En 1933, el militante aprista Abelardo Mendoza Leiva mató al entonces mandatario. El partido, fundado por Víctor Raúl Haya de la Torre, negó su participación y lo atribuyó a un “individuo fanatizado”. Aún existen varias teorías sobre el crimen.
Por Valeria Delgado Zela- Infobae.com
El Perú es un país que ha sufrido varios magnicidios, uno de ellos sucedió hace 89 años. En 1933, el presidente general Luis Miguel Sánchez Cerro fue acribillado el 30 de abril mientras pasaba revisión a las tropas ante una inminente guerra contra Colombia. Su asesino era un militante aprista. El lugar del crimen fue en el antiguo hipódromo de Santa Beatriz, hoy el Campo de Marte, en Jesús María.
El militar ocupó el sillón presidencial en dos ocasiones. La primera vez fue entre 1930 y 1931, tras convertirse en líder de la Junta Militar de Gobierno, luego del golpe a Augusto B. Leguía; y la segunda vez fue a fines de 1931, como candidato de su partido Unión Revolucionaria, con el cual derrotó a Víctor Raúl Haya de la Torre, el candidato del Partido Aprista Peruano (APRA).
Los apristas nunca aceptaron los resultados y lanzaron acusaciones de fraude, las cuales eventualmente no pudieron ser probadas. Sánchez Cerro contaba con un gran apoyo de las masas, porque es “cholo como nosotros”.
Pero a lo largo de su gobierno, la violenta lucha política hizo al Gobierno apresar y deportar a varios líderes apristas. Así, el 6 de marzo de 1932, Sánchez Cerro fue víctima de un primer atentado contra su vida. En la iglesia de Miraflores, un joven aprista le disparó y logró perforarle un pulmón, pero se recuperó en un mes.
Fuente: Rincón de Historia Peruana (Facebook).
EL ASESINATO
El 30 de abril de 1933, el presidente pasaba revista a las tropas peruanas que serían enviadas al trapecio amazónico para enfrentarse con el ejército colombiano. Era una actividad importante, pero nadie esperaba que tuviera un sangriento y dramático final.
El mandatario demoró 45 minutos en el coctel con el que fue agasajado por la ocasión, en el bar de la tribuna oficial del Hipódromo. La banda de músicos de un regimiento de artillería tocó la Marcha de Banderas cuando se anunció la salida del jefe del Estado, el general Sánchez Cerro. Era la 1:00 p.m.
Los ocho batidores del escuadrón escolta se ubicaron delante del auto hispano suiza. Un oficial del mismo cuerpo militar, a caballo, se acercó al estribo izquierdo del carro para hacerle la compañía acostumbrada.
Foto: Archivo El Comercio.
Cerca de 200 personas estaban en la parte posterior de la tribuna oficial de la cancha de carreras, con el deseo de ver al presidente retirarse. Cuando apareció el mandatario en las gradas del edificio lo aplaudieron y él saludó militarmente a la audiencia, mientras la banda tocaba la marcha presidencial.
El general ingresó a su vehículo descapotado, le siguieron el presidente del Gabinete y el ministro de Relaciones Exteriores, el doctor José Matías Manzanilla, quien se sentó a su izquierda. En los asientos delanteros, se situaron, el jefe de la Casa Militar, el coronel don Antonio Rodríguez (al lado derecho), y el edecán mayor don Eleazar Atencio (al izquierdo). En el automóvil que iba detrás de ellos se instalaron los demás miembros de la Casa Militar presidencial.
Antes de partir, el general Sánchez Cerro hizo con la mano una señal de despedida. Varios miembros del cuerpo diplomático contestaron el afectuoso saludo.
El auto avanzaba entre la multitud que le aplaudía. El presidente agradeció con la mano derecha, sonriente. Varias mujeres y hombres iban a paso ligero y casi se lanzaron sobre el carro. Esto obligó a que el chófer, por propia determinación o por una orden, tuvo que disminuir la velocidad.
De esta forma, mientras el vehículo presidencial se abría paso entre la multitud, un individuo “de azul marino, usaba camisa blanca y usaba medias y zapatos amarillos” -según El Comercio- logró superar la seguridad y asaltar el carro. Se subió al estribo del vehículo y con una mano apoyada en el capote le propinó varios disparos por la espalda al hombre más poderoso del Perú. El arma era una pistola automática Browning.
Fueron segundos de desconcierto. Nadie podía creer que acababa de suceder. Los militares reaccionaron y abatieron al asesino, quien después sería identificado como Abelardo Mendoza Leiva, natural de Cerro de Pasco y que años atrás se había afiliado en el partido aprista, según historiadores como Jorge Basadre.
Las crónicas de la época mencionan que siguió una lluvia de balazos. El soldado de la guardia republicana, Teodoro Rodríguez, fue otra de las víctimas mortales de la jornada, mientras que otros miembros de su escolta terminaron heridos.
