Evangelio según San Juan 8,1-11.
Jesús fue al monte de los Olivos. Al amanecer volvió al Templo, y todo el pueblo acudía a él. Entonces se sentó y comenzó a enseñarles.
Los escribas y los fariseos le trajeron a una mujer que había sido sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio de todos, dijeron a Jesús: “Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. Moisés, en la Ley, nos ordenó apedrear a esta clase de mujeres. Y tú, ¿qué dices?“.
Decían esto para ponerlo a prueba, a fin de poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, comenzó a escribir en el suelo con el dedo.
Como insistían, se enderezó y les dijo: “El que no tenga pecado, que arroje la primera piedra“. E inclinándose nuevamente, siguió escribiendo en el suelo.
Al oír estas palabras, todos se retiraron, uno tras otro, comenzando por los más ancianos. Jesús quedó solo con la mujer, que permanecía allí, e incorporándose, le preguntó: “Mujer, ¿dónde están tus acusadores? ¿Alguien te ha condenado?“.
Ella le respondió: “Nadie, Señor“. “Yo tampoco te condeno, le dijo Jesús. Vete, no peques más en adelante“.
Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:
Hace algunos años, solía ver un programa de televisión llamado ‘Solo se vive dos veces‘. En cada episodio a una persona, en el momento de su muerte, se le dio la oportunidad de volver atrás en el tiempo y cambiar el curso de su vida. No volvieron como ellos mismos, sino como otra persona, para influenciarlos a tomar una decisión que podría y cambiaría su vida. Recuerdo un episodio particular en el que una mujer fue atropellada por un camión de basura, mientras estaba distraída cruzando la calle, ya que le acababan de decir que tenía cáncer de pulmón y que solo le quedaba poco tiempo de vida. Ella regresó en el tiempo como consejera de su escuela secundaria. Allí, ella –la consejera– se hizo a sí misma –la estudiante– suspendida del equipo de baloncesto por fumar. La madre del estudiante, también fumadora pesada, entró para decirle que se moría de cáncer de pulmón. En lugar de preocupar a sus hijos con la verdad, les dijo que estaba fuera unos días a un spa, cuando en realidad estaba en el hospital haciéndose quimioterapia. La consejera estaba sorprendida, ya que su madre nunca lo había revelado antes de su muerte. Ella los reunió a los dos -su madre y ella misma, cuando era una adolescente- y finalmente la madre le reveló a su hija que estaba muriendo de cáncer. A través de sus lágrimas, cada uno prometió no fumar nunca más. Entonces el episodio salta al futuro, y como la hija había dejado de fumar llegó a casa en el momento normal, sin tener que ir al médico (porque no tenía cáncer). Ella se sorprendió al enterarse, al regresar con su marido e hijos, de escuchar la voz de su madre, que vivía con ellos. Su vida -y la de su madre- había sido cambiada por ‘Solo se vive dos veces‘.
Desafortunadamente, en el mundo real, no podemos vivir dos veces. Sin embargo, la mujer adultera en el evangelio de hoy (Juan 8:1-11) llegó a ‘vivir dos veces‘. Jesús perdonó su pecado, que se había convertido en un pecado público. Las personas que la trajeron a Jesús solo estaban cumpliendo su ley judaica. Pero Jesús mostró un perdón y misericordia más allá de lo que esperaban, y más allá de los que practicaban. ¡Qué suerte tiene! Jesús no la condenó, sino que dijo: “Ve y de ahora en adelante no peques más“. ¡Ella tuvo su segunda oportunidad!
En nuestra primera lectura, del libro del Profeta Isaías (43:16-21), también hay buenas noticias. Dios revela, “¡Estoy haciendo algo nuevo!” La lectura narra el evento Éxodo, central para la identidad propia de las personas elegidas. Dios los había protegido y salvado contra los egipcios. Él los había llevado a través del desierto, dándoles de comer y beber. A pesar de sus dificultades (e incluso de su infidelidad al pacto), Dios reveló que él estaba con ellos. ¡Otra segunda oportunidad! Él prometió un nuevo Éxodo.
