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Domingo de Ramos 2013

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Domingo de Ramos

I. La Palabra de Dios

Por Jürgen Daum SCV
Procesión de Ramos: Lc 19, 28-40: “¡Bendito el que viene en nombre del Señor!”
En aquel tiempo Jesús acompañado de sus discípulos caminaba adelante, subiendo a Jerusalén.
Al acercarse a Betfagé y Betania, junto al monte llamado de los Olivos, mandó a dos de sus discípulos, diciéndoles:
«Vayan al pueblo que está enfrente; al entrar, encontrarán un burrito atado, que nadie ha montado todavía. Desátenlo y tráiganlo. Y si alguien les pregunta: “¿Por qué lo desatan?”, contéstenle: “El Señor lo necesita”».
Ellos fueron y lo encontraron como les había dicho. Mientras desataban el burrito, los dueños les preguntaron:
«¿Por qué lo desatan?»
Ellos contestaron:
«El Señor lo necesita».
Luego llevaron el burrito adonde estaba Jesús y, poniendo sobre él sus mantos, le ayudaron a montar.
Según iba avanzando, la gente alfombraba el camino con los mantos.
Y, cuando se acercaba ya la bajada del monte de los Olivos, la multitud de los discípulos, entusiasmados, se pusieron a alabar a Dios a gritos, por todos los milagros que habían visto, diciendo:
«¡Bendito el que viene como rey, en nombre del Señor! Paz en el cielo y gloria en las alturas».
Algunos fariseos que se encontraban entre la multitud le dijeron:
«Maestro, reprende a tus discípulos».
Él replicó:
«Les aseguro que, si éstos callan, gritarán las piedras».
Is 50, 4-7: “Yo no me resistí, ni me eché atrás”
Mi Señor me ha dado una lengua de discípulo, para saber decir al abatido una palabra de aliento. Cada mañana me despierta el oído, para que escuche como los discípulos.
El Señor me abrió el oído. Y yo no me resistí ni me eché atrás: ofrecí la espalda a los que me golpeaban, las mejillas a los que tiraban mi barba; no me tapé el rostro ante ultrajes ni salivazos.
El Señor me ayuda, por eso no sentía los ultrajes; por eso endurecí el rostro como roca, sabiendo que no quedaría defraudado.
Sal 21, 8-9.17-20.23-24: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”
Al verme, se burlan de mí,
hacen muecas, menean la cabeza:
«Acudió al Señor, que lo ponga a salvo;
que lo libre, si tanto lo quiere».
Me acorrala una jauría de mastines,
me cerca una banda de malhechores;
me taladran las manos y los pies,
puedo contar mis huesos.
Se reparten mi ropa,
echan a suertes mi túnica.
Pero tú, Señor, no te quedes lejos;
fuerza mía, ven corriendo a ayudarme.
Contaré tu fama a mis hermanos,
en medio de la asamblea te alabaré.
Fieles del Señor, alábenlo;
linaje de Jacob, glorifíquenlo;
témanlo, linaje de Israel.
Flp 2, 6-11: “Se rebajó a sí mismo; por eso Dios lo levantó sobre todo”
Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios; al contrario, se despojó de su rango y tomó la condición de esclavo, pasando por uno de tantos.
Y así, actuando como un hombre cualquiera, se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz.
Por eso Dios lo levantó sobre todo y le concedió el «Nombre-sobre-todo-nombre»; de modo que al nombre de Jesús toda rodilla se doble en el cielo, en la tierra, en el abismo, y toda lengua proclame: Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre.
Lc 22,14 – 23,56: Pasión del Señor Jesucristo según San Lucas. 

II. Apuntes

Se acercaba ya la celebración anual de la Pascua judía y Jesús, como todos los años (ver Lc 2,41), junto con sus Apóstoles y discípulos se dirige a Jerusalén para celebrar allí la fiesta.
Mientras se encuentra de camino el Señor recibe un mensaje apremiante de parte de Marta y María, hermanas de Lázaro: «Señor, aquel a quien tú quieres, está enfermo» (Jn 11,3). Imploraban al Señor que fuera a Betania lo más pronto posible para curar a su hermano, que se encontraba en peligro de muerte. El Señor, en vez de apresurarse, espera unos días más aduciendo que la enfermedad de su amigo «no es de muerte, es para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella» (Jn 11,4). Terminada la espera, se dirige finalmente a Betania, donde realiza un milagro que rebasa el límite de todo lo que un profeta habría podido hacer: devolverle la vida a un cadáver que yacía ya cuatro días en el sepulcro, y por tanto se encontraba en un estado avanzado de descomposición (ver Jn 11,39-40).
El desconcierto inicial daba lugar a la intensa euforia al ver a Lázaro salir vivo de la tumba. Tan impactante y asombroso fue este milagro que muchos «viendo lo que había hecho, creyeron en Él» (Jn 11,45). La espectacular noticia se difundió rápidamente por los alrededores, de modo que muchos acudieron a Betania a ver a Jesús y a Lázaro. ¿No era suficiente ese signo para acreditarlo ante los fariseos y sumos sacerdotes como el Mesías esperado? No es difícil imaginar el estado de exaltación en el que se encontrarían los Apóstoles y discípulos al ver actuar a su Maestro con tal poder. Sin duda pensaban que al fin se acercaba ya la hora de su gloriosa y poderosa manifestación a Israel, la hora en que liberaría a Israel de la opresión de sus enemigos e instauraría al fin el anhelado Reino de los Cielos en la tierra.
Al llegar la espectacular noticia a los oídos de los fariseos en Jerusalén, éstos se reunieron en consejo y se preguntaban: «¿Qué hacemos? Porque este hombre realiza muchas señales. Si le dejamos que siga así, todos creerán en Él y vendrán los romanos y destruirán nuestro Lugar Santo y nuestra nación» (Jn 11,47-48). Al parecer, más que la posible destrucción del Lugar Santo, les interesaba no perder su propio prestigio y poder ante el pueblo. Es entonces cuando «decidieron darle muerte» (Jn 11,53). Y como gran número de judíos al enterarse de lo sucedido acudían a Betania no sólo a ver a Jesús sino también a Lázaro (ver Jn 12,9), los sumos sacerdotes decidieron darle muerte también a él, «porque a causa de él muchos judíos se les iban y creían en Jesús» (Jn 12,11). Impresiona la cerrazón, la ambición y la ceguera de aquellos fariseos y sumos sacerdotes: mientras muchos por la evidencia de los hechos se abrían a la fe, éstos no hacían sino endurecer más el corazón y negar la evidencia de los signos que señalaban a Jesús como el Mesías.
Hasta ese momento el Señor había insistido que a nadie dijeran que Él era el Mesías (ver Lc 8,56; 9,20-21). Mas ahora, sabiendo que pronto iba a ser “glorificado” (ver Jn 11,4), es decir, que se acercaba ya la hora de su Pasión, Muerte y Resurrección, cerca ya de Jerusalén y acompañado por la enfervorizada multitud da instrucciones a sus discípulos y organiza su entrada mesiánica a la Ciudad Santa: el Mesías, como había sido anunciado por los profetas, entraría a Jerusalén montado sobre un pollino, un joven burro que aún no había sido montado por nadie: «Decid a la hija de Sión: He aquí que tu Rey viene a ti, manso y montado en un asna y un pollino, hijo de animal de yugo» (Mt 21,5; ver Is 62,11; Zac 9,9-10).
No era raro que en aquel entonces personas importantes usaran un borrico para transportarse (ver Núm 22,21ss). El Señor pide un borrico que nadie ha montado aún, y es que los judíos pensaban que un animal ya empleado en usos profanos era menos idóneo para usos religiosos (ver Núm 19,2; Dt 15,19; 21,3; 1Sam 6,7). Sólo un pollino que no hubiese sido montado aún era lo propio para transportar al mismo Mesías enviado por Dios.
El mensaje que daba el Señor era muy claro: Él era el Rey de la descendencia de David, el Mesías que debía salvar a su pueblo. En Él finalmente se cumplían las promesas divinas.
El mensaje lo comprendió perfectamente la enfervorizada multitud de discípulos y admiradores que lo acompañaban, de modo que mientras que el Señor Jesús avanzaba hacia Jerusalén montado sobre aquel pollino algunos tendían sus mantos en el suelo para que pasase sobre ellos como sobre alfombras, mientras muchos otros acompañaban la jubilosa procesión agitando alegremente ramos de palma, signo popular de victoria y triunfo. Con estos gestos la enfervorizada multitud expresaba su reconocimiento de que Jesús era el Mesías que traería la victoria a su pueblo.
Durante la marcha, encendidos por el entusiasmo y la algarabía, todos gritaban una y otra vez: «¡Hosanna! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Bendito el reino que viene, de nuestro padre David! ¡Hosanna en las alturas!» (Mc 11,9-10). Los términos empleados son típicos. Al decir el que viene en nombre del Señor hacían referencia al Mesías, y al decir el reino que viene… de David se referían al reino mesiánico inaugurado por el Mesías, el hijo de David.
Mas ellos pensaban en un reino mundano, en una victoria política, en un triunfo militar garantizado por una gloriosa intervención divina. Ciertamente el Señor se aprestaba a manifestar su gloria y ciertamente se disponía a liberar a su pueblo, pero de otra opresión: la del pecado y de la muerte. La hora de la manifestación de su gloria no sería otra que la de su Pasión y su elevación en la Cruz (Evangelio).
Conociendo su doloroso destino, anunciado ya anticipadamente a sus discípulos en repetidas oportunidades (ver Mt 16,21; Lc 9,22), Él no se resiste ni se echa atrás (ver primera lectura). Confiado en Dios, Él se ofrecerá a sí mismo, soportará el oprobio y la afrenta para la reconciliación de toda la humanidad.
Dios exaltó y glorificó al Hijo que siendo de condición divina se rebajó a sí mismo «hasta la muerte y muerte de Cruz» (ver la segunda lectura). Ante Él toda rodilla ha de doblarse y toda lengua ha de confesar que Él «es SEÑOR para gloria de Dios Padre».

