Anuncio y testimonio
Por Cardenal Iván Dias- Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
Pontificia Universidad Gregoriana Roma, Marzo 2007
La evangelización en un contexto de pluralismo religioso no es una novedad para la Iglesia. Desde sus inicios, de hecho, la Iglesia ha debido afrontar este desafío de predicar la Buena Noticia de Jesucristo en medio a una variedad de tradiciones religiosas, comenzando por la religión hebrea en la cual el cristianismo nació y después con las religiones existentes en las naciones donde los cristianos iban, en el mundo greco-romano y los demás. Sin embargo, la evangelización pone un desafío particular en los tiempos modernos, dado que vivimos en una época en la cual personas de diversas religiones se encuentran e interactúan más que en cualquier otro período de la historia humana.
Hoy las principales religiones no cristianas en el mundo son el hinduismo, el budismo, el jainismo, el sintoísmo, el taoísmo, el hebraísmo, el islam, el zoroastrismo y el sikhismo. Están además las religiones tradicionales en Asia y África, además de en las Américas y en Oceanía. Cada una de estas contiene valores verdaderamente apreciables [1], sin embargo a veces también elementos o prácticas que no están en consonancia con el ethos cristiano como por ejemplo el sistema de las castas, la ley de la venganza, condición social de la mujer, el tratamiento de las viudas, los prejuicios contra los nacimientos de niñas, etc.
El Concilio Vaticano II examinó las relaciones entre la Iglesia religiones no cristianas y declaró: “La Iglesia católica no rechaza nada de lo que en estas religiones hay de santo y verdadero. Considera con sincero respeto los modos de obrar y de vivir, los preceptos y doctrinas que, por más que discrepen en mucho de lo que ella profesa y enseña, no pocas veces reflejan un destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres. Anuncia y tiene la obligación de anunciar constantemente a Cristo, que es ‘el Camino, la Verdad y la Vida’ (Jn 14, 6), en quien los hombres encuentran la plenitud de la vida religiosa y en quien Dios reconcilió consigo todas las cosas” [2].
Esta afirmación conciliar pone en evidencia dos aspectos importantes del tema que estamos tratando: primero, un sincero respeto por las otras religiones que “no raramente reflejan un rayo de la verdad que ilumina a todos los hombres”; segundo, el anuncio de la plenitud de vida religiosa en Cristo que es camino, verdad y vida.
Por eso, frente a una tan vasta gama de tradiciones religiosas en el mundo, los cristianos deben buscar descubrir en ellas la acción del Espíritu Santo, es decir, las semillas de la verdad, como lo ha querido llamar el Concilio Vaticano II [3], y de conducirlas, sin ningún complejo de superioridad, al pleno conocimiento de la verdad en Jesucristo. Por su parte, también los cristianos pueden ver afirmados algunos valores de su fe que las religiones no cristianas han conservado y que a veces los cristianos han dejado de lado u olvidado como, por ejemplo, el ayuno riguroso, la meditación diaria, la oración frecuente en la jornada, el desapego radical de las cosas del mundo, el ascetismo, penitencias corporales, etc.
Como respuesta a tal desafío, algunos teólogos se han visto tentados de negar la necesidad de proclamar la unicidad de Jesucristo y la universalidad de su salvación y de reservar tales verdades únicamente a los cristianos, porque -dicen- los no cristianos podrán salvarse con los propios medios. Con el pretexto de no obstaculizar el diálogo interreligioso, algunos incluso ponen a Jesús, que es verdadero Dios y verdadero hombre, sobre el mismo plano que los fundadores, a veces mitológicos, de otras religiones. Tal actitud contradice el mandato de Nuestro Señor de predicar el Evangelio y hacer discípulos en todo el mundo; niega además la enseñanza de San Pedro que “no existe bajo el cielo otro nombre dado los hombres por medio del cual puedan salvarse” [4], además de la proclamación de san Pablo que “al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra y en el abismo y toda lengua confiese que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios Padre” [5].
