Entrevista a Gerardo Joannon

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Gerardo Joannon

Manzana podrida
Padre, estoy aquí porque he hecho una larga investigación sobre jóvenes de “buena familia” que siendo solteras quedaban embarazadas, a las cuales se les quitaban sus hijos o se les hacía creer que habían muerto, para entregarlos a otras familias en adopción. Y usted, según la mayoría de esos testimonios, tiene un rol principal en esos hechos.
Bueno…, yo de eso tengo poco que decir. Por el sigilo yo me debo a personas que me han confidenciado cosas que no puedo contar.
Sí, pero hay historias que he confirmado y que vamos a relatar. Y en ellas, le insisto, usted tiene un rol principal en la entrega irregular de niños en adopción. Necesito que me dé su versión. Alguna razón tuvo para actuar como lo hizo.
…Mire, salí del colegio y ocho años después me ordené sacerdote. Partí haciendo clases en el Colegio de los Sagrados Corazones de la Alameda. En aquella época no había colegios en el barrio alto. Santiago llegaba hasta Pedro de Valdivia. Y yo, que partí viviendo en este extremo, tenía que ir a hacer clases allá abajo. Junto con trabajar con los padres franceses, y como siempre he tenido una vocación social muy fuerte, me tocaba ayudar en una parroquia que estaba formándose: la Parroquia de San Pedro y San Pablo en la población que entonces se llamaba Joao Goulart (ahora barrio Brasil). Desde temprano me empecé a relacionar con el mundo juvenil. Ahí comencé a convivir con una realidad: el embarazo adolescente. Y empecé a enterarme cómo algunas jóvenes abortaban.
¿Cómo se hacían los abortos en esa época?
Yo los encontraba terribles, no sólo por la muerte involucrada, sino porque palpaba -y es algo que hasta hoy confirmo- cómo las jóvenes que se hacían un aborto quedaban dañadas para toda la vida. Los abortos eran clandestinos, por supuesto, y con gran riesgo para las niñas. Existían en esos años unas “brujillas” que hacían estos abortos en las poblaciones en condiciones muy poco higiénicas. Se dedicaban sólo a eso y lo habían convertido en una profesión: cobraban. Y también descubrí una especie de conciencia medio oculta, que permitía que los datos de quienes hacían estos abortos fueran pasando de unos a otros. Para las niñas del barrio alto que quedaban embarazadas, había dos maneras: sacarlas de Chile para abortar, lo que hacían las familias que tenían más dinero; o dar a la guagua en adopción.
¿Eran las jóvenes o sus padres los que querían abortar?
En la mayoría de estos casos eran los papás los que querían que ellas abortaran. Pero había casos en que la misma joven no quería la guagua.
¿Y cómo se involucró en las adopciones?
Mi familia era muy amiga de dos ginecólogos bastante conocidos en la época. Si hoy tú vas al barrio alto y averiguas quiénes son los ginecólogos que atienden a la mayoría de las madres que llegan a la Clínica Las Condes y a la Clínica Alemana, se van a repetir los nombres. En ese tiempo también era lo mismo. Dos de esos doctores eran muy amigos de mi familia.
Uno de ellos es el doctor Gustavo Monckeberg, ¿no es verdad?
Gustavo era muy amigo de mi padre y de mi madre. Un hombre muy bueno. Un día estaba conversando con él sobre el problema de las adolescentes que quedaban embarazadas, y yo le pregunté qué se podía hacer. Y él me dijo: “Si tú quieres que esa guagua viva, habla conmigo y yo veo a quién derivársela. Yo tengo mucha gente que lo único que quiere es tener un hijo y no puede”. Y así fue. Esa fue la fuente. Y el otro doctor…
¿Quién era el otro doctor, padre?
Prefiero no decirlo… Le dije el otro nombre porque usted lo mencionó. De cualquier manera, están los dos muertos. No es que hicieran nada malo, al contrario, estaban salvando vidas. Ahora, ellos no eran los únicos. Que yo sepa, había al menos unos ocho médicos más que hacían lo mismo. ¿Y qué hacían?: que la joven viajaba; y otras veces, simplemente dejaba de verse en sus círculos y para toda la gente de fuera de su entorno íntimo, estaba de viaje. Ya se había hablado con la pareja que iba a quedarse con la guagua. Ahí los papas, que eran los que preferían esto a que la hija se hiciera un aborto, hacían el traspaso a la familia que adoptaba. Por ejemplo, yo tenía una familia amiga que no podía tener guagua. Un día me llaman por teléfono y me dicen: te tenemos una noticia, vente a comer. Voy, y cuando llego, me dicen: te vamos a presentar a nuestro hijo. “Pero cómo, les dije, ¿tuvieron un hijo?”. Ahí me contaron que el doctor que los atendía, y en vista de que no podían tener guagua, les había preguntado si estaban dispuestos a adoptar. Y así fue como adoptaron una guagua. Era el mismo sistema que hacía yo: les hacía el contacto a las familias con el doctor.