Palmas

III. Luces para la vida cristiana

La liturgia del Domingo de Ramos nos introduce ya en la Semana Santa. Asocia dos momentos radicalmente contrapuestos, separados tan sólo por pocos días de diferencia: la acogida gloriosa de Jesús en Jerusalén y su implacable ajusticiamiento en el Gólgota, el “hosanna” desbordante de fervor y el despiadado “¡crucifícalo!”.
Nos preguntamos sorprendidos: ¿Qué pasó en tan breve lapso de tiempo? ¿Por qué este cambio radical de actitud? ¿Cómo es posible que los gritos jubilosos de “hosanna” (es decir: “sálvanos”) y “bendito el que viene” con que reconocían y acogían al Mesías-Hijo de David se trocasen tan pronto en insultos, burlas, golpes, interminables latigazos y en un definitivo desprecio y rechazo: “¡A ése no! ¡A Barrabás!… a ése ¡crucifícalo, crucifícalo!”?
Una explicación sin duda es la manipulación a la que es sometida la muchedumbre. Como sucede también en nuestros días, quien carece de sentido crítico tiende a plegarse a la “opinión pública”, a “lo que dicen los demás”, dejándose arrastrar fácilmente en sus opiniones y acciones por lo que “la mayoría” piensa, dice o hace. ¿No hacen lo mismo hoy muchos enemigos de la Iglesia que hallando eco en los poderosos medios de comunicación social presentan “la verdad sobre Jesús” para que muchos hijos de la Iglesia griten nuevamente: “crucifíquenlo” y “crucifiquen a su Iglesia”? Como en aquel tiempo, también hoy la “opinión pública” es manipulada hábilmente por un pequeño grupo de poder que quiere quitar a Cristo de en medio (ver Lc 19,47; Jn 5,18; 7,1; Hech 9,23).
Pero la asombrosa facilidad para cambiar de actitud tan radicalmente con respecto al Señor Jesús no debe hacernos pensar tanto en “los demás”, o señalar a ciertos grupos de poder para sentirnos exculpados, sino que debe hacernos reflexionar humildemente en nuestra propia volubilidad e inconsistencia. ¿Cuántas veces arrepentidos, emocionados, tocados profundamente por un encuentro con el Señor, convencidos de que Cristo es la respuesta a todas nuestras búsquedas de felicidad, de que Él es EL SEÑOR, le abrimos las puertas de nuestra mente y de nuestro corazón, lo acogimos con alegría y entusiasmo, con palmas y vítores, pero pocos días después lo expulsamos y gritamos “¡crucifícale!” con nuestras acciones y opciones opuestas a sus enseñanzas? ¿Cuántas veces preferimos al “Barrabás” de nuestros propios vicios y pecados?
¡También yo me dejo manipular tan fácilmente por las voces seductoras de un mundo que odia a Cristo y busca arrancar toda raíz cristiana de nuestros pueblos y culturas forjados al calor de la fe! ¡También yo me dejo influenciar tan fácilmente por las voces engañosas de mis propias concupiscencias e inclinaciones al mal! ¡También yo me dejo seducir tan fácilmente por las voces sutiles y halagadoras del Maligno que con sus astutas ilusiones me promete la felicidad que anhelo vivamente si a cambio le ofrendo mi vida a los dioses del poder, del placer o del tener! Y así, ¡cuántas veces, aunque cristiano de nombre, grito con mi pecado: “¡A ése NO! ¡Elijo a Barrabás! ¡A ese sácalo de mi vida! ¡A ése CRUCIFÍCALO!”!
¡Qué importante es aprender a ser fieles hasta en los más pequeños detalles de nuestra vida, para no crucificar nuevamente a Cristo con nuestras obras! ¡Qué importante es ser fieles, siempre fieles! ¡Qué importante es desenmascarar, resistir y rechazar aquellas voces que sutil y hábilmente quieren ponernos en contra de Jesús, para en cambio construir nuestra fidelidad al Señor día a día con las pequeñas opciones por Él! ¡Qué importante es fortalecer nuestra amistad con Él mediante la oración diaria y perseverante! De lo contrario, en el momento de la prueba o de la tentación, en el momento en que escuchemos las “voces” interiores o exteriores que nos inviten a eliminar al Señor Jesús de nuestras vidas, descubriremos cómo nuestro “hosanna” inicial se convertirá en un traicionero “crucifícalo”.
¿Qué elijo yo? ¿Ser fiel al Señor hasta la muerte? ¿O, cobarde como tantos, me conformo con señalar siempre como una veleta en la dirección en la que soplan los vientos de este mundo que aborrece a Cristo, que aborrece a su Iglesia y a todos aquellos que son de Cristo?

IV. Padres de la Iglesia

San Andrés de Creta: «Venid subamos juntos al monte de los Olivos y salgamos al encuentro de Cristo, que vuelve hoy desde Betania, y que se encamina por su propia voluntad hacia aquella venerable y bienaventurada Pasión, para llevar a término el misterio de nuestra salvación. Viene, en efecto, voluntariamente hacia Jerusalén, el mismo que, por amor a nosotros, bajó del Cielo para exaltarnos con Él, como dice la Escritura, por encima de todo principado, potestad, virtud y dominación, y de todo ser que exista, a nosotros que yacíamos postrados. Él viene, pero no como quien toma posesión de su gloria, con fasto y ostentación. No gritará —dice la Escritura—, no clamará, no voceará por las calles, sino que será manso y humilde, con apariencia insignificante, aunque le ha sido preparada una entrada suntuosa. Corramos, pues, con Él que se dirige con presteza a la Pasión, e imitemos a los que salían a su encuentro».
San Ambrosio: «Como las multitudes ya conocían al Señor, le llaman rey, repiten las palabras de las profecías, y dicen que ha venido el hijo de David, según la carne, tanto tiempo esperado».
San Beda: «No se dice que el Salvador sea rey que viene a exigir tributos, ni a armar ejércitos con el acero, ni a pelear visiblemente contra los enemigos; sino que viene a dirigir las mentes para llevar a los que crean, esperen y amen, al Reino de los Cielos; y que quisiera ser rey de Israel es un indicio de su misericordia y no para aumentar su poder».
San Beda: «Una vez crucificado el Señor, como callaron sus conocidos por el temor que tenían, las piedras y las rocas le alabaron, porque, cuando expiró, la tierra tembló, las piedras se rompieron entre sí y los sepulcros se abrieron».
San Ambrosio: «Y no es extraño que las piedras, contra su naturaleza, publiquen las alabanzas del Señor, siendo así que se confiesan más duros que las piedras los que lo habían crucificado; esto es, la turba que poco después había de crucificarle, negando en su corazón al Dios que confesó con sus palabras. Además, como habían enmudecido los judíos después de la pasión del Salvador, las piedras vivas, como dice San Pedro, lo celebraron».

