Camina sobre la mar

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Camina sobre la mar

Por Antonio Elduayen Jiménez CM
El evangelio de la travesía del mar de Galilea (Mt 14, 22-33) por los apóstoles, tan llena de peripecias, es como una parábola en acción sobre la iglesia. Leyendo entre líneas, el relato tiene que ver con las dificultades serias que estaba experimentando la primigenia iglesia cuando Mateo escribe su evangelio. O con las que viene experimentado a lo largo de su historia, especialmente en nuestros días. La barca en la que van los apóstoles es la iglesia. La travesía del mar es el viaje a buen puerto (el cielo). Las olas encrespadas y los vientos huracanados, son las persecuciones y herejías. Jesús caminando sobre las aguas, es su presencia activa con nosotros hasta el fin de la historia (Mt 28, 20). Los apóstoles, con una fe entre sí y no, es el Pueblo de Dios en marcha, entre vacilaciones, que terminan en adoración del Señor.
Digamos algo de cada una de las dos últimas comparaciones, que son como los dos ejes de la iglesia: la presencia activa de Jesús (a través de su Espíritu) y el sentido agónico (en su significado de lucha) de la fe. Ante todo, la presencia activa de Jesús. Manda a los apóstoles embarcarse y cruzar solos el mar, y Él se queda orando en el monte. Uno diría que los abandona a su suerte y que así se sintieron ellos, pero no es así. Aunque está en oración personal con su Padre, Jesús tiene su pensamiento y su corazón en los discípulos y en los apuros que están teniendo. (Preguntémonos de pasada si nuestra oración es tan “encarnada” o realista como la de Jesús, que ora a su Padre, pero a partir de situaciones concretas como eran los apuros de los apóstoles). No sólo piensa en ellos, sino que toma la resolución de ir a su encuentro y echarles una mano. (Nuestras oraciones ¿terminan en resoluciones prácticas?).
Digamos algo sobre el sentido agónico (de lucha) de nuestra fe. Después de la multiplicación de los panes y cuando parecía que sus esperanzas se iban a cumplir, los apóstoles reciben la orden de embarcarse y partir, lo que hacen muy contrariados. Luego sobreviene la tempestad con el mar tan agitado, que amenaza con engullirlos con barca y todo. Y de repente, el fantasma, alguien como un fantasma caminando hacia ellos sobre el mar. Ni se calmaron cuando Jesús les dijo: “no tengan miedo, soy Yo”. Suele pasarnos también a nosotros cuando las cosas se nos complican y se ponen de color hormiga, y, a media fe, sentimos que nos hundimos. Como Pedro, cuando el miedo por el peligro se hace mayor que nuestra confianza en Jesús. Entonces, sólo el grito de “¡Señor, sálvame!”, podrá salvarnos.
Es fácil creer en Jesús cuando las cosas marchan bien y nos sentimos a gusto. Lo difícil es creer cuando las cosas se nos complican y nos sentimos perdidos. Cuando sobreviene la noche oscura del alma. Entonces sólo el grito de Pedro podrá salvarnos: un grito-oración como el de Pedro o el grito-oración de la Iglesia, que Pedro representa. Será bueno recordar que después de la tormenta viene la calma. Y que después de la duda sincera viene la adoración: “en verdad, Jesús, eres Hijo de Dios”.

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