Entrevista por María Rosa Lorbes y Diana Tantaleán- Diario La República.
El Padre Jarek Wysoczanski fue compañero y amigo de los mártires en Pariacoto. Llegaron juntos al Perú. Hace dos meses él nos visitó con motivo de la próxima beatificación y compartió recuerdos de sus vivencias con ellos y de cómo se “salvó” de morir aquel 9 de agosto.
¿Cuándo llegó al Perú por primera vez?
Llegué el 2 diciembre de 1988, junto con Zbigniew, a él lo conocí desde el noviciado, y a Miguel desde la secundaria, estudiamos juntos. Yo era el más joven de los tres.
¿Dónde se encontraba cuando Miguel y Zbigniew fueron asesinados?
Estaba en Polonia. Al inicio estaba previsto que yo, como superior de la misión, saldría de vacaciones después, pero mi hermana me pidió bendecir su matrimonio y por eso viajé primero. Dos semanas antes de mi regreso a Perú, ellos fueron asesinados.
¿Cómo fue su regreso al Perú luego del asesinato?
Al llegar al aeropuerto alguien me dijo “Aquí estamos en plena guerra, ¿para qué has venido?”. La Diócesis de Chimbote estaba en la mira de Sendero Luminoso, que había amenazado de muerte a Bambarén y a varios sacerdotes.
Llegando a Pariacoto recuerdo que la Iglesia se llenó. Yo conocía Pariacoto de fiesta, de mucha colaboración, de encuentros; pero esta vez estaba gris, llena de lágrimas y abrazos, con un dolor que partía el corazón. Fue muy importante escuchar de la gente los primeros relatos y reacciones después del martirio.
¿Qué pasó el 9 de agosto en Pariacoto?
El 9 de agosto los terroristas llegan a Pariacoto antes de mediodía y se concentran en dos casas, querían transmitir un mensaje muy claro: “La vida de los Padres está en peligro” y la población advierte a Zbigniew, quien responde: “No tenemos nada que ocultar, si vienen daremos el testimonio de la verdad”.
Antes de la misa la gente pregunta: “¿Celebramos la misa?”: Zbigniew contesta: “¿Por qué no vamos a celebrar?”. Dicen que por la puerta pasaban los terroristas encapuchados, pero continuaron rezando. Durante la homilía Zbigniew habla sobre la fidelidad, esa fue la idea central de su última homilía.
Al terminar la Eucaristía, como era viernes y esos días siempre teníamos reunión con las Hermanas y el grupo de misioneros de la parroquia, los Padres tomaron la decisión de continuar con el programa normal.
En ese momento los terroristas acorralan la cuadra, tocan la puerta, entran y encuentran a Zbigniew; con él se produce el primer diálogo. Está presente la Hermana Bertha Hernández, Esclava del Sagrado Corazón, y muchos jóvenes colaboradores. Los senderistas piden que se presenten todos los miembros de la Misión, pero Zbigniew defiende a los jóvenes pidiendo a los senderistas que hablen con los sacerdotes y dejen a los otros.
Llevan a la fuerza a los Padres y en una de las camionetas se mete la Hermana Bertha, ella está presente en este último “diálogo-juicio” que se produce ahí. Los terroristas nos acusaron de engañar al pueblo, porque distribuyendo alimentos adormecemos a la gente y por eso la población no tiene el coraje de hacer la revolución; dicen que la religión es el opio del pueblo y predicar la paz es un modo de apaciguar, que el único método válido de trabajo es el de la lucha maoísta. Después expulsan a la Hermana de la camioneta. Cuando llegan al puente, uno de los senderistas sale y echa gasolina para quemarlo. Luego al llegar cerca del lugar donde existía la antigua Iglesia, ahí, en el camino, matan a los dos padres; tenían las manos atadas por detrás. Por el camino matan al alcalde Domingo Palacios. Dejan las camionetas, las queman, y escapan.
Más tarde un grupo de los jóvenes se dirige a Pueblo Viejo para encontrar a los padres; es de noche, y ellos son los primeros que encuentran los cadáveres.
Esta noche de dolor nos recuerda la última noche de Jesús. Hay muchos elementos que se repiten: la Eucaristía, la última cena; entre los muy cercanos hay traidores, personas que informaban a Sendero sobre nuestros movimientos; los Hermanos hablan en la Eucaristía sobre la fidelidad, sobre cómo cumplir la voluntad de Dios. Y en el momento de la captura dicen: “Si me buscan a mí dejen marchar a estos”, y así se salvan los jóvenes. Después se produce el juicio y Zbigniew, que sabía tanto, estaba en silencio, como Jesús durante su juicio. Miguel dice: “Si nos hemos equivocado, dígannos dónde nos hemos equivocado”. Miguel da algunas respuestas y hace preguntas, así como Jesús. Después fueron llevados a una montaña, la montaña Gólgota de Pariacoto, una de las más altas, donde está el cementerio, y ahí se produce la ejecución; fueron atados como Jesús y luego sus asesinos escapan a toda prisa, como a toda prisa matan a Jesús antes del sábado.
