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Curación del leproso

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Leproso

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
La curación de un leproso es el título del evangelio de hoy (Mc 1, 40-45), en el que Jesús, al curarlo, se muestra acogedor, compasivo, audaz, todopoderoso. Y, al enviarlo a los suyos, una vez sanado, cumplidor de la ley, cauto, comprensivo y humilde. Todos esos calificativos le caen a Jesús de maravilla, especialmente el de compasivo. ¡Compasivo y misericordioso! Es lo que Él fue y es como Él quiso y quiere ser visto. Me pregunto si pasará igual con nosotros, sus seguidores. ¿Nos caracterizamos y distinguimos por ser hombres y mujeres compasivos y misericordiosos? ¿Nos nace serlo? ¿Nos esforzamos por serlo?
Decir que Jesús fue un hombre compasivo no es poco, pero tampoco es todo. Habría que añadir que para Él la compasión es, debe ser, el alma de todo. Dios es infinito en todo y posee en plenitud todos los atributos, pero, cara a nosotros, quiere ser reconocido como amor. No sólo que Dios es amor (1 Jn, 4,16) y que tiene entrañas de misericordia y compasión (Col 3,12), sino que siendo tan justo como misericordioso, optó por tratarnos en esta vida sólo con misericordia y compasión, y dejar la justicia para la otra (y/o aplicándola a su Hijo en ésta) (Lc 15, 11-32). Por eso, lo que Dios espera de nosotros es compasión más que sacrificios (Mt 9,13; 12,7).
Con palabras de hoy, diríamos que Jesús vino a traernos la cultura de la compasión y de la misericordia, obligándonos a revisar nuestra idea de Dios y del prójimo. Sobre todo nuestra visión y trato con el prójimo, con el que hay que ser siempre compasivo, como nos lo pide en la parábola del Buen Samaritano (Lc 10, 25, 37). Prójimo de quien está en necesidad es el que es compasivo con él. Vete y haz tú lo mismo, añade Jesús. Es sintomático que el único mandamiento que dio el Señor a sus seguidores es que nos amemos unos a otros como Él nos amó. Y que, sin pedírselo, nos recuerde que el amor al prójimo es un mandamiento semejante al primero (amar a Dios) y medida del mismo. Como si esto fuera poco, nos dice que la Ley de Oro de la vida espiritual y de la moral es hacer al otro lo que tú quieres que te hagan a ti (Lc 6, 31).
Decididamente, compasión y compasivo son palabras claves para entender la vida de Jesús y su mensaje. Lo son también para comprender y vivir la Biblia, la Religión y la vida social, pues sin compasión no tienen sentido. Para Jesús no hay otra manera de ser hombre, de ser cristiano y de acercarse a Dios, que siendo compasivo y misericordioso. Es lo que Él fue por encima de todo. Y es lo que quiere que seamos nosotros. Y que, como Él, amemos de corazón a todos, nos sintamos a gusto entre la gente, hagamos el bien sin mirar a quién y sepamos perdonar y disculpar.

San Pedro de Jesús Maldonado Lucero

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Cabalgata San Pedro de Jesus

«Este mexicano tuvo el corazón en el sagrario y en el cielo. Devoto de Jesús Sacramentado, pasión que difundió en derredor suyo, fue ajusticiado brutalmente por las tropas gubernamentales de su país por su condición sacerdotal».
Por Isabel Orellana Vilches- Agencia de Noticias ZENIT
Hoy, festividad de la Virgen de Lourdes, también se celebra la vida de este gran presbítero. La trayectoria de muchos sacerdotes a quienes segaron la vida los enemigos de la fe siempre ha sido un ejemplo de fidelidad a la vocación que recibieron. Aunque la fortaleza que han exhibido estos testigos de Cristo cuando se enfrentaron a la muerte está alentada por la gracia, no cabe duda de que este don había sido alimentado previamente con una disposición sustentada en la oración, la recepción de los sacramentos, y la silenciosa ofrenda del día a día. Ésta siempre encierra una heroicidad que cada uno y Dios conocen, quedando velada por lo general para los demás. En ella se fragua el abrazo a esa cruz que se mantiene enhiesta apuntando a un cielo único, añorado destino para los seguidores del Redentor.
Pedro era natural de Chihuahua, México, donde nació el 15 de junio de 1892. Mientras estudiaba con los paúles se sintió llamado por Dios, y a los 17 años ingresó en el seminario. Allí germinó esta decisión irrevocable: «He pensado tener mi corazón siempre en el cielo, en el sagrario». Y ciertamente la Eucaristía fue el eje central de su vida y acción apostólica. Eran tiempos agitados porque la ideología política dominante se había propuesto erradicar violentamente todo resquicio espiritual. Al cerrar el seminario, donde todos sus integrantes habían pasado por múltiples penalidades y Pedro salió con un organismo debilitado y expuesto a la enfermedad, regresó a su casa paterna, y allí prosiguió su formación. Inclinado a la música, aprovechó para aprender piano, órgano y violín.
En enero de 1918 fue ordenado sacerdote en El Paso, Texas. Ejerció su labor pastoral en San Nicolás de Carretas, Cusihuiachi y Jiménez. Se ocupó de los indígenas tarahumaras y se afanó en reducir la ingesta de alcohol. Nunca ocultó su predilección por los pobres, a quienes ayudaba en sus necesidades, y llegó a criar y educar a un huérfano indigente. Era bien acogido por los campesinos y las gentes sencillas que le pedían una bendición para librar a sus campos de las temidas plagas de langosta. Muchos atestiguaron cómo había logrado expulsarlas con su oración algunas veces. En el distrito de Jiménez le persiguieron grupos masónicos en distintas ocasiones.
En 1924 fue designado párroco de Santa Isabel. Tenía un don especial para tratar con la gente. Fue significativa su capacidad para formar a niños, jóvenes y adultos, a quienes explicaba la historia de la salvación por medio de la fotografía que se convirtió en fértil instrumento pedagógico. Sus cualidades artísticas y musicales fueron muy útiles en esta labor catequética. Devoto de la Eucaristía puso todo su entusiasmo en difundir el amor a Jesús Sacramentado. Muy significativo fue el desarrollo que bajo su amparo tuvieron la Adoración Perpetua al Santísimo Sacramento, la Adoración Nocturna y las Hijas de María.
Entre 1926 y 1929 la persecución religiosa inundó Chihuahua. Él fue uno de los acosados en medio de hostilidades que desembocaron en la clausura de templos, seminarios y centros de enseñanza católicos, además de la muerte de sacerdotes y creyentes. Este encarnizamiento había tenido ligeros puntos de inflexión con aparentes acuerdos entre el gobierno y la Iglesia. Que no eran tales lo prueba que, a un breve periodo de cierta permisión, le siguiera otro de mayor ferocidad en las prohibiciones. Las de esa franja aludida fueron especialmente virulentas. Pedro pasó esos años como un fugitivo; se hallaba a merced de personas de nobles sentimientos que le abrían las puertas de sus casas. Un frágil impasse le permitió atender a los fieles hasta 1934, mientras las autoridades proseguían con su programa de veto total a la fe. Restricciones y castigos ejemplarizantes contra los que se oponían a las consignas gubernamentales eran caldo de cultivo para los católicos. Ese año de 1934 Pedro fue detenido, sufrió maltrato y amenazas de muerte, aunque en un primer momento lo desterraron a El Paso. Quizá pensaron que amedrentado dejaría a su grey. Pero no fue así.
Regresó a Chihuahua, a la parroquia de Santa Isabel, junto a su pueblo. La fiebre no pudo con su ardor apostólico, y en medio de la enfermedad confirmó a todos en la fe. Dos escenarios últimos de su incansable celo fueron El Pino, un rancho donde tuvo que pasar un año, y Boquilla del Río. En este lugar una familia creyente y valerosa puso su casa a merced de la iglesia para convertirla en un improvisado oratorio en el que el sacerdote daba continuidad a las misas y la celebración de los sacramentos. El 10 de febrero de 1937 había celebrado el miércoles de ceniza y se hallaba confesando. Un grupo de violentos ebrios y portando armas irrumpieron en la casa. Los fieles quisieron protegerle, pero Pedro, a fin de mantener a salvo sus vidas de la brutalidad que preveía se iba a desatar, tomó la Eucaristía consigo y se entregó.
El camino que tuvo que recorrer descalzo y atado con fuertes cuerdas fue un calvario que afrontó rezando el rosario en voz alta. El pistoletazo que recibió en la cabeza fue de tal calibre que afectó de forma irreversible al cráneo. La pérdida de uno de sus ojos que en ese instante se desprendió del rostro, por decirlo suavemente, da idea de la brutalidad del golpe que le asestaron. Previamente, tomaron la Eucaristía que cayó del relicario, y se la ofrecieron sin atisbos de compasión: «¡Cómete esto!». Al día siguiente, entregó su alma a Dios. Fue beatificado por Juan Pablo II el 22 de noviembre de 1992, quien lo canonizó el 21 de mayo de 2000.

