Por Gonzalo Javier Enrique Portocarrero Maisch- Diario El Comercio
El caviar, al menos el legítimo, proviene de los huevos del esturión. Como es un producto escaso, alcanza altos precios, de modo que su consumo se restringe a los más pudientes. Desde principios del siglo XX, se convierte en un aperitivo característico de la aristocracia y los burgueses más encumbrados. Es el emblema de una vida de lujo y refinamiento.
Consume caviar quien tiene dinero de sobra y no está interesado en el precio de las cosas, pues lo que más le interesa es darse gusto en todo lo que puede; en este caso, explorar el mundo de los sabores. El caviar simboliza, pues, un estilo de vida frívolo y elitista, marcado por una despreocupación gozosa, ya que pasarlo bien es lo único que importa. Es decir, un mundo decadente, sin vocación social, que no tiene más ideal que la satisfacción de sus sentidos.
En la década de 1980 aparece en Francia el término ‘gauche caviar’ o “izquierda de salón”, para referirse, crítica y peyorativamente, a los miembros de una izquierda que no está realmente comprometida con lo que predican. Es decir, un grupo humano que pretende identificarse con valores democráticos y progresistas, pero atrapado por la frivolidad de una vida glamorosa y refinada.
Aunque el término surge de la propia izquierda, como un intento de llamar a la consecuencia a sus simpatizantes, su uso se generaliza y la derecha lo acoge para extenderlo al conjunto de intelectuales y políticos de izquierda con la obvia intención de desprestigiar las causas progresistas que serían entonces solo la manera en que gente frívola e irresponsable buscaría llamar la atención. Las luchas por preservar el medio ambiente, por los derechos de los inmigrantes, de las mujeres o de los trabajadores, son entonces percibidas como demandas infladas por “caviares”, gente que se cubre de una elegancia chic, que se disfraza de avanzada y humanista, cuando, en realidad, es beneficiaria del sistema al que neciamente critica.
En este uso del término ya se revela un tono autoritario, que pretende silenciar toda oposición al conservadurismo neoliberal. Se acusa de hipocresía a quien pretende hablar a favor de las víctimas sin ser una de ellas, al defensor de causas que no son propias, pues se presume que es solo un manipulador de la compasión y la culpa, alguien que se esconde para perseguir sus intereses.
En nuestro país, el término adquiere fortuna a fines del gobierno de Alberto Fujimori. Es una manera fácil de descalificar a la gente que lucha por la vigencia de la democracia y de los derechos humanos. Al llamarlos ‘caviar’ se está remarcando que no son realmente peruanos. O que traicionan al Perú. En todo caso que son exquisitos y tontos cuando no sinvergüenzas y oportunistas. La idea es que todo vale en el Perú con tal de aumentar el crecimiento económico. La violación de los derechos humanos y la destrucción de la naturaleza están autorizadas por la necesidad impostergable de salir de la pobreza.
Entonces aquí hay que ensuciarse las manos y/o hacerse de la vista gorda. Lo importante es poder decir “nosotros matamos menos” o “la plata llega sola”. Es decir, disminuir la corrupción o matar más discrecionalmente eso es todo a lo que sensatamente podemos aspirar. Mientras tanto, la lucha contra la impunidad y el envilecimiento no son objetivos prioritarios, pues dividen demasiado a los peruanos que ya damos por supuesto que el robo y el silencio son parte necesaria de una gestión eficaz. Entonces, no hay que hacerse los “inocentones”. Acá todos tienen rabo de paja, de manera que nadie tiene derecho a enjuiciar moralmente a nadie. Y el caviar es justamente la persona o el grupo que pretende desconocer, de manera hipócrita y convenida, estos hechos básicos de la vida social peruana.
No creo que el liberalismo progresista tenga un monopolio de la moralidad, o de las buenas intenciones, en el país. Seguro de que en sus filas hay mucho de oportunismo. No obstante, solo desde un conservadurismo sin ilustración, y quizá cínico, se puede concebir que la lucha por la verdad, la honradez y la justicia sea extemporánea e inoportuna en el país; tal como lo quieren hacer creer aquellos que se placen denunciando a los ‘caviares’ como los enemigos del desarrollo del Perú.
Caviar para Portocarrero
Por Aldo Mariátegui- Diario El Comercio
Vamos a un apurado pantallazo caviar para ilustrar a Gonzalo Portocarrero: los caviares originales en el Perú fueron un grupito de “niños bien” blancos, de la generación del 68 (aunque sus abuelos ideológicos se remontan al bustamantismo y la DC) y que se metieron a jugar a la revolución, imbuidos por la moda rebelde externa y ‘shockeados’ por la pobreza, con la que recién se encontraron al salir de sus elitistas colegios religiosos de entonces.
