Espíritu Santo 2017

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Evangelio según San Juan 20,19-23:
Al atardecer de ese mismo día, el primero de la semana, estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, por temor a los judíos, llegó Jesús y poniéndose en medio de ellos, les dijo: “¡La paz esté con ustedes!”.
Mientras decía esto, les mostró sus manos y su costado. Los discípulos se llenaron de alegría cuando vieron al Señor.
Jesús les dijo de nuevo: “¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes”.
Al decirles esto, sopló sobre ellos y añadió: “Reciban el Espíritu Santo.
Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan”.

LOS CAMINOS DEL SEÑOR

Por el Padre Pablo Larrán García OSA
Ayer sábado, un numerosísimo grupo de exalumnos de la Universidad Católica del Perú celebramos con orgullo y gratitud los cien años de nuestra Alma Mater. Como exalumno, me concedieron el privilegio de presidir la Eucaristía que dio inicio a esta jornada de camaradería, que alcanzó un número increíble de participantes, pues no todos los días se cumplen cien años.
En la Eucaristía, compartí dos experiencias vividas en el campus universitario. Recordé mis primeros años en el curso de Tecnología Educativa I y al maestro de maestros, Jorge Capella Riera, con quien tuve un encuentro que marcó positivamente una parte importante de mi vida y que me gustaría compartir contigo. Recién ordenado sacerdote en el año 79, mi primer y único destino fue el Perú. Mi comunidad fue el Colegio San Agustín y como mi camino era la educación, me dijeron que debía estudiar pedagogía en la Católica. Así que en el año 82 inicié mis estudios y uno de los primeros cursos que llevé fue Tecnología Educativa I, magistralmente dictado por el Dr. Jorge Capella Riera. Un día, al terminar la clase, sabiendo que era sacerdote y que había nacido en España me pidió conversar. Como ya me iba a retirar a mi comunidad y una hora más o menos no iba a afectar mi horario, le dije que podíamos conversar en ese momento. Recorrimos el camino desde las aulas de Letras hacia su oficina, que era una construcción de madera muy bien diseñada, simple pero muy acogedora. Antes de llegar me preguntó cómo había sido destinado al Perú, cómo había llegado, cómo me había adaptado y le respondí que con la Gracia de Dios y con la ayuda de mis hermanos agustinos, estaba viviendo una experiencia maravillosa.
Él me dijo que era muy joven y le contesté que cuando fui ordenado en el año 79, era el sacerdote más joven del mundo. Al llegar a su oficina me preguntó por la comunicación con mis padres, y le respondí que ellos eran el mejor regalo que me había dado Dios. Luego me hizo una pregunta que me sorprendió, teniendo en cuenta que estábamos a inicios de los 80: ¿Cuántas cartas le envías a tus padres? Le respondí que una al mes. En ese momento, me dio la gran lección de mi vida. Me dijo que todos los días les escribiera en tres líneas lo que había hecho y lo que pensaba, y que cuando se llenara la hoja, la pusiera en un sobre y se la enviara a mis padres.
En nuestra conversación dominical de la semana pasada, te contaba de la misa que los exalumnos de la Católica ofrecimos a Jesús en agradecimiento por los cien años de la universidad.
Las semillas que la universidad sembró en nuestras mentes y en nuestros corazones, crecen y dan fruto en el momento menos esperado de nuestra historia personal.
Como te conté, el Dr. Jorge Capella Riera sembró en mí una semilla que se demoró más de 30 años para dar fruto.
Un día, terminada la clase de Tecnología Educativa I, me invitó a conversar y me preguntó (estábamos en la década de los 80) cuántas cartas enviaba a mis padres para contarles mi vida en el Perú. Le contesté que una al mes y en ese momento me dio la gran lección de vida al pedirme que cada día antes de acostarme, pensara en mis padres y les escribiera en dos o tres líneas lo que había hecho en el día. Cuando hubiese llenado la hoja, la doblase y la pusiera en un sobre para enviarla por correo. Luego me dijo: Pablo, lo que tú escribas una vez, tus padres lo van a leer mil veces. Hazlo por ellos. Llegué a mi casa y a partir de aquel día empecé a “regar” la semilla que el Dr. Capella había sembrado en mí.
Después vinieron las llamadas telefónicas, el internet y el Skype. Sin embargo, aquello que sembré en la década de los 80 tuvo su fruto en esta época. Hace un año, unos días después de que mi madre partiera al cielo, mi padre, mi hermana, mis sobrinos y yo revisábamos lo que había dejado y grande fue la sorpresa al encontrar en un cajón con llave todas las cartas que les había enviado. En ese momento entendí que en cualquier momento de nuestras vidas podemos cosechar los frutos de las semillas que vamos sembrando, que aparentemente no tienen mayor valor pero que con el paso del tiempo, al igual que el buen vino, van desarrollando y para mí, ese fue el más exquisito fruto con sabor a amor y gratitud y cuyo límite solo puede ser el cielo.
Se lo conté a mis alumnos del colegio Nuestra Señora del Consuelo y ahora te lo cuento a ti, para que cada uno de los días de nuestra vida cultivemos con amor semillas que algún día se convertirán en sabrosos frutos que nos fortalecerán.
Gracias por llegar hasta aquí.  Hasta la próxima semana. ¡Que Dios nos bendiga!

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