Congresista no sabe lo que es

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Luis Bambaren SJ

Carlos Bruce no es G, es B
El dictamen del proyecto de ley de la Unión Civil no matrimonial entre personas del mismo sexo fue rechazado en la votación realizada en la Comisión de Justicia y Derechos Humanos del Congreso.
Solo cuatro parlamentarios respaldaron esta norma, mientras que siete lo hicieron en contra y dos se abstuvieron, tras una discusión de más de tres horas.
Se abstuvieron Heriberto Benítez (no agrupado) y Octavio Salazar (Fuerza Popular).
EN CONTRA
Votaron en contra los legisladores Juan Carlos Eguren (PPC-APP), Julio Rosas y José Elías Ávalos (Fuerza Popular), Agustín Molina, Martín Rivas y Rubén Condori (Gana Perú) y Marco Tulio Falconí (Unión Regional).
“Hemos debatido ampliamente. No se ha aprobado el proyecto de Unión Civil de personas del mismo sexo. En todo momento, nosotros los congresistas, hemos defendido a la familia natural tal como consagra y reconoce nuestra constitución peruana. Eso está legitimado por la gran mayoría de nuestra sociedad peruana”, expresó la el congresista Julio Rosas, al término de la votación.
Por su parte, el congresista Carlos Tubino (Fuerza Popular) consideró que esta decisión fue un triunfo del Perú. “Hoy ha ganado el pueblo del Perú y el proyecto de ley de Unión Civil entre personas del mismo sexo, que era matrimonio encubierto, ha sido archivado. Hoy ganaron los peruanos, ganó la familia”, dijo.
A FAVOR
Votaron a favor los parlamentarios Mauricio Mulder (Apra), Verónika Mendoza (AP-FA) y Cecilia Chacón y Pedro Spadaro (Fuerza Popular).
El congresista Carlos Bruce expresó su malestar por el rechazo del proyecto. “El intercambio de opiniones ha sido alturado. Hemos expuesto nuestras razones y, en función a la razón y el derecho, esto debió aprobarse; sin embargo es un tema que quedará pendiente, pero la historia avanza”, señaló.
Carlos Bruce anunció que esperaran al siguiente Congreso para presentar otro proyecto de ley a favor de la Unión Civil.
Fuente: Radio Programas del Perú.
ComunicadoEl obispo emérito de Chimbote, Luis Bambarén, sostuvo que “no es un ofensa” haberle dicho “maricón” al congresista Carlos Bruce, cuando esto significa lo mismo que “gay” en “lenguaje peruano”.
“Yo guardo respeto a toda persona, jamás insulto a nadie, y el odio nunca ha tenido lugar en mi corazón, por lo que no he pretendido ofender a nadie. Pero si alguien se declara públicamente ‘gay’ haciendo gala de su situación; decir en lenguaje peruano lo mismo, no es ofensa”, señaló a través de un comunicado que hizo llegar a los medios.
Pese a esta expresión, Bambarén dijo que les pide perdón a los homosexuales que se hayan sentido ofendidos e indicó que rezará por ellos.
También indicó que respeta y acoge “a quienes nacieron homosexuales” y les solicitó hacer lo mismo a sus familias y a la sociedad.
Además, Bambarén afirmó que la unión civil homosexual “no hace falta”, porque ya existe una fórmula legal para establecer “cualquier tipo de sociedad o contrato -con sus normas bien precisas- ante notario y elevarla a escritura pública”.
Fuente: Diario El Comercio.
David WaismanLa Carlota: marica, cabro o rosquete
El ex legislador de Perú Posible, David Waisman, se refirió a su ex colega de bancada Carlos Bruce como “Carlota”, y además solicitó que “lo asuma”.
“¿Mi amigo? (sobre Bruce) Ja. Mi amiga será. Carlota. Ya que se asuma, ¿no?”, expresó.
El propio excandidato presidencial, Luis Castañeda expresó una vez, consultado sobre las críticas que le realizó Bruce Montes de Oca, que se trata de “una loca…loca afirmación“, aunque luego negó que se tratara de una referencia a la bisexualidad del legislador y excandidato a la segunda vicepresidencia por Perú Posible.
Fuente: Diario La República.
Consignas, encuestas y temor
Por Francisco Tudela van Breugel Douglas
En nuestra época mediática, hiperconectada a través de la red, la psicología de las multitudes es más que nunca la presa codiciada por los intelectuales y los políticos. Ellos buscan que sus ideas e iconos capturen las mentes del hombre promedio de la masa, para así convertirlas en “normales” e incuestionables, en aquellas consignas que hay que repetir para no ser diferente a todo el mundo.
En el mundo anglo-americano, se hace una diferencia entre el intelectual, un propagandista, y el estudioso, el “scholar” o académico. El jurista norteamericano Richard Posner dice que los “intelectuales públicos”, los propagandistas, son inescrupulosos y prejuiciosos, añadiendo que careciendo de toda ética y respeto moral, son insensibles a los ultrajes públicos que ellos mismos cometen.