Por lo cual, aun cuando las diversas religiones no cristianas posean las semillas del Verbo plantadas en ellas por el Espíritu Santo y las personas que las siguen puedan salvarse, esto no significa que la proclamación de la Buena Noticia de Jesucristo es irrelevante. Es nuestra tarea hacer madurar las semillas del Verbo para que encuentren su plenitud en Cristo. Jesús mismo ha dicho claramente que Él no ha venido para abolir la ley y los profetas, sino para darle cumplimiento [6]. En esta óptica, en los Hechos de los Apóstoles encontramos a san Pablo que busca instruir a los ciudadanos de Atenas acerca del “Dios desconocido” que ellos veneraban sin conocer [7]. También en el episodio de Pedro y el centurión Cornelio Pedro fue amonestado para no llamar impuro lo que Dios había purificado, así que cuando vio que el Espíritu Santo condujo al bautismo a Cornelio y los miembros de su casa, todos paganos, Pedro exclamó: “en verdad reconozco que Dios no hace acepción de personas, sino que cualquiera que lo teme y observa la justicia, sea de la nación que sea, le es agradable” [8].
Evangelización y diálogo interreligioso
El Espíritu Santo es el protagonista principal de la obra de la evangelización. Él la ha comenzado de dos maneras en el momento mismo en que Jesús nació en Belén: el modo directo, mandando a los coros de los Ángeles para anunciar la venida de un Salvador a los pastores que vigilaban sus rebaños aquella noche; y en modo indirecto, haciendo aparecer una estrella en el oriente que condujo a los Magos, también a través dificultades y tribulaciones, al lugar donde se encontraba Jesús y allí lo adoraron [9].
El diálogo interreligioso forma parte de este modo indirecto de evangelización: con él los cristianos presentan la propia identidad y prestan atención a las convicciones religiosas de sus interlocutores no cristianos. Se trata de exponer o proponer la propia fe, sin querer imponerla a ninguno. Como el Papa Juan Pablo II dijo durante el encuentro con los representantes de religiones no cristianas en Nueva Delhi en 1999: “el diálogo (interreligioso) nunca no es nunca un modo de imponer nuestros puntos de vista a los además… ni supone que nosotros debemos abandonar nuestros convicciones. Significa en cambio que, estando firmemente en lo que creemos, escuchamos con respeto a los demás, buscando discernir todo aquello que es bueno y santo, todo lo que favorece la paz y la cooperación” [10]. Es un eco de lo que San Pablo dijo a los filipenses: “hermanos, todo cuanto hay de verdadero, de noble, de justo, de puro, de amable, de honorable, todo cuanto sea virtud y cosa digna de elogio, todo eso tenedlo en cuenta” [11].
Doctrina del magisterio eclesiástico
La instrucción Diálogo y anuncio, publicada conjuntamente por la Congregación para la Evangelización de los Pueblos y el Pontificio Consejo para el Diálogo Interreligioso en 1991, explica que “la razón fundamental del empeño de la Iglesia en el diálogo interreligioso no es meramente de naturaleza antropológica, sino principalmente teológica” [12]. Algunas de las motivaciones teológicas son éstas [13]:
– La Iglesia tiene el deber de mostrar y de sacar a la luz, en su plenitud, todas las riquezas que el Padre ha escondido en la creación y en la historia. “Con su obra consigue que todo lo bueno que haya depositado en la mente y en el corazón de estos hombres, en los ritos y en las culturas de estos pueblos, no solamente no desaparezca, sino que cobre vigor y se eleve y se perfeccione para la gloria de Dios y felicidad del hombre” [14].
– La Iglesia, luz de las naciones y Sacramento de salvación para todos los pueblos, debe hacer cada esfuerzo posible para relacionarse con cada persona humana. No puede excluir voluntariamente a ninguno, porque “el hombre -todo hombre sin excepción alguna- ha sido redimido por Cristo; porque con el hombre -cada hombre sin excepción alguna- se ha unido Cristo de algún modo, incluso cuando ese hombre no es consciente de ello: Cristo, muerto y resucitado por todos, da siempre al hombre -a todo hombre y a todos los hombres-… su luz y su fuerza para que pueda responder a su máxima vocación” [15].
– El Espíritu Santo trabaja más allá de los confines visibles de la Iglesia[16]. El Espíritu Santo anticipa y precede el camino de la Iglesia, aun cuando ella se sienta empujada a discernir los signos de su presencia, para poderlo seguir donde sea y servirlo con espíritu de humilde colaboración. “Sobre todo hay que tener presente que cada búsqueda del espíritu humano en dirección hacia la verdad y el bien, es, en último análisis, de Dios, y suscitada por el Espíritu Santo. Justo de esta apertura primordial del hombre en relación con Dios nacen las religiones. No raramente, en su origen encontramos fundadores que han realizado, con ayuda del Espíritu de Dios, una experiencia religiosa más profunda. Trasmitida a los demás, tales experiencias han tomado forma en las doctrinas, en los ritos y en los preceptos de las diversas religiones” [17].
