País de la esperanza

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EL VUELO PAPAL

Crónica-testimonio de la periodista peruana Fátima Saldonid sobre su viaje junto al Papa Francisco al cumplirse un mes de dicha experiencia

Escribe: Fátima Saldonid-www.laabeja.pe
Cuatro de la madrugada. Me recogen del hotel para ir al aeropuerto. Estoy despierta desde las dos. He dormido dos horas. No puedo con la ansiedad. El frio me congela. Contrasta con la calidez de los romanos. Tan afectuosos. Tan atentos. Veo a través de la ventana las calles de Roma. La ansiedad va en aumento. El aeropuerto de Fiumicino me recibe. Ya están ahí muchos colegas. Hay que entregar maletas. Cada una con una tarjeta que nos identifica. Me encuentro con colegas chilenas. Son encantadoras y están expectantes como yo.
Martiza Tapia de Radio Cooperativa de Chile, Soledad Vial de El Mercurio me acogen. Hay veces en que además de la unidad periodística necesitas la femenina. Me dicen que esté atenta. Que no hay sitios asignados para nosotras. Sólo los tienen los camarógrafos, los fotógrafos y los de radio. Lo tiene Maritza, entonces. Bromeamos con ella.
Subimos al autobús que nos conduce al avión. Mi ansiedad va en aumento. MIguel Ángel Huamán mi camarógrafo me mira. Cuatro días de trabajo intenso nos han enseñado a comunicarnos con un lenguaje no verbal. ¡Atentos a todo! Y de pronto el avión de Alitalia nos espera con la bandera italiana y la del vaticano. Es un Boeing de 252 pasajeros. Es el 777/200. El Sastriere. Toma su nombre de una ciudad italiana. La ruta normal de Roma a Santiago es denominada AZ 688. Pero es un vuelo papal. Y entonces decimos que es un AZ 4000. Estamos a bordo 120 pasajeros. De los cuales somos 73 periodistas.
El ingreso es la locura. Como niños todos corren a tomar la mejor posición. Me aturdo un poco. Soledad Vial está ubicada en la sexta fila. Me llama con la mirada. Tengo un asiento. Estamos juntos Ghiovani Hinojosa de La Republica, Juan Pablo Iglesias de la Tercera de Chile, Soledad del Mercurio y yo de Tv Perú. El corazón se me acelera. Estoy aquí.
Despegamos. Mi mente también. Tengo en mis pensamientos a muchas personas. Rezo. Me encomiendo al Espíritu Santo. De pronto todo empieza a moverse en una coreografía perfecta. De las cortinas aparece Monseñor Matteo Bruni Jefe de Prensa del Vaticano. Todos en su sitio. Tengo el celular listo. Y de pronto frente a mí el Santo Padre. Me paralizo. Lo observo. Lo escucho.
Greg Burke el portavoz del Vaticano nos entrega una foto. El Papa Francisco nos dice que la imagen es la de un niño que espera su turno en el crematorio para su hermanito muerto que carga en la espalda. Es la foto que tomó Josph Roger O’ Donnell fotógrafo americano después del bombardeo atómico en Nagasaki. La tristeza del niño se expresa en sus labios mordidos y rezumados de sangre. Veo la imagen y se me parte el alma. Pienso en mis hijos. Nicolás y Joaquín. Es el fruto de la guerra nos dice el Santo Padre.
El momento esperado está por venir. El Papa Francisco empieza a acercarse uno por uno. Tengo tantos encargos. Ya previamente he coordinado con Matteo Bruni. Solo un par de regalos. El resto lo vemos después.
Se acerca a mí. Pero antes me mira. Tan profundamente y con tanta bondad en sus ojos que me inclino y le beso el anillo. Quizás es uno de los momentos que recuerde antes de morir.
Le cuento que al enterarme que estaría junto a él en este vuelo, lo conté en las redes sociales y pedí que si alguien tenía un familiar enfermo o en alguna necesidad grave me diera su nombre para pedirle al Santo Padre su bendición para cada una de las personas
Le dije que empecé la lista a mano. Y que luego me desbordó y llegó a dos mil personas. Le conté que en esa lista hay niños con cáncer, esposas que no pueden concebir, familias a punto de romperse, padres de familia desempleados, padres ancianos que no tienen más fuerzas para cuidar a sus hijos enfermos.
El Papa nunca dejó de mirarme a los ojos y mientras le hablaba de algunos casos particulares el cerraba los ojos. Y yo sentí que el Papa hablaba con Dios. Le dije que me sentía muy pequeña e insignificante para estar ahí ante él explicando esas cosas. Me dijo que era un instrumento de Dios y luego sus palabras textuales. “Dile a cada una de las dos mil personas de tu lista que has hablado conmigo. Diles que voy a rezar en serio por cada uno de ellos. Y diles que Dios conoce sus nombres completos pero sobre todo sabe por los problemas que están pasando. Que no se preocupen yo voy a rezar por cada uno de ellos. Diles eso”. Cerro los ojos y rezó unos segundos. Y dio una indicación a sus acompañantes sobre las personas de la lista.
Yo ya no podía dejar de llorar. Le entregué una imagen de Nuestra Señora de Luján y un retablo ayacuchano. El Papa siguió su camino bendiciendo a todos…
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