Corpus Christi 2024

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Evangelio según San Marcos 14,12-16.22-26.
El primer día de la fiesta de los panes Acimos, cuando se inmolaba la víctima pascual, los discípulos dijeron a Jesús: “¿Dónde quieres que vayamos a prepararte la comida pascual?“.
El envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: “Vayan a la ciudad; allí se encontrarán con un hombre que lleva un cántaro de agua. Síganlo, y díganle al dueño de la casa donde entre: El Maestro dice: ‘¿Dónde está mi sala, en la que voy a comer el cordero pascual con mis discípulos?’.
El les mostrará en el piso alto una pieza grande, arreglada con almohadones y ya dispuesta; prepárennos allí lo necesario“.
Los discípulos partieron y, al llegar a la ciudad, encontraron todo como Jesús les había dicho y prepararon la Pascua.
Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: “Tomen, esto es mi Cuerpo“.
Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: “Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos. Les aseguro que no beberé más del fruto de la vid hasta el día en que beba el vino nuevo en el Reino de Dios“.
Después del canto de los Salmos, salieron hacia el monte de los Olivos.

Homilía del Padre Paul Voisin CR de la Congregación de la Resurrección:

Hay cinco grupos alimentarios básicos. ¿Recuerdas cuáles son? Normalmente los hemos estudiado en la clase de Ciencia o Salud: granos, verduras, frutas, lácteos y proteínas (carne y pescado, etc. ). Personalmente, siempre pensé que el chocolate merecía ser su propio grupo alimenticio.
Sabemos que si queremos vivir bien y estar saludables, necesitamos una dieta equilibrada de los cinco grupos. Los médicos y dietistas nos dirán que aunque preferimos algunos grupos antes que otros, los necesitamos todos. Para poder concentrarnos en nuestro trabajo y estudios, necesitamos una dieta equilibrada. Para ser fuertes y con energía, necesitamos una dieta equilibrada.
Si necesitamos una dieta equilibrada para nuestro bienestar físico, tal vez también necesitamos una dieta balanceada para nuestro bienestar espiritual. Creo que hay cuatro actividades particulares -o grupos de “alimentos“- que conducen a nuestro bienestar espiritual: la oración, las Sagradas Escrituras, los Sacramentos y la vida en la Comunidad, en la Iglesia.
Hoy, en esta gran fiesta del Cuerpo y la Sangre de Jesús -Corpus Christi- celebramos ese don de Dios que Jesús nos ha dado en la Santa Eucaristía. Aquí nos nutrimos de la Palabra de Dios, y en esta ‘mesa‘, compartiendo la gracia de Dios para ser su pueblo: para ser hijos del Padre, seguidores de Jesús, e instrumentos del Espíritu Santo. Aquí también experimentamos esa oración -nuestra oración personal y nuestra oración comunitaria- y experimentamos la comunidad de Dios a nuestro alrededor.
Las lecturas de hoy nos hablan de esta fuente de vida y gracia.
En nuestra primera lectura del Libro del Éxodo (24:3-8) escuchamos sobre el pacto entre Dios y su pueblo elegido. Un pacto es un pacto santo de fe y amor, que es para siempre y cien por ciento. Moisés hace lo que Dios le mandó, y fortalece el pacto con Dios en su bendición del pueblo. El pueblo de Dios ya no es esclavo del Faraón en Egipto, sino que está viajando a la Tierra Prometida.
En nuestra Segunda Lectura de la Carta a los Hebreos (9:11-15) escuchamos hablar de Jesús como la fuente del Nuevo Pacto. Ya no es la sangre de cabras y toros, como en la Primera Lectura, sino la sangre de Jesús la que nos salva. A través de nuestro Bautismo compartimos esta vida de Dios, y la bendición de Dios está sobre nosotros. Ya no somos esclavos del pecado, sino que viajamos al Reino de Dios.
Nuestro evangelio (Marcos 14;12-16, 22-26) es bien conocido por nosotros. En esta institución de la Eucaristía Jesús toma dos de los numerosos elementos de la comida de Pascua -el pan y el vino- y da un nuevo significado para el Nuevo Pacto: el pan se convertirá en su cuerpo, y el vino se convertirá en Su sangre. Este es el “grupo de comida” que celebramos hoy.
