Evangelio según San Lucas 20,27-38.
Se acercaron a Jesús algunos saduceos, que niegan la resurrección, y le dijeron: “Maestro, Moisés nos ha ordenado: Si alguien está casado y muere sin tener hijos, que su hermano, para darle descendencia, se case con la viuda. Ahora bien, había siete hermanos. El primero se casó y murió sin tener hijos.
El segundo se casó con la viuda, y luego el tercero. Y así murieron los siete sin dejar descendencia. Finalmente, también murió la mujer. Cuando resuciten los muertos, ¿de quién será esposa, ya que los siete la tuvieron por mujer?“.
Jesús les respondió: “En este mundo los hombres y las mujeres se casan, pero los que sean juzgados dignos de participar del mundo futuro y de la resurrección, no se casarán.
Ya no pueden morir, porque son semejantes a los ángeles y son hijos de Dios, al ser hijos de la resurrección.
Que los muertos van a resucitar, Moisés lo ha dado a entender en el pasaje de la zarza, cuando llama al Señor el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob. Porque él no es un Dios de muertos, sino de vivientes; todos, en efecto, viven para él“.
Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:
A veces se pide a los niños que hagan dibujos sobre realidades espirituales. Hay un chiste sobre un niño que anunció al profesor que iba a hacer un dibujo de Dios. El profesor dijo: “Pero nadie sabe cómo es Dios“, a lo que el niño respondió: “Después de que yo dibuje esto, lo sabrán“.*
Después de leer el evangelio de hoy (Lucas 20:27-38), pensé que sería interesante pedir a los niños que hicieran un dibujo sobre cómo es el cielo. Podría imaginar que algunos se parecerían a Disney World, y que se representarían divirtiéndose mucho, haciendo todas sus actividades favoritas y comiendo todas sus comidas preferidas. Si preguntáramos a los adultos cómo creen que sería el cielo, estoy seguro de que incluiría actividades favoritas, la posesión de artículos de lujo que no es posible comprar en esta vida, (una vez más) comer todos nuestros alimentos favoritos sin engordar, tal vez incluso viajar a lugares lejanos y emocionantes del mundo, y tal vez incluso la oportunidad de conocer a personas famosas a las que nos gustaría hacer preguntas sobre su vida y su época. Hace muchos años en nuestra Comunidad Religiosa alguien hizo una pancarta que decía “¡En el cielo no habrá reuniones!”. Cada uno de nosotros visualiza el cielo de manera única, particular a nuestras personalidades, y a nuestros gustos y deseos.
Por supuesto, después de reflexionar un poco, llegamos a hablar de estar unidos completamente a Dios y compartir su vida, y estar con nuestros seres queridos que ya no están. A partir de la respuesta de Jesús a los saduceos, reconocemos que gran parte de nuestra vida aquí palidecerá en comparación con las glorias del cielo. Muchas de las cosas por las que nos esforzamos aquí, y a las que dedicamos nuestro tiempo y esfuerzo -especialmente en relación con el poder, el placer y las posesiones- se desvanecerán en comparación con la alegría de estar unidos a Dios por la eternidad. Nuestras ideas sobre el cielo y la vida eterna con Dios están definitivamente limitadas y condicionadas por nuestra vida y experiencia aquí. ¡Estoy seguro de que todos nos sorprenderemos!
Los saduceos eran sacerdotes del templo judío y miembros de la clase dirigente. No creían en la resurrección de los muertos porque no formaba parte de la Ley judía en los primeros cinco libros de las Escrituras hebreas. Sólo más tarde, en los libros proféticos y en el Libro de Daniel, se recibieron revelaciones sobre la resurrección de los muertos. Por lo tanto, les resultaba conflictivo hablar de la resurrección y querían atrapar a Jesús y ridiculizarlo por su respuesta a su pregunta. Como de costumbre, Jesús, en su sabiduría -como Dios hecho hombre- los dejó rascándose la cabeza y quedando estupefactos por su respuesta.
