Ilusiones y ambiciones del empapado

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Perspectivas sobre las elecciones italianas

Por Roberto de Mattei- The Catholic Thing.
Los resultados de las recientes elecciones confirman que Italia es un país básicamente conservador, con sus raíces en la derecha, a pesar de los repetidos intentos de la izquierda por hacerse con el control del gobierno sobrepasando los resultados en las urnas. La única ganadora fue la líder de la coalición de centro-derecha, Giorgia Meloni, y el principal perdedor fue el líder del bloque de izquierdas, Enrico Letta.
La victoria de la centro-derecha fue de proporciones históricas, con 235 diputados de 400 y al menos 112 senadores de 200 que ganaron sus carreras. Pero faltó el ambiente de triunfalismo que había caracterizado las anteriores victorias de la derecha en 1994, 2001 y 2008. ¿Fue una estrategia política de Giorgia Meloni, que quería presentarse de forma sobria para tranquilizar a los mercados internacionales?
Puede que fuera eso también, pero fue sobre todo la conciencia, tanto en la cúpula como en la base de la centro-derecha, de una situación preocupante para nuestro país, que se enfrenta a una grave crisis económica en los próximos meses, con el telón de fondo de un contexto internacional tormentoso.
Desde su victoria, Giorgia Meloni ha mantenido contactos informales con el presidente Sergio Mattarella y con el primer ministro Mario Draghi, que le entregará las riendas políticas y económicas del anterior gobierno. Draghi ha sido presentado a menudo como la encarnación de los intereses financieros internacionales, y ciertamente lo es. Pero más que como la ideología de las grandes potencias, el «draghismo» es en realidad una forma de neopragmatismo.
Giorgia Meloni sabe perfectamente la influencia que tuvo la presión internacional en el fin del gobierno de Berlusconi en 2011 y en el del gobierno de la Lega-Cinque Stelle en 2018. Y también entiende que, si la Unión Europea es una entidad más bien débil, aunque molesta, Estados Unidos sigue siendo, con China, la primera potencia mundial. En este sentido, los observadores que la ven como una «atlantista» más que como una europeísta están en lo cierto; y le resultaría difícil romper con esta postura.
La primera ministra francesa, Elisabeth Borne, tras la victoria de Giorgia Meloni, declaró que Francia estará «atenta» al «respeto» del derecho al aborto en Italia, reavivando una polémica totalmente interesada sobre las posiciones antiabortistas de la líder de los Hermanos de Italia. El aborto no es un derecho humano fundamental, sino un crimen contra el que se están volviendo millones de hombres y mujeres en todo el mundo, como han demostrado los hechos en las elecciones.
El símbolo más notable de ese cambio en las recientes elecciones tuvo lugar en el amplio distrito senatorial de Roma 1, un bastión de la izquierda, donde -después de 46 años en el parlamento- la ícono proabortista Emma Bonino fue derrotada por una candidata de los Hermanos de Italia, Lavinia Mennuni, que definió como prioridad de su plataforma «la protección del no nacido desde el momento de la concepción». La derrota de Emma Bonino -que fue escandalosamente elogiada por el Papa Francisco en 2016 como una de las «grandes olvidadas» de Italia- demuestra que la cultura de la muerte puede ser derrotada.
El aborto, y el asesinato sistemático de Occidente, siempre han formado parte de la plataforma de la izquierda, desde el que puede considerarse como su primer manifiesto político, Franceses: un esfuerzo más, del «ciudadano» Donatien-Alphonse-François de Sade (1740-1814), secretario de la infame jacobina Section des Piques durante la Revolución Francesa. Pero si a principios del siglo XX un líder político de izquierdas hubiera incluido el aborto entre sus promesas de campaña, su carrera habría terminado inmediatamente.
Esto demuestra hasta qué punto ha avanzado el proceso de secularización de la sociedad y cómo el camino a seguir hoy en día no es el de establecer un partido político antiabortista, sino el de actuar sobre la opinión pública, como se ha hecho en Estados Unidos, cuyo resultado ha sido la anulación del caso Roe vs Wade.
Los resultados de las elecciones italianas también confirmaron que es inútil albergar la ilusión de crear un partido «antisistema» dentro del sistema. Algunos activistas esperaban un aumento de los partidos «antivacunas» y «pro-Putin», pero ninguno de ellos logró alcanzar el umbral del 3% necesario para entrar en el Parlamento. Se ha argumentado que los resultados habrían sido diferentes si estos partidos hubieran unido sus fuerzas, superando sus diferencias personales. Pero una galaxia de partidos, cada uno nacido en oposición a algo, sin ninguna cohesión intelectual que los respalde, está inevitablemente destinada a la fragmentación.
Sin embargo, las diatribas internas del mundo «antisistema» tienen poca importancia. La batalla de los próximos meses se desarrollará sobre todo en el ámbito internacional, donde se ciernen en el horizonte nubes cada vez más oscuras.
Las elecciones italianas coincidieron con los referendos ilegales celebrados en los territorios de Ucrania ocupados por los rusos, mientras que el 27 de septiembre llegaron noticias de explosiones y fugas de gas del Nord Stream en el Mar Báltico, casi con toda seguridad tras actos de sabotaje.
En estas circunstancias, Giorgia Meloni está llamada a ser una de las voces del Occidente que no se rinde: no el Occidente de los pseudo derechos civiles, sino el que defiende las raíces cristianas de una civilización amenazada.
En el partido internacional que se disputa entre Washington, por un lado, y Moscú y Pekín, por otro, los acontecimientos suelen escapar al control de quienes los inician, como ocurrió en la Revolución Francesa y en las dos guerras mundiales. Pero pase lo que pase, sabemos que nada escapa a Aquel que ordena y regula todos los acontecimientos, desde la eternidad: La Divina Providencia, que es el único director y poder mayor de la historia.