Como católicos creemos que este pan y vino, consagrados en el altar, se transforman en Cuerpo y Sangre de Jesús. No dijo, “Esto representa mi cuerpo”, o “Esto es un signo de mi sangre”. ¡Lo es! Es por eso que los anfitriones consagrados que no se consumen durante la celebración de la Eucaristía están velados en el tabernáculo. No podemos volver a poner el pan en la bolsa, o deshacernos de él, o volver a poner el vino en la botella. Ha sido cambiado, transformado en cuerpo y sangre de Cristo, nuestro Salvador.
Durante los nueve años que trabajé en las Bermudas, esta fiesta fue siempre el domingo de la primera comunión en la Parroquia. La mayoría de nosotros hicimos nuestra primera comunión hace muchos años. Con el tiempo un encuentro tan importante con Jesús puede convertirse en “rutina” o “ordinario”, y podemos perder el asombro y asombro que los niños tienen en su corazón en su primera comunión. Este recuerdo nos sirve como una oportunidad para renovar y profundizar nuestra comprensión, creencia y aprecio por este gran regalo. Cuando nos adelantamos para recibir la Eucaristía nuestro “Amén” significa “Sí, creo”. Ya no es solo un trozo de pan sin levadura, por lo que nuestra reverencia y respeto debe ser obvia. Deberíamos estar llenos de un espíritu de oración y recuerdo, esperando este gran regalo, y luego después de su recepción, llenos de gratitud y gracias a Dios.
Una vez, mientras trabajaba en un país cuyo nombre no puedo recordar (Bolivia), vi un cartel en una Iglesia que iba dirigido al sacerdote que celebra la Misa, pero me tomo la libertad de cambiar un poco las palabras por hoy: “Recibe esta Eucaristía como si fuera tu primera vez, como si fuera tu última vez, como si fuese tu única vez”. Eso captura para mí el asombro y la maravilla que deberíamos tener cada vez que nos presentamos para recibir la Sagrada Comunión. Cada tiempo es un momento único y agraciado, un encuentro con Jesucristo.
Hoy celebramos y compartimos la Santa Eucaristía, en esta Fiesta del Cuerpo y Sangre de Jesús. Especialmente durante el tiempo de la pandemia, cuando poder adorar en comunidad y recibir la Sagrada Comunión había sido una experiencia “de vez en cuando”, valoramos este regalo de Dios para nosotros. ¡Verlo en televisión o en línea no es lo mismo! Es en nuestra recepción del Cuerpo y Sangre de Cristo que celebramos que al recibir compartimos más profundamente la vida de Dios, y que Dios entra y comparte en nuestra vida.

¿Quién es Gilbert K. Chesterton?: 150 años

Por CARMEN JUAREGUIBERRY- Red-cultural.cl
Que difícil tarea la de tratar de describir a este hombre, poeta, ensayista, escritor, periodista, orador, polemista, porque como dice Luis Ignacio Seco: “A Chesterton hay que verlo de cuerpo entero, como lo vio Borges y como lo ven en definitiva la multitud de lectores anónimos que una vez descubierto ya no le abandonan. Hay que verlo como un solitario genial que entró de rondón en la transición del siglo XIX al XX, que fue un testigo excepcional de su época y que supo trazar diagnósticos tan certeros que siguen y seguirán sobre el tapete de la Historia”.
Y aún así, viéndolo de cuerpo entero, hay partes de él que se nos escapan, su vida es tan intensa, tan vertiginosa, que en esta loca carrera por alcanzarlo lo perdemos y lo encontramos una y otra vez. Su pensamiento vuela, sus ideas se multiplican, su pluma corre entre uno y otro tema, sus argumentos sólidos y punzantes: “Pienso que Chesterton es uno de los primeros escritores de nuestro tiempo y ello no sólo por su venturosa invención, por su imaginación visual o por la felicidad pueril o divina que traslucen todas sus páginas, sino por sus virtudes retóricas, por sus puros méritos de destreza” según Jorge Luis Borges.