Al reflexionar sobre las lecturas de esta semana, pensé en nuestra propia comprensión y experiencia de esa resurrección de Jesús de entre los muertos. Cuando recitamos el Credo profesamos nuestra fe en “la resurrección de los muertos y la vida del mundo futuro”. Lo decimos una y otra vez, pero ¿qué significa realmente para nosotros aquí y ahora?
Sí, creemos en la resurrección histórica de los muertos, una de las creencias centrales y esenciales de nuestra fe. Lo celebramos en particular en Pascua, cuando celebramos solemnemente la resurrección de Jesús de entre los muertos. La celebración de la Eucaristía cada domingo es una conmemoración de esa resurrección, santificando así el “Día del Señor”.
Pero la resurrección es para nosotros más que un día en el calendario. Es una promesa de Dios: la promesa de que nuestra fidelidad a Jesús en esta vida nos unirá para siempre con Dios en el cielo. Ese es nuestro destino: el cielo con Dios, los ángeles y los santos.
En el Credo también profesamos nuestra fe en la “comunión de los santos”, que estamos unidos espiritualmente a nuestros seres queridos fallecidos, y a todos los que compartirán con nosotros las aguas del Bautismo.
Nuestra experiencia de la resurrección -sí, EXPERIENCIA- también tiene que ver con el aquí y el ahora. Experimentamos y compartimos la resurrección de Jesús cuando estamos llenos de esperanza. La esperanza es la virtud más asociada a la resurrección de Jesús de entre los muertos. Así como todos experimentamos pequeñas “muertes” en nuestra vida -decepciones, dificultades y pérdidas- también podemos reconocer cómo con el tiempo nuestra paz fue restaurada. Milagrosamente, parece que Dios extendió la mano y quitó el velo oscuro que cubría nuestros ojos, y empezamos a ver las duras realidades de la vida de una manera diferente. De repente, nuestras lágrimas se secaron, pudimos volver a sonreír y a mirar la vida con ilusión. La vida volvió a ser una alegría. Esa es la gracia de la resurrección que actúa en nosotros. Ese es nuestro primer sabor de lo que nos espera con Dios en el cielo: una nueva forma de ver, sentir, pensar, actuar y vivir; una nueva forma de experimentarnos a nosotros mismos, a los demás y, en particular, a Dios. Una vez más, este conocimiento y esta experiencia no han de mantenerse en secreto, sino que han de compartirse con los demás, para animar y levantar a los demás, especialmente a los que están atrapados en la desesperanza y agobiados por sus decepciones, dificultades y pérdidas.
Este fin de semana, este evangelio nos invita no sólo a disipar las dudas de los saduceos sobre la resurrección, sino a asegurarnos de que no sólo es una promesa de Dios que se cumplirá después de nuestra muerte, sino una realidad de la que ya participamos, en la medida en que participamos de la vida y la gracia de Dios aquí y ahora.
*Esta historia, no procede de una de mis dos fuentes habituales.
Pope Francis waves as he arrives for a meeting with young people at Sacred Heart School in Awali, Bahrain, Nov. 5, 2022 (CNS photo/Vatican Media).
DISCURSO DEL SANTO PADRE ENCUENTRO CON LOS JÓVENES
VIAJE APOSTÓLICO DE SU SANTIDAD EL PAPA FRANCISCO AL REINO DE BARÉIN (3-6 DE NOVIEMBRE DE 2022)
Colegio del Sagrado Corazón de Awali Sábado, 5 de noviembre de 2022
Queridos amigos, hermanos y hermanas, ¡buenos días!
Les agradezco que estén aquí, de muchas naciones y con tanto entusiasmo. Quisiera agradecer a Sor Rosalyn sus palabras de bienvenida y la dedicación con la que, junto con muchos otros, dirige este Colegio del Sagrado Corazón.