Acerca del autor:
Roberto de Mattei, un distinguido historiador italiano, es el autor de  Saint Pius V: The Legendary Pope Who Excommunicated Queen Elizabeth, Standardized the Mass, and Defeated the Ottoman Empire (Sophia Institute, 2021).

Locas ilusiones, fantasías y ambiciones de zuppi bagnato

El cardenal Matteo Zuppi, ha valorado la victoria electoral de Giorgia Meloni, líder de Fratelli d’Italia, quien será la nueva primera ministra de Italia, gobernando junto a Silvio Berlusconi y Matteo Salvini.
El purpurado ha lamentado con preocupación “el creciente abstencionismo que ha caracterizado esta vuelta electoral, alcanzando niveles nunca vistos en el pasado”.
Según Matteo Zuppi, “es el síntoma de un malestar que no se puede dejar pasar superficialmente y que, por el contrario, debe ser escuchado”. Por eso, los obispos italianos renuevan la invitación a ser “protagonistas del futuro”, conscientes de que es necesario “reconstruir un tejido de relaciones humanas, del que ni siquiera la política puede prescindir”.
A los ganadores de las elecciones, Zuppi les ha pedido que ejerzan su mandato como una “alta responsabilidad, al servicio de todos, empezando por los más débiles”.
El cardenal ha recordado además la agenda de los problemas de Italia: “La pobreza en constante y preocupante aumento, el invierno demográfico, la protección de los mayores, las brechas entre los territorios, la transición ecológica y la crisis energética, la defensa del empleo, especialmente para los jóvenes, la acogida, la protección, la promoción y la integración de los migrantes, la superación de los trámites burocráticos…”.
Zuppi ha pedido además a los políticos elegidos no olvidar la guerra en curso y “sus graves consecuencia que exigen un compromiso de todos y en plena sintonía con Europa”.
La Iglesia –como ya dijo el cardenal en su discurso antes de las elecciones– seguirá indicando, con severidad si es necesario, el bien común y no el interés personal, la defensa de los derechos inviolables de la persona y de la comunidad. Por su parte, en el respeto de la dinámica democrática y en la distinción de roles, no dejará de hacer su aporte a la promoción de una sociedad más justa”, ha finalizado el cardenal italiano en su mensaje tras la victoria de Giorgia Meloni.
Fuente: www.cope.es

Locas simonías

Durante su homilía dada desde la Catedral de Lima con motivo de la Solemnidad de Santa Rosa de Lima, que se celebra este 30 de agosto en el Perú, Castillo Mattasoglio recordó la importancia de “recapacitar y corregirnos mutuamente”.
“Estamos viviendo en un mundo en donde todos estamos con locas ilusiones detrás, con locas fantasías que extravían al ser humano, ahí están la ambición de poder y dinero. En el mundo se ha instalado el deseo de enriquecerse porque la plata llega sola y eso no es verdad, las cosas están muy mal en el mundo, hay quienes piensan en un proyecto que no esta basado en el amor sino en la explotación”, aseveró.
“Por eso necesitamos salir del encantamiento de las locas ilusiones y fantasías que nos hace creer que la lucha a favor de las locas ambiciones nos va a salvar”, añadió.
Fuente: Diario Perú21.

El presidente de la Conferencia Episcopal Italiana, el cardenal Matteo Zuppi.

Se investigaron los casos de 2000 a 2021”, ha dicho el cardenal Zuppi, presidente del episcopado italiano.

Los obispos católicos italianos publicaron su primer reporte sobre abusos eclesiásticos. El reporte, que encontró 89 posibles víctimas y unas 68 personas acusadas, no pretendía ofrecer una visión precisa o histórica del problema de los abusos clericales en Italia. Los obispos del país nunca autorizaron una pesquisa de ese tipo.
Los obispos italianos limitaron el alcance de su informe a evaluar el trabajo de los “centros de escucha” creados en las diócesis a partir de 2019 para recibir denuncias de víctimas. El reporte ofrece una “primera imagen” del problema y los obispos tienen previsto publicar reportes anuales a partir de ahora, indicaron los organizadores durante una conferencia de prensa.
En los últimos dos años, 89 personas hicieron denuncias e identificaron a 68 agresores, indicó el reporte. La mayoría de las víctimas tenían entre 15 y 18 años cuando se produjeron los abusos, aunque 16 eran adultos a los que la Iglesia consideraba “vulnerables”. La mayoría de los casos implicaban lenguaje o comportamiento y tocamientos inapropiados.
Zanardi señaló que un porcentaje inusualmente alto de los acusados eran trabajadores seglares de la Iglesia, en torno al 34%, frente al 66% de religiosos. Los agresores seglares a menudo tienen un acceso más fácil a las víctimas en los amplios programas eclesiásticos con voluntarios, donde los controles de antecedentes son menos estrictos.
El monseñor Lorenzo Ghizzoni, que dirige el servicio de protección a la infancia de la Iglesia italiana, dijo que los números eran significativos dado que el periodo cubierto incluía una época en la que las actividades de la institución se había cancelado o reducido por la pandemia del COVID-19.
“Estos son sólo unos pocos, pero son muchos”, especialmente para un sistema recién creado de recepción de denuncias, dijo Ghizzoni.
Cuando anunció el reporte en mayo, el presidente de la conferencia episcopal italiana, el cardenal Matteo Zuppi, insistió en que el alcance del estudio y el margen de seis meses para su publicación permitiría a los investigadores ofrecer unos datos más “precisos y comprobables”.
Ya fuera por orden del gobierno, investigación parlamentaria o iniciativa de la Iglesia, los reportes elaborados en Irlanda, Bélgica, Holanda, Alemania, Portugal y Francia identificaron problemas sistémicos que permitieron los abusos de sacerdotes católicos a miles de niños.