V. Catecismo de la Iglesia

La subida de Jesús a Jerusalén

557: «Como se iban cumpliendo los días de su asunción, él se afirmó en su voluntad de ir a Jerusalén» (Lc 9,51). Por esta decisión, manifestaba que subía a Jerusalén dispuesto a morir. En tres ocasiones había repetido el anuncio de su Pasión y de su Resurrección. Al dirigirse a Jerusalén dice: «No cabe que un profeta perezca fuera de Jerusalén» (Lc 13,33).
558: Jesús recuerda el martirio de los profetas que habían sido muertos en Jerusalén. Sin embargo, persiste en llamar a Jerusalén a reunirse en torno a él: «¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne a sus pollos bajo las alas y no habéis querido!» (Mt 23,37b). Cuando está a la vista de Jerusalén, llora sobre ella y expresa una vez más el deseo de su corazón: «¡Si también tú conocieras en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos» (Lc 19,41-42).

La entrada mesiánica de Jesús en Jerusalén

559: ¿Cómo va a acoger Jerusalén a su Mesías? Jesús rehuyó siempre las tentativas populares de hacerle rey, pero elige el momento y prepara los detalles de su entrada mesiánica en la ciudad de «David, su padre» (Lc 1,32). Es aclamado como hijo de David, el que trae la salvación («Hosanna» quiere decir «¡sálvanos!», «¡Danos la salvación!»). Pues bien, el «Rey de la Gloria» (Sal 24,7-10) entra en su ciudad «montado en un asno» (Zac 9,9): no conquista a la hija de Sión, figura de su Iglesia, ni por la astucia ni por la violencia, sino por la humildad que da testimonio de la Verdad. Por eso los súbditos de su Reino, aquel día fueron los niños y los «pobres de Dios», que le aclamaban como los ángeles lo anunciaron a los pastores. Su aclamación, «Bendito el que viene en el nombre del Señor» (Sal 118,26), ha sido recogida por la Iglesia en el «Sanctus» de la liturgia eucarística para introducir al memorial de la Pascua del Señor.
560: La entrada de Jesús en Jerusalén manifiesta la venida del Reino que el Rey-Mesías llevará a cabo mediante la Pascua de su Muerte y de su Resurrección. Con su celebración, el Domingo de Ramos, la liturgia de la Iglesia abre la Semana Santa.

Tu hermano estaba muerto y ha vuelto a la vida

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Preparando la Pascua

Evangelio según San Lucas 15, 1-3.11-32
En aquel tiempo, se acercaban a Jesús los publicanos y los pecadores para oírle, y los fariseos y los escribas murmuraban, diciendo: Este acoge a los pecadores y come con ellos.
Entonces les dijo esta parábola:
Un hombre tenía dos hijos; y el menor de ellos dijo al padre:
-“Padre, dame la parte de la hacienda que me corresponde.”
Y él les repartió la hacienda.
Pocos días después el hijo menor lo reunió todo y se marchó a un país lejano donde malgastó su hacienda viviendo como un libertino. Cuando hubo gastado todo, sobrevino un hambre extrema en aquel país, y comenzó a pasar necesidad. Entonces, fue y se ajustó con uno de los ciudadanos de aquel país, que le envió a sus fincas a apacentar puercos. Y deseaba llenar su vientre con las algarrobas que comían los puercos, pero nadie se las daba.
Y entrando en sí mismo, dijo: “¡Cuántos jornaleros de mi padre tienen pan en abundancia, mientras que yo aquí me muero de hambre!
Me levantaré, iré a mi padre y le diré:
-Padre, pequé contra el cielo y ante ti. Ya no merezco ser llamado hijo tuyo, trátame como a uno de tus jornaleros.”
Y, levantándose, partió hacia su padre. Estando él todavía lejos, le vio su padre y, conmovido, corrió, se echó a su cuello y le besó efusivamente.
El hijo le dijo:
-“Padre, pequé contra el cielo y ante ti; ya no merezco ser llamado hijo tuyo.”
Pero el padre dijo a sus siervos:
-“Traigan de prisa el mejor vestido y vístanlo, pónganle un anillo en su mano y unas sandalias en los pies. Traigan el novillo cebado, mátenlo, y comamos y celebremos una fiesta, porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido hallado.”
Y comenzaron la fiesta.
Su hijo mayor estaba en el campo y, al volver, cuando se acercó a la casa, oyó la música y las danzas; y llamando a uno de los criados, le preguntó qué era aquello.
Él le dijo:
-“Ha vuelto tu hermano y tu padre ha matado el novillo cebado, porque le ha recobrado sano.”
Él se irritó y no quería entrar. Salió su padre, y le suplicaba. Pero él replicó a su padre:
-“¡Hace tantos años que te sirvo, y jamás dejé de cumplir una orden tuya, pero nunca me has dado un cabrito para tener una fiesta con mis amigos; y ¡ahora que ha venido ese hijo tuyo, que ha devorado tu hacienda con prostitutas, has matado para él el novillo cebado!
Pero él le dijo:
-“Hijo, tú siempre estás conmigo, y todo lo mío es tuyo; pero convenía celebrar una fiesta y alegrarse, porque este hermano tuyo estaba muerto, y ha vuelto a la vida; estaba perdido, y ha sido hallado“.

