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Por Antonio Elduayen Jiménez CM
El evangelio de Lucas (7,36-8,3) nos cuenta la acogida que dan a Jesús un fariseo llamado Simón y una mujer NN de mala vida. Nos cuenta también la reacción de Jesús frente a la acogida de cada uno. Ambas cosas son muy ilustrativas y de aplicación múltiple. Es aplicable, por ejemplo, a la acogida que damos a la gente y a la acogida que damos al Señor, por ejemplo al recibirlo en la comunión. El evangelio nos habla también: 1. del poder divino que Jesús tiene y usa para perdonar los pecados; 2. de la predicación itinerante que hace yendo de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo; y 3. del grupo fiel de mujeres importantes que le acompañan -(cita a tres por su nombre)- y le ayudan con sus bienes. Es una pena que no haya espacio para comentar cosas tan interesantes.
La acogida que da Simón a Jesús es formal, interesada y mezquina. La de la pecadora, es cordial, entusiasta y generosa. Sin duda los dos han oído hablar de Jesús y han hecho lo imposible para estar con Él. Pero la razón que tiene cada uno y la manera en que lo trata son muy diferentes, así como es muy diferente el amor que le tienen. El fariseo no muestra ninguna simpatía por Jesús; todo lo contrario, y tanto que uno se pregunta por y para qué le invitó a su casa. La mujer en cambio es apasionada y pone su pasión en cuanto hace por Jesús. Se ve que lo quiere y que le está muy agradecida, tanto que no sabe qué más hacer por Él: llora sobre sus pies, los besa con amor, los unge con valioso perfume y se los seca con sus cabellos…
La reacción de Jesús en cada caso es también totalmente distinta y franca. Llama la atención al fariseo, que se ha portado como un malcriado y un malpensado, y alaba y bendecir a la mujer que se ha portado bien y ha pensado lo mejor de Él. Dándonos ejemplo, Jesús hará todo esto con prudencia y caridad, mediante una breve parábola que inventa para el caso y que les invito a releer (Lc 7, 41-47). La parábola termina con una pregunta inquietante, que el mismo Jesús responde, pero cuyo sentido (se refiere a la pecadora), los exégetas aún siguen analizando. Para nosotros, la respuesta de Jesús es consoladora y clara: Dios perdona mucho a quien ama mucho; y perdona poco a quien ama poco. Acto seguido y escandalizando (sic) a los fariseos presentes (y futuros), perdonó a la mujer. Vete en paz, le dijo después.
Aplicando todo esto a quienes, en el trato con la gente y/o en la eucaristía, acogen a Jesús en sus vidas, vemos que hay también dos clases de cristianos. Los que se parecen más al fariseo Simón: hacen el bien a medias y/o comulgan por cumplir, casi como una rutina o un deber, regateándole al Señor tiempo y cariño, pues llegan tarde y se van antes de terminar la misa. Y los que se parecen más a la mujer: comulgan apasionadamente y todo les parece poco para agradar a su Señor… Para ellos el amor es razón, forma y medida de todo. Que sea así para nosotros.
El evangelio de Lucas (7,36-8,3) nos cuenta la acogida que dan a Jesús un fariseo llamado Simón y una mujer NN de mala vida. Nos cuenta también la reacción de Jesús frente a la acogida de cada uno. Ambas cosas son muy ilustrativas y de aplicación múltiple. Es aplicable, por ejemplo, a la acogida que damos a la gente y a la acogida que damos al Señor, por ejemplo al recibirlo en la comunión. El evangelio nos habla también: 1. del poder divino que Jesús tiene y usa para perdonar los pecados; 2. de la predicación itinerante que hace yendo de ciudad en ciudad y de pueblo en pueblo; y 3. del grupo fiel de mujeres importantes que le acompañan -(cita a tres por su nombre)- y le ayudan con sus bienes. Es una pena que no haya espacio para comentar cosas tan interesantes.
La acogida que da Simón a Jesús es formal, interesada y mezquina. La de la pecadora, es cordial, entusiasta y generosa. Sin duda los dos han oído hablar de Jesús y han hecho lo imposible para estar con Él. Pero la razón que tiene cada uno y la manera en que lo trata son muy diferentes, así como es muy diferente el amor que le tienen. El fariseo no muestra ninguna simpatía por Jesús; todo lo contrario, y tanto que uno se pregunta por y para qué le invitó a su casa. La mujer en cambio es apasionada y pone su pasión en cuanto hace por Jesús. Se ve que lo quiere y que le está muy agradecida, tanto que no sabe qué más hacer por Él: llora sobre sus pies, los besa con amor, los unge con valioso perfume y se los seca con sus cabellos…
La reacción de Jesús en cada caso es también totalmente distinta y franca. Llama la atención al fariseo, que se ha portado como un malcriado y un malpensado, y alaba y bendecir a la mujer que se ha portado bien y ha pensado lo mejor de Él. Dándonos ejemplo, Jesús hará todo esto con prudencia y caridad, mediante una breve parábola que inventa para el caso y que les invito a releer (Lc 7, 41-47). La parábola termina con una pregunta inquietante, que el mismo Jesús responde, pero cuyo sentido (se refiere a la pecadora), los exégetas aún siguen analizando. Para nosotros, la respuesta de Jesús es consoladora y clara: Dios perdona mucho a quien ama mucho; y perdona poco a quien ama poco. Acto seguido y escandalizando (sic) a los fariseos presentes (y futuros), perdonó a la mujer. Vete en paz, le dijo después.
Aplicando todo esto a quienes, en el trato con la gente y/o en la eucaristía, acogen a Jesús en sus vidas, vemos que hay también dos clases de cristianos. Los que se parecen más al fariseo Simón: hacen el bien a medias y/o comulgan por cumplir, casi como una rutina o un deber, regateándole al Señor tiempo y cariño, pues llegan tarde y se van antes de terminar la misa. Y los que se parecen más a la mujer: comulgan apasionadamente y todo les parece poco para agradar a su Señor… Para ellos el amor es razón, forma y medida de todo. Que sea así para nosotros.