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La comunidad de Rupnik se disuelve
Por Mateo González Alonso- Revista Vida Nueva.
El provincial de los jesuitas en Eslovenia ha confirmado que se cerrará canónicamente la presencia de la Compañía en el Centro Aletti de Roma.
La comunidad de jesuitas del Centro Aletti de Roma, que hasta ahora estaba dirigida por Marko Rupnik va a ser disuelta y el religioso, acusado de abusos psicológicos y sexuales a diferentes religiosas, abandonará Roma. Así lo ha confirmado el provincial de los jesuitas en Eslovenia, Mirano Žvanut. El acusado se incardina en diócesis de Koper.
Los reparos de la Compañía
Ni bien hechas públicas las intenciones del exjesuita Felipe Berríos, la Compañía de Jesús informó que lamentaba su decisión de renunciar. El Provincial Gabriel Roblero compartió con la comunidad una carta de tres carillas donde profundizó en el asunto y, de paso, defendió las labores realizadas por la congregación ante las denuncias recibidas.
Ahí, en el primer punto, aseguró que conversó presencialmente con él y que, en la instancia lo animó “a ser paciente, a que no se apresurara, que fuera prudente en lo que hiciera y pudiera esperar la decisión que viniera desde la Santa Sede respecto a la situación canónica en que se encuentra”.
En línea, aseguró que durante todo el proceso “Felipe fue informado de la denuncia principal y de todas las otras denuncias que se recibieron en su contra, pudiendo responder a cada una de ellas, lo que además hizo asesorado por un abogado de su confianza, que él mismo eligió, asistiendo en cuatro oportunidades ante la investigadora”.
Reiteró, en el mismo tono que las denuncias “se tratarían de hechos ocurridos entre los años 1993 y 2009, que habrían afectado a siete mujeres entre los 14 años, la más pequeña, a 22 o 23 años la mayor de ellas. Tres de estas conductas habrían sido cometidas en retiros de colegios, dos en trabajos voluntarios (en un caso, de secundarios, y en el otro, de universitarios). Finalmente, en tres casos se trataría de hechos ocurridos dentro de la celebración del Sacramento de la Confesión. Los hechos que involucran menores de edad y el sacramento de la Confesión son de los delitos más graves en la legislación de la Iglesia”.
De esta forma, reiteró que Berríos ha contado con todas las garantías y que lo han mantenido en Santiago para resguardar el proceso. “Nos permite cuidar a todos los intervinientes en este proceso, incluida la integridad física del propio Felipe. El procedimiento de investigación previa canónica no termina con las conclusiones de la investigadora, sino con la decisión del Dicasterio para la Doctrina de la Fe. Por tanto, prudentemente, no corresponde modificar las medidas cautelares en esta etapa. Por otra parte, habría sido impresentable que, habiendo resultado 7 hechos denunciados como verosímiles, 3 de ellos con menores de edad, se le enviará a vivir solo a La Chimba”, recalcaron.
Abusos de jesuitas en Bolivia
Por Alberto Arilla– Cochabamba (Bolivia).
Tras el escándalo por la publicación del diario del Pica en El País, los casos comenzaron a aflorar uno tras otro, como una imparable cascada de denuncias que involucraban a varios sacerdotes, en su mayoría de origen español. Según varios testimonios, los abusos fueron una constante en los centros de menores a los que la Compañía de Jesús tenía acceso en Bolivia. Décadas de violencia sexual y pederastia de las que los provinciales y los más altos cargos de los jesuitas, supuestamente, habrían estado al tanto, siendo acusados por tanto de ser culpables por omisión y comisión de unos delitos de lesa humanidad que podrían llevar a su actual cúpula ante los tribunales.
Además del padre Alfonso Pedrajas, los tres directores que le sucedieron en el cargo en el Juan XXIII cochabambino han sido señalados. Al padre Vicu (Carlos Villamil, el único boliviano, ya fallecido) se le imputan delitos de estupro a varias exalumnas menores de edad, agregándole unos supuestos antecedentes en un orfanato. Francesc Peris, Chesco, ya estaba siendo perseguido en España por abuso sexual y violación cuando desembarcó en Bolivia, donde se le hace responsable de delitos similares. Ahora, el padre Chesco reside en un asilo de su país natal, aquejado de alzhéimer. El último director del colegio en ser acusado ha sido el padre Francisco Pifarré, Pifa, quien ha defendido en todo momento su inocencia.
Sea como fuere, el caso del colegio Juan XXIII no ha sido aislado ni en el país ni en el continente latinoamericano. En Bolivia, en términos de Lima, el escándalo del padre Pica «solo es la punta del iceberg». Un buen ejemplo de ello es el del padre Jorge Vila, quien estaba al cargo del DNI, una organización internacional en defensa de los niños y las niñas, en la que, según el abogado José Luis Gareca, «cometió decenas de abusos». No menos espeluznante es el caso protagonizado por el jesuita Luis María ‘Lucho’ Roma Padrosa, quien, además de cometer innumerables agresiones sexuales a menores en la parroquia de la comunidad indígena de Charagua, grababa a sus víctimas para chantajearlas, en unas vejaciones que detallaba posteriormente en un diario personal que actualmente está en poder de la Fiscalía de La Paz.
