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Sin histerias, por favor, o será la guerra
Por Frederick Forsyth- Diario El País
La mayor tontería que puede cometer uno en realpolitik es hacer una promesa solemne que es imposible cumplir. Así empiezan las guerras mundiales. En 1939, el Reino Unido y Francia prometieron a Polonia que, si Adolf Hitler se convertía en una molestia, correríamos en ayuda de Varsovia. Por desgracia, entre la frontera francesa y la polaca, había un gran obstáculo que se llamaba Alemania. Nuestra promesa no sirvió de nada. Así que, como era lógico, declaramos la guerra a Alemania al instante, con consecuencias desastrosas. Y con grandes similitudes con la situación actual en Ucrania.
Algunos sectores de los medios claman que deberíamos ofrecer garantías absolutas sobre la soberanía de Ucrania. ¿Y quién se encargaría de hacerlas respetar? ¿La Infantería Ligera de Dortmund? Está un poco lejos. No está preparada, y el Ejército ruso rodea Ucrania por dos de sus tres lados. Bielorrusia, al norte, es otra vez un Estado vasallo, y en el sur la Marina rusa controla el mar. Salvo atravesando Rumanía, no hay forma de llegar a Ucrania.
De modo que vamos a tranquilizarnos y a pensar en lo que ha ocurrido, por qué y cómo, y qué podemos hacer al respecto.
En primer lugar, dejemos de pensar que, después de Gorbachov, se produjo algún cambio en el carácter del Oso Ruso. En absoluto. En mil años, Rusia nunca ha liberado a nadie, solo ha conquistado y ocupado. Y está volviendo a suceder. El hombre al mando no es un nuevo ruso, sino un resto del pasado, entrenado como agente del KGB y lleno de la tradicional paranoia rusa que dice: “Estamos rodeados por enemigos y debemos atacar primero para protegernos”. El hecho de que Rusia se extienda desde la frontera polaca hasta Vladivostok, y Catherine Ashton tenga muy difícil rodearla no viene al caso. La paranoia no tiene lógica.
Es evidente desde hace años que Vladímir Putin tiene algo raro. Cualquier hombre de mediana edad que insiste en fotografiarse en poses homoeróticas, cabalgando con el torso desnudo por Siberia, luciendo pectorales y acariciando un fusil de asalto, tiene un problema. Se puede arreglar yendo a ver a un bondadoso profesor que trabaja detrás de una puerta en la que pone “psiquiatra”. Pero los diplomáticos tienen que trabajar con lo que hay y lo que hay es a Vladímir Putin.
En cuanto a la supuesta provocación de Occidente, también eso suena a finales de los años treinta. En Occidente sabemos que no hacía la menor falta que nuestros agentes provocadores empujaran al pueblo de Ucrania occidental a rebelarse de nuevo contra el estúpido, incompetente y corrupto Yanukóvich. Los patos no necesitan que les enseñen a nadar.
Está además la propia complejidad de Ucrania, que no es un solo país desde el punto de vista político, étnico ni cultural. En las disputas suele haber dos bandos. En Ucrania hay cuatro. La parte occidental habla ucraniano y siempre ha mirado a Occidente en busca de cultura, ejemplo y un futuro. La parte oriental también habla ucraniano pero siempre ha mirado al norte, a la madre Rusia, y 70 años de unificación bajola URSS no disminuyeron ese magnetismo. Y a partir de aquí las cosas se vuelven más extrañas. En cinco provincias, la población, aunque es de etnia ucraniana y capaz de hablar la lengua, prefiere el ruso. Luego están los rusos puros, los restos de tres generaciones de colonizadores, desde Stalin hasta Gorbachov. Así que, aunque los rebeldes del oeste gritan en favor de la democracia, ese escurridizo sueño tan fácil de proclamar pero tan difícil de encontrar, es muy posible que en realidad no constituyan una mayoría democrática. Hay que tener cuidado con lo que se pide.
