Estación 6 de Petroperú

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Urizar

Por Eloy Marchan- Revista CARETAS
El 5 de junio del 2009, la sangrienta refriega en la Curva del Diablo en Bagua quebró la precaria tregua en la Estación Nº 6 de Petroperú, en Imasita, cercada por una muchedumbre desde semanas antes. Durante ese periodo, el jefe de la estación, el Ing. Fernando Urízar, fue el interlocutor entre civiles y policías rehenes y manifestantes. En el asalto final, la turba ejecutó a 11 efectivos de la Dinoes, entre ellos, al comandante PNP Miguel Montenegro. A 4 años del trágico “Baguazo”, Urízar recuerda con amargura esas aciagas horas.
Simon WupiuTestimonio Exclusivo
En la base éramos habitualmente 15 civiles, un policía de Bagua y 38 Dinoes. Los indígenas venían concentrándose en Imasita desde el 8 o 9 de abril; poco a poco se iban integrando. Venían de comunidades muy alejadas, de otros ríos, de otras cuencas. Eran awajún y huapis de la zona de Marañón, Cenepa y Santiago. Pero muchos hablaban español. Había bastantes mestizos”.
“Simón Huipio era el que lideraba junto a Enrique Najantay. Tenían la esperanza de que el Ejecutivo y Legislativo derogaran los decretos legislativos causa del reclamo. Inclusive el día anterior a la tragedia, el jueves 4 de junio, tres dirigentes (Simón Huipio, Enrique Najantay y otro de nombre Eloy) vieron televisión conmigo. Miraron el noticiero y se retiraron”.
Ataque a la estacion 6 de PetroperuViernes 5
7 a.m.- Recibió la llamada de su jefe, alertándole que en la Curva del Diablo se estaban produciendo violentos enfrentamientos.
“¿Ahora qué va a ser de nosotros, porque acá hay 38 policías y afuera tengo a 2 mil indígenas?”, preguntó.
A 20 minutos de la Estación 6 se encontraba el Cuartel Mesones Muro y a Urízar le aseguraron que llegarían 60 integrantes del Ejército como refuerzo.
Respiró tranquilo.
“El Ejército es muy bien respetado dentro de las comunidades indígenas”, pensó.
11 a.m.- Radios locales comenzaron a reportar de fallecidos. Hablaban de entre 80 y 100 fallecidos.
“Eso enardeció a los indígenas que pidieron hablar conmigo y el comandante que estaba a cargo de los Dinoes. La gente estaba incontrolable. Al promediar las 10 a.m. se metieron a la Estación trepando la malla por todos lados. Cuando ya era una masa de gente que teníamos adentro no nos quedó otra. El mismo Simón Huipio pidió un poco de orden y dijo que iba a hacer un mitin ahí adentro”, relata.
Urízar y el comandante PNP Miguel Montenegro subieron al estrado con Huipio. Pero “alguien de atrás golpea al oficial en las rodillas y cae hacia adelante, y le hicieron cargamontón. Lo cogieron y le quitaron el arma”.
Estacion 6 tomada“Ahí todo explotó”.
Los otros Dinoes también fueron desarmados y eran cogidos entre 15 nativos cada uno para ser llevados a la zona industrial de la base petrolera.
“Los golpeaban, las lanzas no las usaban para hincar sino para darle palazos los policías. Casi todo el mundo llevaba una botella acá atrás. La sacaban y se la lanzaban a los ojos, yo no sé si era ají o de repente alguna planta de la selva que originaba que no vieran nada”, narró.
Urízar y sus trabajadores pensaron que serían los siguientes, pero una señora les dijo que “no se preocupe porque a usted no lo van a llevar”.
“Había muchos mestizos. Cuando los indígenas están enojados se pintan de negro. Había algunos pintados de verde y amarillo. Eso nunca había visto”, relata Urízar.
El ingeniero recuerda que un indígena de apellido Cuja le recomendó que se retiraran. “Si ustedes se quedan acá, en la vivienda, no sabemos qué va pasar con ustedes, qué va a pasar contigo y con tus amigos”.
12 p.m.- Urízar y los trabajadores de Petroperú cogieron manzanas, galletas y atún y se fueron a refugiar en la sala de control. Cerraron persianas y puertas.
2:30 p.m.- “Llegó un grupo de indígenas preguntando por el médico Renzo Lescano. Decían que había heridos y policías que se sentían mal. Yo le acompañé al médico”, apuntó el ingeniero.
