Por Antonio Elduayen Jiménez CM
¿Se imaginan ustedes a Jesús como un hombre violento, angustiado, incendiario? Sin duda que no. Y ciertamente no es eso lo que se deduce de los evangelios en su conjunto. Ni nos parece que esas palabras, aunque sí las dijo, tengan en él el sentido que tienen en los fanáticos, desquiciados y agitadores. Pero tampoco vayamos a desvirtuar del todo lo que Jesús quiso decir y dijo.
Dijo: “No he venido a traer la paz a la tierra, sino la división…He venido a prender fuego sobre la tierra, ¡y ojalá estuviera ya ardiendo! Tengo que pasar por un bautismo (su pasión y muerte), ¡y qué angustia hasta que se cumpla!…” Son frases que Jesús dijo (Lc 12, 49-53), que están ahí, que expresan su pasión por el Reino de su Padre Dios, que responden a lo que fue profetizado sobre El cuando aún era un bebe: “este niño traerá a la gente caída o resurrección (Lc 2,34). Y que encierran lo que El tantas veces vivió y pidió vivir a sus discípulos: parrusía o coraje apostólico
Son frases que deben inquietarnos y llevarnos a revisar nuestro estilo de ser y de vivir como cristianos. “Si el Reino de Dios ha de venir por la violencia -una violencia que no es creación suya- , ¡que venga el reino! Si lo violento de este mundo ha de salir siempre con la suya, entonces no se podrá hacer nunca nada bueno. Y si los buenos han de ser disuadidos de hacer el bien porque esto provoca violencia, entonces el mal habrá triunfado para siempre”. (Padre Vawter CM) ¡Que venga el Reino, aunque quienes no lo quieren se opongan! La no violencia activa es parte del Evangelio, y la recomendó Jesús (Mt 5,38-42. Lc 6,27-30)
Me pregunto si como cristianos no nos hemos ablandado y edulcorado y achatado un tanto. Si no nos hemos acomodado y contemporizado demasiado según el mundo. Si no nos hemos quedado, dice el Señor, encarando a los buenos que no son astutos y valientes para el bien como sí son los malos para el mal (Lc 16,8). Y si no nos falta garra, pasión, violencia interior y hacia fuera. Sólo los violentos conquistarán el cielo, dice el Señor (Mt. 11,12).
Lo que Jesús nos dice por Lucas no podemos interpretarlo sólo figurativamente -(como si el fuego del que habla es el fuego del amor, etc.), ni tampoco sólo como resultado de la provocación que origina Jesús con su modo de vida y su pasión por el bien y la verdad (en cuanto que El resulta “piedra de tropiezo”).
Lo que Jesús dice hay que entenderlo desde su vida de luchador, en lucha contra el mal hasta la muerte. Una vez más, la clave para entender lo que dicen sus labios es su vida. Hay que entenderlo también desde la invitación que nos hace a beber su cáliz y a ser bautizados con su bautismo de muerte (Mc 10,38). O desde la que hizo a los hijos del trueno (Santiago y Juan). ¡Lo haremos dijeron ellos…! y lo hicieron. Pero en general, hoy en día, son muy pocos los cristianos que están dispuestos a ello, a “poner su carne en el asador” ¿Estaremos dispuestos nosotros?
La Asunción de María a los cielos
María está en persona (en cuerpo y alma) en el cielo. Jesús le dio este regalo (Privilegio) y la Iglesia lo reconoce y proclama (Dogma).
Proclamación del Dogma: miércoles 1º de Noviembre de 1950, Fiesta de todos los Santos, por el Papa Pío XII proclamó el Dogma de la Asunción de María. “Proclamamos, declaramos y definimos ser dogma divinamente revelado: Que la Inmaculada Madre de Dios, siempre virgen María, cumplido el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”…Y sigue la fundamentación bíblica, teológica, de creencia de los Padres de la Iglesia y de la fe del Pueblo de Dios (expresada en el culto, el arte, la literatura). La Iglesia no hizo sino proclamar como de Fe lo que hasta entonces era la creencia del Puelo de Dios.
Por qué: Fue el merecido regalo que Jesús quiso dar a su querida madre en premio a su entrega fiel y total a Dios, ella que fue excepcional hija del Padre, madre del Hijo y convivium (mejor que templo) del Espíritu Santo.
La concebida sin pecado original fue también asunta al cielo sin corrupción mortal. Una vez declarado el Dogma de su Inmaculada Concepción (8.12.1854), era lógica la Declaración del Dogma de la Asunción (1950)
Falta ahora la proclamación de María como Reina del Universo, se dijo por muchos (obispos, teólogos, laicos), cuando se hubo concretado el dogma de la Asunción de María. Por de pronto y como una consecuencia del dogma proclamado, Pío XII estableció la Fiesta de Santa María Reina, que celebramos cada año el 22 de agosto.