Y me alegro de haber visto en el Reino de Baréin un lugar de encuentro y diálogo entre diferentes culturas y credos. Y en este momento, mirándolos a ustedes, que no son de la misma religión y no tienen miedo de estar juntos, pienso que sin ustedes esta convivencia de las diferencias no sería posible. ¡Y no tendría futuro! En la masa del mundo, ustedes son la buena levadura destinada a crecer, a superar tantas barreras sociales y culturales, y a promover gérmenes de fraternidad y novedad. Jóvenes, ustedes son los que, como viajeros inquietos y abiertos a lo inédito, no tienen miedo de enfrentarse, dialogar, “hacer ruido” y mezclarse con los demás, convirtiéndose en la base de una sociedad amiga y solidaria. Y esto, queridos amigos, es fundamental en los contextos complejos y plurales en los que vivimos; derribar algunas barreras para inaugurar un mundo más conforme al hombre, más fraternal, aun cuando esto suponga enfrentar muchos retos. A este respecto, tomando como referencia sus testimonios y sus preguntas, me gustaría dirigirles tres pequeñas invitaciones, no tanto para enseñarles algo sino para animarlos.
La primera invitación es a abrazar la cultura del cuidado. Sor Rosalyn utilizó esta expresión: “cultura del cuidado”. Hacerse cargo, cuidar, significa desarrollar una actitud interior de empatía, una mirada atenta que nos lleva a salir de nosotros mismos, una presencia amable que supera la indiferencia y nos impulsa a interesarnos por los demás. Este es el punto de inflexión, el comienzo de la novedad, el antídoto contra un mundo cerrado que, impregnado de individualismo, devora a sus hijos; contra un mundo prisionero de la tristeza, que genera indiferencia y soledad. Me permito decirles, ¡cuánto daño hace el espíritu de tristeza! Porque si no aprendemos a hacernos cargo de lo que nos rodea —de los demás, de la ciudad, de la sociedad, de la creación— terminamos pasando la vida como los que corren, se afanan, hacen muchas cosas, pero, al final, se quedan tristes y solos porque nunca han experimentado en profundidad la alegría de la amistad y de la gratuidad. Y no le han dado al mundo aquel toque único de belleza que sólo él, o ella, y nadie más podría darle. Como cristiano, pienso en Jesús y veo que sus acciones estuvieron siempre animadas por el cuidado. Cuidó las relaciones con todos los que encontraba en las casas, en los pueblos y en los caminos. Miraba a la gente a los ojos, escuchaba sus peticiones de ayuda, se acercaba y tocaba sus heridas. Ustedes, ¿miran a la gente a los ojos? Jesús entró en la historia para decirnos que el Altísimo cuida de nosotros; para recordarnos que estar del lado de Dios significa hacerse cargo de alguien y de algo, especialmente de los más necesitados.
La hermana Rosely Thomas AC junto a estudiantes de otras confesiones religiosas.
Amigos, ¡qué maravilloso es convertirse en especialistas del cuidado y artistas de las relaciones! Pero esto requiere, como todo en la vida, un entrenamiento constante. Así que no se olviden de cuidarse primero a ustedes mismos, no tanto del exterior, sino del interior, la parte más oculta y preciosa de ustedes. ¿Cuál es? El alma, el corazón. ¿Y cómo se hace para cuidar el corazón? Traten de escucharlo en silencio, de encontrar espacios para estar en contacto con su interioridad, para sentir el regalo que son, para acoger su propia existencia y no dejar que se les escape de las manos. Que no les suceda ser “turistas de la vida”, que sólo la miran desde fuera, superficialmente. Y, en silencio, siguiendo el ritmo de vuestro corazón, hablen con Dios. Háblenle de ustedes mismos, y también de aquellos que encuentran cada día y que Él les da como compañeros de viaje. Llévenle los rostros, las situaciones felices y dolorosas, porque no hay oración sin relaciones, como tampoco hay alegría sin amor.