Parábola de la higuera

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Higuera

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
¿Página de un periódico sensacionalista?, es lo que parece el evangelio de este domingo (Lc 13, 1-9), por los dos trágicos acontecimientos que relata: la matanza por los romanos y en el mismo templo de unos peregrinos galileos, y la muerte inesperada de 18 judíos, aplastados por la caída de la llamada Torre de Siloé, mientras probablemente descansaban a su sombra. ¿Castigo de Dios? Tal era la creencia popular en el caso de muertes súbitas y violentas. Castigo por los pecados personales. Lamentablemente, tal sigue siendo aún hoy para muchos la creencia ante los desastres naturales (terremotos, tsunamis, etc.) y otros (derrumbes, ajustes de cuentas, etc.). Ante la gente que acusa y condena, el comentario de Jesús es terminante y aleccionador. Al final, sus enseñanzas van a concretarse en lo que el evangelio llama la parábola de la higuera que no da frutos (Lc 13, 6-9). Veamos antes algunas de esas enseñanzas
Ante todo que Dios no castiga en esta vida. ¡Castigo, por qué!, viene a decir Jesús. Muy probablemente ustedes son más pecadores que ellos y aquí están… Hasta suena molesto: ¡cómo se les puede ocurrir que Dios sea castigador y vengador de los hombres en esta vida! Va contra la esencia de lo que Dios es y la Escritura dice: que es compasivo y misericordioso (2 Cr 30,9; Sal 103, 8-10); que no quiere la muerte del pecador sino que se convierta y viva (Ez 18,23). Desde su propia experiencia, pudo haberles añadido: cuando Dios quiso castigar al hombre, envió a su propio Hijo, hecho hombre en mí, a quien hizo maldición por nosotros (Gal 3,13). Puede ciertamente enviarnos algunas pruebas a modo de llamadas de atención y de retos o desafíos, pero nunca castigos que acaben con nosotros (Mt 13, 28-30).
Aprender a leer las cosas que nos pasan y sacar conclusiones para nuestra vida, es la otra buena enseñanza que nos da Jesús. Enseñanza práctica, pues nos la da a partir de los acontecimientos que tienen conmocionada a la gente. Primero en el plano existencial (social, político, laboral) de sus vidas. Estén alertas, les dice, cambien, pues si no ustedes acabarán como ellos. Luego, en el plano religioso y escatológico (la otra vida), que es el que más le interesa a Jesús, su llamada de atención es repetitiva y apremiante. Todos los hombres estamos sujetos a la muerte y al juicio ulterior, a no ser que nos arrepintamos. Aprovechemos el tiempo que Dios nos da para hacer obras buenas y para arrepentirnos.
Tal es el contexto de la parábola de la higuera estéril, con la que Lucas termina el relato. Por favor, léanla, pues es hermosa y decidora. Veamos estas tres cosas: 1. Ustedes y yo somos esa higuera, de la que Dios y la gente tienen derecho a esperar frutos… 2. Se nos venció el plazo y no podemos seguir ocupando el sitio inútilmente, o sólo para lucir nuestro ramaje. 3. Hay alguien (Jesucristo, la iglesia, la abuelita rezadora), que abogan por nosotros, para que se nos dé una nueva oportunidad…
Papa durante 2,873 días: 19.04.2005 a 28.02.2013
El hoy “Papa Emérito”, Su Santidad Benedicto XVI, fue Papa durante 7 años, 10 meses y 10 días. Asumió el Pontificado a los 78 años y 3 días y lo dejó a los 85 años con 318 días, por renuncia personal. Su Santidad -(puede conservar este tratamiento)- residirá en el Monasterio Mater Ecclesiae dentro del Vaticano, dedicado a la oración (y sin duda a escribir y a los servicios propios de los obispos, en este caso Papa, eméritos). Fue un lujo de Papa, ha dicho alguien. Un Papa que no nos merecimos… Demasiado bueno. Demasiado noble. Un cristiano a carta cabal, alcanzado por Jesucristo, como Pablo.
Es muy pronto para evaluar su pontificado y aún más para anticipar cuánto habrá de influir en los cambios que puedan hacer el Vaticano, la Iglesia y la sociedad. Pero no cabe la menor duda de que sus ideas, actitudes y decisiones, como la de su renuncia histórica al pontificado el 11.02, habrán de influir poderosamente. De hecho ya están influyendo, al forzar a todos a tomar posición a favor o en contra de su gestión. (Una renuncia como la suya al Pontificado no se daba desde 1249 con el Papa Celestino V. La renuncia del Papa Gregorio XII en 1415 fue obligada para solucionar el llamado Cisma de Occidente).
Aunque habrá de pasar a la historia por el hecho de su renuncia al Pontificado, son muchos los calificativos, que con razón, ya se le aplican, siendo los principales los de Papa teólogo y Papa sabio. Yo prefiero llamarle el Papa de la Palabra, pues la palabra, hablada o escrita  -siempre bíblica y sabia-, fue lo que él más amó y prodigó en su ministerio. Antes de que fuera Papa, había que ser muy afortunado para poder escuchar al profesor o al Cardenal Ratzinger. Era realmente muy difícil y un privilegio. Elegido Papa, el Espíritu Santo puso al profesor y cardenal a nuestro alcance y lo pudimos ver, escuchar y gozar permanente y gratuitamente. Un gran regalo de Dios.
Fue un gran regalo y lo seguirá siendo, pues ahí quedan, para nuestro beneficio, sus 3 Encíclicas, 4 Exhortaciones Apostólicas, 7 Motu Propios, más de 350 catequesis en los Angelus y Regina Coeli, más de 200 cartas y mensajes, 16 Cartas Apostólicas, casi 800 discursos  -(¡y qué discursos!)- , sin contar sus homilías e intervenciones en los Sínodos, en los Consistorios para la creación de nuevos cardenales, las Visitas ad Limina de los episcopados, las beatificaciones y canonizaciones y los diálogo con confesiones cristianas y con religiones no cristianas. Luego están sus libros: los tres libros (Best Sellers) sobre Jesús de Nazaret,  publicados entre los años 2007 y 2012 y   La luz del mundo. El papa, la iglesia y las señales del tiempo escrito, como interview con el Papa, por el periodista alemán  Peter Seewald y publicado en 2010.
¿Demasiado intelectual y poco gerente? Yo diría que, más bien, “un apasionado por la verdad” y “asaz respetuoso de las personas”. Ahora, como lo cortés no quita lo valiente supo ser firme y hasta cuando tuvo que condenar ciertos abusos, viniesen de donde viniesen. Y supo ser viajero y gozar de sus encuentros con las multitudes, especialmente en las Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ). Haciendo suyo el legado de Juan Pablo II supo mostrar con sus viajes, dentro y fuera de Italia, que el Papado es una institución mundial.  Fue un buen viajero, quizás aún más allá de lo que  se lo permitían sus fuerzas. En sus 100 días de viajes fuera de Italia visitó pastoralmente 24 países de cuatro continentes, quedando pendiente Asia.

Transfiguración de Jesucristo

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Transfiguración

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
La Transfiguración del Señor, que hoy celebramos (Lc 9, 28-36), es una fiesta de luz y gloria, que nos afecta positivamente a todos. Para Jesús es su epifanía o manifestación más contundente de quién es Él, pues se unen para decirlo, Dios, la historia y la naturaleza. Dios, que lo proclama su Hijo amado y que nos manda escucharlo (=seguirle); la historia de Israel, representada por sus dos más preclaros exponentes Moisés y Elías, que se honran conversando con Él; y la naturaleza, que suspende sus leyes, para hacer que su rostro y vestidos brillen como el sol. Su Transfiguración es además un anticipo de su resurrección. Jesús acepta la muerte y morirá, pero al tercer día su cuerpo resucitará glorioso, lleno de luz, como se le ve ahora.
En relación con los apóstoles, la Transfiguración del Señor fue la motivación más fuerte que les dio para permanecer junto a Él, venga lo que venga después. Vinieron su pasión y muerte, y pareció que todo había terminado, pero no, la experiencia vivida en el Tabor, los reanimó y llenó de esperanza. Ellos saben muy bien quién de verdad es Jesús. Como repetirá S. Pablo en los momentos difíciles, ¡yo sé en quién he puesto la confianza…! (2 Tim 1,12). Esto vale también para nosotros: debe consolarnos saber que al otro lado del túnel hay luz y esperanza. La luz del triunfo de Cristo. Crean en mí, nos dice (Jn 14,1). Yo he vencido al mundo (Jn 16,33)
Como he dicho, la Transfiguración del Señor nos da motivos para creer y esperar. Para iluminar y dar sentido a nuestras vidas, que es lo que hoy más necesitamos. Pero sobre todo nos lleva a encontrarnos con nuestro bautismo, que es en cada cristiano como su transfiguración personal. La transfiguración del cristiano  -la tuya y la mía- que encierra todos los elementos de la Transfiguración del Señor y que debe ser para los demás gozo y esperanza, como la de Jesús. En el bautismo, el ser humano no sólo se trasfigura (tornándose luz y gracia en su interior), sino, lo que es mucho más, cambia de condición, pasando de ser criatura a ser hijo de Dios.
Mira cómo en tu bautismo, no sólo Moisés y Elías, sino María y todos los santos, te acompañaron, pues los invocamos para que te ayuden a crecer como cristiano. Mira cómo, luego, a la hora del bautismo, el Padre Dios te hizo su hijo y te mostró como tal, Jesucristo te hizo su hermano menor, y el Espíritu Santo como su templo vivo desde donde actuar. Y mira cómo, por la acción del agua y del Espíritu Santo, pasaste de la mancha y oscuridad del pecado original a la luz de la gracia de Dios. Y te dijeron: has sido revestido de Cristo… Y también: has sido iluminado por Cristo, camina siempre como hijo de la luz. Si observas bien, verás que son las mismas cosas, y aún más, que sucedieron en la Transfiguración del Señor. ¡Reconoce cristiano tu dignidad! ¡Vive, goza e irradia tu propia Transfiguración, desde la fe en Cristo y el amor del Espíritu!
V CONAJUMI YurimaguasINDULGENCIAS PLENARIAS EN EL AÑO DE LA FE
Santuarios, iglesias y parroquias; así como solemnidades y fiestas religiosas, en las que, según las disposiciones del Arzobispado de Lima, los fieles de la Arquidiócesis podrán ganar Indulgencia Plenaria, con motivo del Año de la Fe.
Quienes cumpliendo las condiciones habituales, peregrinen: en el Centro de Lima a la Basílica Catedral de Lima, al Santuario del Señor de los Milagros de Nazarenas, y al Santuario de Santa Rosa de Lima. Y quienes, en Otras Zonas, peregrinen al Santuario del Señor de la Divina Misericordia (Surco), a la Parroquia de la Santísima Cruz (Barranco), a la Parroquia Nuestra Señora de la Reconciliación (La Molina), a la Parroquia Nuestra Señora del Pilar (San Isidro), a la Parroquia Virgen Milagrosa (Miraflores), a la Parroquia Nuestra Señora de las Victorias (La Victoria), al Santuario Mirador Virgen del Rosario (Manchay), y a la Virgen del Morro Solar.
Asimismo, podrán ganar Indulgencia Plenaria quienes, en cualquier Iglesia de la Arquidiócesis de Lima, participen de la Misa en la Solemnidad de Santo Toribio de Mogrovejo (27 de abril), la Solemnidad del Corpus Christi (2 de junio) y la Solemnidad de los Santos Apóstoles San Pedro y San Pablo (29 de junio). También quienes participen y comulguen en la Santa Misa de la Festividades del Señor de los Milagros frente al Santuario de las Nazarenas (el 18 y 28 de octubre) y de la Solemne Misa en la Basílica Catedral para la clausura del Año de la Fe en la Solemnidad de Cristo Rey (24 de noviembre).
De esta manera, los sacerdotes de la arquidiócesis prepararán a los fieles con una adecuada catequesis, de modo que la gracia de la Indulgencia vaya acompañada de un corazón arrepentido y con una firme disposición a luchar contra el pecado.
Sobre las Indulgencias Plenarias.
Cabe recordar que el Catecismo de la Iglesia Católica señala que “La indulgencia es la remisión ante Dios de la pena temporal por los pecados, ya perdonados, que un fiel dispuesto y cumpliendo determinadas condiciones consigue por mediación de la Iglesia. Todo fiel puede lucrar para sí mismo o aplicar por los difuntos, a manera de sufragio, las indulgencias tanto parciales como plenarias” (n. 1471).
Las condiciones habituales para ganar Indulgencia Plenaria son:
– Encontrarse en estado de gracia y desear ganar la Indulgencia.
– Desapego total del pecado, incluso el venial.
– Confesión sacramental, que puede realizarse algunos días antes o después de la actividad religiosa,
– Comunión eucarística, el mismo día de la actividad religiosa.
– Oración por las intenciones del Santo Padre, el Papa, el mismo día de la actividad religiosa.
– La indulgencia se gana una sola vez al día y se puede aplicar en sufragio de un difunto.

