Tomar nuestra cruz y seguir a Jesús

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Evangelio según San Mateo 16,21-27.
Desde aquel día, Jesús comenzó a anunciar a sus discípulos que debía ir a Jerusalén, y sufrir mucho de parte de los ancianos, de los sumos sacerdotes y de los escribas; que debía ser condenado a muerte y resucitar al tercer día.
Pedro lo llevó aparte y comenzó a reprenderlo, diciendo: “Dios no lo permita, Señor, eso no sucederá“.
Pero él, dándose vuelta, dijo a Pedro: “¡Retírate, ve detrás de mí, Satanás! Tú eres para mí un obstáculo, porque tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres“.
Entonces Jesús dijo a sus discípulos: “El que quiera venir detrás de mí, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque el que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.
¿De qué le servirá al hombre ganar el mundo entero si pierde su vida? ¿Y qué podrá dar el hombre a cambio de su vida? Porque el Hijo del hombre vendrá en la gloria de su Padre, rodeado de sus ángeles, y entonces pagará a cada uno de acuerdo con sus obras”.

Father Mariusz Durbojlo (Pastor of St. Agatha Parish), Bishop Douglas Crosby (Ordinary of the Diocese of Hamilton) and Bishop Wayne Lobsinger (Auxiliary Bishop of the Diocese of Hamilton).

Homilía del Padre Paul Voisin de la Congregación de la Resurrección:

Desde Noviembre de 1985 hasta Diciembre de 1988 viví en Cochabamba, Bolivia, con tres seminaristas Bolivianos para nuestra Comunidad Religiosa. Esta es la misma ciudad donde se encuentra el Instituto de Idiomas Maryknoll donde estudié español. Mientras vivíamos allí una amiga, una Hermana Escolar de Notre Dame, vino a estudiar español y a unirse al Equipo Parroquial en La Paz. A menudo la invitábamos, junto con algunas de sus compañeras, a cenar y a jugar a las cartas. Esto les daba la oportunidad de practicar su español, y a mis seminaristas la oportunidad de practicar su inglés. Una de las Hermanas que nos visitaba con frecuencia era la Hermana Irene, una Hermana Australiana de San José del Sagrado Corazón, que iba a trabajar en Perú. Un año más tarde, cuando yo estaba estudiando español en el Instituto, la hermana Irene también estaba allí. Unos meses más tarde nos informaron de que Sendero Luminoso, el grupo terrorista comunista Sendero Luminoso, entró en el pueblo donde ella trabajaba, reunió a toda la gente del pueblo, puso a los líderes -incluida la hermana Irene- en el centro del grupo y les disparó en la nuca. Todos los que la conocimos quedamos desolados por el hecho de que nos arrebataran a esta Hermana alegre, dotada y competente. Cuando visité Melbourne, Australia, vi un homenaje a ella en la sede fundacional de las Hermanas de San José del Sagrado Corazón.
Pensé en la Hermana Irene a principios de esta semana cuando leí el Evangelio (Mateo 16:21-27). Jesús nos dice que “debemos negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirle”. Pero continúa con palabras más dramáticas y quizás incluso duras “quien quiera salvar su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la encontrará”. Estoy seguro de que ninguno de nosotros pagará el precio de Sor Irene y de innumerables mártires a lo largo de los siglos.
Es un reto para nosotros descubrir lo que significa “negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir a Jesús”.
En nuestro mundo materialista y consumista, la noción espiritual de negarse a sí mismo es tremendamente contracultural. Cuando el impulso de ser ambicioso y “ganador” es tan fuerte, es difícil hablar de negarse a uno mismo. Sin embargo, cuando comprendemos el verdadero significado de negarse a uno mismo, no estamos sacrificando nuestra ambición ni declarándonos perdedores. Negarse a sí mismo es un acto de humildad en el que reconocemos que todo lo que tenemos y somos viene de Dios. Dependemos de Él. Al admitir nuestra necesidad de Dios, eliminamos muchas de las pretensiones y el orgullo que nos impiden abrirnos a Dios y ser “uno” con los demás.
Para cada uno de nosotros, “toma tu cruz” significa algo diferente. Tendemos a pensar que esa “cruz” es algo difícil que llevamos en la vida: tal vez una dolencia, una relación difícil, una decepción o un fracaso, un defecto o una imperfección. A menudo, la gente piensa que su “cruz” es la más pesada de todas las que conoce. Decir que es algo que preferiríamos no llevar sería quedarse corto. Es fascinante leer sobre la vida de algunos santos, porque solemos pensar que llevaron una vida perfecta y que nunca tuvieron dificultades ni luchas, ni cargaron con una “cruz” como nosotros. Por supuesto, sus vidas están llenas de cruces. Se hicieron santos confiando en la gracia de Dios y luchando con la cruz que les trajo la vida. Es un reto para nosotros mirar nuestra “cruz” y decir “Este es el medio para mi santidad”. Puede que al principio no lo creamos, pero cuanto más lo pensemos estoy seguro de que más nos daremos cuenta de que otras cruces de nuestra vida nos han llevado hoy a ser lo que somos. Aunque las hayamos maldecido mientras las llevábamos, una vez superadas podemos incluso dar gracias a Dios.
En referencia a las palabras “y sígueme”, no puedo evitar pensar en la Primera Lectura de hoy del Profeta Jeremías (20:7-9) Jeremías no quería ser profeta. No quería anunciar al pueblo su llamada a la conversión y a la alianza con Dios. Significaba sufrimiento para él. Se convirtió en su “cruz”. Pero, al mismo tiempo, sintió que tenía que hacerlo, se sintió sobrecogido por el poder de Dios y respondió, fue un profeta fiel y cumplió su misión. San Pablo, en la Segunda Lectura (Romanos 12,1-2), también nos da una pista de lo que significa este “seguimiento”. Nos dice que debemos “transformaros mediante la renovación de vuestra mente, para que podáis discernir cuál es la voluntad de Dios, lo que es bueno, agradable y perfecto“: ¿Parece mucho pedir? Pues sí. Seguir a Jesús significa un cambio significativo en nuestras vidas: un cambio de mentalidad, un cambio de prioridades, un cambio de actitud, un cambio en nuestros sueños y objetivos. San Pablo nos dice que no “nos conformemos… a este siglo”, que no nos dejemos vencer por el mundo, sino que recordemos que la gracia de Dios está con nosotros. Cada día, en lo que decimos y hacemos, debemos “seguir” a Jesús, dando testimonio de Él y mostrando a los demás el camino. La negación de nosotros mismos y el cargar con nuestra cruz han dado fruto en nuestra propia transformación en Cristo. Hemos asumido la mente, el corazón y el espíritu de Jesucristo.
Si seguimos fielmente a Cristo, estaremos “perdiendo” nuestra vida “por su causa”. No será derramando nuestra sangre, sino haciendo día tras día la voluntad de Dios, sirviendo a los demás con alegría, siendo fieles administradores, hablando en nombre de Dios (como hizo Jeremías), y dando testimonio de esa transformación de nosotros mismos en Cristo. Probablemente no será haciendo cosas grandiosas que llamen la atención de multitudes, sino haciendo pequeñas cosas cotidianas con amor que afecten a la vida de muchos. Nadie quiere perder la vida, todo lo contrario, queremos aferrarnos a la vida a toda costa. Sin embargo, esta llamada a “negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir a Jesús” nos llevará a “perder” nuestra vida, a renunciar a ella con gratitud y gracia para que la vida de Cristo pueda vivir en nosotros y manifestarse a través de nosotros.
En las lecturas de hoy, Dios transforma las malas noticias en buenas. Mientras que nosotros podíamos haber huido de esta llamada a “negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguir a Jesús”, a la luz de su verdad y de su amor corremos hacia ella, la abrazamos y queremos vivirla con pasión -como Jeremías, como San Pablo y como Hermana Irene- para “encontrar” nuestra verdadera vida.