El jesuíta Alfonso Pedrajas, quien fue director del Colegio Juan XXIII en Cochabamba.
Teología de la Liberación en Cochabamba
Por Valentina Oropeza- BBC News Mundo.
Pablo guardó aquel secreto durante 42 años. Se dedicó a estudiar para convertirse en el primer bachiller de su familia. Luego se graduó en ingeniería en la universidad, se casó y tuvo hijos.
Pero todo cambió cuando su esposa le hizo la pregunta que siempre había intentado evadir: “¿A ti te pasó esto?”.
“¿Esto?”, respondió Pablo mientras ella le mostraba un reportaje titulado “Diario de un cura pederasta”, publicado por el periodista Julio Núñez en el periódico español El País, a finales de abril de 2023.
La publicación recogía las anotaciones personales de Alfonso Pedrajas, un sacerdote jesuita conocido como el padre “Pica”, quien había sido director del Colegio Juan XXIII en la ciudad de Cochabamba, en el centro de Bolivia.
Pablo es boliviano y vivió en ese internado durante la década de 1980.
“El mayor fracaso personal: sin duda, la pederastia”, escribió el sacerdote en su diario. “Hice daño a mucha gente (¿a 85?), a demasiados”.
Pedrajas cuenta en el diario que informó de los abusos a siete superiores provinciales y a una decena de clérigos bolivianos y españoles. Uno le recomendó no sentirse como un “pecador arrepentido”, ya que eran “casos aislados”. Otro le aconsejó que no abusara de menores. Nadie lo denunció ni lo apartó de las víctimas.
“Lo conté tantas veces”, insistió el jesuita en el diario.
Pablo siguió su primer impulso y le dijo a su esposa que no, que a él no le había pasado “esto”. Pero cuando su hermano le hizo la misma pregunta, sintió que ya no podía escapar del fantasma del padre “Pica”.Fachada del Colegio Juan XXIII en Cochambaba.
Cinco meses después resistirse a contar la verdad, Pablo le confesó a su esposa que Pedrajas había abusado de él desde los 11 hasta los 13 años.
“Yo pensaba que era el único, que me había pasado solo a mí”.
La publicación del diario de Pedrajas hace un año desató un escándalo.
La Fiscalía departamental de Cochabamba abrió una investigación contra 23 religiosos de la Compañía de Jesús, mientras que el papa Francisco envió a Bolivia a Jordi Bertomeu, su mano derecha en la gestión de casos de pederastia dentro de la Iglesia católica.
El presidente boliviano, Luis Arce, condenó las “conductas aberrantes” de los señalados y pidió al Pontífice que le diera a la justicia boliviana acceso a “todos los archivos, expedientes e información referente a estas denuncias”.
Aunque era la parte acusada, la Compañía de Jesús ofrecía un “canal de escucha” para las víctimas.”Pedimos perdón por el dolor causado”, dijo entonces Bernardo Mercado, el máximo responsable de los jesuitas en Bolivia. “Los abusos han provocado una herida profunda en las víctimas y las denuncias no pueden ser ignoradas, aunque el sacerdote involucrado en los hechos haya fallecido”.
Pedrajas murió de cáncer en 2009.
El padre Alfonso Pedrajas durante una celebración con estudiantes en el Colegio Juan XXIII de Cochabamba.
En abril pasado, un año después de la publicación del diario, Pablo se unió a la Comunidad Boliviana de Sobrevivientes de Abuso Sexual Eclesial, la asociación de víctimas que exige justicia y reparación por los crímenes cometidos por sacerdotes jesuitas en Cochabamaba, así como una condena a la estructura eclesial que los encubrió.
El grupo de víctimas asegura que hay más de 400 afectados en el Colegio Juan XXIII, que fue fundado en 1966 y cuyo internado fue clausurado en 2008, una decisión que es interpretada por algunas víctimas con las que habló BBC Mundo como una maniobra para encubrir los abusos cometidos en el colegio.
Durante décadas, otros jesuitas implicados en casos de pederastia en España fueron enviados a Bolivia por la Compañía de Jesús. Uno de ellos fue el padre Luis Tó, ya fallecido, quien fue transferido luego de ser condenado a 2 años de cárcel en Barcelona por abusar de una niña de 8 años.
O Francesc Peris, quien tiene más de 80 años y reconoció haber abusado de numerosos niños durante su trayectoria como sacerdote, incluido su paso por Bolivia, según reveló un delegado de la Compañía de Jesús al canal de televisión catalán TV3.
Un año después de la divulgación del diario de Pedrajas, el fiscal boliviano, Mario Durán, dijo que el Ministerio Público investiga a 7 sacerdotes y espera información del Vaticano para contrastar las evidencias.
Aunque no se siente preparado para revelar su verdadera identidad, Pablo conversó con BBC Mundo sobre los abusos que sufrió en el Colegio Juan XXIII a manos del padre Pedrajas. “Lo hago por mí mismo, por mis hijos y por mis padres, que confiaron en esta instancia educativa”.
