AMLO felicita a Lula

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¿Por qué repunta Bolsonaro?

Por Esther Solano Gallego– Revista Nueva Sociedad.
A pesar de la cantidad de muertes y de la pésima gestión de la pandemia de covid-19, la aprobación de Jair Bolsonaro crece. No solo mantiene la fidelidad de sus votantes duros, sino que recibe la aprobación de parte de la población más pobre del Nordeste, a la que ha dirigido programas sociales de emergencia. Los cambios en la estrategia bolsonarista y los errores de la oposición progresista explican mucho de lo que está sucediendo en Brasil.
Las últimas encuestas de diferentes institutos de opinión pública son claras: la popularidad de Jair Bolsonaro es la mayor desde que asumió su mandato. Si bien se plantea una duda metodológica muy pertinente, y es que la pandemia ha obligado a que todas estas encuestas se realicen por teléfono y esto dificulta mucho el acceso a la población brasileña más empobrecida, lo cierto es que las más de 120,000 personas muertas parecen no pasarle factura al presidente de Brasil. ¿Cómo es esto posible?

Fieles, críticos y arrepentidos: Bolsonaro incrementa su votación

Para entender las razones por las que 58.2 millones de brasileños votaron por Bolsonaro, dividimos a sus votantes en dos categorías: votantes radicales, que hoy en día constituyen entre 10% y 15% de su base de apoyo, y votantes moderados, la gran mayoría de su base electoral. Los primeros, el núcleo duro bolsonarista, son fundamentalmente hombres blancos, de clase media-alta, del sur-sureste del país y de entre 25 y 45 años. Tienen una adhesión emocional y psicológica absoluta a Bolsonaro y a su proyecto, no solo en lo político, sino también en lo vital, lo que significa compartir su visión del mundo LGBT-fóbica. Pero ¿por qué muchos de los más moderados aún continúan confiando en Bolsonaro?
Bolsonaro representa una tendencia política antisistémica y antipartidista. Así, su imagen se constituye como la del outsider, como el único político honesto que, genuinamente, quiere luchar contra un sistema corrupto. Al día de hoy, uno de los legados más problemáticos de la operación Lava Jato es una intensa criminalización de la política que caló hondo fundamentalmente en las clases medias tradicionales brasileñas, que compartían la visión del entonces juez Sérgio Moro como el héroe anticorrupción. Gran parte del público fiel a Bolsonaro continúa manteniendo su apoyo no tanto porque confía plenamente en el presidente o porque está totalmente satisfecho con su gestión, sino porque no reconoce otra alternativa política o electoral viable justamente por entender que el sistema en su conjunto está intrínsecamente corrompido. Bolsonaro todavía es visto por este público como honesto y auténtico.
Para entender cómo se comporta su base electoral moderada, emprendimos junto con Camila Rocha una investigación en la que clasificamos a este electorado en tres categorías: fieles, críticos y arrepentidos. Veamos los argumentos de cada grupo. Además de la honestidad, los argumentos que los más fieles repiten cuando justifican su apoyo son muy recurrentes: a) «en comparación con los 14 años de gobiernos petistas, Bolsonaro aún no ha tenido tiempo de gobernar»; b) «el Partido de los Trabajadores (PT) dejó el país destruido política, económica y socialmente, por lo que recomponerlo no es una tarea fácil»; c) «cuando Brasil empezó a encarrilarse, llegó la pandemia y todo se detuvo»; d) «Bolsonaro hace todo lo posible por mejorar la situación del país, pero la persecución permanente que sufre por parte de la prensa, los políticos de oposición y el Tribunal Supremo [unos de los principales enemigos de presidente] hacen que no consiga gobernar».