Cuaresma

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Cuaresma

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Lo más importante del evangelio de este primer domingo de Cuaresma (Lc 4, 1-13), no son la tentaciones de Jesús sino su decisión de iniciar su ministerio de Mesías. Eso y el Espíritu Santo, que lo acompañó y lo sostuvo en el desierto y lo guió después (Lc 4,1. 14). Ciertamente los sinópticos, sobre todo Mateo (4, 1-11) y Lucas, nos hablan largo y tendido de cómo el diablo tentó a Jesús en el desierto durante cuarenta días, de cuáles fueron las tentaciones y de cómo, acudiendo a la Palabra de Dios, salió airoso y triunfador. La situación es tan tensa, la astucia del tentador es tan grande y las tentaciones que le pone a Jesús son tan parecidas a las nuestras, -placer, poder y parecer o fama- , que nos dejamos atrapar por el relato, y no vemos más allá. Ni la intención última del tentador ni el resultado último de la tentación: apartarnos de Dios, cuando no volvernos contra Él.
En el caso de Jesús lo que el tentador busca, no es tanto hacerle caer en una u otra cosa, sino en desviarlo de su misión, hacer que deje o desnaturalice su Plan de Mesías, Plan que ha venido a orar, reflexionar y decidir con su Padre en el desierto; hacer que acepte la lógica y el estilo de vida del mundo y no los de Dios. No pudo lograrlo, como sí lo pudo con nuestros buenos padres Adán y Eva, cuando comieron del fruto prohibido. Lo malo no estuvo entonces en eso sino en lo que eso implicaba: prescindir de Dios y querer suplantarlo, siendo como Dios. Que es lo que, a menor escala, nos pasa a nosotros cuando caemos en la tentación. Para el espíritu del mal lo que cuenta no es tanto el que caigamos en un pecado u otro, sino el que en cada caída vamos dando un paso hacia fuera del camino de Dios.
“No nos dejes caer en la tentación…”, nos enseñó a rezar Jesús en el padrenuestro. En nuestra carrera hacia Dios en el camino de la perfección, tenemos que mirar siempre las tentaciones como un reto a vencer, como un posible triunfo trofeo para Dios y para nosotros mismos. A veces nos preguntamos ¿por qué cuando me propongo ser mejor, arrecian las tentaciones y se me complican las cosas? Simplemente, porque el diablo se alarma cada vez que alguien se propone ser bueno de verdad. Al diablo no le preocupó Jesús ni en su “vida oculta” (30 años) ni en su salida al Jordán. Le preocupó sí, cuando llegó al desierto para salir y actuar como el Mesías. Que es lo que le fue preocupando cada vez más (Lc 4, 13)
Los 40 días de Jesús en el desierto, superando todos los problemas, son un eco de los 40 años de su pueblo Israel por el desierto, que lo llevaron a la Tierra Prometida. A Jesús lo llevarán al triunfo de su Resurrección, gracias al Espíritu de Dios. Para nosotros deben ser un recordatorio y un estímulo en el camino que habremos de recorrer para realizarnos como personas, ser santos y actuar positivamente entre los nuestros y en la sociedad. Como a atletas de Cristo, la cuaresma nos invita a ponernos en forma…

Ceniza

Cuaresma o 40 días de camino a la Resurrección
La Cuaresma se inicia significativamente el miércoles de ceniza. Significativamente porque en ese día se nos impone la ceniza, con su mensaje de levedad, y porque en ese día nos comprometemos a convertirnos y a creer en el evangelio. Conviértete y cree en el evangelio, nos dirá el sacerdote. Amén, así es y así será, le respondemos nosotros. Y empezamos a transitar, humildes y decididos, por un camino que, en 40 días (es lo que literalmente significa Cuaresma: 40 días), va a llevarnos a la alegría de la Pascua de la Resurrección del Señor.
¿Qué idea tenemos de la Cuaresma? Durante un buen tiempo -y aún hoy, por muchos fieles- , se la consideró como un tiempo litúrgico (40 días) cerrado en sí mismo, es decir, que se inicia mirando a la pasión y muerte del Señor y se cierra o termina cuando el Señor muere en la cruz. Todo es cárdeno, severo, penitencial, doliente, como corresponde en un velorio, en este caso el del Señor. Su resurrección era otra cosa y otro tiempo estanco, el tiempo pascual. Tal visión y práctica litúrgicas de la Cuaresma, hicieron que, sobre todo la religiosidad popular, centrase su mirada en “el Crucificado” y llenase el mundo cristiano de cruces y crucifijos.
Hoy la Cuaresma es vista como un tiempo totalmente abierto a la Resurrección, como “el gran tiempo de preparación a la Pascua de Resurrección”. Tiempo fuerte de espera, como el de invierno cuando el grano de trigo muere, pero para romper y abrirse en un tallo y luego en una espiga con abundante y nuevo trigo, como quiere el Señor (Jn 12,24). Lamentablemente, esta bonita y real comparación -cuaresma=invierno-, es difícilmente captada por el pueblo fiel en el hemisferio sur, donde la Cuaresma cae y se celebra en pleno verano, que invita a la disipación más que a la interiorización.
Desde siempre hemos identificado la cuaresma con la oración, el ayuno y la limosna, y no está mal, pero siempre que no confundamos el fin con los medios. Que no reduzcamos la cuaresma a un tiempo en el que se nos pide rezar algunas oraciones más, privarnos de algunas cositas que nos gustan, y dar unos soles más en la colecta. Está bien hacer todo esto, pero teniendo en cuenta que eso no es la cuaresma. Y que la oración, el ayuno y la limosna tendrán valor y sentido en la medida en que sean expresión de un espíritu y lo lleven a su culminación. Este espíritu se llama y es conversión y renovación según el evangelio.
En expresión feliz del Papa Benedicto XVI, la cuaresma es “una peregrinación interior”, dinámica y generosa, que acompaña a Jesús en su camino al Gólgota (su muerte) y al sepulcro vacío (su resurrección). Es en esta peregrinación donde encajan y cobran todo su sentido la oración, el ayuno y la limosna, como expresión externa del espíritu y el carácter penitencial de la Cuaresma.

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¡Rema mar adentro!

