Por Antonio Elduayen Jiménez CM
¿Quién dice la gente que soy yo? Y ustedes ¿quién dicen que soy yo?, es la gran pregunta que Jesús hizo a sus apóstoles (Lc 9, 18-24) y nos la hace a nosotros. Es una pregunta permanente, que exige una respuesta también permanente: de cada hora, día, mes y año. A la pregunta de Jesús se han dado y seguimos dando 4 principales respuestas: la de la mayoría, que es una respuesta aprendida, de memoria; la de la minoría que es una respuesta personal y comprometida; luego viene la de Pedro, que es la de los apóstoles y, finalmente la del mismo Jesús. ¿Cuál de estas respuestas es la que busca y espera Jesús? Le invito a examinarse sinceramente y a ubicar su respuesta donde corresponde, con vistas, claro, a revisarla y cambiarla, si fuera el caso.
Creo que a Jesús no le agrada mucho la respuesta de memoria, aprendida, como la de decirle, con el catecismo, que Tú eres el Hijo de Dios hecho hombre… La respuesta es ciertamente muy sabia y buena, pero de qué sirve si no nos inquieta, si no logra hacernos reaccionar y cambiar. Jesús no quiere repetidores (cristianos loros) sino discípulos. También el diablo llama a Jesús el Santo de Dios (Mc 1,24), pero sigue siendo el diablo. Sin duda a Jesús le agrada más la respuesta personal y comprometida: aquella que, al darla, involucra por entero en Jesucristo a quien la da La pregunta de Jesús se convierte entonces en esta otra: ¿quién es Él para mí? ¿Qué significa para mí, qué lugar ocupa en mi vida, lo hago el centro de todo (cristocentrismo)? ¿Hasta poder decir con san Pablo: ahora no vivo yo, es Cristo quien vive en mí? (Ga 2, 20).
Entiendo que esta respuesta le agrada mucho al Señor, pero hay una tercera que le complace aún mucho más. Es la que le dio san Pedro (Mt 16, 15-19). Le agradó tanto que no pudo menos que felicitarlo y premiarlo (convirtiéndolo en la piedra fundamento de su Iglesia y en el jefe de la misma). Pero lo que tanto le agradó no fue exactamente lo que le dijo, a pesar de ser tan grande (Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo), siién no el por qué y cómo se lo dijo: por revelación del Padre de Dios, que daba así un espaldarazo a lo que Jesús tenía en mente hacer e hizo. Digamos entonces que, a la pregunta de marras (y a cualquier otra pregunta Suya), la respuesta que más agrada al Señor no es la más docta (la que le dice grandes cosas) ni la más comprometida (porque se es coherente con lo que se dice), sino aquella que viene inspirada por el Padre Dios o por el Espíritu de Dios. Como es el caso de toda la Biblia o como cuando Dios se revela a los sencillos y pequeños (Lc 10,21)
De todos modos es lógico que la repuesta más acertada a la pregunta que Jesús hace sobre sí mismo es la que Él se da, pues conoce muy bien quién es Él y cuál es la misión por la que está en el mundo. Lucas nos da esa respuesta a continuación (Lc 9. 22-27): Yo soy el Hijo del Hombre que tiene que sufrir mucho y…morir (en una cruz) y resucitar al tercer día. Y añade: quien quiera seguirme que renuncie a sí mismo y que tome la cruz de cada día…. Quizá no guste mucho lo que Jesús dice, pero ahí está. Ocho siglos antes Isaías lo había llamado “varón de dolores” (Is 53, 3-12); unos años después, Pablo sobre todo, lo llamará el Crucificado. Para Cristo y para los cristianos llevar la cruz (el deber hasta las últimas consecuencias), no es algo facultativo sino una misión que hay que abrazar con amor. La respuesta a quién es Jesús y cuál es su misión debe pasar indefectiblemente por su pasión y muerte. A la Luz se va por la Cruz. No lo olvidemos. Saludos y bendiciones.
¿Quién dicen que soy yo?
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