Argolla y tornillo

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Universidad Católica: arreglo satisfactorio, por E. Bernales

2017: centenario de la PUCP

Enrique Bernales

Por Enrique Bernales Ballesteros-Diario El Comercio.
El 2017 es uno de esos años marcados por una conmemoración de especial significado en la vida de la nación peruana. Me refiero al centenario de la fundación de la Universidad Católica; pequeña en su nacimiento, pero cuyo pujante crecimiento y desarrollo institucional han consolidado su existencia hasta convertirla en una universidad con el rango de Pontificia en 1942, nacional en 1949 y, desde 1969, en una universidad con autonomía y un nivel de calidad académica que la ubica como una prestigiosa institución universitaria en el país y en la mejor universidad peruana ubicada en los baremos de calificación internacional.
Esta universidad nació fruto de la lucidez de un religioso de los Sagrados Corazones, el padre Jorge Dintilhac. Lo apoyaban en la iniciativa un grupo de familias católicas que veían con temor los avances del positivismo y cómo sus planteamientos científicos, si bien renovadores del conocimiento y exultantes de modernidad, podían afectar la formación religiosa de sus hijos.
Las corrientes laicistas predominantes en los ambientes intelectuales de la época no vieron con simpatía la fundación de la que sería la primera universidad privada del Perú, pero confesional. El propio arzobispo Lissòn tenía sus reservas, pero pudo más el empeño del padre Dintilhac, quien logró finalmente la autorización de funcionamiento expedida por el gobierno de José Pardo y la aceptación de su creación por el Arzobispado de Lima.
Los inicios de la Universidad Católica fueron de extrema pobreza. La congregación de los Sagrados Corazones prestó locales, se consiguieron escasos fondos para el aprovisionamiento material de los cursos a enseñar y no pasaron de una docena los primeros matriculados. No obstante, la clarividencia del padre Dintilhac pudo más que cualquier obstáculo. Su proyecto era ajeno a cualquier propósito conservador y perseguía crear una institución, abierta al conocimiento plural, pero sin complejos en el cultivo de la filosofía y la teología de inspiración católica, de modo de formar profesionales con un sólido sentido ético de su responsabilidad social y del compromiso con el desarrollo del país.
El crecimiento de la Universidad Católica, a pesar de limitaciones económicas, fue una constante. Cuando a comienzos de la década de 1930 San Marcos fue clausurada por el gobierno de Sánchez Cerro, la Católica abrió sus puertas a esa universidad y así pudieron sus alumnos continuar sus estudios y no pocos profesores de prestigio incorporarse a sus cátedras.
Ello fue acompañado por la creación de nuevas facultades: Ingeniería, Ciencias Económicas, Educación, las escuelas de periodismo y de artes plásticas y el instituto femenino. Y hasta la ley 13417 de 1960, fue la única universidad privada del Perú. Ciertamente, en su desarrollo ayudó don José de la Riva Agüero que la instituyó por testamento como su heredera universal, tomando plena posesión de ese importante patrimonio en 1964.
En su sólido crecimiento, la PUCP alberga hoy a más de 25,000 estudiantes, 3,000 docentes, numerosas facultades, centros de investigación, escuelas de posgrado, excelentes instalaciones en su campus de San Miguel y un potente centro cultural que irradia hacia todo el país. ¿Dónde radica la fortaleza de esta universidad?
Me atrevo a señalar tres ejes que se constituyen como pilares de una institución que tiene capacidad para afrontar, con serenidad, los retos del desarrollo. El primero de ellos es la perseverancia en su identidad católica, que es la luz que guía la formación ética y religiosa que está presente en todas sus actividades. El segundo eje es la permanente preocupación por el conocimiento, que es la fuente para la actualización de sus planes y programas de estudio e investigación. El tercer eje es asumir un punto de vista crítico que, desde su condición de universidad con autonomía, participa de la problemática nacional, motivando a su alumnado a ser parte del fortalecimiento de las instituciones sociales, económicas y políticas del país.
En estas líneas, mi homenaje al centenario de esa Universidad Católica en la que me eduqué y a la que tanto quiero y debo.Cien años son solo el comienzo, por Marcial Rubio

Universidad Católica: arreglo satisfactorio

Por Enrique Bernales Ballesteros-Diario El Comercio.
Luego de varios años de desencuentros entre la Pontificia Universidad Católica del Perú (PUCP) y el Arzobispado de Lima, que parcialmente afectaron el funcionamiento de dicha universidad, se ha llegado a un conjunto de soluciones estatutarias en las relaciones de la universidad con la Iglesia Católica, que son satisfactorias, tanto para la comunidad universitaria de la PUCP, como para la Santa Sede.