Uno de los edificios del colegio Juan XXIII de Cochabamba. En el piso de arriba quedaban los dormitorios y la habitación del director en aquella época, Alfonso Pedrajas.
“Pucha, nos tocó la lotería”
“El Juan XXIII era una institución adelantada a su tiempo, que proponía una pedagogía totalmente diferente a la oficial, y daba una máxima prioridad a la lectura y la investigación.
Cada año el colegio movilizaba a sus educadores y exalumnos para que fueran a todos los rincones del país y reclutaran a los alumnos que habían tenido el mejor desempeño académico en sus respectivos grados.
Llegué al Juan XXIII a través de esa selección rigurosa. Obviamente para mi familia fue un premio, un orgullo para mí, para mis papás y mis hermanos. De todo mi pueblo, yo era el único que me estaba yendo a estudiar a Cochabamba.
Para muchas familias era casi la única oportunidad de salir de los pueblos, centros mineros o comunidades, y estudiar en la universidad. ¿Cómo los padres no se iban a sentir escogidos y premiados, hasta decir: ‘Pucha, nos tocó la lotería’?.
Mis papás, por ejemplo, intentaron sacarme de mi pueblito a otras capitales, pero las mensualidades eran prohibitivas. Mi papá no ganaba lo suficiente para pagarme un internado en Oruro, La Paz o en la misma Cochabamba”
Policía de Cochabamba, Bolivia, pasa junto a afiches de los jesuitas españoles Marcos Recolons y Ramón Alaix, acusados de encubrir al abusador confeso de menores ya fallecido Alfonso Pedrajas © FERNANDO CARTAGENA / AFP
El inicio de los abusos
“Yo tenía 11 años cuando llegué al colegio.
Nos levantábamos a las 7:00 de la mañana y las actividades duraban hasta las 22:30 más o menos. A las 23:00 todos teníamos que estar en los dormitorios. Ese era el ritmo de los dos primeros años.
Era la primera vez que yo tenía acceso a cuatro comidas al día: el desayuno, el almuerzo, un té y la cena. Era la primera vez que tenía acceso a unas sábanas, a una piscina, a canchas de fútbol, básquet y voleibol.
¿Quién no se iba a sentir feliz con todo eso? Era un sueño. Pero al mismo tiempo te iban pasando cosas que no te gustaban, que ni siquiera podías expresar por una dualidad muy fuerte, muy fea.
En esa época había dormitorios comunes: uno para todos los varones y otro para las chicas. Y en el medio había un pequeño cuarto donde residía el director Alfonso Pedrajas.
Diría que todo el mundo sabía y veía que él era la autoridad. En esa época estaba en boga la corriente de la Teología de la Liberación y los movimientos que buscaban derrocar a las dictaduras. Él era una autoridad a nivel ideológico.
Como era la primera vez que me separaba de mis papás, fue realmente duro. Lloraba todas las noches en mi cama callado. Y no era el único. Escuchaba a otro y a otro.
Como niño no podía distinguir bien las cosas, sobre todo cuando empezaron las visitas del director al dormitorio. Yo pensaba que me pasaba solo a mí.
Los abusos empezaron después de unos tres o cuatro meses de entrar en el colegio. En esa época le decía a mi papá que me quería ir. Una vez incluso él dijo: ‘Esto es demasiado para ti, no te estás acostumbrando. Vámonos’.
Y cuando fue a hablar con el director, no sé exactamente qué le dijo, pero mi padre prometió que volvería en un tiempo prudente para visitarme y nunca más regresó”.
Las visitas del director
“Recuerdo que una noche, obviamente ya cuando todo el mundo estaba durmiendo, incluido yo, sentí que empezaron a tocar mi cuerpo, mis partes íntimas. Recuerdo que la primera vez me sobresalté mucho, dejó de tocarme y se fue.
Pero después, no sé si al día siguiente o a los 2 o 3 días, me llamó a su cuarto para decirme que quería hablar conmigo. Cuando fui, empezó a tocarme otra vez, él comenzó a desvestirse, a hacer que le tocara. Yo con la sorpresa, no sé cómo llamarlo, recuerdo que su cuarto era prácticamente penumbras, con una lamparita al lado de su cama.
Alguna vez leí que hay una situación tal de diferencia de poderes… Un director con formación y un niño de 11 años es realmente una situación de mucha asimetría, mucha inequidad. Tú no sabes cómo actuar, no sabes cómo reaccionar. No sabía exactamente qué era lo que me estaba pasando.
Cuando volví al dormitorio, nadie me dijo nada, nadie decía nada. Y otras veces, igualmente a altas horas de la noche, cuando estaba durmiendo, me sacaba de mi cama y me llevaba en brazos a su cuarto y otra vez empezaba con sus tocamientos, con la felación que me obligaba a hacerle.