– La Iglesia está llamada a hacer camino a través del recorrido que conduce al Reino de Dios y, junto con toda la humanidad, avanzar hacia la meta. La Iglesia está dotada de los instrumentos para llevar a término su encargo, en modo tal que todas las cosas puedan progresar hasta el pleno cumplimiento en Cristo.
– La Iglesia reconoce humildemente la existencia en las otras regiones religiosas de “elementos que son verdaderos y buenos”, “cosas preciosas, religiosas y humanas”, “semillas de contemplación”, “elementos de verdad y gracia”, “semillas del Verbo”, “luz de la verdad que ilumina la humanidad entera”. Estos valores merecen la atención y la estima de los cristianos, ya que en su patrimonio espiritual no está incluida la invitación a dialogar sinceramente sólo sobre los elementos que unen, sino también sobre las diferencias.
Modalidades del diálogo interreligioso
Existen diversas formas de diálogo interreligioso [18]:
– Existe el diálogo de la vida, en el cual las personas se esfuerzan por vivir el espíritu de apertura y cordialidad con el prójimo, compartiendo las propias alegrías y los propios dolores, los problemas y las preocupaciones.
– Además existe el diálogo las obras, en el cual los cristianos y los creyentes de otras religiones colaboran por ejemplo para el desarrollo y la liberación de todos los pueblos o para resolver problemas concretos.
– Existe el diálogo de los intercambios teológicos, en el cual los especialistas buscan de profundizar su comprensión sobre las respectivas tradiciones religiosas y apreciar los recíprocos valores espirituales, siempre teniendo en cuenta las necesidades de la búsqueda de la verdad humana.
– Existe finalmente el diálogo experiencia religiosa, en el cual las personas, radicadas en la propia tradición religiosa, comparten las riquezas espirituales, por ejemplo lo que respecta a la oración y la contemplación, la fe y los diversos modos de buscar a Dios o al Absoluto.
Personalmente, cuando debo tratar del pluralismo religioso, me siento particularmente afortunado porque vengo de la India, aquel vasto sub-continente asiático donde conviven personas de varias tradiciones religiosas, algunas de las cuales han nacido en ella. Al presente, la india cuenta 1,100’000.000 de habitantes, de los cuales el 80% es hindú, el 12% musulmán, el 2.3% cristiano y el resto son budistas, jainistas, zoroastristas, sikhs y hebreos.
Mi experiencia de vida pastoral en la India me ha confirmado la validez del diálogo interreligioso en todas las modalidades apenas indicadas. En Mumbai, por ejemplo, existe un complejo universitario hindú, Somaiya Vidya Bhavan, que tiene una facultad de religiones comparadas donde el cristianismo es enseñado por sacerdotes católicos. El colegio mantiene relaciones regulares con nuestra Pontificia Universidad Urbaniana y con los monjes camaldulenses y juntos estudian los puntos de convergencia y divergencia en materias teológicas y ascéticas, y así se enriquecen mutuamente. Existe un Instituto de Cultura y un Centro de Diálogo Interreligioso de los Padres Verbitas que estudia los valores culturales indios, además de su uso para la evangelización. El movimiento bien conocido de los focolares, fundado por Chiara Lubich, organiza con mucho éxito encuentros con hindús, musulmanes y budistas en diversas ciudades de la India. Esto indica un rico diálogo de intercambio de ideas y experiencias.
En este contexto me parece obligado informar que cuando fue publicada la declaración Dominus Iesus sobre la unicidad de Jesús y la universalidad de su salvación, nuestros interlocutores hindús en la India no eran en absoluto edificados por la actitud crítica de algún teólogo y han apreciado vivamente que la Iglesia haya querido explicar autoritativamente la figura de su Fundador sin descender a compromisos con el pretexto del diálogo interreligioso.