En la segunda lectura, de la carta de San Pablo a los Filipenses (3:8-14), San Pablo comparte con los filipenses la fuente de su fuerza y celo, la fuente de su nueva vida y gracia: Jesucristo. Él habla del “buen supremo de conocer a Cristo Jesús mi Señor“, y más tarde, “todo lo que quiero es conocer a Cristo, y el poder de su resurrección“. Él les dice -y nos dice- que todo lo que era tan importante para él en su vida, antes de conocer al Señor, ahora es “descubrimiento“. Él no mira hacia atrás -a su pasado como un perseguidor de los seguidores de Jesús- pero “se esfuerza hacia adelante hacia lo que está por delante… Continuando mi búsqueda hacia la meta, el premio del llamamiento de Dios, en Cristo Jesús“. Pablo había experimentado una nueva vida en Cristo, y creyó que la gracia de Dios podía trabajar igual en la vida de cualquiera que recurriera a Dios para pedir perdón. Podrían ser perdonados, como él había sido perdonado. Podrían ser instrumentos de la gracia de Dios, ya que él había sido hecho un instrumento de la gracia de dios. Podrían compartir la buena noticia de Jesucristo, tal como él había sido llamado a compartir la buena noticia. ¡Otra segunda oportunidad!
En nuestra condición humana, reconocemos que nosotros también tenemos pecador. Puede que nuestros pecados no se hayan hecho públicos como lo fue el pecado de la mujer adultera, pero reconocemos que hemos sido infieles a Dios. Especialmente durante esta temporada de Cuaresma, buscamos el perdón de Dios. Es natural que busquemos la seguridad y el alivio de que somos perdonados cuando expresamos nuestro dolor por nuestros pecados.
Pero, para mí, el evangelio también tiene otro mensaje. Jesús dice a la multitud reunida, lista para apedrear a la mujer adultera de acuerdo con la ley, “Deja que el que esté entre ustedes sin pecado sea el primero en arrojarle una piedra“. Nos dicen que los dejaron, empezando por los más viejos. Aceptando el propio pecado y buscando perdón, debemos perdonar a otros. En nuestra condición humana, es tan fácil señalar con el dedo a otra persona, juzgar y condenar a otros. Sin embargo, eso es lo último que queremos. Como hemos sido perdonados, estamos llamados a traer perdón, amor, reconciliación y nueva vida a los demás perdonándolos, y rezando para que ellos también –como la mujer en el evangelio– “ve… y no peques más“. Todos queremos una segunda oportunidad. Todos queremos vivir dos veces.
Dos semanas a partir de hoy, estaremos celebrando la Pascua, y la resurrección de Jesús. Nuestro tiempo se acaba, pero el llamado del Señor Jesús a la conversión y la reconciliación continúa. Él nos espera. Anhela que le busquemos y le pidamos perdón. Oremos para que estos últimos días de la temporada de Cuaresma sean días de gracia para nosotros, días de perdón y reconciliación, días de nueva vida y paz.
San Charles de Foucauld
Por Juan Cadarso– www.religionenlibertad.com
La ciudad de Roma cuenta los días para vivir una jornada marcada para la historia. Cuando el próximo 15 de mayo, el Papa Francisco, mitrado y férula en mano, “ordene” que su nombre sea inscrito en el libro de los santos, la Iglesia contará con un nuevo modelo de santidad. Para mí, personalmente, uno de los más importantes del siglo XX. Dice de él Pablo d’Ors, en su obra El olvido de sí, que durante los años que vivió en el desierto, cuando preparaba la mesa para comer, ponía siempre dos platos, el suyo y otro para su compañero de “orden”. Este segundo, en cambio, permanecía vacío, ya que nunca consiguió en vida que nadie le acompañara en su carisma.
Charles de Foucauld siempre fue para mí un ejemplo al que aspirar. Como cuando coleccionaba cromos de pequeño, ha sido una de las piezas que más se hacían esperar en mi álbum de lo que es la santidad. Y es que siempre me han gustado los santos poco convencionales, raritos, que no tuvieran un recorrido vital muy previsible. Vizconde de cuna, explorador, juerguista… pero, sobre todo, lo más seductor en mi opinión, un auténtico fracasado. En una sociedad de cuentas de resultados y planes pastorales, se podría decir que tuvo una existencia bastante improductiva. No montó un colegio para huérfanos, ni un comedor social y, como Cristo en la cruz, murió asesinado como un auténtico pordiosero. Foucauld buscó sin descanso estar con los más pobres, pero iba a lograr algo mucho más grande, convertirse en uno de ellos.
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