Considerado un gozador de la vida, siempre defendió el buen tomar en oposición al abuso. “Si hay un grupo tomando cerveza y riéndose siempre son católicos“ especial desarman a cualquier adversario, su marcha es incansable, su imaginación sin límites. Su apariencia es única. Es un hombre gordo, grande, majestuoso, vestido con una amplísima capa para cubrir su gordura y desaliño, un sombrero de ala ancha y un bastón. Su físico es imponente, más de un metro noventa de estatura y alrededor de ciento treinta kilos de peso. Se ríe de sí mismo como nadie: “no soy tan gordo como parezco, dijo una vez en una conferencia, es que me ven ustedes amplificado por el micrófono”. El humor y la alegría no lo abandonan nunca. Alfonso Reyes en el prólogo de El Hombre que fue Jueves lo describe así: “Siempre combativo, de una combatividad alegre y tremenda, tiene un buen humor y una gracia de hombre gordo, una risa madura de hombre de cuarenta y cinco años. Su cara redonda, sus cabellos enmarañados de “rorro”, inspiran una simpatía instantánea”.
Chesterton nació en Londres un 29 de mayo de 1874 y murió en 1936. Con su clásico sentido del humor nos cuenta en su Autobiografía de su infancia y de su familia “Lamento no tener un padre siniestro y brutal que ofrecer a la mirada pública como la verdadera causa de mis trágicas inclinaciones; ni una madre pálida y aficionada al veneno, cuyos instintos suicidas me hayan abocado a las trampas del temperamento artístico. Lamento que no hubiera nadie en mi familia más audaz que un tío lejano ligeramente indigente y siento no poder cumplir con mi deber de hombre verdaderamente moderno y culpar a los demás de haberme hecho como soy. No tengo muy claro como soy, pero estoy seguro que soy responsable en gran medida del resultado final” y más adelante agrega: “Lo maravilloso de la niñez es que cualquier cosa en ella puede ser una maravilla. No era simplemente un mundo lleno de milagros, era un mundo milagroso”.
Y no cabe duda que en el resultado final influyó sobremanera esa infancia prodigiosa y feliz aunque en su adolescencia y juventud Chesterton buscará por diferentes caminos esa Verdad que llegó finalmente después de varios años dándole todo el sentido a su existencia. Dice Luis Ignacio Seco: “El valor más efectivo en la vida y la obra de Chesterton fue su inquietud religiosa, su necesidad de buscar respuestas a los interrogantes ineludibles para dar sentido a su existencia y a la ajena”.
Después de esta infancia feliz y llena de recuerdos mágicos, Chesterton se enfrentó a una juventud llena de dudas y escepticismo. A pedido de su padre ingresó a la Slade School para estudiar dibujo y pintura, pero la dejó al poco tiempo para dedicarse a escribir. Comenzó a interesarse por el espiritismo y la literatura teosófica, conocida también por ocultismo. Como él lo cuenta en su Autobiografía fue una época oscura de su vida, se sentía sumido en el pesimismo del entorno y entonces para librarse de esa pesadilla con la ayuda de la filosofía, pero no todavía de ninguna religión, se inventó una teoría mística que lo sacara de todas las pesadillas de su alma. Sintió que todavía había un pequeño hilo de agradecimiento que lo ligaba a una cierta religiosidad: “Lo que me sorprende al volver la vista a mi juventud e incluso a mi adolescencia es la enorme rapidez con la que se cree estar de vuelta de lo fundamental y con la que incluso se niega lo fundamental”.
Años después trata de plasmar todo este proceso en su libro “El Hombre que fue Jueves” y que pone como subtítulo: Pesadilla. Pero sigamos intentando delinear a este hombre, que sorprende por su capacidad infinita de reinventarse a sí mismo y reinventar el mundo con él. Valiente, audaz, se lanzaba siempre a la defensa de lo que creía justo, estaba al lado del hombre de la calle, del hombre común como gustaba llamarle. Fue tildado de anti imperialista y de ser pro boer y lo era. Para él los boers eran los verdaderos patriotas y justificaba ampliamente que usaran las armas para defender sus campos y sus casas que los usurpadores británicos querían quitarles. Argumentaba a quién quisiera escucharlo de su repudio tanto al socialismo como al capitalismo.