Aun así, la caída de Yanukóvich, el designado y protegido de Putin, ha sido para este una humillación inaceptable y no puede admitir que se trate de un fenómeno espontáneo. Putin no acepta que, cuando alguien discrepa, lo haga sin motivos ocultos. De modo que tiene que haber sido culpa de los occidentales, sobre todo de los angloamericanos. Por eso su venganza está para él y para Rusia totalmente justificada. Más vale que lo aceptemos. Las guerras no nacen de la calma y la lógica. Nacen de los egos estridentes, el orgullo herido y la ira desenfrenada, y aquí nos encontramos con todo eso.
Para dar rienda suelta a su rabieta ha escogido Crimea, mucho más vulnerable. La península está habitada por una minoría de ucranianos del oeste y una mayoría de ucranianos del este, además de rusos puros. Y es imposible de defender: estaríamos locos de intentarlo. Por supuesto, había que inventarse las “provocaciones” necesarias, y así ha sido.
Piensen en 1938, piensen en los Sudetes. Entonces, la inmensa maquinaria de propaganda de Berlín nos abrumó con las “revelaciones” de los horrores que los terribles checos infligían a los pobres alemanes de la región. Era todo una patraña, y los matones de Henlein cumplieron su papel, pero sirvió para justificar la invasión “liberadora” y “protectora”. Hoy vemos en nuestras pantallas a los rusos de Crimea que agradecen entre lágrimas que se les “defienda” de sus horribles vecinos, cuando estos no les han puesto jamás la mano encima. Moscú está vengándose de Kiev.
¿Qué podemos hacer por Crimea? Absolutamente nada. ¿Qué podemos hacer contra una ocupación que cuenta con el alborozado apoyo popular de Ucrania del este? Nada, tampoco. ¿Y ante la invasión sin más de Ucrania del oeste y la matanza de sus habitantes cuando intenten resistirse, como sucedió con los finlandeses enla Guerra de Invierno? Desde el punto de vista militar, muy poco, a no ser que queramos comenzar la III Guerra Mundial contra un loco. Pero entonces estaremos hablando de un holocausto nuclear.
¿Eso quiere decir que Putin tiene todos los ases en la manga? Ni mucho menos. Aunque parece no tener rivales políticos con posibilidades, sus ministros no son estúpidos y pueden reconocer el desastre que se les viene encima. Hay dos elementos de presión que muchos de los que le rodean considerarían claves si Occidente decidiera utilizarlos. Pero no podemos activar ninguno de los dos ni en diez minutos ni en diez semanas. Así que puede parecer que se va a salir con la suya en Ucrania… Por ahora.
El primero es el comercio y la economía. La economía rusa es patética en comparación con la de Europa, la de EE UU o ambas. Nadie compra bienes de consumo rusos. ¿Coches? ¿Aviones? ¿Incluso armas? Tienen que regalarlos. Y Putin necesita vastas sumas de dinero para reconstruir la vieja URSS, el imperio ruso.
¿De dónde lo saca? Del petróleo y el gas. Ambos le proporcionan montañas de dinero y, si hace falta, un arma con la que amenazar. Fue una locura que Alemania aboliera su producción de energía limpia y segura, de origen nuclear, para sustituirla por la servidumbre con Moscú por el suministro de gas y crudo. Todavía estamos a tiempo. Occidente está trabajando en nuevas fuentes de energía. Con dinamismo, esfuerzo, voluntad y la decisión de dejar atrás actitudes beatnik, podríamos liberarnos de la amenaza de los oleoductos y gasoductos orientales. La revolución del fracking en EE UU ha tenido un éxito espectacular: les ha hecho independientes. Los europeos siguen en manos de sus proveedores.
Y tal vez Putin no es consciente de otra revolución. La tecnología de la información y la concienciación. Cuando era joven, Moscú todavía podía aislar al pueblo ruso de las informaciones sobre el extranjero. Podían hacer que no se escuchara más que Radio Moscú, no se leyera más que Pravda. Podían lavar el cerebro a la gente para que solo confiaran y creyeran en sus propios líderes y en lo que les decían.
Ahora, cualquier chico con un iPhone tiene el mundo en sus manos. ¿Qué es lo que realmente derrocó a Mubarak en Egipto, puso al descubierto a Gadafi en Libia y denunció a El Asad en Damasco? La gente. ¿Por qué? Porque habían visto un mundo mejor. Sabían quién era responsable de su miseria. Si los precios aumentan en Rusia, el rublo pierde su valor y los suministros se agotan, los rusos no tendrán más que mirarse las manos para saber por qué: él. El verdadero motivo. En ese momento, los agentes del poder en el Kremlin podrían decidir que basta de invasiones imperiales y que ha llegado la hora de que el hombre tan aficionado a ellas se vaya cabalgando, con el torso desnudo, hacia el atardecer.
