La religiosa española residente en Ayacucho es una figura de culto en esa ciudad: su voz es respetada por los delincuentes más avezados y su labor como mediadora en la cárcel de Yanamilla ha sido clave para evitar hechos de sangre. Aquí, detalles poco conocidos de la vida de una monja.
“Te mato”, le susurró una voz en el oído. La Madre Covadonga volteó rápidamente. No había nadie en el asfalto. El jirón Tres Máscaras lucía calmado. Rió de buena gana. Pero se detuvo al observar el rostro gélido de su acompañante. “¡Es Abimael!”, gritó súbitamente la misionera que estaba a su lado. Era un día gris de 1987.
Al subir al segundo piso de su casa, la madre y su colega se sentaron sobre la mesa a pensar en los motivos de la amenaza. Temblorosas, se sirvieron unas tazas de café. El timbre del teléfono repicó súbitamente. Se miraron las caras. El ring volvió a repicar. Victoria Leandro levantó el auricular. Una voz le dijo sin ambages: “Somos los hijos del diablo. Esta noche les toca a las dominicas”. Hacía poco tiempo, el sacerdote Víctor Acuña había sido asesinado mientras oficiaba misa. La Madre Covadonga creía entender la ira de Abimael Guzmán contra ella: llevaba cinco años contrarrestando la prédica de Sendero con máximas de amor. Una de ellas era “Dios vive dentro de mí. Soy un cielo. Soy un cielo”, que cantaba en colegios, actos y plazas públicas. También había logrado juntar a miles de estudiantes en las famosas “charlas de amor”, en las que argumentaba la inutilidad de la violencia. Esta actividad la realizaba en su casa, en el jirón Tres Máscaras. Al inicio de la década de 1980, iban a buscarla cerca de trescientas personas cada día. Todas aguardaban ayuda económica, jurídica o espiritual. La madre corría por aquí y por allá. Se le veía en la corte, en la comisaría, en la fiscalía, en el penal, en la calle. Siempre con su hábito impoluto y su mirada diáfana. Pero ella tenía mil razones para amar a Abimael.
Madre Covadonga ha llevado a terrenos insólitos su preocupación por el prójimo. En 2004, cuando los internos del penal de Yanamilla hicieron un motín para protestar por el cambio de sus horarios de trabajo, decenas de militares habían rodeado el recinto armados con metralladoras de largo alcance. La madre, enterada de la gresca, corrió hacia la zona y encontró a los soldados a punto de disparar a los reos. Sin titubearlo, se plantó frente a las armas con los brazos abiertos y gritó: “¡No, por favor! ¡Paz! ¡Paz! ¡Paz!”. Tenía los ojos cerrados, lagrimeantes. Los militares no soportaron ver a una anciana de 82 años darles una tierna lección de mesura: se fueron en masa.
“Muchas veces mi voz ha sido muy respetada. Porque la gente sabe que mi voz no quiere a unos o a otros, sino a todos”, diría Covadonga nueve años después. Sí que su voz ha sido respetada. Según varios testimonios, era la única persona a la que los senderistas de la Universidad San Cristóbal de Huamanga hacían caso cuando se pedía cese al fuego. Su presencia convertía en adolescentes berrinchudos a maoístas enciclopédicos.
En marzo del 2008, el pueblo ayacuchano protestaba en defensa de sus recursos naturales. La Madre Covadonga estaba en medio de la masa de manifestantes que ocupaba la plaza de armas de la ciudad.
En cada esquina había un policía enviado de Lima. A la religiosa le parecía una respuesta excesiva del gobierno frente a una actividad, en términos generales, pacífica. De pronto, el obispo de Ayacucho la llamó para una reunión, que se prolongó por una hora. Cuando la hermana volvió a la calle, sus ojos quedaron bien abiertos: el jirón 28 de Julio estaba inundado por una densa humareda que asfixiaba a cientos de personas. La gente corría espantada en todas las direcciones. Una mujer con los ojos lagrimeantes le enrostraba: “¿Qué es esto, madre?”. María Estrella del Carmen Valcárcel, como en realidad se llama Covadonga, miró al cielo: varios helicópteros se mezclaban con las nubes espumosas de Huamanga. Habían castigado al pueblo por su rebeldía lanzándole decenas de bombas lacrimógenas. La madre corrió varias cuadras rumbo a su casa, tomó presurosa el teléfono y digitó los números de una radio local. Con la exaltación propia de una mujer de 85 años, suplicó que retiren los helicópteros de la zona. El ruego llegó hasta el comandante policial de la zona, que suspendió la operación.
“Muchas veces he intervenido para evitar masacres”, reconocería la madre varios años después. Se trata de una mediadora innata, una mujer dispuesta a sacrificar su propia comodidad para generar entendimiento entre sus semejantes. Las muertes que ella evita no son solo militares, sino cotidianas, hogareñas. Cientos de mujeres la han buscado en su casa para solucionar problemas familiares. Por ejemplo, convivientes que no las dejan de golpear. En ocasiones, explica la madre, lo mejor es la separación. Ella misma ha tenido que ir con su auto muchas veces a “rescatar” a alguna joven violentada.
María Estrella tenía mil razones para amar a Abimael Guzmán porque ella siempre ha estado junto a los equivocados, los delincuentes, los delirantes. “Nosotros consideramos Cristos a los reos”, ha dicho. Durante los últimos veinte años ha visitado la cárcel de Yanamilla con un pecho lleno de afecto y mucha ayuda material en las manos. Ha ayudado a organizar los talleres que permiten que los presos mantengan a sus familias a la distancia con los productos que fabrican entre rejas: confección, carpintería, artesanía, entre otros. Los recluidos la llaman por teléfono cada vez que sufren un abuso o sienten una necesidad. La Madre Covadonga es, en muchos casos, el único interlocutor válido que reconocen los presos para negociar.
Desde que llegó a Ayacucho, en abril de 1971, esta religiosa española ha volcado su vida en favor de los desposeídos. Por eso ha sido objeto de numerosas condecoraciones, entre ellas el grado de Comendador del Congreso. También ha sido postulada al Premio Príncipe de Asturias. Pero ella, a sus 89 años, tiene una aspiración que considera más útil: levantar un centro oftalmológico para la gente pobre de Ayacucho. ¿Qué sería del Perú si todos tuviéramos sus ojos?
Fuente: Diario La República.
Madre Covadonga
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Buenos días: Escribo desde Obras Misionales Pontificias de España. Estamos preparando un libro con misioneros españoles ilustres, y quisiéramos incluir a la madre Covadonga. Pero no tenemos fotografías buenas. ¿Podría enviarme las que vienen en este artículo? Por supuesto, citaríamos la fuente.
Muchas gracias por todo, Paula Rivas