¿En cuántos casos actuó usted, padre?
No ayudé en muchos…, serán en total unos cuatro, cinco… No sé. No recuerdo. Pero todas las personas lo hicieron con desgarro. Las chiquillas estaban dispuestas a sacrificarse, por darle una mejor calidad de vida, más normal, a su guagua. Porque en esos momentos, una chiquilla que tenía una guagua soltera, era muy mal mirada. No diría que se fregaba la vida, pero estaba muy cerca de eso. De partida, nadie se quería casar con ella. Eso después cambió: no es lo que era antes. Hoy las chiquillas que tienen guagua igual se casan, porque florecen con sus guaguas y demuestran que son buenas madres.
¿Y cuál era su consejo en esa época? ¿En qué momento de la vida la nueva familia debía contarle a ese hijo que era adoptado?
No, al contrario, yo era partidario de no decirles nunca. Ahora, si casi todo el mundo sabía que ese niño era adoptado, bueno ahí hay que decirle. Pero si nadie supo que esa joven que “estaba viajando” daba a luz, ¿para qué decirlo? Yo participaba en conectar a las personas. Les decía a los doctores: esta persona tiene este problema, los papás quieren a toda costa que ella aborte, y la joven insiste en que no y no. Ella prefiere tener la guagua y hacer feliz a una familia que cargar toda la vida con un dolor. Y yo, por supuesto estoy a favor de la vida y me tocaba convencer a los papás que dejaran a la joven tener su hijo. Ahí me salían con eso de que esto les liquidaba la vida. En el fondo, las razones eran “el qué dirán”. El seguir aparentando algo que no eran. Yo siempre terminaba más o menos mal con estas familias. Pero mi argumento era: yo lo único que hago es ayudar a su hija, porque sé que si su hija aborta, eso sí que le va a destruir la vida.
¿Le pasó alguna vez que después de su intervención, los padres igual prefirieran llevar a su hija a abortar?
Sí, claro que me pasó. Y ahí perdía el contacto. Mi papel era simplemente que la vida se mantenga y abrirles la conciencia a las personas. Decirles que esa mamá iba ser más feliz si esa vida se salvaba. Eran niñas que se quedaban esperando guagua y muchas de ellas, si no fuera por sus padres, habrían tenido a sus guaguas con ellas. A todas les costaba. Yo nunca le pedí a una persona que regalara su guagua. En eso yo no me metía. Lo que hacía era evitar que se matara a esa guagua. Una vez vino alguien por ahí a decirme que yo había obligado a una joven a entregar su guagua en adopción. Lo paré y le dije: “¡Eso no te lo acepto! Tú no tienes derecho a decir eso de mí”. Además, yo no estoy aquí para pedirles a las personas que tengan actos heroicos. Yo estaba para defender la vida y mi consejo era intentar salvar vidas. Y si mi consejo no les hacía sentido, hasta ahí llegaba yo.
Una mujer me relató cómo usted fue precisamente la persona que la presionó, junto a su familia, para que entregara a su guagua en adopción. ¿Eso no es cierto?
No, yo no hice eso. Y sé quién es esa persona. Esa es una mentira. Y nunca más la he visto. No la he querido ver justamente por eso. Ella es mentirosa, porque yo fui a verla unas dos o tres veces. La fui a acompañar, porque estaba en “esos viajes”, sin que nadie la viera. Y fui de pura buena gente. Ahora, más tarde, ella llevó un día a un tipo para que me amenazara y yo le dije que no se lo aceptaba. ¡Y te vas! ¡Qué te has imaginado!, le dije. Jamás iba a hacer una cosa de esa naturaleza. Esa niñita tenía poca personalidad y su mamá era muy dominante. El padre era buena gente. Tal vez a ella le influyó mucho el carácter de su mamá. Pero que yo le haya dicho algo así, no.
Otra cosa que me parece muy delicada en todas estas adopciones arregladas, es que varios testimonios lo señalan a usted celebrando misa por una de estas guaguas que había sido entregada en adopción a otra familia. Y usted hacía misa como si esa guagua hubiera muerto. ¿Le hacia misa de difunto, padre?
No, no, yo jamás celebré misa de muerte, yo celebraba una misa en la que pedía por la familia, por supuesto.
En el caso específico de Pilar, usted celebraba misa por su hija que había muerto y esa niñita no estaba muerta.
No, no, yo celebraba por la experiencia, por darle sentido a ese dolor. Eso es totalmente distinto.
¿Por cuál experiencia, padre?
Darle gracias a Dios por el gesto de esta persona. No eran misas de difuntos, eran misas donde se daba gracias a Dios por el día en que la joven madre hizo ese tremendo sacrificio.
Pero si usted dice “sacrificio”, eso quiere decir que ella entonces quería quedarse con ese bebé.
