¡Eres tú!

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Evangelio según San Mateo 28,16-20.
En aquel tiempo, los once discípulos fueron a Galilea, a la montaña donde Jesús los había citado.
Al verlo, se postraron delante de el; sin embargo, algunos todavía dudaron.
Acercándose, Jesús les dijo: “Yo he recibido todo poder en el cielo y en la tierra. Vayan, y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos, bautizándolos en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, y enseñándoles a cumplir todo lo que yo les he mandado. Y yo estaré siempre con ustedes hasta el fin del mundo“.

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

Cuando era niño, en nuestro barrio había muchos niños de mi edad. Sobre todo en verano, cuando había un patio de recreo al final de nuestra calle de una manzana, solíamos jugar a muchas cosas. Uno de ellos era la pillada. Recordarás que cuando alcanzabas a la persona a la que perseguías la tocabas y le decías: “¡Ya estás!”. Entonces tenías que correr detrás de alguien, preferiblemente alguien que no pudiera correr tan rápido como tú, y tocarle y decirle: “¡Eres tú!” (“You’re it!”).
La Fiesta de la Ascensión, que celebramos hoy, trata de ser enviados por Dios para dar testimonio de Él. Nuestro Evangelio (Lucas 24, 46-53) muestra este momento final de los discípulos reunidos con Jesús. Antes de alejarse de su compañía, les dice que “son testigos” por haberle oído, visto y experimentado a él y su ministerio terrenal. También son testigos, ahora, de su resurrección y ascensión. Tienen mucho que contar. Les envía a “predicar en su nombre a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén”. Les está diciendo: “¡Sois vosotros!”. “Mi obra está ahora en vuestras manos”.
La Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles (1,1-11) refleja, en cierto modo, este evangelio, cuando Jesús asciende al cielo ante los ojos de los discípulos. Siempre me han intrigado los versículos finales de esta lectura, cuando los dos hombres vestidos de blanco se acercan a ellos, mientras siguen mirando al cielo, y les pregunta: “Galileos, ¿por qué estáis ahí mirando al cielo? Este Jesús que ha sido arrebatado de vosotros al cielo volverá por el mismo camino que le habéis visto ir al cielo”. Para mí, esto representa la llamada a la acción. Era hora de que se pusieran manos a la obra en la misión que Jesús les había encomendado. Basta ya de miedo o de vacilaciones. Era el momento de actuar. “¡Ya está!”
En nuestra Segunda Lectura de la Carta de San Pablo a los Efesios (1,17-23), las palabras de San Pablo nos ayudan a darnos cuenta de quién es Jesús, y de quiénes somos nosotros como discípulos suyos. Es el Hijo de Dios, resucitado de entre los muertos. Toda autoridad y todo poder le han sido dados, Él es la “cabeza de todas las cosas para la Iglesia, que es su cuerpo”.
En cada una de las lecturas de esta semana hay otro factor que las une: el Espíritu Santo. En la primera lectura se nos dice que los discípulos recibirán “instrucciones por medio del Espíritu Santo a los apóstoles que él ha elegido”. Les dice que permanezcan en Jerusalén hasta que sean “bautizados con el Espíritu Santo”. En la Segunda Lectura, San Pablo nos dice que el Espíritu nos dará “sabiduría y revelación, que den como resultado el conocimiento de Jesucristo”. En el Evangelio, Jesús asegura a sus discípulos que “enviará sobre vosotros la promesa de mi Padre”. Eso es el Espíritu Santo.
Si Jesús nos llama y nos envía a ser sus testigos, no nos dejará solos, abandonados u olvidados. Nos dará el Espíritu Santo para que nos guíe, nos anime e ilumine. No nos deja mal equipados para nuestra misión, sino acompañados y reforzados para compartir esa vida de Dios con los demás. Volviendo a mi historia, tenemos que acercarnos a los demás y tocarles con el don de la fe y decirles: “¡Ya está! Ahora, sal y comparte la Buena Nueva con los demás”.
Dos palabras que solemos utilizar indistintamente son “discípulo” y “apóstol”. No son lo mismo. Un “discípulo” es alguien que escucha, alguien que se sienta a los pies del maestro, alguien que sigue una cierta “disciplina” para llegar a ser como el maestro. Un “apóstol” es un discípulo exitoso que ahora es enviado a compartir lo que ha visto, oído y experimentado.
No podemos seguir siendo “discípulos” para siempre, en el sentido de sentarnos a los pies del maestro y permanecer inactivos y sin compromiso. Siempre seremos “discípulos” de Jesús, pero el fruto de esa vida en Cristo es convertirnos en “apóstoles”. A veces no queremos dar ese paso, ese compromiso, de ser ‘apóstol’, de dar testimonio de Cristo y compartir su Buena Noticia. Puede que miremos a los demás y pensemos o digamos: “Ellos están mejor preparados que yo”, “Yo no soy nadie”, “Yo no puedo hacer nada por Jesús”. Esta es una huida cobarde para muchos durante mucho tiempo. Una vez que salgamos y demos testimonio de Jesús descubriremos que estamos preparados, que somos alguien y que podemos hacer algo por Jesús. El Espíritu Santo nos dará sabiduría y valor. Él nos ayudará a encontrar las palabras que tocarán la mente, el corazón y el alma de la otra persona. Nuestro compartir de fe, nuestro testimonio, será para ellos un testimonio vivo de Jesús. No necesitamos citar las Escrituras o el Catecismo de la Iglesia Católica Romana, pero cuando el corazón habla al corazón, el Espíritu nos bendecirá.
En nuestros hogares, en el trabajo, en la escuela y con nuestros amigos deberíamos querer compartir nuestra fe, si realmente creemos que es algo bueno, que es algo santo, que puede sanarnos y salvarnos, que puede levantarnos y darnos nueva vida. Si lo creemos de verdad, sólo tendría sentido que nos acercáramos a los demás y los tocáramos con el amor y la verdad de Dios y les dijéramos: “¡Ahora sí!”. “Ahora es el momento de que abraces esta fe en Jesucristo y te conviertas en su ‘discípulo’, y te prepares para ser su ‘apóstol’ y ‘etiquetar’ a otros”.
Ese es, para mí, el mensaje de las lecturas de esta semana. Dios depende de nosotros para compartir su Buena Noticia, y para convertirnos en su Buena Noticia. No podemos ser como los primeros discípulos y limitarnos a mirar al cielo. En este Domingo de la Ascensión, esos mismos ángeles se nos acercan como seguidores de Jesús y nos dicen: “¡Eres tú!”.

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