En Francia, un comité de expertos independientes estimó que 330,000 niños sufrieron abusos sexuales durante 70 años a manos de unos 3,000 sacerdotes y empleados de la Iglesia, y que la jerarquía eclesiástica había ocultado los crímenes de manera “sistemática”. Ese informe y una serie de revelaciones sobre agresores de alto rango han desencadenado una crisis de confianza en la Iglesia católica francesa.
Fuente: Diario La Nación.

Intrigas y poder en el Vaticano’, de Vicens Lozano (Roca Editorial).

Jordi Bertomeu: “Hemos de luchar por hacer de la Iglesia un espacio seguro para la infancia y la juventud. Sin ningún tipo de abusos”

Por – www.revistavanityfair.es
Es uno de los hombres clave del entorno del papa Francisco, probablemente uno de los que le genera más confianza dentro del Vaticano. Una especie de 007 encargado de investigar para el pontífice los casos de abusos sexuales a menores protagonizados por el clero de la Iglesia católica. Nunca habla con los periodistas, y en este caso ha accedido a hacerlo en una entrevista en exclusiva después de numerosos intentos. De hecho, los que lo conocen bien afirman que sufre alergia a los medios de comunicación. Es consciente de que su delicada, compleja y muy confidencial tarea como oficial de la Congregación para la Doctrina de la Fe (la antigua Sagrada Congregación de la Romana y Universal Inquisición o Congregación del Santo Oficio) debe ser discreta, alejada de los focos mediáticos y del ruido que estos comportan. Es un trabajo muy duro que lo lleva sobre todo a América Latina para entrevistar a fondo a presuntos abusadores y a sus víctimas, para hablar con los encubridores de la jerarquía y para investigar todos y cada uno de los casos con rigor y eficacia con el objetivo de que la verdad salga a la luz y se haga justicia. Ejerce su honestidad, su capacidad de servicio y de trabajo, con un espíritu de sacrificio a prueba de bombas y con una delicadeza y una firmeza elogiada en especial por muchas víctimas que lo conocen y que valoran su alma de pastor. En muchos casos, él ha renovado la confianza que habían perdido en la Iglesia, los ha escuchado y acompañado. Los ha ayudado a recuperar la autoestima y las ganas de vivir. Asimismo, los ha alentado a dar a conocer sus trágicas historias y a facilitar así que pueda hacerse justicia.
Reservado, muy cauto, siempre midiendo las palabras, monseñor Jordi Bertomeu i Farnós es el gran desconocido de la Santa Sede. Un personaje tan oculto para la opinión pública como clave actual mente para la imagen e incluso la supervivencia de la Iglesia católica. Nació en la ciudad catalana de Tortosa en 1968, estudió Derecho en la Universidad de Barcelona y cursó estudios de Teología en el Seminario de Tortosa antes de ordenarse sacerdote en 1995, cuando ya tenía veintisiete años. Es doctor en Derecho Canónico por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. En el año 2012 empezaría a trabajar como oficial de la Sección Disciplinaria de la Congregación para la Doctrina de la Fe, el antiguo Santo Oficio del Vaticano. Simultanea esta tarea con el cargo de vicario judicial de la diócesis de Tortosa, al que accedió en 2002.El papa Francisco lo nombró capellán de su santidad el 27 de abril de 2018 como reconocimiento por su trabajo en Chile, y por tanto ostenta el título de monseñor. La tarea de Bertomeu en tierras chilenas, además de granjearle el agradecimiento del pontífice, lo catapultaría a ser conocido como «el flagelo de los sacerdotes pedófilos», según publican los medios de aquel país. Las circunstancias lo llevaron a ser el encargado de dirigir las investigaciones que concluyeron con la «decapitación» de prácticamente toda la cúpula de la Iglesia católica de Chile, bien por abusos, bien por encubrirlos. Cuando llegó a Santiago, en junio de 2018, acompañaba a monseñor Charles Scicluna, arzobispo de Malta, ya conocido en el Vaticano por su trayectoria en la investigación de los casos de abusos sexuales del sacerdote Marcial Maciel, fundador de los Legionarios de Cristo. El papa Francisco les había encomendado la misión de recoger pruebas, en caso de que las hubiera, del encubrimiento por parte de Juan Barros, obispo de Osorno, de los delitos del sacerdote Fernando Karadima. En cuan to llegaron a la capital chilena, Scicluna tuvo que ser ingresado por un problema de vesícula, por lo que Bertomeu se haría cargo de dirigir las indagaciones que lo llevarían a conseguir un éxito sin precedentes en la lucha contra la pederastia en la Iglesia, ya que reunió las pruebas de un encubrimiento generalizado por parte de la jerarquía chilena. La impecable labor realizada en Chile tendría continui dad en algún otro país, pero sobre todo en México, donde debían ir a principios de marzo de 2020 -esta vez con Scicluna ya recuperado- para iniciar una investigación similar. Sin embargo, esta última misión especial se vio interrumpida al cabo de pocos días por el estallido de la pandemia de la covid-19.
El diálogo lo mantenemos telemáticamente mientras ambos es tamos confinados, él en el Vaticano y yo en Barcelona, en junio de 2020. La entrevista, publicada en la primera edición en catalán de este libro, la actualizamos con la incorporación de nuevas preguntas para esta edición de otoño de 2021. Bertomeu, que off the record se muestra mucho más cómodo, es más silencioso y mide mucho más sus palabras cuando se le entrevista.
¿Qué papel desempeña usted en la Congregación para la Doctrina de la Fe?
