Evangelio según San Marcos 1,14-20.
Después que Juan fue arrestado, Jesús se dirigió a Galilea. Allí proclamaba la Buena Noticia de Dios, diciendo: “El tiempo se ha cumplido: el Reino de Dios está cerca. Conviértanse y crean en la Buena Noticia”.
Mientras iba por la orilla del mar de Galilea, vio a Simón y a su hermano Andrés, que echaban las redes en el agua, porque eran pescadores.
Jesús les dijo: “Síganme, y yo los haré pescadores de hombres”.
Inmediatamente, ellos dejaron sus redes y lo siguieron.
Y avanzando un poco, vio a Santiago, hijo de Zebedeo, y a su hermano Juan, que estaban también en su barca arreglando las redes. En seguida los llamó, y ellos, dejando en la barca a su padre Zebedeo con los jornaleros, lo siguieron.
Una Iglesia con olor a humanidad
Por Juan Bytton Arellano SJ-Diario El Comercio.
Ha llegado el papa Francisco, líder de la Iglesia católica con más de mil doscientos millones de seguidores en el mundo. Según sus propias palabras, el papa Francisco llega como “peregrino de la alegría del evangelio para compartir con todos las paz del Señor” . Alegría y paz hablan de dos dimensiones cuyo amalgamiento es garante y fruto de lo que denominamos justicia.
La historia del papado va intrínsecamente ligada a la historia de la Iglesia. Ha llegado un líder que se ha ganado la admiración y confianza de miles, pero también el resentimiento de muchos. Sin embargo, ni unos ni otros pueden negar la entereza humana y la coherencia de vida de este hombre. Frente a los años difíciles de la Iglesia, surge una vez más el lema Ecclesia semper reformanda para mantenerse fiel a su fuente: el evangelio de Jesús. Animada por Francisco, la Iglesia tiene y debe seguir este proceso, de lo contrario corre el riesgo –y hay mucha historia al respecto– de vivir encerrada en sí misma, y juzgar al mundo con los ojos mirándose el ombligo. Francisco viene a “confirmarnos en la fe” , es decir, a confirmar con su presencia lo que vemos y oímos sobre él y sus audaces pasos, mostrándonos que el camino de la Iglesia es caminar, salir, acercarse, abrazar y en ese mismo proceso sanar-se. Si la Iglesia se aleja de la gente, se aleja de Dios.
Como nos recuerda el teólogo Henri de Lubac SJ, en sus “Meditaciones sobre la Iglesia”, ella está llamada a “reflexionarse a sí misma”, para no correr el riesgo de quedarse anclada en el “tiempo”. Francisco nos está enseñando que el “espacio” para esa vital reflexión es la calle, los vaivenes de la condición humana y lo complejo de los sistemas de convivencia. “La experiencia de Dios, estando a veces dispersa o mezclada, pide ser descubierta y no construida” sentenciaba Francisco en el Congreso Internacional de Pastoral de las Grandes Ciudades (Roma. Noviembre, 2014).
La misericordia es la clave interpretativa del actuar de Francisco. Misericordia que nace del amor infinito del Dios Padre en quien los cristianos creemos. Sin embargo, esa misericordia tiene un efecto universal capaz de llegar a todos y salir al encuentro de las necesidades apremiantes de tantos compatriotas víctimas de los desastres sociales y ambientales. Lima, Trujillo y Madre Dios, son tres realidades de un Perú rico en diversidad, pero dolido en el alma por el abandono, la indiferencia y el feroz interés personal que ahonda las desigualdades y genera la corrupción.
Según el último boletín del Instituto de Opinión Pública de la PUCP “Religiones y religiosidad en el Perú de hoy” (Diciembre, 2017) el 89,1% de la población en el Perú se considera creyente, y dentro de este el 75,2% se considera católico. Para creyentes y no creyentes, esta visita puede ser una ocasión especial para respirar un aire diverso. Todos tenemos derecho a disfrutar de la frescura de un mensaje capaz de remover las conciencias y dar paso a los sentimientos más auténticos. Solo así “la cultura del encuentro” será una realidad beneficiosa para todos, pasando de los gestos a la acción y de la acción al compromiso.
La reforma impulsada por el Concilio Vaticano II y retomada por Francisco no tiene marcha atrás. Una reforma de triple alcance: institucional, pastoral y actual. La Iglesia en salida es una realidad. Que ella, inmersa en la sociedad, sea capaz también de construir, desde el amor, una sociedad libre y equitativa, capaz de tomar en serio un proceso de reconciliación y desarrollo humano sostenido, respondiendo a la necesidad de la gente más golpeada, estando con ella, en sus alegrías y tristezas, en sus miedos y esperanzas. Una Iglesia con olor a humanidad.