Así, fundan grupúsculos marxistas como Vanguardia Revolucionaria, pero que nunca perdieron su toque chic ni fueron ‘cholos’, como Patria Roja. Chicos blancos burgueses (Villarán, Dammert, Alayza, Costa, Lauer, Portocarrero, Blondet) y hasta de forzados apellidos compuestos (Diez Canseco, García Sayán, Sánchez León, De la Jara), la moda posera, la rebeldía antipaterna y la culpa cristiana los empujan hacia radicales posiciones infantiles de izquierda (de las que algunos nunca salieron, como JDC). Eso y un clasismo racistoide les impidieron subirse al carro de Velasco, como sí lo hicieron el PCP, los socialprogresistas y la DC.
La PUCP fue su incubadora y el cura Felipe Mac Gregor su partera (también varios religiosos de la Inmaculada, el Belén o el Sophianum).
Durante años anduvieron perdidos, hasta que en los 80 descubrieron que controlar la PUCP, hacer consultorías y formar ONG mantenidas por yanquis y europeos aseguraban buena vida y exposición (muchos trabajaron con el fujimorismo desde sus ONG e hicieron consultorías, hecho que ahora no quieren acordarse). Nunca populares, tuvieron su cuarto de hora político con Paniagua (por eso lo idolatran) y con Toledo, momento en que se dedicaron a perseguir a su ex empleador Fujimori y a hacer un modo de vida con los derechos humanos, con una CVR que les dio harta chamba a un costo de US$19 millones, indemnizaciones en la CIDH, etc…
Son una argolla muy poderosa, con miembros que se apoyan mucho entre ellos y con ramificaciones locales en la academia, la prensa, la intelectualidad, las artes y los aparatos de justicia, además de muy buenos contactos externos con sus pares caviares foráneos. Militantes extremos de “lo políticamente correcto”, quien discrepa con ellos es fascista, bruto y corrupto (¡lo más paradójico es que el término DBA lo inventa J.C. Tafur, una mano derecha de Calmell del Solar en el entonces montesinoide “Expreso”!). El corazón de su sistema es la PUCP, razón por la cual la defienden tanto de la Iglesia. Cuentan con aliados en los llamados fujicaviares (funcionarios fujimoristas que ahora no se acuerdan de su pasado) y en románticos jóvenes hipsters, socialconfusos mocosos bohemios e idealistas, sin idea de nada.
Su esplendor se dio con Villarán en la alcaldía limeña, donde han hecho un papel lamentable, además de pelearse con la izquierda chola y echarse en el toledismo. Sin embargo, DGS aún ronca en el Ejecutivo, por el asesor nadinista ‘Coco’ Salazar, y por eso dicen que puso ciertos ministros (Roncagliolo, ‘Mocha’, Figallo, Eguiguren, Eda, Pedraza, Jiménez) y logró la candidatura a la OEA. ¿Contento, Portocarrero?
El almirante Nelson (Manrique)
Por Aldo Mariátegui- Diario Perú21
El historiador rojo Nelson Manrique siempre ha delirado, desde esos escritos tan violentistas en Amauta y Márgenes durante el terrorismo, contra Carlos Degregori y Sinesio López, de los cuales me imagino ahora debe andar muy avergonzado. Ayer volvió por sus vuelos y redactó en La República que “(Villarán) teniendo una obra mostrar (sic) que supera largamente a la de sus predecesores…”. ¡Belmont, Andrade y Castañeda tienen mil veces más obras que esta señora! ¡Cómo un rojo ideologizado al máximo puede lindar con la delusión! ¿O libó antes?
Y es delicioso en plan llorón, lamentando que Villarán haya ahora abandonado a la izquierda para entregarse al toledismo y abandonar así una (supuesta) ‘superioridad ética’, todo lo cual sí es rigurosamente cierto: la mansión de Casuarinas no le importó nada a Villarán (aunque Manrique obvia el feo lío de la caja municipal, los dineros brasileños y otras probables inmoralidades más).
Pero lo más franco de este Nelson es aquello de que “el verdadero peso electoral de la izquierda no radica en la cantidad de votos que ella posee, sino en lo que es capaz de movilizar cuando se compromete”.
¡Exacto! La izquierda no es nada aquí, salvo unos agitadores matones callejeros (o “sindicatos”), los más grandes lobbistas locales e internacionales (las ONG), unos manipuladores de campesinos ignorantes, unos invasores de universidades ajenas, una ‘argolla’ parásita de catedráticos y abogados, unos economistas de risa, una cáfila de intelectualoides desafasados, unos bolseros endiosados, unos actores y artistas que más son payasos y unos insultadores en redes. Eso es nada más la izquierda, una buena…
¿Caviar?
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