Desde 2012 soy oficial de una congregación o dicasterio vaticano que en el pasado se conocía como Santo Oficio o Inquisición romana. De hecho, es la tercera «inquisición» en el tiempo, heredera de las inquisiciones «medieval» y «española» de la época de los Reyes Católicos. Soy plenamente consciente de que en el imaginario popular la Inquisición no tiene buena fama. De hecho, ha sido caricaturizada y a menudo convertida en un chivo expiatorio. Os confieso que en mi trabajo diario he aprendido a respetar y a querer esta institución de casi quinientos años de vida, que nació con la aparición del protestantismo.
¿No le da cierto reparo trabajar para la Inquisición?
Un poco, sí. Es un lugar con una fuerte carga histórica, y para un apasionado de la historia como yo es un privilegio. Trabajo en un lugar que cuenta con los documentos que demuestran que Lutero pudo difundir los postulados de su reforma gracias no solo a factores sociales del momento, sino también a la corrupción que se vivía en algunas instancias eclesiales. De hecho, si fuésemos capaces de juzgar el pasado de manera anacrónica y nos atuviéramos a los datos y los estudios históricos, podríamos reconocer que la Inquisición, más allá de sus errores y excesos, hoy condenables, en su momento fue un intento bastante exitoso de poner orden en un conflicto religioso interno y externo de manera rigurosa y equilibrada. Insisto, siempre de acuerdo con la mentalidad y la legalidad del momento. Aún hoy continuamos trabajando como tribunal para la doctrina y las costumbres, para tutelar lo más preciado que tenemos: nuestra fe. Si al principio se perseguía la herejía protestante y los comportamientos que lesionaban la fe de los sencillos, como la magia, la brujería, la blasfemia e, incluso, la usura, hoy nos encontramos ante un pecado y un delito muy grave al que debe darse respuesta: la pederastia, favorecida por un nuevo medio de comunicación, Internet. Los nuevos tiempos requieren nuevas respuestas. Una Iglesia que aprende de los erro res pasados, pero siempre atenta a los signos de los tiempos.
¿Trabajar en esta congregación significa estar sometido a muchas presiones y tener que enfrentarse a muchas reticencias en el ambiente vaticano?
No siempre es fácil mantener la independencia judicial. Hay muchas presiones internas y externas, particularmente por parte de los me dios de comunicación, ya que nuestros casos, los abusos sexuales a menores cometidos por clérigos, suelen tener una gran proyección pública. El principal obstáculo y pesar, creo, es una mentalidad del pasado, todavía muy presente en muchos eclesiásticos.
¿Qué supone ser enviado personal del papa Francisco, que le ha concedido el título de monseñor y le otorga la máxima confianza en la investigación sobre los abusos? ¿Cuáles serían las indicaciones del pontífice para actuar con firmeza respecto a este grave problema?
Más que un honor, para mí es un estímulo para servirlo lo mejor posible en su ministerio petrino. Por otro lado, es un placer trabajar con este papa tan humano y con un estilo tan cercano, modulado por la misericordia hacia los últimos. El trabajo diario con él es un reto personal no tanto intelectual como espiritual. Francisco, un papa jesuita, te pide efectuar un discernimiento desde las emociones interiores para averiguar la voluntad de Dios en las decisiones que debe tomar. Es un hombre muy libre, muy humano y sobre todo muy espiritual. Con Francisco he aprendido que solo buceando en la intimidad de tu corazón es posible un buen gobierno de la Iglesia. Para trabajar en la curia, es necesario un proceso espiritual que te haga parecerte cada día más a Cristo, el buen pastor. Nos equivocamos, sí. En el camino de la vida nos ensuciamos y acabamos heridos, es cierto. Pero la clave es ser humildes y sencillos en un camino de conversión continua, no las estrategias políticas más o menos eficaces. Cuando actuamos así, cuando hacemos del Vaticano o de la Iglesia una estructura de poder similar a las del mundo, erramos de plano. Eso es lo que estoy aprendiendo de Francisco.
Los casos de abusos, después de un periodo en el que se hicieron públicos sobre todo en el mundo anglosajón, han salido a la luz en países latinoamericanos y en otros como España. ¿A qué se debe este cambio?
Estamos avanzando en la toma de conciencia de la extrema gravedad de este fenómeno, que, por otra parte, ha existido siempre. Todo empezó en Estados Unidos, en los años noventa. Era solo una cuestión de tiempo que también emergiera en el mundo de la cultura hispana, como de hecho ocurrió sobre todo a partir de 2012, coincidiendo casi con la llegada al solio de Pedro de un papa sudamericano. Ahora los retos son África y Asia. Francisco ha entendido, después de la «misión especial» en Chile, que el abuso sexual hacia los más vulnerables no se entiende sin un abuso de poder y de conciencia, y que hay que luchar contra una «cultura del abuso y el encubrimiento» no solo en la Iglesia, sino en el conjunto de la sociedad. No es una excusa hablar de mentalidad elitista o clerical para comprender por qué algunos curas abusan de su ministerio y no lo usan para hacer el bien. ¿Por qué estos casos se denuncian ahora y no antes?, nos preguntamos todos. Pensemos que la sociedad actual es cada vez más abierta e igualitaria, más consciente de sus derechos, y con medios de comunicación cada vez más incisivos. Por eso la lucha contra toda forma de corrupción es más y más eficaz. El encubrimiento del abuso sexual a menores, en una cultura de la hipersexualización y de la libertad ejercida sin ningún vínculo, haciendo lo que a uno le aporta más placer sin mirar en primer lugar por el bien del otro, es una de las formas más graves de esta corrupción que también debemos afrontar en el seno de la Iglesia.Después del éxito de la experiencia de Chile, y ahora que investiga en México, ¿qué me puede comentar acerca de las sensaciones que le ha generado el trabajo que han llevado a cabo entre monseñor Scicluna y usted?