¿Cómo le podría haber dicho esto a un compañero? ¿O a mi papá? O de repente debí haberlo hecho. Es que otra vez yo me digo: a esa edad…
Además, toda mi familia estaba a más de 200 kilómetros. No había teléfonos, una carta llegaba a mi pueblo después de 2 o 3 semanas. Cuando había que llamar urgentemente, tenías que ir hasta otra provincia para llamar por el sistema de telefonía rural. Estaba totalmente solo, indefenso. ¿A quién le iba a contar? Aparte de la vergüenza que sentía por todo eso que estaba pasando”.
“No sé cómo definirlo exactamente, pero lo que más recuerdo es el asco. Hasta me cuesta decirlo. Estaba lleno de vellos. La única palabra que se me ocurre es que era asqueroso, porque además olía horriblemente…
Y también tenía mucho miedo, mucho miedo de perderme aquella oportunidad.
En el segundo año, un exalumno que había egresado mucho antes y trabajaba en el colegio también intentó abusar de mí. Se me acercó en una ocasión y me llevó a los baños. Primero me asusté, empecé a golpear la puerta y salí. Nunca más lo intentó, pero después no tenía la cara de hablarme.
Empecé a tener problemas de sueño. De hecho, no sabría decir qué eran, pero me daban unos frascos en la enfermería para que yo pudiera tomarlos. Cuando sabes que este tipo de cosas te pueden ocurrir, pasas en vigilia uno o dos días. Y de repente no pasa nada. ¿Cuál es tu opción? Tienes que seguir.
Creo que ninguno de los compañeros que sufrieron lo mismo pudieron dormir con tranquilidad mientras estuvieron allá.
Aunque mi rendimiento académico se vio afectado, pesaba más el miedo a regresar a mi pueblo como un fracasado. Mis padres y mis hermanos le dijeron a todo el mundo que yo me estaba yendo a estudiar lejos porque era el mejor alumno. Y volver allá no era una opción, no podías permitirte suspender porque el castigo era irse.
Al colegio lo llamaban la ‘Pequeña nueva Bolivia’, porque formaba personas que iban a propiciar el cambio de una Bolivia diferente. ¿Pero cómo te puedes sentir como un factor de cambio si en la estadía que te tocó vivir te hicieron sentir como poco menos que basura? Esa dicotomía ha sido una lucha interna para cada uno de los que hemos sufrido estos abusos”.
Los estudiantes vivían en el Colegio Juan XXIII, que funcionaba como un internado.
El abrazo
“En mi caso, los abusos ocurrieron principalmente durante los dos primeros años. Recuerdo que una vez cuatro o cinco compañeros nos escondimos en el entretecho del dormitorio y hablamos de estas cosas. Ninguno dijo: ‘Me pasó a mí’. Todos decíamos: ‘Le pasó a tal’. Probablemente todos los que estuvimos allí éramos víctimas.
Al día siguiente, nos llamó una profesora y nos preguntó por qué estábamos hablando de estas cosas. Nosotros le dijimos lo mismo, que habíamos escuchado que a tal persona se la habían llevado por la noche, pero nunca dijeron nada, nunca hicieron nada.
Yo huía cuando veía al director de día. Pero cuando ya era un poco más grande, no teníamos contacto, supongo que él mismo se cuidaba. En el tercer año los cuartos quedaban en otro lugar, los más grandes estaban lejísimos de los dormitorios de los pequeños, así que nunca vi que le pasara esto a otra persona.
En mi último año del colegio, un día el director me dio un abrazo muy fuerte y me dijo que lo ayudara, que estaba enfermo y que no podía con todo eso. Recuerdo que sentí ganas de darle un empujón, quería apartarme de su abrazo.
Siempre pensé que en algún momento podría vengarme o tomar revancha. Tenía un rencor, una rabia de acordarme de todo eso. Y pasó en la peor época de mi vida, cuando estaba apartado de mi familia.
Hubo un año en el que lo sacaron del colegio, entre el 83 y el 84, y lo llevaron a las minas. Nos dijeron que estaba yendo a conocer la realidad de los mineros, pero después nos enteramos que lo habían castigado, o lo habían intentado castigar, por todos estos hechos. De todos modos, volvió al colegio.
Unos meses antes de graduarme, me llamó a su despacho y me invitó a ser parte de los jesuitas. Esa fue la única vez que conversamos. Nunca pude encararlo y decirle: ‘Pues esto fue lo que tú hiciste’. Simplemente le dije que no aceptaba y que tomaría mi propio camino”.
Los estudiantes trabajaban y estudiaban durante los últimos tres años de internado.
“¡Al fin!”
“Yo tenía 17 años cuando salí del colegio. Algunos compañeros me preguntaban por qué no volví nunca más. Cumplí mi sueño y el de mis padres de ser bachiller y terminar fue como decir: ‘¡Al fin!’.
Recuerdo que había una posibilidad de seguir estudiando en la universidad a través de un voluntariado de los mismos jesuitas. Y la condición era que teníamos que hacer un año de voluntariado, pero yo dije que no.
Cuando volví al pueblo, vivía con la dicotomía entre sentirme orgulloso y sucio, como si hubiera pagado con algo que realmente era asqueroso. Si alguien se enteraba de aquello, ¿cómo me iba a sentir? ¿Qué cara iba a poner?