Defensor acérrimo de la propiedad privada, apoyó abiertamente la corriente llamada del distributismo impulsada por la encíclica Rerum Novarum del Papa León XIII y que era en definitiva la Doctrina Social de la Iglesia. Le molestaba el materialismo imperante y sobre todas las cosas odiaba la sociedad industrial y el progreso. Tuvo un largo noviazgo con Frances Blogg, a quién amó apenas conocerla y a quién siguió amando toda su vida. Se casó con ella en 1901. Callada y tranquila, Frances comprendía y aceptaba el carácter desbordante y a veces excéntrico de su marido. Hay una anécdota que relata el mismo Chesterton que es de la época en que viajaba dando conferencias por toda Inglaterra, y que lo pinta de cuerpo entero: “Cuentan que un día de aquellos envié un telegrama a mi esposa, que estaba en Londres, y que decía así: Estoy en Market Harborough. ¿dónde debería estar? No recuerdo si la historia es cierta, pero no es improbable ni creo que sea poco razonable”.
En esa infancia feliz tuvo un papel importantísimo su queridísimo hermano Cecil, cinco años menor que él, que murió al final de la Primera Guerra Mundial: “Nació cuando yo tenía casi cinco años; tras una breve pausa empezó a discutir y continuó discutiendo hasta el final, porque estoy seguro que discutía enérgicamente con los soldados entre los que murió, en las gloriosas postrimerías de la Gran Guerra”. Dice Chesterton que cuando Cecil nació, se alegró pensando que al fin iba a tener público que lo escuchara. Que equivocado estaba. Cecil resultó tanto o más vehemente y testarudo que su hermano Gilbert. Sus discusiones eran interminables y así lo recuerda en su Autobiografía “No dejamos de discutir en toda nuestra adolescencia y juventud, hasta convertirnos en una auténtica pesadilla para nuestro círculo social. Nos gritábamos de un lado a otro de la mesa, a propósito de Parnell, el puritanismo o la cabeza de Carlos I, hasta que los más próximos y queridos huían al vernos aparecer y solo encontrábamos un enorme desierto alrededor”.
Con cierta alegría llena de nostalgia Chesterton aclara en su Autobiografía que a pesar de sus interminables discusiones no riñeron jamás. Pero indudablemente las dotes de polemista de su hermano las consideró siempre extraordinarias: “El hombre acostumbrado a discutir con Cecil Chesterton no tiene porqué temer discutir con nadie”. Cecil era un “pagano más rebelde”, gran enemigo de los puritanos, Gilbert defendía, aunque tibiamente, el idealismo y la religiosidad victoriana. Ambos hermanos, socialistas y agnósticos en un comienzo, terminaron juntos en la fe católica. Cecil lo hizo primero, Gilbert varios años después.
Tuvo amigos y muy buenos. Pero hay dos que están demasiado unidos a su vida y no se pueden dejar de nombrar: Hilaire Belloc y Maurice Baring. Hay un célebre cuadro pintado en 1932 por Sir James Gunn “Tertulia”, hoy en la National Portrait Gallery, en que aparecen los tres alrededor de una mesa. De esta relación entre los tres dice Joseph Pearce: “No sólo participaban de una amistad común, también compartían una misma filosofía y una misma fe. Sí no llegaban a ser tan indivisibles como la Santísima Trinidad, desde luego si eran tan indómitos como los Tres Mosqueteros. En el caso de la quimera Belloc-Baring- Chesterton el grito de guerra de, uno para todos y todos para uno, nunca resultó inapropiado”.