Beato Luis (Alojzije Viktor) Stepinac

Indudablemente hay una diferencia abismal entre quienes tienden a buscar briznas de flaqueza en la Iglesia –aún considerándose integrantes de la misma– y se complacen en airearlas, y aquellos que la llevan anclada en su corazón. Éstos últimos no se reconocen por su afilada lengua sino por su admirable quehacer que persigue restituir con amor el desamor que otros extienden sobre el legado de Cristo. Luís Stepinac forma parte de la pléyade de heraldos de la fe que no escatimaron esfuerzos para sostener la Iglesia con una conducta heroica, saliendo al paso de quienes buscaban su imposible derrota con los brazos abiertos y una firmeza irrevocable que tuvo la última manifestación en su ofrenda martirial. Así encarnó el aserto evangélico: «No hay mayor amor que el que da la vida por un amigo» (Jn 15, 13).
Nació y creció en el seno de una familia profundamente cristiana de la localidad cróata de Krasic, que había acogido con gozo su llegada a este mundo el 8 de mayo de 1898. Heredó de su madre la devoción a la Virgen María, aunque ello no impidió que aflorase alguna crisis interna, como la que se hizo patente en su juventud, siendo militar, tras ser liberado del cautiverio que le mantuvo recluído en Italia. Tiempo después, aborreciendo su vida disipada y su inconstancia ante distintos proyectos, incluido el fracaso de un acordado matrimonio, la misericordia divina salió a su encuentro a través de un sacerdote amigo que le envió un artículo sobre san Clemente María Hofbauer acompañado de una extensa carta.
El ejemplo del santo redentorista tocó su corazón, y encaminó sus pasos al sacerdocio ingresando en el seminario de Roma. Fue ordenado en octubre de 1930 cuando tenía 32 años. Ya entonces se advirtió su amor por la Iglesia y por el Santo Padre. Regresó a Croacia convertido en doctor en filosofía y teología. Estaba dispuesto a todo por Cristo y renunció a ser párroco rural, que es lo que le agradaba, aceptando las misiones de encargado de la liturgia y notario de la curia del arzobispado: «No sé si permaneceré aquí o no. No importa, pues todos los caminos que están al servicio de Dios llevan al cielo».
En 1934 fue nombrado coadjutor del arzobispado. Tres años más tarde sustituyó a monseñor Bauer como arzobispo de Zagreb, que había fallecido. Su labor en pro de la dignidad humana, que defendió vivamente, y la fidelidad a la Iglesia para la que reclamaba el reconocimiento de sus derechos, unido a la fundación de un periódico católico contrarrestando a la prensa antirreligiosa, le colocaron en el punto de mira. Y tras la invasión de Yugoslavia fue acusado de colaborar con el nazismo. Firme en su determinación a luchar por sus altos ideales, se convirtió en el portavoz de todos los oprimidos y perseguidos. Tuvo la valentía de denunciar los abusos cometidos por los ustachis contra las minorías judía y serbia, amén de condenar toda clase de racismo.
Tras la retirada de las tropas alemanas fue tildado de criminal de guerra siendo encarcelado en 1945. Había ejercitado su caridad con los refugiados, distribuyendo entre ellos vagones de alimentos, ocupándose personalmente de los niños huérfanos, de los prisioneros y de los fugitivos de las montañas. Salvó de la inanición y la muerte a 6700 niños, que en su mayoría eran descendientes de ortodoxos. Toda una hazaña en tiempos tan convulsos. El mariscal Tito fracasó en su intento de que se escindiera de la autoridad de Roma creando una «Iglesia Nacional» bajo la égida comunista. La resistencia de los obispos croatas a su injusta encarcelación quebró la voluntad del gobernante que se vio obligado a liberarlo, si bien la instauración de la brutal dictadura trajo consigo el asesinato de centenares de sacerdotes así como el encarcelamiento y desaparición de otros. El vehículo en el que viajaba fue apedreado y previendo una inminente encarcelación, dejó instrucciones para administrar la Iglesia.
A mediados de diciembre de 1945 dirigió un mensaje al clero que sintetiza su existencia:«Tengo la conciencia limpia y en paz ante Dios, que es el más fidedigno de los testigos y el único juez de nuestros actos, ante la Santa Sede, ante los católicos de este Estado y ante el pueblo croata». Más tarde, añadiría: «Estoy dispuesto a morir en cualquier momento». En septiembre de 1946 la milicia irrumpió en la capilla donde oraba y le apresó de nuevo: «Si estáis sedientos de mi sangre, aquí me tenéis», fueron sus palabras. Era el inicio de un durísimo e injusto proceso que afrontó con entereza y una fortaleza admirable. Su madre fue presionada brutalmente para influir en el beato, pero ella le dijo valerosamente: «Yo, tu madre, te prohibo decir lo que te pidan. Piensa en tu alma y cállate, no digas una sola palabra»Ella misma moriría mártir en un campo de concentración.
Luis fue condenado a dieciséis años de prisión y trabajos forzados «por crímenes contra el pueblo y el Estado». Sufrió toda clase de humillaciones y atropellos que aceptó en silencio convirtiendo la celda en un oratorio. En su diario escribió: «Todo sea para la mayor gloria de Dios; también la cárcel». Estando recluído, a finales de noviembre de 1951 Pío XII lo nombró cardenal. El 5 de diciembre de ese año, cediendo a las presiones internacionales, el gobierno yugoslavo consintió en trasladarlo a Krasic bajo libertad vigilada. Un periodista le preguntó: —«¿Cómo se encuentra?». Respondió: —«Tanto aquí como en Lepoglava, no hago más que cumplir con mi deber». —«¿Y cuál es su deber?». —«Sufrir y trabajar por la Iglesia». Murió el 10 de febrero de 1960 siendo fiel a la Iglesia por la cual fue calumniado, condenado y martirizado lentamente, con indescriptible alevosía, aplicándole rayos X cada noche desde un espacio contiguo a la celda que ocupaba. Su lema fue: «Odiar la injusticia y amar la justicia». Juan Pablo II lo beatificó el 3 de octubre de 1998.

