Por Stuart Braun- www.dw.com
Un año después, las negociaciones sobre el clima de Marruecos tratan de cumplir el compromiso pactado en el Acuerdo de París, combatir el calentamiento global. La agricultura desempeña un papel clave en ello.
Como consecuencia de las precipitaciones extremas, la seguridad alimentaria será uno de los principales temas a tratar en la vigésima segunda cumbre del cambio climático (COP22), o Conferencia de las Partes (COP), que se celebra este mes en la ciudad marroquí de Marrakech.
Eso implica una mirada especial a África, un continente cuya población (aproximadamente un 75% en el este africano) trabaja en la agricultura a pequeña escala, que depende de técnicas tradicionales para las que la lluvia es indispensable. No obstante, debido a las irregulares precipitaciones, millones de personas se hunden en la pobreza y el hambre y no consiguen adaptarse a las condiciones climáticas cambiantes.
Hasta ahora, la labor y la financiación de las iniciativas climáticas se han centrado principalmente en la infraestructura urbana, el transporte y la energía, mientras que la agricultura se iba con las manos vacías. Esta es una visión a corto plazo, puesto que este sector es responsable del 70% del consumo mundial de agua. Por ello, la innovación y la inversión agrícolas juegan un papel fundamental en la adaptación y mitigación frente al cambio climático.
La Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático del año pasado en París (COP21) permitió una mayor participación local en los compromisos climáticos, a través de las llamadas “Contribuciones Previstas y Determinadas a nivel Nacional” (NDC, por sus siglas en inglés). Martin Frick, Director de la División de Clima, Energía y Tenencia de Tierras de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura) opina que esto “ha abierto nuevos horizontes”, que permitirán que la agricultura se convierta, junto con la energía, en uno de los sectores más importantes en las próximas conversaciones sobre el clima.
La agricultura ofrece una oportunidad única para abordar simultáneamente asuntos como la adaptación y la mitigación frente al cambio climático, así como la seguridad alimentaria, la pobreza en zonas rurales y el gran problema de la escasez de agua. Monte Kilimanjaro.
Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA), publicado en octubre, los glaciares de las montañas del este de África, que alimentan ríos y afluentes vitales para los agricultores locales, se han reducido en un 80% desde la década de 1990. Además, ha habido incendios forestales – como consecuencia de las crecientes temperaturas – que han destruido desde 1976 unas 13.000 hectáreas de bosque al pie del Kilimanjaro, que sirve retener el agua. A esto se le suman frecuentes sequías.
En conjunto, estos factores afectan duramente al continente y tienen una multitud de efectos: desde cosechas más escasas hasta un aumento del precio de los alimentos, con la consecuente reducción de la ingesta de calorías, un aumento de la malnutrición infantil, así como de enfermedades, desplazamientos y conflictos.
“Tenemos una situación totalmente absurda en la que las personas que producen alimentos no tienen suficiente para comer”, explica Frick a DW, añadiendo que de los 800 millones de personas que pasan hambre en todo el mundo, el 80% son pequeños agricultores.
Agwu E. Agwu del Departamento de Extensión Agrícola, de la Universidad de Nigeria, dice: “un pequeño agricultor típico tiene poca o ninguna posibilidad de soportar los desafíos que se producen como consecuencia del cambio climático”.
Y aunque en el caso de Nigeria, el gobierno ha puesto en marcha varios programas para concienciar y educar a los afectados por las fluctuaciones relacionadas con las precipitaciones, Agwu afirma que la seguridad alimentaria a corto plazo ya está amenazada.
Redes situadas sobre la cima de las montañas para recoger agua de la niebla.
Mientras tanto, en la nación anfitriona de la COP22 – donde la agricultura emplea al 75% de la población y el país depende en gran medida de los combustibles fósiles – la FAO promueve sistemas de regadío por goteo de emisión casi cero, que funcionan con energía solar y permiten a los agricultores cultivar naranjos con muy poca agua.
Frick se siente alentado por lo que cree que es el compromiso total de los gobiernos subsaharianos, que viajan a Marrakech, para adaptar sus prácticas agrícolas al clima extremo del planeta.
Invenciones tales como unas redes, que recogen el agua de la niebla en la montaña marroquí de Boutmezguida, en la zona seca del Anti-Atlas, muestran (ver videoreportaje sobre los recolectores de niebla) que una inversión adecuada puede dar lugar a otras innumerables innovaciones y así permitir una adaptación efectiva en zonas rurales áridas.
Transformando los desafíos en oportunidades
Uno de los objetivos de la COP22 es hacer frente a estos desafíos agudos mediante el desarrollo de soluciones que mejoren la resiliencia climática y la seguridad alimentaria.
Terrenos áridos que pueden ser aprovechados para uso agrícola, por ejemplo, a través de la silvicultura natural, pueden dar lugar a “un enorme reservorio de agua”. “Se puede aumentar la fertilidad, de modo que el carbono se fija y ya no va a parar a la atmósfera”, explica Frick.
Tales “vínculos cruzados y sinergias”, añade, ofrecen a los agricultores la oportunidad de conseguir el almacenamiento de agua y la fijación de carbono mediante la biodiversidad y las prácticas sostenibles.
Frick subraya la importancia de invertir más dinero para el clima en el sector agrícola, especialmente, una parte de los cerca de 10,000 millones de dólares del Fondo Verde para el Clima.
“Apostamos porque una parte significativa de los fondos para el clima sean empleadas en el área de las pequeñas empresas rurales. La inversión en este sector puede ofrecer resultados muy rápidos y, a su vez, inyectar energía política en las negociaciones sobre el clima”, concluye.
COP22: seguridad alimentaria
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