Por Martha Meier Miró Quesada– Diario EXPRESO.
Buena parte de los periodistas impulsan la agenda globalista, atacan a la Iglesia Católica y a todas las vertientes del cristianismo; promocionan el aborto; ridiculizan a las Fuerzas Armadas e intentan quebrar la institucionalidad de los partidos políticos organizados tildándolos de fascistas, neoliberales, capitalistas salvajes, neonazis y un largo etcétera. De los golpes bajos no se libran los líderes de los partidos que le cierran el paso a la izquierda o representan el emprendedurismo popular y el éxito económico de quienes tuvieron todo en contra y sin embargo surgieron.
Lo dicho se constata con los ataques e injurias contra: Keiko Fujimori y el fujimorismo encarnado en Fuerza Popular (K); Rafael López Aliaga y Renovación Popular (R); y con lo perpetrado contra Alan García y el Apra. La víctima más reciente de esta aplanadora de honras ha sido César Acuña Peralta (CAP), de Alianza por el Progreso (APP). Para el político y empresario, el libro “Plata como Cancha”, de Christopher Acosta, le difama y por ello demandó (penalmente, como por desdicha indica nuestro ordenamiento legal) al autor y a Jerónimo Pimentel, de Penguin-Random House, casa editora del libro. Ayer la periodista Mariella Balbi se refirió al tema: Ver https://www.expreso.com.pe/opinion/la-delgada-linea-entre-difamacion-y-periodismo/
Balbi explica que “Cuando alguien se considera difamado por la prensa, esta responde: denuncie al Poder Judicial. Acuña lo hizo y el PJ falló a su favor. Denigrar a la institución que imparte justicia solo provoca la anomia social y vivir en el arbitrario mundo de la sospecha. También valida una inexistente superioridad moral del periodista: siempre poseedor de la verdad”.
Hay quienes no le perdonan a CAP que no los contrate y otros que el hombre salido de un caserío haya construido un imperio y disfrute su “plata como cancha”. No dudo que como ser humano y político el señor pueda tener una larga lista de errores, pero no está denunciado ni condenado por nada de lo que Acosta refiere en su bulo. El caso recuerda a Lady Sneerwell, y su séquito de adulones, en la comedia de 1777 “El Arte de Difamar” (“The School for Escand”) quien se dedicaba, de puro ociosa, a inventar y difundir rumores sobre otros. Al final se descubren sus calumnias y los inocentes quedan reivindicados, mientras los embusteros enfrentan la ruina moral que pretendía dañar a terceros. Si en segunda instancia el Poder Judicial no recula y ratifica lo sentenciado en primera, a Acosta y Pimentel les espera eso, a menos que el primero muestre los documentos que no aparecen en su libro.
Y por cierto, por la salud de la libertad de prensa y expresión, la difamación no debiera considerarse un delito penal sino civil. Que el inexplicable caso del nada riguroso Acosta, sirva para revisar este tema y solucionarlo.
Progres como cancha
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