Mi autoestima se fue por los suelos. La gente me decía: ‘¿De dónde te sale esa autoestima tan enfermizamente baja?’. Yo no sabía por qué.
Es algo que llevas inconscientemente y lo vas a expresando con cierto tipo de actitudes y decisiones. Una baja autoestima mezclada con desconfianza. Por ejemplo, en un trabajo en equipo, yo sentía que nadie lo podía hacer mejor que yo. Entonces pensaba que mi problema no era de autoestima, sino más bien de arrogancia.
Reconocer esas actitudes de prepotencia me hizo ver que todo era una especie de coraza o escudo para no mostrar mi baja autoestima.
El hecho de que no lo pudiéramos expresar es uno de los poderes que tiene un perpetrador, el de saber identificar cómo lo va a hacer y cómo va a actuar. Él se daba cuenta de la fragilidad de un niño, de su absoluto estado de indefensión.
De hecho, era psicólogo y daba la materia de psicología en el colegio. Eso debe haberle ayudado.
Ahora que soy mayor, pienso: ¿Cómo no puede haber una estructura que le haya encubierto? ¿Cómo puede ser que en sus diarios el perpetrador reconozca que ha abusado de estos niños y sus superiores le digan que ha sido un desliz? Ha sido sistemático durante muchos años y también fue sistemática la protección de toda la estructura de los jesuitas con él.
Era un secreto muy feo que yo tenía que guardar. Creo que por eso no tuve el valor de conversarlo después de ser bachiller con nadie, porque de verdad pensaba que yo era el único”.
La Conferencia Episcopal de Bolivia nombró varias comisiones para investigar las denuncias de pederastia dentro de la Iglesia católica.
El secreto
“Mis papás fallecieron sin saber nada de esto. La primera vez que hablé fue hace poco, el año pasado, después de que salió el diario y se lo conté a mi esposa.
En principio lo negué, pero después pensé que una de las mayores traiciones que habían cometido los jesuitas como institución fue abusar de la confianza que mis padres depositaron en ellos. Por supuesto, también fue una traición hacia mí como persona.
Esto no se puede repetir por mis hijos. Todo eso me dio valor para hablar.
Cuando le dije a mi esposa que fui una de las víctimas, sentí mucho cariño, sentí que me abrazaba con su alma y su corazón.
Cada vez que lo digo, siento que me libero de un gran peso de encima. Hay que trabajarlo, quizás toda la vida, en el sentido de que vas sacando sentimientos, poco a poco vas vaciando toda esa rabia, todo ese dolor.
Después de hablar con mi esposa, contacté a la comunidad de sobrevivientes.
Es muy importante saber sobre lo que vivieron otros compañeros con los que conviví en el colegio, y que jamás se me había ocurrido que podían haber pasado por lo mismo. Poder hablarlo es parte de un principio de sanación.
Chile
Por Amelia Eguiguren– Diario La Tercera.
La caída de Felipe Berríos llega como un tercer gran golpe para la comunidad jesuita. A pesar de que son 11 las denuncias por abuso sexual que han registrado en los últimos 15 años este caso ha sido diferente. No solo por lo mediático, sino porque el ex jesuita se auto denunció ante el Ministerio Público e inició un proceso civil en paralelo al canónico. Esto, dicen desde dentro, ha provocado un fuerte remezón para la Congregación.
“Quiero encomendar a Felipe y pedirle al Señor que le regale la gracia del reconocimiento del daño causado”.
Esas fueron las palabras del sacerdote Rodrigo Poblete durante la misa de las 11.30 del domingo 12 de mayo. Las palabras hacían referencia a Felipe Berríos, a quien el Vaticano sancionó la semana pasada con la suspensión del ejercicio sacerdotal, la prohibición de acercarse a menores y la expulsión de la Compañía de Jesús, tras una serie de denuncias de abuso sexual en su contra. La celebración de este sacramento se realizó en el gimnasio del Colegio San Ignacio El Bosque, construido por el hermano gemelo del exjesuita, Andrés Berríos, quien falleció el 20 de julio de 2023. Durante aproximadamente 13 minutos, Poblete detalló, en la prédica, el proceso en que está implicado Berríos y pidió primero por las ocho víctimas, luego por su familia y, por último, por el sacerdote, quien no quiso participar de este reportaje.
La caída de un influyente sacerdote como lo fue Berríos, según explican personas cercanas a la congregación, constituye el tercer gran golpe para la Compañía de Jesús en los últimos 15 años. El primero ocurrió a fines de 2010, cuando Eugenio Valenzuela, exmaestro de novicios y provincial, fue denunciado por dos hombres adultos, exalumnos de los colegios San Ignacio El Bosque y Alonso Ovalle, por abuso sexual, a lo que se sumó la declaración de un testigo sobre hechos ocurridos entre 1995 y 1998, cuando era novicio. Con el paso del tiempo fueron sumándose más denuncias, las que llegaron a ser seis víctimas mayores de edad. Sin embargo, debieron pasar nueve años para que, en 2019, Valenzuela -quien por su cargo conocía de todas las denuncias al interior de la congregación- solicitara su dimisión de la Compañía de Jesús y del estado clerical.