Y el amor —ustedes lo saben— no es una telenovela o una película romántica. Amar es preocuparse por el otro, cuidarlo, ofrecer el propio tiempo y los propios dones a quien lo necesita, arriesgarse para hacer de la vida un regalo que genera ulterior vida. Amigos, por favor, no se olviden nunca de una cosa: todos ustedes —sin excluir a nadie— son un tesoro, un tesoro único y valioso. Por eso, no encierren su vida en una caja fuerte, pensando que es mejor no hacer ningún esfuerzo porque no ha llegado aún el momento de gastarla. Muchos de ustedes están aquí de paso, por razones de trabajo y a menudo por un tiempo determinado. Pero si vivimos con la mentalidad del turista, no aprovechamos el momento presente y nos arriesgamos a desperdiciar trozos enteros de vida. Qué hermoso es, en cambio, dejar ahora una buena huella en el camino, preocupándonos por la comunidad, por los compañeros de clase, por los colegas de trabajo, por la creación. Nos hace bien preguntárnoslo, ¿qué huella estoy dejando ahora, aquí donde vivo, en el lugar donde la Providencia me ha puesto?
Apostolic Carmel Sisters.
Esta es la primera invitación, la cultura del cuidado; si la hacemos nuestra, contribuimos a que crezca la semilla de la fraternidad. Y esta es la segunda invitación que quisiera hacerles: sembrar fraternidad. Me gustó lo que dijiste Abdulla: “Es necesario ser campeones no sólo en el campo de juego, sino en la vida”. Campeones fuera del campo. Es verdad, ¡sean campeones de fraternidad, fuera del campo! Este es el desafío de hoy para el triunfo de mañana, el desafío de nuestras sociedades cada vez más globalizadas y multiculturales. Miren, todos los instrumentos y la tecnología que la modernidad nos da no bastan para que el mundo sea pacífico y fraterno. Lo estamos viendo, en efecto, los vientos de guerra no se aplacan con el progreso técnico. Constatamos con tristeza que en muchas regiones las tensiones y las amenazas aumentan, y a veces los conflictos estallan. Pero esto a menudo sucede porque no se trabaja el propio corazón, porque se permite que en las relaciones con los demás las distancias se agranden, y de este mismo modo las diferencias étnicas, culturales, religiosas y de otro tipo se convierten en problemas y temores que aíslan, y no en oportunidades para crecer juntos. Y cuando parecen ser más fuertes que la fraternidad que nos une, se corre el riesgo del enfrentamiento.
A ustedes jóvenes, que son más directos y capaces de establecer contactos y amistades, superando los prejuicios y las barreras ideológicas, quiero decirles: sean sembradores de fraternidad y serán cosechadores de futuro, porque el mundo sólo tendrá futuro en la fraternidad. Es una invitación que encuentro en el centro de mi fe. Dice la Biblia: «¿Cómo puede amar a Dios, a quien no ve, el que no ama a su hermano, a quien ve? Este es el mandamiento que hemos recibido de él: el que ama a Dios debe también amar a su hermano» (1 Jn 4,20-21). Sí, Jesús nos pide que no desvinculemos nunca el amor a Dios del amor al prójimo, haciéndonos nosotros mismos prójimos de todos (cf. Lc 10,29-37). De todos, no sólo de quien me resulta simpático. Vivir como hermanos y hermanas es la vocación universal confiada a toda criatura. Y ustedes, jóvenes —sobre todo ustedes—, frente a la tendencia dominante de permanecer indiferentes y mostrarse intolerantes con los demás, hasta el punto de avalar guerras y conflictos, están llamados a «reaccionar con un nuevo sueño de fraternidad y de amistad social que no se quede en las palabras» (Fratelli tutti, 6). Las palabras no son suficientes, se necesitan gestos concretos realizados en lo cotidiano.