Sin embargo, es entre la clase media y alta más «lavajatista» donde Bolsonaro perdió más adhesión. Esta población recibió como un duro golpe la dimisión del ministro Moro, a cargo de la cartera de Justicia y Seguridad Pública, el 24 de abril de 2020, tras acusar a Bolsonaro de interferencia política en el nombramiento del director de la Policía Federal a fin de proteger a sus hijos de las investigaciones llevadas a cabo sobre ellos. A su vez, los hijos de Bolsonaro son uno de sus mayores problemas. Varios procesos pesan sobre los tres que tienen representación política. Sobre Flávio Bolsonaro, senador por Río de Janeiro, pesan acusaciones de realizar transacciones financieras ilegales por valor de 1.2 millones de reales (más de 200,000 dólares). Sobre Carlos Bolsonaro, concejal por Río de Janeiro, pesan dos acusaciones: la primera por nombramiento de cargos fantasma en su gabinete y la segunda, la más importante en este momento, por ser uno de los supuestos coordinadores de la campaña de noticias falsas a través de millones de mensajes ilegales durante la campaña electoral. La misma acusación de coordinar el esquema masivo de noticias falsas pesa sobre Eduardo Bolsonaro, diputado federal por San Pablo. Esta última investigación sobre fake news electorales es la que más preocupa en Brasilia, ya que el Tribunal Supremo Electoral ha abierto un proceso de impugnación de la candidatura Bolsonaro-Mourão sobre la base de esta investigación.
Además de la frustración por la salida de Moro y de su visión negativa de los hijos del presidente, quienes votaron por Bolsonaro y ahora están decepcionados o arrepentidos presentan los siguientes argumentos: a) «Bolsonaro no cumple con el decoro que su función exige, es excesivamente violento, autoritario, histriónico en su forma de conducir el gobierno y con sus polémicas continuas causa gran inestabilidad»; b) «la gestión de Bolsonaro de la pandemia de covid-19 es irresponsable e inhumana, no se preocupa ni por los enfermos ni por los muertos».
Podemos decir que los dos factores principales para el debilitamiento de Bolsonaro eran el covid-19 y las sospechas de corrupción que involucraban a sus hijos. La mayoría de los brasileños considera que su comportamiento frente a la pandemia denota falta de carácter y humanidad. 
En las últimas semanas, parece que Bolsonaro y sus asesores entendieron este mensaje de su base más desencantada y cambiaron su estrategia: han hecho desaparecer a sus hijos del espacio público y de las redes sociales y han «domesticado» a un Bolsonaro que está más moderado que en los inicios de su presidencia. Como consecuencia de este giro estratégico en su comportamiento, su popularidad ha vuelto a crecer. Sobre los más de 110,000 muertos por la pandemia y las críticas a su gestión, Bolsonaro también tiene una estrategia clara: la culpa de estos números y de la crisis económica que se avecina no la tiene él, la tienen los gobernadores de los estados y los alcaldes que no siguieron sus recomendaciones de que la gente pudiera salir a trabajar, decretaron confinamientos que solo algunos cumplieron y, de esta forma, no lograron atajar la pandemia y agravaron la crisis económica. Parece que esta reciente táctica también puede estar comenzando a funcionar.
En paralelo, la popularidad de Bolsonaro comienza a aumentar entre los más pobres, a causa, fundamentalmente, de una ayuda de emergencia de 600 reales (112 dólares) mensuales que recibirán durante la pandemia y que es esencial para la supervivencia de millones de brasileños. Por otro lado, Bolsonaro comienza a invertir políticamente en el Nordeste, la región más empobrecida del país y feudo electoral histórico del lulismo. Sabe que si se gana a las clases populares con ayudas económicas, se allanaría el camino hacia la reelección. Los datos impresionan: 65,3 millones de brasileños están recibiendo la ayuda y un tercio de ellos están en la región Nordeste. No hay que olvidar que parte del apoyo popular a Luiz Inácio Lula da Silva se basó en este tipo de transferencias de ingresos.
El problema es que este ingreso no puede ser para siempre, y el neoliberal ministro de Economía Paulo Guedes, el nexo con el empresariado y el capital nacional e internacional, ya está insistiendo en que es incompatible con sus políticas de ajuste presupuestario y fiscal. ¿Serán capaces Guedes y Bolsonaro de llegar a un acuerdo para mantener a lo largo del tiempo algún flujo de ingresos (aunque sea de valor menor a 600 reales) que garantice el apoyo de los más pobres pero, al mismo tiempo, de continuar con los planes privatistas y las reformas (tributaria y administrativa serían las próximas) para mantener satisfechos a los dueños del dinero? Veremos.