Pero por ahora, en Ucrania y Crimea, no hay nada que podamos hacer los occidentales aparte de mantenernos unidos, hacer planes y esperar. Llegará el instante de actuar. Eso sí, por favor, no nos engañemos más.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.
Por Frederick Forsyth- Diario El País
La mayor tontería que puede cometer uno en realpolitik es hacer una promesa solemne que es imposible cumplir. Así empiezan las guerras mundiales. En 1939, el Reino Unido y Francia prometieron a Polonia que, si Adolf Hitler se convertía en una molestia, correríamos en ayuda de Varsovia. Por desgracia, entre la frontera francesa y la polaca, había un gran obstáculo que se llamaba Alemania. Nuestra promesa no sirvió de nada. Así que, como era lógico, declaramos la guerra a Alemania al instante, con consecuencias desastrosas. Y con grandes similitudes con la situación actual en Ucrania.
Algunos sectores de los medios claman que deberíamos ofrecer garantías absolutas sobre la soberanía de Ucrania. ¿Y quién se encargaría de hacerlas respetar? ¿
De modo que vamos a tranquilizarnos y a pensar en lo que ha ocurrido, por qué y cómo, y qué podemos hacer al respecto.
En primer lugar, dejemos de pensar que, después de Gorbachov, se produjo algún cambio en el carácter del Oso Ruso. En absoluto. En mil años, Rusia nunca ha liberado a nadie, solo ha conquistado y ocupado. Y está volviendo a suceder. El hombre al mando no es un nuevo ruso, sino un resto del pasado, entrenado como agente del KGB y lleno de la tradicional paranoia rusa que dice: “Estamos rodeados por enemigos y debemos atacar primero para protegernos”. El hecho de que Rusia se extienda desde la frontera polaca hasta Vladivostok, y Catherine Ashton tenga muy difícil rodearla no viene al caso. La paranoia no tiene lógica.
Es evidente desde hace años que Vladímir Putin tiene algo raro. Cualquier hombre de mediana edad que insiste en fotografiarse en poses homoeróticas, cabalgando con el torso desnudo por Siberia, luciendo pectorales y acariciando un fusil de asalto, tiene un problema. Se puede arreglar yendo a ver a un bondadoso profesor que trabaja detrás de una puerta en la que pone “psiquiatra”. Pero los diplomáticos tienen que trabajar con lo que hay y lo que hay es a Vladímir Putin.
En cuanto a la supuesta provocación de Occidente, también eso suena a finales de los años treinta. En Occidente sabemos que no hacía la menor falta que nuestros agentes provocadores empujaran al pueblo de Ucrania occidental a rebelarse de nuevo contra el estúpido, incompetente y corrupto Yanukóvich. Los patos no necesitan que les enseñen a nadar.
Está además la propia complejidad de Ucrania, que no es un solo país desde el punto de vista político, étnico ni cultural. En las disputas suele haber dos bandos. En Ucrania hay cuatro. La parte occidental habla ucraniano y siempre ha mirado a Occidente en busca de cultura, ejemplo y un futuro. La parte oriental también habla ucraniano pero siempre ha mirado al norte, a la madre Rusia, y 70 años de unificación bajo
Aun así, la caída de Yanukóvich, el designado y protegido de Putin, ha sido para este una humillación inaceptable y no puede admitir que se trate de un fenómeno espontáneo. Putin no acepta que, cuando alguien discrepa, lo haga sin motivos ocultos. De modo que tiene que haber sido culpa de los occidentales, sobre todo de los angloamericanos. Por eso su venganza está para él y para Rusia totalmente justificada. Más vale que lo aceptemos. Las guerras no nacen de la calma y la lógica. Nacen de los egos estridentes, el orgullo herido y la ira desenfrenada, y aquí nos encontramos con todo eso.