De esta amistad, especialmente la de Belloc, a quién conoció en un café del Soho y le marcó la vida, comenzó la lenta transformación que llevaría a Chesterton a convertirse en el transcurso de los años en un católico ferviente, y de esta amistad nació la ocurrencia de Bernard Shaw de hablar de Chesterbelloc, estas dos mitades de un “divertido elefante de circo”. Pero no podemos dejar de mencionar a Bernard Shaw en la vida de Chesterton. Dice Joseph Pearce en Sabiduría e Inocencia: “Lo cierto es que la relación entre los dos estuvo presidida por un cálido afecto que se oponía a su antagonismo intelectual. Fueron amigos y también enemigos y ambos obtuvieron un inmenso provecho tanto de su amistad como de su enemistad”.
Y Maisie Ward, biógrafa de Chesterton, citada por Joseph Pearce en Sabiduría e Inocencia: “Hasta que apareció Chesterton, Bernard Shaw había tenido el mundo de la polémica para él solo, pero tan pronto como aquél saltó al cuadrilátero, Shaw tuvo que empezar a medir sus pasos y a aprovechar su habilidad en la palestra. Chesterton podía romper la guardia del viejo irlandés en cualquier momento y ello aportaba una emoción especial a sus encuentros en las tribunas o en las páginas del G.K. ́s Weekley o del New Witness”.
Chesterton era un contendor temible y temido. Un orador extraordinario pero con un respeto profundo por sus adversarios sí éstos tenían altura; a los que no la tenían, no titubeaba en liquidarlos. Tuvo largas discusiones con H.G. Wells pero lo estimaba: “Siempre había sido un liberal un fabiano, un amigo de Henry James o Bernard Shaw. Y tenía razón con tanta frecuencia que sus movimientos me irritaban como la contemplación de un sombrero mecido perpetuamente por el mar sin llegar nunca a la orilla”. Pero Bernard Shaw era su preferido. En su Autobiografía citada en este trabajo, Chesterton habla con cariño y con admiración de él: “Mi experiencia fundamental, desde el principio hasta el final, ha consistido en polemizar con él. Vale la pena señalar que he aprendido a profesarle afecto y un respeto cálido más a partir de nuestra disensión que a partir de lo que la mayoría de la gente logra a través del acuerdo. Bernard Shaw, a diferencia de algunos de los que he hablado aquí, muestra su mejor lado en el antagonismo. Diría que muestra su lado mejor cuando se equivoca; o mejor aún, todo en él es erróneo salvo él mismo”.
Y los dos mejores polemistas de Inglaterra no sólo eran diferentes en sus ideas, sino absolutamente en todo. Uno, Chesterton, gordo y jovial, el otro, Shaw, flaco y austero. El primero amante de la buena mesa y el trago, “de las chuletas y la cerveza” y Shaw vegetariano y abstemio. Pero los dos se necesitaban y se potenciaban y el público necesitaba de sus intensas polémicas que marcaron época. Cuando Chesterton murió, Bernard Shaw le escribió a Frances: “Parece totalmente ridículo que yo, dieciocho años mayor que Gilbert, sobreviva a él de forma tan despiadada… Las trompetas están sonando en su honor”.

Ortodoxia y El Hombre Eterno

En 1908, Chesterton pública Ortodoxia, su primer libro explícitamente cristiano y que muchos consideran un aporte fundamental para el desarrollo del pensamiento de la Iglesia. Lo cierto es que muchos de sus lectores se sintieron tocados en lo más profundo e influyó, como mencionamos en la introducción, en ese “ejército de conversos” que cita Joseph Pearce del cuál Hilaire Belloc se siente tan feliz.
En Ortodoxia, Chesterton exalta el cristianismo, pero más concretamente escribe y siente como un católico aunque faltan todavía catorce años para dar el paso definitivo. La clave del éxito de este libro es el modo en que Chesterton se comunica con el lector. Usa un estilo directo, potente, franco. Las palabras estallan, se mueven, se levantan del libro para tocar al lector y abrazarlo sin darle tregua alguna. En 1952, la escritora Dorothy L. Sayers diría: ”Para los jóvenes de mi generación, G.K.C era una especie de libertador cristiano. Como si de una bomba beneficiosa se tratara, hizo saltar por los aires en la Iglesia un buen número de vidrieras de una época poco brillante para dejar paso a una fresca brisa en que las hojas muertas de la doctrina danzaban con todo el vigor y la falta de decoro de Juglar de Nuestra Señora”.