Por lo que luego toca al diálogo de la vida y de las obras, basta hacer notar que en la India, donde los cristianos son apenas el 2.3% de una población de más de mil millones, ellos cuidan del 20% de toda la educación primaria del país, proveen el 10% de los programas sanitarios y de alfabetización en las comunidades rurales, dirigen el 25% de los institutos para huérfanos y viudas y el 30% de los asilos para deficientes mentales y físicos, para leprosos y enfermos de SIDA. La gran parte de aquellos que se benefician estos servicios no son cristianos. Además, en los momentos de particular urgencia -como el maremoto tsunami, 2 terremotos y lluvias torrenciales en los últimos años- los no cristianos se han agregado de buen grado a las iniciativas de la Iglesia católica en favor de las víctimas. Una señora musulmana que fue puesta a salvo por nuestros seminaristas cuando estaba casi ahogándose en el diluvio que cayó sobre la ciudad de Mumbai el año pasado dijo: “¡sabía que existían ángeles, pero ahora los he visto en carne y hueso!” En este contexto es obligado mencionar a la Madre Teresa de Calcuta, que ha sido aclamada por cristianos y no cristianos por su edificante apostolado entre los más pobres de los pobres.
En el campo del diálogo de la experiencia religiosa me parece útil subrayar el papel importante de evangelización que desarrollan nuestros santuarios dedicados a la Virgen, San Francisco Javier, San Antonio de Padua, San Judas Tadeo y otros, que son visitados por millones de peregrinos, también no cristianos. En Mumbai existen seis santuarios marianos. En uno de ellos se hace la novena que se llama “perpetua” a la Virgen del Perpetuo Socorro. Cada miércoles cerca de 70,000 personas vienen a la novena y la mayoría de ellas son no cristianos por los católicos la hacen en las propias parroquias. Estos no cristianos afirman que se sienten fuertemente traídos por la Virgen porque sienten su afecto materno y porque ella se presenta con un aspecto de bondad y lleva un Niño en los brazos, lo que enternece a cualquier mujer. Durante la novena se hace la adoración eucarística y un momento de instrucción religiosa sobre las verdades de nuestra fe. Los no católicos participan en toda la ceremonia con profunda devoción, cantan nuestros cantos, recitan nuestras oraciones y vuelven a casa contentos de haber recibido la bendición de Jesús en el Santísimo Sacramento. En otra localidad, Korlai, existe una capilla donde se venera una estatua de la Virgen llevada por los portugueses hace 500 años; el pueblo la venera aún ahora con el título original portugués de Mãe de Deus (Madre de Dios). La guardiana del santuario es una mujer hebrea que se dice orgullosa de ser la custodia de la Virgen que le dio un niño después de muchos años de matrimonio. Todos los componentes de aquella ciudad -me dijo ella- hindús, musulmanes, cristianos y demás, viven en perfecta armonía, porque todos veneran a la Virgen como su Patrona. Con ocasión de cualquier evento importante, sea familiar, religioso o comunitario -por ejemplo un matrimonio, una fiesta religiosa, el inicio de cualquier nueva obra, etc.- los interesados vienen delante de la Virgen para encomendar la circunstancia a sus cuidados maternos.
Conclusión
La evangelización en el contexto del pluralismo interreligioso se hace bien por la vía del diálogo interreligioso. En su encíclica Redemptoris Missio el Papa Juan Pablo II mantiene que tal diálogo forma “parte evangelizadora de la Iglesia” [19]. Esta afirmación cierra un periodo que ha visto la misión y el diálogo en contraste y lleva el diálogo en el ámbito de la misión. El diálogo interreligioso, afirma el Pontífice, “no nace de una táctica o de un interés, sino que es una actividad con motivaciones, exigencias y dignidad propias: es exigido por el profundo respeto hacia todo lo que en el hombre ha obrado el Espíritu, que «sopla donde quiere» (Jn 3, 8). Con ello la Iglesia trata de descubrir las «semillas de la Palabra», el «destello de aquella Verdad que ilumina a todos los hombres», semillas y destellos que se encuentran en las personas y en las tradiciones religiosas de la humanidad. El diálogo se funda en la esperanza y la caridad, y dará frutos en el Espíritu. Las otras religiones constituyen un desafío positivo para la Iglesia de hoy; en efecto, la estimulan tanto a descubrir y a conocer los signos de la presencia de Cristo y de la acción del Espíritu, como a profundizar la propia identidad y a testimoniar la integridad de la Revelación, de la que es depositaria para el bien de todos. “De aquí deriva el espíritu que debe animar este diálogo en el ámbito de la misión. El interlocutor debe ser coherente con las propias tradiciones y convicciones religiosas y abiertas para comprender las del otro, sin disimular o cerrarse, sino con una actitud de verdad, humildad y lealtad, sabiendo que el diálogo puede enriquecer a cada uno. No debe darse ningún tipo de abdicación ni de irenismo, sino el testimonio recíproco para un progreso común en el camino de búsqueda y experiencia religiosa y, al mismo tiempo, para superar prejuicios, intolerancias y malentendidos. El diálogo tiende a la purificación y conversión interior que, si se alcanza con docilidad al Espíritu, será espiritualmente fructífero” [20].