Para dar rienda suelta a su rabieta ha escogido Crimea, mucho más vulnerable. La península está habitada por una minoría de ucranianos del oeste y una mayoría de ucranianos del este, además de rusos puros. Y es imposible de defender: estaríamos locos de intentarlo. Por supuesto, había que inventarse las “provocaciones” necesarias, y así ha sido.
Piensen en 1938, piensen en los Sudetes. Entonces, la inmensa maquinaria de propaganda de Berlín nos abrumó con las “revelaciones” de los horrores que los terribles checos infligían a los pobres alemanes de la región. Era todo una patraña, y los matones de Henlein cumplieron su papel, pero sirvió para justificar la invasión “liberadora” y “protectora”. Hoy vemos en nuestras pantallas a los rusos de Crimea que agradecen entre lágrimas que se les “defienda” de sus horribles vecinos, cuando estos no les han puesto jamás la mano encima. Moscú está vengándose de Kiev.
¿Qué podemos hacer por Crimea? Absolutamente nada. ¿Qué podemos hacer contra una ocupación que cuenta con el alborozado apoyo popular de Ucrania del este? Nada, tampoco. ¿Y ante la invasión sin más de Ucrania del oeste y la matanza de sus habitantes cuando intenten resistirse, como sucedió con los finlandeses en
¿Eso quiere decir que Putin tiene todos los ases en la manga? Ni mucho menos. Aunque parece no tener rivales políticos con posibilidades, sus ministros no son estúpidos y pueden reconocer el desastre que se les viene encima. Hay dos elementos de presión que muchos de los que le rodean considerarían claves si Occidente decidiera utilizarlos. Pero no podemos activar ninguno de los dos ni en diez minutos ni en diez semanas. Así que puede parecer que se va a salir con la suya en Ucrania… Por ahora.
El primero es el comercio y la economía. La economía rusa es patética en comparación con la de Europa, la de EE UU o ambas. Nadie compra bienes de consumo rusos. ¿Coches? ¿Aviones? ¿Incluso armas? Tienen que regalarlos. Y Putin necesita vastas sumas de dinero para reconstruir la vieja URSS, el imperio ruso.
¿De dónde lo saca? Del petróleo y el gas. Ambos le proporcionan montañas de dinero y, si hace falta, un arma con la que amenazar. Fue una locura que Alemania aboliera su producción de energía limpia y segura, de origen nuclear, para sustituirla por la servidumbre con Moscú por el suministro de gas y crudo. Todavía estamos a tiempo. Occidente está trabajando en nuevas fuentes de energía. Con dinamismo, esfuerzo, voluntad y la decisión de dejar atrás actitudes beatnik, podríamos liberarnos de la amenaza de los oleoductos y gasoductos orientales. La revolución del fracking en EE UU ha tenido un éxito espectacular: les ha hecho independientes. Los europeos siguen en manos de sus proveedores.
Y tal vez Putin no es consciente de otra revolución. La tecnología de la información y la concienciación. Cuando era joven, Moscú todavía podía aislar al pueblo ruso de las informaciones sobre el extranjero. Podían hacer que no se escuchara más que Radio Moscú, no se leyera más que Pravda. Podían lavar el cerebro a la gente para que solo confiaran y creyeran en sus propios líderes y en lo que les decían.
Ahora, cualquier chico con un iPhone tiene el mundo en sus manos. ¿Qué es lo que realmente derrocó a Mubarak en Egipto, puso al descubierto a Gadafi en Libia y denunció a El Asad en Damasco? La gente. ¿Por qué? Porque habían visto un mundo mejor. Sabían quién era responsable de su miseria. Si los precios aumentan en Rusia, el rublo pierde su valor y los suministros se agotan, los rusos no tendrán más que mirarse las manos para saber por qué: él. El verdadero motivo. En ese momento, los agentes del poder en el Kremlin podrían decidir que basta de invasiones imperiales y que ha llegado la hora de que el hombre tan aficionado a ellas se vaya cabalgando, con el torso desnudo, hacia el atardecer.
Pero por ahora, en Ucrania y Crimea, no hay nada que podamos hacer los occidentales aparte de mantenernos unidos, hacer planes y esperar. Llegará el instante de actuar. Eso sí, por favor, no nos engañemos más.
Traducción de María Luisa Rodríguez Tapia.