Sacerdote Maryknoll ha servido en Corea durante toda su vida sacerdotal
Por María-Pía Negro Chin- Revista Maryknoll.
Cuando el Padre Gerard Hammond MM llegó por barco a Corea del Sur en 1960, vio innumerables refugiados de Corea del Norte todavía recuperándose de la Guerra de Corea.
“Había miles de refugiados en ese entonces. La gente se moría de hambre; había pobreza extrema … La condición de los hospitales era terrible”, recuerda.
La primera asignación del sacerdote, quien entonces tenía 26 años de edad, fue el atender a los refugiados y huérfanos de la Guerra de Corea en el Orfanato del Sagrado Corazón. Aunque los misioneros de Maryknoll, quienes dirigían el orfanato, ayudaron a los niños, el Padre Hammond sabía que no podían sustituir el amor de un progenitor.
“Dimos mucho apoyo, pero vimos una gran cantidad de sufrimiento”, dice. “Cuando se es joven, el ver eso te marca la vida”.
Desde entonces, el Padre Hammond, ahora de 83 años, sirve a los coreanos, desarrollando una relación de mutuo cariño. “Como misioneros, es esencial el dedicar todas nuestras vidas—especialmente nuestras mentes, corazones e incluso facultades físicas—a la gente a la que vinimos a servir”, dice.
Durante 30 años, el misionero trabajó como párroco de la Diócesis de Cheongju en Corea del Sur, a la vez que se desempeñaba como vicario general de la diócesis durante 20 años. Ahora el sacerdote, quien ha sido el superior regional de la Sociedad Maryknoll en Corea desde 1989, atiende a pacientes con tuberculosis en Corea del Norte, a través de Eugene Bell, una organización sin fines de lucro que proporciona ayuda humanitaria y médica.
Padre Maryknoll Gerard Hammond ha servido en Corea del Sur desde su asignación misionera a ese país en 1960 y viaja a Corea del Norte para brindar ayuda humanitaria.
La esperanza del Padre Hammond era emular a los misioneros de Maryknoll que sirvieron en la ciudad norteña de Pyongyang hasta 1941, pero para que él se aboque totalmente al pueblo de Corea del Norte, la paz y la reunificación debe llegar a la península dividida. La Guerra de Corea, que finalizó en 1953, mató a más de 5 millones de soldados y civiles y dividió a las dos Coreas. Desde la guerra, ningún sacerdote católico o religiosa ha vivido en el Norte.
El Padre Hammond dice que considera sus visitas a Corea del Norte como una peregrinación debido a la cantidad de mártires, incluyendo al Obispo Maryknoll Patrick Bryne, la Hermana Maryknoll Agneta Chang y el Obispo Coreano Hong Yong-ho además de muchos cristianos quienes murieron por su fe. El Padre Hammond explica que el enfoque de sus visitas no es el evangelizar directamente, lo que el gobierno comunista no permitiría, sino el mostrar compasión y construir puentes con personas quienes tal vez no conozcan lo que es un sacerdote.
Los misioneros de Maryknoll que habían sido asignados por el Vaticano a la misión en la parte más al norte de Corea en la década de 1920 se trasladaron después de la Segunda Guerra Mundial para el Sur, donde tenían una buena relación con el clero local. Al pasar los años, la economía de Corea del Sur ha florecido, la Iglesia se fortaleció y parroquias que anteriormente estaban a cargo de los sacerdotes de Maryknoll han sido entregados a las vibrantes diócesis del país.
“Estamos habituados a trabajar hamkke, lo que significa ‘con.’ Trabajamos en conjunto con las iglesias locales”, dice, añadiendo que muchos sacerdotes coreanos están involucrados en obras misioneras no solamente en Asia sino en todo el mundo. El arzobispo de Seúl también le pidió al Padre Hammond que apoye en la formación de jóvenes seminaristas coreanos, además de sus otras responsabilidades como superior Maryknoll.
En sus inicios de Fe, el padre Hammond se acerco a las labores de las Hermanas de la Misericordia inicialmente cultivaron el cariño del Padre Hammond por la labor misionera durante sus estudios primarios en la Academia de Waldron en Pennsylvania. Más tarde, al leer sobre las acciones heroicas de los primeros misioneros en el libro Hombres de Maryknoll, él decidió unirse a la sociedad misionera cuando tenía 14 años.
Al crecer en una familia de inmigrantes irlandeses en el oeste de Filadelfia, el Padre Hammond dice que para él y sus dos hermanas la vida giraba en torno a su parroquia, la Iglesia San Calixto. Su padre quería que su hijo se convirtiese en un médico, a los que el adolescente respondió que como parte de los Padres y Hermanos Maryknoll él sería “médico de almas”.