Recordando los dos modos –directo e indirecto- usados por el Espíritu Santo para proclamar la Buena Noticia de Jesús desde su nacimiento en Belén, la evangelización en el contexto del pluralismo interreligioso entra en la esfera de la proclamación indirecta y nos hace pensar en los Magos y en su estrella. Veo en los Magos aquel inmenso número de seguidores de la religiones no cristianas que siguen las propias estrellas (libros sagrados, sabios, santos) y llevan en su seno los tesoros preciosos que había puesto el Espíritu Santo como semillas de la verdad. Nos toca a nosotros, los cristianos, acompañar y hace madurar estas semillas hasta que lleguen a la plenitud la verdad, usando la vía del diálogo interreligioso, hasta que un día -sobre esta tierra o después- encontrarán “el Dios desconocido” que adoraban sin conocer y que no será otro que Jesucristo Nuestro Señor, camino, verdad y vida.
Notas:
[1] Se pueden aplicar también a ellas las palabras que el Papa Juan Pablo II escribió en su exhortación apostólica post-sinodal Ecclesia in Asia (n. 6): “Los pueblos de Asia se sienten orgullosos de sus valores religiosos y culturales típicos, como por ejemplo: el amor al silencio y a la contemplación, la sencillez, la armonía, el desapego, la no violencia, el espíritu de duro trabajo, de disciplina y de vida frugal, y la sed de conocimiento e investigación filosófica. Aprecian mucho los valores del respeto a la vida, la compasión por todo ser vivo, la cercanía a la naturaleza, el respeto filial a los padres, a los ancianos y a los antepasados, y tienen un sentido de comunidad muy desarrollado. De modo muy particular, consideran la familia como una fuente vital de fuerza, como una comunidad muy integrada, que posee un fuerte sentido de la solidaridad. Los pueblos de Asia son conocidos por su espíritu de tolerancia religiosa y coexistencia pacífica. Sin negar la presencia de fuertes tensiones y violentos conflictos, se puede decir que Asia ha mostrado a menudo una notable capacidad de adaptación y una apertura natural al enriquecimiento recíproco de los pueblos, en la pluralidad de religiones y culturas. Además, a pesar del influjo de la modernización y la secularización, las religiones de Asia dan signos de gran vitalidad y capacidad de renovación, como se puede ver en los movimientos de reforma en el seno de los diversos grupos religiosos. Muchos, especialmente entre los jóvenes, sienten una profunda sed de valores espirituales, como lo demuestra el nacimiento de nuevos movimientos religiosos. Todo esto indica una intuición espiritual innata y una sabiduría moral típica del alma asiática, que constituye el núcleo en torno al cual se edifica una creciente conciencia de «ser habitante de Asia». Esa conciencia se puede descubrir y afirmar en la complementariedad y en la armonía más bien que en la contraposición o en la oposición. En ese marco de complementariedad y armonía, la Iglesia puede comunicar el Evangelio de un modo que sea fiel tanto a su propia tradición como al alma asiática”.
[2] NAe 2.
[3] AG 6.
[4] Hch 4, 12.
[5] Fil 2, 10-11.
[6] Cf. Mt 5, 17.
[7] Hch 17, 23.
[8] Hch 17, 23.
[9] Mt 2, 1-12.
[10] Discurso a Vigyan Vahaban, New Delhi, 7 de noviembre de 1999.
[11] Fil 4, 8.
[12] N. 38.
[13] PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO, Caminar juntos, pp. 128-131.
[14] LG 16.
[15] RH 14.
[16] LG 16; GS 22; AG 15.
[17] JUAN PABLO II, Audiencia general del 9 de septiembre de 1998.
[18] PONTIFICIO CONSEJO PARA EL DIÁLOGO INTERRELIGIOSO, Caminar juntos, pp. 132-137.
[19] N. 55.
[20] N. 56.