa en 1921, fue el primer rector del Colegio de Charcas (Bolivia). Visitador de la Orden Franciscana en Ecuador (1934) y Argentina (1939). En 1940 por sus relevantes méritos -famoso ya tanto en Perú como en España- fue nombrado obispo de Madaura y vicario apostólico de San Francisco Solano en la provincia peruana de Ucayali. Cuatro años después, el gobierno peruano le encomendó un estudio sobre la situación social, cultural y humana de esa región, presentando Uriarte un ejemplar informe. Realizó un incansable trabajo pastoral y de promoción humana: visitó once veces su vicariato (más de 200.000 km2), fundó escuelas, talleres diversos, puestos de atención sanitaria.
Como teólogo, participó en congresos marianos y eucarísticos, y escribió obras de carácter teológico y pastoral hasta su muerte el 21 de enero de 1970.
Obras: Cartas pastorales; artículos en Florecillas de San Antonio; “La Montaña del Perú, estudio étnico-geográfico”, en Boletín Geográfico de Lima (1938).
Bibliografía: Dionisio Ortiz, Reseña histórica de la montaña del Pangoa, Gran Pajonal y Satipo, Lima, Editorial San Antonio, 1961; Boletín de la Real Sociedad Vascongada de Amigos del País, XXV (1976), pág. 309; Efemérides de la Provincia de San Francisco Solano y sus misiones, Lima, s. f., n.os 62 y 76; C. Milla Batres (ed.), Diccionario histórico y Biográfico del Perú, Lima, Milla Batres, 1986 (2.ª ed.); http://www.euskomedia.org/aunamendi/ 130999 (consulta, 1 de febrero de 2013).