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Rema mar adentro
Por Antonio Elduayen Jiménez CM
En su evangelio (Lc.5,1-11), Lucas nos traslada de la Sierra de Galilea al Mar de Tiberíades. Aquí la gente se agolpa para escuchar la palabra de Jesús, quien ve por conveniente subir a la barca de Simón para seguir hablando, pero un poco apartado de la orilla. Simón Pedro y los hijos de Zebedeo (Santiago y Juan), a quienes ha venido a buscar, están ahí, limpiando las redes después de una larga noche de trabajo sin pescar nada. Se conocen con Jesús desde hace un tiempo (Jn 1,35-45) y están a la espera de que les llame para seguirle definitivamente, como pescadores de hombres, al decir de Jesús (Lc. 5, 10)
La pesca milagrosa, que hacen a pleno día con Jesús, los llenará de asombro y de decisión de dejarlo todo y de seguirle, como de hecho lo hicieron (Lc 5, 11). El milagro, -un signo o manifestación de quién de verdad es Jesús-, presenta detalles interesantes, que Lucas ha recogido en frases que se han hecho de antología y que ustedes recordarán. Jesús: “¡Rema mar adentro…!” Pedro: “¡En tu nombre echaré las redes!” Pedro: “¡Apártate de mí que soy un pecador!”. Jesús: No temas… Serás pescador de hombres!” Es bueno recordarlas. Por falta de espacio, yo me referiré aquí sólo dos de ellas.
“¡Rema mar adentro!”, ¿no les recuerda la Gran Misión de Lima, que llevamos adelante entre los años 2003-2006, preparando la visita del Beato Juan Pablo II? Es también una invitación a ir siempre más allá, más alto y más lejos. A vivir por un ideal. A seguir a Jesús, sin importar las dificultades y sin temores. “¡En tu nombre echaré las redes”, donde más importante que echar las redes es echarlas en el nombre del Señor. Pedro y sus compañeros habían estado echando las redes durante toda la noche, que es cuando los cardúmenes se mueven y caen en la red. Pero no habían conseguido nada. Ahora bastó que echara las redes en el nombre del Señor, por deferencia a Él, para que se hiciera el milagro…
Para hacer las cosas en el nombre de Dios, los cristianos tenemos una hermosa oración, breve y contundente: la llamamos la señal de la cruz. Con ella invocamos a la Santísima Trinidad y hacemos sobre nosotros la cruz salvadora de Jesucristo, que son los dos grandes misterios de nuestra fe. Pero no sólo los invocamos, sino que es en nombre de ellos que nos disponemos a hacer cuanto tenemos que hacer. Desde empezar el día al levantarnos, hasta salir de casa, ir al trabajo, viajar, etc. Lamentablemente solemos “comernos” el comienzo de la oración: el “en nombre de…” lo decimos tan rápido que ni nos damos cuenta.
Iniciémoslo todo en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, mientras trazamos sobre nosotros la señal de la cruz, bien hecha. Nos pasará como en la pesca milagrosa: tendremos éxito en cuanto emprendamos. ¿Qué nos cuesta hacer la prueba?

Seguimiento a Jesucristo

21º JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO
MENSAJE DEL PAPA BENEDICTO XVI
En esta Jornada, ha explicado el arzobispo Zimowski, Presidente del Pontificio Consejo de Pastoral de la Salud, el Santo Padre subraya que su celebración debe estar fuertemente caracterizada por la oración, el compartir, el ofrecer el sufrimiento por el bien de la Iglesia, además de servir como aldabonazo para que todos reconozcan en el rostro del hermano enfermo el rostro de Cristo que, sufriendo, muriendo y resucitando, salvó a la humanidad”.
En su Mensaje, el Papa invita a “dejarse interpelar por la figura del Buen Samaritano”, un episodio del Evangelio que constituye una “parábola paradigmática y siempre actual para toda la obra de la Iglesia y, de forma especial, para su actuar en el campo de la salud, de las enfermedades y los sufrimientos”. En el relato “Jesús con sus gestos y palabras manifiesta el amor profundo de Dios por cada ser humano, sobre todo si está en una situación de enfermedad o de dolor”, pero el Papa “pone el acento en el final de la parábola cuando el Señor concluye con una mandato apremiante: “Anda, y haz tu lo mismo”.
“Se trata, ha dicho el prelado, de un mandato perentorio porque, con esas palabras, Jesús nos indica todavía hoy cuales deben ser la actitud y el comportamiento de todos sus discípulos para con los demás, especialmente si necesitan cuidados. Y, por lo tanto, mirando cómo actuaba Cristo podemos comprender el amor infinito de Dios, sentirnos parte de este amor y enviados a manifestarlo con nuestra atención y nuestra cercanía a todas las personas que necesitan ayuda porque están heridas en el cuerpo y en el espíritu. Pero esta capacidad de amar no puede venir solamente de nuestras fuerzas, sino más bien, de nuestro estar en una relación constante con Cristo, a través de una vida de fe. De ahí derivan la llamada y el deber de cada cristiano de ser un “Buen Samaritano”, y un “buen samaritano” es todo aquel que se detiene ante el sufrimiento del otro, toda persona sensible al sufrimiento de los demás, que se conmueve por las desgracias del prójimo, todo aquel que intenta y quiere ser “las manos de Dios”.
Antes de concluir su mensaje, el Santo Padre recuerda el “Año de la Fe”, como “ocasión propicia para redescubrir al Buen Samaritano y vivir a imitación suya: en su saber “ver con compasión” y amor a quien necesita cuidados y ayuda; en su saber inclinarse y hacerse cargo de las necesidades de los demás. (…) Por eso puede ser útil dirigir la mirada a los tantos testigos de la fe vivida en la entrega de sí en la caridad. Se puede afirmar que toda la historia de la Iglesia (…) está jalonada por innumerables testigos. El Papa indica algunos más cercanos a nosotros en el tiempo: Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz; el venerable Luigi Novarese, Raoul Follereau; la beata Teresa de Calcuta; Santa Anne Schäffer de Mindelstetten”.
“El beato Juan Pablo II en su carta apostólica “Salvifici doloris”, hablando del Buen Samaritano escribía: “Cristo al mismo tiempo ha enseñado al hombre a hacer bien con el sufrimiento y a hacer bien a quien sufre. Bajo este doble aspecto ha manifestado cabalmente el sentido del sufrimiento”. Benedicto XVI presentando en su mensaje cinco nombres de buenos samaritanos próximos a nosotros, toma en consideración ambas dimensiones: Santa Teresa del Niño Jesús y de la Santa Faz y Santa Anne Schäffer hacen el bien con su sufrimiento, mientras los otros tres testigos hacen, sobre todo, bien a los que sufren”

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Presentación del Señor

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Prentación del Señor

El Evangelio de hoy
La Presentación del Señor en el templo y la Candelaria
Aunque el 2 de Febrero lo conocemos como la Fiesta de Nuestra Señora de la Candelaria, lo principal que celebramos en él es la Presentación del Señor en el templo. La Purificación de Nuestra Señora, que fue recogida en el 4º misterio gozoso del Rosario, fue parte de la celebración hasta el Concilio Vaticano II. Desde entonces la liturgia descartó lo de la Purificación de María -¿purificarse de qué?-, y acentuó el aspecto cristológico de la fiesta: Presentación de Jesús en el templo. Tanto que la ha hecho el Día de la Vida Consagrada. Hoy es también el Día en que las mamás llevan sus bebés a la iglesia, para presentarlos al Señor y recibir su bendición. ¡Cuántos de ellos son ofrecidos con el secreto deseo de que Dios los llame a la Vida Consagrada!
Ciertamente la Presentación de Jesús en el templo es el acontecimiento más importante de todo el relato de Lucas (2, 22-40). ¿Por qué? Porque es el Señor en persona quien entra en el templo y toma posesión del mismo, cambiándolo todo y trayendo un nuevo culto a Dios. Según la Torah (Ex 13, 2; Num 18,15), “todo varón primogénito será consagrado al Señor”, sólo que, en este caso, ¡Jesús es ese Señor…! Por vez primera en la historia del templo y de la religión judía, lo más importante ya no es el santuario con el santa santorum sino el Señor en persona, quien toma posesión del templo y busca adoradores en espíritu y en verdad… (Jn 4, 23). Su presencia llena el templo de resplandor nuevo.
Presentación del SeñorDesde hace 17 siglos, hoy se celebra también la Fiesta de La Virgen de la Candelaria, que es una fiesta muy querida por el Pueblo de Dios. Ahí están, por ejemplo, Río de Janeiro en el Brasil, y Cajamarca y Puno, entre nosotros, que la celebran a lo grande, siendo su fiesta patronal. La Virgen de la Candelaria nos recuerda a María llevando en sus manos y presentando en el templo a su hijo Jesús, que es Luz del mundo, la que nosotros representamos con una sencilla vela (velita misionera, velón, cirio). La Bendición y Procesión de las Candelas se convierte en una emotiva y significativa celebración en las iglesias. Luego cada uno lleva la candela a su casa y la prende en ocasiones especiales (cumpleaños, rogativas, acción de gracias) para que sea como la presencia del Señor, que es Luz, e ilumina y bendice.
Un resplador nuevo es lo que el anciano Simeón ve en el niño que traen María y José: “luz para iluminar a las naciones y gloria de su pueblo Israel”. “Luz de las gentes”, llamó el anciano Simeón a Jesús, por inspiración divina. Luz del mundo, se llamará a Sí mismo Jesús en alguna ocasión (Jn 8, 12). Después de 1964 años, la Iglesia, reunida en el Concilio Vaticano II, retomó ese título y se lo puso a sí misma. No deja de ser significativo el que, como Jesús, la Iglesia, que es su presencia y acción en la tierra, quiera llamarse y sea Luz de los Pueblos. Alguien ha dicho que en vez de ir hoy a la iglesia llevando una vela para su bendción, habría que ir llevando y mostrando el documento Lumen Gentium o Luz de los Pueblos, que es la principal de sus cuatro Constituciones.