Un día en la vida de Jesús

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Curar a la suegra

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Cómo era un día en la vida de Jesús… Aunque empezando por la tarde, el evangelio de hoy (Mc 1,29-39) nos describe cómo era un día en la vida de Jesús. Qué cosas principales hacía en un día normal. Siendo Jesús nuestro Señor y Modelo, es bueno que lo sepamos para ajustar nuestras vidas a la suya… y así ser perfectos. Las circunstancias de nuestras vidas son sin duda distintas a las de Jesús, pero no estas cuatro constantes: la oración, la evangelización, la socialización y la ayuda, que Él no omitía ningún día. Y que tampoco debiéramos omitir nosotros.
Orar es justamente la primera cosa que hacía Jesús. Desde muy temprano, largo y a solas (Mc 1, 35-37). Ciertamente Jesús lo hizo todo y siempre bien (Mc 7,37), pero eso no le excusó de orar y de orar siempre a su Padre Dios, como nos pidió que lo hiciéramos nosotros (Lc 18,1). Es bueno tener esto muy en cuenta, pues no faltan los católicos que no rezan porque dicen que ya hacen otras cosas buenas. Hay que hacer estas otras cosas buenas, pero sin omitir la oración.
La segunda cosa que Jesús hizo en la mañana de ese día fue evangelizar. Hasta la hora de almuerzo, recorriendo con los apóstoles, todos los pueblitos del entorno. Era su práctica de todos los días, por lo que logró misionar toda la Región de Galilea y más (Mc 1, 38-39). Ciertamente, a nosotros se nos hará imposible dar una misión de ese tipo, casa a casa y manzana a manzana, hasta misionar toda la parroquia. Pero evangelizar es esencial en la vida del cristiano y, de un modo o de otro, tendremos que hacerlo. Con el testimonio y la oración, por lo menos.
El tercer momento de un día en la vida de Jesús es lo que podemos llamar su vida social. Quizá nos sorprenda, pero tal como la entendió y la vivió el Señor es algo realmente necesario. Sirve para conocernos mejor entre nosotros y para estrechar lazos de amistad y de familia. Para descansar un rato, pues no todo tiene por qué sertrabajo y formalidad. El relax y la sana alegría, son muy importantes, nos enseña Jesús. En el caso que nos ocupa, vean lo que le pasó cuando fue a visitar la familia de Pedro (Mc, 1, 29-31)
La visita y atención de los enfermos, fue lo último que Jesús hizo ese día. Hasta la puesta del sol. Enfermos y personas poseídas por espíritus malos, venidos de todas partes. Entre las actividades del día no podía faltar la de sanar a muchos y mostrar así que el Reino de Dios era ya una realidad. Buena lección para nosotros que debiéramos ser más compasivos y practicar más la obra de misericordia de visitar a los enfermos, empezando por los de la familia. No lo podremos hacer todos los días, pero sí tener la buena voluntad de hacerlo, pues la caridad de Cristo nos urge (2 Cor 5, 14).

Liberación

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Liberacion

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
La personalidad de Jesús en dos ejemplos es lo que más llama la atención en el evangelio de hoy (Mc 1, 21-28). Los ejemplos o casos se dan en una sinagoga de Cafarnaún, en la que Jesús suele comentar la Escritura y en la que, esa mañana, hay entre la gente “un hombre poseído por un espíritu inmundo”, del cual Jesús lo libera. En ambos casos  -la explicación de la Escritura y liberación del endemoniado-, hay algo en común, que sobresale y que deja a los fieles fascinados, llenos de asombro: la personalidad de Jesús, que viene a ser una buena mezcla de firmeza y bondad.
Jesús explica con autoridad, como quien sabe, y sin recurrir permanentemente a las masoras o ayudas, que llenan los márgenes de los rollos (libros). ¡Qué distinto de los escribas y rabinos! Luego, cuando se trató de curar al endemoniado, lo hizo también con autoridad, como quien puede. Con una sola palabra de mando: “¡Cállate y sal de él!”, le dijo, y “el espíritu inmundo salió”. El comentario de Marcos se reduce a decir que la fama de Jesús se extendió pronto por todas partes. Ningún otro comentario o deducción, que deja siempre a los interlocutores de Jesús (Mc 15,39: ese hombre es Dios) o a los lectores de su evangelio (Jn 13,27; Mc 14,42: la acción, hasta el final, de Satanás contra Jesús).
Permítanme un comentario, ante todo, sobre la firmeza y bondad del carácter y personalidad de Jesús. Tiene sin duda otros muchos rasgos, por ejemplo, es coherente, sencillo, comprensivo, confiable…, pero me quedo con los de firmeza y bondad, que son los que más necesitamos hoy, sobre todo en el trato familiar y social. Hay que ser firmes a la hora de señalar una tarea o de hacer que las cosas se cumplan o se corrijan. Firmes, pero no duros ni agresivos ni violentos, que sólo conducen a empeorar las cosas. Firmes, pero con bondad y afabilidad, que siempre cautivan y atraen. Que el otro se dé cuenta de que lo que pides u ordenas, es lo mejor y es para su bien. Entonces, no sólo se consiguen las cosas, sino que hasta se agradece… Hagamos nuestro ese arte de Jesús y todo nos irá mucho mejor.
En cuanto a la presencia de Satanás en aquella sinagoga, digamos que fue resultado de su sospecha creciente de que Jesús podía ser el Mesías. Su encuentro con Jesús en el desierto (Mt 4, 1-11) había confirmado esas sospechas. No había logrado su propósito, pero sí había salido resuelto a abordar a Jesús cuantas veces fuera necesario (Lc 4,13), para hacerlo fracasar si realmente era el Mesías. Y allí estaba de nuevo Satanás,hablándole desde un hombre que, con malas artes, había hecho suyo: “Sé que eres el “Santo de Dios”, le dijo, esperando una respuesta. Pero Jesús no cayó en la trampa. Y sin darse por aludido, le mandó callarse y dejar libre al hombre, lo que hizo de mala gana, lanzando un tremendo grito. Conclusión: en nuestra lucha por ser mejores y por el triunfo del bien, el Maligno va a usar todos sus recursos para hacernos caer. Pero no lo logrará si Jesús está presente y acudimos a Él con confianza.

