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Padre Ernesto Rojas Ingunza- Profesor Departamento de Teología
En los últimos meses se ha planteado la posibilidad de que la Pontificia Universidad Católica del Perú deje de ser pontificia y católica, después de casi cien años de existencia. Algunos dirigentes estudiantiles y profesores han declarado públicamente que si la defensa de su autonomía implicase el dejar de serlo, estarían de acuerdo, de modo que se ha generado una situación que pone en cuestión –y riesgo- la catolicidad de la universidad.
Aunque la PUCP ha ratificado institucionalmente su identidad católica, declaraciones de miembros de la comunidad universitaria a lo largo del tiempo indican que su relación con la Iglesia ha devenido en confrontacional, en tanto la afirmación de la identidad universitaria se realiza frente a una Iglesia percibida como amenaza a su autonomía y libertad académica. Pero creo que el tema de la libertad precisamente nos pone ante la cuestión central: la identidad de la PUCP como universidad católica. Si no se llega a entender que es posible la autonomía en la catolicidad, la ruptura institucional con la Iglesia aparecerá como inevitable.
Y precisamente es aquí donde se revela -trágicamente- que a menudo se viene pensando y hablando desde prejuicios e ignorancia sobre cuestiones básicas, como por ejemplo, qué es la Iglesia, qué es ser un Obispo o Papa, qué es el derecho canónico, qué es una universidad católica, o qué una pontificia. Y en este sentido, lo que tenemos a la vista es un debate confuso y desencaminado.
Además, a mayor dificultad, se ha producido en los hechos una yuxtaposición de dos cuestiones de naturaleza y alcance distinto, que tienen que ver con la PUCP y la Iglesia: la testamentaria sobre la administración de bienes del legado de Riva-Agüero, y la estatutaria. En efecto, mientras la primera está “judicializada” y –por más importante que sea- es circunstancial, la segunda atañe a la articulación orgánica entre la universidad y la Iglesia Católica, y es, me parece, una cuestión de fondo.
De hecho, la decisión de la Asamblea Universitaria de setiembre fue sobre el pedido de cambio estatutario que la Santa Sede (no el Arzobispo de Lima) requirió para aprobar los actuales estatutos que, obviamente, la Iglesia no considera acordes –tal como están- con la Ley que la misma Iglesia promulgó en 1994 para todas las universidades católicas (y no sólo pontificias) del mundo. Es fundamental no perder de vista que la misma universidad, de acuerdo al derecho y su naturaleza institucional, pidió formalmente a la Santa Sede la aprobación de sus estatutos. ¿Y por qué, entonces, el pedido del Vaticano llegó a través del Arzobispo de Lima?, se preguntaron muchos. Porque según el derecho de la Iglesia, la relación entre una universidad pontificia (y católica) y el Papa se realiza a través del Gran Canciller, que es, el obispo del lugar. Todo esto, entre otras cosas –como los viajes de nuestras autoridades universitarias a Roma y la ratificación de los rectores a lo largo del tiempo- expresa que hay un engarce objetivo, con una naturaleza jurídica determinada (que crea derechos y obligaciones), entre la PUCP y la Iglesia, local (Lima), y universal (Roma).
Así pues, ¿cómo entender que para muchos de la comunidad universitaria la Iglesia Católica sea percibida como un ente extraño a la universidad, que –desde afuera- la quiere tutelar o, al menos, controlar ilegítimamente? Es obvio que no estamos ante una cuestión secundaria, sino ante la naturaleza institucional de la universidad. Como católica, la PUCP no es autónoma de la Iglesia, sino que –en cierta forma- es parte de ella desde su constitución original y, más aún (con nuevos elementos), desde que fue erigida como Pontificia. Por supuesto, los contenidos de su autonomía –como persona jurídica ante el derecho civil peruano, y como universidad católica y pontificia- es preciso comprenderlos bien y debatirlos fundadamente, so pena de destrozar realidades jurídicas y conceptuales objetivas, sencillamente por ignorancia. Así por ejemplo, ¿qué significa, en el ordenamiento jurídico canónico, que una universidad sea católica?, ¿Y qué el que sea pontificia? ¿Es mera cuestión de nombres, de denominación? ¿Es una discusión sobre el “logo” de la universidad?