Eugenio Valenzuela
Aunque el caso no generó gran revuelo mediático, fue un terremoto al interior de los jesuitas. Y generó que en 2013 un grupo de sacerdotes -al menos 10- presentara su renuncia por la forma en que se trató internamente. Entre ellos estuvieron Pablo Romero, Cristián Meneses, Miguel Yaksic, Francisco Jiménez y Jorge Mendez.
El mismo año en que Valenzuela dejó de ser sacerdote, en enero de 2019, llegó el segundo golpe. La teóloga Marcela Aranda denunció a Renato Poblete por abuso sexual. Esa fue la primera de las múltiples denuncias hacia quien fuera el capellán del Hogar de Cristo, quien falleció en 2010. Tras una extensa investigación del abogado Waldo Bown solicitada por la orden religiosa -bajo el mando del nuevo provincial Cristián del Campo, hoy rector de la Universidad Alberto Hurtado-, se publicó un informe que determinó la existencia de al menos 22 víctimas mujeres, entre ellas una niña de tres años.
Personas del interior de la Compañía explican que “el verdadero trauma se vivió con Poblete y Valenzuela. El primero echó por la borda una figura histórica, pero ya estaba muerto y muchos de esa generación debieron aceptar que uno de los suyos era abusador. El otro golpe devastador fue en la interna, Eugenio Valenzuela. Eso generó un quiebre muy grande, ya que fue el formador de la gran mayoría de los jesuitas. Fue la caída de un padre”.
Estas situaciones llevaron a la orden religiosa a tomar medidas. En 2018 se creó una Comisión de Estudios sobre Prevención y Abusos. Esta tenía la finalidad de realizar un informe sobre la situación de la congregación. Un año después, en abril de 2019, comenzó a operar el Centro de Prevención de Abusos y Reparación de la Compañía de Jesús (CPR), “oficina destinada a recibir las denuncias por comportamientos en este ámbito en contra de jesuitas, gestionar esos procesos en curso y dar mayores garantías de imparcialidad y profesionalización en materias de prevención y reparación. Esto, con el fin de que los espacios de nuestras obras sean sanos y seguros para todos quienes comparten en ellos”, según se lee en su página web. El centro está conformado al día de hoy por la abogada María de los Ángeles Solar, la psicóloga experta en temas de abuso Claudia González y el sacerdote Larry Yévenes SJ. Además, en 2022 se creó una Comisión de Cambio Cultural, destinada a rediseñar las relaciones de poder de los sacerdotes, la relación con los laicos, las dinámicas del día a día, entre otros aspectos.
Estas situaciones llevaron a un cambio sustantivo dentro de la Compañía de Jesús. Sin embargo, vendrían más malos ratos para la comunidad: Felipe Berríos sería el siguiente. Hoy, un jesuita admite que “lo de Berríos fue un elemento más de un dolor que ya se había vivido antes. Había un quiebre muy grande”. Y, en este caso, el revuelo mediático sería otro.
“Un pequeño Frankenstein”
A las 3.30 del viernes 10 de mayo sonó la alarma de Juan Cristóbal Beytía, socio de la Provincia Chilena de la Compañía de Jesús. Salió de su casa y tomó un avión con destino a Antofagasta. A las 8.30 ya estaba en la puerta de la residencia de Berríos, en el campamento de La Chimba. Entraron al lugar y Beytía leyó frente suyo -y de Alejandro López Román, abogado canónico de Berríos, conectado a través de Zoom- el decreto en el que se le comunicaba a Berríos su expulsión de la Compañía de Jesús. Una vez terminada la lectura, Berríos firmó el documento y Beytía regresó a Santiago.
De esta manera se oficializó la salida del entonces jesuita. El caso por el que terminó de caer comenzó el 29 de abril de 2022, cuando la Fundación para la Confianza comunicó la presentación de una denuncia por abuso sexual en su contra. Días después, el 3 de mayo, la Compañía de Jesús informó a través de un comunicado que abría una investigación previa canónica en contra del entonces sacerdote, “nombrando a la abogada laica María Elena Santibáñez a cargo de esta investigación”. En ese mismo momento, Berríos también publicó un comunicado en el que señaló que “no he sido informado de nada distinto de lo que dice ese comunicado” emitido por la congregación, y aseveró que haría “todo lo que sea necesario por conocer y aclarar los orígenes de esta denuncia”.
Casi un mes después, el 30 de mayo, Berríos rompió su silencio y escribió una carta donde comunicaba su autodenuncia ante el Ministerio Público para que la justicia ordinaria indagara su caso. El escrito -redactado por su abogado, el penalista Julián López- fue presentado ante la Fiscalía Metropolitana Sur. Ahí, según explican cercanos, comenzaron los roces públicos entre el clérigo y su congregación por este caso. Pero no era la primera vez que Berríos actuaba por cuenta propia, generando molestia entre personas de la congregación.