También está el coraje de los campesinos, el encontrar los cuerpos, y el funeral “oficial” con la presencia de sacerdotes, del obispo de Huaraz y monseñor Bambarén. Los campesinos se quedaron a orar durante toda la noche, cantando en quechua sobre la pasión de Cristo; por la mañana hicieron una ceremonia especial, gritando, cuando vieron los primeros rayos del sol: “Padre Miguel, entra al cielo; padre Zbigniew, entra al cielo”, viviendo esta dimensión de resurrección, de vida.
¿Cuál cree que es la lección espiritual que nos dejaron estos mártires?
La primera lección la sintetizaría en la palabra “acompañar”. Zbigniew y Miguel nos dan una lección de cómo acompañar al pueblo, a los niños y a los jóvenes, a los campesinos. Estar al lado de la pobreza y de tantas dificultades. Hicieron un gran esfuerzo en dejar los esquemas mentales de sus países de origen. Este acompañamiento no es de agentes sociales o profesores, es acompañamiento desde la fe, desde Jesús.
La segunda lección es el “diálogo”. El diálogo nos ayuda a mantener y cambiar las ideas y crecer en este nivel de fe. La realidad siempre cambia, y yo necesito estar siempre en diálogo, en discernimiento, para saber qué es lo que Dios quiere en cada situación, tanto a nivel personal, como de los grupos e instituciones, etc. Por eso, es importante el diálogo para ponerse de acuerdo, para sacar algunas conclusiones en común, esto nos hace crecer.
Desde la fe, el acompañamiento y el diálogo nace una actitud en nosotros: Así yo puedo identificar, tocar y moldear mi vida, mis valores humanos y cristianos, para ponerme al servicio de los demás.
Entrevista a la Hermana Mirina Ibarra Ganoza, Religiosa de las Hermanas de Jesús Buen Pastor
Por María Rosa Lorbes y Diana Tantaleán- Diario La República.
A orillas del río, contemplando el mar o la puesta del sol…Las imágenes que la comunidad del Santa guarda del Padre Sandro nos muestran a un amante de la naturaleza. “Nos llevaba a admirar y a contemplar la creación. Íbamos al campo, a la playa, al río, a la chacra, al cerro, etc. Le gustaba el deporte, pintar, bailar, caminar, trotar, etc. Era un hombre multifacético de Dios”.
Usted conoció al Padre Sandro desde pequeña, y ya joven se convirtió en parte de su grupo pastoral. Cuéntenos de él.
El Padre Sandro llegó a Santa de Italia en 1980; lo recuerdo como una persona de pocas palabras, pero muy sencillo y cercano a los niños y a los más pobres. Recuerdo también que, antes de empezar la Eucaristía, siempre estaba arrodillado delante del Santísimo. Eso no lo entendíamos al inicio; pero verlo así con frecuencia, en oración, fue un gran testimonio para nosotros.
Desde que llegó a El Santa empezó a formar a la gente y buscar agentes pastorales, laicos, religiosas; no le gustaba trabajar solo, trabajaba con otros. Él promovió la catequesis familiar y la preparación a los sacramentos, pero también se preocupaba de que la persona pudiera vivir dignamente; le preocupaban las necesidades humanas, materiales y sociales que tenían los caseríos que iba recorriendo. Por ejemplo, creó un Centro de Promoción de la Mujer para que muchas mujeres pobres pudieran formarse y vivieran mejor; también vio que en el Valle del Santa hacía falta un Centro Comunitario donde la gente pudiera reunirse. Si hacía falta un canal de regadío, él se preocupaba y organizaba a la gente. Organizó cursillos de alfabetización, corte y confección, bordado, enfermería, primeros auxilios, higiene y salud. Puso en marcha el Botiquín Parroquial. También fundó el Centro de Educación Ocupacional “Virgen del Carmen” e hizo varias casas parroquiales y centros comunales.
Hacía posible que los pobladores vivieran mejor, que tuvieran herramientas para desempeñar su tarea. Ayudaba mucho a las familias más necesitadas, pero haciendo que ellos mismos se ayudaran, se hicieran partícipes.