Esto es muy grave, pues el curso de los acontecimientos pone en riesgo una realidad institucional que es patrimonio de generaciones de peruanos y peruanas, de estudiantes, de egresados, de autoridades y trabajadores. Banalizar el posible cambio de nombre constituiría una traición a un proyecto y un ideal fundacional en el que por casi cien años han trabajado miles de personas. Quienes hoy somos la PUCP no podemos poner en riesgo el futuro de esta institución nacida como católica y orgánicamente vinculada a la Iglesia, y no meramente “inspirada” en principios cristianos.
Finalmente, ¿acaso son inconciliables la autonomía universitaria y la pertenencia orgánica a la Iglesia Católica? Esta es una idea que se afirma sin cesar en los medios, pero su repetición no la convierte en verdadera. ¿Acaso no existen universidades católicas y pontificias en el mundo, que ya han adecuado sus estatutos a la ley general de la Iglesia (esto es, la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae)? En Latinoamérica hay algunas, igual de grandes o incluso más que la nuestra, y con excelentes estándares de calidad intelectual. En ellas hay autonomía aunque, con ciertos límites -¿qué derecho no los tiene?- y que, por cierto, son similares a los contemplados en los estatutos que hoy rigen a la PUCP. Ellos protegen la libertad de alumnos y profesores, incluyendo por supuesto a los no católicos, pero piden de todos respeto a la doctrina católica.
Que en las próximas semanas todos podamos contribuir a construir puentes que permitan la comunicación entre los miembros de la comunidad universitaria. Desde hace décadas, la PUCP es hogar de personas de identidades y mentalidades distintas, que hemos aprendido a convivir en fraternidad sin negar ni querer suprimir nuestras diferencias. Que ojalá, sin apasionamiento, ejerciendo nuestra libertad universitaria de pensar con seriedad y respeto, podamos estar a la altura de esta hora difícil en que está en juego muchísimo más que un nombre. Está en juego la identidad misma de nuestra PUCP, que precisamente se llama de esa forma porque es Católica y Pontificia.
En los últimos meses se ha planteado la posibilidad de que la Pontificia Universidad Católica del Perú deje de ser pontificia y católica, después de casi cien años de existencia. Algunos dirigentes estudiantiles y profesores han declarado públicamente que si la defensa de su autonomía implicase el dejar de serlo, estarían de acuerdo, de modo que se ha generado una situación que pone en cuestión –y riesgo- la catolicidad de la universidad.
Aunque la PUCP ha ratificado institucionalmente su identidad católica, declaraciones de miembros de la comunidad universitaria a lo largo del tiempo indican que su relación con la Iglesia ha devenido en confrontacional, en tanto la afirmación de la identidad universitaria se realiza frente a una Iglesia percibida como amenaza a su autonomía y libertad académica. Pero creo que el tema de la libertad precisamente nos pone ante la cuestión central: la identidad de la PUCP como universidad católica. Si no se llega a entender que es posible la autonomía en la catolicidad, la ruptura institucional con la Iglesia aparecerá como inevitable.
Y precisamente es aquí donde se revela -trágicamente- que a menudo se viene pensando y hablando desde prejuicios e ignorancia sobre cuestiones básicas, como por ejemplo, qué es la Iglesia, qué es ser un Obispo o Papa, qué es el derecho canónico, qué es una universidad católica, o qué una pontificia. Y en este sentido, lo que tenemos a la vista es un debate confuso y desencaminado.
Además, a mayor dificultad, se ha producido en los hechos una yuxtaposición de dos cuestiones de naturaleza y alcance distinto, que tienen que ver con la PUCP y la Iglesia: la testamentaria sobre la administración de bienes del legado de Riva-Agüero, y la estatutaria. En efecto, mientras la primera está “judicializada” y –por más importante que sea- es circunstancial, la segunda atañe a la articulación orgánica entre la universidad y la Iglesia Católica, y es, me parece, una cuestión de fondo.
