Por Antonio Elduayen Jiménez CM
La personalidad de Jesús en dos ejemplos es lo que más llama la atención en el evangelio de hoy (Mc 1, 21-28). Los ejemplos o casos se dan en una sinagoga de Cafarnaún, en la que Jesús suele comentar la Escritura y en la que, esa mañana, hay entre la gente “un hombre poseído por un espíritu inmundo”, del cual Jesús lo libera. En ambos casos -la explicación de la Escritura y liberación del endemoniado-, hay algo en común, que sobresale y que deja a los fieles fascinados, llenos de asombro: la personalidad de Jesús, que viene a ser una buena mezcla de firmeza y bondad.
Jesús explica con autoridad, como quien sabe, y sin recurrir permanentemente a las masoras o ayudas, que llenan los márgenes de los rollos (libros). ¡Qué distinto de los escribas y rabinos! Luego, cuando se trató de curar al endemoniado, lo hizo también con autoridad, como quien puede. Con una sola palabra de mando: “¡Cállate y sal de él!”, le dijo, y “el espíritu inmundo salió”. El comentario de Marcos se reduce a decir que la fama de Jesús se extendió pronto por todas partes. Ningún otro comentario o deducción, que deja siempre a los interlocutores de Jesús (Mc 15,39: ese hombre es Dios) o a los lectores de su evangelio (Jn 13,27; Mc 14,42: la acción, hasta el final, de Satanás contra Jesús).
Permítanme un comentario, ante todo, sobre la firmeza y bondad del carácter y personalidad de Jesús. Tiene sin duda otros muchos rasgos, por ejemplo, es coherente, sencillo, comprensivo, confiable…, pero me quedo con los de firmeza y bondad, que son los que más necesitamos hoy, sobre todo en el trato familiar y social. Hay que ser firmes a la hora de señalar una tarea o de hacer que las cosas se cumplan o se corrijan. Firmes, pero no duros ni agresivos ni violentos, que sólo conducen a empeorar las cosas. Firmes, pero con bondad y afabilidad, que siempre cautivan y atraen. Que el otro se dé cuenta de que lo que pides u ordenas, es lo mejor y es para su bien. Entonces, no sólo se consiguen las cosas, sino que hasta se agradece… Hagamos nuestro ese arte de Jesús y todo nos irá mucho mejor.
En cuanto a la presencia de Satanás en aquella sinagoga, digamos que fue resultado de su sospecha creciente de que Jesús podía ser el Mesías. Su encuentro con Jesús en el desierto (Mt 4, 1-11) había confirmado esas sospechas. No había logrado su propósito, pero sí había salido resuelto a abordar a Jesús cuantas veces fuera necesario (Lc 4,13), para hacerlo fracasar si realmente era el Mesías. Y allí estaba de nuevo Satanás,hablándole desde un hombre que, con malas artes, había hecho suyo: “Sé que eres el “Santo de Dios”, le dijo, esperando una respuesta. Pero Jesús no cayó en la trampa. Y sin darse por aludido, le mandó callarse y dejar libre al hombre, lo que hizo de mala gana, lanzando un tremendo grito. Conclusión: en nuestra lucha por ser mejores y por el triunfo del bien, el Maligno va a usar todos sus recursos para hacernos caer. Pero no lo logrará si Jesús está presente y acudimos a Él con confianza.
Liberación
Deja una respuesta
[Visto: 764 veces]