Evangelio según San Juan 18,33b-37.
Pilato volvió a entrar en el pretorio, llamó a Jesús y le preguntó: “¿Eres tú el rey de los judíos?”.
Jesús le respondió: “¿Dices esto por ti mismo u otros te lo han dicho de mí?”.
Pilato replicó: “¿Acaso yo soy judío? Tus compatriotas y los sumos sacerdotes te han puesto en mis manos. ¿Qué es lo que has hecho?”.
Jesús respondió: “Mi realeza no es de este mundo. Si mi realeza fuera de este mundo, los que están a mi servicio habrían combatido para que yo no fuera entregado a los judíos. Pero mi realeza no es de aquí”.
Pilato le dijo: “¿Entonces tú eres rey?”. Jesús respondió: “Tú lo dices: yo soy rey. Para esto he nacido y he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. El que es de la verdad, escucha mi voz”.
Homilía del Padre Paul Voisin CR de la Congregación de la Resurrección:
En Noviembre de 2009, la Reina Isabel II y el Príncipe Felipe llegaron a las Bermudas. El Obispo de la Diócesis estaba de viaje en ese momento, así que yo fui uno de los diez líderes religiosos que íbamos a recibir a la pareja real cuando salieran de la catedral Anglicana, después de un servicio de oración. Un día tuvimos un ensayo y nos dijeron que no extendiéramos la mano ni habláramos a menos que la persona real tomara la iniciativa. Mientras el Obispo Anglicano acompañaba a la Reina, me presentó y ella extendió la mano y me habló. No recuerdo lo que dije, pero me acordé de llamarla “Su Majestad”. Luego, el Príncipe Felipe llegó un minuto después y cada uno de nosotros nos presentamos. Se dio cuenta de que llevaba un prendedor con la bandera canadiense y me preguntó si era Canadiense. No recuerdo qué palabras intercambiamos, pero me acordé de llamarlo “Su Alteza Real”. Me decepcionó mucho que, esa Navidad, en su mensaje anual de Navidad, la Reina Isabel no mencionara que me había conocido en las Bermudas.
Pensé en nuestra realidad de monarcas y reinos hoy, cuando en el evangelio de hoy, Jesús dice: “Mi reino no es de este mundo” (Juan 18:33-37). Si su reino no es de este mundo, ¿qué clase de Rey es Él? Su Reino no se puede identificar en un mapa, no es un reino territorial, sino que es un reino de la mente, el corazón y el espíritu. Es un reino de relación personal con Jesús como Cristo Rey.
La Fiesta de Cristo Rey nos da la oportunidad de reflexionar sobre nuestra relación con Jesús como Rey. A diferencia de la realeza que asociamos con coronas y palacios, Jesús es un Rey con quien tenemos una relación personal, estamos en constante comunicación y sabemos que somos amados enormemente por lo que somos.
Jesús nos dice que ha venido a “dar testimonio de la verdad”, y que sus “súbditos” son aquellos “que están del lado de la verdad”, ya que “escuchan su voz”. Como Dios hecho hombre, Jesús vino a dar la plenitud de la revelación. Fiel a su misión, que le había sido encomendada por el Padre, compartió la verdad sobre Dios y sobre quiénes somos nosotros. Esta verdad no siempre fue bien recibida en aquel entonces, y lo mismo sucede hoy. La verdad de Dios no puede dejar de llamarnos a un cambio de actitud y de estilo de vida. No puede dejar de producir una conversión en nuestro interior. Puesto que es la verdad “de Dios” y no “nuestra”, implica escuchar y aceptar una visión diferente de la vida y del amor, de los valores y de las virtudes, de los acontecimientos y de los acontecimientos. Ver a las personas y las cosas como Dios las ve puede “costarnos”. Esta “escucha” de la que habla Jesús produce nueva vida en nosotros, llamándonos a salir de nosotros mismos y de lo que es conveniente, o lógico, o “meramente” humano, hacia algo que es eterno y divino. Jesús dice que esto nos identifica como pertenecientes a su Reino.
En la Primera Lectura del Libro del Profeta Daniel (7,13-14), su visión revela la majestad y la gloria de Dios revelada en “uno como el hijo del hombre”. Jesús es ese “hijo del hombre”. Él es el cumplimiento de esta profecía y visión. Suyo es este “dominio, gloria y realeza… que nunca pasarán”. Él es rey por todos los tiempos y en todas partes. Su Reino no conoce restricciones de tiempo ni de lugar.
En la Segunda Lectura del Libro del Apocalipsis (1,5-8), Jesús es proclamado nuestro rey. Su eternidad es proclamada en “el Alfa y la Omega”. Su realeza nos ha llegado a través de su sacrificio en la cruz, “lavando nuestros pecados con su sangre”. Pero, sobre todo, para mí, es escuchar que “nos ama”. Un rey o una reina pueden “amar” a sus súbditos, preocuparse por ellos y actuar en su favor. Pero esto es “amor”, es decir, un conocimiento personal y amor por nosotros. Él ha compartido nuestra naturaleza humana, y a través de nuestro Bautismo hemos sido unidos a Él, el Padre y el Espíritu Santo de una manera única y personal. No somos “uno entre millones” en el sentido de que somos insignificantes y anónimos, sino que Su amor es tan abarcador que Él nos “ama” de una manera personal. Le pertenecemos.
La Fiesta no es sólo una celebración de que Jesús es nuestro Rey, sino una celebración de quiénes somos como Sus “súbditos”. Celebramos esa relación expresada por las lecturas de la liturgia de hoy. ¡Somos Suyos! Esto significa, en primer lugar, que respetamos y rendimos homenaje al Rey al continuar “escuchando su voz” y buscando la verdad. ¡Eso es trabajo! Nuestra conversión a la verdad de Cristo es un proceso continuo, y debemos continuar abriendo nuestras mentes, corazones y espíritus a esta verdad. No somos súbditos que ondean banderas, sino aquellos que están constantemente conscientes de Su presencia con nosotros. No está lejos, en un castillo, sentado en un trono y con una corona. Está íntimamente presente para nosotros, si estamos abiertos a Él. A medida que seguimos fielmente a Jesús, nos volvemos cada vez más como nuestro Rey en virtud y comportamiento. Así, reflejamos nuestra naturaleza “real” que se proclama en nuestro Bautismo, cuando fuimos ungidos con el Crisma como sacerdotes, profetas y reyes, participando de la realeza de Cristo.
Esto significa que tenemos una dignidad que se revela en nuestra vida diaria, o “debería” revelarse en nuestra vida cotidiana. Esta Fiesta nos llama a asumir esa dignidad de una manera renovada y a construir el Reino. Nuestro ejemplo tiene una influencia, y damos testimonio de Cristo Rey cuando mostramos los valores y virtudes del Reino. Así es como construimos el Reino, y la realeza de Cristo se extiende a los demás.
Hoy, al celebrar la Fiesta de Cristo Rey, renovemos nuestro deseo de “saludarlo” como nuestro Rey mediante vidas santas de amor y servicio, de compasión, de discipulado fiel y de administración fiel.