Antropología amazónica

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Pusharo

Pusharo
Por Yuri Leveratto
Durante el imperio de los Incas, la selva amazónica ocupada por el río conocido como Madre de Dios era llamada Antisuyo (de ahí el nombre Antis, Andes). Los Incas obtenían algunas mercancías como oro, coca, plantas medicinales y fruta, que eran después intercambiadas en todo el imperio.
Según el Inca Garcilaso de la Vega (Comentarios Reales, 1609), el emperador Tupac Inca Yupanqui, hijo y sucesor del mítico Pachacutec, emprendió una expedición en la selva del Antisuyo en el siglo XV.
Se narra que partió al mando de un ejército de unos 15,000 hombres y que sometió a algunas tribus de Mojos, Amaracaeris y Huarayos. Debió además enfrentarse con enormes serpientes (probablemente anacondas), de donde derivó el nombre del río Amarumayo o Río de las Serpientes (Madre de Dios).
Según la leyenda, originada a partir de los años siguientes de la conquista española de Perú, un grupo de sacerdotes incaicos se escondieron en estos bosques y, en el intento de preservar la cultura tradicional, fundaron una ciudad llamada Paititi (del quechua Paikikin, igual a, en relación a Cuzco), en donde escondieron, además de antiquísimos conocimientos esotéricos, enormes tesoros.
Desde el punto de vista geográfico, la cuenca del Madre de Dios, perteneciente a Perú, tiene una extensión de aproximadamente 85,000 kilómetros cuadrados.
El Madre de Dios, cuyos afluentes principales son el Manu y el Río de las Piedras, tiene una longitud de unos 1100 kilómetros y es tributario del Beni, que a su vez, uniéndose con el Mamoré, forma el Madeira, uno de los más poderosos afluentes del Río Amazonas.
El territorio es montañoso y accidentado en la parte occidental, caracterizado por una vegetación tropical llamada selva alta. Prosiguiendo hacia el este, por el contrario, se avanza en la selva pluvial tropical, con temperatura constantemente alta y fuerte humedad relativa.
El primer aventurero que se adentró en la selva del Madre de Dios fue Pedro de Candia, uno de los conquistadores de Perú, lugarteniente de Francisco Pizarro. Como había obtenido informaciones de algunas de sus concubinas indígenas, que le describieron una ciudad rica en oro llamada Ambaya, decidió emprender la expedición. Partió de Paucartambo en 1538 avanzando en la selva tropical hacia el este por aproximadamente 150 kilómetros. La expedición, sin embargo, no tuvo el éxito esperado ya que fue atacada por feroces nativos en una aldea llamada Abiseo, en donde decidió regresar hacia Cuzco.
En 1566, Juan Álvarez Maldonado se adentró en la selva en búsqueda de Paititi, pero debió rápidamente renunciar, después de sufrir ataques indígenas y enfermedades.
A partir del inicio del siglo XVII, los Jesuitas fundaron varias misiones en la zona, y obtuvieron importantes informaciones sobre una ciudad escondida, de origen Inca, en la selva del Madre de Dios.
Particularmente, el padre Andrés López, en una carta a Claudio Acquaviva, superior general de la compañía de Jesús, transmite detalladas informaciones sobre Paititi, ciudad pavimentada de oro y riquísima en piedras preciosas.
Este documento fue descubierto en el 2001 por el arqueólogo Mario Polia en los archivos del Vaticano.
También otros misioneros, en los años sucesivos, como Francisco de Calle en 1686 y Benito Jerónimo Feijoo en 1730 describieron la ciudad de Paititi. Parece que el Vaticano custodió celosamente estas informaciones en el transcurso de los años.
¿Por qué?
La zona del Madre de Dios no fue solamente un lugar explorado por aventureros y arqueólogos en búsqueda de Paititi. A fines del siglo XIX, un emprendedor peruano, Carlos Fermín Fitzcarrald, se distinguió por una empresa épica, que tenía como objetivo el aprovechamiento comercial de la cuenca del Madre de Dios, en ese entonces amenazada por invasiones de brasileños y bolivianos estimulados por la esperanza de obtener enormes ganancias a partir del árbol de goma o del caucho.
Fitzcarrald, de cuya aventura fue producido un largometraje protagonizado por Klaus Kinski y Claudia Cardinale, era propietario de enormes plantaciones de caucho en la zona del Ucayali. Habiéndose dado cuenta de que las fuentes del Serjali, que hacía parte de la cuenca del Ucayali, distaban pocos kilómetros de las fuentes del Caspajali, que hacía parte de la cuenca de Madre de Dios, decidió construir un pasaje entre los dos ríos, llamado luego ‘istmo de Fitzcarrald’. En 1894, después de haber desmantelado su barco Contamana, Fitzcarrald, con la ayuda de cientos de indígenas, lo hizo transportar hacia la otra parte de la vertiente, en la cuenca de Madre de Dios, en donde fue rearmado. Entonces navegó a lo largo del Río Manu y a través del Madre de Dios hasta la fortificación de un cauchero boliviano, Nicolás Suárez, con quien selló importantes acuerdos comerciales. El pasaje de la Contamana a través de la colina fue un éxito que le permitió a Fiztcarrald acrecentar notablemente su fortuna aprovechando también la cuenca de Madre de Dios. El aventurero murió pocos años después, en el pongo del Urubamba, intentando salvarle la vida a un amigo suyo.
