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Por Antonio Elduayen Jiménez
El evangelio de Juan sobre las Bodas de Caná (Jn 2,1-11) contiene enseñanzas muy importantes. Por ejemplo que Jesús es Dios, tal como lo manifiesta su poder de hacer milagros, que Juan llama signos. Y que María tiene un enorme poder intercesor, pues es a ruegos de María que Jesús hace y anticipa su primer milagro. Otra gran enseñanza de la que yo quiero hablar, es la importancia del matrimonio: Jesús con sus apóstoles y María quisieron estar en unas bodas. Es decir, toda la iglesia, en unas bodas. Los novios (y la familia de los novios) los han invitado y ellos han acudido. Han querido hacerse presentes, postergando sin duda otros planes de misión y haciendo ver la gran importancia que tiene y da la iglesia a toda pareja (hombre y mujer), que deciden unirse y darse en matrimonio.
Desde entonces la iglesia siente que tiene el deber de estar presente en todas las bodas: 1. para poner de relieve la transcendental importancia del matrimonio en el Plan de Dios, y 2. para bendecirlo con el milagro de su gracia, más valioso que el del rico vino de aquellas Bodas de Caná. Estas dos razones son las principales por las que la Iglesia pide a sus hijos casarse por la iglesia, como suele decirse. Y responden a la pregunta que se hacen y hacen bastantes cristianos del “por qué y para qué casarse por la Iglesia”. Simplemente porque no es correcto (lícito) que lo más importante que un hombre y una mujer cristianos realizan en su vida, lo hagan como si fueran paganos, sin la bendición de Dios dada por su iglesia.
El problema (y el pecado) de una pareja, él y ella cristianos, que deciden convivir, no es que quieran unirse para ser felices y tener hijos, sino que lo hagan como si no fueran cristianos, sin invitar a Jesús a la boda. Se iniciaron como cristianos por medio del bautizo, la comunión y la confirmación, pero a la hora de dar como cristianos adultos el paso más importante de sus vidas, uniéndose en el amor para formar una familia, dan la espalda a la Iglesia (y a Jesucristo, que está en la Iglesia) y la ignoran. Este es el pecado que cometen cuantos se ponen a convivir sin contar con la bendición de la Iglesia, que es la de Dios en Jesucristo.
Jesucristo es claro, perentorio e intransable, cuando habla del matrimonio. No sólo ratifica la ley de Dios sobre la unión de un hombre y una mujer (Gen 2,24) sino que la hace suya, corrigiendo la condescendencia de Moisés (Mt 5, 31-32; 19,9) y elevando esa unión a la condición de sacramento (Ef, 5,32). ¿Por qué tanto? Porque es como si Dios hubiera querido jugárselas por el matrimonio, planeándolo todo y disponiéndolo todo con vistas al matrimonio, su realización y felicidad. Porque la historia de la humanidad se juega en la familia (JP II). Porque la única manera de arreglar el mundo es arreglando la familia, no hay otro camino (Cardenal López Rodríguez).
El evangelio de Juan sobre las Bodas de Caná (Jn 2,1-11) contiene enseñanzas muy importantes. Por ejemplo que Jesús es Dios, tal como lo manifiesta su poder de hacer milagros, que Juan llama signos. Y que María tiene un enorme poder intercesor, pues es a ruegos de María que Jesús hace y anticipa su primer milagro. Otra gran enseñanza de la que yo quiero hablar, es la importancia del matrimonio: Jesús con sus apóstoles y María quisieron estar en unas bodas. Es decir, toda la iglesia, en unas bodas. Los novios (y la familia de los novios) los han invitado y ellos han acudido. Han querido hacerse presentes, postergando sin duda otros planes de misión y haciendo ver la gran importancia que tiene y da la iglesia a toda pareja (hombre y mujer), que deciden unirse y darse en matrimonio.
Desde entonces la iglesia siente que tiene el deber de estar presente en todas las bodas: 1. para poner de relieve la transcendental importancia del matrimonio en el Plan de Dios, y 2. para bendecirlo con el milagro de su gracia, más valioso que el del rico vino de aquellas Bodas de Caná. Estas dos razones son las principales por las que la Iglesia pide a sus hijos casarse por la iglesia, como suele decirse. Y responden a la pregunta que se hacen y hacen bastantes cristianos del “por qué y para qué casarse por la Iglesia”. Simplemente porque no es correcto (lícito) que lo más importante que un hombre y una mujer cristianos realizan en su vida, lo hagan como si fueran paganos, sin la bendición de Dios dada por su iglesia.
El problema (y el pecado) de una pareja, él y ella cristianos, que deciden convivir, no es que quieran unirse para ser felices y tener hijos, sino que lo hagan como si no fueran cristianos, sin invitar a Jesús a la boda. Se iniciaron como cristianos por medio del bautizo, la comunión y la confirmación, pero a la hora de dar como cristianos adultos el paso más importante de sus vidas, uniéndose en el amor para formar una familia, dan la espalda a la Iglesia (y a Jesucristo, que está en la Iglesia) y la ignoran. Este es el pecado que cometen cuantos se ponen a convivir sin contar con la bendición de la Iglesia, que es la de Dios en Jesucristo.
Jesucristo es claro, perentorio e intransable, cuando habla del matrimonio. No sólo ratifica la ley de Dios sobre la unión de un hombre y una mujer (Gen 2,24) sino que la hace suya, corrigiendo la condescendencia de Moisés (Mt 5, 31-32; 19,9) y elevando esa unión a la condición de sacramento (Ef, 5,32). ¿Por qué tanto? Porque es como si Dios hubiera querido jugárselas por el matrimonio, planeándolo todo y disponiéndolo todo con vistas al matrimonio, su realización y felicidad. Porque la historia de la humanidad se juega en la familia (JP II). Porque la única manera de arreglar el mundo es arreglando la familia, no hay otro camino (Cardenal López Rodríguez).