Julio Ojeda Pascual OFM

Monseñor Julio Ojeda Pascual OFM

Hijo de Elías y María, nació en tierras de Monasterio de Rodilla, provincia de Burgos, España, un 12 de abril de 1932: fue bautizado con el nombre de Julio.
Al terminar sus estudios de primaria quiso ser religioso franciscano, sacerdote y misionero en el Perú e ingresó en el colegio Seráfico de Anguciana. Allí afianzó sus estudios y su vocación y vino al Colegio Seráfico del Callao, donde cursó los estudios medios y clásicos.
En Santa María de los Ángeles, Lima, vistió el hábito el 22 de abril de 1948, hizo el noviciado y profesó de votos simples el 25 de abril de 1949. Subió al convento de Ocopa donde culminó sus estudios clásicos, filosóficos y teológicos. Da el sí definitivo a Dios y a la orden profesando de votos solemnes el 14 de octubre de 1953. Se entrega a su formación sacerdotal y misionera. El 6 de enero de 1957, Monseñor Juan Landazuri Ricketts, le ordena sacerdote en Ocopa.
Formador, misionero en Requena y Provincial
Aprovechado discípulo a lo largo de su carrera y piadoso, no es de extrañar que sus superiores le eligieran para profesor en el Estudio provincial de Ocopa enseñando Derecho Canónico y Teología Moral, con acierto y aceptación de sus alumnos. Con esta experiencia, en el deseo de tener profesores titulados, sus superiores optaron porque estudiara en la Universidad Católica de Lima. Y allí el Padre Julio hubo de frecuentar las aulas de Geografía e Historia, al paso que dictaba clases en el Colegio Seráfico del Callao.
Monseñor Odorico Sáiz, Vicario Apostólico de Requena, le llevó a su sede y por sus conocimientos canónicos, prudencia y óptima voluntad le nombró Canciller, Vicario episcopal de religiosas, director de la revista del Vicariato “Antorcha Ucayalina”. De acuerdo con el Obispo organiza asambleas a nivel vicarial, así como las asambleas regionales.
En el Vicariato de Requena, viene a ser la tropa ligera que en cualquier momento que ocurre una baja en una misión ahí está él con su mochila a la espalda, o subiendo en el peque-peque, dispuesto a servir. Y llegado al lugar, con la habilidad manual que tiene, lo mismo arregla una tubería, que pone el desagüe, instala la luz eléctrica o arregla una cocina, pone una puerta, etc. Y lo hace con tal naturalidad, como si no hubiese pasado nada.
Ya con su grado de Bachiller, es enviado de profesor y maestro de los Seráficos de Anguciana (España): trabajó con empeño e ilusión en la formación intelectual, humana  y religiosa de sus alumnos.
Años después fue destacado al Perú y optó por el Vicariato Apostólico de Requena. Enseñó en Genaro Herrera; pero su vocación era la evangelización.
A todo esto acompaña su  buen humor, discreción, bondad y servicialidad que se hace querer de los fieles, de las religiosas y religiosos y de todos los misioneros o agentes de pastoral. Y, no se diga, de su Obispo.
Primero es elegido Definidor provincial y en Febrero de 1981, Ministro Provincial de la Provincia Misionera de San Francisco Solano del Perú y de la Custodia de España.
Visitaba frecuentemente los conventos. Participó en múltiples reuniones de superiores, formadores, encuentros y el VIII Centenario del nacimiento de San Francisco de Asís. Junto con la observancia de la vida religiosa atendió a la prioridad de las vocaciones. Funcionó el noviciado y el postulantado del año 1982 al 1987. Supo trabajar en equipo con sus definidores. Realizó varias obras materiales en la Provincia y fomentó bastantes publicaciones.
Tercer Obispo Vicario Apostólico de San Ramón
El 24 de enero de 1983 fallece en Lima Monseñor Luis Maestu, Obispo Vicario Apostólico de San Ramón por una embolia cerebral sufrida el 12 del mismo mes en San Ramón. Conforme a las normas jurídicas, quedó al frente el pro-Vicario Daniel Córdova Guzmán OFM.
Después de cuatro años de “sede vacante”, el 31 de marzo de 1987. Monseñor Julio Ojeda Pascual OFM era preconizado Obispo Vicario del Vicariato Apostólico de San Ramón y el 5 de julio recibe la Ordenación Episcopal en la Catedral de San Ramón a manos de Su Eminencia Juan Cardenal Landázuri Ricketts y toma posesión de la sede.
Asumió su papel en condiciones difíciles. Fue testigo de momentos dolorosos de muerte y sangre del Pueblo de Dios. Con prudencia y tolerancia, supo ir entrando en la dinámica de una vida y acción misionera que exigía en esos momentos personal y ayuda.
Continúan los problemas con Sendero Luminoso y el MRTA. El 27 de septiembre de 1990 fue asesinada en La Florida la hermana María Agustina Rivas (“Aguchita” de cariño). Siguieron los actos de violencia en Cutivireni y Puerto Ocopa, por citar los más saltantes. No fueron sucesos agradables, pero sí, momentos de sentir que se acompañaba al Pueblo de Dios. Pasaron esos días y el entusiasmo y la esperanza volvieron, aunque no para todos. Monseñor Julio se preocupó de defender la vida de sus misioneros y misioneras, así como de acompañarlos, en la medida de sus posibilidades. Él mismo, vio peligrar su vida en más de una ocasión.
Reorganizó el servicio de Caritas. Apoyó el trabajo pastoral de formación de catequistas y profesores de Educación Religiosa en el Centro de Formación Pastoral “Paz y Bien”, iniciado en 1984; la escuela de Animadores Cristianos en Quillazú y el centro intercultural “Nopoki” en Atalaya. Se promueve la Infancia Misionera y la Pastoral Juvenil. La fundación de las emisoras “San Francisco Solano” y “San Antonio de Padua”.  Se construyen o concluyen templos y capillas. El Padre Joaquín Ferrer OFM emprende la obra de la “Aldea del Niño” en Mazamari para la niñez nativa de la zona.
Ordenó varios sacerdotes diocesanos y reforzó la promoción vocacional fundando el Seminario Menor “Padre Pío Sarobe” en la parroquia de Villa Rica. Asimismo, intentó promover y reforzar la pastoral Nativa en el Vicariato con estos dos objetivos:
– Apoyar todo lo que fortalezca la vida física y cultural de los pueblos indígenas.
– Propiciar la formación y animación de comunidades cristianas indígenas.
Después de varios intentos, consiguió del Santo Padre el nombramiento de un Obispo Coadjutor: Monseñor Gerardo Zerdin OFM.  La Bula apostólica está firmada el 22 de diciembre de 2001.
Obispo Emérito de San Ramón
Un año después nos sorprendió con la noticia de que la Santa Sede había aceptado su renuncia. Inmediatamente le llovieron varias “ofertas”, pero aceptó la petición de Monseñor Gerardo para ayudarle en el Vicariato como Vicario General. Primero apoyó a la parroquia de Pichanaki y después regresó a San Ramón para atender la nueva Parroquia de “Nuestra Señora de la Asunción” de Yurinaki. Como siempre, acompañó el trabajo pastoral con los trabajos materiales, concluyó la Iglesia parroquial, construyó la casa parroquial y la capilla de Puerto Victoria, ayudó a concluir y mejorar otras capillas, así como varias casitas para ancianos indigentes y otras obras sociales.
Su salud se iba deteriorando, aunque él no se quejaba. El 12 de abril del 2010, día de su cumpleaños, era operado de hernia en Lima. Desde ahí  todo se fue complicando, primero el hígado y después la rotura de cadera. Sin perder su sentido del humor, lo hemos visto sufrir como otro siervo doliente que dice con San Pablo “suplo en mi carne lo que falta a la pasión de Cristo”.
El día 28 de abril de 2013, a las 7 de la noche, entrega su alma a su Creador, en la enfermería de los Padres Descalzos de Rímac.
Fuente: Vicariato Apostólico de San Ramón.