Evangelio según San Lucas 19,1-10.
Jesús entró en Jericó y atravesaba la ciudad. Allí vivía un hombre muy rico llamado Zaqueo, que era jefe de los publicanos.
El quería ver quién era Jesús, pero no podía a causa de la multitud, porque era de baja estatura.
Entonces se adelantó y subió a un sicomoro para poder verlo, porque iba a pasar por allí.
Al llegar a ese lugar, Jesús miró hacia arriba y le dijo: “Zaqueo, baja pronto, porque hoy tengo que alojarme en tu casa“. Zaqueo bajó rápidamente y lo recibió con alegría.
Al ver esto, todos murmuraban, diciendo: “Se ha ido a alojar en casa de un pecador“.
Pero Zaqueo dijo resueltamente al Señor: “Señor, voy a dar la mitad de mis bienes a los pobres, y si he perjudicado a alguien, le daré cuatro veces más“.
Y Jesús le dijo: “Hoy ha llegado la salvación a esta casa, ya que también este hombre es un hijo de Abraham, porque el Hijo del hombre vino a buscar y a salvar lo que estaba perdido“.
Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:
Estoy seguro de que el nombre de George Joseph Kresge no significa nada para ninguno de ustedes. Sin embargo, tal vez sepan quién es, pero su “nombre artístico”: el Asombroso Kreskin. Es un mentalista que quizá hayan visto en la televisión, en programas de entrevistas o de variedades, o hayan oído hablar de su rutina en los clubes nocturnos. No puede predecir el futuro ni nada por el estilo, pero tiene la inquietante capacidad de leer la mente de las personas. Suele utilizar su talento con fines de entretenimiento, y ha adquirido gran fama a lo largo de los años.
Pensé en el Asombroso Kreskin cuando leí por primera vez el evangelio de este fin de semana (Lucas 19:1-10). En él escuchamos cómo Jesús ha entrado en Jericó, en su camino de Nazaret a Jerusalén, y ve a Zaqueo, el recaudador de impuestos. Parece que Jesús -como Dios hecho hombre- tiene la capacidad de leer las mentes, los corazones y las almas de las personas, como tantas veces hizo. Podía ver más allá del exterior y saber lo que había en su corazón, su mente y su alma.
El fin de semana pasado conocimos a un recaudador de impuestos en la parábola de Jesús. Zaqueo, en el evangelio de esta semana, es un personaje intrigante. Se nos dice que Zaqueo era rico, así que cuando Jesús miró hacia el árbol no vio a un joven desaliñado, sino a un caballero elegantemente vestido. Como recaudador de impuestos era despreciado por sus compañeros judíos, porque cobraba impuestos para los romanos conquistadores. Para empezar a ser el principal recaudador de impuestos de una ciudad o pueblo había que pujar por ello. Los romanos indicaban la cantidad de impuestos que planeaban recaudar en una zona determinada, y la gente pujaba por tener la “franquicia” de recaudar los impuestos. Ahora bien, esto significaba que el jefe de los recaudadores de impuestos -no un simple empleado como Mateo, que se convirtió en discípulo (y apóstol)- “rellenaba” los impuestos que recaudaba para superar la oferta de otros contendientes, y también para “comprar” su camino hacia la amistad y el respeto de la gente que lo despreciaba. Así que Zaqueo era bien conocido por la gente de Jericó, y se escandalizaron de que -de todas las casas de Jericó- Jesús fuera a la casa de este pecador público que los estaba estafando con cargas fiscales rellenas.
Jesús vio algo en el corazón, la mente y el alma de Zaqueo. Aunque Zaqueo era infiel a la alianza, anhelaba vivir como hijo de Abraham y participar en la vida de la comunidad. Jesús pudo “leer” su arrepentimiento y su dolor por la vida que había llevado. Por eso se acercó a Zaqueo y fue a su casa. Allí Zaqueo expresa su dolor por su vida pecaminosa. Llega a decir que devolvería el dinero que había robado devolviendo cuatro veces la cantidad. ¡Esto habría sido considerable! Eso habría reducido enormemente su riqueza. Además, prometió dar la mitad de sus posesiones a los pobres. Zaqueo estaba dando un giro completo a su vida. De hecho, se había perdido y ahora se había encontrado. Él, y toda su familia, estaban ahora reconciliados con la alianza con Dios.
Zaqueo confiaba en la misericordia de Dios. Esta misericordia había sido proclamada a lo largo de las Escrituras hebreas, así como en la predicación de Jesús. La Primera Lectura del Libro de la Sabiduría (11,22 – 12,2) refleja esa misericordia. Se nos dice que Dios es misericordioso, porque ha creado todas las cosas, y no puede odiar lo que ha creado, a pesar de su pecado. Los infractores son llamados, una y otra vez, a “abandonar su maldad y creer en el Señor”. Así, la misericordia de Dios se extiende a todos los que le invocan. Él conoce los secretos más íntimos de nuestra mente, nuestro corazón y nuestra alma, y nos llama a recibir esa misericordia y esa vida nueva, para vivir como su pueblo.
Jesús el Señor nos llama a renovar la nueva alianza, sellada por su sangre en la cruz. Él ha ganado nuestra salvación. Su misericordia y su perdón se extienden a nosotros una y otra vez. Él busca esa buena voluntad -como con Zaqueo- para que su abundante gracia entre en nuestras vidas y nos renueve. No hará las cosas a medias, sino que nos transformará por completo si le dejamos entrar. Había muchos recaudadores de impuestos y pecadores públicos en Galilea y Judea, pero Zaqueo parece ser uno de los principales pecadores que se dirigió a Jesús y se le prometió una nueva vida. Zaqueo abandonó sus costumbres pecaminosas y vivió como un hijo de Abraham, y como un seguidor de Jesús. Su acto de contrición cambió por completo su futuro, y redujo su pasado a un mero recuerdo. La misericordia de Dios lo había curado y devuelto a su lugar adecuado en relación con Dios y la comunidad.
¿Y qué hay de nosotros? Jesús nos ofrece esa misma misericordia y ese mismo amor si nos dirigimos a él. Entonces seremos renovados y curados de nuestro pecado. Él puede leer nuestras mentes, corazones y almas, y sabe lo que hay. Entra donde se le invita y nos llena de gracia.
Puesto que hemos recibido tal regalo de Dios -nuestra salvación-, Jesús nos llama a mirarnos los unos a los otros y a tratar de “leer” los corazones, las mentes y las almas de los demás, y sacar de cada uno una respuesta fiel a Dios. Puede que no seamos un “Kreskin asombroso”, pero cuando tenemos amor y sabiduría, Dios puede utilizarnos como sus instrumentos para llevar misericordia y salvación a los demás. Nuestras palabras -consejo y consuelo- pueden llevar la esperanza a otros de que pueden dejar atrás su pecaminosidad y abrazar la plenitud del mensaje de Jesús. En casa, en el trabajo y en la escuela, tenemos influencia los unos sobre los otros, y estamos llamados -como seguidores de Jesús- a mirar en la mente, en el corazón y en el alma de los demás y avivar la llama de la fe que hay allí, fomentar el arrepentimiento y el cambio de corazón, confirmar el amor y la misericordia de Dios hacia nosotros, y dar a los demás la esperanza de que su nueva vida será bendecida por Dios.
Pongámonos hoy en el lugar de Zaqueo y busquemos al Señor para dejar de estar perdidos y ser encontrados.