El historiador británico Norman Stone comparte la opinión de Posner, como también el filósofo norteamericano Robert Nozick. El economista Thomas Sowell y el historiador Paul Johnson han escrito libros altamente instructivos sobre los intelectuales, y Margaret Thatcher dice en sus memorias que los horrores de la revolución francesa fueron la consecuencia de las ideas utópicas de unos intelectuales infatuados.
Los intelectuales públicos imponen sus consignas y silencian a todo espíritu crítico adverso a sus puntos de vista, invocando el “consenso” al interior de una poderosa élite cultural y social afín a ellos; de una intelocracia iluminada, la cual sabría más de humanidad y bondad que el pueblo poco ilustrado. También se victimizan y agreden con adjetivos calificativos ofensivos a quienes discrepan de sus ideas, prefiriendo la intimidación emotiva y verbal a la persuasión racional.
Es así como el silencio de la multitud es usurpado mediante la propaganda de los intelectuales públicos, buscando imponer sus consignas a la clase política y por ende a los gobernantes. El filósofo político Anthony de Jasay ha demostrado como los gobiernos que temerosamente se someten a las exigencias de este supuesto consenso, terminan neutralizados, inactivos y sin programas.
En el Perú de hoy, recién se inicia lo que en Europa y los Estados Unidos se denomina desde hace décadas las “guerras por la cultura”, esto es, el combate sin fin entre dos visiones antagónicas sobre el futuro de la sociedad y el pensamiento que la regirá.
Las premisas libertarias del liberal-socialismo, para dominar el pensamiento de la sociedad futura, están en esta primera etapa organizadas alrededor de la promoción del aborto, del matrimonio homosexual y del abandono de toda metafísica, librando una guerra conceptual y cultural a ultranza contra la civilización preexistente, cuyos defensores se agrupan bajo los estandartes de la defensa de la vida, la familia tradicional, la moral y la existencia de Dios.
Pero en el Perú actual, ese “consenso” invocado por los intelectuales públicos liberal-socialistas no tiene cuerpo, pues las encuestas de opinión demuestran uniformemente que la mayoría de los encuestados no comparten su punto de vista.
El Diccionario de la Lengua Española nos dice que consenso es: “Asenso, consentimiento, y más particularmente el de todas las personas que componen una corporación”. Retengamos un punto: este consentimiento debe ser “de todas las personas”.
Consenso viene de la palabra latina “consensus”, derivada a su vez de “consentio”, con-sentimiento, sentir juntos. Los juristas romanos utilizaban el término “consensus ad ídem”, “acuerdo sobre la misma cosa”, para describir el espíritu unánime que preside la firma de un contrato.
Los antecedentes del término “consenso”, en política, se remontan al Siglo XVII, a las asambleas carismáticas de la “Sociedad Religiosa de Amigos”, los cuáqueros. Así mismo, los anabaptistas, los menonitas y los puritanos también decidían por consenso.
Cuando en un rapto de inspiración, temblor y discurso carismático, se despertaba en la asamblea religiosa un sentimiento arrasador respecto a una decisión, entonces había consenso. Así ocurrió, por ejemplo, en los procesos y la condena de las pobres niñas acusadas de brujería en Salem.
¿Quiénes son los que exigen actualmente que se acepte un supuesto “consenso”? Los separados del poder político, los intelectuales liberal-socialistas, los firmantes de cartas públicas, los activistas, entre muchos otros.
Ellos intentan persuadir al Ejecutivo y al Congreso, al poder político elegido por el pueblo, para que estos aprueben leyes que ese mismo pueblo rechaza, tal y como lo señalan claramente las encuestas. Los congresistas obedecerían a esta consigna, llevados por un temor reverencial a transgredir un indemostrable e inexistente “consenso” social.
En este primer combate de la nueva era de las guerras por la cultura en el Perú, se busca que los representantes elegidos por el pueblo voten contra las convicciones religiosas y morales de ese mismo pueblo, manipulados por la inseguridad que les produce una hipotética desaprobación de una poderosa élite intelectual y social, la cual, por lo demás, tampoco es unánime en sus sentimientos y donde algunos guardan silencio por temor a discrepar.

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