Monseñor Scicluna, arzobispo de Malta y secretario adjunto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, es un ejemplo de pastor sensible a la realidad de la porción del pueblo de Dios a la que acompaña y, al mismo tiempo, de intelectual, en cuanto experto canonista de primera categoría que sabe poner sus conocimientos al servicio de la verdad. De él he aprendido mucho. Personalmente, aquella «misión especial» fue una ocasión de un gran crecimiento personal y profesional: en las entrevistas personales con muchas víctimas y testigos quedamos sobrepasados por tanto sufrimiento y dolor contenidos durante tantos años. Como le dije después al santo padre, solo mirando a las víctimas a los ojos y dejándonos interpelar por ellas podríamos decir que estamos en el buen camino. Fuimos a Chile para investigar el presunto encubrimiento de un solo obispo, y nos encontramos con todo un mundo de corrupción eclesial que había que sacar a la luz pública. Por eso, la «misión especial» en Chile mar ca un antes y un después: es un momento en el que la Iglesia se da cuenta de que, además de resolver el problema de los abusos, tiene que solventar el de su encubrimiento.
¿Cómo se ha producido este encubrimiento en la Iglesia? ¿Qué causas lo han motivado?
Creo que el cambio de época que vive nuestro mundo es la misma causa de este cambio en la manera de enfocar los problemas de la Iglesia. Durante casi dos mil años, la Iglesia era una entidad de poder que controlaba la comunicación. Con la comunicación digital, eso se ha acabado. Ahora es casi imposible continuar pensando que los trapos sucios se lavan en casa, gestionando las crisis desde el secretismo. Por otro lado, somos herederos de un cambio de paradigma desde la revolución sexual del 68, que vio a la familia como entidad represora y a la libertad personal como máxima categoría. Por eso, aquella permisividad sexual de los años setenta y ochenta llevó a banalizar el hecho de los abusos sexuales a los menores. También lo hizo así gente de la Iglesia. Además, las ciencias psiquiátricas pensaban que los abusos, con tratamiento en centros especializados, podían curar se. Fue todo «una tormenta perfecta» para que muchos eclesiásticos optasen por encubrir tales hechos cuando los descubrían.
Entrevistar a víctimas, agresores y encubridores es una labor delicada y muy confidencial. En general, ¿con qué estrategia y qué metodología puede afrontarse una tarea de este tipo, que persigue conocer la verdad y, en última instancia, hacer justicia?
Hay dos grandes procedimientos: uno judicial y otro administrativo. No obstante, en ambos son claves la discreción y el respeto a la buena reputación de todo el mundo. También a la del acusado, que cuenta con la presunción de inocencia. Creo que la clave está sobre todo en mirar a los ojos al interlocutor o, en el caso de tener en las manos las actas de un proceso, en leerlas con la máxima atención, pensando que detrás de esas hojas hay muchas personas que sufren. Escuchando con atención. Sea a quien sea, víctima o agresor. Hay que buscar ser empático con un sufrimiento que te conmociona y hace que te replantees continuamente cómo es posible que los humanos seamos capaces de cometer tales barbaridades. Es el misterio del mal. Incomprensible. Desestabilizador. Por eso he descubierto que es imposible acercarte con espíritu funcionarial al infierno que viven la víctimas. La pederastia no se cura, sino que como máximo se trata, y no es fácil. Por tanto, pese a la tan necesaria profesionalización de este trabajo, ya que hay que hacer una evaluación jurídica con las reglas que ayudan a llegar a la certeza moral sobre unos hechos inciertos, es prioritario el acercamiento humano y espiritual. Quien piensa que este problema se resuelve solo con metodología y estrategias o, lo que es aún peor, con marketing eclesial, intentando vender una realidad que no existe, creo que se equivoca.
¿Se siente una especie de «policía» que trabaja en «Asuntos Inter nos» y debe fiscalizar como actúan sus propios compañeros?
No. Me siento más como el que debe mirar con los mismos ojos de Jesús algunos de los comportamientos más problemáticos de algunos de mis hermanos en el presbiterato. Pocos, por otra parte. La pederastia clerical es un fenómeno sobre el cual no hay grandes estudios hechos con una base estadística fiable. Con todo, pienso que mi dicasterio es el único organismo del mundo que cuenta con los datos suficientes para poder hacer afirmaciones bastante seguras. Pensemos que ha tratado miles de casos a lo largo de los últimos veinte años. Sin poder ser más explícito, los datos de los que disponemos en la congregación no permiten avalar el pánico social que algunos, de manera interesada, quieren provocar en la sociedad difundiendo la nueva leyenda urbana sobre la pederastia en la Iglesia. Si en el mundo hay cuatrocientos sesenta y seis mil sacerdotes en activo, nosotros hemos tratado solo poco más de seis mil casos. Son muchos, sí. Seguro que hay muchos más, en países don de todavía no se denuncian estas injusticias. Todos son una vergüenza y una herida sangrante para la Iglesia. Pero estos datos tampoco pueden avalar la leyenda negra que algunos querrían expandir.
¿Cómo puede explicarse la opinión de muchos depredadores de niños que consideran los abusos un hecho normal, que forma parte de la tradición, y que incluso están convencidos de que esas actuaciones no pueden considerarse pecado?
Siempre hay casos extremos, pero en general los depredadores con esta orientación sexual tan aberrante son conscientes de la gravedad de su situación. Saben que han pecado gravemente contra el sexto mandamiento. Saben que han destrozado la vida de un menor y que han ensuciado el cuerpo místico de Cristo. Tienen un espacio suficiente de libertad que nos permite procesarlos y condenarlos. Ante los mecanismos psicológicos para evitar la culpa personal, por otro lado muy estudiados, las penas que se les imponen son precisamente la ayuda que les ofrece la Iglesia para que puedan convertirse y presentarse limpios ante el Padre cuando los llame después de la muerte. No son una venganza. Las penas canónicas deben reparar la in justicia cometida, deben evitar el escándalo de los fieles y, además, deben intentar convertir al delincuente.