Pregúntele a ella, no me haga preguntas cuyas respuestas son de ella. Ahora, no tengo ni una duda de que lo que hice en ese momento, era lo que tenía que hacer. Y a Dios gracias eso significó que cuatro o cinco, no recuerdo cuántas niñitas, tuvieran un hogar y se salvaran. Esa guagua nació un primero de febrero, y yo los primeros de febrero siempre me reunía con su mamá o ella venía al lugar donde yo celebraba misa, porque le dábamos sentido a ese dolor.
Pero familiares y amigos tanto de Pilar como de su ex pololo (Francisco), dicen que usted celebraba la misa por la pérdida, a tal punto que vinieron a saber que esa niñita no estaba muerta cuando apareció con 21 años en 2004.
Bueno, yo estaba seguro de que estaba muerta. El doctor me dijo que estaba muerta.
¿El doctor le dijo que esa niña había nacido muerta?
Esa niña murió. Esa niña murió…Ese fue el primer caso en el que me involucré. Y esa niña murió. Eso fue lo que me dijo el doctor Gustavo Monckeberg. Después, al parecer, frente a la agresividad del papá que lo encaró, el doctor le dijo que estaba viva… Bueno, yo el detalle no lo sé, porque no tengo por qué saberlo. Yo soy muy amigo de la familia de esa joven, pero nunca he hablado con los papás ni con nadie sobre este tema.
¿Cuándo se entera usted que esa niñita no había muerto?
Cuando esa joven me vino a ver y me dijo que era la hija de Pilar. Ahí yo me enteré. Hará unos ocho o diez años de eso… ¡Uyy!, ya voy tarde a la misa…
(Decido esperar a que regrese el padre Gerardo Joannon de oficiar la misa para continuar con la entrevista)
Me hicieron pensar las lecturas de la misa y pensé: ¿para qué está haciendo usted este reportaje? Porque a lo menos en los dos casos que me mencionó, ¡por Dios que ha sido doloroso! ¡Por Dios que ha sufrido la gente! En el caso de la hija de Pilar, yo sé que la familia que la adoptó ha sufrido tremendamente. Yo nunca fui hablar con ellos y no voy a ir tampoco, no me compete. Pero sé lo que han sufrido, ¡y para qué decir Pilar! Usted no sabe muchas cosas. Las desconoce…Hay cosas del terreno íntimo que usted no sabe, como que el padre de esa guagua era deschavetado…
Pero ese “deschavetado”, como usted dice, buscó a su hija hasta que la encontró. Y ahora tiene una buena relación con ella y su familia.
No te creas, no te creas, es un hombre que conozco desde chico: no es cuerdo. Dice y hace como si lo fuera, pero no es así.
Y en el caso de la adopción oculta del hijo de Carmen, ¿qué tiene que decir?
Ella era una niña… Su familia eran amigos de mis padres. Yo los conocía y tenía con ellos confianza, y es por eso que llegaron a mí. Pero esa niñita era un pajarito… Yo le aseguro que su artículo hará más daño que bien. ¿A quién le hace bien esto?
Es el derecho de las personas a contar sus historias. En el caso de Francisco, a él lo despojaron del derecho a ser padre. ¿Quién les dio a ustedes el derecho de quitarle a él y a otros jóvenes sus hijos?
A ese joven no le importaba su hija… ¿Qué es lo que van a sacar con este reportaje?
¿Quiénes eran ustedes para decidir quitarles a esos jóvenes sus hijos y entregarlos en adopción?
Yo no era nadie. Y le digo: frente a la posibilidad de que una persona mate, se acrimine, hacía todo lo posible para que no lo hiciera. Eso es lo único que he hecho. Ahora, hay que preguntarse por qué tomaban esa decisión…Creo que no va a ser bueno que usted publique su artículo. Abrir esto de nuevo, para que la gente empiece a comentar estas cosas… ¿Qué derecho tiene usted a que los hijos de las personas involucradas se enteren ahora de esto?
Yo me debo a las personas que vienen a CIPER a entregar su testimonio con confianza, exponiendo un drama que los afectó de por vida a ellos y a sus familias por culpa de lo que hicieron personas como usted. Y lo que yo hice, por respeto a la ética, fue venir a buscar su versión.
Y lo que yo hice en ese momento fue responsable. Yo también he sufrido y me da pena, pero era mi deber. Pero hoy claro que no lo haría. La sociedad está muy distinta y aguanta mucho más. Es más comprensible y menos cruel con las personas que tropiezan. Esa era mi razón: ¿qué convenía más: que ese niño muriera o se fuera con otra familia?
¿Haría lo mismo hoy?
Por supuesto que no lo haría. Por ningún motivo. Hoy es natural que una persona se equivoque, o como quiera llamarlo, y quede esperando guagua. Hoy no existe la sanción pública de entonces, cuando era realmente matar a la joven en vida. Es un poco lo que pasa con los gay, es igual. La gente empezó a darse cuenta que hay personas distintas y que hay que respetarlas.
Fuente: www.ciperchile.cl

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