Cuando llegan se toparon con un mitin indígena que cuestionó su presencia. Inclusive desconfiaron que Lescano fuera médico y le revisaron el maletín.
“Los policías estaban todos sentados sin calzado, golpeados, maltratados y sobre todo muchos con problemas en la vista. Al primero que atendieron fue al comandante”, detalló.
Urízar recuerda que intercambió unas palabras con el comandante PNP Miguel Montenegro. Fue la última vez que habló con él.
“Me pidió que no bajen el Ejército porque iba a ser peor”, señaló.
6 p.m.- Un mestizo vecino de la Estación 6 de nombre Wildor toca la puerta de la Sala de Control y comunica que los nativos ya se estaban retirando.
“Ha quedado un grupo de policías en el taller. Creo que eran 20, porque se llevaron 18”, dijo el mestizo.
Urízar envía a traer a los policías que habían sido abandonados.
7:30 p.m.- Wildor regresa y le dice al ingeniero que ha encontrado cinco armas.
“Yo no me comprometo con armas, en primer lugar, porque soy ingeniero y no sé manejar armas”, le dijo Urízar al mestizo.
A esta hora también salen de la sala de control y se van a las viviendas de los trabajadores.
11:30 p.m.- Wildor llega con nuevas noticias. Al cuartel Mesones Muro había llegado un suboficial de la PNP que había logrado escapar, quien confirma que los indígenas se habían llevado al comandante Montenegro.
Esa noche Urízar señala que “no pudo dormir y que se la pasó en blanco”.
SobrevivientesSábado 6
5 a.m.- Los últimos nativos se marchan.
6 a.m.- Urízar ordena buscar más sobrevivientes. En un cuarto de un ingeniero encuentran a un policía que cuando fue descubierto suplicó: “¡No me maten! ¡No sean malos!”.
7:30 a.m.- Encuentran nueve cadáveres juntos. El del comandante Montenegro aparece al día siguiente.
“Estos hechos lo único que demostraron es la grave crisis social que tuvo el gobierno del Apra. Para mí significó un fracaso de la política de la sensatez, del diálogo, inclusive de la negociación de los mecanismos de solución. Más bien fue el triunfo de la intolerancia y de la prepotencia”, reflexionó el Ing. Urízar, desde Piura, ya jubilado.
AldoPost-Bagua
Por Aldo Mariátegui- Diario Perú21
¿En qué país del mundo una turba aísla varias semanas una ciudad porque no le gusta una ley dada por el Congreso, asesina a 23 policías y todo queda impune? ¿En qué país del mundo la policía entrega mansamente sus armas –como sucedió en la estación de Petroperú– a una turba, para que luego estos salvajes –esa es la palabra, no jodan– le unten picante en la cara y procedan luego a masacrarlos?
¿En qué país del mundo se permite que radios con licencia del Estado y locutores irresponsables inciten a las masas a atacar a las fuerzas del orden? ¿En qué país del mundo la ministra del Interior se lava las manos y aduce “desconocer los detalles del operativo”, cual parroquiana cualquiera? ¿En qué país del mundo un jefe policial se jaranea en vísperas de un operativo y se aparece tardísimo allí? ¿En qué país del mundo las ONG de derechos humanos buscan procesar a los policías que defienden al Estado y procuran la impunidad de aquellos que mataron a uniformados? ¿En qué país del mundo la policía carece de derechos humanos? ¿En qué país del mundo la Defensoría del Pueblo actúa como un fiscal contra la Policía? ¿En qué país del mundo los ciudadanos aislados del mundo por la turba terminan apoyando a esta, atacan a la Policía que ha venido a liberarles y se dedican a saquear tras los incidentes? ¿En qué país del mundo los curas se vuelven portadores del odio, incitan a la violencia y esconden a aquellos que han matado policías? ¿En qué país del mundo los asesinos son los buenos de la película y se les disculpa sus excesos por “razones culturales”? ¿En qué país del mundo su izquierda de mierda avala intelectualmente la barbarie?
Sí, ese ‘país’ existe, aunque no lo crean, y ya tiene casi 200 años. Ese país de opereta tragicómica y de desconcertadas gentes se llama Perú…

