Waterworld

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En el verano de 1995 Kevin Costner era la mayor estrella de Hollywood. Así de claro. No solo constituía un valor seguro en la taquilla (tres años antes había arrastrado a las salas a millones de espectadores para ver El guardaespaldas), sino un reconocido director (su estreno con Bailando con lobos le reportó siete Oscars) y actor (gran papel en JFK. Caso abierto). En algún momento de esta vorágine de triunfo perdió perspectiva sobre la realidad y se embarcó en una superproducción que, en la peor tradición del Hollywood más prepotente, quiso que el cine de aventuras para toda la familia acabase dando para construir parques temáticos y barbies acuáticas. El resultado de esta megalomanía destruiría su carrera fulminantemente. Esta es la historia de ese mayúsculo desastre: Waterworld.
La cartelera de hace 20 años era muy distinta a la de 2015. Las superproducciones eran escasas, y por tanto verdaderos acontecimientos globales. El año anterior, las películas más taquilleras habían sido Forrest Gump y El rey león, lo cual no le daba al cine de acción la corona de género triunfador que sí tiene actualmente. Batman Forever fue la película del verano, con su avasalladora campaña de promoción comercial, un Jim Carrey en la cima, Nicole Kidman con el pelo alisado por primera vez y el récord al fin de semana más taquillero de la historia, con unos entrañables 52 millones de dólares (47 millones de euros) que hoy no llegarían ni para pagar el sueldo de Robert Downey Jr, literalmente.
Hollywood sabía que Costner era un egomaníaco, pero eso no importaba mientras atrajese gente al cine. Leyendo crónicas de la época, parece claro que la debacle de Waterworld no respondía a la mala suerte (o no solo), sino a una sucesión de decisiones equivocadas. El fin de semana de su estreno, el periodista especializado Quentin Curtis reflexionaba “El rodaje de Waterworld ya se ha convertido en un mito. La prensa no está interesada en los hechos, están obsesionados con las cifras. Aquí hay unas cuentas. Inversión personal de Costner: 20 millones [18 millones de euros]; duración del rodaje: 220 días; número de artesanos trabajando en el decorado: 300; número de matrimonios rotos: 8 (incluyendo el de Costner); coste del acuerdo de divorcio de Costner: 80 millones [72 millones de euros]; número de personas que confiaban en la elección de Kevin Reynolds como director: 0”. Algo tan sencillo como una mala gestión de negocio. El presupuesto inicial fue de 60 millones de dólares, que acabaron siendo 170 (153 millones de euros), récord histórico en un filme hasta ese año de 1995. A estos hay que sumar los 65 millones invertidos en publicidad, con lo que el coste total ascendió a 235 millones de dólares (211 de euros).
El primer error fue darle a Costner todo lo que quería. Waterworld era una aventura que le convertiría en héroe de acción, el único género que le faltaba para ser la estrella definitiva. Ignoraron que el guión (re-escrito 36 veces) contenía influencias que han sido, con las cifras en la mano, sistemáticamente rechazadas por el gran público,como las sociedades post-apocalípticas, la estética steampunk o la imitación de la fórmula Mad Max, que solo fue considerada un éxito porque era una producción independiente australiana de 4 millones de presupuesto que acabaría convirtiéndose en un fenómeno de culto.

“Es falsa, larga y el personaje de Costner es ridículo”, dijeron los primeros que la vieron. En la imagen, Kevin Costner y Jeanne Tripplehorn, con problemas.
Pero el culto no da de comer, y desde luego no justifica presupuestos iniciales de 60 millones de dólares y 96 días de rodaje, que acabarían descontrolándose y convirtiendo Waterworld en la película más cara de la historia del cine hasta la fecha. Llegó un momento en el que Universal había invertido tanto que la única solución era acabar como fuese y a toda costa. ¿Cómo llegó Costner a triplicar el presupuesto inicial? Pues gastando dinero como solo te lo gastas cuando no es tuyo.