Enseña con autoridad

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Jesucristo

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
La personalidad de Jesús en dos ejemplos es lo que más llama la atención en el evangelio de hoy (Mc 1, 21-28). Los ejemplos o casos se dan en una sinagoga de Cafarnaún, en la que Jesús suele comentar la Escritura y en la que, esa mañana, hay entre la gente “un hombre poseído por un espíritu inmundo”, del cual Jesús lo libera. En ambos casos  -la explicación de la Escritura y liberación del endemoniado-, hay algo en común, que sobresale y que deja a los fieles fascinados, llenos de asombro: la personalidad de Jesús, que viene a ser una buena mezcla de firmeza y bondad.
Jesús explica con autoridad, como quien sabe, y sin recurrir permanentemente a las masoras o ayudas, que llenan los márgenes de los rollos (libros). ¡Qué distinto de los escribas y rabinos! Luego, cuando se trató de curar al endemoniado, lo hizo también con autoridad, como quien puede. Con una sola palabra de mando: “¡Cállate y sal de él!”, le dijo, y “el espíritu inmundo salió”. El comentario de Marcos se reduce a decir que la fama de Jesús se extendió pronto por todas partes. Ningún otro comentario o deducción, que deja siempre a los interlocutores de Jesús (Mc 15,39: ese hombre es Dios) o a los lectores de su evangelio (Jn 13,27; Mc 14,42: la acción, hasta el final, de Satanás contra Jesús).
Permítanme un comentario, ante todo, sobre la firmeza y bondad del carácter y personalidad de Jesús. Tiene sin duda otros muchos rasgos, por ejemplo, es coherente, sencillo, comprensivo, confiable…, pero me quedo con los de firmeza y bondad, que son los que más necesitamos hoy, sobre todo en el trato familiar y social. Hay que ser firmes a la hora de señalar una tarea o de hacer que las cosas se cumplan o se corrijan. Firmes, pero no duros ni agresivos ni violentos, que sólo conducen a empeorar las cosas. Firmes, pero con bondad y afabilidad, que siempre cautivan y atraen. Que el otro se dé cuenta de que lo que pides u ordenas, es lo mejor y es para su bien. Entonces, no sólo se consiguen las cosas, sino que hasta se agradece… Hagamos nuestro ese arte de Jesús y todo nos irá mucho mejor.
En cuanto a la presencia de Satanás en aquella sinagoga, digamos que fue resultado de su sospecha creciente de que Jesús podía ser el Mesías. Su encuentro con Jesús en el desierto (Mt 4, 1-11) había confirmado esas sospechas. No había logrado su propósito, pero sí había salido resuelto a abordar a Jesús cuantas veces fuera necesario (Lc 4,13), para hacerlo fracasar si realmente era el Mesías. Y allí estaba de nuevo Satanás,hablándole desde un hombre que, con malas artes, había hecho suyo: “Sé que eres el “Santo de Dios”, le dijo, esperando una respuesta. Pero Jesús no cayó en la trampa. Y sin darse por aludido, le mandó callarse y dejar libre al hombre, lo que hizo de mala gana, lanzando un tremendo grito. Conclusión: en nuestra lucha por ser mejores y por el triunfo del bien, el Maligno va a usar todos sus recursos para hacernos caer. Pero no lo logrará si Jesús está presente y acudimos a Él con confianza.
Jose Wei JingyiEntrevista a José Wei Jingyi, obispo de Qiqihar
Solamente tratando con el gobierno se pueden remover las causas de la división entre los católicos chinos.
Por Gianni Valente- Vatican Insider
Entre la Iglesia y China, «desde tiempos antiguos», hay una «herida abierta» que «debe ser curada». Por ello es necesario que la Santa Sede dialogue con el gobierno chino, e incluso que dé «el primero paso». Porque se podrán solucionar las causas de la división entre los católicos chinos si se deshace el nudo de las relaciones entre la Iglesia y el poder político. Habla claro y con libertad José Wei Jingyi, obispo de Qiqihar, en la provincia de Heilongjiang, en el noreste del país. Todos saben que su ordenación episcopal no es reconocida por el gobierno, y lo conocen como fuerte exponente de esa fracción de obispos, sacerdotes y fieles que no se someten a los organismos ni a los métodos de la política religiosa de Pekín. Nativo de la diócesis de Baoding, monseñor Wei, de 57 años, vivió tres periodos de encarcelamiento y de restricción de la libertad personal. El más largo duró más de dos años. Y este es uno de los motivos por los cuales sus palabras suenan con mayor elocuencia.
Usted nació en 1958. Mao seguía en el poder desde hace tiempo. ¿Cómo se hizo cristiano?
El primero de mi familia que recibió el Bautismo fue mi abuelo. Crecí con el ejemplo de mis padres, buenos cristianos. Cuando era pequeño, se vivió la gran carestía: desde la provincia de Hebei, que rodea Pekín, tuvimos que emigrar al noreste, a la provincia de Jilin.
Su infancia coincidió con el tiempo de la Revolución cultural. ¿Cómo se defendía la fe en esa dura época de prueba?
Durante años y años no vimos ni un sacerdote. No se podía manifestar la fe cristiana en público. En toda la región había pocas familias católicas, esparcidas y lejos las unas de las otras. Recuerdo que de vez en cuando nos encontrábamos con alguna de ellas y recitábamos juntos las oraciones, encerrados en casa, sobre todo en ocasión de las grandes fiestas. Y seguimos adelante así.
¿Hasta cuando?
Las cosas cambiaron a finales de los años setenta. Fue entonces que floreció también el deseo de convertirme en sacerdote. Antes de la Revolución cultural, un hermano de mi padre era fraile trapista, y también algunos de mis tíos habían estudiado en el seminario.
¿En la China actual, las familias cristianas siguen teniendo un papel tan fuerte en la comunicación de la fe cristiana?
Ahora el ritmo de la sociedad ha cambiado. Hay un frenesí que arrolla todo. Incluso muchas familias cristianas no encuentran el tiempo para rezar juntas, como sucedía hace tiempo. No se puede decir que esto ya no suceda. Pero es mucho menos fuerte y menos vivo que hace tiempo. Antes, los sacerdotes esperaban a los fieles en las Iglesias para confesar, para celebrar la Misa y administrar los demás sacramentos. Ahora, para comunicar el Evangelio es necesario salir de las parroquias y mostrar a todos en qué consiste el amor de Dios, y cómo puede florecer la fe en la vida de todos los días.
El Papa repite a menudo que la Iglesia debe, por naturaleza, salir de sí misma. ¿Siguen su magisterio?
Seguimos todo: las homilías de la misa de Santa Marta cada mañana, y luego los discursos, las catequesis de los miércoles, los encuentros, los viajes. Mediante internet, estamos al día sobre todo lo que dice y hace. Nos llega todo. Tal vez un día después, pero llega.
¿Y qué opinan de él?
Papa Francisco es un don de Dios para la Iglesia de hoy, y también para toda la humanidad. Y las cosas que nos sugiere son muy pertinentes para la condición presente de la Iglesia y de la sociedad china.