¿Dónde y cómo fue María asunta a la gloria del cielo? En Éfeso o en Jerusalem ¿Quiénes la vieron? ¿Fue asunta aún con vida (dormición) o después de haber muerto (como un cerrar y abrir de ojos)? Excepcional en todo, María lo fue también en su tránsito de este mundo.
Estas y otras muchas preguntas, la Iglesia las obvió en su declaración dogmática. Simplemente dijo que “fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo”, dejando a los estudiosos la tarea investigar qué pasó y cómo fue… Lo que el Papa definió es suficiente para mostrarnos el triunfo actual de María y, consecuentemente, el triunfo de la Iglesia y nuestro triunfo de cristianos al final de los tiempos.
Con su asunción a la gloria del Padre, María nos muestra nuestro destino final y el camino para lograrlo. Es por ello que la felicitamos y nos felicitamos mientras nos proponemos imitar sus virtudes, es decir, vivir como ella para alcanzar lo que ella alcanzó.
¿Qué hace María en el cielo? De Jesús se dice que subió a los cielos y está sentado a la derecha del Padre, lo que quiere decir que el Padre le dio todo poder y gloria en el cielo y en la tierra… Algo parecido le pasó a María y eso es lo que significa que fue subida a la gloria del cielo…para estar sentada a la derecha de Jesús, como Reina. (Más que seguro que Jesús pensaba en ella cuando, en respuesta a la madre de los Boanerges, le dijo que el Padre ya había determinado quién habría de sentarse a su derecha en el Reino de Dios (Mt 20,21): su querida madre María).
Sin duda ella vive gozosa en Dios y con Dios, dichosa de la gloria de su divino Hijo, la que comparte, al mismo tiempo que está envuelta en sol, con la luna bajo sus pies y en la cabeza una corona de doce estrellas, como la describe Juan en el Apocalipsis (12, 2+), para significar su inmensa grandeza.
Pero esto no la impide estar activamente presente con Jesús en la Iglesia y en el mundo (Mt 28, 20). Intercediendo por nosotros sus hijos, apareciéndosenos a lo largo y ancho de la historia y del mundo (como manifestación de su maternal solicitud en favor nuestro), convocando-acompañando-cuidando y protegiendo a cada uno de sus hijos, como lo dijera ella misma en sus apariciones a Santa Catalina Labouré (Paris, 1830)., Que cada uno de nosotros pueda sentir esa compañía, cuidado y protección.
Tres (3) cosas que nos corresponde hacer.
Felicitarla por su triunfo. Es lo primero que nos nace hacer: felicitarla y aclamarla y batir palmas…, por su triunfo, que es nuestro triunfo (como miembro de la raza humana y como anticipo de lo que nos espera). Unirnos, en la felicitación, al Pueblo de Dios, que se honra dando el nombre de Asunción a personas, templos, instituciones y ciudades; a la iglesia que eleva a solemnidad su liturgia; al arte, que la eterniza en sus expresiones de poesía, escultura y sobre todo pintura; a la teología que profundiza bellamente sus argumentos en favor de la asunción de esta mujer al cielo. Y de su coronación acto seguido como Reina y Señora de todo lo creado (incluidos los ángeles). Cómo no felicitarla si Dios, su Padre, Jesucristo, su Hijo, y el Espíritu Santo, su convivium, la premian llevándosela al cielo
Hacerla nuestra amiga. Porque sería ilógico felicitarla por su gran triunfo y no sentirse honrado por su amistad. Ella es ciertamente nuestra madre, por voluntad del Hijo (Jn 19, 26) y deseo de María. Y esto es lo máximo que nos pudo pasar. Pero, como en la familia, es bueno que a la madre la sintamos amiga, una “mamá amiga”. Justamente lo que María es y quiere ser. Inspirándonos confianza con respeto, cercanía, trato cordial. Y mostrándose maternal y solícita, presta a ayudar. Es como se aparece a sus hijos. Siempre, pero en especial desde sus apariciones de 1830 en Paris, esa es su actitud. Llena de amor. Haciendo suyas nuestras tribulaciones y preocupaciones, animándonos y asegurándonos grandes gracias si llevamos su Medalla. “Ven con nosotros al caminar…”, cantamos, pero, si ponemos atención, escucharemos que María nos dice: yo siempre voy con ustedes. Lo que hace falta es que ustedes quieran venir conmigo.
Acompañarla en su camino al cielo. Asidos de su mano amiga, pues ella sabe cómo se llega allí. Y quiere tenernos allí. Los teólogos dicen que María es figura o tipo de la iglesia, que es algo distinto a ser modelo o paradigma. Quieren decir que lo que la iglesia tiene que hacer y vivir, es lo que María ya hizo y vivió. Y que a donde ella tiene que llegar es a donde María ya llegó. Esto vale también para nosotros. Como vale para nosotros el viejo dicho que salvó a tantos, haciéndolos al mismo tiempo devotos de María: “Mira al cielo e invoca a María”. Si quieres ir al cielo invoca a María: invócala, imítala y dala a conocer.
María Madre de Dios
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