No debemos olvidar que Bolsonaro mantiene la fidelidad de los principales obispos de las mayores iglesias evangélicas pentecostales y neopentecostales, como la Iglesia Universal del Reino de Dios y la Asamblea de Dios. Los más pobres componen el mayor contingente de estas iglesias, por lo que su apoyo es un factor muy importante para entender la adhesión popular al bolsonarismo. Por eso, el presidente brasileño continúa apostando por un conservadurismo religioso que se pauta por la dinámica de la moralización y la cristianización de la vida pública y privada. Temas como el rechazo al aborto y el combate al feminismo son explotados con gran crédito moral por figuras del gobierno como la ministra de Mujer, Familia y Derechos Humanos, la pastora Damares Alves.
El impeachment se aleja
Si la nueva estrategia bolsonarista basada en la combinación de su propia moderación, el ingreso de emergencia y la culpabilización de alcaldes y gobernadores por la pandemia continúa funcionando, el ex-capitán puede reforzarse como una alternativa viable para las próximas elecciones presidenciales de 2022, no solo entre los leales, sino también entre un buen número de partidarios críticos que parecen estar mejorando sus perspectivas y lo votarían de nuevo, especialmente contra el PT. El antipetismo sigue siendo bastante fuerte entre la población. Además, el PT ha dado algunos pasos que han desencantado a su propia base, como por ejemplo la elección de Jilmar Tatto como candidato a la alcaldía de San Pablo en las próximas elecciones municipales de noviembre de 2020. Su nombramiento levantó muchas críticas entre los afiliados, bastantes de los cuales han migrado hacia una candidatura que parece irradiar más entusiasmo: la de Guilherme Boulos, el líder de los «sin techo», postulado por el Partido Socialismo y Libertad (PSOL).
Pero el problema no es solo el PT, sino también la ausencia de un nombre fuerte que aglutine el campo de la centroderecha y la derecha moderada y que consiga arrebatar votos a Bolsonaro. Se barajan diversos nombres, como el del gobernador de San Pablo João Doria, el del propio ex-juez Moro y el del conocido presentador de televisión Luciano Huck, pero de momento nada está definido.
En el plano institucional, la posibilidad de un impeachment, que llegó a parecer plausible en los meses anteriores, está diluida. Bolsonaro cuenta, además, con el apoyo de amplios sectores de las Fuerzas Armadas. Es el gobierno más militarizado de la historia brasileña, con 11 ministros militares y casi 3,000 cargos gubernamentales ocupados por personas procedentes de las Fuerzas Armadas. Estas se han beneficiado enormemente de su presencia en el gobierno, con una buena reforma de las pensiones aprobada al mismo tiempo que se realizaba una reforma antipopular y regresiva de las pensiones para los civiles, y con un aumento del presupuesto militar en un momento de restricciones en otras áreas. Bolsonaro también está negociando su estabilidad con el poderoso presidente de la Cámara de Diputados, Rodrigo Maia, quien tiene en su poder nada más y nada menos que 47 pedidos de impeachment diferentes, y con un grupo de partidos políticos llamado el centrão, que reúne a unos 200 diputados (de 513 en total) que no tienen una identidad ideológica específica y, por tanto, se venden al mejor postor. Están vinculados a prácticas clientelistas y corruptas, pero tienen el poder de equilibrar la gobernabilidad del país.
El hecho de que un impeachment se vea ya muy lejos también influye positivamente en la percepción de la población del gobierno de Bolsonaro, porque se entiende que este está pasando por un momento de mayor estabilidad y que el presidente está siendo capaz de mantener la gobernabilidad incluso en contextos como el actual.
¿La popularidad de Bolsonaro seguirá subiendo? ¿Será capaz de mantener su nuevo giro estratégico? De momento parece que mantener la moderación le va a costar mucho. En los últimos días ya protagonizó una nueva polémica al responder con tono amenazante a un periodista que le preguntaba por sospechas de corrupción en el caso Queiroz «Qué ganas de reventarte la boca a golpes». Las elecciones municipales de noviembre próximo serán importantes para que el campo bolsonarista y el democrático midan fuerzas, pero lo cierto es que Bolsonaro continúa alimentándose de que mucha gente indefinida políticamente no llega a confiar en los proyectos políticos de la izquierda. Urge que el PT y el resto de los partidos democráticos se coloquen como alternativas viables, porque de lo contrario corremos el riesgo de que Bolsonaro se mantenga tranquilo en el poder a pesar de los más de 100,000 muertos y de los múltiples retrocesos que está comandando.