Papa Francisco dijo que la brújula que hay que seguir es la Carta de Papa Benedicto a los católicos chinos publicada en 2007. ¿Es así?
Claro. Representa una línea de demarcación muy importante. Describe claramente cómo deben afrontar y vivir los católicos chinos el tiempo presente, con todos sus problemas.
Entre los problemas, está el de la división entre los católicos llamados «oficiales» y los «clandestinos». Y esta división a veces parece alimentada por ambiciones y luchas de poder…
En las divisiones ahora está también el “carrerismo” y las luchas pora comandar. En la Iglesia, desgraciadamente, desde hace dos mil años hay enfrentamientos de poder. Existen divisiones frente a la manera en la que el gobierno trata a la Iglesia, y luego estas divisiones se han ido cristalizando a lo largo de la historia. Por ello, si se resuelve el problema de las relaciones con el gobierno, también las divisiones entre los católicos podrán ser curadas. Entonces, el problema de las relaciones de la Iglesia con el poder político debe ser afrontado lo antes posible.
Según algunos, si la Santa Sede negocia con el gobierno chino, podría parecer rendida o incluso “vendida”…
Es justamente lo contrario. Justamente por la existencia de los problemas, hay que encontrar soluciones dialogando y tratando con el gobierno, estableciento incluso canales de diálogo diplomático. Esa es la vía para tratar de deshacer el nudo que alimenta la división. Cuando se afronta la cuestión de la unidad de la Iglesia, hay que parsar por ahí. Aunque implique algunos riesgos y posibles incomprensiones.
¿Por qué?
Porque la división tiene raíces históricas en la herida que siempre ha caracterizado las relaciones entre la Iglesia y China, desde tiempos antiguos. Es como una herida abierta, que debe ser curada. Es necesario superar este abismo entre la Iglesia y China, que refleja también en la sociedad china, porque provoca, entre sus consecuencias, la división entre los católicos «oficiales» y los «clandestinos». Hay que analizar las razones y motivos históricamente, y la única vía para hacerlo es el diálogo entre la Iglesia y el gobierno.
Hay algunos que dicen que la Iglesia no debe confiarse antes de tener garantías…
Yo creo que cualquier teorización sobre el conflicto a ultranza o de «guerra fría» contradice el alma del cristianismo. Es necesario dialogar sobre los conflictos y sobre los errores del pasado, pedir la conversión del corazón, como dice Papa Francisco. Es un camino que podemor hacer tanto nosotros los católicos como el gobierno, para renovar la relación y corregir las cosas que deben ser cambiadas, abriéndonos a una situación nueva y dejando a un lado las decisiones erróneas del pasado. Cada uno debe hacer lo suyo para llegar a la armonía, a la reconciliación y a la paz. Esta es la vía que nos indica el Evangelio. Pero también forma parte del pensamiento chino la exaltación de todo lo que favorezca la reconciliación y la superación de las contradicciones.
¿Quién debe dar el primer paso?
Ya se han dado los primeros pasos. Nosotros sostenemos todas estas iniciativas que el Papa está tomando para comunicar su disponibilidad al diálogo. Si uno es cristiano, siempre trata de dar el primer paso para reconciliar y curar las heridas de los hombres y de la sociedad. Entonces, es justo que la Iglesia dé el primer paso. No hay que ser “apoyados”. No hay que ver quién da el paso después, sino quién lo da antes.
Pero si el diálogo entre China y la Santa Sede asume contornos más concretos, ¿cómo reaccionarían las comunidades católicas en China?
La gran mayoría aprobaría la iniciativa de dialogar con el gobierno para resolver los problemas de la Iglesia. Esa es la vía para hcer que sea más fácil la vida de los fieles.
¿También en las comunidades «clandestinas»? ¿No existe el peligro de acentuar las divisiones?
Incluso entre los clandestinos, la mayor parte estaría de acuerdo. Una minoría, tal vez al inicio, se quejaría, diciendo que el Papa no entiende a la Iglesia y que de esa manera pierde la cara. Pero luego, con el paso del tiempo, comprenderían y seguirían el camino que habrían tomado todos.
Sobre las ordenaciones de los obispos, la Carta de 2007 esperaba «un acuerdo con el gobierno chino para resolver algunas cuestiones relacionadas con la elección de los candidatos al episcopado»…
Los obispos, para pertenecer a la Iglesia católica, deben estar en comunión con el Papa, que es el Sucesor de Pedro. Esta comunión, en condiciones normales, se expresa públicamente. Cualquiera que sea el método elegido, el nombramiento de los nuevos obispos no debe llevarse a cabo autónoma ni independentemente, sino que debe ser elegido por el Papa y debe obtener su consenso y reconocimiento. Se puede discutir sobre cómo llevar a cabo esto. Pero este es el primer punto que hay que defender.
¿Hay otros criterios clave que hay que tener en consideración?
La guía pastoral y canónica de la Iglesia en China debe ser ejercida por los obispos. Los organismos como el Comité de los representantes católicos y la Asociación patriótica de los católicos podrían incluso ser abolidos. O podrían seguir existiendo, pero sin ejercer un poder directivo sobre las cuestiones pastorales, sacramentales y canónicas que tocan la naturaleza misma de la Iglesia. La Iglesia no es una organización política. Las cosas han cambiado mucho, con respecto a los años 50 y 60. Si no quieren abolirlos, puede darse una evolución positiva, que los transforme en instrumentos prácticos y funcionales, más adecuados a las relaciones entre las instituciones políticas y la Iglesia en el contexto actual. Por lo demás, incluso sus estatutos prevén su evolución, ya que se indica que estos organismos no interfieren en las cosas relacionadas con la vida de fe. Se podría renovar sus estructuras y las oficinas para que sean compativles con la naturaleza propia de la Iglesia. Lo importante es que esos organismos no pretendan comandar a los obispos en las cosas que se relacionan con la vida íntima de la Iglesia.
La Iglesia católica en China está viva. Pero la fe –dijo una vez Papa Ratzinger– a veces se parece a una pequeña llama, que puede apagarse. ¿Qué la defiende, incluso en circunstancias hostiles?
Ahora todos usan el teléfono celular. Es un instrumento útil. Pero si la batería no está cargada y no hay corriente para recargarla, no funciona y no sirve para nada. La Iglesia también es así. Nosotros podemos esforzarnos para buscar la unidad. Pero si no hay unidad en el amor de Dios, percibido en la oración, no funciona nada. Y todos nuestros esfuerzos para construir la unidad entre nosotros no llevarán a ninguna parte.