Kevin Costner colocó tras la cámara a su amigo Kevin Reynolds (director de Robin Hood, príncipe de los ladrones) en contra del estudio, que prefería a Robert Zemeckis (Regreso al futuro, Forrest Gump). Para ahorrar dinero, Universal prefirió no encargar ningún estudio sobre el clima de la costa de Kona (Hawai), que durante el rodaje sería asolada por dos huracanes que pararon la producción y destrozaron los decorados al completo.
La construcción del atolón agotó el acero de todo Hawái y tuvieron que importarlo de otras partes de Estados Unidos. También de allí trajeron dos replicas del gigante trimarán que navega El Marinero (apodo que recibe el protagonista), que no solo costaron 1 millón de dólares sino que obligaron al estudio a pagar una ampliación en el aeropuerto de Hawái que permitiese aterrizar los Boeing 747 que los transportaban. En el momento en el que a alguien esto le pareció buena idea, ese rodaje estaba condenado.
En este contexto de locura no es de extrañar que a nadie le pareciese descabellado tener que mover a diario todo el decorado de la película 500 metros dentro del mar para lograr planos de mar abierto. Eso significa que cada vez que alguien necesitaba ir al baño lo hacía en una lancha, pues querían mantener el decorado higiénico. Cada vez que nos preguntemos por qué Hollywood abusa de los efectos digitales, recordemos lo problemáticos que pueden llegar a ser los decorados reales. En los rodajes el tiempo es oro y cuando hay agua de por medio todo va más despacio. No puede ser casualidad que la película que superó a Waterworld como la más cara de la historia fuese Titanic, para la cual prefirieron construir un estudio acuático entero. James Cameron es así.
Cada día los médicos atendían a 50 miembros del equipo, víctimas de náuseas, resfriados y fiebres. No ayudaba a su salud el hecho de que estuviesen alojados en casas prefabricadas mientras Kevin Costner vivía en una villa que le costaba al estudio 4,500 dólares la noche (4,100 euros), incluyendo mayordomo, chef y piscina con vistas al océano. Seguro que era un escenario precioso en el que agobiarse por los 90 días de retraso con los que empezó el rodaje, tan solo seis días antes de la fecha en la que se suponía que iban a terminar de rodar. Mientras, en Hollywood “todo el mundo desea que la película no existiera”, como informaba el Wall Street Journal, que además recordaba que Spielberg, el chico de oro de Universal, acababa de abandonarles para fundar su propio estudio.
Las siempre implacables cláusulas de los sindicatos de los profesionales del cine estipulan que por cada 15 minutos de retraso en la hora de la comida, el estudio debe pagar 30 dólares a cada trabajador. La incapacidad de Reynolds para cumplir los horarios le costó a Universal 3 millones de dólares (2,7 millones de euros) solo en compensaciones por retrasos de comida.
Cuando los ejecutivos del estudio visitaron la catástrofe, Costner renunció a su 15% de beneficios y culpó de todo a Reynolds. Las ratas son las primeras en saltar de un naufragio, pero tenía parte de razón. No todo el mundo puede manejar presupuestos mastodónticos, ni equipos de miles de personas, ni cuadernos de rodaje imposibles. Reynolds abandonó el proyecto, invitando a Costner a trabajar “con su director favorito y su actor favorito”. No hay nada más tenso que un rodaje en el que todo sale mal, todos creen tener razón y el director o productor no mantiene la cabeza fría.
El director de Bailando con lobos tomó las riendas y se propuso acabar como fuese, con la ayuda de Joss Whedon. El creador de Buffy y director de Los vengadores trabajaba como “doctor de guión”, reescribiendo folios a los que les faltaba chispa y sin recibir crédito por ello. Whedon recuerda ese trabajo como “siete semanas en el infierno” en las que tuvo que hacer todo lo que Costner le decía. Whedon recuerda: “Costner era amable, pero no era un guionista, y había muchas cosas impuestas por él que nadie estaba autorizado a modificar”.