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Santa Rose of Lima: la santa que inspirará tu vida con sus virtudes

Por Mia Schroeder– Aleteia.org
Esta mujer sin duda te impactará con sus sencillas virtudes:
Santa Rosa de Lima es la patrona de Perú, América, las Indias y Filipinas. La fiel representante de las enfermeras peruanas y de la policía nacional nació en Lima en 1586 y su verdadero nombre fue Isabel Flores de Oliva, pero su madre comenzó a llamarla ‘Rosa’ cuando descubrió que su rostro lucía sonrosado y poseía una gran belleza a medida que crecía.
Ella fue una mujer que recibió el llamado de Dios a través de la entrega total de su vida, consagrándose a Jesús en cuerpo y alma. No fue religiosa, sino laica -de la orden de Santo Domingo-, siendo su principio fundamental en la vida amar profundamente a Dios desde que escuchó al Niño Jesús decir: «Rosa, conságrame todo tu amor».
Desde ese momento, su inclinación por orar y meditar se incrementó. Su amor a Dios y al Niño Jesús fue tan grande que por eso algunos artistas la representan con el Niño Jesús en brazos.
Aleteia reunió 5 virtudes de esta santa que todos podemos imitar y volver parte de nosotros. 

1 HUMILDAD

Santa Rosa de Lima era una joven muy bonita, pero ella no presumía esta belleza, sino que, al contrario, la tomaba con toda normalidad. Además, siempre tuvo una vida sencilla y modesta.

2 AMOR A LOS POBRES

Ella se caracterizaba por su generosidad, solidaridad y compasión. Siempre estaba dispuesta a ayudar a los pobres, enfermos y esclavos, y compartió lo que tenía con los más necesitados. 

3 LABORIOSIDAD

La santa peruana ayudaba en las labores de su hogar, visitaba a los enfermos, para atenderlos, y apoyaba a sus padres en tareas del huerto y de costura. Ella dedicaba la mayor parte de su día a trabajar, orar y ayudar a los demás.

4 ORACIÓN CONSTANTE

Rosa nunca dejaba de alabar a Dios, su amor desbordaba y siempre daba fe de las bondades que recibía del Señor. Ella entendía la oración como una forma de comunicarse con el Padre y sentir su presencia, bondad y amor.

5 FE INCONDICIONAL

Isabel Flores de Oliva tenía mucha confianza en la bondad y misericordia de Dios. Ella creía en el perdón de los pecados mediante el sacrificio y la entrega total a los más necesitados.

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