Alrededor de 1925, cuando la fiebre del caucho se extinguió, después de la caída del precio internacional de la goma, la cuenca de Madre de Dios volvió a ser poco atractiva para los emprendedores, que la abandonaron a su destino.
En la segunda parte del siglo XX se reiniciaron las búsquedas para encontrar a Paititi, la ciudad perdida de los Incas.
En los años 60 del siglo pasado, el peruano Carlos Neuenschwander Landa llevó a cabo 27 expediciones en búsqueda de Paititi. Aunque recogió importante material arqueológico perteneciente a la era incaica, no encontró la ciudad anhelada. En 1970, el estadounidense Robert Nichols y los franceses Serge Debrú y Gerard Puel desaparecieron misteriosamente en el intento de encontrar la mítica ciudad.
Según el arqueólogo Fernando Soto Roland, Paititi es defendida por un grupo de indígenas de origen incaico, conocidos como Kuga-Pacoris, cuya bravura es bien conocida en las creencias populares. Fueron ellos, según Neuenschwander Landa, quienes impidieron el acceso a los dos franceses y al estadounidense.
Una de las más importantes expediciones en búsqueda de Paititi se dio en 1979, cuando Herbert y Nicole Cartagena descubrieron las ruinas de una fortificación incaica que fue llamada Mameria. Las artesanías que fueron encontradas en los alrededores indican que Mameria representaba una fortaleza agrícola y un puesto de observación.
Desde los años 80 del siglo pasado, el explorador estadounidense Gregory Deyermenjian llevó a cabo varias expediciones y si bien documentó y estudió varios sitios arqueológicos, no logró encontrar la ciudad de Paititi.
En el 2002, el explorador polaco Jacek Palkiewicz emprendió una imponente expedición en la zona del Madre de Dios. Después de 21 días de camino, descubrió un pantano completamente oculto por la vegetación. Con la ayuda de instrumentos radar, algunos arqueólogos de la expedición encontraron un laberinto subterráneo situado bajo el agua que podría ser parte de la ciudad. Todavía no se sabe si en el fondo del estanque encontrado por Palkiewicz esté la inmensa riqueza de los Incas o si aquel lugar tenga ‘solo’ un enorme valor arqueológico.
En la cuenca de Madre de Dios se encuentra el parque nacional del Manu, de una extensión de más de 1.700.000 hectáreas (la mitad de Suiza). Es una de las áreas protegidas mejor conservadas del mundo. Este santuario de la biodiversidad animal y vegetal se extiende hasta los 4000 metros de altitud sobre el nivel del mar, en las montañas llamadas Apu Kanahuay (cerca de Dios en lengua quechua), desde los 200 metros de altura en la selva pluvial tropical, en donde el Río Manu se encuentra con Madre de Dios, cerca de la aldea de Boca Manu.
En el Manu hay más de 1300 variedades de mariposas (441 en la totalidad de Europa), 1000 especies de pájaros, 100 diferentes géneros de murciélagos, además de simios, reptiles, papagayos, felinos (jaguar) y naturalmente peces como el zungaro o el paiche (pirarucú) además de un número impreciso de diferentes especies de insectos, algunos aún desconocidos.
En el parque nacional del Manu hay varios grupos indígenas. Algunos eligieron vivir al interior de la selva primaria y evitar así cualquier contacto con los peruanos. Los grupos tribales se clasifican por pertenencia lingüística.
Los Mascopiros hablan en lenguas pertenecientes al Pano. Los Huachipaeri y los Amarakaeri se expresan en el idioma Harakmbut. La mayoría de ellos viven en las comunidades de Queros, en donde se encuentran los patroflifos de Jinkiori, y de Santa Rosa de Huacari.
El grupo de nativos más numeroso es la etnia Matsiguenkas, cuya lengua pertenece al grupo Arawak.
Los Matsiguenkas mantuvieron en el transcurso de los años, frecuentes contactos con los pueblos andinos de lengua quechua, especialmente en las cercanías de Kosnipata.
La mayoría de ellos viven en las aldeas de Palotoa-Teparo, Tayakoma, Yonubato y Santa Rosa de Huacaria. Cultivan arroz, yuca, papas, fruta y algunos de ellos hacen uso de la hoja de coca, que mastican para atenuar la fatiga y el hambre. A menudo queman el tronco de un árbol llamado manakarako, obteniendo carbón, cuyas cenizas se mezclan con las hojas de coca para obtener un efecto más eficaz. Además cazan con flechas y pescan para variar su alimentación.
Al interior del parque nacional están además los Kuga-Pacoris, reconocidos por su agresividad. Es difícil y peligroso intentar encontrarlos porque prefieren no tener contactos con otros pueblos.