En lo referente a las víctimas, muchas, como Juan Carlos Cruz, han afirmado que gracias a su actuación han recuperado la confianza en algunas personas de la institución y se sienten, por primera vez, va oradas y escuchadas después de muchos años de abandono e incluso de menosprecio. ¿Cuál es la fórmula para conseguir esta reacción?
Quizás, en vez de hablar de una fórmula, me explicaría mejor con el testigo. Conocer a Juan Carlos ha sido una de las mejores cosas que me han ocurrido desde que trabajo en la congregación. Más allá de ser víctima y superviviente de los abusos sexuales, que lo han dejado muy dañado, es una persona excelente, sobre todo bondadosa, muy religiosa, inteligentísima y con un sentido del humor que hace que contar con su amistad sea un privilegio. Siempre recomiendo leer su libro El fin de la inocencia. Mi testimonio. Es uno de los libros más importantes que se han publicado en el mundo para comprender el fenómeno de la pederastia en la Iglesia. Antes de la primera entre vista con Juanca había leído y releído este libro, así como otros sobre los abusos del sacerdote Karadima en la parroquia El Bosque, de Santiago. Pero en el encuentro personal con él, monseñor Scicluna y yo hicimos nuestro su dolor y, al mismo tiempo, creo que ayudamos a Juanca a liberarse de un peso que arrastraba desde hacía años, es decir, del no reconocimiento como víctima por parte de la Iglesia. Siempre recordaré aquella primera conversación, larga, que tuve con él en la salita de estar de una parroquia franciscana de Manhattan. Es uno de esos momentos de tu vida que nunca olvidas.
¿Hasta qué punto es posible aislarse de los relatos de los testigos que explican al detalle un horror que les ha destrozado la vida?
No es fácil, lo reconozco. Y, en el fondo, tampoco quiero hacerlo. Me siento llamado a compartir este horror y a llevar, con la ayuda de Dios y en la medida de mis posibilidades, esta carga. Siempre en nombre del Señor. Consciente de mi propia fragilidad y de los ataques que puedo recibir por la exposición a la opinión pública, que evito tanto como puedo. Nueve años tratando estos casos a diario, leyendo y escuchando relatos espeluznantes, solo pueden resistirse si te pones en manos de Dios y si estás enamorado de la justicia. Sé que nuestra capacidad de hacer justicia real es muy limitada. Sé que nunca podremos reparar el mal cometido. Nunca jamás. Pero tenemos que intentarlo. Hemos de luchar por hacer de la Iglesia un espacio seguro para la infancia y la juventud. Un espacio sin ningún tipo de abusos.
Cuando se habla de la reparación a las víctimas, ¿debe ser más económica que moral o hay que combinar las dos cosas?
Los supervivientes dicen que la principal reparación que esperan de la Iglesia es moral: quieren que se les reconozca como víctimas. Que no se las revictimice con actitudes negacionistas o frívolas, que también las hay. Por otro lado, cuando piden una reparación económica según lo que establece nuestra legislación, y así se justifica, hay que dársela. El derecho canónico lo prevé y es una cuestión de justicia. De ahí la importancia de implementar más protocolos de prevención y de protección legal en las entidades de Iglesia.
El grave problema de la pederastia afecta a muchos ámbitos de la sociedad (a muchas familias, en primer lugar), pero ¿hasta qué punto es especialmente grave en la Iglesia y cuál sería la razón inicial del problema?
Es un problema de una sociedad que, en sí, es abusadora. Eso lo entendí clarísimamente en Chile. En general, entendemos el poder como una afirmación sobre el otro. En los casos extremos, hasta la muerte del otro. Históricamente, el poder eclesial ha sido un gran reto, y el peligro de la mundanidad ha estado siempre presente, como denuncia habitualmente el papa Francisco. Por otra parte, la Iglesia se presenta ante la sociedad con la vocación de ser un modelo de vida, y por eso se le exige mucho más. No es que los medios de comunicación tengan fijación con la Iglesia. De manera equivocada, alguna vez se ha pensado que se hacía todavía más daño haciendo públicos los abusos y provocando escándalos que callando. Hoy, en el mundo global de la comunicación digital, no puede esconderse nada. Hace falta transparencia comunicativa.
Usted ha dicho que la homosexualidad no tiene ninguna relación directa con los abusos. Cree que el celibato obligatorio tampoco. ¿Cómo argumenta esta tesis?
Como he descubierto en el dicasterio en el que trabajo, tenemos un clero muy sano en general. La mayor parte del clero respeta y vive el celibato como un don, como un regalo que, además, nos ayuda a tener un gran equilibrio afectivo y espiritual para darnos mejor en el servicio a los otros. En alguna ocasión, he dicho que las promesas sacerdotales hacen de nosotros unos «atletas» de Cristo con entrenamiento diario para poder correr y ganar la carrera por el Reino. Hay, sin embargo, un pequeño sector de la población clerical que vive de manera transgresora la promesa del celibato. No vive casta mente. Sobre todo en una sociedad que, además, no se lo pone fácil. Pero insisto: es un grupo pequeño.
Este grupo, sobre todo en los países de antigua cristiandad, vive esta transgresión mayoritariamente de manera homosexual, quizá porque, en una sociedad que ha entendido y valorado el celibato después de muchos siglos de ver a curas célibes, a estos transgresores les ha resultado más fácil camuflar su comportamiento con hombres que con mujeres, ya desde los tiempos del seminario. Es una teoría muy personal. Y dentro de este pequeño grupo de clérigos que no respeta la promesa del celibato, hay un sector aún más pequeño que abusa de menores. Respecto a esto, estamos constatando que en los últimos veinte años y en los que llamamos «países de cultura mayoritariamente católica», el setenta por ciento de los casos de abusos a menores han sido de tipo homosexual.