El presidente Andrés Manuel López Obrador (AMLO) felicitó a Lula da Silva por obtener el triunfo en la segunda vuelta de la elección presidencial en Brasil que se celebró este domingo 30 de octubre, con lo que la izquierda volverá a gobernar en el país sudamericano.
Por medio de su cuenta oficial de Twitter, el mandatario mexicano tildó de “bendito” al pueblo brasileño por salir a votar en los comicios de este día; sin embargo, su mayor emoción se dio al referir que con el regreso del anciano Luiz Inácio Lula da Silva a la titularidad del ejecutivo, habrá Foro de Sao Paulo.
La diferencia de sufragios a favor del político de izquierda fue de 1.9 millones, convirtiéndose así en uno de los procesos más reñidos en la historia del país sudamericano; participaron 156 millones de electores en la jornada dominical.
Fuente: Infobae.com

Box Dei

Por Mario Ghibellini– Diario El Comercio.
La idea de que los obispos tienen una opinión más relevante que la de cualquier otro ciudadano sobre los azares políticos de la patria es harto discutible, pero a ver quién los convence. Actúan ellos, sobre todo cuando llegan a cardenales, aparentemente persuadidos de que la voz que modulan es un eco de la voz de Dios y en consecuencia peroran sobre los asuntos republicanos como si al sacar el DNI nos hubiéramos matriculado todos en su rebaño. Para comprobarlo, basta echar una mirada a nuestra historia reciente. ¿Quién no recuerda, por ejemplo, a monseñor Cipriani proponiendo durante el fujimorato que la prensa fuera sometida a un “control de calidad” antes de llegar al público, o llamando “respondonas” a las ministras que defendían la distribución de la píldora del día siguiente durante el gobierno de Kuczynski? Y la verdad es que si nos fijamos en lo que ocurre ahora que monseñor Barreto es el encargado de repartir bendiciones y lo contrario desde el más alto de los púlpitos locales, encontraremos que la vocación cardenalicia por introducir el báculo en los cocidos del poder mundano se mantiene.
–La mitra en la frente–
Esta semana, efectivamente, el primado de la iglesia peruana se ha mandado con todo contra el presidente Castillo y le ha dicho, entre otras cosas, que “el gran favor que podría hacer es ponerse a un costado ante la realidad que vivimos” y que desde su llegada a Palacio no ha sido otra cosa que “un estorbo para la democracia y para el bienestar de todos los peruanos”. Lo ha invitado, en buena cuenta, a renunciar a la jefatura del Estado por los “signos de corrupción” que lo rodean en el ámbito familiar y ministerial. Una forma de estamparle literalmente la mitra en la frente.
Difícil, desde luego, discrepar del cardenal, pero no por eso deja de llamar la atención lo directo del ataque. Por una cuestión de orden, uno habría esperado una formulación más, digamos, jesuítica del anatema. Algo parecido al comunicado del 18 de agosto en el que la Conferencia Episcopal demandó “una transición política” frente a la profunda crisis que se vive en el país… sin aclarar hacia dónde había que transitar en el proceso que proponían.
Esta vez, además, monseñor Barreto ha precisado que lo que está diciendo es “a título personal”, con lo que subraya la dimensión de bronca de tú a tú que esta sacada al fresco tiene. Por supuesto que se ha tomado el trabajo de anotar que, a su juicio, también este Congreso tendría que irse a su casa, pero ese es un sopapo dedicado a 130 fulanos y, en esa medida, acaba diluyéndose en el anonimato.
Las preguntas que el arrebato pugilístico del arzobispo de Huancayo levanta son dos. Por un lado, ¿a qué obedece la carga personal que destila? Y por el otro, ¿por qué lanzar la bomba incendiaria justo en este momento?
Pues bien, en esta pequeña columna tenemos algunas ideas al respecto. En lo que concierne a lo primero, pensamos que esto es el vuelto del cardenal por el papelón que el mandatario le hizo pasar en Semana Santa, cuando le contó el cuento de que iba a poner en marcha “un cambio de rumbo radical” en el gobierno, y él salió a anunciar la buena nueva como un regalo de pascuas. Como se recuerda, el único cambio perceptible en el entorno presidencial fue que el premier de la luna llena se animó a llamarlo “miserable”.
Y en cuanto a la oportunidad de la acometida, sospechamos que poco tiene que ver con Halloween o el Día de la Canción Criolla. A nuestro parecer, se trata más bien de una forma de salpicarle la pechera al presidente en los días previos a la llegada de la misión de la OEA al país para ver –qué coincidencia– qué hay de cierto en aquello de que quienes lo denuncian por corrupto son unos golpistas de nuevo cuño. Si a las voces acusadoras del Congreso, la prensa independiente y el Ministerio Público se suma de pronto la del primado de la iglesia, la cantaleta de la conjura de la derecha contra el pobre maestro rural se termina de desmondongar: el cardenal es conocido por escorar hacia la izquierda.
–Fajín de fuerza–
Monseñor Barreto, pues, ha demostrado esta semana que, diga lo que diga la doctrina cristiana, para estos asuntos terrenales él solo tiene una mejilla. Y que si le dan un tortazo como el que le propinó el gobernante en Semana Santa, esperará el tiempo que haga falta para cobrarse la revancha con creces.
Desde los predios del oficialismo han acusado el golpe y tanto el majareta que usa fajín de fuerza como Vladimir Cerrón y el congresista Guido Bellido han salido a tratar de provocarlo con invectivas y descalificaciones. Pero él no se distrae: lentamente sigue colocándose los guantes y el protector bucal, convencido de que se dispone a iniciar una reyerta boxística que tiene algo de encargo divino. Y por esta vez, no se lo vamos a discutir.

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