San Pierre-Julien Eymard

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San Pierre-Julien Eymard

Fundador de la Congregación del Santísimo Sacramento y de  las Siervas del Santísimo Sacramento. Nació en La Mure (Grenoble-Francia) el 4 de febrero de 1811. Murió en La Mure (Grenoble-Frania) el 1 de Agosto de 1868. Fue beatificado por Pio XI el 12 de julio de 1925  y canonizado por el Beato Juan XXIII el 9 de diciembre de 1962. Su fiesta litúrgica se celebra el 2 de agosto.
Su vida
La Congregación del Santísimo Sacramento, que en nuestros países recibe el nombre de Padres Sacramentinos, San Pedro Julián Eymard se definió a sí mismo como un “Jacob siempre en camino”. Escribía tres años antes de su muerte: “¡Cuánto me ha amado el buen Dios! Me ha llevado de la mano hasta la Congregación del Santísimo Sacramento! Todas las gracias han sido gracias de preparación, todos mis estados un noviciado! Siempre ha sido el Santísimo Sacramento quien ha dominado” (Retiro de Roma del 1865).
Vivió en la Francia del siglo XIX (1811-1868) en un clima religioso a menudo difícil, marcado por las consecuencias de la Revolución francesa. San Pedro Julián tuvo, ya desde su infancia, una fe marcada por la Eucaristía; sus visitas al Santísimo Sacramento eran frecuentes. La  decisión de llegar a ser sacerdote la tomó precisamente el día de su Primera Comunión. Hizo falta tiempo, sin embargo, antes de que la Eucaristía llegara a ser el corazón de su espiritualidad y de sus proyectos apostólicos. Hubo tal interrelación entre la evolución de su personalidad y la de su apostolado, que resulta casi imposible separar las etapas de una y de la otra.
Comenzó con un breve período de noviciado en los Oblatos de María Inmaculada. Fue el primer paso de su itinerario eucarístico. Vuelto a casa por motivos de salud, entró más tarde en el Seminario diocesano de Grenoble. Allí se ordenó de sacerdote el 20 de julio de 1834 y celebró su primera misa en el santuario mariano de Osier, donde una lápida recuerda el acontecimiento.
Será durante el período de sacerdote diocesano (1834-1839), primero como coadjutor en Chatte y luego como párroco en Monteynard, que se le manifestó la realidad del amor de Dios.
Su espiritualidad
Su espiritualidad, marcada al inicio por una ascética penitencial, consecuencia del jansenismo reinante especialmente en la espiritualidad religiosa de los pueblos de la campaña, evolucionará hacia una visión positiva de la vida, y el amor de Dios será vivido de manera muy particular en la Eucaristía, sacramento del amor por excelencia. El Santo fue influenciado, en esto, por los escritos de Marie-Eustelle Harpain, mística de la comunión y, más tarde, por la lectura asidua del Nuevo Testamento, sobre todo de las Cartas de San Pablo y de los textos de San Juan, así como de los Padres de la Iglesia.  Un cambio importante en la evolución hacia una espiritualidad fundada en el amor tuvo lugar en este período, a partir de sus meditaciones y experiencias en el Calvario de Saint Roman, en las cercanías de la parroquia de Chatte.
El 20 de agosto de 1839 dejó la parroquia para entrar en la Congregación de María, los Padres Maristas, del Padre Jean Claude Colin, que era recién nacida nacida en Lyón. Después del primer período de Formación, el Padre Eymard tuvo varios puestos de dirección, tales  como Superior de Comunidad, Provincial de la Provincia marista francesa y Visitador apostólico.
El entrecruzarse de las experiencias espirituales y las iniciativas apostólicas señala también, en sus diversas etapas, la evolución de su vocación eucarística, además de la mariana. Durante una procesión eucarística en 1845, llevando el Santísimo Sacramento, se sintió imbuido de una gran fuerza, y pidió a Dios la gracia  del celo apostólico de San Pablo para difundir el conocimiento de Jesucristo.
Una visita a París en el año 1849, siendo Superior Provincial, le permitió conocer algunas figuras importantes del movimiento de la Adoración Nocturna, así como a la fundadora de la Adoración Reparadora, Madre Marie-Thérèse Dubouché. Pero,  le hizo conocer, sobre todo,  al que se convertiría un día en su primer compañero en la fundación de la obra eucarística: el conde Raymundo De Cuers.
En 1851, en el santuario mariano de Fourvière (Lyon), vivió una profunda experiencia espiritual donde comprendió la necesidad de la Eucaristía para la renovación de la vida cristiana y para la formación de los sacerdotes y de los laicos. Escribe en este período: “He reflexionado a menudo sobre los remedios para esta indiferencia universal, que se apodera de manera escalofriante de tantos católicos, y encuentro uno solo: La Eucaristía, el amor a Jesús eucarístico. La pérdida de la fe proviene de la pérdida del amor” (Carta del 22 de octubre de 1851). Y dice también: “Hay que ponerse inmediatamente a la obra, salvar las almas con la Eucaristía y despertar a Francia y a Europa sumergidas en el sueño de la indiferencia, porque no conocen el don de Dios, a Jesús, el Emmanuel de la Eucaristía. Hay que esparcir la chispa del amor  en las almas tibias che se creen piadosas y no lo son, porque no han fijado su centro y su vida en Jesús en el tabernáculo” (Carta del 11 de febrero de 1852).
Su vocación eucarística nace por tanto, en gran parte, de esta constatación que para él es una llamada, una misión.
Colaborando con el conde De Cuers, en visita a la fundación de una Orden del Santísimo Sacramento, experimentó –en abril del 1853- lo que llamaría más tarde una “gracia de donación” en referencia a sus proyectos. En los tres años siguientes vivió, juntamente a fuertes tensiones dentro de la Congregación de los Maristas, la atracción hacia la obra eucarística, que culminó con la fundación de un nuevo Instituto religioso: la Congregación del Santísimo Sacramento, que nació en Paris el 13 de mayo de 1856, con la aprobación del Arzobispo Monseñor Marie Dominique Sibour.
La vida eucarística que el Padre Eymard propone no se reduce a la sola dimensión contemplativa. El escribe: “Una vida puramente contemplativa no puede ser plenamente eucarística: el fuego tiene una llama” (Carta del 1 de mayo de 1861).
Además de fundar a las Siervas del Santísimo Sacramento e inspirar el nacimiento de la Asociación de los sacerdotes adoradores y de la Agregación eucarística para los laicos, se empeñó en la obra de la primera comunión de los adultos y de los jóvenes obreros, por medio de la predicación, de la dirección espiritual y de un apostolado múltiple. La idea de los Congresos eucarísticos internacionales hay que orientarla ciertamente a su inspiración. Fue precisamente por su compromiso en la preparación de los jóvenes obreros a la primera comjunión que había recibido la aprobación del Arzobispo de París, Monseñor Sibour.
Durante el mismo período trabajaba también en la fundación de una rama femenina de su obra y con la colaboración de la Señora Marguerite Guillot, dio vida en 1858 a  la Congregación de las Siervas del Santísimo Sacramento.
La evolución de su comprensión de la Eucaristía continuó hasta su muerte. El Padre Eymard fue profundizando siempre tal comprensión, dejando atrás el acento que inicialmente puso sobre la reparación,  para ir hacia una visión más amplia y completa del Sacramento, poniendo en evidencia la dimensión de la acción de gracias, la celebración y el poder formativo sobre todo por medio de la comunión, entendida como lugar de la educación del alma por parte de Jesucristo.
Infatigable emprendedor de la comunión frecuente, su ideal era dejarse plasmar por la Eucaristía como sacramento del amor, puesto “en el centro” de la vida (imagen frecuente en sus escritos). El pensamiento del Padre Eymard sobre la Misa como punto culminante de la experiencia cristiana, viene expresado en un pasaje de las pruebas de las Constituciones de 1863: “El sacrificio de la Santa Misa y la comunión del Cuerpo del Señor Jesucristo son sin duda, entre tantas acciones sagradas, el fin y la vida de toda la religión; por lo tanto que cada uno dirija, como medios hacia su fin, la piedad, la virtud y el amor para honrar y recibir dignamente estos divinos misterios (Textus IV, 432).
Durante su largo retiro en Roma en 1865, vivió una última etapa hablando del “reino eucarístico interior” que lleva al creyente al “don de sí” al Padre en unión a Jesús, según una dimensión más trinitaria y eclesial. El camino vivido a la luz de la Eucaristía había llegado a una madurez: el Padre Eymard se deja plasmar por el Espíritu para convertirse en Eucaristía, don, a fin de que sea Cristo quien viva en él (cfr Gal 2,20), “Jesús está en mi para vivir en mi para el Padre. Para permanecer en mí de este modo, El se entrega en la comunión: como el Padre, que tiene la vida, me ha enviado a mí y yo vivo por el Padre, así también el que me come vivirá por mí (Juan 6,57)” (Retiro de Roma del 1865). Es ésta, como escribirá en un retiro del 1867, “la gracia de la santidad mediante la Eucaristía”:
El Padre Eymard muere en la misma casa donde nació, en La Mure, el 1 de agosto de 1868, teniendo apenas 57 años de edad, extenuado por su intensa actividad.
No obstante las frecuentes enfermedades y las bien conocidas experiencias de sufrimiento de todo tipo que impregnaron el último período de su vida, sus palabras permanecerán siempre ardientes como el fuego, y sus escritos ricos en invitaciones a la alegría y al agradecimiento. Escribía  en aquellos años:
“El culto solemne de la Exposición es necesario para despertar la fe adormecida de tantos hombres honrados que no conocen más a Jesucristo, porque ya no saben que Él les está cerca, su amigo y su Dios… La sociedad renacerá llena de vigor cuando todos sus miembros vendrán y se reunirán en torno a nuestro Emmanuel. Las relaciones volverán a rehacerse naturalmente bajo una verdad común; los lazos de amistad verdadera y fuerte se entrelazaràn bajo la acción de un mismo amor; será el retorno de los días hermosos del Cenáculo”.
Fuente: es.ssseu.net