Sin embargo, ahora nos encontramos ante una situación también muy interesante: disminuyen los casos de clérigos que abusan de niños o adolescentes varones, coincidiendo con la llega da de casos de países en los que el catolicismo es más minoritario. Es como si, en los países en los que el celibato apenas se ha valorado, los clérigos «transgresores» no necesitaran vivir en una «subcultura homosexual» en la que camuflar mejor su comportamiento. Dejo para la reflexión y para posteriores estudios especializados esta constatación personal, porque yo no soy sociólogo. Pero mi humilde conclusión es que, si la mayor parte de los delitos de pederastia en el mundo se co meten en el seno de las familias por parte de personas heterosexuales y, por otra parte, está bajando en progresión continua el número de casos de pederastia homosexual en la Iglesia, creo que puede afirmar se que no hay una relación directa entre pederastia y homosexualidad. Además, esta criminalización de la orientación homosexual es una in justicia flagrante y un delito civil. Hay que poner freno a muchas burradas que circulan sobre todo en la Red: que la mayor parte del clero no es casta; que además es homosexual; que el celibato provoca la pederastia; y que esta se acabaría si el clero se casara, etc.
La cumbre sobre los abusos de 2019 sirvió para que la Iglesia universal tomara conciencia del alcance del problema, pero los resultados no contentaron del todo a nadie. ¿Sus investigaciones van mucho más allá de lo que se decidió?
Será difícil contentar a todo el mundo hasta que hayamos erradicado esta plaga de la Iglesia. Pero esa cumbre sí le hizo un gran servicio a la Iglesia: sensibilizó a todo el mundo, particularmente a los obispos de todo el planeta, para que fueran más conscientes de la necesidad de transparencia y de lucha decidida contra el fenómeno de los abusos. No se puede continuar actuando como si no pasara nada.
¿Hasta qué punto puede ser trascendental la reforma del Código Canónico llevada a cabo en 2021 en la erradicación de los abusos sexuales en la Iglesia?
El mismo papa, al presentar el nuevo Libro VI del Código, ha afirmado que esta reforma a fondo del derecho penal canónico de 2021 se debe a los «rápidos cambios sociales que experimentamos». Más aún, retoma una expresión de hace dos años: «No estamos viviendo simple mente una época de cambios, sino un cambio de época». Es una época caracterizada por una mayor sensibilidad hacia la realidad del abuso.
En su «Carta al Pueblo de Dios» de agosto de 2018, Francisco realizó uno de los análisis más certeros y sutiles de este fenómeno: afirmó que el abuso sexual, el abuso de poder y el abuso de conciencia se sitúan en el mismo plano de comprensión, al que llamó «cultura del abuso». No se pueden entender el uno sin los otros dos. Del mismo modo que existe una «cultura del descarte», existe un modo perverso de ejercer el poder que destroza a los individuos, los humilla, les roba su dignidad. Particularmente a los más vulnerables.
Esta «cultura del abuso» denunciada por Francisco es aún más grave, si cabe, en la Iglesia: quien actúa en nombre de Dios, quien tiene la mayor responsabilidad de cuidar la conciencia de aquellos que se han puesto en sus manos para vivir en plenitud su vocación, sin la debida vigilancia y las debidas cautelas, puede convertirse en el peor agresor. El daño cometido individualmente, del que es responsable la persona del agresor, puede agravarse si la institución a la que pertenece lo encubre y lo tolera, mira a otro lado por corporativismo o para evitar un mal mayor, el escándalo. Es lo que se llama «abuso de poder jerárquico y espiritual».
Ante ello, la Iglesia está llamada a hacer los deberes. Es una cuestión de simple supervivencia y de fidelidad al Señor en una sociedad cada vez más igualitaria, democrática y garantista. La Iglesia debe promover relaciones sanas entre sus miembros. Debe tutelar a los más vulnerables, sean menores, sean adultos. Debe implementar una legislación seria y rigurosa para atajar el problema de los abusos. Debe promover con determinación protocolos de prevención. Debe cambiar su comunicación institucional, afrontando las crisis con verdad, humildad y más profesionalidad.
¿Esta reforma del Código Canónico demuestra la determinación del papa Francisco respecto a este tema tras algunos titubeos en la Cumbre sobre los Abusos de 2019?
Presenta usted un problema de gran calado. No estoy de acuerdo con que hubiera titubeos, como cierta prensa quiso subrayar. De hecho, parto de la premisa de que las conclusiones expuestas por Francisco en su ponencia conclusiva de la cumbre en el Vaticano de febrero de 2019 están marcando una nueva etapa en la lucha contra los abusos. Tras casi veinte años de incidir exclusivamente en la gestión jurídica de estos, en la necesidad de aplicar con rigor la ley canónica y ci vil en esta materia, el papa, tras escuchar a sus hermanos del Colegio Episcopal y, sobre todo, a otros muchos otros fieles (entre ellos, a la periodista Valentia Alazraki), se dio cuenta de que muchas víctimas se estaban quedando sin justicia por el formalismo propio de los procesos penales o por desconocimiento de los vericuetos de la justicia canónica. Con gran sentido práctico y con gran realismo, pocos meses después, el papa emanó el motu propio Vos Estis Lux Mun di: en el plazo de un año, todas las diócesis deberían contar con siste mas fácilmente accesibles para presentar y tramitar tales denuncias.
