Evangelio según San Lucas 24,35-48.
Los discípulos, por su parte, contaron lo que les había pasado en el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
Todavía estaban hablando de esto, cuando Jesús se apareció en medio de ellos y les dijo: “La paz esté con ustedes”.
Atónitos y llenos de temor, creían ver un espíritu, pero Jesús les preguntó: “¿Por qué están turbados y se les presentan esas dudas? Miren mis manos y mis pies, soy yo mismo. Tóquenme y vean. Un espíritu no tiene carne ni huesos, como ven que yo tengo”.
Y diciendo esto, les mostró sus manos y sus pies.
Era tal la alegría y la admiración de los discípulos, que se resistían a creer. Pero Jesús les preguntó: “¿Tienen aquí algo para comer?”.
Ellos le presentaron un trozo de pescado asado; él lo tomó y lo comió delante de todos.
Después les dijo: “Cuando todavía estaba con ustedes, yo les decía: Es necesario que se cumpla todo lo que está escrito de mí en la Ley de Moisés, en los Profetas y en los Salmos”.
Entonces les abrió la inteligencia para que pudieran comprender las Escrituras, y añadió: “Así estaba escrito: el Mesías debía sufrir y resucitar de entre los muertos al tercer día, y comenzando por Jerusalén, en su Nombre debía predicarse a todas las naciones la conversión para el perdón de los pecados.
Ustedes son testigos de todo esto”.
Homilía del Padre Paul Voisin CR, Superior General de la Congregación de la Resurrección:
Hace algunos años estuve en Chicago para una reunión con el Superior Provincial de los Resurreccionistas Americanos. Un día, mientras me llevaba en auto, de repente un vehículo con tres jóvenes se cruzó con la puerta delantera del acompañante. Nos detuvimos inmediatamente, y luego seguimos al otro coche hasta un estacionamiento cercano. Enseguida, uno de los jóvenes dijo que nos habíamos chocado con ellos. De repente, otro joven salió de la nada -al parecer- y nos preguntó al Provincial Estadounidense y a mí si estábamos bien, y dijo: “¡Ese tipo les ha chocado!”. Creo que ambos respiramos aliviados: teníamos un testigo independiente.
En el evangelio de este fin de semana (Lucas 24:35-48) Jesús dice: “Son testigos de estas cosas”. Al igual que aquel hombre fue testigo de aquel accidente, nosotros estamos llamados a ser testigos. Los discípulos eran testigos. Habían visto a Jesús resucitado de entre los muertos. Se les había aparecido. Le habían tocado y, como se dice en el Evangelio, incluso habían comido con él. Una y otra vez se les hizo presente. Estas preciosas oportunidades con el Señor resucitado les prepararon para ser sus testigos.
Un testigo es alguien que ha visto algo, ha oído algo o ha experimentado algo. Un testigo “ocular” es una gran prueba. En la Primera Lectura de los Hechos de los Apóstoles (3:13-15, 17-19) Pedro dice al pueblo: “Somos testigos”. ¿Pero testigos de qué? Pedro les dice que han sido testigos de la muerte y resurrección de Jesús. Lo entregaron. Lo negaron. Pidieron la libertad de Barrabás y la crucifixión de Jesús. Y, ellos -algunos de ellos- lo habían visto resucitado de entre los muertos. Habían visto mucho, oído mucho y experimentado mucho.
Pedro les llama al arrepentimiento y a la conversión, para que sus “pecados sean borrados”. También son testigos del perdón de Jesús, y de la llamada a la conversión que proclamó, continuando la predicación anterior de Juan el Bautista. En sus parábolas ofreció imágenes conmovedoras de humildad y contrición que conducen al perdón. Quizá la más dramática sea la del Hijo Pródigo. Desde su cruz también predicó el perdón, asegurando al ladrón arrepentido su perdón, y con sus dramáticas palabras: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen”. Una y otra vez, Jesús nos ofreció ánimos para abrazar esa humildad y contrición y hacer las paces con Dios. Una y otra vez dispensó el perdón a los que se acercaban a él con un corazón sincero.
En el evangelio Jesús nos dice que somos testigos de ese perdón. Debemos “predicar… el arrepentimiento para el perdón de los pecados”. De todas las cosas que Jesús podría decirnos que demos testimonio. Sin embargo, qué hermosa señal nos da de ese perdón en su resurrección de entre los muertos. Ha hecho lo imposible e improbable, más allá de nuestra imaginación. Nos ha dado una nueva vida y nos ha resucitado.
Damos testimonio del perdón de Dios, en primer lugar, en nuestras propias vidas, reconociendo nuestra propia necesidad de arrepentimiento y conversión. Para la mayoría de nosotros no se trata de un momento en el tiempo, sino de un proceso continuo de abrirnos cada vez más a la gracia salvadora de Dios. Si nos tomamos el tiempo necesario, podemos ver cómo Dios ha actuado en nuestras vidas; cómo los fracasos y las decepciones nos han hecho más dependientes de Dios; cómo las pérdidas nos han hecho darnos cuenta de lo que es realmente importante y valioso; y cómo la gracia de Dios nos ha sorprendido y nos ha dado una nueva oportunidad, una nueva ocasión. Como la retrospectiva es siempre 20/20, podemos mirar a nuestro pasado y quizás apenas reconocer la persona que solíamos ser.
Como testigos del perdón de Dios, también estamos llamados a acercarnos a quienes luchan por la fidelidad a Dios, por la humildad y la contrición, por el arrepentimiento y el perdón. Estas realidades pueden hacernos sentir aislados, solos y vulnerables. Una vez más, nuestra memoria puede ayudarnos a recordar nuestras propias luchas, y darnos compasión al tratar con los que nos rodean. No somos capaces de leer la mente, por lo que no siempre podemos saber lo que experimentan quienes nos rodean, ni siquiera nuestros familiares más cercanos. Podemos dar por sentado con demasiada facilidad que “todo el mundo está bien” y no ser perceptivos a las luchas de los demás. A veces ni siquiera queremos reconocer esas luchas, porque eso nos llamaría a dar una respuesta. Nuestro propio testimonio personal de fidelidad, humildad, contrición, arrepentimiento y perdón puede ayudar a otros a bajar la guardia y considerar esas realidades en sus propias vidas. Puede que pensemos que no tenemos todas las respuestas (y probablemente no las tengamos), pero nuestro testimonio personal y nuestro ejemplo actual pueden ser un estímulo para que abracen una nueva forma de vida a través de la búsqueda del perdón. Esto podría ayudarles a “resucitar” y acercarse al Señor resucitado.
Al igual que nos sentimos aliviados de tener un testigo de nuestro accidente de coche, deberíamos animarnos a ser testigos de Cristo. Este testimonio no se limita a los discípulos, ni a los santos, ni a los que consideramos “santos”. Este testimonio debería formar parte de la vida de todos y cada uno de los cristianos. Todos tenemos el potencial de ser ese testigo y de fomentar y mostrar las virtudes y los valores cristianos, uno de los cuales es el perdón.
Seamos testigos fieles compartiendo con los demás lo que hemos visto, lo que hemos oído y lo que hemos experimentado en nuestra vida con Dios y en nuestra propia experiencia de ser perdonados y de perdonar a los demás.