Y acerca de la influencia en la conversión de tantos, cita Joseph Pearce varios casos, en el libro “Escritores Conversos”: “No está claro si Ortodoxia tuvo algo que ver con la eminente conversión de Maurice Baring, pero dada su admiración por las primeras obras de Chesterton y el creciente cariño que sentía hacia él, raro sería que no lo hubiera leído en los meses inmediatamente previos a su recepción en la Iglesia, ocurrida el 1 de febrero de 1909”. En Ortodoxia pone Chesterton su propia experiencia en la búsqueda espiritual. Se compara a un hombre, un aventurero que sale a explorar mundos nuevos, que cree haber descubierto una lejana isla y de pronto se da cuenta que está en su propio país, en el mismo lugar de dónde había partido: “A menudo he soñado en escribir la historia de un piloto inglés que, habiendo calculado mal su derrotero, descubrió nada menos que la antigua Inglaterra, bajo la impresión de que era una ignorada isla del Mar del Sur… su equivocación fue en verdad la más envidiable de las equivocaciones posible; y mi hombre, si era como yo lo supongo, no dejaría de reconocerlo así. Porque ¿puede haber nada más delicioso que pasar en unos cuantos minutos, por todos los grados de la escala patética, desde las fascinaciones y terrores de arrojarse a lo desconocido hasta la humanisima seguridad de volver a lo familiar y propio?… Tengo mis razones para insistir porque yo mismo soy ese hombre, yo descubrí Inglaterra”.
Y es la llaneza y frescura de su prosa lo que encanta y como dice Alfonso Reyes: “Así en Chesterton, este nuevo padre de la Iglesia, la paradoja humorística sustituye a la parábola cristiana. Habla de las verdades más antiguas de la Iglesia, pero con el mismo tono de voz con que describe los ritos misteriosos de la isla recién descubierta en el Mar del Sur. Así en Chesterton, este salteador de su propia bodega, aprendemos a gustar otra vez el vino de nuestros abuelos”.
Recordemos que Ortodoxia fue escrito en respuesta a la crítica de su libro “Herejes”, 1905. Se le reprocha que enumera allí todas las herejías presentes en la sociedad pero no dice cuál es su propia posición y filosofía de la vida. Chesterton encontrando quizás certera la crítica se embarca en este libro, dónde expone sus verdaderos sentimientos en cuanto a religión. No cabe ninguna duda que es un católico verdadero y su libro es un himno que exalta su fe. Sin embargo asentado en la Iglesia Anglicana, católica incomprensiblemente para muchos, no da el salto definitivo. El propio Chesterton expresa: “Ante todo debo considerar mi postura acerca si debo estar dentro o fuera. Yo pensaba que uno podía ser anglocatólico y estar realmente dentro, pero si eso significa quedarse solo en el pórtico, creo que no quiero estar en el pórtico, y desde luego no en un pórtico separado del edificio”. Dicen que Belloc su gran amigo y ferviente católico de toda la vida, fue uno de los grandes sorprendidos cuando supo en 1922 de su conversión. Parece que había perdido totalmente las esperanzas.
Pero el gran obstáculo para Chesterton era Frances, su mujer con quién había compartido todo en la vida y ella se oponía tenazmente a convertirse al catolicismo. Joseph Pearce dice en Escritores Conversos que Frances había dicho una vez que no haría jamás tres cosas: tener una secretaria eficiente, cortarse el pelo, y ser católica. Por lo menos esta última no la cumplió porque cuatro años después de su marido ingresó a la fe Católica. Pero, volvamos a G.K. Chesterton y a su largo proceso espiritual para llegar al fin a la fe presentida y anhelada toda su vida. Para hablar de ello tenemos que nombrar inevitablemente a dos personas que influyeron notablemente en su decisión de “pasarse al Papa”.