Waterworld se estrenó el 28 de julio en un ambiente tóxico por culpa de los pases previos del público, que sentenciaron que la película era “falsa y demasiado larga” (2 horas y 15 minutos). Además, apuntaron que la figura de Costner era “ridícula”. El catastrófico rodaje la condenó a ser “una película maldita antes de que nadie la viese”, con un Costner “tan embrutecido que ahuyenta a las mujeres, pero no tan salvaje como para atraer al público de Tarantino”, tal y como reportaba el diario británico The Independent. Y cuando la vieron, “el tono histérico y las incoherencias de un montaje desesperado” (según Todd McCarthy, crítico de Variety), que causó agujeros de guión, hicieron que nadie la recomendase. “Antiguamente Hollywood presumía de sus presupuestos enormes. Ahora se disculpan. (…) Waterworld podría ser mejor y podría implicarme más con sus personajes. No te arrepientes de haberla visto, pero tampoco la recomiendas”,reflexionaba con indiferencia el crítico Roger Ebert, ganador del Pulitzer.
Costner incluso bromeó: “La gente querrá verla por la curiosidad de saber dónde están los 200 millones de presupuesto. Pero en realidad el dinero fue a parar a la comida de los trabajadores”. De sus alojamientos no dijo nada. Pero, no, se equivoco: la gente no fue a verla.
Costner nunca se recuperó del desastre. Todo el mundo sabía que el último responsable de la película era él, y se percibía cierta saña en las críticas, que antes de su estreno ya apodaron Waterworld comoKevin’s Gate o Fishtar, en referencia a los dos mayores fracasos de la historia hasta la fecha: La puerta del cielo e Ishtar. Según el crítico Quentin Curtis había repentinas ganas de verle fracasar: “Hollywood está encantado de dejarle ir. No es la estrella que creían que es. Y la clave es que ni Hollywood ni los críticos ni mucho menos Costner y sus fans saben qué tipo de estrella es”. Curtis incluso hablaba de implicaciones políticas, siendo Costner una de las estrellas más abiertamente conservadoras del gremio.
Hollywood, y quizá por extensión el público, puede perdonar un fracaso, pero no la arrogancia desmedida. Esa la castiga, y la ridiculiza, hablando más del pelo digital que cubría las entradas de Costner (curiosamente para eso sí que utilizaba efectos generador por ordenador) que de la chica de la peli, una Jeanne Tripplehorn para la que Waterworld era el inevitable peaje de acción que toda aspirante a estrella debe pagar. Nunca pasó de ahí.
El público huyó de la película maldita, que consiguió recaudar los 250 millones de dólares del presupuesto incluyendo publicidad: poco teniendo en cuenta que cualquier película necesita duplicar su presupuesto para empezar a dar beneficios. Las secuelas ni se plantearon y solo quedaron cientos de máquinas de pinball en recreativos de todo el mundo, a veces hasta colocadas junto con las de La isla de las cabezas cortadas.
Costner hace solo dos años seguía defendiendo Waterworld en HuffingtonPost como “una película exótica y genial, con fallos, pero muy inventiva y querida por el público”. Es un profesional consecuente. Si Costner y Reynolds consiguieron volver a trabajar juntos en la aclamada miniserie Hatfields & McCoys (2012), es que ambos aprendieron algo de aquella cura de humildad.
Universal no ha vuelto a producir nada que implique rodar en el agua, y los ejecutivos de Hollywood aprendieron que no debían invertir tanto dinero en vehículos para sus estrellas. “Se nos fue de las manos. Fue un error. Habría que estar mal de la cabeza para hacer otra película así”, dijeron. Sin duda, una de las decisiones, esta última, más sensatas de la historia del cine.
Fuente: Diario El País.

Puntuación: 5 / Votos: 24

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