Él había sido amenazado por Sendero Luminoso…
Desde antes que asesinaran a los padres de Pariacoto, él había recibido ya amenazas de Sendero. Pero, después del asesinato de los padres, en Santa comenzaron a aparecer letreros en las paredes: “Yanqui, el Perú será tu tumba”. Cuando lo leyó, dijo: “Es para mí”.
El sabía, sentía, que su vida corría peligro. Incluso desde el Obispado le aconsejaron que se ausentara un tiempo. Es más, él había dicho a algunos de sus colaboradores que el día lunes (él fue asesinado el domingo 25 de agosto) iba a viajar a Lima unos meses para que las cosas se calmen.
Yo creo que la causa de su muerte fue porque era una persona que promovía a la gente. Él inculcaba el Evangelio concreto. Hacía que la gente no se quedara adormecida, los ayudaba a colaborar para mejorar, y sabemos que la ideología terrorista no permitía eso; cuanto menos promovida estuviera la gente, ellos podrían hacer mejor su revolución, como querían.
¿Cómo fue su asesinato?
Ese día fue a la comunidad de Vinzos acompañado por dos agentes pastorales. Después de celebrar la misa y los bautismos, ya estaban de regreso a Santa, y más o menos a mitad del camino les pusieron unas piedras que cerraban el paso y en ese momento se acercaron dos senderistas que hicieron bajar a los jóvenes que lo acompañaban y los pusieron a un costado. Luego obligaron al Padre a bajar de su automóvil y, aunque él les suplicó que no lo hicieran, le dispararon sin decirle nada. Dos disparos a bocajarro terminaron con la vida del Padre Sandro, cuyo cuerpo quedó tendido frente a su camioneta.
Proclamaron la Buena Noticia del Reino
Por Gastón Garatea SSCC- Diario La República.
Desde hace muchísimos años, en países como el nuestro, se celebra en forma muy explícita la Semana Santa con una profunda seriedad, tratando de medir nuestras vidas con la de Jesús. Miramos a Jesús y nos miramos nosotros y se nos mueve a penitencia. Es que, frente a lo que Jesús hizo por nosotros, no somos nada. Casi nos da vergüenza mirar a Jesús, especialmente en su experiencia de entrega por nosotros.Pero este año tiene algo especial para el Perú, pues se va a beatificar a dos sacerdotes franciscanos conventuales polacos que murieron en Pariacoto (Áncash) y a un sacerdote del clero secular italiano que murió en Santa (Áncash). Los tres fueron asesinados por Sendero Luminoso durante lo que llamamos el tiempo del terrorismo.
A ellos les pasó lo mismo que a Jesús: proclamaron la Buena Noticia del Reino con su palabra, pero sobre todo con su vida, y los encontraron peligrosos para el proyecto de Sendero y los liquidaron. No se soportó que alentaran a los campesinos en su lucha por la vida y los asesinaron.
Es cierto que durante el tiempo de la violencia hubo muertes espantosas, pero no todas tenían el mismo contexto. Estos tres sacerdotes sabían del peligro en que vivían y optaron por dejar su tierra natal para venir al Perú, lo dejaron todo por esos pobladores de nuestra tierra que vivían tiempos espantosos y necesitaban del cariño y de la preocupación de sus hermanos. Querían hacer presente a Jesús en medio del dolor y el espanto que produjo el terrorismo en sus tierras ancashinas.
Sabían a lo que se exponían y optaron por quedarse en su lugar acompañando a su pueblo. El pueblo fue testigo de la muerte de esos hermanos buenos que se habían instalado entre ellos y experimentó el dolor de una muerte injusta. Los han llorado con la sencillez de los pobres, que hacen esos gestos con la discreción de quien sólo tiene derecho a sufrir sin esperar otra cosa que el despojo, sin que se respete su dolor.
Semana Santa vivida en forma dura y dolorosa en Pariacoto y Santa, en San Salvador y en varios lugares de nuestro pueblo pobre. Esa es la presencia de un Jesús que vive entre nosotros y que sigue queriendo a su pueblo humilde con quien tiene unas relaciones privilegiadas.
Los testigos de Jesús son estos mártires que han derramado su sangre entre los pequeños y humildes de nuestro Perú. Es un tesoro que los pobladores guardan como un regalo muy valioso, el cariño de esos sacerdotes y de Jesús que vive entre ellos.
A veces nos resulta más fácil hablar del Jesús que murió en Jerusalén, que hablar de ese Cristo, también sencillo y frágil que ha muerto en nuestra tierra. Que la Semana Santa nos ayude agradecer a Dios por haberse acercado a través de esos hermanos a la realidad de los pobres del Perú.