Bodas de Caná

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Bodas de Caná
Por Antonio Elduayen Jiménez
El evangelio de Juan sobre las Bodas de Caná (Jn 2,1-11) contiene enseñanzas muy importantes. Por ejemplo que Jesús es Dios, tal como lo manifiesta su poder de hacer milagros, que Juan llama signos. Y que María tiene un enorme poder intercesor, pues es a ruegos de María que Jesús hace y anticipa su primer milagro. Otra gran enseñanza de la que yo quiero hablar, es la importancia del matrimonio: Jesús con sus apóstoles y María quisieron estar en unas bodas. Es decir, toda la iglesia, en unas bodas. Los novios (y la familia de los novios) los han invitado y ellos han acudido. Han querido hacerse presentes, postergando sin duda otros planes de misión y haciendo ver la gran importancia que tiene y da la iglesia a toda pareja (hombre y mujer), que deciden unirse y darse en matrimonio.
Desde entonces la iglesia siente que tiene el deber de estar presente en todas las bodas: 1. para poner de relieve la transcendental importancia del matrimonio en el Plan de Dios, y 2. para bendecirlo con el milagro de su gracia, más valioso que el del rico vino de aquellas Bodas de Caná. Estas dos razones son las principales por las que la Iglesia pide a sus hijos casarse por la iglesia, como suele decirse. Y responden a la pregunta que se hacen y hacen bastantes cristianos del “por qué y para qué casarse por la Iglesia”. Simplemente porque no es correcto (lícito) que lo más importante que un hombre y una mujer cristianos realizan en su vida, lo hagan como si fueran paganos, sin la bendición de Dios dada por su iglesia.
El problema (y el pecado) de una pareja, él y ella cristianos, que deciden convivir, no es que quieran unirse para ser felices y tener hijos, sino que lo hagan como si no fueran cristianos, sin invitar a Jesús a la boda. Se iniciaron como cristianos por medio del bautizo, la comunión y la confirmación, pero a la hora de dar como cristianos adultos el paso más importante de sus vidas, uniéndose en el amor para formar una familia, dan la espalda a la Iglesia (y a Jesucristo, que está en la Iglesia) y la ignoran. Este es el pecado que cometen cuantos se ponen a convivir sin contar con la bendición de la Iglesia, que es la de Dios en Jesucristo.
Jesucristo es claro, perentorio e intransable, cuando habla del matrimonio. No sólo ratifica la ley de Dios sobre la unión de un hombre y una mujer (Gen 2,24) sino que la hace suya, corrigiendo la condescendencia de Moisés (Mt 5, 31-32; 19,9) y elevando esa unión a la condición de sacramento (Ef, 5,32). ¿Por qué tanto? Porque es como si Dios hubiera querido jugárselas por el matrimonio, planeándolo todo y disponiéndolo todo con vistas al matrimonio, su realización y felicidad. Porque la historia de la humanidad se juega en la familia (JP II). Porque la única manera de arreglar el mundo es arreglando la familia, no hay otro camino (Cardenal López Rodríguez).