Seguimiento de Jesucristo

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Milagro de amor

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Vengan y lo verán”, fue la respuesta de Jesús a dos discípulos de Juan el Bautista, que le preguntaron: Rabbí (Maestro), ¿dónde vives? Los dos discípulos eran Juan, de unos 18 años, y Andrés (30 y tantos años y griego parlante). Queremos hablar contigo… Hablemos…, es nuestro equivalente de la expresión aramea dónde vives… Ven y lo verás…, que ellos usaron. Desde entonces, el Ven y Verás de Jesús se ha convertido en el santo y seña de la Promoción Vocacional de la Iglesia.
La conversación de Jesús con Juan y Andrés, marcó sus vidas para siempre. Tanto que, aún después de muchos años, recordarían que había sido a las 4 de la tarde: cuando se encontraron con Jesús. ¿De qué hablaron en esas largas 12 horas? El tema o temas de la conversación son fácilmente deducibles del contexto en el que Juan sitúa el relato. Y la pastoral vocacional haría muy bien en tenerlos en cuenta para calar hondo y obtener de Dios buenas vocaciones.
¿Qué pasó en aquella noche? Está, sin duda, la conversación mantenida (su fondo y forma), pero está también la predisposición favorable que ellos llevaron, impresionados por la gran admiración que su Maestro Juan le tiene a Jesús. Y están sobre todo ese halo de santidad que rodea a Jesús y su magnetismo personal que, incluso cuando está en silencio, los atrae, seduce y cautiva. El resultado fue una experiencia personal de Jesús tan fascinante que conmovió y transformó sus vidas.
Al amanecer, Juan y Andrés están y se sienten cambiados y ganados por y para Jesús. El “oiga, Rabbí”; con que le saludaron al comienzo, se ha convertido en adhesión plena a Jesús como el Mesías. Un convencimiento tan vivo que en cuanto Andrés avista a su hermano Simón, le dice entusiasmado: hemos encontrado al Mesías… y lo lleva a Jesús. Le pasó lo mismo a Juan, quien al encontrar a su hermano Santiago y, luego, a su amigo Felipe, los presenta ante Jesús, de quien se convierten en incondicionales. El encuentro y diálogo de aquella noche con Jesús no sólo los convirtió en sus discípulos sino también en sus apóstoles.
Siguiendo la invitación de Juan el Bautista se convirtieron en apostoles de Jesús: el Cordero de Dios… Amigo es Platón, había dicho Aristóteles unos años en Atenas, pero es más amiga la verdad… Para Andrés y Juan la verdad era Jesucristo y, por ello, no dudaron en seguirla, dejando al Bautista y decidiéndose por el nuevo Maestro. Ellos buscaron a Jesús y, habiéndolo encontrado, optaron por Él y lo dieron a conocer a todos los suyos. Que sea el feliz final de nuestra Promoción Vocacional.

San José Vaz

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San Jose Vaz

El sacerdote José Vaz, aunque nacido en India en 1651, es el primer santo cingalés, conocido como “el apóstol de Sri Lanka”, arriesgó su vida como misionero en un momento en el que los cristianos vivían una brutal persecución.
José Vaz fue beatificado por San Juan Pablo II el 15 de enero de 1995, durante su visita a Sri Lanka.
Por ello, el papa Francisco que ya había decidido viajar a Sri Lanka decidió elevarle a los altares el pasado setiembre de 2014 sin tener que esperar la aprobación de un segundo milagro para poder ser nombrado santo.
Durante la ceremonia de canonización en Colombo ante cientos de miles de personas, Francisco destacó su ejemplo como misionero, que fue a buscar a los más pobres, pero además presentó “la verdad y la belleza del Evangelio en un contexto multirreligioso con respeto, dedicación, perseverancia y humildad”.
Vaz nació en la localidad india de Benaulin, en Goa, un territorio controlado entonces por los portugueses.
Estudio en el colegio de Sancoale y fue ordenado sacerdote en la Congregación de San Felipe Neri en 1676 y abrió una escuela de latín en esta localidad.
A pesar de su buena situación, al conocer las condiciones que atravesaban los cristianos en la entonces Ceilán, el sacerdote decidió abandonar sus privilegios y convertirse en misionero.
Con la llegada de los holandeses a Ceilán, los calvinistas habían prohibido expresar su fe a los católicos y los sacerdotes fueron expulsados del país o asesinados.
Vaz llegó a la isla en 1687 y tuvo que vivir de incógnito para no ser encarcelado o asesinado, y así pudo viajar por todo el país oficiando misas.
Según algunas biografías, el sacerdote, vestido como un mendigo, llamaba a las puertas de las familias cristianas pidiendo caridad y cuando conseguía su confianza revelaba su identidad.
En 1689 viajó a Jaffna, un poblado que había sido católico y donde encontró cobijo durante un año y ayudó a la población, pero los rumores de su presencia llegaron a las autoridades holandesas y tuvo que escapar.
En 1690 llegó al reino budista de Kandy, en el interior de la isla y que conservaba su independencia a pesar de la invasión holandesa, y allí seguían viviendo algunos católicos que habían quedado sin sacerdotes.
A su llegada, las autoridades holandesas difundieron la voz de que era un espía de los portugueses y fue encarcelado.
Paso seis años en la cárcel, pero el rey de Kandy el budista Vilamadharma Surya, le liberó después de quedar fascinado de la espiritualidad de ese hombre y le dejó predicar su fe por todo el reino.
Durante la epidemia de viruela que estalló en 1697, Vaz salvó a miles de personas en Kandy al enseñarles algunas normas higiénicas para detener el contagio y se ocupó de los enfermos.
Las biografías de Vaz hablan de un hombre de diálogo y que supo encarnar el ascetismo oriental y las espiritualidad cristiana.
Aprendió tanto el tamil como el singalés y a él se debe la traducción del evangelio y otros textos cristianos a ambos idiomas para que pudieran ser leídos por la población.
Extenuado de tanto trabajo, murió el 16 de enero de 1711 y a su muerte, de la total devastación de la Iglesia católica que encontró, dejó una misión de 70,000 católicos, 15 iglesias y 400 capillas.
Fuente: Agencia de Noticias EFE.