Hagámonos algunas preguntas también aquí: ¿Soy abierto a los demás? ¿Soy amigo o amiga de alguna persona que no forma parte de mi grupo de intereses, que tiene creencias y costumbres diferentes de las mías? ¿Busco el encuentro o me quedo en lo mío? El camino es el que nos ha señalado Nevin con pocas palabras: “crear buenas relaciones”, con todos. En ustedes, jóvenes, está vivo el deseo de viajar, de conocer nuevas tierras, de superar los límites de los lugares habituales. Quisiera decirles: aprendan a viajar también dentro de ustedes mismos, amplíen las fronteras interiores, para que se desplomen los prejuicios sobre los demás, se reduzca el espacio de la desconfianza, se derriben los muros del miedo, florezca la amistad fraterna. También en esto déjense ayudar por la oración, que ensancha el corazón y que, abriéndonos al encuentro con Dios, nos ayuda a ver en quién encontramos a un hermano y una hermana. A este respecto, son hermosas las palabras de un profeta que dice: «¿No nos ha creado un solo Dios? ¿Por qué nos traicionamos unos a otros?» (Ml 2,10). Sociedades como esta, con una notable riqueza de fe, tradiciones y lenguas diversas, pueden convertirse en “escuelas de fraternidad”. Aquí estamos a las puertas del gran y multiforme continente asiático, al que un teólogo definió como «un continente de lenguas» (A. Pieris, en Teologia in Asia, Brescia 2006, 5); ¡sepan armonizarlas en la única lengua, la lengua del amor, como verdaderos campeones de fraternidad!
Quisiera hacerles además una tercera invitación. Se refiere al desafío de tomar decisiones en la vida. Ustedes lo saben bien, por la experiencia de cada día, no existe una vida sin desafíos que afrontar. Y siempre, frente a un desafío, como ante una encrucijada, es necesario elegir, involucrarse, arriesgarse, decidir. Pero esto requiere una buena estrategia, no se puede improvisar viviendo sólo por instinto y al instante. ¿Y cómo se hace para prepararse, para entrenar la capacidad de decidir, la creatividad, la valentía, la perseverancia? ¿Cómo afinar la mirada interior, aprender a juzgar las situaciones, a captar lo esencial? Se trata de crecer en el arte de orientarse en las decisiones, de tomar la dirección correcta. Por eso, la tercera invitación es hacer elecciones en la vida, elecciones justas.
Todo esto me vino a la mente pensando en las preguntas de Merina. Son interrogantes que expresan justamente la necesidad de descubrir la dirección que hay que tomar en la vida. —Por cómo dijo las cosas, ella muestra ser muy valiente— Y puedo compartirles mi experiencia: era un adolescente como ustedes, como todos, y mi vida era la vida normal de un joven. La adolescencia —lo sabemos— es un camino, es una etapa de crecimiento, un periodo en el que nos asomamos a la vida en sus aspectos a veces contradictorios, afrontando ciertos desafíos por primera vez. Y bien, ¿cuál es mi consejo?: ¡sigan adelante sin miedo, y nunca solos! Dos cosas, sigan adelante sin miedo y nunca solos. Dios nunca los deja solos, pero, para darles una mano, espera que se la pidan. Él nos acompaña y nos guía. No con prodigios y milagros, sino hablando delicadamente por medio de nuestros pensamientos y de nuestros sentimientos; y también a través de nuestros profesores, nuestros amigos, nuestros padres y todas las personas que quieren ayudarnos.
Es necesario, entonces, aprender a distinguir su voz. La voz de Dios que nos habla. ¿Cómo aprendemos esto? Como nos decías tú, Merina, por medio de la oración silenciosa, el diálogo íntimo con Él, conservando en el corazón lo que nos hace bien y nos da paz. La paz es un signo de la presencia de Dios. Esta luz de Dios ilumina el laberinto de pensamientos, emociones y sentimientos en el que a menudo nos movemos. El Señor desea iluminar sus inteligencias, sus sentimientos más íntimos, las aspiraciones que tienen en el corazón, las opiniones que maduran dentro de ustedes. Quiere ayudarlos a distinguir lo que es esencial de lo que es superficial, lo que es bueno de lo que es malo para ustedes y para los demás, lo que es justo de lo que genera injusticia y desorden. Nada de lo que nos sucede le es ajeno a Dios, nada, pero con frecuencia somos nosotros los que nos alejamos de Él, no le confiamos las personas y las situaciones, nos cerramos en el miedo y la vergüenza. No, alimentemos en la oración la certeza consoladora de que el Señor vela sobre nosotros, que no duerme, sino que nos cuida siempre.