Juan Carlos Bussenius, exjesuita, asegura que fueron, en parte, las grandes libertades que se le dieron a Berríos lo que llevó a esta situación. “Crearon un pequeño Frankenstein, que finalmente se vino contra ellos. Desde que entró a la Compañía se destacó por salir del marco. Como sacerdote se le permitió ejercer y decir cosas que para otros quizá estaban más vetadas. La Compañía siempre lo protegió, porque él, por un lado, se atrevía a decir de todo y, por otro lado, llegaba a mucha gente. Yo creo que él tenía mucho carisma, sin duda, y eso permitía que surgiera un modelo diferente de jesuita”.
Esto también lo apoyan otros jesuitas: “El caso Berríos -al igual que Poblete y Valenzuela- confirma los riesgos de los privilegios que tenían ciertos jesuitas en cuanto a autonomía económica, ausencia de control y la libertad para emprender misiones personales. Aquí existe responsabilidad institucional por los constantes permisos otorgados por los provinciales hacia Berríos, quien incluso vivía solo y no en comunidad, una excepción en la Compañía, ya que todos los jesuitas viven en comunidades que no eligen, sino que son destinadas por el provincial”.
Esa autonomía comenzó a darse en “La Casita”, una residencia ubicada en la calle Departamental, detrás del Instituto de Formación y Capacitación Popular (Infocap), donde Berríos vivió junto con los sacerdotes Luis Roblero y Fernando Montes. Al lugar solían ir -e incluso vivir por épocas- jóvenes universitarios de la élite, y eran visitados por personajes del mundo político y empresarial. Berríos se relacionaba con dirigentes de forma transversal: desde los exministros de la Concertación Andrés Velasco, Nicolás Eyzaguirre y Francisco Vidal, hasta Jovino Novoa y Evelyn Matthei. Tras años de convivencia, cercanos aseguran que la relación con Roblero, quien es primo de Gabriel Roblero -actual provincial a cargo del caso de Berríos-, se fue debilitando debido a diferencias y rivalidades entre ambos. El quiebre definitivo -relatan las mismas fuentes- se dio cuando Roblero asumió como uno de los 40 miembros que conformaron el Consejo Asesor Presidencial Trabajo y Equidad, creado por la Presidenta Michelle Bachelet en 2007.
Berríos -fundador de Techo e Infocap- tenía un rol especialmente gravitante en un mundo progresista, y también en el que rodeaba a la ex mandataria. Su mayor cuota de influencia la adquirió justamente en las primeras dos décadas del 2000, cuando se hizo conocido por apoyar el matrimonio igualitario y tildar de “inmoral” que la Universidad de los Andes construyera un hospital en “la cota mil”, debido a que ya había uno en San Carlos de Apoquindo, Las Condes. Estas señales de independencia -muchas veces defendidas por sus pares- también generaron incomodidad dentro de la Compañía de Jesús y otros sacerdotes.
Ocurrió, por ejemplo, en mayo de 2013. En entrevista a TVN, Berríos dijo que la Iglesia “ha lucrado creyéndose la dueña de la salvación”, y criticó a los obispos, porque “no son capaces de jugársela por los que sufren”. Sus dichos le valieron la respuesta del obispo de San Bernardo, Juan Ignacio González, quien dijo que la entrevista “demuestra lo que ya conocemos de las opiniones del padre Berríos, exageradas, fueras de tono, con palabras que muchas veces son hirientes (…) Esta entrevista lo que hace es desunir, disgregar y no produce ningún efecto positivo”.
La investigación previa canónica a Berríos siguió su curso. Durante cuatro meses, María Elena Santibáñez escuchó a siete denunciantes y a más de 40 testigos. Incluso, según cuenta la abogada penalista, Berríos se reunió con ella en cuatro ocasiones, siempre acompañado de su abogado, Julián López. En ese momento, el 25 de agosto de 2022, el informe que realizó Santibáñez aseguró que las denuncias “se refieren a tocaciones y diversos traspasos de límites en el ejercicio del sacerdocio, entre los años 1993 y 2009″. Hoy, la abogada asegura que “varias de las víctimas eran menores de edad y que el rango varía entre los 14 y 23 años. Además, varios ocurrieron bajo contexto pastoral, lo que implica una mayor gravedad ante la justicia canónica”.
El mismo día Berríos volvió a hablar: “No he cometido los actos de significación sexual que ellas describen”. El sacerdote, además, cuestionó abiertamente la forma en que la Compañía de Jesús llevó el proceso en su contra y reclamó por la falta de transparencia que tuvo su congregación. Menos de un mes después, el 25 de septiembre, señaló: “La Fundación para la Confianza se presta para un show mediático a través de su abogado Hermosilla”. En espera de la decisión del Vaticano, apuntó que detrás de la acusación en su contra había una estrategia comunicacional impulsada por el abogado Juan Pablo Hermosilla, avalada por la fundación en que trabaja, y aseguró: “Esto es un juicio mediático y mediáticamente estoy marcado”.
