Archivo por meses: noviembre 2014

Iglesia celestial

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Papa Francisco

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Celebramos hoy la “Conmemoración de todos los fieles difuntos”, entre los que están los nuestros. Familiares, en primer lugar, y luego amigos y conocidos, y tantos otros que se nos cruzaron en la vida y se nos adelantaron en la partida. A todos ellos los recordamos hoy y por todos ellos rezamos. Y oramos con la voz de la Iglesia, que maternal y solícita, viene en nuestra ayuda con un mensaje de fe y de esperanza cristianas: la vida no termina con la muerte, sólo cambia de manera de ser, hasta que en la resurrección de los muertos, entremos en la gloria del Señor con cuantos en Cristo hayan muerto. Los que compartimos su muerte compartiremos su gloria.
Por caer este año en domingo el Día de los Fieles Difuntos, el evangelio de Marcos refuerza inspiradamente este mensaje de fe y esperanza: Jesucristo que murió y fue sepultado, resucitó (Mc 15,33-39;16, 1-6). Es el final triunfal del evangelio de Marcos, que nos llena de consuelo, pues, en Cristo, también nosotros hemos de resucitar. No sabemos cuándo ni cómo, pero será (1 Tes 4, 15-18;1 Cor 15, 35-58). “No se apenen como los hombres sin confianza, pues a quienes creemos que Jesús murió y resucitó, Dios hará que Jesús nos lleve con El” (1 Tes 4, 13-14).
Ayer, hoy o cualquier día, todo tiempo es bueno para recordar, visitar y orar por nuestros queridos difuntos. Y para ganar en su favor la indulgencia plenaria, que la Iglesia regala a manos llenas en esta Conmemoración. Es lo que más necesitan y agradecen nuestros difuntos, pues la indulgencia plenaria perdona (condona) el total de las penas debidas por nuestras faltas y pecados. En virtud de los méritos de Jesucristo, la indulgencia plenaria nos da acceso directo a la gloria del Padre en el cielo. O como se dice popularmente, uno va al cielo con zapatos y todo.
Está escrito que “es bueno ofrecer sacrificios por los muertos para que queden libres de sus pecados” (2 Mac 12,46). Esta creencia y práctica del Antiguo Testamento ha sido más que superada por el Sacrificio de Jesucristo. No hay punto de comparación entre aquellos sacrificios y el de Jesucristo. Por ello, la Iglesia lo renueva incruentamente en cada misa, siguiendo el mandato de su Señor. Por su parte, el pueblo fiel, que tiene un sexto sentido religioso, sabe muy bien que una sola misa tiene un valor salvador infinito y la prioriza a todo a la hora de hacer lo mejor por sus difuntos.
¡Ay del pueblo que no honra a sus muertos!, rezaba un letrero colocado en un abandonado cementerio de… un pueblo también abandonado. Dime cómo honras a tus muertos y te diré quién eres, porque, efectivamente, el trato a tus muertos, pone de manifiesto tu corazón (afecto, aprecio y gratitud), tu piedad (recuerdo, lealtad), y tu sentido religioso (fe en Dios, ayuda espiritual, esperanza del reencuentro).