El Padre Hammond y una enfermera revisan cajas con medicina para la tuberculosis en un pueblo de Corea del Norte.
Hammond fue ordenado sacerdote Maryknoll en 1960 y enviado a la Corea del Sur, país que se ha convertido en su hogar adoptivo. A lo largo de sus años como párroco, él siguió una política de puertas abiertas y trató de reducir al mínimo el trabajo administrativo para poder visitar a los feligreses.
“Mi oración diaria es que mi corazón sea como el de un coreano”, dice el Padre Hammond, cuyo nombre coreano es Ham Je-Do.
Con pueblo coreano, él aprendió a ser paciente, cálido y sensible pequeños detalles, como recordar los días de fiesta, tener tiempo para estar con sus amigos, y no ser brusco al hablar con otras personas.
El Padre Hammond ha hecho hincapié en la necesidad de procurar la paz en la Península Coreana a través de su trabajo con la Comisión Episcopal de Corea para la reconciliación entre de las pueblos del Norte y Sur y como consultor de Corea del Norte con la Nunciatura apostólica de la Santa Sede en Corea del Sur.
Sin embargo, él sabe que los obstáculos a la reunificación podrían dificultar su sueño de ver una Corea unificada, pacífica y próspera. “Hablando francamente, me siento como Moisés; yo nunca viviré en la tierra prometida”, dice. “Yo pensé que podría tener un contacto más cercano con las personas (de Corea del Norte) … pero alguien más lo tendrá”.
Mientras tanto, él continúa sirviendo a aquellos que están fatigados y enfermos, especialmente los afectados por la tuberculosis en Corea del Norte. Esta ayuda es esencial, ya que la tuberculosis resistente a múltiples fármacos (TB-MDR) es la principal causa de muerte en el país, dice.
“Todo lo que puedes hacer es compartir tu amor y preocupación por las personas cuando están débiles, cuando tienen una enfermedad como la tuberculosis multi-resistente”, dice.
Durante los últimos 20 años, Eugene Bell ha tratado cerca de 250,000 pacientes. A la delegación de asistencia médica se le permite hacer dos visitas de tres semanas cada año, para llevar medicamentos a Corea del Norte. Esta delegación—que consta de 12 personas incluyendo a médicos, enfermeras y varios sacerdotes, entre ellos misioneros de la Sociedad de Misiones Extranjeras de París y los Misioneros de Guadalupe—examinan a cada nuevo paciente para confirmar el diagnóstico. “Tenemos mucho que cumplir en muy poco tiempo”, dice Hammond.
Eugene Bell ha curado más del 70 por ciento de sus pacientes, dice, mientras que la tasa de curación mundial es 48 por ciento. Sin embargo, sólo el 10 por ciento de los enfermos en Corea del Norte puede ser atendido por la delegación debido al costo de los medicamentos y equipos, dice el Padre Hammond. Él desea aliviar a más personas de su dolor y sufrimiento.
“Lo más temible en este mundo es la apatía. Tenemos la responsabilidad de amar a la gente de Corea del Norte incondicionalmente”, dijo el Padre Hammond en un video de Eugene Bell. “Los niños que están hospitalizados (por la tuberculosis) realmente necesitan ayuda. Su estado de salud es muy grave”.
En una entrevista con la revista Catholic Korean Catholic Pastoral Information, él contó que uno de los momentos más bellos de sus viajes es cuando un paciente persevera en su tratamiento y se cura.
“Dicen en voz baja, ‘Gracias por darme esperanza, por darme la vida’”, dice el misionero. Añade que a pesar de que nunca ha conocido directamente a un católico en sus visitas humanitarias, el experimenta la presencia de Dios en Corea del Norte.
A pesar de las dificultades de atravesar zonas rurales de Corea del Norte a su edad, el Padre Hammond no está mostrando signos de fatiga. Mientras se prepara para otro viaje para el cuidado de los pacientes con tuberculosis, dice que quiere continuar atendiendo a la población de Corea el resto de su vida. “No hay un retiro en una relación basada en el amor”, añade.“Mi amor por los refugiados de Corea del Norte me ayudó a seguir adelante como misionero”, dice. “La fuerza del pueblo coreano, el estar con los que sufren en el Norte y el Sur de Corea (me dan fortaleza)”.
En agosto, el Padre Hammond recibió el Premio Gaudium et Spes, el honor más alto de los Caballeros de Colón, por su servicio con los enfermos de tuberculosis en Corea del Norte. Para leer más al respecto, vaya a MaryknollSociety.org.