La tumba del obispo Jesús Emilio Jaramillo, asesinado por el ELN.
Evangelio según San Mateo 18,15-20.
Jesús dijo a sus discípulos:
Si tu hermano peca, ve y corrígelo en privado. Si te escucha, habrás ganado a tu hermano.
Si no te escucha, busca una o dos personas más, para que el asunto se decida por la declaración de dos o tres testigos.
Si se niega a hacerles caso, dilo a la comunidad. Y si tampoco quiere escuchar a la comunidad, considéralo como pagano o publicano.
Les aseguro que todo lo que ustedes aten en la tierra, quedará atado en el cielo, y lo que desaten en la tierra, quedará desatado en el cielo.
También les aseguro que si dos de ustedes se unen en la tierra para pedir algo, mi Padre que está en el cielo se lo concederá.
Porque donde hay dos o tres reunidos en mi Nombre, yo estoy presente en medio de ellos.
El Papa beatifica al primer obispo asesinado por el ELN
Por SALUD HERNÁNDEZ-MORA Diario El Mundo.
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Fue una muerte injustificable y cruel. Un acto que enviaba un mensaje contundente a una población que ya vivía atemorizada: si pueden asesinar a un obispo y dejarle tirado en la carretera como un perro, pueden matar a cualquiera. Nadie está a salvo.
Este viernes el Papa beatificará a monseñor Jesús Emilio Jaramillo Monsalve, mártir del conflicto armado. El ELN (Ejército de Liberación Nacional) le acribilló a balazos en la noche del 2 de octubre de 1989, en la vereda Santa Isabel de Panamá, departamento de Arauca, al este de Colombia.
En su momento intentaron justificar el crimen, que conmocionó al país, con un raudal de acusaciones falaces que pocos creyeron. Era un misionero cercano a la gente, fundador de tres internados y un hospital de enfermedades tropicales para los indígenas, colonos y nativos que sobrevivían a duras penas en unos territorios indómitos, ignorados por el gobierno central.
“Murió de una manera terrible”, comenta el padre Elmer Muñoz a EL MUNDO, el último en verle con vida. Viajaban la víspera del crimen en un vetusto campero con dos párrocos y la secretaria de monseñor, cuando los detuvo un grupo de guerrilleros. Retuvieron al padre Muñoz y al obispo, y ordenaron partir a los demás. Un par de horas más tarde pidieron al sacerdote que se marchara y regresara al día siguiente a recoger a Jaramillo. Querían conversar con él a solas.
Ninguno de los dos presintió la tragedia, era un religioso respetado y querido por la comunidad, incansable caminante por las veredas, solidario, con más de tres lustros de labor evangélica y social en Arauca. De 73 años de edad, solo hablaba de Dios y de las injusticias.
“Me llamó aparte y nos confesamos. Yo quería estar a su lado, pero me obligaron a irme”, rememora Muñoz. Cuando volvió con unos campesinos por la mañana,encontraron el cadáver destrozado en una cuneta polvorienta. Lo habían matado con saña. La autopsia revelaría que hicieron seis disparos, dos a la cara, “con balas calibre punto 30, de Carabina M1”.
En el lugar donde apareció tirado su cadáver, levantaron una modesta capilla que nadie parece cuidar hoy en día.
“Fue un crimen de lesa humanidad. Era un hombre integral en su testimonio, sagrado, uno de los mejores oradores de la Iglesia y de los más importantes que ha tenido el episcopado colombiano”, asegura el padre Muñoz. “Ojala sea un perdón de corazón”, indica sobre las informaciones que sugieren que el ELN hará público su arrepentimiento en algún momento de la visita papal.
“El ELN emprendió una persecución contra la Iglesia y los sacerdotes, pretendían impedirnos celebrar misa en las veredas. Monseñor decía que no teníamos que pedir permiso para evangelizar. Él decía, si necesitan más sangre, aquí esta la de mi clero”, señala el padre Muñoz.
Jaramillo entró a los 12 años al seminario de Santo Domingo, Antioquia, su tierra natal. Doctor en Teología de la Universidad Javeriana de Bogotá, con tesis laureada sobre Santo Tomás de Aquino, en 1971 le designaron primer obispo de Arauca.
Encontró unos territorios donde la mortalidad infantil rondaba el 80%, el paludismo, la fiebre amarilla y la mordedura de serpiente causaban estragos, las comunicaciones eran precarias y las necesidades infinitas. Las guerrillas, que aparecieron por esos años, capitalizaron los descontentos y la ausencia de Estado.
“Fue un líder espiritual en todos los sentidos, así como era pequeño en estatura era grande en el sentido filantrópico, tenía un voto de pobreza que se sentía. Viajaba en bus, andaba a pie, llegaba todas las tardes a una casa diferente de visita y ojala una familia en problemas”, apunta Álvaro Pérez, veterano periodista araucano. “Recuerdo que solía decir que dada la situación en Arauca y Colombia en los 80s (narcoterrorismo y otras violencias), llegaría el momento en que su Día Nacional sería el de los Difuntos”, agrega.
“Su tarea evangelizadora chocaba con el proyecto de movilización de masas que traía el ELN. Era el único obstáculo a sus propósitos, un hombre que defendía la no violencia, que denunciaba por igual los atropellos de la guerrilla y los del Ejército, y la manera en que utilizaban el miedo y la voz del silencio para avanzar. Monseñor no iba a ceder. Debían quitarle de en medio”, recuenta el padre Bolívar, en la catedral de Arauca capital, donde descansan sus restos.
Monseñor Jaramillo no fue el único mártir de la Iglesia Católica. Además de él, desde 1984, según la Conferencia Episcopal, han muertos asesinados otro obispo, ochenta y ocho sacerdotes, tres seminaristas, así como cinco monjas y tres religiosos.