Cristianos de Siria, entre Assad y el Califato

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Cristianos en Siria
Sale en Europa el «Libro negro de la condición de los cristianos en el mundo», editado por di Falco, Riccardi y Lieven; reúne análisis de los más importantes estudiosos del planeta. Anticipamos el capítulo de Domenico Quirico.
Por Domenico Quirico- Vatican Insider
Encontré inmediatamente a los cristianos de Siria, durante el segundo día de mi enésimo viaje a la tierra de la revolución, que se convirtió en atroz guerra civil. Yabrud está a poca distancia de la frontera con el Líbano, cuyas vetas parecen lejanas allá, coronadas de nubes, graníticas y solemnes. Para llegar a la primera etapa del viaje, que según lo previsto debería llevar mis pasos hacia Damasco, con una formación de refuerzos de la Armada siria libre, atravesamos desfiladeros profundos y atemorizantes, llenos de nubes. Durante el crepúsculo la enorme llanura de Yabrud, y más allá Qara, me parece gloriosamente inundada de sol, con sus campos cultivados y árboles frutales regulares como tapetes que la adornan. Pero son los centinelas del desierto, pues detrás de ellos se abren las extensas llanuras que conducen a Damasco, desde cuyas rocas y arenas el se enturbia el cielo lejano.
Esta, desde hace siglos, es tierra de cristianos, que han resistido a todo: Cruzadas y yihads, miseria y revoluciones, fanatismo e indiferencia. Resistieron, sobre todo, al aguijón de ese pecado imperdonable que es la desesperación. En mis anteriores cuatro viajes a la Siria rebelde nunca dediqué demasiada atención a la minoría cristiana del país de los Assad (que representa entre el 10 y el 12 % de la población), ese país en el que la pertenencia religiosa no aparece en los documentos de identidad; me parecía, lo confieso, un problema secundario en el abismo de la tragedia que involucraba y arrastraba a los 22 millones de sirios (sunitas, alawitas, turcomanos, árabes, drusos, kurdos…). Claro, me había dado cuenta de que los cristianos solamente representaban un número modesto en las filas de la Armada siria libre. Claro, cuando hablaba de ellos con los rebeldes, muchos se ensombrecían al escucharme: «Casi todos los cristianos están doblemente vinculados con Bashar, por el miedo y por el interés… Tienen sospechas sobre nosotros los revolucionarios y nos acusan de ser integralistas y fanáticos. Pero en realidad defienden sus privilegios, sus riquezas, la posición que se han confeccionado en la sociedad y por ello consideran que el régimen es una seguridad y que nosotros somos una incógnita».
Pero, añadían, en Aleppo, ciudad mártir y símbolo de la revolución (dividida en dos mitades entre los barrios liberados y los que todavía mantenían firmemente los soldados del régimen), «no habrá venganzas; los cristianos también encontrarán sitio en el nuevo estado que soñamos: democrático, plural y pluriconfesional».
Los cristianos sirios, por tradición y por necesidad, siempre han apoyado el partido Baath y el estado-nación, pues lo consideran un freno al fundamentalismo. Su Edad de Oro fueron los años cincuenta, cuando participaron activamente en la vida política y parlamentaria de Siria, que acababa de alcanzas su independencia; en las elecciones de 1954 obtuvieron 16 parlamentarios. Esa fue la única elección democrática en la historia del país.
El emir de la formación del Frente al-Nusra, que me tuvo prisionero durante 10 días, era un hombre que tenía ojos azules, un libanés de las aldeas fronterizas que había ido a combatir la guerra santa en Siria y a ajustar las cuentas con los chiítas de Hezbollah, que, contaba, habían cometido una masacre en su aldea. De esta cadena de venganzas se nutre el «moloch» de la guerra civil siria. Un monje guerrero como sus jóvenes combatientes, oración y guerra, una vida ascética en la que no hay espacio para la sonrisa, la comida, la piedad. Cuando todavía era de noche, pasaba por el establo en el que estaban alojados sus pobres combatientes y golpeaba, con un bastón que llevaba siempre consigo, las puertas de hierro: «¡Despierten, muyahidines! ¡Dios llama; es la hora de la oración!». Tenía una mirada inteligente y cruel; tenía bien claras las ideas. Cuando le pregunté cuál habría sido el futuro de Siria si hubieran logrado expulsar a Bashar, no dudó un instante: «Construiremos el califato según la voluntad de Dios grande y misericordioso. La ‘sharía’ será la única ley. Pero será solamente el comienzo… Después arrojaremos al mar a los judíos y conquistaremos el Líbano, arrollaremos a los regímenes ateos y corruptos de Jordania e Irak… Y después Egipto, Libia, Túnez, Argelia y al-Ándalus, España, todas ellas tierras de Dios. Y el califato volverá a ser el glorioso califato de los tiempos sacros del islam victorioso».
Le pregunté cuál habría sido el destino de los cristianos en el futuro califato: «Viven aquí desde hace siglos, esta es su tierra… Tendrán mejor suerte que los alawitas, la secta satánica de Bashar, a la que exterminaremos hasta el último hombre, mujer y niño. Los cristianos, si obedecen, podrán permanecer aquí, pero tendrán que pagar un impuesto como todos los ‘dhimmíes’. ¡Nunca serán ciudadanos con los mismos derechos que los verdaderos creyentes!».
La guerra civil siria, durante el último año, ha cambiado radicalmente su naturaleza y sus actores. Las formaciones yihadistas financiadas por Arabia Saudita, a menudo conformadas en su mayoría por voluntarios extranjeros, se han multiplicado y reforzado, por lo que representan la verdadera fuerza de oposición al ejército regular, pues, en el campo, la Armada siria libre ha desaparecido. Han llevado consigo un fanatismo que no existía en la primera fase de la revolución. La caída del régimen, para ellos, no es más que una primera fase en la reconstrucción del califato en el país clave del Medio Oriente. En relación con los cristianos, es difícil indicar una línea común: cada ‘katiba’, según su composición (chechenos, libios, tunecinos, jázaros, sauditas, europeos) tiene posturas más o menos extremistas. La desinformación, método ampliamente utilizado por ambas partes del conflicto, ha dado luz a teorías y leyendas. Algunos periódicos occidentales han recopilado y publicado, sin control alguno, los rumores escalofriantes de que los grupos integralistas matan a los cristianos y llenan botellas con su sangre para enviarlas a los sauditas, que financian a sus grupos, demostrando que trabajan por la guerra santa. También se ha hablado, con base en videos de dudoso origen, de crucifixiones de cristianos condenados. Existen grupos yihadistas de nebuloso origen, tal vez creados o infiltrados por el servicio secreto del régimen para sembrar la confusión y provocar operaciones de guerra sucia. Por ejemplo: ¿quién mató en Homs, con tres disparos en la nuca, al padre Franz van der Lugt, el jesuita holandés que había aceptado quedarse en el barrio antiguo de la ciudad asediado durante dos años, bajo los bombardeos y sin comida, para ofrecer el testimonio de que para él no existían cristianos o musulmanes, sino solamente seres humanos? ¿Los rebeldes integralistas o el ejército regular, por venganza? ¿Quién secuestró desde hace más de un año a otro jesuita, el padre Paolo Dall’Oglio, el fundador del monasterio de Mar Musa, lugar de extraordinario ecumenismo en donde cristianos y musulmanes rezaban hombro a hombro? Desde el principio, en contra de la jerarquía cristiana con la que entró en conflicto en diferentes ocasiones, eligió el campo revolucionario, frente a un régimen cuya corrupción y violencia denunciaba sin medias tintas; un sacerdote, pues, revolucionario y sin contradicciones ni hipocresías.
Rumores insistentes sobre su secuestro, pero no confirmados, hablarían de una de las formaciones más radicales de la yihad: el EI, el movimiento por el emirato que controla los territorios en la frontera con Irak, justamente donde se perdió la huella del jesuita italiano. Los méritos revolucionarios de Dall’Oglio no tienen relevancia para estos nuevos rebeldes fanáticos frente a sus dos «culpas» capitales: ser occidental y, sobre todo, ser cristiano.

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