Ellos fueron Ronald Knox y el padre John O’Connor. A Knox lo conoció un par de años antes de su conversión a través de su amigo Baring. Knox había sido sacerdote anglicano hasta 1917 cuando luego de pasar años de incertidumbre y angustia decidió entrar a la Iglesia Católica de Roma. Chesterton y sus escritos habían tenido alguna influencia en su decisión. Por cierto le admiraba y lo único que quería era ayudarlo a profesar el catolicismo. Al padre O’Connor, quién fuera inspirador de su famoso personaje de cuentos policiales, padre Brown, lo había conocido muchísimo antes en Yorkshire y le había impresionado desde el primer momento su sencillez, su inteligencia y su bondad. Cuando llegó el momento de la decisión final, fue la propia Frances, su mujer quién le aconsejó que llamara al padre O’Connor. En julio de 1922 Chesterton fue recibido dentro de la Iglesia. Pero la verdad es que lo único que hacía falta era su consentimiento, no necesitaba ser instruido en esta fe porque hacía más de veinte años que hablaba del catolicismo sin ser católico, sus conocimientos de la ortodoxia y el dogma eran mucho más profundos que los de muchos creyentes.
Dice en su Autobiografía: “Estoy orgulloso de mi religión hasta donde puede estarlo un hombre de una religión que hunde sus raíces en la humildad; sobretodo estoy orgulloso de esos aspectos que con mayor frecuencia se califican de superstición. Me siento orgulloso de estar sujeto a dogmas anticuados y esclavizado por credos muertos (como repiten sin descanso mis amigos periodistas), porque sé muy bien que los credos heréticos son los que mueren y solo los dogmas razonables viven lo suficiente para que se les llame anticuados”.
No se puede terminar este esbozo de la persona y la vida de Chesterton sin mencionar su libro “El Hombre Eterno”: El Hombre Eterno que muchos consideran su mejor obra es una fulminante y clara reflexión histórica que solo podía escribir en un período de relativa calma, sin los agobios de la urgencia periodística. Según Evelyn Waugh surgió para cubrir una necesidad temporal y quedó como un monumento permanente y Borges lo considera una “extraña historia universal que prescinde fechas y en la que casi no hay nombres propios y que expresa la trágica hermosura del destino del hombre sobre la tierra”. Esta obra escrita en 1925 surge como respuesta a “Esquema de la Historia” de H.G. Wells. En ese libro Wells, con una visión materialista del mundo, considera que el hombre es solamente el resultado de la evolución. Nada podría haber exasperado más a Chesterton que tiene una opinión diametralmente opuesta: José Manuel de la Prada en el prólogo a este libro dice “El hombre según Chesterton no es el fruto de una evolución, sino de una revolución y para mejor explicar este aserto nos lleva de la mano al interior de las cavernas que habitaron nuestros antepasados”.
Pero veamos como el mismo Chesterton nos explica que este libro está considerado mucho más desde el punto de vista histórico que el teológico y que no debe relacionarse con su reciente conversión a la fe Católica. Aquí hay dos conceptos que quiere tratar: la criatura llamada hombre y el hombre llamado Cristo: “He dividido este libro en dos partes: la primera es un esbozo de la aventura más importante vivida por la raza humana hasta el término de su itinerario pagano; la segunda, un resumen de la sustancial diferencia que supuso su transformación al cristianismo”.
Y así como “Ortodoxia” provocó una serie de conversiones, también lo hizo “El Hombre Eterno”. Entre los que fueron impactados profundamente por el mensaje y contenido del libro se encuentra el escritor C.S Lewis quién en su libro Sorprendido por la Alegría dice: “Entonces leí El Hombre Eterno de Chesterton y por primera vez ví toda la concepción cristiana de la historia expuesta en una forma que me parecía tener sentido. De alguna manera me las arreglé para que el remezón no fuera demasiado fuerte. Recordarán que ya creía a Chesterton el hombre vivo más sensato que existía, dejando de lado su cristianismo”.
Quiero citar algunas palabras de Chesterton en las conclusiones de El Hombre Eterno: “Sin embargo (la Iglesia Católica) ha aguantado dos mil años, y el mundo, a su sombra, se ha hecho más lúcido, más equilibrado, más razonable en sus esperanzas, más sano en sus instintos, más gracioso y alegre ante el destino y la muerte, que todo el mundo que no se acoge a ella”.

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