De hecho, la decisión de la Asamblea Universitaria de setiembre fue sobre el pedido de cambio estatutario que la Santa Sede (no el Arzobispo de Lima) requirió para aprobar los actuales estatutos que, obviamente, la Iglesia no considera acordes –tal como están- con la Ley que la misma Iglesia promulgó en 1994 para todas las universidades católicas (y no sólo pontificias) del mundo. Es fundamental no perder de vista que la misma universidad, de acuerdo al derecho y su naturaleza institucional, pidió formalmente a la Santa Sede la aprobación de sus estatutos. ¿Y por qué, entonces, el pedido del Vaticano llegó a través del Arzobispo de Lima?, se preguntaron muchos. Porque según el derecho de la Iglesia, la relación entre una universidad pontificia (y católica) y el Papa se realiza a través del Gran Canciller, que es, el obispo del lugar. Todo esto, entre otras cosas –como los viajes de nuestras autoridades universitarias a Roma y la ratificación de los rectores a lo largo del tiempo- expresa que hay un engarce objetivo, con una naturaleza jurídica determinada (que crea derechos y obligaciones), entre la PUCP y la Iglesia, local (Lima), y universal (Roma).
Así pues, ¿cómo entender que para muchos de la comunidad universitaria la Iglesia Católica sea percibida como un ente extraño a la universidad, que –desde afuera- la quiere tutelar o, al menos, controlar ilegítimamente? Es obvio que no estamos ante una cuestión secundaria, sino ante la naturaleza institucional de la universidad. Como católica, la PUCP no es autónoma de la Iglesia, sino que –en cierta forma- es parte de ella desde su constitución original y, más aún (con nuevos elementos), desde que fue erigida como Pontificia. Por supuesto, los contenidos de su autonomía –como persona jurídica ante el derecho civil peruano, y como universidad católica y pontificia- es preciso comprenderlos bien y debatirlos fundadamente, so pena de destrozar realidades jurídicas y conceptuales objetivas, sencillamente por ignorancia. Así por ejemplo, ¿qué significa, en el ordenamiento jurídico canónico, que una universidad sea católica?, ¿Y qué el que sea pontificia? ¿Es mera cuestión de nombres, de denominación? ¿Es una discusión sobre el “logo” de la universidad?
Esto es muy grave, pues el curso de los acontecimientos pone en riesgo una realidad institucional que es patrimonio de generaciones de peruanos y peruanas, de estudiantes, de egresados, de autoridades y trabajadores. Banalizar el posible cambio de nombre constituiría una traición a un proyecto y un ideal fundacional en el que por casi cien años han trabajado miles de personas. Quienes hoy somos la PUCP no podemos poner en riesgo el futuro de esta institución nacida como católica y orgánicamente vinculada a la Iglesia, y no meramente “inspirada” en principios cristianos.
Finalmente, ¿acaso son inconciliables la autonomía universitaria y la pertenencia orgánica a la Iglesia Católica? Esta es una idea que se afirma sin cesar en los medios, pero su repetición no la convierte en verdadera. ¿Acaso no existen universidades católicas y pontificias en el mundo, que ya han adecuado sus estatutos a la ley general de la Iglesia (esto es, la Constitución Apostólica Ex corde Ecclesiae)? En Latinoamérica hay algunas, igual de grandes o incluso más que la nuestra, y con excelentes estándares de calidad intelectual. En ellas hay autonomía aunque, con ciertos límites -¿qué derecho no los tiene?- y que, por cierto, son similares a los contemplados en los estatutos que hoy rigen a la PUCP. Ellos protegen la libertad de alumnos y profesores, incluyendo por supuesto a los no católicos, pero piden de todos respeto a la doctrina católica.
Que en las próximas semanas todos podamos contribuir a construir puentes que permitan la comunicación entre los miembros de la comunidad universitaria. Desde hace décadas, la PUCP es hogar de personas de identidades y mentalidades distintas, que hemos aprendido a convivir en fraternidad sin negar ni querer suprimir nuestras diferencias. Que ojalá, sin apasionamiento, ejerciendo nuestra libertad universitaria de pensar con seriedad y respeto, podamos estar a la altura de esta hora difícil en que está en juego muchísimo más que un nombre. Está en juego la identidad misma de nuestra PUCP, que precisamente se llama de esa forma porque es Católica y Pontificia.
La ruptura de identidad es un asunto delicado que penetra en las raíces más profundas de un sistema que precisa ser renovado para seguir existiendo como institución, en este caso específico la Pontificia Universidad Católica del Perú.