Según El Comercio, Mendoza Leiva tenía ‘múltiples heridas de bala y 4 de lanza’.
LA NOTICIA DE SU MUERTE
Sánchez Cerro quedó gravemente herido y fue trasladado al Hospital Italiano, en la avenida Abancay, en el Cercado de Lima. Pero, esta vez, no pudo resistir a las heridas. Falleció tras dos horas de agonía.
La noticia de su muerte fue confirmada por radio y en una edición extraordinaria del diario El Comercio, la tarde de ese mismo día.
El cadáver del presidente fue llevado a la capilla de Palacio de Gobierno, donde los ministros y autoridades policiales y militares, además de los miles de sus simpatizantes, acudieron a despedirlo.
Los restos presidenciales luego fueron trasladados hacia la parroquia del Sagrario, donde permaneció hasta el 3 de mayo. Los funerales fueron el 4 de mayo, en el cementerio Presbítero Maestro. Luis Miguel Sánchez Cerro tenía solo 43 años.
“Sobre el ataúd que guarda los restos del general Sánchez Cerro estaban colocados su espadín y sombrero de picos de general con pluma blanca. En la parte superior de la capilla había un Cristo de 2 metros de alto. Delante estaba la bandera de guerra del regimiento Escolta del presidente de la República. Una guardia de honor formada por soldados de este Regimiento con uniforme de gala y carabina al hombre rodeaba al cadáver. Seis cirios estuvieron permanentemente ardiendo durante el velorio”, informó El Comercio.
El 1 de mayo el Congreso de la República declaró duelo nacional. Las calles, bancos y negocios permanecieron vacíos. Las banderas se izaron a media asta, en señal de luto.
UN CRIMEN SIN RESOLVER
El asesinato de Sánchez Cerro se dio en un tiempo donde los enfrentamientos con el APRA eran fuertes. Se recuerda que cuando el programa nacionalista y de profundas reformas de Haya de la Torres espantaron al país, la victoria del general fue gracias al apoyo que recibió del Perú católico, conservador y oligárquico. Había sido elegido para hacerle frente a lo que muchos aseguraban era una “amenaza comunista”.
Pero este crimen también se prestó a varias teorías. Muchos adjudicaron la autoría intelectual del crimen al general Oscar R. Benavides, quien asumió el poder inmediatamente. El líder de la Unión Revolucionaria, Luis A. Flores, creyó esta teoría y llegó a decir “el asesino está en Palacio”.
Sin embargo, según la historiadora Margarita Guerra, la responsabilidad directa fue del APRA. Aun así, el partido lo negó y atribuyó la culpa a ‘un individuo fanatizado’.
Según el aprista Armando Villanueva del Campo, en su libro ‘La gran persecución’, escrito en coautoría con Guillermo Thorndike, hubo un complot en el asesinato de Sánchez Cerro. En este habría participado un sector del partido aprista, del que formaba parte Leopoldo Pita.
Pero esta teoría tampoco está confirmada. Así, sigue siendo un crimen sin resolver.
Arturo Jiménez Borja: muerte por estrangulamiento en su casa de San Miguel
La noticia cayó como una bomba en las redacciones durante ese enero del año 2000, en medio de noticias electorales (reelección fujimorista) y las expectativas por el nuevo siglo que comenzaba. Arturo Jiménez Borja, el notable médico, etnólogo e historiador peruano fue hallado muerto en su casa limeña de San Miguel. Llevaba ocho días de fallecido. Llamó la atención la violencia contra un hombre de 91 años. Fue una terrible pérdida para la cultura peruana.
Se dedicó a la restauración de monumentos antiguos, como los de Puruchuco, un sector de Pachacámac, Huallamarca y Paramonga, edificando un museo de sitio en cada uno de ellos. Viajó a los Estados Unidos y a México para especializarse en restauración. Fue el pionero en este tipo de trabajos de restauración y revalorización de sitios arqueológicos, que mereció diversas críticas pues no se ajustaban necesariamente a la morfología original de los monumentos y se orientaban más a convertirlos en atractivos turísticos.
Fue director del museo de sitio de Pachacámac (1956), sub-director de la Casa de la Cultura (1970), director de los museos regionales y de sitio (1977), asesor del director del Instituto Nacional de Cultura en lo referente a museos, y, finalmente, director del Museo de la Nación (1991).
Donó su colección de instrumentos musicales del Perú a la Universidad Nacional Mayor de San Marcos; y su colección de máscaras de todo el Perú al Instituto Riva-Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú.
Murió asesinado el 13 de enero del 2000, en su vivienda en Lima, en circunstancias que no han sido esclarecidas del todo. En cumplimiento de su voluntad, fue enterrado en el jardín de la entrada del Museo de Sitio de Puruchuco.
Fuente: Wikipedia.