Hasta la Ley Universitaria 13417, la PUCP era considerada una institución confesional, que tenía un régimen legal exclusivo para ella. Esto cambió cuando en 1969 la ley 17437 innovó el sistema legal de las universidades en el Perú, comprendiendo dentro del sistema, a las públicas y a las privadas. Desde entonces, la legislación nacional no varió en cuanto a los elementos básicos de la estructura universitaria, como la autonomía dentro de la ley, la participación estudiantil, el régimen de los docentes y las normas básicas para los planes de estudio.
Las diferencias en las relaciones entre la PUCP y la jerarquía eclesiástica tienen su punto de partida en esa ley y no dejaron de ahondarse en el tiempo. La autonomía legalmente reconocida que la incluía se interpretó como que la PUCP, sin dejar de ser una entidad de derecho privado y de inspiración cristiana, ganaba mayor identidad propia y presencia nacional al estar regida por la ley y gozar de autonomía. En cambio, para los sectores eclesiales más conservadores, significó una pérdida de poder. Y si bien las relaciones se mantuvieron en una línea de mutuo respeto, ellas se enfriaron en los años recientes debido principalmente a la posición adoptada por el Arzobispado de Lima.
En efecto, sin reabrir distancias que han comenzado a acortarse, cabe recordar que las discrepancias relativas a la herencia de Riva Agüero se crisparon más cuando, en una carta del 16 de julio del 2011, el cardenal Juan Luis Cipriani planteó a la universidad “la exigencia que recientemente me ha transmitido la Santa Sede, acerca de las modificaciones que necesaria e indubitablemente deben introducirse en los estatutos”. Entre las modificaciones exigidas estaba que el gran canciller nombraba al rector entre los tres candidatos propuestos por la asamblea universitaria y que por ser la PUCP una entidad de derecho canónico, la administración de sus bienes tenía que regirse de acuerdo con las reglas aplicables a los bienes eclesiásticos.
La asamblea universitaria no aceptó ambos extremos, por cuanto sin negar la relación de la PUCP con el derecho canónico, de conformidad con el Concordato de 1980 entre el Estado Peruano y la Santa Sede, ese instrumento rige en lo que no se oponga al derecho nacional. Por ejemplo, la elección de sus autoridades se regirá por sus estatutos, ratificados en el Vaticano, por la Congregación para la Educación Católica.
Estas diferencias subsistían cuando, en junio del 2015, se inició la etapa más reciente del diálogo entre la Santa Sede y el rectorado de la PUCP. Felizmente, la flexibilidad mostrada por la Santa Sede ha permitido acercar posiciones y encontrar un camino de solución satisfactoria.
La eficaz gestión del rector Marcial Rubio Correa, en el manejo de las propuestas y la revisión estatutaria elaborada por la Asamblea Universitaria, ha permitido comprender que esta universidad jamás ha renunciado a su identidad católica, porque esa es su razón de ser y así consta en sus estatutos. Asimismo, ha mostrado su disposición al diálogo con las instancias competentes de la Iglesia y, finalmente, ha sido permeable en lo que no afecte su autonomía. Y es con ese espíritu que ha buscado una solución integral al conflicto que temporalmente enturbió las relaciones con la jerarquía eclesial.
Con la reiteración del compromiso con los valores católicos que la inspiran, la solución confirma la declaración de su asamblea: “La Católica, es una universidad autónoma, democrática, creativa, crítica, pluralista, con calidad en la enseñanza y en la investigación, comprometida con la sociedad peruana e identificada con los principios cristianos que fundan los derechos del ser humano”.

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