Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Celebramos hoy la “Conmemoración de todos los fieles difuntos”, entre los que están los nuestros. Familiares, en primer lugar, y luego amigos y conocidos, y tantos otros que se nos cruzaron en la vida y se nos adelantaron en la partida. A todos ellos los recordamos hoy y por todos ellos rezamos. Y oramos con la voz de la Iglesia, que maternal y solícita, viene en nuestra ayuda con un mensaje de fe y de esperanza cristianas: la vida no termina con la muerte, sólo cambia de manera de ser, hasta que en la resurrección de los muertos, entremos en la gloria del Señor con cuantos en Cristo hayan muerto. Los que compartimos su muerte compartiremos su gloria.
Por caer este año en domingo el Día de los Fieles Difuntos, el evangelio de Marcos refuerza inspiradamente este mensaje de fe y esperanza: Jesucristo que murió y fue sepultado, resucitó (Mc 15,33-39;16, 1-6). Es el final triunfal del evangelio de Marcos, que nos llena de consuelo, pues, en Cristo, también nosotros hemos de resucitar. No sabemos cuándo ni cómo, pero será (1 Tes 4, 15-18;1 Cor 15, 35-58). “No se apenen como los hombres sin confianza, pues a quienes creemos que Jesús murió y resucitó, Dios hará que Jesús nos lleve con El” (1 Tes 4, 13-14).
Ayer, hoy o cualquier día, todo tiempo es bueno para recordar, visitar y orar por nuestros queridos difuntos. Y para ganar en su favor la indulgencia plenaria, que la Iglesia regala a manos llenas en esta Conmemoración. Es lo que más necesitan y agradecen nuestros difuntos, pues la indulgencia plenaria perdona (condona) el total de las penas debidas por nuestras faltas y pecados. En virtud de los méritos de Jesucristo, la indulgencia plenaria nos da acceso directo a la gloria del Padre en el cielo. O como se dice popularmente, uno va al cielo con zapatos y todo.
Está escrito que “es bueno ofrecer sacrificios por los muertos para que queden libres de sus pecados” (2 Mac 12,46). Esta creencia y práctica del Antiguo Testamento ha sido más que superada por el Sacrificio de Jesucristo. No hay punto de comparación entre aquellos sacrificios y el de Jesucristo. Por ello, la Iglesia lo renueva incruentamente en cada misa, siguiendo el mandato de su Señor. Por su parte, el pueblo fiel, que tiene un sexto sentido religioso, sabe muy bien que una sola misa tiene un valor salvador infinito y la prioriza a todo a la hora de hacer lo mejor por sus difuntos.
¡Ay del pueblo que no honra a sus muertos!, rezaba un letrero colocado en un abandonado cementerio de… un pueblo también abandonado. Dime cómo honras a tus muertos y te diré quién eres, porque, efectivamente, el trato a tus muertos, pone de manifiesto tu corazón (afecto, aprecio y gratitud), tu piedad (recuerdo, lealtad), y tu sentido religioso (fe en Dios, ayuda espiritual, esperanza del reencuentro).
Iglesia celestial
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