Religión y conflicto en la iglesia ortodoxa
Por Hernán Yamanaka- Páginaenblanco.pe
El conflicto en Ucrania mantiene al mundo en gran incertidumbre. Sus causas son geopolíticas y nostálgicas (la añoranza de un imperio zarista-soviético), pero la complejidad de su origen tiene un aspecto religioso que debe tomarse en cuenta.
La Iglesia ortodoxa
Es necesario decir algo sobre la Iglesia ortodoxa, la mayoritaria en Ucrania y en Rusia. En Occidente, por la omnipresencia de la Iglesia católica (y por falta de sentido ecuménico entre los mismos católicos), sabemos muy poco de la Iglesia ortodoxa, el lado oriental del cristianismo. Hablamos de la segunda confesión cristiana en el mundo (más de 300 millones) que concentra en Rusia su mayor número.
Desde sus inicios el cristianismo tuvo «dos pulmones» (expresión de Juan Pablo II, 1985): el occidental, con el papa de Roma como referente; y el oriental, en el que Constantinopla (capital del Imperio Romano de Oriente desde el siglo IV) fue punto focal. Las respectivas tradiciones y líneas de pensamiento fueron distanciándolos, proceso en el que no fueron ajenos intereses culturales, políticos y hasta idiomáticos (el latín frente al griego). Las diferencias llegaron al paroxismo en 1054 cuando se consumó el cisma con la excomunión mutua entre el patriarca constantinopolitano y el papa de Roma (la Iglesia de Roma sufrirá una división más, la Reforma Protestante del siglo XVI).
La ortodoxia vive un muy marcado sentido de autonomía, al punto que cada iglesia es autocéfala (cabeza de sí misma). Suelen ser iglesias nacionales, muy vinculadas a lo especifico de cada pueblo (Rusia, Grecia, Rumania, etc.). El patriarca de Constantinopla es el jefe espiritual de la ortodoxia, aunque su potestad es básicamente simbólica, representativa, como un primus inter pares; el actual es Bartolomé I y es un conocido ecologista, de talante abierto y ecuménico.
¿Relación con la Iglesia católica? Sí: hoy cordiales y dialogantes, coincidentes en la lucha por grandes causas globales. A nivel de gestos y símbolos el más importante fue el levantamiento en 1965 de aquellas mutuas excomuniones de 1054. Bartolomé y Francisco son amigos personales y suelen coincidir en actividades religiosas. Las diferencias teológicas entre ambas son muy pocas y no insalvables, pero difieren sustancialmente en la función del papa -autoridad suprema en el catolicismo- a quien los ortodoxos no reconocerían más que un primado de honor llegado el caso.
La Ortodoxia en Ucrania
La región de Kiev tiene un significado fundacional para ucranianos y rusos, pues fue allí donde nació el cristianismo eslavo: en el año 988 misioneros llegados de Constantinopla convirtieron y bautizaron al príncipe Vladimir (Volodymyr para los ucranianos) y desde Kiev la ortodoxia se expandió hacia el este. La primacía de la ciudad se mantuvo hasta 1240 cuando los mongoles la arrasaron, dando comienzo el apogeo del patriarcado de Moscú. En 1686, el patriarca de Constantinopla confirmó la jurisdicción de Moscú sobre la Iglesia ucraniana.
Desde inicios del siglo XX hubo entre los ortodoxos del país intentos para crear una Iglesia nacional, independiente del patriarcado ruso (1921, 1941, 1992), empresa sin éxito por la férrea negativa de Moscú y la falta de apoyo de otras iglesias autocéfalas. La suerte cambió iniciado el siglo XXI: ya muy madura la intención, un concilio (asamblea) se reunió en Kiev en diciembre 2018 y eligió como primer patriarca a Epifanio.
Un mes después, el 5 de enero, el patriarca Bartolomé I anula el decreto («tomos») que desde el siglo XVII vinculaba la de Ucrania con la rusa y reconoce a la nueva Iglesia como miembro autónomo, independiente e igualitario en el conjunto de las iglesias ortodoxas. Este reconocimiento abrió un grave frente entre Moscú y Constantinopla: el patriarca ruso, Kirill I, indignado por lo que consideró una intromisión, rompió relaciones con el de Constantinopla en duros términos, algo sin precedentes en el mundo de la ortodoxia.
La ortodoxia rusa
La Iglesia ortodoxa fue la religión estatal en la Rusia de los zares, participó de su auge y su caída. La llegada de la Revolución (1917) inició para la iglesia un período de persecución que fue irregular dependiendo de la región donde se practicaba. Con el tiempo, la Iglesia ortodoxa y el Estado (formalmente ateo) lograron una coexistencia de mínimos: la bellísima catedral de san Basilio, en la Plaza Roja, con sus cúpulas multicolores en forma de cebolla (y vecina al Kremlin), se mantiene como prueba de esa fe no extinguida y de la convivencia que logró con el poder.
La caída de la U.R.S.S. significó la liberación: sin límites ni persecuciones, la Iglesia rusa empezó a florecer. Y la llegada de Putin al poder, con su agenda conservadora-nacionalista, alentó una alianza fáctica entre Estado e Iglesia.
Putin y la ortodoxia
El pensamiento restauracionista de Putin tiene muy en cuenta el peso sociocultural de la ortodoxia. Por convicción o por conveniencia, él tiene claro que la «rusiedad» está indisolublemente ligada al cristianismo ortodoxo que, por su lado, no discrepa con el discurso y la práctica conservadora del presidente. Para usar una imagen del Ancien Régime, diríamos que el altar y el trono pretenden defender valores amenazados por la liberalidad de un Occidente caduco. Y no olvidemos que la Iglesia ucraniana autocéfala (y «rebelde») está peligrosamente cercana -en el espacio, la interrelación y la simpatía- a una Europa que el nacionalismo ruso considera «los otros».
Como vemos, el conflicto en Ucrania tiene muchas aristas y el factor religioso es una de ellas. Ojalá este nudo de intereses pueda ser cortado, por el bien de los pueblos involucrados y de todo el mundo.