Pope Francis is welcomed by girls and boys in traditional dress during a meeting with young people in Sacred Heart School in Manama, Bahrain, 05 November 2022. EPA/MAURIZIO BRAMBATTI.
Amigos, jóvenes, la aventura de las decisiones no la realizamos solos. Por eso, permítanme decirles una última cosa: busquen siempre, antes que las opiniones de internet, buenos consejeros en la vida, personas sabias y de confianza que puedan orientarlos, ayudarlos. Pienso en los padres y en los maestros, pero también en los ancianos, en los abuelos, y en un buen acompañante espiritual. ¡Cada uno de nosotros necesita ser acompañado en el camino de la vida! Repito lo que les he dicho, ¡nunca solos! Necesitamos ser acompañados en el camino de la vida.
Queridos jóvenes, los necesitamos, necesitamos su creatividad, sus sueños y su valentía, su simpatía y sus sonrisas, su alegría contagiosa y también esa pizca de locura que ustedes saben llevar a cada situación, y que ayuda a salir del sopor de la rutina y de los esquemas repetitivos en los que a veces encasillamos la vida. Como Papa quiero decirles: la Iglesia está con ustedes y los necesita, a cada uno de ustedes, para rejuvenecer, explorar nuevos senderos, experimentar nuevos lenguajes, volverse más alegre y acogedora. ¡No pierdan nunca la valentía de soñar y de vivir en grande! Aprópiense de la cultura del cuidado y difúndanla; sean campeones de fraternidad; afronten los desafíos de la vida dejándose orientar por la creatividad fiel de Dios y por buenos consejeros. Y, por último, acuérdense de mí en sus oraciones. Yo haré lo mismo por ustedes; los llevo en el corazón. ¡Gracias! God be with you! Allah ma’akum [Que Dios esté con ustedes]
Descubren un monasterio que muestra hasta dónde había llegado el cristianismo primitivo
Por Andrés Jaromezuk– Churchpop.com
Un reciente descubrimiento arqueológico en Oriente Medio hecha nueva luz sobre la historia del cristianismo promitivo y los límites geográficos que había alcanzado los seguidores de Jesús. Se trata de un monasterio encontrado en Emiratos Árabes Unidos (EAU), un país de mayoría musulmana, que dataría de hace 1400 años.
Este hallazgo permite conocer más a fondo la vida de los primeros cristianos un siglo antes de la aparición del Mahoma en la región.
La constucción que albergaba a esta comunidad de monjes es la segunda que se ha descubierto en la región. Ambas habían quedado sepultadas en las arenas del desierto luego de que muchos cristianos se terminaran por convertir al Islam.
Timothy Power, profesor asociado de arqueología en la Universidad de los Emiratos Árabes Unidos que ayudó a investigar el monasterio recién descubierto, sostiene que EAU son hoy un “crisol de naciones”.
“El hecho de que algo similar estuviera sucediendo aquí hace 1,000 años es realmente notable y esta es una historia que merece ser contada”, dijo.
La datación por carbono de las muestras encontradas en la fundación del monasterio datan entre 534 y 656.
Visto desde arriba, el plano del monasterio en la isla de Siniyah sugiere que los primeros fieles cristianos rezaban dentro de una iglesia de un solo pasillo en el monasterio. Las habitaciones del interior parecen albergar una pila bautismal, así como un horno para hornear pan u hostias para ritos de comunión. Una nave probablemente también albergaba un altar y una instalación para el vino de comunión.
Junto al monasterio se encuentra un segundo edificio con cuatro habitaciones, probablemente alrededor de un patio, posiblemente la casa de un abad o incluso un obispo en la iglesia primitiva.
Los historiadores dicen que las primeras iglesias y monasterios se extendieron a lo largo del Golfo Pérsico hasta las costas de la actual Omán y hasta la India. Los arqueólogos han encontrado otras iglesias y monasterios similares en Bahrein, Irak, Irán, Kuwait y Arabia Saudita.