Una semana después, el 3 de octubre, con orden judicial en mano, efectivos de la Brigada de Delitos Sexuales de la PDI llegaron hasta las oficinas centrales de la Compañía de Jesús para incautar la investigación previa canónica realizada por Santibáñez. En esto, la Compañía de Jesús le pidió a Berríos mantenerse en Santiago hasta el fallo canónico. Sin embargo, el sacerdote desoyó la solicitud y regresó a su casa en La Chimba, en noviembre de 2022. Finalmente, el 24 de noviembre de ese año Berríos anunció su intención de renunciar a los jesuitas, en gran parte por el poco apoyo que había recibido durante el proceso en su contra. En su carta, el clérigo sostuvo que le “duele” contar “que me he sentido maltratado por el gobierno de la Compañía, que tanto quiero. Sus ambiguas declaraciones a la prensa han sido condenatorias. Todo esto en un proceso mediático, con filtraciones intencionadas que me han perjudicado”. Finalmente, señaló: “Todo esto me ha puesto en una situación en que se me hace imposible vivir la obediencia jesuita”.
Sin embargo, desde dentro aseguran que Berríos jamás inició el proceso formal para salir de la congregación ni del sacerdocio. Este procedimiento cuenta con varios pasos: una carta al padre general, declaración de testigos y responder un cuestionario en detalle, para que luego la Iglesia evalúe la dimisión. Según cercanos, nada de esto se realizó.
Clérigo vago
Son 11 sacerdotes jesuitas denunciados por abuso sexual en los últimos 15 años. De estos, seis han sido denunciados por abusos de menores de edad, en los que -después de una investigación previa canónica- se ha podido concluir la verosimilitud de dichas denuncias. Esto, según explica la abogada María Elena Santibáñez, significa que “contrastando antecedentes, lugares, personas y épocas, los hechos narrados sí son plausibles”.
A estas se les suma Berríos. Cercanos a la Compañía de Jesús aseguran que este caso ha sido diferente al resto y que ha implicado un mayor control de daños, tanto en la interna como públicamente. Ello, pues el suspendido sacerdote optó por tener una defensa legal desde el primer momento y salió varias veces hablando en los medios de comunicación, refutando las acusaciones y los procedimientos de investigación. De todas formas, insisten en que Berríos ha tenido el mismo trato que cualquier otro jesuita y que se ha llevado a cabo el camino establecido.
“El proceso canónico de Berríos fue igual que cualquiera, se le trató como cualquier jesuita más, no hubo ninguna diferencia. Eso es un gesto de mucha libertad institucional, ya que la Compañía no dudó en aplicar sus nuevas reglas a uno de sus miembros más poderosos”, dice hoy un jesuita con varios años dentro de la congregación.
Todo esto ha llevado a que la Compañía de Jesús organice diferentes reuniones con su congregación para informar y responder dudas respecto del tema. La última se llevó a cabo el lunes 13 de mayo, durante la mañana, en la sede de la congregación, el edificio Arrupe. A este encuentro fue convocada la comunidad interna, es decir, laicos relacionados con la Compañía. Otros encuentros se realizaron la semana pasada con los superiores de las comunidades y otros organismos asociados. Además, tanto Roblero como Beytía han sostenido reuniones con otros grupos de interés para intentar alinearlos ante la postura llevada adelante por la congregación.
Aunque entre los sacerdotes jóvenes Berríos ya no tiene la ascendencia que tuvo en los 2000, sí mantiene lazos y amistades con curas de su generación o mayores, como Fernando Montes y Jorge Costadoat. Por ello -y sobre todo por la influencia que aún tiene en laicos- se generó un debate interno que se propusieron despejar bajando tempranamente la información.
En el comunicado que dio a conocer el viernes 10 de mayo, la Compañía de Jesús pidió perdón “a las víctimas, sus familias y cercanos por el dolor causado. Hechos como estos jamás deberían ocurrir”. Y detalló que se estableció “que Felipe Berríos es culpable de delitos contra el sexto mandamiento cometidos con menores de edad y de delitos de solicitación a pecar en contra del sexto mandamiento, durante o con ocasión de la confesión”.
Berríos cuenta ahora con 30 días para apelar a su expulsión de la Compañía de Jesús. En caso de no hacerlo, saldrá de la congregación y quedará bajo el estatus de “clérigo vago”. Este término se utiliza en el caso de que un sacerdote no pertenezca a ninguna congregación ni diócesis.
Por el lado penal, tras la incautación del informe realizado por María Elena Santibáñez, el Ministerio Público lo sobreseyó en una de las siete causas. Otras cinco fueron cerradas a través de una resolución de la Corte de Santiago del 6 de septiembre de 2023 por la no participación de las denunciantes, mientras que solo una continúa abierta. La línea de defensa del suspendido sacerdote la manifestó su abogado, Julián López, el 2 de junio de 2024: “Que un tribunal de la República haya concluido que los hechos descritos por una de las denunciantes, incluso si fueran ciertos, no son constitutivos de delito, es una manifestación evidente de la cuestionable calidad de las acusaciones que se formularon públicamente contra Felipe Berrios y, en particular, las que patrocinó la Fundación para la Confianza. Con la investigación del Ministerio Público concluida, confiamos en que las demás denuncias tendrán el mismo destino”. Esa es, hasta el momento, la línea argumentativa que sigue Berríos con su defensa.