A mi gente del Vicariato

En el cuarto aniversario de lo sucedido en la Estación 6 y la Curva del Diablo
El día 5 se cumplirán cuatro años del dolor que todos vivimos cuando, con las primeras luces del día, comenzamos a enterarnos de lo que había sucedido en la llamada “Curva del diablo” y, un poco más tarde, en Bagua y en la estación 6 de Petro Perú.
Fueron días de muerte y de vida.
Muerte, por todas las que hubo en un enfrentamiento irracional entre hermanos. Muchas muertes porque alguien, que no se ha llegado a esclarecer (pero… ¿se ha querido esclarecer?), tomó decisiones injustificables.
Vida, porque, como pasó con la muerte y la resurrección Jesús de Nazaret, la pasión de tantos hermanos hizo conocer al Perú de la costa que en la selva no sólo hay madera, petróleo y biocombustibles sino personas humanas, hermanos nuestros, que están identificados con esos territorios; que en ellos, de ellos y con ellos viven desde mucho antes de que el Estado peruano existiera.
Con este nuevo conocimiento nació una esperanza. Las comunidades indígenas de la selva, las de la cordillera, las formadas en la costa con todas las sangres que dan vida al Perú podrían disfrutar de sus derechos peculiares y, sintiéndose todas respetadas, contribuir a la paz y al bienestar en la Patria común.
Esta esperanza comenzó a realizarse pero sigue encontrando escollos. La ley de la consulta, todavía no plenamente regulada ni aplicada, es sin duda uno de ellos pero, sobre todo, la aplicación de la justicia a la hora de juzgar las actuaciones de aquellos días de dolor y la culpabilidad o la inocencia de quienes más directamente participaron en ellos.
No puede ser que los únicos culpables se encuentren entre los indígenas y que las autoridades del gobierno y de la policía de entonces hayan quedado limpios de polvo y paja o a lo más con una sanción administrativa. No puede ser que los únicos todavía “encarcelados”, aunque se diga que dos de ellos están con arresto domiciliario, sean tres indígenas a quienes no les han probado los delitos de los que les acusan. No puede ser que se pida cadena perpetua o condenas gravísimas para quienes, según todos los testigos, su único delito fue reclamar unos derechos y luego tratar de impedir que se derramara sangre inocente en ambos bandos.
No puede ser y no podemos permitir que aquella esperanza nacida de la muerte, y hoy proclamada como nombre nuevo de la llamada “Curva del Diablo”, se vea rota en mil pedazos por intereses turbios o temores inconfesables de quienes tienen algún poder en la aplicación de la Constitución y de la Ley.
Todavía estamos a tiempo de reverdecer y devolver la vida a la esperanza. Quienes deben tomar decisiones, están a tiempo de repensar las suyas y cambiar el rumbo. Los demás tenemos la obligación de seguir dispuestos a contribuir, en lo que a cada uno nos toque, con la construcción de la hermandad que nos una. Y los que somos creyentes tenemos que rezar al Padre nuestro y pedirle que venga su Reino; nosotros queremos mantenerlo vivo con su ayuda.
Por mi parte les dejo con la bendición de ese Padre con el que podemos contar.
+ Santiago García de la Rasilla Domínguez SJ
Obispo Vicario Apostólico de San Francisco Javier
(Jaén, San Ignacio, Condorcanqui, Imaza y Aramango)

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