Bautismo del Señor 2015

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Santos

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
El bautismo de Jesús por Juan, que Marcos nos cuenta en su evangelio (Mc 11, 7-11), termina en la más importante de las epifanías del Señor. Una epifanía que es al mismo tiempo teofanía, pues, por primera vez, Dios mismo se nos manifiesta como es Él, en su interior, por decirlo así. En efecto, Dios, que proclama solemnemente que Jesús es su Hijo, su predilecto, se revela a Sí mismo como Trinidad de Personas: ahí están la voz del Padre (1), que reconoce a Jesús como su Hijo (2) y el Espíritu Santo (3), que en la forma de paloma entra en Jesús ungiéndolo como el Mesías (Lc 4,18).
Para nuestra fe cristiana, todo esto es muy importante e interesante, pero yo quiero referirlo al bautismo. No al de Juan, de sólo agua, sino al bautismo “con el Espíritu Santo y el fuego”, como llama Juan al bautismo que trae Jesús (Mt 3,11): nuestro bautismo cristiano, que hemos de celebrar cada año (el cumplebautismo) como celebramos el cumpleaños. Pensemos que, como en el bautismo de Jesús por Juan, todo bautizo cristiano (el tuyo y el mío) es también una teofanía maravillosa.
“Bauticen a todos los pueblos en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”, nos ordenó Jesús momentos antes de su regreso al Padre (Mt 28, 19). Y es en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, que los católicos bautizamos. Para muchos, esto suena a fórmula, como si se tratara del “abra cadabra” mágica que hay que decir al echar el agua en la cabeza del bautizando para que haga su efecto. Nada más lejos y opuesto a la realidad, pues la invocación de las tres divinas personas, lejos de ser una fórmula mágica, es la teofanía que se da en todo bautizo, de algún modo como se dio en el bautismo de Jesús (Mc 1, 10-11).
En la teofanía bautismal, al invocar al Padre, el Padre Dios se hace presente y le dice al bautizando que en adelante él será su hijo…Al invocar al Hijo, Jesucristo le dice al bautizando que en adelante Él será su hermano mayor… Y al invocar al Espíritu Santo, Éste le dice al bautizando, que en adelante, Él será su huésped, morando en su corazón junto con el Padre y el Hijo (Jn 14, 23). No es, pues, una fórmula, ni menos mágica, bautizar en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, sino la descripción real aunque misteriosa, de lo que en ese momento pasa.
Tú, hermano mío, bautizado, puedes con toda verdad llamar a Dios Padre mío y saberte su hijo, llamar a Jesús Hermano mío y sentirte su hermano menor, y llamar al Espíritu Santo huésped mío y tenerlo como tu consuelo y tu defensor.

Cardenal Charles Maung Bo SDB

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Cardenal Charles Maung Bo SDB

Por Paolo Affatato- Vatican Insider
Para él, la fe es poesía. Pero no es ningún idealista. El arzobispo Charles Maung Bo, nuevo cardenal birmano anunciado por Papa Francisco, ha comprendido el impulso profético y creativo de las Sagradas Escrituras, asimilando la capacidad de tocar las cuerdas del alma, alcanzando vetas de absoluta pureza literaria.
Pero su anuncio, el que regala a la Iglesia y al país desde hace casi cuarenta años de servicio pastoral, es muy concreto y nada vago, etéreo o abstracto. Es un anuncio muy práctico, propio de un pastor que ha vivido los años más oscuros de la dictadura militar y que ahora no duda en proponer valores y objetivos claros (en una fase crucial para la nación, comprometida en una transición diplomática tras años de dictadura) para la Birmania del futuro. Por ejemplo, pide con el estilo que lo caracteriza que el gobierno devuelva a la Iglesia la libertad en el campo de la educación y la propiedad de las escuelas que fueron confiscadas en el pasado.
Habla desde el púlpito poética, pero directamente, influido por el carisma de don Bosco. El arzobispo de 66 años, bien llevados, es un hombre ágil, movido por una «santa inquietud» por el Reino de Dios. Se trata de un sacerdote que, frente a la clama de un té matutino, prefiere la descarga de un café bien cargado.
Charles nació en la pequeña localidad de Monhla, cerca de Mandalay, la segunda ciudad de Myanmar. Su padre murió cuando él tenía solamente dos años. Fue encomendado al cuidado de los sacerdotes salesianos en Mandalay, en donde recibió una sólida instrucción. Entró al seminario salesiano «Nazaret» de Anisakan, un instituto que acaba de festejar los 50 años de actividad y que es un semillero de vocaciones a la vida consagrada.
Salesiano desde 1976, comenzó los años de servicio pastoral como párroco en Loihkam (entre 1976 y 1981), y después en Lashio (de 1981 a 1983). Allí se convirtió en administrador y después en prefecto apostólico. Fue consagrado obispo en 1990. Permaneció durante 6 años en un territorio de difícil gobierno, tanto a nivel social como político: en el estado de Shan, en donde vive la homónima minoría étnica en conflicto con el régimen. Y se encuentra en el «corazón» del ‘triángulo del oro’, centro neurálgico del comercio global de droga.
El joven salesiano, en 1996, fue transferido a la diócesis de Pathein y después a Mandalay. En mayo de 2003 fue nombrado arzobispo de Yangon, la capital. Desde esta ciudad guia la conferencia de los 16 obispos birmanos y da un aporte esencial también mediante la Federación de las Conferencias Episcopales de Asia. Y también, con una presencia discreta pero práctica, forma parte de los miembros del Pontificio Consejo para la Cultura.
En las últimas décadas, el obispo Bo ha demostrado una extraordinaria agilidad política, logrando moverse por el territorio minado de una sociedad bajo el régimen militar y en una nación budista en la que los católicos representan una muy pequeña minoría (son 750 mil de 51 millones de personas). Pero logró desarrollar su servicio a pesar de la opresión y del aislamiento en la tierra que fue re-bautizada «Myanmar» por los militares.
En el mensaje por el nuevo año, escrito con su acostumbrado lenguaje de imágenes, Bo eligió como expresión central la invitación que Cristo dirige a los apóstoles: «¡No tengan miedo!». El arzobispo lo retoma recordando, con el teólogo protestante Karl Barth, que «el cristiano tiene una Biblia en la mano y el periódico en la otra», por lo que se trata de una invitación que impacta a la sociedad, a los políticos y a los líderes religiosos de la Birmania del presente. 
Los primeros destinatarios del mensaje son los ciudadanos, a quienes llama a «no tener miedo de pedir el derecho a la dignidad y a la prosperidad», y, a poco de las elecciones decisivas en la historia del país, llama a «no tener miedo del voto». «Hijos e hijas de Myanmar, no tengan miedo de los sueños: el futuro les pertenece», afirma el nuevo cardenal.
El sueño es una nación en la que «haya una única guerra, la guerra contra la pobreza», un mal que afecta al 40% de la población. Mientras se están construyendo 8000 nuevas habitaciones de hoteles para turistas en Yangon, «las escuelas en las aldeas no tienen techos adecuados». Por ello, el tercer llamado de Bo va hacia los gobernantes: «No tengan miedo de dar al pueblo libertad, educación, paz. No tengan miedo de devolver las escuelas cristianas a los legítimos propietarios; de garantizar los derechos a las minorías; de vigilar a todos los que predican el odio y la venganza». Con valentía, ha marcado las líneas guía para el nuevo camino democrático del país.