Cuarto domingo de Cuaresma
Por Antonio Elduayen Jiménez CM
Les invito a leer el capítulo 21, versículos 4-9 del libro de los Números para saber por qué y para qué Dios mandó a Moisés hacer una serpiente de bronce y ponerla en lo alto de un madero. (Sabrán de paso que, contrariamente a lo que dicen nuestros hermanos evangélicos, Dios no sólo no prohibió hacer imágenes sino que hasta mandó hacerlas (Ex 25,18-19; 1 Re 6, 22-23). Imágenes, SI; ídolos, NO, es lo que Dios nos pide). Aludiendo al texto arriba mencionado, Juan nos dice en su evangelio (3,14-21) que el Hijo del Hombre debe también ser levantado para que el hombre se salve.
Para Juan, “ser levantado” significa que Jesús ha de ser elevado en la cruz (crucificado), pero también y sobre todo que ha de ser “glorificado” (resucitado, ascendido y sentado a la derecha del Padre, una manera de hablar para decir que el Padre Dios le dio todo poder y gloria en el cielo y en la tierra). La exaltación de Jesús en la cruz tiene ese doble sentido, que la Iglesia recoge y celebra en la Fiesta de la Exaltación de la Cruz (el 14.09). Para Jesús, su muerte en la cruz por nosotros fue la manera de mostrarnos su inmenso amor (Jn 15,13) y de llevar a cabo la entrega por amor que el Padre Dios hizo de su Hijo al mundo (Jn 3,16).
Juan nos está diciendo que es grande el amor de Jesús por su Padre, cuya voluntad hará cueste lo que cueste, incluso dar su vida por nosotros. Que es grande igualmente el amor que el Padre Dios nos tiene, tanto que nos entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna…” (Jn 3, 16). He subrayado lo del amor inmenso que Jesús y el Padre Dios nos tienen, porque quiero llegar a donde Juan quiso llevarnos, a saber, que Dios y Jesús no desean juzgar ni condenar a nadie. Que el juicio y la condena nos los hacemos nosotros, al excluirnos por el pecado del Plan de Dios en Jesucristo.
Es sólo una manera bíblica de hablar la que presenta a Jesús viniendo sobre las nubes con legiones de ángeles, y sentándose, como Rey poderoso, para juzgar a todos los hombres (Mt 26, 64, Mc 13,26, Lc 21,27). Jesús vendrá, sin duda, y todos seremos juzgados y sancionados (para el cielo o para el infierno), pero no será tal como lo imaginamos. Ese juez acusador y que nos grita la sentencia no condice con el inmenso amor que Dios y Jesús muestran tenernos. Es muy a su pesar que podemos perdernos, dependiendo del uso bueno o malo que hagamos de nuestra libertad.
¿Crees de verdad en el amor de Dios? Entonces ni serás juzgado (Jn 3,18). El juicio ya lo hiciste al optar y decidirte por ese amor. ¿No has creído en el amor de Dios? Entonces es tu propia incredulidad la que te condena, al rechazar tu única fuente de salvación.
Las imágenes son distintas a la realidad
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