Uno de los lugares más interesantes desde el punto de vista arqueológico de la entera cuenca del Madre de Dios son los petroglifos de Pusharo, situados cerca del río Palotoa. Este curso de agua, que surge a unos 1000 sobre el nivel del mar en la cordillera llamada Piñi Piñi, es tributario del Madre de Dios y se le une río abajo en la aldea de Santa Cruz.
Petroglifos

Los petroglifos de Pusharo, descubiertos inicialmente en 1909 por un cauchero, fueron descritos como letras góticas esculpidas en la roca. En 1921, el misionero dominicano Vicente de Cenitagoya, acompañado por otros religiosos y por indígenas Matsiguenkas, visitó el lugar y llegó a la conclusión de que los grabados son una forma de escritura oriental que representa escenas del Viejo y Nuevo Testamento. Estos petroglifos fueron hechos utilizando hachas de piedra, probablemente alrededor del primer milenio después de Cristo. En las paredes de roca contiguas al rio Palotoa hay grabadas figuras antropomorfas, como rostros humanos, zoomorfas, como serpientes o huellas de felinos y de pájaros, y geométrico-abstractas, no interpretadas. Estas últimas se dividen en círculos, cuadrados, espirales laberínticas, cadenas entrelazadas, triángulos. Además hay representaciones del sol o de la luna. Las figuras que más impactan al visitante son los grabados con forma de cabeza, que quizás ilustran las máscaras utilizadas por antiguos habitantes de la selva. De atentos estudios del lugar se llegó a la conclusión de que los motivos dominantes de estos grabados son el tótem felino y el sol, considerado como portador de vida. Estos petroglifos fueron interpretados en el transcurso de los últimos decenios por varios aventureros y arqueólogos. Algunos de ellos los han relacionado con Paititi, pensando que son una especie de mapa para llegar a la mítica ciudad. A mi parecer, estos grabados rupestres son una forma de expresión de un pueblo amazónico que vivió en la cuenca del Madre de Dios en épocas remotas. Tal vez se trata de los antepasados de los Matsiguenkas. Es posible que los misteriosos autores del magistral grabado hayan sido influenciados por los Incas y que hayan retocado el petroglifo en siglos posteriores, como demuestran algunos signos de origen incaico. En todo caso, estas imágenes artísticas representan el primer paso que llevaría a aquel pueblo a formas de expresión más complejas como la pictografía y los jeroglíficos. 
Para el distinguido arqueólogo Reichel-Dolmatoff, los grabados rupestres podrían ser representaciones abstractas de mitologías o concepciones cosmológicas, creadas por sujetos que se encontraban bajo la influencia de plantas alucinógenas como la ayahuasca (yajé). En efecto, las sensaciones que se perciben después de haber hecho uso de la ayahuasca, a menudo asociada con otras plantas como la charcuna (psychotria viridis), son alteraciones del sentido visual. Se ven colores intensos y redes hexagonales. Curiosamente estas formas geométricas aparecen frecuentemente en el arte rupestre del Nuevo Mundo.
Navegando río abajo a lo largo del Madre de Dios, se encuentra la localidad de Boca Manu, poco más allá de la confluencia del homónimo río.
Después de unas 10 horas de peque-peque, se encuentra el Río Colorado (llamado también Karene). En esta zona y en los ríos vecinos, como en el Iñabari (que fue llamado por los españoles Río Magno), en el Huepetue y en el Pukiri, fueron descubiertas, a partir de 1970, pequeñas cantidades de oro, mezcladas con la arena de las orillas fluviales. En poco tiempo los pueblos se llenaron de colonos en búsqueda de fortuna. Ciudadelas como Colorado, Mazuko y Laberinto, hasta ahora habitadas por alguna decena de personas, se agrandaron increíblemente no sólo a causa de desesperados buscadores de oro sino también de codiciosos comerciantes. Como el oro se encuentra principalmente en sedimentos de arcilla o arena a veces situados a tres metros de profundidad, es necesario escavar para después filtrar el material en redes muy finas que no dejen pasar el polvo de oro. Luego se agrega mercurio líquido que sirve de pegante para unir las varias partículas del metal. El último procedimiento es la fusión: el mercurio se derrite y finalmente es posible ver pequeñas pepitas doradas. El mercurio, que termina por quedarse en los ríos, es un potente veneno que mata los peces y esteriliza las aguas y el humus de las orillas fluviales. La extracción del oro con procesos artesanales es, por tanto, peligrosa para el ambiente natural puesto que, con la eliminación del humus, es cada vez más difícil el crecimiento de nuevos árboles.
Continuando hacia la capital del departamento, Puerto Maldonado, se encuentra una enorme carretera pavimentada e interconectada con una vía amazónica brasileña. Madre de Dios atrae mucho a las grandes multinacionales.
Como puede verse, el Madre de Dios es el lugar de los contrastes: parques inmensos y descontaminados al oeste, en donde todavía viven indígenas no contactados, explotación minera en el centro. Se espera que los gobernantes locales sepan, en un futuro no lejano, conciliar las exigencias de preservación de las áreas naturales protegidas con un desarrollo económico ecuánime, que pueda beneficiar a todos los estratos de la población, indígenas incluidos, respetando su cultura secular.
Fuente: www.yurileveratto.com

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