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Sagrada Familia mensajera

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Misa en la Plaza Colón
Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Desde la noche del 24, la iglesia y los cristianos venimos centrando nuestra mirada y atención en el Niño Dios, recién nacido. Hoy la iglesia nos pide mirar también a María y José y contemplar en conjunto la Sagrada Familia. Contemplarla tal como nos la propone el evangelio de hoy (Lc 2, 41-52), es decir, transcurridos ya doce años y con algunos apuros y malentendidos. No son graves, pero nos muestran que la familia de Jesús, María y José, es tan humana y necesitada como la tuya o la mía. Es sagrada ciertamente y ejemplo para las nuestras, pero con sus debilidades y necesidades (alimentación, vestido, trabajo, impuestos, etc.), que nadie sino ellos los van a resolver.
Es esta faceta humana y frágil de la Sagrada Familia lo que la iglesia quiere veamos al proponérnosla. Ciertamente por la santidad de sus miembros es modelo para nuestras familias, pero lo es también por su manera de tratar y resolver los problemas. Si pese a todo, ellos pudieron llegar a ser una Familia Sagrada, ¿por qué nosotros no? Hay que ponerle voluntad y empeño. Y darle gracias a Dios, porque le plugo instituir la familia, basada en el matrimonio de un hombre con una mujer, para ser como el seno y el hábitat naturales de la vida del hombre. Él mismo, cuando decidió hacerse hombre, lo hizo en el seno de una familia.
Se impone:
• orar por la Familia (empezando por la nuestra), para que sea siempre lo que Dios quiso que sea. Siempre en guardia ante los males de toda clase que la acechan.
• poner de relieve sus bondades como “formadora de personas, educadora de la fe y promotora del bien social”, amén de ser santuario de la vida, iglesia doméstica y escuela de vida social.
• renovar compromisos y estrechar lazos de unión en el amor, buscando la felicidad de todos sus miembros.
• reforzar la Pastoral Familiar, empezando por la de nuestra parroquia, cuyo Equipo espera que otros matrimonios se le unan.
Digamos un par de cosas sobre el fundamento y la razón de ser así de nuestras familias, para que no se crea que se originaron por costumbres sociales o por imposiciones religiosas. Digamos 1º que el fundamento de la familia (lo que la legitima a existir) es, ante todo, la conservación de la especie humana. Digamos 2º que el instinto de conservación de la especia humana es anterior, por milenios, a cualquier ley positiva natural (leyes humanas) o religiosa (religiones). Si no hay familia no hay garantía de supervivencia de ninguna especie animal.
Para los cristianos, Dios que es familia (diversidad en la unidad) hizo todas las cosas poniendo su impronta en las mismas. No hay dos cosas iguales, pero todas confluyen a la unidad. Esta ley de la diversidad en la unidad y viceversa, la pensó sobre todo para la unión del hombre y la mujer: serán dos en una misma carne, dijo (Gen 2,24) De este modo convirtió al matrimonio y la familia en icono vivo suyo, que es Dios Unitrino. Es decir, como Dios es uno en tres personas, así la familia es uno en dos, luego en 3, 4, etc. personas, según el número de los hijos.
No hay labios de mensajero sin oídos de discípulo
Por José Antonio Ubillús Lamadrid CM
Una de la devociones más hermosas que la Iglesia Católica ha fomentado y que ha echado raíces en el corazón de tantos pueblos del mundo entero es la adoración del Santísimo o contemplación de Jesús Eucaristía, un acto fe que permite un conocimiento gratuito de Cristo y un adentrarse en los sentimientos de su corazón. Una adoración y contemplación que tienen su culmen en la solemnidad de Corpus Christi.
Conocer a Cristo significa encontrarnos con él. Así es como conocemos a las personas. Hay diferencia entre saber de alguien y conocerlo. Esto último sólo es posible cuando nos hemos encontrado personalmente con él.
Recuerdo la historia de aquel relojero que entró en el ejército y a quien todos le encargaban revisar su reloj. Tenía tanto trabajo que cuando llamaban al combate, no podía luchar con eficacia porque no sabía hacerlo. Así también, ¡cuántas personas consagradas se han especializado hoy en toda clase de saberes, pero apenas conocen a Cristo! No han tenido tiempo para ello por lo que difícilmente van a poder comunicar lo que no han conseguido aprender. ¡Nadie da lo que no tiene!
Ciertamente este conocimiento de Cristo no nos lo puede transmitir en último extremo ni la reflexión, ni la meditación. Es, como en el caso del Espíritu, puro don de Dios que tenemos que pedir.
Así lo entendió, por ejemplo, Gandhi. Sabido es cuánto admiraba a Jesús y cómo intentaba vivir los principios de las Bienaventuranzas. Sin embargo nunca se hizo cristiano ni pudo reconocer a Jesús como el Hijo de Dios. En una ocasión le interpeló un cristiano diciéndole: “¡Cuánto me extraña que usted, tan conocedor de la fe cristiana, se haya fijado en los principios y se haya olvidado de la persona! Si me permite le sugiero que intente llegar desde los principios a la persona, desde el Evangelio a Jesús”. Y Gandhi le respondió: “Aprecio su sugerencia; pero no puedo adoptar esa postura con la cabeza, es preciso que mi corazón sea tocado. Saulo, añadió, no se convirtió en Pablo mediante un esfuerzo intelectual, sino porque algo le tocó su corazón. Lo único que puedo decir es que mi corazón está absolutamente abierto y que deseo encontrar la verdad”.
Tenía razón Gandhi: a Cristo no se le llega a conocer realmente desde el esfuerzo de la razón, sino desde la limpieza del corazón. Pero es preciso, y esto es quizá lo que aquel gran hombre no hizo, es preciso pedirle al Padre que nos dé ese don. Que sea él quien nos atraiga a Cristo; que sea él quien nos lo devele, porque “nadie conoce al Hijo más que el Padre y aquel a quien el Padre se lo quiera revelar” (Mt 11, 27).
El conocimiento de Cristo lleva inmediatamente al amor. Y es que no es posible conocerlo y no amarlo; no es posible contemplarlo y no sentirse atraído por él… Cuanto más profundo sea nuestro conocimiento de Cristo, mayor será nuestro amor por él. Y cuanto más lo amemos, más profundamente lo conoceremos, porque para conocer realmente a una persona es imprescindible mirarla con los ojos del amor.
Así era como pretendía ser amado Jesús, de manera personal. Por lo general cualquier reformador religioso proclama un ideal exterior a él mismo. Sólo Jesús se proclama a sí mismo y hace de sí mismo el centro de su doctrina- “¡Ven y sígueme!”, dice Jesús. “Quien ama a su padre o a su madre más que a mí, no es digno de mí”, añade. “Yo soy el camino, la verdad y la vida”, afirma solemne. “En mí se cumple esta Escritura”, advierte en Nazaret.
Labios de mensajero y oídos de discípulo
No se trata, por tanto, de adherirse a un sistema intelectual o a una filosofía. No se trata ni siquiera de aceptar un mensaje divino o de plegarse a una verdad revelada. Se trata de convertirse a Cristo y convertirse de corazón. Y convertirse de corazón significa amarlo, entregarle todo nuestro ser y nuestra vida; dejarse poseer por él; abrirle el corazón para que sea él quien lo habite hasta el punto de que sea él quien se manifieste en cada gesto que hagamos en cada palabra que digamos. ¿No hemos observado cómo el amor transforma, moldea, y asemeja a las personas que se quieren? Pues así, amar a Cristo significa asumir sus valores, hacer míos sus criterios, hacer mía su vida.
Ni dudemos, pues, de entregar todo nuestro corazón a Cristo. Esforcémonos por adquirir aquel fantástico amor que sintió Pablo, un amor tan intenso que se expresaba en las formas más atrevidas: “¿Quién nos separará, decía, del amor de Cristo”. Y confiado, respondía; “Ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni los principados, ni el presente ni el futuro, ni la profundidad ni la altura… nada podrá separarnos del amor de Cristo” (Rom 8, 35-39).
Amar así al Señor es poner en él toda nuestra confianza. Conscientes de que él nos ha amado primero y espera simplemente ahora la respuesta de nuestro amor. Imaginémoslo cerca, contemplemos sus rasgos y entreguémosle nuestro corazón.
Entregarle a Cristo el corazón implica disponerse a compartir con él la vida, seguirlo por el camino de las Bienaventuranzas. Lo cual conllevará sufrimiento porque supone compartir su misma suerte.
A lo primero a lo que Jesús llama, según el testimonio de Marcos 3, 13-19, es a estar con él: “Instituyó Doce, afirma el evangelista, para que estuvieran con él y para enviarlos a predicar”. “Estar con él”. El discípulo necesita vitalmente instalarse en Jesús, estar con Jesús, para ser con Jesús y vivir en Jesús. Estar con Jesús, conocer a Jesús, escuchar sus palabras, contemplar sus acciones, conocer lo que siente y lo que piensa, cuáles son sus fidelidades y su meta. Es, pues, la primera función de los discípulos, porque si es verdad, como añade después el texto de Marcos, que quiere después enviarlos a predicar, pero primero los tiene que conocer. Porque no hay labios de mensajero, si no ha habido antes oídos de discípulo.
No puede haber misión, si no ha habido antes seguimiento. Y esto nos tiene que hacer pensar, porque, a lo mejor, somos en más ocasiones trabajadores del Señor que amigos suyos. Y lo que él quiere, en primer lugar, son amigos, seguidores. Y sólo después apóstoles. ¿Qué mensaje van a comunicar si antes no han escuchado? ¿Qué testimonio van a manifestar si antes no han conocido?. ¿Y qué experiencia de Cristo van a transmitir si antes no han vivido con él? (cf. Apuntes de un retiro predicado por el P. Santiago Azcárate CM).
Del “estar con Jesús”, sale después una actividad más sosegada, más pensada y con más alma. Y todo ello sin temor a evasiones espiritualistas, porque el que sube a este Dios nuestro baja también a este mundo nuestro; ya que nuestro Dios es un Dios que se encarna, que vive y que siente (Ibid).

IV Domingo de Adviento

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IV Domingo de Adviento
Por Antonio Elduayen Jiménez CM
En la víspera de la Nochebuena, el evangelio (Lc 1, 39-45) nos presenta la fe como la puerta para entrar en la Navidad. La fe, de la que además se nos dice que es una bienaventuranza y que es caridad y misión. Ante todo, el relato nos presenta a María e Isabel dialogando sobre la fe… Sólo están las dos y cada una con su niño en su seno. No deja de ser asombroso y significativo que, en el umbral de la nueva historia del mundo, que va a iniciarse en la Navidad, haya sólo dos mujeres gestantes. ¡Misterios del Proyecto de Dios!, que, por hoy, prefiero sólo señalar y admirar, sin comentar.
Bienaventurado tú que crees, porque lo que te ha dicho el Señor se realizará. Estas palabras que Isabel le dice a María, valen también para ti (y para mí y para todos los creyentes). Son, por otra parte, un ejemplo de cómo Dios se revela y premia a los humildes y sencillos, simplemente porque le agrada la fe que le tienen (Lc 12, 21-22). En el caso del evangelio mencionado, el Padre Dios nos revela el Misterio de la Encarnación de su Hijo en María, por obra del Espíritu Santo. Lo que implica algo muy importante y que nos atañe muy de cerca, a saber, que, de alguna manera, el Hijo de Dios se ha encarnado en la raza humana -de la que María forma parte-, y en ti y en mí, que somos también parte de esa raza y seres humanos. ¡Reconozcamos nuestra dignidad!
Como dije antes, a Dios no sólo le agrada la fe que le tenemos sino que también la premia. La fe de María es un SÍ (Fiat) absoluto, valiente y gozoso a Dios Trinidad, y el premio a esa fe, premio singular y maravilloso, consistirá en que el Padre Dios la elige para ser la Madre de su Hijo Jesús; el premio a la fe de Isabel, también firme y gozosa, consistirá en que Dios la elige para ser la madre de un hijo que será… “el Precursor” del Mesías Jesucristo; finalmente, el premio a nuestra fe será el de poder llamarnos y ser hijos de Dios (Jn 1,12), si con fe firme, coherente, productiva y gozosa, nos abrimos a Jesús y lo recibimos de todo corazón, de modo que encuentre en él un lugar mejor que el encontró en Belén.
La Visita de María a Isabel para ayudarla (Lc 1, 39-40) ejemplariza dos elementos que no pueden faltar en la fe: la caridad y la misión. Son dos dimensión esenciales de la fe, que el Papa Benedicto XVI recoge y explaya en su Carta Apostólica Porta fidei (nn. 7, 12, 14). Ante todo, la fe sin obras es muerta (St 2, 14-18). “La fe sin la caridad no da fruto, y la caridad sin fe sería puro sentimentalismo siempre a merced de la duda”, dice el Papa (PF 14). Es por ello que “María Fe” va presurosa (misión) a ayudar a Isabel (caridad) en cuanto se entera de que su pariente va a dar a luz. Es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar: “el amor de Cristo nos apremia”, enseña San Pablo (2 Cor 5, 14).

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