En el mundo de la información online, inmediata, globalizada, de grandes titulares y análisis no siempre rigurosos de la realidad, muchos se quedaron con algunas frases descontextualizadas del papa. Leyendo alguno de estos titulares, pareciera como si el pontífice quisiera exculpar a la Iglesia del problema de los abusos, afirmando que la responsabilidad recaía en la sociedad o, incluso, en el demonio. Una lectura crítica y desapasionada de aquel gran documento lleva a la conclusión contraria: el papa está determinado a luchar contra los abusos (y los hechos lo demuestran); el papa asume incluso en primera persona la responsabilidad por los abusos en la Iglesia; el papa no ceja de implementar todas aquellas reformas que sean necesarias en la Iglesia con tal de hacer brillar en ella el Evangelio de Cristo.
En México, la Congregación de los Legionarios de Cristo reconoció en 2020 que existía una cadena de abusos en algunos de sus seminarios. Los que fueron víctimas se convierten en abusadores cuan do pasan a dirigir estos centros. ¿La psicología del abusador provoca esta reacción como venganza o se trata de una tradición de difícil erradicación?
Es un fenómeno muy complejo, pero en la infancia de un abusador suele haber abusos. El abusador también suele ser víctima. Más que venganza, parece ser una manera de reaccionar a unos complejos y traumas de carácter psicológico que impiden que el agresor integre la sexualidad con normalidad en su propia vida.
¿Hasta qué punto existe continuidad en México a la labor de investigación iniciada en Chile?
El problema no es Chile, ni siquiera México. Estos y otros casos son quizá más mediáticos. Pero el problema lo tenemos en todas las realidades eclesiales. Por desgracia, nuestra sociedad contemporánea, maravillosa en tantos aspectos, también tiende, por otra parte, a trivializar el sexo y a negar el valor del pudor. Es la globalización de una modernidad alejada de Dios y, como consecuencia, arrojada a los brazos del placer fácil, del consumismo, de las relaciones instrumentales. No es por ser alarmistas, pero, como he dicho antes, que dan muchos caminos por recorrer de la mano del Señor en la Galilea de hoy.
¿Son los obispos, como se afirma, el principal obstáculo para implementar las medidas que impone el papa Francisco en relación con los abusos?
Creo que cometeríamos una gran injusticia si no reconociéramos que están haciendo un gran esfuerzo para concienciar a todo el pueblo de Dios de la bondad de esta lucha contra todo abuso de poder. Queda mucho camino por recorrer, pero los pasos se están dando. En todas partes se implementan acciones y servicios muy interesantes que, estoy seguro, dentro de pocos años darán sus frutos. Cuando se encubrían estos casos, no solía haber mala intención: se pensaba que, por encima de todo, había que evitar el escándalo, ya que también se infravaloraba la verdadera incidencia del abuso en la persona del abusado. Hoy ya hemos aprendido todos la lección. Los obispos han aprendido a no frivolizar con el fenómeno.
¿Se puede erradicar el cáncer de los abusos?
Querría pensar que sí. Y luchamos para que así sea. Pero soy consciente de que la condición humana es la que es. Siempre existe, en todos, una tendencia al egoísmo, al pecado. Y mucho más en nuestra sociedad actual, en la que el sexo suele estar completamente frivolizado y donde el máximo paradigma suele ser una libertad que solo busca el placer personal, sin mirar por el bien de los demás. Nos queda mucho camino por hacer. Hay que derribar muchos tabúes. Hay que luchar mucho por denunciar todo abuso de poder, de conciencia y, sobre todo, sexual en el seno de la Iglesia. Hay que gestionar mejor esta plaga y también hay que trabajar más la prevención. Sí. Queda mucho por hacer. Y aunque nos quedáramos solos denunciando los abusos sexuales a menores, habría que continuar haciéndolo. Si de esta crisis salimos con una Iglesia más segura para la infancia, más consciente de la necesidad de mantener relaciones más sanas en su interior, la Iglesia podrá presentarse al mundo como una instancia creíble que ha sabido hacer los deberes. Podría ser la madre y maestra que siempre ha tenido vocación de ser.
¿Qué opina de las campañas promovidas por los sectores más críticos con el pontificado de Francisco, tanto desde instancias civi les como religiosas, en las que se le acusa de no hacer nada contra el problema de los abusos? ¿Persiguen el objetivo de deteriorar su imagen para intentar poner fin a su pontificado con ‘fake news’ y complots varios? ¿Esconden, utilizando como pantalla el asunto de los abusos, otros intereses que responden más a disidencias claras respecto al discurso del papa Francisco en cuanto a la inmigración, la pobreza, el capitalismo y la especulación salvajes o la lucha contra el cambio climático?
Comparto este análisis. Se instrumentaliza la lucha contra los abusos sexuales en pos de intereses espurios e inconfesables en una guerra mundial mediática contra aquellos que denuncian la suerte de los últimos, de los más vulnerables. Parecen tener interés en el asunto de los abusos sexuales a menores en la Iglesia, pero, en el fondo, lo utilizan como arma arrojadiza contra el oponente. Tanto Juan Pablo II como Benedicto XVI, y ahora Francisco, han dado un giro copernicano a esta materia que seguro que la historia les reconocerá. Todos ellos han ido dando pasos cada vez más decididos hacia la erradicación del problema. No obstante, tenemos que ser conscientes de que vivimos en un mundo radicalmente nuevo en comparación con el que conocíamos hace no tantos años: es el mundo de la comunicación digital, es la sociedad de Internet. Hoy en día, todo el mundo opina, y las opiniones solo se neutralizan con otras opiniones. La Iglesia tiene que aprender a vivir en este nuevo mundo para continuar difundiendo la buena nueva del Evangelio de Cristo. No puede atrincherarse en falsas opciones para evitarlo y hacer como si este mundo no tuviera nada que ver con ella. No puede añorar tiempos pasados que no volverán. Hoy la Iglesia también está llamada a ser «Iglesia en salida».
La entrevista se puede leer de forma íntegra en el libro ‘Intrigas y poder en el Vaticano’, de Vicens Lozano (Roca Editorial).

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