Jesús seguía su camino

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Evangelio según San Lucas 4,21-30.
Entonces comenzó a decirles: “Hoy se ha cumplido este pasaje de la Escritura que acaban de oír”.
Todos daban testimonio a favor de él y estaban llenos de admiración por las palabras de gracia que salían de su boca. Y decían: “¿No es este el hijo de José?”.
Pero él les respondió: “Sin duda ustedes me citarán el refrán: ‘Médico, cúrate a ti mismo’. Realiza también aquí, en tu patria, todo lo que hemos oído que sucedió en Cafarnaún”.
Después agregó: “Les aseguro que ningún profeta es bien recibido en su tierra.
Yo les aseguro que había muchas viudas en Israel en el tiempo de Elías, cuando durante tres años y seis meses no hubo lluvia del cielo y el hambre azotó a todo el país.
Sin embargo, a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una viuda de Sarepta, en el país de Sidón.
También había muchos leprosos en Israel, en el tiempo del profeta Eliseo, pero ninguno de ellos fue curado, sino Naamán, el sirio”.
Al oír estas palabras, todos los que estaban en la sinagoga se enfurecieron y, levantándose, lo empujaron fuera de la ciudad, hasta un lugar escarpado de la colina sobre la que se levantaba la ciudad, con intención de despeñarlo.
Pero Jesús, pasando en medio de ellos, continuó su camino.Imagen referencial. Foto Arzobispado de Lima

Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:

En nuestra condición humana podemos ser volubles: un momento estamos en favor de algo, y otro tiempo en su contra. Nuestra aceptación y nuestro rechazo pueden cambiarse fácilmente.
Abraham Lincoln había perdido siete elecciones a diferentes oficios hasta ser elegido el Presidente de los Estados Unidos de América.
Vincent van Gogh había ganado un total de $85 dólares por sus pinturas durante su vida, y ahora tienen valor de millones de dólares.
Laurence Peters, el autor de El Principio Pedro: Por qué las cosas siempre resultan mal (The Peter Principle: Why Things Always Go Wrong) tuvo veintinueve cartas de rechazo a la edición de ese libro, que al final ha vendido más de ocho millones de copias.
He pensado en este aspecto de nuestra humanidad cuando he leído el evangelio de este fin de semana (Lucas 4:21-30). Al comienzo del evangelio, la conclusión del evangelio de la semana pasada, Jesús dice: “Hoy se cumplen estas profecías que acaban de escuchar”. La gente fue asombrada y estuvieron “muy admirados”. Pero, dentro de poco tiempo, encontramos que la misma gente “se ha indignado” y le han sacado de Nazaret queriendo “arrojarlo desde…un barranco del cerro”. En verdad, podemos decir que fueron volubles.
Jesús se revela en el evangelio –y por todos los evangelios– como un profeta. Un profeta es uno que habla para Dios. Tantas veces, en las Escrituras Hebreas, vemos que el Dios Padre mandaba los profetas para hablar a su pueblo. La Primera Lectura del Profeta Jeremías (1:4-5, 17-19) nos dice cómo Dios ha asegurado a Jeremías que él iba a hablar para Él. Él le dijo “Antes de formarte en el seno de tu madre, ya te conocía, antes de que tú nacieras, yo te consagré, y te destiné a ser profeta de las naciones”. Dios está con sus profetas, a pesar de que ellos no se sienten indignos ni preparados. Esta fue la lucha de cada profeta, de creer que Dios iba a hablar a través de él, y que sus palabras humanas humildes iban a mover los corazones del pueblo de Dios. Solos, esto no habría podido pasar, sino por la gracia de Dios –como respuesta del llamado de Dios– esto sería cumplido. Ellos serían sus profetas.
Jesús, como Dios-hecho-hombre, es el profeta supremo. Un profeta tiene dos trabajos: para anunciar y para denunciar.
Cada uno aplauda a los que anuncian como han hecho con Jesús. El pueblo fue atraído a él y le ha seguido cuando predicaba del amor de Dios, de la protección y la presencia de Dios en sus vidas, y cuando les han hecho recordar las promesas de Dios. Cuando el ha sanado a gente, y le ha liberado de los espíritus malos, la gente le han ido a él, trayendo sus enfermos y sus necesitados, y viniendo por su propio bienestar. ¡Todos quieren las buenas noticias!
Pero el profeta también tiene que denunciar. Esto ha resultado en el rechazo de Jesús y los otros profetas. Esto es lo que ha puesto en peligro sus vidas, y porque no han querido aceptar esta invitación. Para denunciar quiere decir de corregir los errores del pueblo, y llamarlos a Dios, llamarles al arrepentimiento, como ha hecho Juan Bautista y tantos otros profetas. Nadie quiere escuchar malas noticias, porque esta parte del rol del profeta quiere decir un cambio: un cambio profundo, un cambio de corazón, un cambio de la dirección de la vida, un cambio en los sueños y esperanzas de uno, los roles y las aspiraciones de uno. Muchas veces la reacción negativa es un fracaso de creer que podemos cumplir lo que estamos pedidos a hacer. Esta actitud nos afecta en nuestra vida familiar, nuestro trabajo y nuestros estudios, cuando estamos enfrentados por los cambios que no hemos podido elegir. Es natural para nosotros a responder así a estas palabras para corregirnos y para traer es cambio en nuestra vida con Dios, y con otros. No es una misión imposible, a pesar de nuestros temores o aprensión. Dios está con nosotros para recibir las palabras de denuncia del profeta, tomar los corazones y actuar sobre ellos, sabiendo que lo pedido nos va a ayudar a cumplir.
En nuestras propias vidas no es siempre fácil anunciar. El mensaje es feliz, pero muchas veces sentimos que no es necesario. Pensamos que la persona ya sabe que es amada –por Dios y por nosotros-, que ellos pueden ver sus dones y talentos, que pueden tener confianza en ellos mismos, que ellos han sido salvados por la cruz de Jesucristo. Pero ellos, obviamente, tienen que escucharlo de nosotros, como la boca de Dios.
En nuestras propias vidas a veces no es fácil denunciar. En nuestra condición humana, podemos fácilmente corregir a otros de una manera de juicio y condenación sin darles una esperanza, sino poniendo encima más temor y duda. Para mí, esto es donde el poder de la segunda Lectura viene este fin de semana, las palabras famosas de San Pablo en la Primera Carta a los Corintios (12:31-13:13). Las palabras del profeta salen del amor, no la condenación. El pide la esperanza, no la desesperación. Si tenemos ese amor, como descrito por San Pablo –este amor desinteresado, generoso y misericordioso– las palabras del profeta van a sanar y levantar. Esto es el amor de Dios para nosotros, y estamos llamados, como sus profetas, de compartir ese amor con otros en nuestro anunciar y nuestro denunciar.
Cuando fuimos bautizados fuimos ungidos “sacerdote, profeta y rey”. Dios quiere que cada uno de nosotros seamos sus profetas – como él nos muestra y como Jesús nos muestra. Que está lecturas este fin de semana, nos inspiren a ser profetas de Dios –compartiendo en el trabajo de Jesús y de la Iglesia– anunciando y denunciando para traer el reino de Dios a nuestro mundo aquí y ahora, reflejando la verdad y el amor de Dios, y su presencia en y entre nosotros.

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